Capítulo 6

BRAM puso un plato de queso sobre la mesa y se sentó frente a Sophie para mirarla a los ojos.

– Pues quizá deberíamos dejar que siguiera adelante con los planes.

– ¿Qué quieres decir?

– Que deberíamos pensar seriamente en casarnos.

– Pero ya hablamos de esto la semana pasada, Bram -contestó Sophie, apartando la mirada de esos ojos azules que conocía tan bien y que, de repente, le parecían los de otro hombre.

– Pues deberíamos volver a hablar. Yo estoy dispuesto a olvidar el pasado y a empezar de nuevo, Sophie. Y creo que seríamos felices juntos. Podríamos vivir y trabajar en la granja, tú podrías seguir haciendo objetos de cerámica en el viejo granero… Al menos sabemos que nos llevamos bien. Y seguiríamos siendo amigos, como lo somos ahora.

– Pero estar casados es más que ser amigos -protestó ella. Dos personas casadas lo compartían todo.

Sobre todo, la cama.

Siempre había podido hablar con Bram de cualquier cosa… aunque ahora que lo pensaba, nunca habían hablado de sexo. De relaciones, sí. De sentimientos también. Pero no de sexo. Sencillamente, nunca había salido esa conversación. Pero no había razón para que hablar de sexo fuera diferente.

El problema era que Bram la había besado y ahora todo era diferente.

«Qué tontería», pensó entonces. Bram era un viejo amigo y, aunque no lo fuera, los dos eran adultos. Ella tenía más de treinta años, por Dios bendito.

Entonces, ¿por qué temía sacar el tema, como una adolescente?

El sexo era un tema como cualquier otro y tenían que hablar de ello. Aunque sería más fácil si no se hubieran besado. Y si ella no hubiera fantaseado con lanzarse sobre él en el Land Rover. Y si pudiera dejar de pensar en él como un hombre y pudiera volver a verlo como Bram, su viejo amigo Bram.

Sophie se aclaró la garganta.

– ¿En qué clase de matrimonio estás pensando? No hemos hablado de cosas prácticas.

– ¿A qué te refieres?

– Bueno, ya sabes… si dormiríamos junto o no -contestó Sophie a toda velocidad.

– No, de eso no hemos hablado -asintió Bram-. ¿Quieres que hablemos ahora?

– No estoy segura -respondió ella con sinceridad-. Pero supongo que es lo mejor. ¿Tú qué crees?

Bram se sirvió una copa de vino mientras pensaba la respuesta, turbado al darse cuenta de que no tenía el menor problema para imaginarse haciendo el amor con Sophie.

Durante todos esos años, jamás se le había ocurrido. Siempre había pensado en ella como una amiga. Una amiga que, además, siempre llevaba ropa ancha que ocultaba su cuerpo. Pero ahora se encontraba a sí mismo pensando en lo suave que era, en lo cálida que le había parecido cuando la besó. Y en cómo sería meterse en la cama y tenerla a su lado…

Abruptamente, Bram dejó la botella sobre la mesa. Por primera vez en su vida, no podía ser sincero con Sophie. Ella quería que le dijera lo que pensaba, pero no podía hacerlo. ¿O sí?

– Si nos casamos, sería un matrimonio de verdad. Y, si quieres que te sea sincero, no me hace ninguna gracia la idea de pasar los próximos treinta años sin tocar a una mujer. Además, quiero tener hijos. Los Thoresby han vivido en Haw Gilí durante generaciones y me gustaría pasarle esta granja a mi hijo, pero…

– ¿Pero qué?

– Pero sé lo que sientes por Nick -suspiró Bram-. Y no me gustaría hacer el amor contigo si estuvieras pensando en él.

Sophie se puso colorada. -Ya, claro.

– ¿Entonces?

– No sé… yo creo que tienes razón. Si nos casáramos, tendría que ser un matrimonio de verdad.

Sophie se imaginó en la cama con él, abrazándolo, besándolo. De repente, se le quedó la boca seca y su corazón empezó a latir con una mezcla de pánico y emoción.

Por un lado, deseaba saber cómo sería hacer el amor con Bram, pero por otro… no le gustaría que la imagen de Nick enturbiase ese momento.

¿Y Bram? ¿Cómo podía estar segura de que él no iba a pensar en Melissa?

– Es que… no he estado con nadie desde que corté con Nick. Intento no pensar en él, pero no puedo evitarlo. A lo mejor cuando vuelva a verlo será diferente, pero ahora mismo no puedo…

– No estoy sugiriendo que nos acostemos ahora mismo, Sophie -la interrumpió Bram-. Si nos casamos, estoy dispuesto a esperar hasta que tú me digas. Cuando te hayas olvidado de Nick y desees mantener una relación conmigo, sólo tendrás que decirlo.

– Ah, genial -más ruborizada de lo que le gustaría, Sophie recurrió al sarcasmo para ocultar su confusión- Y sería muy fácil meter eso en una conversación normal.

Bram tuvo que sonreír al verla tan colorada, con los rizos por todas partes y ese jersey viejo… Pero no podía dejar de pensar en aquel beso. ¿Se olvidaría de Nick algún día?, pensó. Curiosamente, rezaba para que no tardase mucho tiempo en hacerlo.

– A lo mejor no tendrás que decir nada.

Entonces se miraron, en silencio. Y el silencio se alargaba mientras el reloj de la pared marcaba el paso del tiempo, ajeno a la turbación de la pareja.

– No tienes que pensar en ello a menos que decidas casarte conmigo -fue Bram quien habló por fin.

– No, ya lo sé -asintió ella, tomando un sorbo de vino.

¿Cuál era la alternativa? ¿Desperdiciar su vida pensando en Nick, que ahora era el marido de su hermana? ¿Volver a Londres y esperar que, algún día, apareciese su príncipe azul?

¿Ver cómo Bram rehacía su vida sin ella?

No, si él rehacía su vida, ella lo haría también. No pensaba dejar que se lo quitase Vicky Manning.

¿Que se lo quitase? ¿De dónde había salido eso?

– Muy bien. Acabo de tomar una decisión.

– ¿Cuál?

– Me casaré contigo.

Por un momento, Sophie recordó que le había dicho esas mismas palabras a Nick, en circunstancias muy diferentes. Nick había reservado mesa en un restaurante, con velas, música de violines, incluso una rosa roja… ¿No mostraba eso cierta falta de imaginación por su parte?

Se sorprendió ante tan traidor pensamiento. Hasta ese momento no había podido recordar la proposición de Nick sin llorar y ahora, de repente, estaba criticándolo. ¿Qué había pasado?

Por supuesto, ella le había dicho que sí. Nick era un sueño hecho realidad y había perdido la cabeza por su sonrisa, por su atractivo rostro, por su sofisticación. No creía que ella pudiera ser tan afortunada. Siempre le pareció que era demasiado bonito para ser verdad.

Y, por supuesto, lo había sido.

Mirando a Bram, no sentía la incrédula sensación de felicidad que había sentido con Nick, pero decir esas palabras le había quitado un peso de encima. Se sentía aliviada por haber tomado una decisión.

– Nos casaremos -repitió con una sonrisa en los labios.

Bram sonrió también, apretando su mano.

– Muy bien. Me alegro mucho, Sophie.

– ¿Aun conociendo a tu suegra?

– Aun así.

¿Siempre se había reído de esa forma? ¿Sus ojos siempre habían sido tan azules? ¿Siempre le habían salido arruguitas alrededor de los ojos cuando sonreía?

De repente, todo en Bram le resultaba nuevo. Pero era absurdo. Él era Bram, su Bram, su amigo de siempre.

– Al menos no tendremos que decirle a mi madre que hemos roto… eso habría sido una tragedia.

– No, es verdad.

Sophie tomó su copa, horrorizada al comprobar que le temblaba la mano.

– Le diré que puede organizar la boda para el día de Nochebuena… si a ti te parece bien, claro.

– Me parece perfecto -contestó Bram-. De todas maneras, iba a hacerlo, ya la conoces.

– ¿No te importa casarte el día de Nochebuena?

– ¿Por qué iba a importarme? Pero si no estás segura, dile a tu madre que espere hasta primavera.

– No -dijo Sophie, dejando su copa sobre la mesa-. Esta vez estoy segura. Nos casaremos en Navidad. No quiero esperar más.

Sophie estaba en la cama de la habitación de invitados, oyendo el viento soplar sobre el páramo y sacudir furiosamente las contraventanas.

Era una noche para dormir abrazada a alguien, pensó. Bram estaba al final del pasillo y sería muy fácil meterse en su cama y abrazarse a él, tan fuerte, tan calentito. Sería tan agradable… ¿o no?

Sophie se volvió de lado, confusa e inquieta. Hasta ese momento, no se había preguntado de verdad qué quería. En fin, lo que quería era que no hubieran pasado algunas cosas. Que Melissa no hubiera ido a Londres, que Nick no se hubiera enamorado de ella. Le gustaría rebobinar y volver al momento en el que Nick y ella estaban en aquel restaurante, cuando le pidió que se casara con él.

¿O no?

Ahora… ahora, de repente, no sabía muy bien lo que quería. Se sentía rara, insatisfecha, sin saber muy bien quién era Bram o lo que ella esperaba de ese matrimonio. Unos días antes, si alguien le hubiera preguntado qué quería, la respuesta habría sido muy sencilla: volver con Nick.

Pero ahora no estaba tan segura.

¿Sería el cansancio?, se preguntó. ¿O sería el beso que se habían dado para la fotografía? ¿Volvería Bram a ser el Bram de siempre por la mañana? ¿O seguiría siendo el extraño en el que, de repente, se había convertido? ¿Era Bram quien había cambiado o ella misma?

Sophie no confiaba en sí misma en ese momento. Había querido a Nick con tal desesperación, con tal ilusión… ¿Estaba buscando en Bram alguien que lo reemplazase? No quería hacerle daño. Ya se lo había hecho su hermana, sin querer, y ella no pensaba hacer lo mismo.

Tendría que ir despacio, se dijo, usando la cabeza por una vez en su vida. Bram había dicho que estaba dispuesto a esperar hasta que ella quisiera mantener relaciones con él, y Sophie no daría ese paso hasta que estuviera segura de que Nick había salido de su corazón para siempre. Y de que Bram también se había librado de sus fantasmas.

Sería la esposa de Bram Thoresby y tendrían mucho tiempo para hacer que aquel matrimonio funcionase, pensó. Sophie se quedó dormida pensando en ello.

– Al menos la cocina está limpia -dijo la madre de Sophie, mirando críticamente alrededor-. Que es más de lo que puedo decir de ti. ¿Se puede saber qué has estado haciendo?

– Limpiando uno de los viejos graneros -contestó ella, quitándose una telaraña del jersey-. Bram me va a regalar un tomo de alfarero en Navidad. Quiero volver a trabajar la arcilla.

Llevaba una semana en Haw Gilí, después de dejar Londres para siempre, pero le parecía como si hubiera transcurrido mucho más tiempo. Aliviada, había descubierto que vivir con Bram no era tan incómodo como temía al principio. No habían tardado nada en volver a portarse como viejos amigos y Sophie empezaba a pensar que los extraños sentimientos que experimentó la primera noche habían sido provocados por el cansancio y los nervios.

Aunque había pensado muchas veces en la idea de acostarse con él. En realidad, pensaba demasiado en ello. Especialmente por la noche, cuando estaba sola en su habitación.

Ella, su amiga, tenía su particular punto de vista sobre el asunto:

– ¿Y qué si sigue enamorado de tu hermana? -le había dicho cuando fue a Londres a recoger sus cosas-, Cuando esté contigo se olvidará de Melissa. ¿Por qué no te decides a pasarlo bien? Sólo tenemos una vida, Sophie. ¿Y qué si esta boda no es de cuento de hadas? Lo que tienes que hacer es fabricar tu propio cuento de hadas, cariño. ¡Y mientras lo haces, pásalo lo mejor posible!

Por un lado le gustaría seguir el consejo de su amiga, pero no le resultaba fácil sacar el tema. Bram había vuelto a ser su amigo, como ella quería. Y los besos…estaba deseando olvidarlos y volver a ser la de siempre, pero ahora, perversamente, encontraba frustrante que Bram se mostrase tan cómodo con ella.

Quizá para él estaba siendo más difícil de lo que había pensado, especulaba Sophie. Pero fuera cual fuera la razón, lo de acostarse juntos parecía haber quedado aparcado por el momento.

Dormían en camas separadas, se veían a la hora del desayuno y todo iba bien. Sophie se había lanzado de cabeza al trabajo de la granja, ayudando a Bram en todo lo posible y cocinando para los dos. Aquel día lo había pasado limpiando el granero porque él había prometido regalarle un torno. Era un regalo muy generoso pero, según Bram, si le iba bien con la cerámica ganaría dinero y eso sería bueno para los dos.

– Ya sabes que a tu madre le encanta hablar de di versificación. Ésta es mi oportunidad de quedar bien con ella -bromeaba.

Pues allí estaba su madre, exasperada porque, según ella, Sophie no aportaba idea alguna para la boda.

– Deberías olvidarte del granero por el momento y dedicarte a organizar tu boda, hija. ¿No te das cuenta del poco tiempo que tenemos?

– Pero pensé que tú lo tenías todo pensado -protestó Sophie.

– Hay que tomar muchas decisiones y yo no puedo tomarlas todas.

Su madre empezó a hablar de la lista de invitados, de cómo debían ser fas invitaciones… y luego, tranquilamente, siguió con las ventajas de ofrecer champán y canapés en lugar de un buffet al uso, mientas Sophie asentía con la cabeza mirando por la ventana.

Había nevado por primera vez esa noche y el valle se había convertido en un paisaje de cuento. Hacía frío, pero era agradable y Sophie pensaba lo divertido que sería estar jugando en la nieve con Bram y Bess…

– ¡Sophie, no me estás escuchando!

– Ah, perdona, mamá… sí, sí, champán y canapés, me parece muy bien.

– Podrías mostrar un poquito de interés, hija. Es tu boda.

– Lo importante es que Bram y yo vamos a casarnos, mamá. El resto da igual, ¿no te parece?

– A mí no me da igual -replicó su madre, indignada-. No quiero que todo el pueblo piense que tu padre y yo no hemos podido darte una boda como Dios manda. Ya va a ser mucho más discreta que la de Melissa… Pero eso es lo que Bram y tú queréis…

– Seguro que a nadie le importa cómo sea la boda, mamá -intentó convencerla Sophie. Pero su madre sacudía la cabeza, sorprendida por la ingenuidad de su hija.

– Siempre has sido una romántica -suspiró, sacando una lista del bolso-. Vamos a ver… ah, sí, el vestido. ¿Has visto alguna ya?

– Esto… no.

– ¡Pero Sophie…!

– Mamá, no he tenido tiempo. Pero te prometo que mañana iré a York.

– Será mejor que vaya contigo -dijo Harriet Beckwith-. Es muy difícil elegir un vestido de novia. Pero si no quieres que vaya… -su madre asumió de inmediato su famosa expresión de mártir.

– Claro que quiero. Pero como sé que tiene tantas cosas que hacer…

– No, no, de eso nada. Es la boda de mi hija y no hay nada más importante que eso. Qué pena que Melissa no pueda venir. Sé que le encantaría, pero me ha dicho que está muy ocupada con el nuevo catálogo… Ah, por cierto, he hablado con ella sobre la cena de compromiso que, al final, no organizamos nunca, y tanto Nick como ella están de acuerdo en que el sábado sería un día perfecto.

Ah, muy bien. Pero a su madre no se le había ocurrido preguntarle ni a ella ni a Bram si era el día perfecto, pensó Sophie. Podría inventar una excusa, pero no era fácil viviendo en una granja aislada, cuando todo el mundo sabía que no iban a ninguna parte.

La falta de vida social no era un problema para ella. Le encantaba sentarse en el sofá del salón por las noches, leyendo, dibujando posibles diseños para sus objetos de cerámica o charlando con Bram mientras miraban el fuego de la chimenea.

Pero tarde o temprano tendría que enfrentarse con Nick, pensó, fatalista. Y el sábado era un día como cualquier otro.

– Muy bien. Se lo diré a Bram.

– A mí me parece estupendo -dijo él, cuando se lo contó esa noche-. ¿Tú estás dispuesta?

– Qué remedio -suspiró Sophie.

Pero, en realidad, la reacción ante la noticia de que tendría que ver a Nick le había producido más irritación que otra cosa. Había pensado muy poco en él desde que vivía con Bram. Quizá porque estaba demasiado ocupada planeando su futuro.

La idea de ver a Nick no era en absoluto agradable y temía sucumbir de nuevo a la irresistible atracción que había sentido por él, pero al menos no le parecía tan intolerable como antes. ¿Sería posible que, al fin, lo estuviese olvidando?

– No me apetece mucho verlo, pero supongo que cuanto antes me lo quite de encima, mejor.

Bram pensaba lo mismo. Lo que no había pensado era que se sentiría tan feliz teniendo a Sophie a su lado cada día. Ella alegraba la granja… alegraba su vida con su presencia. Y cada vez que la miraba, riendo, con el pelo flotando alrededor de la cara, se le encogía el corazón. Cada vez que la veía frente a la chimenea o haciendo café, sentía un gozo inexplicable.

Intentaba recordarse a sí mismo que era Sophie, su amiga de toda la vida, la misma chica de siempre, pero… Nunca había pensado en quitarle todas esas capas de ropa que llevaba, pero ahora no dejaba de pensar en ello.

En fin, no sabría lo que había bajo la ropa hasta que Sophie dejase de amar a Nick. Y esperaba que cuando por fin volviese a verlo, se diera cuenta de que el amor que sentía por él no era tan fuerte como había creído.

A menudo se preguntaba si su amor por Melissa estaba basado en un bonito recuerdo más que en la realidad. No podía recordar cómo era- Quizá no lo había sabido nunca. Sólo recordaba la emoción que experimentaba estando a su lado, la admiración que sentía por su belleza.

Pero ahora… ahora no sabía lo que sentía. De lo único que estaba seguro era de que Sophie era su amiga. Y era más fácil seguir siendo amigos que estropearlo todo pensando demasiado en que algún día serían amantes.

En cualquier caso, no tenía sentido pensar en ello, se dijo, hasta que Sophie hubiese olvidado a Nick… y para eso podría pasar mucho tiempo.

Mientras tanto, seguirían siendo amigos y él tendría que dejar de mirar sus labios o la curva de sus hombros o el invitador hueco de su garganta…

O lo intentaría, al menos.

La madre de Sophie fue a buscarla al día siguiente para ir a York. Dejaron el coche a las puertas de la ciudad, ya que la zona antigua era peatonal, y fueron caminando hasta la tienda. A Sophie siempre le había encantado pasear por las viejas calles de York, pero aquel día pasear era absolutamente imposible.

Porque su madre tenía una misión. Y cuando su madre tenía una misión era imposible convencerla de nada.

– Vamos a la tienda donde compramos el vestido de novia para Melissa. Seguro que allí tendrán uno perfecto para ti…

– ¡Lo he encontrado! -exclamó Sophie, deteniéndose de golpe.

El vestido era tan bonito que estaba solo en el escaparate. De escote barco y cintura ajustada, la falda caía en capas y capas de gasa… de color cobre, dorado, bronce y rojo. Brillaba como una llama, tan vibrante que uno casi podría alargar las manos para calentarse.

Sophie vio ese vestido y se enamoró de él. Ése sí que era un vestido de novia… un vestido que la haría sentir guapa, sexy, elegante. Como una debía sentirse el día de su boda. Aunque se casara con un viejo amigo que seguía enamorado de su hermana.

Pero Harriet, que seguía hablando sola, tiraba de su brazo sin enterarse de nada.

– Vamos, que llegamos tarde.

– Mamá, he encontrado el vestido -insistió Sophie-. Mira, ése es el vestido que voy a llevar el día de mi boda.

– Eso no es un vestido de novia, hija. ¡Es de color rojo!

– No hay ninguna ley que prohíba casarse de rojo -replicó ella.

– Pero las novias se casan de blanco, o de beige. Sí, mejor el beige o el color marfil. El blanco no te quedaría bien, eres muy pálida.

– Pero ese vestido sí me quedaría bien -insistió Sophie.

Su madre, por supuesto, no quería ni oír hablar de ello.

– ¿Qué pensaría la gente si te viera con eso puesto? Un vestido rojo no es apropiado para una iglesia.

Sophie se dejó arrastrar por su madre sin decir nada. Daría igual que fuera de rojo o de negro. Al fin y al cabo, no era una boda de verdad. El suyo sería un matrimonio de conveniencia.

De modo que se dejó llevar hasta la tienda, donde la midieron y la miraron de arriba abajo mientras su madre consultaba con las inmaculadas dependientas. Después de largas discusiones, se decidieron por un sencillo vestido de seda color marfil. Era de manga larga y escote barco, con un corpiño ajustado del que salía la falda, cayendo en elegantes pliegues hasta el suelo. Incluso Sophie debía admitir que era muy bonito, pero no podía compararse con el que había visto antes.

– ¿Qué tal ha ido todo? -le preguntó Bram cuando llegó a casa por la noche.

– ¡Estoy agotada! Mi madre me ha atropellado tantas veces que me sorprende seguir viva -suspiró ella-. Pero me he portado muy bien. He hecho todo lo que me pedía y voy a ser una novia de lo más convencional… con un vestido de color marfil, zapatos a juego y tiara de brillantitos. Y supongo que te alegrará saber que me he negado a llevar velo.

– Ah, muy bien.

– Pero Bram… yo había visto el vestido más bonito del mundo.

– ¿Y por qué no lo has comprado?

Sophie se lo contó, apenada.

– Ya sabes que a mí los vestidos me dan igual, pero es que éste era increíble. Nunca había visto un vestido más bonito en toda mi vida. Pero mi madre dice que no puedo llevar un vestido rojo a la iglesia -dijo, resignada-. Además, como lo va a comprar ella… yo no tengo un céntimo y seguramente es verdad que no es un vestido apropiado para una novia. Pero era tan precioso…

Sophie empezó a poner la mesa y Bram no dijo nada, pero cuando volvió de dar de comer a los animales al día siguiente, le preguntó qué planes tenía.

– Ninguno. Aunque podríamos ir al mercado.

– Iremos al mercado cuando volvamos -dijo Bram entonces.

– ¿Cuando volvamos de dónde?

– Nos vamos a York.

– Pero si estuve allí ayer. ¿Para qué quieres que vayamos a York? -preguntó Sophie, sorprendida.

– Para comprar tu vestido de novia -contestó Bram.

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