AL DÍA siguiente seguía nevando. Bram andaba de un sitio a otro, atendiendo a los animales y reparando las cercas que se habían caído con la tormenta.
Y Nick decidió quedarse en la cama. Sophie se pasó el día subiéndole tazas de café, té, bocadillos…
– Eres un ángel. Pero me siento un poco solo.
– Yo tengo cosas que hacer, lo siento.
– Vamos… siéntate un ratito conmigo -sonrió Nick.
– De verdad, no puedo…
– ¿Estás nerviosa, Sophie?
– ¡No! ¿Por qué iba estar nerviosa?
– No deberías estarlo. No voy a hacerte nada. Yo nunca te haría daño.
«No, tú nunca me harías daño», pensó ella. «Sólo me rompiste el corazón».
– Has perdido el fuego, Sophie -dijo Nick entonces-. Antes eras tan apasionada…
– Nick, por favor…
– Melissa es preciosa, como un sueño, pero sigo pensando en ti. Estoy enamorado de Melissa, por supuesto, pero ella no es como tú. Le falta pasión. Cuando te vi la otra noche, con aquel vestido, y ayer, en la nieve… tenías los ojos brillantes y no pude dejar de recordar los buenos tiempos. Tú también piensas en ello, ¿verdad? -sonrió Nick, tomando su mano.
– Estás casado con mi hermana -le recordó ella, intentado apartarse. Pero Nick la sujetó con fuerza.
– Pero piensas en mí, lo sé. Ésta es tu habitación, ¿verdad? De modo que Bram y tú no dormís juntos. Y sé que es porque sigues sintiendo algo por mí, no lo niegues. Te entiendo, Sophie.
– No, tú no entiendes nada -suspiró ella.
– ¿Interrumpo? -Bram acababa de entrar en la habitación, y Nick soltó su mano.
¿Cuánto tiempo habría estado ahí?, se preguntó Sophie.
– No, qué va.
– No hacíamos nada. Absolutamente nada -suspiró Nick con una sonrisa en los labios.
Bram tuvo que hacer un esfuerzo para no borrarle la sonrisa de un puñetazo.
– He subido para ver si querías algo de la cocina.
– Muy amable, pero Sophie me atiende muy bien.
Sophie miró a Bram, pero él apartó la mirada.
Al día siguiente salió el sol y con él las palas quitanieves. Bram pudo sacar el tractor, y estaba limpiando el camino que llevaba a la carretera cuando Melissa apareció en un cuatro por cuatro para llevar a Nick al hospital.
– No quiero ir al hospital. Sólo me duele un poco la rodilla -protestó su marido.
Melissa tardó siglos en convencerlo para que subiera al coche, pero cuando por fin lo consiguió volvió a entrar en casa para despedirse de Sophie y de Bram y para darles las gracias de nuevo.
– Te dije que lo encontraríamos, ¿no? -sonrió él, abrazándola.
– Sí, es verdad. Eso es lo bueno de ti, que siempre cumples tu palabra.
Bram había dicho que amaría a Melissa para siempre, pensó Sophie. ¿Iba a decir eso ahora?
Iba a pasar otra vez. Sophie quería mucho a su hermana y sabía que Melissa nunca le haría daño a propósito, pero otra vez iba a robarle al amor de su vida. No era culpa suya que los dos únicos hombres a los que había amado se quedasen prendados de ella, pero…
– Gracias por todo, Sophie. Nick me ha dicho que fuiste una heroína.
– Yo no, Bess. Bess fue la heroína de la noche.
– Bess no ha estado cuidando de él todos los días desde que lo trajisteis aquí. Os lo agradezco muchísimo. Bueno, me voy, nos vemos esta noche.
– ¿Esta noche?
– Es el cumpleaños de papá.
– ¡Ah, es verdad!
– Y te casas mañana. No habrás olvidado eso también, ¿no?
– No, claro que no -contestó Sophie. Aunque, en realidad, desde la tormenta había perdido la noción del tiempo. Era un poco como el jet lag, que uno no sabía dónde estaba.
– Contigo nunca se sabe, Sophie. Vives en tu propio mundo. Pero mamá espera que duermas en casa esta noche.
– ¿Por qué?
– Ya sabes que es la tradición. Tienes que vestirte en casa de mamá para ir a la iglesia, así que lo mejor es que duermas allí esta noche -contestó Melissa-. El novio y la novia no pueden dormir juntos un día antes de la boda.
Sophie estuvo muy callada mientras se arreglaba para el cumpleaños de su padre. Al día siguiente iba a casarse con Bram. Iba a casarse con el hombre del que estaba enamorada. Debería ser feliz, debería estar loca de alegría. Pero era imposible relajarse y disfrutar cuando no sabía lo que sentía Bram.
Y nunca parecía haber una oportunidad para hablar tranquilamente. Nick se había ido, pero Sophie no quería forzar el tema.
Cuando llegaron a casa de sus padres, Harriet estaba en su elemento. Le encantaba tener allí a todo el mundo y Sophie se emocionó al ver que se había esforzado tanto para que todo fuese especial aquel día. No podía haber dos personas de carácter más diferente, pero sus padres se entendían perfectamente y su matrimonio era sólido como una roca.
Sophie sonreía, intentando no pensar que Bram y Melissa estaban todo el tiempo juntos. No hacían nada inapropiado. Por supuesto, pero verlos juntos hacía que se le encogiera el corazón. Nick estaba particularmente antipático y Melissa casi histérica cuando llegaron, pero se calmó en cuanto vio a Bram.
No debería sentir celos, se dijo. Melissa siempre despertaba un sentimiento protector en los demás. Pero eso no significaba que Bram siguiera enamorado de ella.
Sophie quería pensar eso. Necesitaba pensar eso sabiendo que, al día siguiente, iba a casarse con él.
– Estás muy callada, hija -sonrió su padre-. ¿Va todo bien?
– Sí, claro que sí -contestó ella-. Es que con la tormenta y el accidente de Nick… la pobre mamá ha tenido que encargarse de todos los preparativos de la boda.
– No te preocupes por eso, ya sabes que a ella le encanta.
– Ya, pero la pobre estará agotada.
Su padre la miró entonces, muy serio.
– A veces creo que no te prestamos suficiente atención cuando eras una niña. Melissa nunca ha sido una chica fuerte y había que estar pendiente de ella y… me temo que a ti, que siempre has sido tan independiente, dejamos de prestarte atención demasiado pronto. Tú siempre has sabido cuidar de ti misma, incluso de pequeña. Pero quizá hemos protegido demasiado a Melissa.
– Bueno, ahora quien cuida de ella es Nick.
– Sí, ya -su padre no parecía muy convencido-. Me alegro mucho de que vayas a casarte con Bram, hija. Ahora tendrás a alguien que cuide ti, para variar.
Sophie sonrió, pero tenía el corazón encogido. No necesitaba que Bram cuidase de ella, lo que necesitaba era que la amase. Pero viéndolo con Melissa esa noche, estaba segura de que iba a perderlo.
– Estoy bien, papá, de verdad. Además, no sé qué hacemos hablando de mí, hoy es tu día.
– Sí y significa mucho para mí que estéis todos aquí. Lo único que tu madre y yo queremos es que seáis felices.
– Lo sé, papá.
– ¿Eres feliz, hija?
– Sí -contestó Sophie.
– ¿De verdad lo eres?
– Sí, de verdad. Me caso mañana. No podría ser más feliz.
Aquélla era la fiesta de su padre y no pensaba estropeársela contándole la verdad.
Para convencerlo, Sophie se mostró más alegre que nunca. Bram la ayudó, haciendo bromas y participando de la conversación. Pero Melissa tenía los ojos inusualmente brillantes, tanto que Sophie empezó a preocuparse.
– Bueno, voy a hacer un café -dijo su hermana después de la cena-. No, mamá, tú no te muevas de ahí.
– Yo te echaré una mano -se ofreció Bram.
– ¿Qué haría yo sin ti? -rió Melissa.
Hubo un corto silencio mientras los dos se levantaban de la mesa. Nick tenía el ceño fruncido y parecía a punto de decir alguna insensatez de las suyas, pero Sophie se adelantó, preguntándole a su madre algo sobre el banquete.
Como había imaginado, Harriet se lo explicó todo con detalle, pero al final, hasta su madre se dio cuenta de que Bram y Melissa no habían vuelto de la cocina.
– ¿Qué estarán haciendo? Espero que no se hayan puesto a lavar los platos.
Sophie se levantó.
– Voy a ver si necesitan que les eche una mano.
En la cocina no había nadie, pero oyó voces en la despensa. Sin pensar, Sophie fue hacia allí… y se detuvo de golpe al ver que Bram estaba abrazando a su hermana.
Estaban de espaldas y ninguno de los dos se percató de su presencia.
– No es demasiado tarde -decía Bram-, Dile que has cambiado de opinión.
– No puedo hacer eso…
– Si quieres, puedes hacerlo. Nunca es demasiado tarde para admitir que has cometido un error.
Sophie se volvió porque no quería oír nada más, y los llamó desde la puerta de la cocina, como si acabase de llegar. Se le estaba partiendo el corazón, pero no podía hacer otra cosa.
– ¿Qué pasa con ese café?
Bram apareció enseguida. Y si no hubiera escuchado la conversación habría pensado que parecía… aliviado.
– Ya está hecho. Estábamos metiéndolo todo en el lavavajillas.
– Siento que hayamos tardado tanto -se disculpó Melissa. Era evidente que había estado llorando pero, como siempre, eso la hacía aún más guapa. Cuando ella lloraba, se le hinchaban los ojos y se ponía horrible.
Evitando la mirada de Bram, Sophie tomó la cafetera y volvió al salón.
– Esta noche te quedas a dormir aquí -le recordó Harriet-. Ya sabes que la novia no debe ver al novio antes de la boda.
De modo que Sophie tuvo que despedirse de Bram delante de todo el mundo. Él pareció vacilar un momento y luego le dio un rápido beso en los labios.
– No llegues tarde a la iglesia -fue lo único que dijo.
Le resultó extraño estar de vuelta en su antigua habitación, con el vestido de novia colgando en la puerta. Y no pudo dormir. Pensaba en el acuerdo al que habían llegado… Su matrimonio sería el de dos amigos, y los dos aceptaban que nunca podrían tener lo que querían de verdad.
¿Qué había de malo en eso?
El problema era que ella había cambiado. El problema era que ella amaba a Bram… pero Bram seguía enamorado de su hermana.
Sophie estuvo dando vueltas en la cama durante toda la noche. ¿Qué debía hacer? Por la conversación que había escuchado, Melissa parecía estar diciendo que iba a separarse de Nick. Si existía alguna posibilidad de que su hermana fuera feliz… ¿podía ella ponerse en su camino?
Por la mañana, Sophie estaba pálida y tenía ojeras. Consiguió ponerse el vestido, pero el brillo de la seda color marfil le daba un aspecto aún más apagado y, cuando se miró al espejo, el hermoso reflejo de su hermana hacía que el contraste fuese horriblemente cruel.
Melissa parecía muy tranquila y la ayudó a vestirse y a peinarse con todo cariño. Sophie se quedó sorprendida. No podía estar tan cariñosa si iba a casarse con el hombre del que ella estaba enamorada…
Entonces pensó en el esfuerzo que ella misma había hecho el día que Melissa se casó. Quizá su hermana estaba pasando por lo mismo.
– ¿Tú crees que hago bien, Mel?
– ¿Casándote con Bram? Claro que sí. Sois tan buenos amigos y os conocéis tan bien… ¿Cómo no vas a hacer bien?
– Pero la amistad no es suficiente.
– Yo creo que importa mucho más de lo que tú crees, Sophie -suspiró su hermana-. Tú conoces bien a Bram, sabes cómo es… es imposible que te desengañe, que te lleves una desilusión. Además, Bram es un hombre maravilloso. Realmente maravilloso.
Sophie creyó detectar una nota de dolor en la voz de su hermana. Estaba haciendo un esfuerzo, sí. Como lo hizo ella el día de su boda. Era increíble que aquello volviera a pasar, pero estaba pasando. Por una jugarreta del destino, Melissa iba a dejar a Nick porque estaba enamorada de Bram. Y Bram estaba enamorado de ella.
Pero ninguno de los dos se atrevía a decírselo porque sabían lo que había sufrido por la deserción de Nick.
Melissa salió de la habitación para ir a buscar su bolsa de cosméticos, y Sophie se miró en el espejo, pensativa. Aquello era una farsa, una ridicula farsa. ¿Cómo iba a casarse con un hombre que estaba enamorado de su hermana? No podía hacerle eso a Bram y no podía hacérselo a sí misma.
Y si quería hablar con él antes de la boda, tendría que hacerlo de inmediato.
Sophie se levantó y corrió escaleras abajo con los pies descalzos. Podía oír a Melissa hablando con su madre en la cocina, pero no había nadie alrededor para hacerle preguntas, de modo que se puso lo primero que encontró a mano… unas botas de agua, y buscó las llaves del coche de su padre.
– ¿Qué pasa, cariño? -preguntó Joe Beckwith con el periódico en la mano.
– Papa, ¿dónde tienes las llaves del coche?
– Ahí están, en la mesa. ¿Dónde vas?
– Tengo que ver a Bram -contestó Sophie-¿Puedo llevarme tu coche?
– Sí, claro -Joe no se molestó en discutir-. No, espera. Te llevaré yo mismo. No quiero que conduzcas en ese estado.
– Gracias, papá. ¿Podemos irnos ahora mismo?
– Cuando tú me digas.
Diez minutos después estaban en Haw Gilí. Joe se volvió hacia su hija, preocupado.
– ¿Quieres que te espere aquí?
– No, será mejor que vuelvas a casa para tranquilizar a mamá. Ahora mismo la pobre debe de estar de los nervios. Dile que no se preocupe, que todo va bien. Es que… tengo que hacer algo antes de casarme. Y gracias, papá…
– De nada, cariño.
Sophie corrió por la nieve para entrar en casa, y cuando abrió la puerta, Bram se volvió, atónito.
– ¡Sophie! ¿Qué haces aquí?
– He venido a hablar contigo.
– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
– Tengo… tengo que estar segura de esto. Quiero saber si has cambiado de opinión.
– ¿Por qué iba a cambiar de opinión? -peguntó él.
– Por Melissa.
– ¿Por Melissa? ¿Qué te ha dicho tu hermana?
– No me ha dicho nada. No tenía que hacerlo, anoche os vi… en la despensa.
Bram abrió la boca para decir algo, pero luego pareció pensárselo mejor.
– ¿Qué es lo que viste, Sophie?
– Os vi abrazados y te oí decirle a mi hermana que no era tarde para tomar una decisión si había cometido un error. Y yo quiero que seas feliz, Bram.
– ¿Lo dices de verdad, Sophie?
– Sí -contestó ella, intentando controlar las lágrimas-. No quiero casarme contigo si no vas a ser feliz.
– ¿Mi felicidad te importa tanto?
– Tu felicidad me importa tanto como la mía, Bram. Y quiero que seas sincero conmigo.
Él pareció pensárselo un momento.
– Muy bien, entonces lo seré. Sólo hay una cosa que me haría feliz en la vida, Sophie -dijo por fin-. Casarme contigo.
– ¿Qué?
– Tú eres todo lo que quiero en la vida. Pero necesito que tú me quieras como yo a ti.
– ¿Me quieres? -murmuró ella.
– Me temo que sí -sonrió Bram-. Pensé que te quería como amiga, pero… no es verdad. Te amo. Sophie. Y ser tu amigo no es suficiente para mí.
Sophie tuvo que apoyarse en la mesa porque le temblaban las piernas.
– Yo quiero lo mismo, Bram. Yo también te quiero.
– ¿De verdad? ¿De verdad me quieres? -preguntó él, apretando su mano.
– Oh, Bram… estaba tan confusa. Pensé que querías estar con Melissa y… Pero yo te quiero. Te quiero de verdad. Pensaba decírtelo la otra noche, pero tú me habías hecho la cama en la habitación de tu madre… y no me atreví. Y luego te vi con mi hermana y pensé que le estabas diciendo que dejase a Nick para irse contigo.
Bram la abrazó.
– Melissa no quiere dejar a Nick, cariño.
– Entonces, ¿por qué parece tan infeliz?
– Porque Nick no es un hombre que pueda vivir atado a nadie y, según tu hermana, cada vez que salen se pone a tontear con alguien. Supongo que está intentado demostrarse a sí mismo que sigue siendo joven… Nick es una persona muy inmadura en ese aspecto. Y Melissa lo pasa fatal. Yo sólo intentaba convencerla de que hablase con él o le advirtiera que ese comportamiento es intolerable, pero teme que Nick la deje si le dice algo.
– ¿Era de eso de lo que estabais hablando?
– Sí-sonrió Bram.
– ¿Y por qué a mí no me ha dicho nada?
– Después de lo que pasó con Nick, le daba vergüenza contarte sus problemas.
– ¿Sigues enamorado de ella, Bram? -preguntó Sophie entonces.
– No, cariño. Estoy enamorado de ti. Creo que nunca quise a tu hermana de verdad. Estaba encandilado de su belleza, de su fragilidad… una tontería de los hombres. Pero te quiero a ti, quiero ser tu marido, tu amante, tu amigo para siempre. ¿Y tú, sientes algo por Nick?
– No -contestó Sophie-, Cuando le vi en la cena me di cuenta de que no sentía absolutamente nada por él. Pero Nick hacía bromitas todo el tiempo, dando a entender que sólo estaba contigo porque no podía tenerle a él… por eso te besé, para demostrarle que no era verdad. Y cuando estaba besándote… Bram, no veía nada más. Sólo te veía a ti -le confesó-. Sólo quería besarte a ti, sólo me importabas tú.
Bram la abrazó con todas su fuerzas.
– Amor mío…
– No puedo creer que hayamos perdido tanto tiempo. Todos estos años, Bram… Tú eres lo único que me importa.
– Cariño mío…
Se besaron, como no se había besado nunca, a solas, mezclando las risas con las lágrimas, los besos con las caricias… arrugando el vestido de novia sin darse cuenta.
– Bram…
– ¿Sí?
– ¿Recuerdas que me dijiste que cuando estuviera preparada para mantener una relación de verdad te lo dijera?
– Sí, claro que me acuerdo.
– ¿Puedo colar eso en medio de esta conversación? -sonrió Sophie.
Bram soltó una carcajada.
– Me parece que antes tenemos que pasar por la iglesia.
– ¡La boda! -exclamó Sophie entonces-. ¡Mi madre me va a matar! ¿Qué haces sin vestir? ¡Sube ahora mismo a vestirte! Ponte lo que sea…
– No te preocupes, aún tenemos veinticinco minutos. Me da tiempo.
Sus padres estaban esperando en la puerta de la iglesia cuando aparecieron en el Land Rover. Joe sonrió, aliviado, al verlos, pero Harriet estaba de los nervios.
– Aquí está el ramo, hija. ¡Ay, Dios mío, mira cómo llevas el pelo! ¿Alguien tiene un cepillo…? ¿Qué es eso que llevas en los pies? ¿Unas botas de agua? ¿Has venido a tu boda con unas botas de agua?
– Es que lo es lo primero que encontré -intentó explicarle Sophie, contrita, aunque le dio la risa al ver las botas manchadas de barro asomando por debajo del elegante vestido de seda.
– ¡Ay, Dios mío, alguien tiene que ir a casa a buscar tus zapatos! -exclamó Harriet.
– No, ya es demasiado tarde. Iré así.
– ¡Ninguna hija mía va a casarse con unas botas de agua! -gritó su madre, escandalizada.
– Entonces, me las quitaré -dijo Sophie tranquilamente-. Me casaré descalza -sonrió, tomando el brazo de su padre-. Ya estoy lista, papá.
Bram estaba esperándola frente al altar, y su expresión le dijo todo lo que tenía que saber. Con el corazón aleteando de felicidad, Sophie se colocó a su lado. ¿Qué más podía pedir por Navidad? Bram era todo lo que necesitaba.
Su mejor amigo. Su amante.
Su marido.