HARRIET Beckwith salió de la cocina en cuanto oyó a Sophie entrar por la puerta. A pesar de llevar un mandil y un rodillo de amasar en la mano, era la antítesis de «la mujer del granjero». Su madre era una mujer atractiva, siempre bien arreglada y sin un pelo fuera de su sitio.
– ¡Mira qué pinta tienes, Sophie! -exclamó-, ¡Estás llena de barro! Y el pelo… seguro que has estado en Haw Gilí.
Como siempre, su madre la hacía sentir como una colegiala exasperante. Sophie intentaba no enfadarse, pero a veces era difícil recordar que tenía treinta y un años y no catorce.
– He ido a ver a Bram.
– La verdad, yo no sé de qué podéis hablar Bram y tú -suspiró Harriet.
¿Qué diría si supiera que habían estado hablando de matrimonio?
Sophie observó a su madre tomar la chaqueta que había tirado sobre la silla y colocarla en el perchero.
Conociéndola, seguramente diría: «No habrás estado hablando de matrimonio con esos pelos».
– Bueno, ya sabes, de nuestras cosas…
– ¿Se puede saber dónde te has metido? ¡Tienes la chaqueta llena de pelos!
– Será del Land Rover. Me ha traído Bram.
Una vez olvidada la absurda idea del matrimonio, habían estado hablando de otras cosas. Bram no había intentado hacerla cambiar de opinión y Sophie se alegró. Porque había estado peligrosamente cerca de decir que sí y, aunque sabía que había tomado la decisión correcta, tenía la impresión de que si hubiera insistido un poco habría terminado por aceptar su oferta.
De modo que todo era como antes. O casi. Sophie había notado cierta tensión en el interior del Land Rover mientras la llevaba a casa.
– Entonces, quizá nos veremos en Navidad -se había despedido Bram. No le había pedido que reconsiderase su oferta. Nada, ni una palabra más.
De modo que ya estaba.
– Me alegro de que no te haya dejado venir sola -suspiró Harriet-. Al menos Bram es sensato.
Bram siempre había sido sensato. Y por eso era más asombroso que se le hubiera ocurrido la idea de casarse con ella.
– Ni siquiera son las siete, mamá -protestó Sophie, siguiendo a su madre hasta la cocina mientras intentaba quitarse de la cabeza tan extraña proposición.
La cocina de la granja Glebe no podía ser más diferente de la de Bram. En lugar de sillones cómodos y estufas de leña, había superficies de acero y modernos electrodomésticos que Harriet había instalado cuando abrió su negocio de comidas caseras. Pero el negocio se había ampliado y sus padres tuvieron que construir una cocina industrial anexa a la casa, donde su madre controlaba a cinco mujeres del pueblo con la despiadada eficiencia de una licenciada en Harvard. El más claro ejemplo de la mano de hierro en el guante de seda.
– ¿Qué tal está Bram, por cierto? -preguntó Harriet entonces-. Supongo que las cosas no será fáciles sin Molly.
– Sí, bueno, se las arregla.
– Tiene que buscar una esposa -suspiró su madre, mientras pasaba el rodillo por un rectángulo de masa pastelera.
Tan ocupada estaba que no se percató de que Sophie había dado un respingo. ¿Qué era aquello, una conspiración?
– He oído que Rachel se ha ido a York -siguió Harriet, antes de que ella pudiera decir nada-. Ya sabía yo que eso no duraría mucho.
– ¡Pero si apenas la conocías!
– No tenía que conocerla. Sólo había que mirarla. Yo podría haberle dicho a Bram que estaba perdiendo el tiempo. Una chica de ciudad como Rachel no era para él. Bram necesita a alguien que lo ayude en la granja. Tiene unas tierras muy buenas y podría hacer mucho más con ellas.
Harriet era de las que creía firmemente en la diversificación.
– Siempre estás con lo mismo, mamá.
– Hoy en día no se puede vivir sólo del ganado. Hay que probar cosas nuevas.
Su madre tenía una buena cabeza para los negocios, y Sophie siempre había sospechado que se aburría en la granja, hasta que una crisis agrícola, una de tantas, la había llevado a abrir su propio negocio.
Su empresa de comidas caseras había sido tal éxito, que Harriet siempre estaba animando a todo el mundo a hacer lo que había hecho ella. Sobre todo a Bram. Según su madre, debería transformar los graneros en un hotel rural, ofrecer cacerías para los fines de semana o convertir los campos de cultivo en campos de golf. Parecía frustrada porque Bram se contentaba con hacer lo que varias generaciones de Thoresby habían hecho antes que él.
– A mí me cae muy bien Bram -solía decir su madre-, pero no tiene ambición. Así nunca llegará a ningún sitio.
Pero, en opinión de Sophie, Bram no tenía que ir a ningún sitio porque estaba donde quería estar. No necesitaba nada más.
– Menos mal que Melissa no se casó con él -dijo Harriet entonces-. Él no habría podido darle la clase de vida a la que ella está acostumbrada. Mira Haw Gilí… ¡esa granja no ha cambiado nada en cincuenta años!
No, no había cambiado. Y precisamente por eso era mucho más acogedora que la granja Glebe, pensó Sophie.
– Bueno, de todas formas está mucho mejor con Nick -siguió su madre, satisfecha-. Su empresa va muy bien, ¿sabes? Nick puede cuidar de tu hermana.
«Darle todos los caprichos», pensó Sophie.
– Melissa y Bram eran demasiado jóvenes cuando se prometieron -continuó Harriet-. Lo decía tu padre y tenía razón. No habría salido bien. Pero lo siento por Bram, la verdad. A veces pienso que sigue enamorado de tu hermana. Y lo lamento, porque es un chico estupendo.
Era más que un chico estupendo, pensó Sophie, ligeramente fastidiada, aunque no sabía por qué.
– ¿Te ha hablado de Vicky Manning? -le preguntó su madre entonces.
– No -contestó Sophie, sorprendida. Vicky, una ex compañera del colegio, era una chica gordita y simpática pero, en su opinión, bastante sosa-. ¿Qué pasa con Vicky?
– Que iba a casarse en menos de un mes.
El vestido estaba encargado, las invitaciones enviadas… y entonces el novio se echó atrás. Se ha ido a Manchester y la pobre Vicky se ha quedado aquí, destrozada.
– Pobrecilla -murmuró Sophie-. Lo siento mucho por ella.
– Sí, no creo que lo esté pasando bien. Según Maggie, el novio siempre estaba diciendo que se aburría en el campo, pero Vicky no quería irse a la ciudad -Harriet comprobó la temperatura del horno y se secó las manos en un paño para colocar la masa en un molde-. No me sorprendería nada que acabase con Bram.
– ¿Con Bram? Vicky y Bram no tienen nada que ver.
– Bueno, eso nunca se sabe… -Harriet metió el molde en el horno y limpió la encimera con el paño-. Debería perder algo de peso, pero es una chica mona y muy trabajadora. Yo creo que sería una buena esposa para Bram.
– Pues yo no lo creo -replicó Sophie.
– No todo el mundo puede elegir, hija. Por aquí no hay muchas chicas solteras, y si Bram quiere tener hijos, será mejor que se espabile.
«Y tú también». Naturalmente, eso era lo que su madre quería decir. Y a Sophie no le pasó desapercibido.
– Bram sólo tiene treinta y dos años. No es un viejo decrépito precisamente.
– Pero tendrá que ponerse a ello cuanto antes -insistió Harriet-. Yo no entiendo por qué los jóvenes sois tan exigentes. Si esperas al hombre perfecto no lo encontrarás nunca, hija. Mira ese tal Rob… era un profesor de universidad y resulta que has cortado con él porque no te gustaba del todo.
Sophie dejó escapar un suspiro. No le apetecía discutir con su madre otra vez.
– No me gustaba, mamá. No te puedes casar con alguien sólo porque está disponible. Además, ya te he dicho que he conocido a otro chico.
Entonces pensó en Bram y en lo que le había propuesto.
¿Y si le decía: «Mira, mamá, es Bram. Estamos enamorados y vamos a casarnos»?- ¿Lo creería?
Pero no iba a hacerlo. Ya habían decidido que lo de casarse estaba fuera de la cuestión.
Imposible. Tan imposible que debía dejar de pensar en ello.
Pero su madre no parecía tan convencida.
– ¿Y cómo sabes que ese chico va a ser mejor que Rob? -le espetó, mirando las cacerolas que tenía al fuego y cerrando las tapas con innecesaria fuerza.
– Podría serlo.
– Pues si ni siquiera puedes decirme su nombre, supongo que no debemos esperarlo para Navidad -replicó Harriet, exasperada. Y algo en su tono de voz le dijo que acababa de empezar una sesión de chantaje emocional.
– Aún no hemos hablado de eso…
– Porque no va a venir -la interrumpió su madre-. Además, supongo que tendrá que pasar las navidades con su familia, como todo el mundo. Yo había pensado invitar a Bram. Es prácticamente de la familia, y no me gusta que esté solo el día de Navidad.
Sophie miró a su madre con expresión suspicaz.
– Pensé que ya lo imaginabas casado con Vicky Manning antes de las fiestas.
– No seas boba, hija. Es demasiado pronto. No, éstas serán las primeras navidades de Bram sin su madre y creo que debería invitarlo. Además, seguro que le apetece venir. Como sois tan amigos… Claro que si tú no estuvieras aquí, Bram se sentiría incómodo. Nick y Melissa a veces se ponen en plan tortolitos y no creo que a Bram le hiciese gracia… sobre todo si sigue sintiendo algo por tu hermana.
¡Ah, ahí estaba el chantaje! Si no volvía a casa en Navidad, no sólo le estaría negando a su anciano padre la alegría de verla el día de su cumpleaños, sino que estaría condenando a Bram a la soledad en un día tan señalado.
Su madre era muy lista, desde luego. Sí, había convertido el chantaje emocional en un arte, desde luego.
Claro que su padre se había pasado el día bajando a las ovejas del páramo y, durante el desayuno, había comido con el mismo apetito de siempre, pero Sophie ya había tomado la decisión de volver a casa para celebrar su cumpleaños. De modo que también se quedaría para Navidad.
Pero no lo pasaría tan mal si Bram estuviera a su lado para darle apoyo moral. ¿Y por qué no darle a su madre la satisfacción de creer que sus artimañas habían funcionado?
– A mí me parece buena idea, mamá. Claro que vendrá.
Sophie se levantó el cuello de la chaqueta y salió de la estación de metro para ir a su apartamento, cansada y deprimida. Acababa de quedarse sin trabajo y, sobre todo, sin ingresos. Había que pagar el alquiler a final de mes y no tenía ni idea de cómo iba a hacerlo.
Aunque, en realidad, todos en la oficina sabían que el hacha estaba a punto de caer. Sophie no era la primera en ser despedida y no sería la última.
Tampoco le había roto el corazón dejar esa oficina. Vender seguros para sistemas informáticos debía de ser el trabajo más aburrido del mundo. A lo mejor algunos de sus colegas lo encontraban fascinante, pero para ella, cuyo sueño era vivir de la artesanía, era una tortura.
Aunque había tenido suerte de encontrarlo. Había terminado la carrera de Bellas Artes con tantas esperanzas… y pronto descubrió que era muy difícil ganarse la vida como artista en Londres. De modo que tuvo que buscar un trabajo para pagar el alquiler mientras se dedicaba a la arcilla por las noches y durante los fines de semana. Encontrar una galería que expusiera su obra había sido el primer paso hacia una vida soñada, pero incluso eso se había terminado.
Sophie suspiró. Londres era una ciudad tan cara. Sería más sencillo vivir en el pueblo, pero tampoco allí sería fácil encontrar trabajo. Además, tendría que vivir en casa de sus padres y su madre y ella apenas podían aguantar un fin de semana sin discutir.
No, vivir con sus padres era imposible… Y, además, estaba Nick.
Se encontraría con él todo el tiempo. En casa de sus padres, en el pub, en el mercado. La angustia de verlo pero no poder tocarlo sería insoportable.
De modo que tenía que seguir viviendo en Londres. Aunque lo odiaba. No dejaba de llover, el tráfico era horrible, durante la hora punta subirse a un vagón era tarea imposible, siempre había una alarma sonando en alguna parte…
Y durante toda aquella semana, Sophie había añorado el campo más que nunca. Tanto que a veces se sentía físicamente enferma.
Y todo por culpa de Bram. Él había puesto la posibilidad de pasar las navidades en casa delante de su cara y ahora no podía dejar de pensar en ella.
Una vez en su apartamento, Sophie miró por la ventana de la cocina… y vio una pared de ladrillo. En Haw Gilí uno veía el valle y el hermoso cielo de Yorkshire.
Podría estar allí. La cocina de Haw Gilí podría ser suya.
Si se casaba con Bram.
Pero no, qué tontería. Decirle que no había sido lo mejor, pensaba. Casarse con él sin estar enamorada sería utilizarlo, y ella no podía hacerle eso.
Pero ¿y si su madre tenía razón? ¿Y si nunca conocía a la mujer de su vida? ¿Y si decidía consolarse con alguien como Vicky Manning?
Ése era el pensamiento que realmente la sacaba de quicio.
Vicky no se quejaría del frío, ni de la soledad, ni del duro trabajo en la granja. Bram se aburriría de ella en menos de un año, estaba segura. Y Bram, siendo como era, le sería fiel y tendría que aguantarse con Vicky toda la vida.
Al menos, ella podría salvarlo de ese horrible destino. No era la mujer perfecta, pero sería mejor esposa que Vicky.
Y podría volver a casa.
Y podría enfrentarse con Melissa y Nick. No sonaba mal… ¿no?
Su compañera de piso, Ella, estaba de acuerdo.
– ¿Por qué le has dicho que no? -le había preguntado cuando volvió a casa y le habló de la proposición de Bram-. Yo creo que casarte con Bram resolvería todos tus problemas. Podrías volver a tu pueblo, no tendrías que buscar otro trabajo absurdo, tu madre te dejaría en paz y, sobre todo, sería un puñetazo en el estómago para ese cerdo que te dejó por tu hermana.
– No es un cerdo. Ella -había protestado Sophie. Pero su amiga detestaba a Nick.
– Si se había enamorado de Melissa, debería haberse callado hasta que pudiera hablar contigo. En lugar de eso, te dejó a ti el trabajo sucio. ¡Nick se pasa el día diciendo que es una persona estupenda, pero en mi opinión no es un caballero!
Algo que siempre sonaba un poco raro viniendo de una chica que llevaba un piercing en la nariz y otro en la ceja.
– No puedo casarme con Bram -intentaba explicarle Sophie ese viernes por la noche, mientras abrían una botella de vino porque no tenían dinero para salir-. Es mi mejor amigo.
– ¿Y qué? No hay ninguna ley que te prohíba casarse con tu mejor amigo. De hecho, que seáis amigos es perfecto. ¿Bram es raro, tiene algún defecto horrible?
– ¡Claro que no!
– ¿No escupe cuando habla? ¿No tiene pelos en las orejas?
Sophie soltó una carcajada.
– ¡No!
– ¿Cómo es? -preguntó Ella.
– ¿Bram? No es nada especial -contestó Sophie, pensando en sus ojos azules, en su sonrisa, en su solidez-. Pero tampoco es feo. Es… sencillamente Bram.
– Aja -Ella la miró por encima de su copa-, ¿Y alguna vez habéis… ya sabes?
– ¡No! -Sophie se movió, incómoda, ¿Bram y ella? Nunca.
– ¿Ni siquiera un beso?
– No.
– No puedo creer que no lo hayas pensado por lo menos. Los dos solos en el campo… él es un hombre, tú eres una mujer… los dos sois solteros, ninguno de los dos es grotesco… ¡tienes que haberlo imaginado alguna vez!
– Pues no -insistió Sophie-. Bram y yo sólo somos amigos. Nunca ha habido nada… físico entre nosotros. Además, está enamorado de mi hermana.
– No estará muy enamorado si te ha pedido que te cases con él.
– Sólo lo ha hecho porque sabe que no estoy enamorada de él y porque entiendo lo que siente por Melissa.
– Bueno, pues si tú no le quieres y Bram necesita consuelo, a lo mejor le gustaría casarse conmigo -sonrió Ella-. Yo sería una granjera de cine.
Sophie sabía que su amiga estaba de broma, pero una parte de ella se irritó al imaginarla con Bram. Eso sí que sería un desastre.
– No creo que tú pudieras vivir en una granja. Hay que levantarse muy temprano, es muy solitario y… además, ¿qué pasa con Steve? ¿No ibas a casarte con él?
El rostro de Ella se ensombreció.
– ¡No menciones su nombre! Steve cree que puede aparecer y desaparecer cuando le da la gana… -el teléfono sonó en ese momento-. Si es él, dile que no estoy. Que pruebe un poco de su propia medicina.
– ¿Seguro?
– Sí. No pienso salir corriendo cada vez que a él le apetezca llamar.
– Muy bien -Sophie tomó el teléfono del suelo, donde solía estar-. ¿Dígame?
– Sophie, soy Melissa.
– ¡Mel! -exclamó ella. Se alegraba de hablar con su hermana, pero cada vez que la llamaba se ponía a lloriquear, pidiéndole disculpas por «haberle robado» a Nick y Sophie tenía que consolarla cuando debería ser al revés… Y al final, era agotador-. ¿Cómo estás? -Bien. -¿Y Nick?
– Bien también -contestó su hermana, aunque le pareció que estaba un poco rara-. Se ha ido a Escocia este Fin de semana. Pero te manda un beso.
¿Un beso? Sophie no pudo evitar que se le encogiera el corazón.
– Bueno, ¿qué tal va todo? -Bien -suspiró Melissa-, Llamaba para hablar del cumpleaños de papá. Mamá está muy contenta de que vengas. Temía que inventaras otra excusa para no aparecer por aquí y yo no quería tener que decirles por qué te sientes tan incómoda cuando vienes a la granja. En fin, espero que no lo pases muy mal.
– No, tranquila. Estoy bien -suspiró ella. -Siempre dices eso -protestó Melissa-. Pero yo sé que no es verdad. Nick lo sabe también y entiende que para ti es difícil verlo… -Estoy bien, Mel, de verdad. -Pero Nick sabe cuánto le querías y yo también… Sophie, ojalá las cosas hubieran sido de otra forma. Eres una persona maravillosa y mereces ser feliz, de verdad. No puedo soportar la idea de que estés sola.
– Mel, estoy perfectamente -insistió Sophie-. De verdad. Ya no pienso en Nick.
Mentira, por supuesto, pero Melissa no tenía por qué saberlo.
– Pero sigues sola -repitió su hermana-. Nosotros estaremos a un lado de la mesa y tú estarás sola al otro lado… Y sé que lo vas a pasar mal.
– No estaré sola. Bram va a comer con nosotros.
– No es lo mismo. No quiero decir que no me guste que venga, todo lo contrario. El pobre debe estar muy triste desde que murió Molly. ¿Es verdad que está saliendo con Vicky Manning? ¿Te lo ha contado?
– ¿Qué? -exclamó Sophie, incorporándose.
– Nick me dijo que los vio el otro día en el pub. Supongo que te habrán contado lo de la boda de Vicky…
– Sí, sí, me lo contó mamá.
Ella era la persona con la que Bram solía ir al pub. ¿Qué estaba haciendo allí con Vicky?
– La pobre debe estar pasándolo fatal. Ha sido tan humillante… Por lo visto, le dice a todo el mundo que debe aceptar lo que ha pasado y rehacer su vida.
– Sí, claro. Es normal.
– Yo no sé si podría hacer eso si mi prometido me hubiera dejado… -Melissa no terminó la frase-. Ay, Sophie, perdona. No me había dado cuenta…
– Estoy bien, Mel, de verdad. Dile a Vicky que se fije en mí.
«Y que deje en paz a Bram».
– ¿En ti?
– Claro. Yo soy la prueba viviente de que la vida sigue y que uno puede volver a ser feliz -dijo Sophie, intentando sonar convincente-. Y Bram también. ¿Recuerdas lo triste que estaba cuando rompiste el compromiso con él? Pues mírale ahora. Está estupendo.
Aunque aún no la hubiese olvidado. Eso era algo que tampoco le diría a su hermana.
– Sí, supongo que tienes razón -Mel no parecía muy convencida, de modo que quizá conocía a Bram mejor de lo que Sophie pensaba. Al fin y al cabo, había estado comprometida con él-. Ojalá encontrase a alguien -siguió. Bram era otra persona por la que su hermana se sentía culpable-. Espero que funcione lo de Vicky. Nick me dijo que parecía muy cariñoso con ella.
¿Ah, sí? ¡Pues Bram no tenía por qué parecer cariñoso con Vicky unos días después de haberle pedido que se casara con él!
– Claro que seguramente todavía es pronto para Vicky -siguió su hermana-. Pero yo creo que hacen buena pareja, ¿no te parece?
– ¿Bram y Vicky? ¿Buena pareja? Pues no, para nada.
Casi podía ver las perfectas cejas de Melissa arrugándose con expresión de perplejidad.
– ¿Por qué no? Los dos son tan buenas personas… Vicky sería perfecta para Bram. Ella sabe lo que es la vida en el campo y Bram necesita una esposa.
– Sí, es posible -asintió Sophie, exasperada-. Pero no va a casarse con Vicky. ¡Va a casarse conmigo!