Capítulo 5

¿Y SIGUES pensando lo mismo? -preguntó Bram. -Sí… yo creo que sí -contestó ella. Después de haberse lanzado de cabeza sin pensar, como diría su madre, Sophie empezaba a creer que, al final, todo iba a salir bien-. Por lo menos, mi madre y Melissa pasarían unas navidades felices.

– Olvídate de ellas -dijo Bram. En privado, siempre había pensado que Sophie protegía demasiado a su hermana pequeña y le perdonaba demasiadas cosas, pero no podía decírselo-. ¿Qué piensas tú?

– Desde luego, para mí sería más fácil enfrentarme con Nick si tú estuvieras allí. Pero eso no resuelve tu problema, claro. Fingir que estamos comprometidos no te ayuda a encontrar esposa.

Él se encogió de hombros, resignado.

– Eso puede esperar unas semanas.

– Entonces, ¿estás de acuerdo?

Bram se volvió. Sophie se había quitado el cinturón de seguridad y estaba mirándolo con los ojos brillantes. ¿Cómo no iba a estar de acuerdo? ¿Cómo no iba a ayudarla? Era Sophie.

– Claro que sí.

– ¡Gracias, gracias, gracias! -Sophie se sentía tan aliviada, que se inclinó para darle un beso en la mejilla.

Por un momento, el olor de su pelo hizo que Bram parpadease, desorientado.

– Eres maravilloso -siguió Sophie, emocionada. Y Bess, que no quería perderse aquel momento de emoción general, empezó a lamer sus caras indiscriminadamente-. Te compensaré, te lo prometo.

Bram deseaba que volviera a besarlo. Más que eso. Por un momento, había sentido el deseo de abrazarla y… ¿qué habría pasado después?

Aclarándose la garganta, intentó recuperar el sentido común.

– Si queremos convencer a todo el mundo de que estamos prometidos, tendremos que hacerlo bien.

– Pero no tenemos que hacer nada, ¿no? -sonrió ella, abrazando a Bess para calmarla un poco.

«Afortunada Bess», pensó Bram involuntariamente.

¿De dónde había salido eso?

– Sólo tenemos que decir que estamos comprometidos, y ya está.

– Creo recordar que para estar comprometido con alguien hay que hacer algo más -contestó él, recordando brevemente su compromiso con Melissa. Le parecía como si eso hubiera ocurrido en otra vida-. Tendré que ir a ver a tus padres para hacerlo oficial.

– Sí, es verdad -murmuró Sophie-. Y la verdad es que no me hace mucha gracia.

– ¿Has hablado con tu madre?

– No -contestó ella-. Antes quería hablar contigo.

He tenido el móvil apagado todo el día, por si acaso. ¿Te ha llamado a ti?

– No lo sé. He dejado puesto el contestador. Y he estado trabajando en el establo todo el día, por si acaso. No es que la tema ni nada, pero…

– ¡No, seguro! -rió Sophie, imaginando a Bram escondido en el establo por miedo a Harriet Beckwith.

– Es que pensé que sería mejor que hablásemos con ella los dos juntos -dijo Bram, poniéndose digno-. ¿Tú qué crees que dirá?

– Seguro que me criticará por ir con esta pinta -suspiró Sophie-. Pero se pondrá muy contenta, seguro. Por fin podrá mirar a Maggie Jackson a los ojos. Lo que me preocupa es que empiece a hacer muchas preguntas. Ya sabes cómo es. Seguro que nos pilla en alguna mentira.

– Tendremos que decirle lo que tú le dijiste a Melissa. Que, de pronto, nos dimos cuenta de que estábamos enamorados -suspiró Bram, pensativo-. Por teléfono habría sido más fácil. Lo difícil será hacerlo creíble cuando estemos juntos.

– ¿Por qué?

– Porque siempre nos hemos portado como amigos, no como novios. Los novios se portan de otra manera, se dan la mano, se tocan… ya sabes, esas cosas.

– Bueno, pero sólo tendremos que abrazarnos o darnos un besito de vez en cuando, ¿no? -sugirió Sophie-. Nadie esperará que nos revolquemos sobre la mesa mientras cortan el pavo. Y a mí no me importa darte un abrazo y llamarte «cariño». Tú también puedes hacerlo, ¿verdad?

Una vivida imagen apareció en la mente de Bram al mencionar el revolcón sobre la mesa, y tuvo que sacudir la cabeza, perplejo. No sabía por qué, de repente, pensaba esas cosas. Él nunca había pensado así con Sophie.

– Sí, supongo que sí -murmuró, arrancando el Land Rover-. Bueno, vamos a ver a tus padres para darles la noticia.

– Sí, cuanto antes acabemos con esto, mejor -suspiró ella, poniéndose el cinturón de seguridad.

– ¿Y luego qué? -preguntó Bram-, ¿Tienes que volver a Londres?

– No, ya te he dicho que me han despedido.

– Vaya por Dios.

– Estaba cantado. Han despedido a casi todo el mundo. Y me da igual, pero no creo que pudiese encontrar un trabajo ahora, en estas fecha. El problema es que tampoco creo que pueda soportar a mi madre más de dos días sin asesinarla. La quiero mucho, pero ya sabes que me vuelve loca… y viceversa. Además, Nick y Melissa están todo el día en la granja.

– ¿Por qué no te quedas en mi casa? -sugirió él-. Además de convencer a tus padres de que somos novios, podrías ayudarme en la granja.

Sophie sonrió, encantada.

– ¡Eso sería maravilloso! Así sólo tendría que ir a casa en el cumpleaños de mi padre y el día de Navidad y…

No terminó la frase porque se dio cuenta de que ahí se acababan los planes. ¿Y después qué?

– Es verdad. ¿Y luego qué? -preguntó Bram.

– Bueno, luego tendremos que romper el compromiso -contestó ella-. Siempre podemos culpar a las navidades. Todo el mundo sabe que las fiestas y las reuniones familiares siempre provocan conflictos…

– ¿Y qué vamos a decir, que no nos entendemos?

– Nadie se creería eso -suspiró Sophie-, No, tendremos que decir… no lo sé… que nos hemos dado cuenta de que casarnos sería un error porque sólo somos amigos… algo así.

– Eso es un poquito impreciso.

– Sí, ya, pero seguro que se nos ocurre algo dentro de unos días. Ahora mismo tenemos que pensar en darles la noticia a mis padres y todo lo demás. Luego encontraremos el modo de romper, y tú podrás ponerte a buscar una novia de verdad… y a lo mejor yo encuentro un trabajo aquí. La verdad es que no me apetece nada volver a Londres, y quizá cuando me haya enfrentado a Nick todo será más fácil -suspiró Sophie-. Ya pensaré en eso más tarde. Por ahora, lo importante es convencer a mi madre. Si podemos convencer a Harriet Beckwith, podremos convencer a cualquiera.

Como Sophie había imaginado, la reacción de su madre fue ambigua. Harriet estaba encantada con la idea de la boda, irritada porque no se lo habían contado antes y enfadada porque Sophie había ido a darles la noticia con unos vaqueros rotos y un jersey viejo.

– ¿No podrías haberte puesto una falda? -le espetó-. Una no se compromete todos los días.

– ¡Mamá, hace un frío horrible!

– Yo quiero a Sophie tal como es -intervino Bram, pasándole un brazo por los hombros-. No tiene que arreglarse para mí.

Harriet dejó escapar un suspiro.

– ¡Sólo espero que haga un esfuerzo el día de la boda! En fin, de todas maneras estamos encantados -dijo entonces, dándole un beso a Sophie y otro a su futuro yerno-. Venid, tu padre está en el salón.

Joe Beckwith estaba leyendo frente a la chimenea, pero al verlos se quitó las gafas, dobló el periódico y se levantó del sillón.

– De modo que Melissa estaba diciendo la verdad -sonrió, besando a su hija y estrechando la mano de Bram-. Me alegro mucho, de verdad.

– Gracias, papá.

– Mucho mejor casarte con Bram que con ese chico de Londres que te rompió el corazón el año pasado. Tiene suerte de que no haya podido ponerle las manos encima -suspiró su padre-. Pero tú -dijo entones, clavando un dedo en el pecho de Bram- a ti sé dónde encontrarte, así que será mejor que me la cuides.

– Lo haré -sonrió Bram, a quien siempre le había gustado su «futuro suegro».

– Esta vez es diferente, papá -dijo Sophie, esperando que nunca supiera lo «diferente» que era.

Joe no sabía que el chico de Londres que le había roto el corazón era Nick, y Sophie rezaba para que no se enterase nunca. Su padre no podría soportar que su yerno hubiera roto el corazón de una de sus hijas para hacer feliz a la otra. Y tanto su madre como su padre se llevarían un disgusto al descubrir que les habían ocultado la verdad durante tanto tiempo.

– Eso espero -dijo Joe.

Harriet apareció entonces con una botella de champán en la mano y cuatro elegantes copas de cristal.

– Ha sido una sorpresa maravillosa -dijo, dándole la botella a su marido-. Cuando Melissa me llamó para darme la noticia, no me lo podía creer. ¿Cuándo ha ocurrido?

– El fin de semana pasado -contestó Sophie.

– Pero estuviste aquí el fin de semana pasado y no dijiste nada. Deberías habérmelo dicho, Sophie. Al fin y al cabo, soy tu madre. No entiendo por qué lo has mantenido en secreto.

– Es que todo ocurrió de forma repentina -intervino Bram.

– ¡De forma repentina! Pero si os conocéis de toda vida.

– Ya, pero esto es diferente. Debo admitir que yo estoy enamorado de Sophie desde hace tiempo, pero pensé que ella sólo quería que fuésemos amigos. Y entonces, el fin de semana pasado… en fin, todo cambió. ¿Verdad, Sophie?

Ella sonrió, impresionada por lo convincente que parecía. ¿Quién habría pensado que Bram, el honesto Bram Thoresby, sería tan buen actor?

– No queríamos que fuera un secreto, mamá. Pero es que todo era muy nuevo para nosotros y…-Además, Sophie tenía que volver a Londres. Habíamos pensado daros la noticia este fin de semana, pero Sophie habló por teléfono con Melissa y se le escapó.

– Y, en fin, aquí estamos. Vosotros sois los primeros en saberlo después de Melissa, lo prometo.

Harriet sonrió mientras su marido llenaba las copas.

– En fin, enhorabuena. Nos alegramos muchísimo por los dos.

– Por vosotros -brindó Joe Beckwith.

– Gracias -sonrió Bram.

– Gracias, mamá. Gracias, papá -Sophie sonrió también, un poco incómoda. No le gustaba engañar a sus padres. Y sería horrible cuando tuvieran que decirles que «habían roto».

Harriet y Joe Beckwith se quedaron mirándolos entonces, como si esperasen algo… un beso, debían estar esperando que se besaran, pensó. Tampoco sería tan horrible, un besito en los labios sin más, pero Sophie se sentía como una colegiala.

Cuando se volvió hacia Bram, él la miraba con un brillo burlón en sus ojos azules. Tampoco le haría mucha ilusión besarla, pensó. Pero la tomó por la cintura e inclinó la cabeza para darle un beso en los labios.

Un beso que duró más de lo que ella había previsto. No había imaginado que… en fin, que le gustaría tanto. Era raro besarlo en los labios, pero al mismo tiempo, agradable, estimulante. Muy, muy estimulante.

Y muy turbador, pensó, mirándolo con cara de absoluta sorpresa.

– ¡Voy a buscar mi cámara! -exclamó Harriet, dejando su copa sobre la mesa-. ¡No os mováis!

El beso no podía haber durado más de unos segundos. Bram y su padre estaban charlando y Sophie miraba de uno a otro, un poco mareada. ¿Cómo podían portarse de una forma tan normal? ¿No se daban cuenta de que allí pasaba algo? Sophie tenía la sensación de estar en un universo paralelo, donde todo era familiar y extraño al mismo tiempo.

Bram hablando con su padre como si no pasara nada… ¿cómo podía ser? ¿No había sentido un escalofrío, un algo que meros amigos no deberían sentir cuando se besaban?

– ¡Aquí estoy! -anunció Harriet, cámara en mano-. Necesito una fotografía de los dos para rubricar vuestro compromiso.

Su madre, que siempre se había creído una gran fotógrafa, los hizo posar frente a la chimenea.

– Sólo haré fotografías de la cara. Espera, Sophie, quítate el jersey… es horrible -le ordenó. Naturalmente, la camisa que llevaba debajo estaba arrugada-, ¿Es que nunca planchas la ropa, hija? Bueno, da igual. Es mejor que el jersey. Ahora poneos ahí, con las copas en la mano… así. Pásale el brazo por la cintura, Bram. Así, perfecto. ¡Sonreíd!

Sophie nunca había tenido menos ganas de sonreír. Por primera vez en su vida, notar el brazo de Bram en su cintura, el brazo tan fuerte, tan masculino de Bram, la ponía nerviosa.

– ¡Sophie! -exclamó su madre, exasperada-. ¿Por qué pones esa cara? Acércate un poco más a Bram y sonríe, hija. Ya sé que no te gustan las fotografías, pero hoy es un día especial.

Suspirando, ella hizo lo que le pedía. Se apoyó en el sólido torso de Bram, un torso en el que una podía apoyarse y sentirse segura para siempre.

Eso ya lo sabía, por supuesto, pero por alguna razón aquel día le parecía diferente. El beso la había puesto nerviosa, pensó. Tenía que ser eso.

– Así está mejor. Venga, daos un beso.

– Mamá…

– Venga, Sophie, son las fotografías del compromiso. ¿Es que te da vergüenza?

Bram la miró, intentando disimular una sonrisa.

– A veces es más fácil hacer lo que te piden -dijo en voz baja.

Al menos aquella vez estaría preparada, pensó ella. Pero aunque lo estaba, no pudo evitar estremecerse de nuevo… y fue peor porque, además de un escalofrío, sintió un inexplicable deseo de que el beso no terminase nunca.

Sophie sentía como si no pesara nada, como si ahora estuviera entre un universo y otro, en un sitio extraño donde lo único real era aquel beso. Se olvidó de que estaba en casa de sus padres, se olvidó de que aquél era su amigo Bram y se dejó llevar por el calor de sus labios dejando un escapar un gemido de placer…

– Tu madre sólo quiere una fotografía, no un vídeo de tres horas.

La voz de Joe Beckwith la sacó de aquel momentáneo estado de trance.

– Perdón -murmuró Bram, poniéndose colorado.

– No tienes que disculparte, hombre -rió su padre-. Si te hubieras conformado con un besito me habría preocupado… Pero bueno, ¿qué os pasa? Cualquiera diría que no os habéis besado nunca.

Sophie miró a Bram.

– No seas tonto, papá -dijo, soltando una risita un poco extraña.

Harriet dejó la cámara y tomó su copa de champán mientras los cuatro se sentaban frente a la chimenea.

– Tenemos que organizar una fiesta -anunció.

Sophie sentía como si no tuviera huesos. Sobre todo en la zona de las rodillas. Afortunadamente, se habían sentado antes de que cayera al suelo desmayada.

– ¿Una fiesta?

– Melissa y Nick también querrán celebrar vuestro compromiso, claro. ¿Qué tal la semana que viene?

Sophie hizo un desesperado esfuerzo por sobreponerse. Tenía que olvidar el beso y concentrarse en lo que su madre estaba diciendo. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, una fiesta de compromiso.

– ¿No podemos dejarlo para más tarde, mamá? Tengo que volver a Londres para recoger mis cosas y no sé cuándo podré venir.

– Pero tenemos un millón de cosas que hacer antes de la boda y no hay mucho tiempo antes de Navidad.

Sophie miró a su madre con un horrible presentimiento.

– ¿Qué tiene que ver eso?

Harriet apartó la mirada.

– Me he encontrado con el párroco esta tarde y resulta que el día veinticuatro por la mañana tiene la iglesia libre. Por supuesto, tendríais que ir a hablar con él vosotros mismos, pero le he pedido que no se comprometa con nadie más. Quizá podríais hablar con él mañana para confirmarlo…

– ¿Qué? -exclamó Sophie, tan enfadada que no encontraba palabras-. ¡Tú no tenías por qué hablar con el párroco, mamá! Acabamos de deciros hace cinco minutos que estamos comprometidos y… a lo mejor no queremos casamos por la iglesia.

– Tonterías. Claro que os casaréis por la iglesia -la interrumpió su madre-. Seguro que Molly también lo habría querido así. ¿Verdad, Bram?

Al ver a Sophie tan enfadada, él apretó su mano.

– Mi madre habría querido que nos casáramos por la iglesia, es verdad. Pero sólo han pasado unos meses desde su muerte y, en estas circunstancias, hemos decidido que queremos una boda discreta.

– Exactamente -asintió Sophie. Sí, a Bram se le daba mucho mejor manejar a su madre-. Y queremos organizaría nosotros mismos.

– Bueno, hija, si insistes… -Harriet puso cara de pena-. Pero ya sabes que tú no eres la persona más organizada del mundo y yo sólo quería ayudar. En fin, si no quieres que tenga nada que ver con tu boda… yo lo decía porque me hace tanta ilusión…

Horror. Su madre haciéndose la mártir era lo peor que podía pasar.

– Sólo decía, si me permites que te dé un consejo, que lo mejor es no dejarlo todo para el último momento. Se tarda mucho tiempo en organizar una boda.

– Lo sé, mamá. Pero acabamos de comprometernos. No hay ninguna razón para ponerse a organizar nada todavía.

– Y tampoco hay razón para no hacerlo -intervino su padre, de forma inesperada-. No es que acabéis de conoceros, precisamente. No me hizo mucha gracia que Melissa se casara cuando apenas conocía a Nick, pero con vosotros es diferente.

– Y una boda en Navidad es tan bonita -siguió Harriet, animada por el apoyo de su marido-. Piensa en lo romántica que sería, hija. La iglesia está preciosa en Navidad, con todas las luces y las flores de Pascua. Y sería maravilloso combinar la boda con el setenta cumpleaños de tu padre. ¿Verdad, Joe?

– Si eso es lo que quiere Sophie…

Sin saber qué decir, Sophie se volvió hacia Bram.

– Pues…

– La verdad es que suena bien -dijo él-, ¿Podemos pensárnoslo, Harriet?

– No lo penséis mucho. Sólo quedan seis semanas para Navidad y habrá que pensar en las invitaciones, en la ceremonia, el banquete, las flores… ah, y el vestido de novia. Se pueden tardar siglos en encontrar el vestido que una quiere -contestó su madre, mirando el reloj-. Ah, voy a ver cómo van las patatas. Os quedaréis a cenar, ¿no? Así podremos seguir haciendo planes.

– Es muy amable por tu parte, Harriet -dijo Bram, levantándose. Sophie estaba a su lado, aterrorizada-. Pero tenemos que volver a la granja.

– Bueno, en fin… si tenéis que iros.

Afortunadamente, sus padres parecían dar por sentado que Sophie iba a alojarse en casa de Bram.

– Supongo que tendréis que hablar de muchas cosas ^decía Harriet, mientras los acompaña a la puerta-. Mañana hablaremos. Ah, y voy a llamar a Melissa para ver cuándo podemos cenar todos juntos. Llamadme en cuanto hayáis decidido una fecha para la boda -siguió, mientras Sophie se ponía el abrigo y la bufanda-. Si queréis una boda sencilla, podríamos celebrar el banquete aquí mismo. Pero conozco una floristería en York que es una maravilla…

Sin dejar de hablar, los acompañó hasta el Land Rover, donde Bess los esperaba, impaciente.

Sophie dejó caer la cabeza y suspiró mientras se alejaban por el camino.

– Lo siento. Ya sabes cómo es mi madre.

– Podría haber sido peor.

– ¿Cómo?

– Podría haber aparecido con el certificado de matrimonio en la mano -contestó Bram.

Sophie levantó los ojos al cielo.

– Ay, por favor. Seguro que ahora se está lamentado por no haberlo pensado -dijo, riendo.

– Seguro que se habría presentado con Maggie Jackson.

– ¿Y el vestido? No me habría dejado casarme en vaqueros.

– Te habría puesto el vestido de Melissa.

– ¡SÍ no tuviera tres tallas más que ella, seguro!

Era asombroso cómo la risa aliviaba la tensión. Afortunadamente.

– En serio, Bram, no sabes cómo lamento todo esto. Espero que no te importe que duerma en tu casa, pero no habría podido soportar quedarme con mis padres esta noche… haciendo planes para la boda. Lo que me ha sorprendido es que les pareciera tan natural que me quedase en tu casa.

– Yo me alegro de que hayan creído lo del compromiso. Pensé que sospecharían algo.

Sus padres los habían visto besándose y, naturalmente, los habían creído una pareja enamorada porque eso era lo que querían creer. Pero sería mejor no pensar en el beso, se dijo Sophie. Ese beso tan extraño que la había hecho suspirar… Era tan agradable que Bram la tomase por la cintura, sentir el peso de su mano en la espalda, el calor de sus labios… tan perdida estaba en la evocación que dejó escapar un gemido.

– ¿Pasa algo?

– ¿En? No, nada, no me pasa nada.

Bram no volvió a preguntar hasta que llegaron a la granja. Una vez en la cocina, sacó una botella de vino y buscó algo de comer en la nevera.

– ¿Sabes una cosa? Estás un poco rara. ¿Te ocurre algo?

– No, qué va -contestó Sophie, deseando poder apartar de sí el recuerdo de aquel beso. Pero no podía. Todo lo contrario. Mientras Bram estaba mirando en la nevera, se fijó en su espalda, en sus fuertes manos mientras abría la botella de vino, en su pausada forma de moverse por la cocina.

– Te veo muy preocupada -insistió él.

– Estaba pensando que hemos sido demasiado convincentes. Es como si no pudiéramos pisar el freno… la conversación que tuvimos el otro día se ha convertido en una pesadilla de cenas, bodas, iglesias, vestidos de novia… Ya sabes cómo es mi madre. Como empiece a organizar la boda, será imposible pararla. ¡Si no tenemos cuidado acabará casándonos, Bram!

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