BRAM estaba descargando balas de paja cuando Sophie lo encontró. Era un asunto delicado levantar cada bala de la parte trasera del camión y se quedó mirándolo un rato mientras las colocaba frente al establo, maravillándose afectuosamente de lo pausada y metódicamente que hacía las cosas.
Después lo vio subir al tractor y esperó. Había algo casi artístico en el movimiento del tractor, hacia delante y hacia atrás, como un extraño y pastoral ballet, y Sophie sintió que la invadía una extraña paz. Levantó el brazo para llamar su atención y él se detuvo al verla, arrebujada en la chaqueta, el viento moviendo los rizos alrededor de su cara.
– ¡Hola! -Bram saltó del tractor y se dirigió hacia ella seguido de la fiel Bess, que corrió para saludar a Sophie saltando de alegría y aullando de una manera muy poco usual en un perro pastor cuando Sophie se inclinó para acariciarlo-. No te esperaba.
– Se me ocurrió venir en el último momento -dijo ella.
Había decidido volver a casa cuando su madre le contó que Melissa y Nick estaban de vacaciones. Aunque ahora desearía no haberlo hecho.
– ¿Vas a quedarte mucho tiempo?
– No, sólo he venido a pasar el fin de semana.
– Pues me alegro de verte -Bram la envolvió en un abrazo-. Ha pasado mucho tiempo.
Los abrazos de Bram eran increíblemente consoladores. De hecho, deberían embotellarlos y venderlos en grandes almacenes para las almas solitarias, siempre había pensado Sophie. Cuando Bram te envolvía entre sus fuertes brazos, una se sentía protegida, segura. No tenía que decir una palabra. Una se apoyaba en su pecho, oyendo los fuertes y pausados latidos de su corazón y, de alguna forma, empezaba a pensar que todo iba a salir bien.
– Yo también me alegro mucho de verte -sonrió Sophie, mirando a su mejor amigo.
Por acuerdo tácito, se acercaron a la valla desde la que podía verse todo el valle. Tenía la altura perfecta para apoyar los brazos y, en el pasado, habían mantenido muchas charlas apoyados en ella.
– ¿Cómo va todo? -preguntó Bram. La contestación de Sophie fue una mueca-. ¿Pasa algo?
– Bueno… pasa de todo -suspiró ella.
Sin preocuparse del musgo, Sophie apoyó los brazos sobre la valla y miró hacia el valle, pensativa. Era de un color marrón muy triste en aquella tarde de noviembre, pero al menos allí se podía respirar. Pensó entonces en el pequeño apartamento que compartía en Londres, donde la única vista eran los patios de cemento o la calle, siempre llena de coches.
Entonces respiró profundamente. Olía a brezo, a ovejas y al humo de la leña que se quemaba en el pueblo, acurrucado en aquel valle del norte de Yorkshire, y poco a poco y sin darse cuenta, Sophie empezó a relajarse.
Siempre le pasaba lo mismo en la granja Haw Gilí. Había algo especial en el aire. Llegaba nerviosa, angustiada, desesperada a veces, pero en cuanto respiraba profundamente el aire fresco, las cosas no le parecían tan horribles.
– Lo de siempre, ¿no? -sonrió Bram. Y Sophie tuvo que sonreír.
A Bram nada le sorprendía, nada lo enfadaba. Resultaba asombroso que hubieran sido amigos durante tantos años siendo tan diferentes. Ella era caótica y turbulenta; él, un hombre pausado, de pocas palabras. Bram era reflexivo y considerado, mientras ella era dada a la exageración y los dramatismos. A veces él la volvía loca con su serenidad, pero Sophie no conocía a nadie más honesto ni más maduro. Bram era su roca, su amigo más antiguo, y siempre la hacía sentir mejor.
– No me hagas reír. Se supone que aún no debo sentirme mejor… por lo menos tengo que llorar un poco y contarte qué me pasa.
– Es decir, lo de siempre -sonrió Bram.
– Te ríes de mí, pero en este momento todo me va fatal -suspiró Sophie. El viento lanzaba los rizos sobre su cara y Bram la vio apartárselos con una mano. El pelo de Sophie, siempre había pensado, era un poco como su personalidad: salvaje y algo indómito. O uno podía decir, como hacía su madre, que era descontrolado y anárquico.
Mucha gente sólo veía esa parte y no la suavidad o lo inusual del color. A primera vista, el pelo parecía de un castaño oscuro normal y corriente, pero si uno lo miraba de cerca veía mechas doradas y cobrizas cuando le daba el sol.
La personalidad de Sophie estaba reflejada en su cara: interesante, más que guapa, con los ojos brillantes, de un color entre verde y gris. Bram siempre pensaba en un río, cuyos colores cambiaban dependiendo de la luz y de la estación. Tenía una boca alegre y una barbilla que revelaba lo obstinado de su carácter… lo que la había llevado a pelearse continuamente con su convencional madre desde que era pequeña.
– Soy un fracaso en todo -suspiró Sophie entonces, sin percatarse de su escrutinio-. Tengo treinta y un años -empezó a decir, contando los problemas con los dedos-. Vivo en un apartamento alquilado que no me gusta nada y estoy a punto de perder mi trabajo… así que ahora ni siquiera podré pagar ese apartamento que no me gusta nada. He perdido al amor de mi vida y mis ambiciones de tener una brillante carrera como artista se han ido por la ventana ya que la única galería a la que pude convencer para que expusieran mis cerámicas ha cerrado -Sophie suspiró de nuevo-. ¡Y ahora me están chantajeando!
Bram levantó una ceja.
– Eso no suena bien.
– ¿No suena bien? -repitió ella, mirándolo con una mezcla de resentimiento y afecto. Con sus pantalones sucios, sus botas llenas de barro y su jersey roto, Bram parecía exactamente lo que era: un campesino, un granjero de cuerpo poderoso debido al trabajo físico y un rostro normal y corriente-. ¿Eso es lo único que vas a decir?
– ¿Qué quieres que diga? -se encogió él de hombros, mirándola con un brillo burlón en sus ojos azules.
– Podrías poner cara de susto, por lo menos. ¡De verdad, cualquiera pensaría que el chantaje es una cosa que ocurre todos los días en el valle de North Yorkshire! Al menos podrías decir: «Qué horror, pobre Sophie». Pero no… «Eso no suena bien».
– Lo siento -se disculpó humildemente Bram-. Es que había pensado que eran cosas de tu madre otra vez.
Estaba en lo cierto, naturalmente. Sophie dejó escapar un largo suspiro.
– ¿Cómo lo has adivinado? -preguntó, irónica.
No era difícil. Harriet Beckwith llevaba chantajeándola emocionalmente toda la vida. De hecho, había convertido el chantaje emocional en un arte.
– ¿Qué quiere ahora?
– Quiere que venga a casa por Navidad -contestó Sophie, moviendo los hombros contra el frío-. Lo tiene todo planeado. Vamos a pasar unas felices navidades todos juntos.
– Ah -Bram entendió el problema de inmediato-. ¿Y Melissa…?
– Estará allí-Sophie terminó la frase por él-. Con Nick, claro.
Intentaba que su voz sonase normal, pero Bram se percató de cuánto le costaba pronunciar el nombre de su cuñado.
– ¿No puedes decirle que vas a pasar las navidades con tus amigos, como el año pasado? Dile que te vas a esquiar o algo así.
– Lo haría si pudiera, pero no tengo un céntimo -dijo Sophie entonces-. Podría mentirle, pero entonces tendría que pasarme todas las navidades escondida en mi apartamento, sin contestar al teléfono, comiendo latas de sardinas y viendo la tele antes de estrangularme con el espumillón.
– Eso no suena muy divertido -sonrió Bram.
– No -asintió ella con un suspiro-. Además, no valdría de nada. Mi madre lo tiene todo planeado. Me ha recordado que mi padre cumple setenta años el día veintitrés de diciembre y quiere hacerle una fiesta.
– ¿De ahí el chantaje emocional?
– Eso es -Sophie imitó la voz de su madre: «Hace tanto tiempo que no estamos todos juntos. Ya no te vemos nunca. A tu padre le haría tanta ilusión». Sus expresivos ojos verdes se oscurecieron-. Según ella, mi padre no se encuentra bien últimamente. Él me ha dicho que estaba perfectamente, pero ya sabes cómo es mi padre. Diría eso aunque estuviera ahorcado, ahogado y descuartizado. Aunque seguro que mi madre está exagerando por un resfriado o algo parecido. Incluso insinuó que la granja empezaba a ser demasiado para ellos y que estaban pensando en venderla, de modo que éstas podrían ser las últimas navidades que pasáramos en la granja Glebe -Sophie volvió a suspirar, desahogándose-. Pero no lo dijo delante de mi padre, claro. Él siempre ha dicho que saldrá de la granja con los pies por delante.
Así era Joe Beckwith. Bram la entendía. Además, Sophie siempre había sentido un cariño especial por su padre.
– Ya veo -murmuró.
– Me siento fatal por dudar -le confesó ella entonces-. MÍ padre no es precisamente un sentimental y nunca le han importado demasiado los cumpleaños y esas cosas, pero creo que esta vez es diferente. Tengo que estar allí.
Bram se quedó pensativo un momento.
– ¿Podrías venir para su cumpleaños y luego marcharte? De ese modo sólo tendrías que ver a Melissa y a Nick durante una noche.
– ¡Se lo dije a mi madre y ahí fue donde empezó con el chantaje! Dice que si voy a salir corriendo, cancelará la fiesta de cumpleaños. Según ella, no es mucho pedir que pasemos juntos el cumpleaños de mi padre y lo que podrían ser nuestras últimas navidades en la granja. ¿Cómo voy a disfrutar de las fiestas sabiendo que he sido una egoísta y que le he hecho daño a mis padres? En fin, te puedes imaginar el lío que tengo en la cabeza.
Bram podía, desde luego. Conocía a Harriet Beckwith de toda la vida y si había decidido reunir a toda la familia por Navidad, toda la familia se reuniría por Navidad. La pobre Sophie no tenía nada que hacer.
– ¿Y tan horrible sería? -le preguntó.
– No, no, probablemente no. Seguramente estoy exagerando, como siempre. Pero es que…
– No quieres ver a Nick -terminó Bram la frase por ella.
Sophie asintió, mordiéndose los labios.
– Debería haberlo olvidado. Eso es lo que dice todo el mundo. Es hora de seguir adelante, de olvidarme de Nick de una vez por todas.
– Hace falta tiempo -le aseguró Bram-. Tu prometido te dejó por tu hermana. Eso no es algo que uno pueda olvidar fácilmente.
Desde luego, él nunca olvidaría su cara cuando le habló de Nick por primera vez. Loca de felicidad, Sophie estaba demasiado emocionada como para quedarse quieta.
Levantando los brazos al cielo, empezó a dar vueltas, riendo, irradiando alegría…
– ¡Soy tan feliz! -gritaba, como una niña. Y Bram había mirado a su amiga de la infancia, a la Sophie que se subía a los árboles y jugaba como un chico, a la Sophie de pelo rizado y barbilla obstinada, y vio la transformación.
Durante años apenas había pensado mucho en ella. Era sencillamente Sophie, una parte de su vida. La había echado de menos cuando se marchó a la universidad, pero tenía otras cosas para distraerse. Cada vez que volvía a casa le contaba todo lo que hacía y siempre era la misma chica atrevida y turbulenta, Sophie, su amiga. Divertida, caótica, simpática… la clase de chica con la que uno podía hablar y reírse, pero no la clase de chica con la que uno se acuesta. No la clase de chica con la que uno piensa en acostarse.
De modo que para él resultó extraño verla de otra forma, comprobar que era la misma y, sin embargo, otra.
Sophie le contó todo sobre Nick, demasiado emocionada como para darse cuenta de que él empezaba a mirarla de otra forma o para darse cuenta de que Bram, el bueno de Bram, el reflexivo y maduro Bram, estaba completamente desconcertado.
– No sabía lo que era estar en las nubes hasta ahora -le había confesado Sophie-. Ay, Bram, estoy deseando que conozcas a Nick. ¡Es increíble! Es inteligente, divertido, guapo… no sabes lo guapo que es. ¡No puedo creer que me quiera a mí cuando podría estar con quien le diese la gana! -cerrando los ojos, Sophie se abrazó a sí misma-. Tengo que pellizcarme para creer que esto no es un sueño… aunque si lo fuera, no podría soportarlo. ¡Me moriría!
Así era Sophie, recordó Bram con afecto. Ella no hacía las cosas a medias. Debería haber imaginado que cuando se enamorase lo haría completa, absoluta, apasionadamente. La palabra moderación no estaba en su vocabulario.
– Nick me ha pedido que me case con él. Aún no le he contado nada a mis padres porque seguramente pensarían que esto es muy apresurado… Nos conocemos hace poco tiempo, pero Melissa va a quedarse conmigo en Londres durante unas semanas, así que he pensado ir presentándole a la familia poco a poco. Seguro que Melissa les contará a mis padres que es un hombre maravilloso y así no será una sorpresa cuando lo lleve a casa dentro de un mes.
Pero, al final, no había sido así.
Bram volvía a casa después de un largo y caluroso día de julio cuando vio una solitaria figura caminando por el valle. Deteniendo el tractor, esperó que llegase a su lado. Sabía que era Sophie y sabía, por su forma de caminar, que le ocurría algo.
Sophie no había dicho una palabra mientras se acercaba y Bess corría hacia ella con su habitual entusiasmo, pero cuando levantó la cara su expresión de desamparo hizo que a Bram se le encogiera el corazón.
Sin decir una palabra, se apartó para que ella se sentara a su lado en el tractor y durante un rato se quedaron así, en silencio, mientras el sol iba escondiéndose tras las colinas. Bess jadeaba al lado del tractor, pero aparte de eso todo era silencio.
– Siempre pensé que era demasiado bonito para ser verdad -dijo Sophie después. Y para Bram lo peor fue oír su voz. Siempre había sido tan alegre, tan viva… pero ahora no había en ella emoción alguna, ninguna entonación. Nada que ver con Sophie.
– ¿Quieres contármelo?
– No debería. Prometí no contárselo a nadie.
– ¿Ni siquiera a tu mejor amigo?
Ella lo miró, sus ojos del color del agua de un río empañados por el sufrimiento.
– Creo que, al menos, tú me entenderías.
– Cuéntamelo. ¿Es Nick?
Sophie asintió con la cabeza.
– Ya no me quiere.
– ¿Qué ha pasado?
– Ha conocido a Melissa. La vio y se enamoró por completo de ella. Yo me di cuenta -empezó a decir Sophie con la voz llena de dolor-. Le vi la cara y supe lo que estaba pasando.
Bram no sabía qué decir.
– Sophie…
– Debería haberlo imaginado. Ya sabes cómo es Melissa.
Bram lo sabía bien, sí. La hermana de Sophie era la chica más guapa que había visto nunca, con una belleza etérea que no pegaba nada en un pueblo de Yorkshire, al contrario que Sophie.
Era difícil creer que fuesen hermanas. Melissa no se parecía nada a Sophie. Era dulce, frágil, una chica de pelo rubio como una especie de halo dorado a su alrededor. Pocos hombres eran inmunes a su atractivo y Bram tampoco lo había sido. A veces pensaba que su breve compromiso diez años atrás no había sido más que un sueño. ¿Cómo podía un hombre tan normal como él haber interesado a un tesoro como Melissa?
Entendía que Nick se hubiese enamorado de ella, pero lo odiaba por haberle hecho daño a Sophie.
– ¿Y qué hiciste?
– ¿Qué podía hacer? No tenía sentido fingir que no pasaba nada. Le he devuelto su anillo de compromiso. Le dije que era absurdo que los tres fuéramos infelices -Sophie sonrió un poco, con una amargura imposible de disimular-. Mi compañera de piso, Ella, dice que debería haber luchado por él, pero ¿cómo voy a competir con Melissa?
– Pero Nick podría haberla olvidado con el tiempo, podría haber sido algo pasajero -sugirió Bram-. A él mismo le había pasado. Cuando estaba a tu lado era imposible mirar a nadie más, pero una vez que se había ido resulta difícil recordar cómo era exactamente o lo que había dicho o lo que uno había sentido… además de quedarse impresionado por su belleza y su dulzura.
Sophie no era así, pensó entonces. No era tan guapa como Melissa y, sin embargo, la recordaba perfectamente; sus expresiones, su risa, cómo movía las manos cuando hablaba. Siempre podía ver a Sophie en su cabeza cuando pensaba en ella.
– Podría haberla olvidado -asintió ella-. Y yo lo habría intentado de no ser por Melissa. También vi su cara, Bram. Ya sabes que está acostumbrada a que los hombres se enamoren de ella, pero no creo que ella haya estado verdaderamente enamorada de nadie.
Luego se detuvo abruptamente, recordando demasiado tarde que Bram había estado enamorado de su hermana. Y lo último que deseaba era hacerle daño.
– Lo siento -murmuró, contrita.
– No pasa nada. Te entiendo -sonrió Bram. Sophie tenía razón. Melissa estaba acostumbrada a que la quisieran más que a querer a nadie. Con su belleza, era lógico.
– Yo creo que Melissa se enamoró de Nick nada más verlo -siguió Sophie-. No podía dejar de mirarlo y, aunque intentó disimular por mí, me di cuenta enseguida. ¿Quién iba a entenderlo mejor que yo? Así que era demasiado tarde. Supe entonces que Nick no podría volver a mirarme de la misma forma. Si intentaba fingir que no pasaba nada, los tres acabaríamos sufriendo. Al menos así, Melissa y Nick tendrán la oportunidad de ser felices.
– ¿Melissa sabe lo que has hecho por ella? -preguntó Bram, pensando que pocas hermanas habrían hecho el sacrificio que había hecho Sophie.
Ella asintió.
– La pobre lo pasó fatal. Se puso a llorar cuando le dije que no iba a casarme con Nick. Decía que no podía hacerme eso, pero yo le expliqué que ella no había hecho nada. No fue culpa suya. No ha podido evitar enamorarse de Nick y él no ha podido evitar enamorarse de ella. Así es la vida.
– Entonces, ¿Melissa y Nick están juntos?
– Sí -contestó Sophie, mirándose las manos. No lloraría más, no podía llorar más-. Nick y ella quieren abrir una empresa de confección. Van a casarse en septiembre. Por eso estoy aquí. Mi madre quiere que me pruebe el vestido de dama de honor.
– ¿Vas a ser dama de honor de Melissa? -exclamó Bram, incrédulo-, Sophie, no tienes por qué hacerlo. Eso es pedirte demasiado.
– Pero sería muy raro que la hermana de la novia no fuese una de las damas de honor. Mis padres no sabían que Nick y yo estábamos prometidos… de hecho, no conocían a Nick, así que no les he contado nada. No sabrían qué hacer si supieran la verdad, de modo que le pedí a mi hermana que no dijese nada.
– ¿Tus padres no saben lo que ha pasado?
– No, ellos creen que se conocieron en Londres, cuando Melissa fue a visitarme. Sabían que yo salía con un chico, pero no les había dicho su nombre, así que les he contado que hemos roto. Eso, al menos, explicará que esté tan mustia -Sophie consiguió sonreír de nuevo-. MÍ madre piensa que estoy celosa de Melissa porque ella va a casarse y yo no.
Bram frunció el ceño.
– Eso no es justo.
Sophie se encogió de hombros.
– Si quieres que te sea sincera, estoy tan triste que me da igual. Melissa y Nick van a casarse y no tiene sentido ponérselo más difícil. Ni a mis padres. Yo creo que es mejor para todos que sólo nosotros tres sepamos lo que ha pasado. Había prometido no contárselo a nadie, pero es que a veces me siento tan sola… Estoy tan triste, tan desolada… y me odio a mí misma por no ser capaz de controlarme. Voy a estropear la boda de mi hermana, como dice mi madre, y no puedo hablar con nadie -dijo entonces con voz trémula-. No puedo hablar con Melissa porque no quiero que se sienta culpable, y nadie más sabe la verdad.
Bram le pasó un brazo por los hombros, apretándola contra su costado.
– Pero ahora yo sé la verdad y me alegro de que me la hayas contado. Puedes hablar conmigo cuando quieras.
El deseo de llorar para soltar todo el dolor que sentía era tan fuerte que Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse.
– Gracias, Bram. Me siento mejor hablando contigo.
– ¿Puedo hacer algo por ti?
Sophie vaciló.
– ¿Te importaría… venir a la boda? Sé que para ti tampoco será fácil ver a Melissa casándose con otro y me da vergüenza pedírtelo, pero sería muy importante para mí. Así no me sentiría tan sola.
De modo que Bram había ido a la boda. Por Sophie. Fue a la iglesia del pueblo y vio a Melissa, más guapa que nunca, mirando con expresión enamorada a Nick y, curiosamente, no le dolió tanto como había pensado.
Quizá estaba tan preocupado por Sophie que se olvidó de sus propios sentimientos. No entendía cómo había podido soportarlo, charlando y riendo con todo el mundo en el banquete. Seguramente él era el único que veía el desconsuelo en sus ojos, el único que sabía lo que le estaba costando hacer ese papel, el único que se daba cuenta de lo valiente y lo fuerte que era.
Cuando Melissa y Nick partieron de luna de miel, Sophie se despidió de su hermana y del hombre del que estaba enamorada y volvió a Londres. No había vuelto a verlos desde entonces y sólo iba a Yorkshire cuando ellos no estaban. Inventaba todo tipo de excusas para que sus padres no sospechasen nada y Bram era el único que sabía la verdad.
Sophie se movió entonces, devolviéndolo al presente. Mientras la miraba, apoyada amistosamente en su hombro, se dio cuenta de que sentía algo por ella que no había sentido antes. Nunca se había fijado en lo suave que era o en lo agradable que le resultaba el peso de su cuerpo.
Tenía la altura perfecta, además. Tampoco se había dado cuenta de eso. Le llegaba por la barbilla y le hacía cosquillas con el pelo. Un pelo que olía a limpio, a coco y flores silvestres.
Le gustaba más esto último. Bram nunca se había tumbado en una playa tropical para comer cocos y no tenía intención de hacerlo. Él prefería los valles, las montañas y el brezo. Las flores silvestres, de suave aroma, resistentes a la lluvia y el viento, le recordaban a Sophie.
– Ha pasado más de un año -estaba diciendo, sin percatarse de que Bram estaba perdido en sus pensamientos-. Debería haber olvidado a Nick, pero creo que sigo tan enamorada de él como cuando estábamos prometidos. Nunca había sentido algo así por nadie y no creo que vuelva a hacerlo. No sé qué voy a hacer para olvidarme de él.
– ¿Tan perfecto es? -preguntó Bram. Había conocido a Nick en la boda y no le había impresionado demasiado. El marido de Melissa le parecía condescendiente y bastante presuntuoso. Pero, claro, seguramente también él se habría mostrado presuntuoso si hubiese conquistado el corazón de Melissa.
– No, Nick no es perfecto -contestó Sophie-. A veces puede ser arrogante y creo que es un poco egocéntrico, pero había algo tan excitante en él… no sé. Supongo que es química. No puedo explicar lo que sentía estando con él. Y ahora no puedo soportar la idea de que otro hombre me toque.
Bram no sabía qué pensar. Porque, de repente, empezaba a preguntarse por primera vez en su vida cómo sería besar a Sophie.
– He intentado salir con otros hombres, pero lo único que hago es acordarme de Nick. Intento creer que se me pasaría si volviese a verlo, pero tengo miedo. ¿Y si no es diferente? ¿Y si sigo sintiendo lo mismo? Melissa se daría cuenta de que sigo enamorada de él y eso sería horrible.
– ¿Por eso te quedas en Londres?
Sophie asintió con la cabeza.
– No me gusta Londres y echo de menos mi casa desesperadamente, pero si vuelvo, tendré que ver a Nick todo el tiempo y no podría soportarlo. Melissa lo pasa fatal. Me llama muchas veces por teléfono para pedirme que venga, pero no puedo hacerlo. Y luego me siento mal por darle un disgusto. Quizá sería diferente si tuviese un novio… De ese modo, Melissa y Nick creerían que se me ha pasado… pero no puedo sacarme un hombre de la chistera. Mi madre cree que es culpa mía y está deseando que me case.
– ¿Por qué? -preguntó Bram.
– Porque le encantó la boda de mi hermana y está deseando organizar otra. Se llevó un disgusto cuando Susan Jackson se casó el verano pasado. ¡Ya sabes que Maggie Jackson y ella son rivales de toda la vida! Mi madre está enfadadísima porque Maggie ha conseguido casar nada menos que a tres hijas y organizar tres bodas como Dios manda, por la iglesia, con vestidos blancos y una carpa en el jardín -Sophie sacudió la cabeza tristemente-. Me temo que siempre he sido una decepción para ella.
– ¿Por qué?
– Mi madre cree que si hago un esfuerzo por adelgazar y me arreglo un poco, encontraré marido enseguida. Siempre me está preguntando si he conocido a alguien.
– ¿Y tú qué le dices?
– Le llevo la corriente. Por ejemplo, si estoy saliendo con alguien le hago creer que es más serio de lo que es en realidad. Salí con un chico que se llamaba Rob durante unas semanas y mi madre se volvió loca de alegría cuando le dije que era profesor de universidad. Pero luego tuve que decirle que ya no salía con él y no se lo tomó nada bien -Sophie se apartó el pelo de la cara-. Mi madre dice que no me esfuerzo de verdad.
Bram prácticamente podía oír la voz de Harriet Beckwith diciendo eso.
– ¿Por qué cortaste con él?
– Rob era un chico agradable, pero…
– ¿Pero no es Nick?
– No -asintió ella, suspirando-. No lo es. El problema es que nadie va a ser Nick, pero no puedo contarle eso a mi madre. Se disgustó mucho porque pensaba que iba a conocerlo en Navidad y, por supuesto, quiso saber por qué habíamos cortado.
– ¿Y qué le dijiste?
Sophie hizo una mueca.
– No sabía qué decir, así que le conté que me había enamorado de otro chico… pero que era demasiado pronto para presentárselo. Es lo primero que se me ocurrió -contestó, poniendo cara de pena-. Y ahora se pasa el día interrogándome. Me acusa de no querer contarle nada y me pregunta por qué no puedo ser tan buena y tan dulce como Melissa, que la llama por teléfono y va a verla continuamente. En fin, que al final hemos acabado teniendo una bronca y por eso me he ido a dar un paseo. Es como volver a la adolescencia.
Y, como siempre, había buscado refugio en la granja de Bram. Sophie lo miró entonces, preguntándose si sabría lo importante que era para ella. Era tan buen amigo, tan reposado, tan sólido. Sólo con verlo se sentía mejor.
– Y sólo se me ocurrió venir a verte.