Capítulo 5

ELENA sabía que no era muy sensato bailar con él, pero no le había dado opción a negarse.

Le había puesto la mano en la cintura y la había llevado contra su cuerpo, de manera que podía sentir sus piernas rozándose con las suyas a través de la delicada seda del vestido. Durante unos instantes fueron dos bailarines excelentes danzando en perfecta armonía, y cuando la música terminó, él le tomó la mano y se la besó galantemente.

– Ha sido un verdadero placer.

Un hombre se acercó y, tras presentarse, expresó su deseo de bailar con ella. Salvatore se retiró.

Su siguiente pareja fue un joven atractivo pero después de haber bailado con Salvatore era como beber agua del grifo después de haber tomado champán. Cuando terminó la canción, Helena le dio las gracias con amabilidad y rechazó las peticiones de baile que siguieron.

Cuando llegó el momento de la subasta, Clara dio un discurso sobre el hospital para el que querían recaudar fondos y terminó diciendo:

– Finalmente os presentaré a nuestras dos estrellas de la noche, el signor Salvatore Veretti, propietario de Perroni, y la signora Helena Veretti, propietaria de Larezzo. Por lo general, estas dos fábricas de cristal son enormes rivales…

Aplausos y vítores dirigidos a la pareja de rivales interrumpieron a Clara.

– Imagina lo que están pensando -murmuró Salvatore.

– Sea lo que sea, se alejará mucho de la verdad -respondió ella.

– Pero esta noche -continuó Clara-, en apoyo a nuestra causa benéfica, han dejado de lado la rivalidad… o casi de lado ya que, como podéis ver, han competido para ver quién donaba el obsequio más generoso -dijo, entre más aplausos, señalando á las dos figuras de cristal.

La subasta comenzó y todas las piezas fueron vendiéndose muy por encima de su valor hasta que por fin sólo quedaron las dos figuras de cristal, iluminadas por unos focos.

– Y ahora el momento que todos estábamos esperando -anunció Clara-. ¿Por cuál pujamos primero?

– Por el mío -dijo Salvatore-. Dejemos que mi rival vea el precio que alcanza mi águila y que tiemble.

Helena se rió con el comentario, aunque en realidad la hizo sentir incómoda. La magnífica águila superaba al caballo y todo el mundo lo sabía.

Una parte de ella le decía que había caído en una trampa y que Salvatore se burlaría de ella, pero la otra parte se negaba a creerlo. Su instinto le decía que ese hombre era cruel, pero que no era tan mezquino.

– Confía en mí -le dijo Salvatore al verla mirándolo, como si le hubiera leído el pensamiento.

Cuando se vendió el águila por cuarenta mil euros, llegó el momento del caballo de cristal y en el momento en que el precio se detuvo en treinta y cinco mil, una voz masculina gritó:

– Cincuenta mil euros.

Era Salvatore el que había hecho la puja

. -Cincuenta y cinco -dijo otra voz.

– Sesenta -gritó Salvatore.

– Eh, espera -dijo Franco-. Habíamos acordado que no haríais esto.

– No, el trato era que no pujaríamos por nuestras piezas -le recordó Salvatore-. No hay nada que me impida pujar en contra de mí mismo.

·Pero eso no puedes hacerlo.

– Sí que puede -dijo Helena entre risas-. Puede hacer lo que quiera.

– Me alegra que te hayas dado cuenta de eso -le dijo Salvatore en voz baja.

– Setenta -gritó una voz.

·Ochenta -respondió él.

– Noventa.

·¡Cien!

– A la una, a las dos, vendido… por cien mil euros. La gente estalló en aplausos, pero Helena se sintió Incómoda.

·Esto ya no me parece divertido.

– Has ganado. Deberías estar encantada.

·¿Y qué me dices de toda esa gente que ha apostado contigo? Parecen muy contrariados, pero no se les puede culpar. ¿Por qué iban a pagarte cuando has empleado una táctica muy dudosa?

– Eso confirma la opinión que tienes de mí y deberías estar satisfecha.

– Salvatore, has hecho trampa. No puedes quedarte con su dinero.

– Acabas de decir que puedo hacer lo que quiera. En ese momento era una broma, ahora no lo es. -Helena, todas las personas;que han apostado son extremadamente ricas. Para ellos pagar no supondrá nada.

– Pero ésa no es la cuestión. Por favor, Salvatore, no les obligues a pagarte.

Él se la quedó mirando con una expresión que ella no pudo interpretar y después le dijo, lentamente:

– Me han desafiado y, si no se molestan en revisar las reglas al principio, ése es su problema. Lucho para ganar y, si es necesario, lo hago de una manera sucia. Creía que ya lo sabías.

Helena dio un paso atrás, consternada. Hasta ese momento la noche había sido agradable, pero ahora estaba viendo lo ingenua que había sido al pensar que él tenía otra cara más amable.

– Bastardo -murmuró-. Eres un despiadado…

– Ahórratelo. No tengo tiempo de escucharte. Para horror de Helena, Salvatore fue hacia la mesa y alzó las manos para pedir silencio.

·Algunos os sentís muy ofendidos por el modo en que he ganado vuestras apuestas. Estaréis preguntándoos si voy a decir que ha sido una broma y que no tenéis que pagar, pero deberíais conocerme mejor. Comenzad a escribir -se detuvo un segundo antes de añadir con una sonrisa-: Que todos los cheques vayan destinados al fondo benéfico.

Hubo silencio y después una ovación cuando se dieron cuenta de cómo los había engañado. Clara lo abrazó enormemente agradecida. Se vio a la gente escribir rápidamente y entregar los cheques de diez mil euros, al igual que Salvatore sacó su chequera y le dio a Clara su cheque de cien mil.

Después miró directamente a Helena con una expresión que decía: «¡Te he engañado!».

Ella lo perdonó al instante. Se sintió tan aliviada que le habría perdonado cualquier cosa.

– Vamos a alguna parte donde no haga tanto calor -le dijo Salvatore llevándola de la mano.

Salieron a la terraza y le indicó que se sentara.

·Deberías estar avergonzada por lo que has pensado de mí -le reprobó él.

Deberías estar avergonzado por haberme hecho pensar eso. Pero lo que has hecho ha sido estafarlos, en cierto modo.

·Claro que los he estafado. Algunos habían venido sólo a que los fotografiaran al lado de una condesa y a dar la imagen de personas caritativas cuando en realidad habían donado lo menos posible para el hospital. Por eso los he engañado, para que dieran más de lo que querían. ¿He hecho mal?

– Claro que no. Ha sido maravilloso.

– Aunque debo admitir que yo he salido ganando algo -dijo riéndose.

·¿Qué has ganado?

·Ver tu cara, sobre todo después de darte cuenta de que no soy un monstruo.

Juntos se rieron y después quedaron en silencio hasta que él añadió:

– Me pregunto si puedes imaginarte cuánto me alegro de haberte visto esta noche. Quería tanto volver a hablar contigo.

·Sí, yo también he estado pensando que estaría bien hablar un poco más -respondió ella sonriendo.

·Dime qué tal te va todo en la fábrica. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

·Perdóname, estoy algo confusa. ¿Es éste el mismo hombre que me amenazó con dejarme en bancarrota para poder comprarme al precio que él quisiera?

·Me gustaría que lo olvidaras. Dije muchas cosas que no pensaba. Tenías razón, no estoy acostumbrado a que me desafíen y no reaccioné muy bien. Lo cierto es que te admiro por tener tantas agallas. Y además, me lo merezco porque a veces hablo demasiado.

·Es agradable oír que lo reconoces.

– ¿Te está gustando Venecia?

– Me encanta, al menos lo poco que he visto. Todo d mundo es muy simpático conmigo y la fábrica me parece fascinante. Estoy aprendiendo deprisa e incluso estoy desarrollando mis propias ideas, aunque claro, soy una principiante. Te reirías mucho.

– No, no me reiría. Somos colegas de profesión. Mira, hemos tenido nuestras diferencias, pero lo hecho, hecho está. Lo que importa es el futuro y, si hay algo que pueda hacer por ti, por favor, dímelo. Quiero ver triunfar la fábrica de Antonio, incluso aunque no sea mía.

Y en ese momento Helena creyó que le estaba ofreciendo su amistad verdaderamente.

– Bueno, hay algo que podrías explicarme -le dijo-. ¿Qué pasa cuando el cristal…?

Salvatore asintió y durante la siguiente hora hablaron de las técnicas de fabricación del cristal.

– Buenas noches, Helena -le dijo él cuando llegó el momento de la despedida-. Y recuerda, siempre que me necesites, aquí estaré.

– Gracias, Salvatore. No puedes imaginar cuánto significa eso para mí.

El le besó la mano y se marchó.

Helena fue lentamente hacia su dormitorio y comenzó a pensar en las impresiones que la habían asaltado durante la noche. Se había preguntado si Salvatore estaría detrás del reclamo del banco, si intentaba presionarla, y después de esa noche, no tenía la más mínima duda de que la respuesta era «sí».

Cuando le anunciaron la llegada de Helena Salvatore alzó la cabeza encantado.

– Helena, pasa. Esperaba que llamaras.

No habían tenido contacto en dos días. Ahora ella se había presentado en su despacho del palazzo Veretti, deslumbrante y preciosa, y él se levantó para saludarla.

La sonrisa de Salvatore no la engañó,,y tampoco el modo en que la acompañó a un sillón y se mostró tan solicito. Estaba esperando su capitulación.

– Pues aquí estoy, te traigo noticias. Últimamente he estado preocupada. El banco llamó porque quería que se pagara el crédito en dos semanas, pero ¿qué se puede hacer en dos semanas?

– No mucho, imagino.

– Parecía que venderte la- fábrica era mi única opción, así que he estado en el banco y he pensando que la venir a verte inmediatamente.

·Te lo agradezco. ¿Te lo ha hecho pasar mal el director del banco?

·No, ha sido agradable, pero me ha dado muchos papeles para firmar y no entendía ni la mitad de ellos. Aunque ya no importa, ya está hecho y ¡estoy libre, libre!

– Bueno, lo estarás cuando hayamos finalizado la venta. No te preocupes, te daré un buen precio. No quiero que te preocupes por el dinero.

Oh, Salvatore, qué amable eres al preocuparte por mí, pero no es necesario. He pagado el préstamo, hasta el último céntimo. ¿No te parece maravilloso? -se atrevió a añadir.

·¿Es éste el chiste del día? -preguntó él ladeando la cabeza.

– Yo nunca bromeo con el dinero, al igual que tú, supongo. Toma, esto te convencerá.

Sacó los papeles firmados que demostraban que Larezzo había quedado oficialmente libre de la deuda.

Lo primero que pensó Salvatore fue que eran documentos falsificados, pero entonces vio la firma de Valeño Donati, el director del banco, una firma que conocía muy bien. Todo estaba en orden. Se había saldado la deuda.

Se quedó pálido y discretamente intentó hacer acopio de todas sus reservas de control. Ella estaba sonriendo con inocencia, pero a él no le engañaba. Había ido allí a alardear de su triunfo y a hacerle creer que él había ganado en un principio. Estaba furioso, pero se contuvo.

– Muy lista. Te he subestimado.

– ¡Así que lo admites!

– Pero es algo temporal. Acabarás vendiendo.

– ¿Ah, sí?

– ¿Estás diciéndome que Antonio te dejó suficiente dinero como para cubrir esto?

– No, es más, en los últimos meses sus fondos disminuyeron.

·Entonces debes de haberte metido en un enorme préstamo.

·¿En serio? Tal vez no deberías sacar conclusiones tan rápidamente.

·Creo que no me equivoco.

·Salvatore, tienes un problema y es que no puedes creer lo que no te conviene. Debilita tu posición porque eso significa que tu enemigo va por delante de ti.

·¿Y el enemigo eres tú?

·Si quieres verlo así, sí.

Helena se rió y por un momento a él lo invadió una sensación de placer tan intensa que casi borró todo lo que tenía en la mente. Pero se resistió, no era momento para las emociones.

– Muy bien. Enemigos. Pero me has contrariado y eso no lo permito.

·Oh, vamos, no te lo tomes así. Esta vez he ganado yo y la próxima lo harás tú, pero entonces volveré a ganar yo…

·Y yo ganaré la última vez.

– Tal vez. ¿Nos damos la mano?

A regañadientes, él le estrechó la mano.

·¿Así que estás empeñado en echarme de Venecia? La fuerza con la que le apretó la mano le dijo a Helena que no quería echarla de allí.

– Tal vez… o puede que te deje quedarte… si me conviene.

·Siempre tiene que ser todo como tú digas, ¿verdad? Él le levantó la mano y la rozó con sus labios.

·Siempre, pero éste -dijo recorriendo su despacho con la mirada- no es nuestro verdadero campo de batalla. Es el otro el que cuenta y allí… ¿quién sabe quién saldrá victorioso?

Helena se rió.

Qué pena. ¿Crees que en ése también vas a ganar?

Tal vez eso dependa de lo que tú llames victoria. Puede que los dos disfrutemos descubriéndolo.

– Es verdad. Te dejo. Necesitarás tiempo para pensar en tu próximo ataque, pero recuerda lo que te he dicho. Ten cuidado con el enemigo… No, enemigo no, oponente…

– Eso es mejor.

El seguía agarrándole la mano, sonriendo de un modo que la inquietó, con una calidez que le hizo devolverle la sonrisa. «Como una idiota», se reprobó a sí misma.

– Tendrías que estar muy enfadado conmigo, ¿es que no te acuerdas?

– Estoy… estoy muy enfadado.

Y estás planeando tu venganza.

– No planeándola. Estoy llevándola a cabo.

Y mientras decía esas palabras, la llevó hacia sí y la besó, rodeándola con los brazos, tan fuerte, que ella no tuvo oportunidad de escapar y se quedó inmóvil ante lo que fuera que él quisiera hacer.

Y lo que él quería era acariciarla suavemente para recordarle su «otro campo de batalla».

– ¿A eso le llamas venganza? Esto es venganza.

Le devolvió su ataque con un intenso beso. Era una batalla de Titanes.

– Debo irme -susurró ella-. Tengo muchas cosas que hacer.

Fue hacia la puerta, se detuvo y miró atrás. -Recuerda mi advertencia. Ten cuidado con el oponente que sabe algo que tú no sabes.

Y se fue.

Esa noche Salvatore fue a ver a Valerio Donati. Siempre era bienvenido en la casa del director del banco y estaba impaciente por planear su siguiente movimiento, pero las cosas no salieron como él esperaba.

– Es la última vez que te escucho -le dijo Donati cuando se sentaron a cenar-. Dijiste que no podría afrontar el pago del préstamo, pero lo cierto es que le resultó muy fácil;dado quien es.

– ¿Y quién es, aparte de la viuda de Antonio? -¿Estás diciéndome que no sabes que has estado tratando con Helena de Troya?

– Claro que no -dijo la mujer de Donati-. Él no lee las revistas de moda. Dicen que antes de retirarse estaba entre las modelos mejor pagadas del mundo. Debe de valer una fortuna.

Salvatore sonrió, pero por dentro estaba agitado mientras recordaba las palabras de Helena. Ése era el secreto que ella había sabido y él no. Se había burlado de él 'y había ganado.

No tardó en marcharse de casa del director y, durante el camino de vuelta al palacio, le pareció que Helena estaba a su lado, riéndose por cómo lo había puesto en evidencia.

Al llegar a casa se encerró en su despacho y se conectó a internet. Escribir las palabras «Helena de Troya» generó una gran cantidad de información sobre cómo había triunfado siendo apenas una niña y cientos de fotografías. En ellas se veía a una joven con una mirada inocente y confiada, pero a medida que iban pasando lá imágenes notó que estaba más triste, más envejecida y que ese cambio no había sucedido por el paso del tiempo, sino de manera repentina. Entonces recordó cómo Helena se había fijado en las dos fotografías de su madre y cómo él se había negado a hablar sobre un tema que no podía soportar.

Se levantó y fue de un lado a otro de la habitación intentando sacarse esos recuerdos de la mente. Salió al pasillo y se dirigió al dormitorio que una vez había sido el de su madre. Allí se detuvo.

¿Cuántas veces se había quedado allí para escuchar sus sollozos, deseando reconfortar a esa angustiada mujer aun sabiendo que no podía? Y en un momento de su vida ese dolor que había sentido por su madre se había convertido en una furia que aún seguía con él, años después de su muerte. Y allí estaba otra vez, haciéndole golpear la puerta con su puño.

Finalmente volvió a su despacho y continuó estudiando a su enemiga. Descubrió que no era la mujer de dudosa moral que había pensado que era, sino una mujer de éxito con un cerebro muy astuto que contaba una historia mientras que su apariencia contaba otra.

Era toda una actriz, seductora y sexy un momento y reservada y virginal al siguiente. Vio su rostro en la pantalla, esos labios, esa mirada entrecerrada que daban un mensaje claro: «Ven a mí, tócame, deja que te enseñe lo que puedo hacer por ti».

Pero la siguiente fotografía daba un mensaje igualmente claro: «Mantente alejado. Me pertenezco sólo a mí››.

Juntó las dos imágenes y se recostó en su silla mientras intentaba ordenar sus ideas. Ese contraste significaba que ella era un misterio y que le sacaba la delantera, algo que él no podía tolerar.

Helena lo había desafiado en lo personal y en lo profesional, ganando en ambos terrenos. Tenía que distinguir qué le importaba más y se alarmó al descubrir que no lo sabía. En cualquier otro momento no habría dudado que lo primero eran los negocios y que las mujeres quedaban en segundo plano, pero esa mujer no era como las demás.

Sin embargo, le llegaría su momento. Cuando la llevara a la cama y la tuviera desnuda en sus brazos, cuando la oyera gritar con el placer que sólo él podía darle, entonces Helena no sería diferente a cualquier otra mujer.

Y de ahora en adelante Salvatore viviría únicamente para el día en que eso sucediera.

Загрузка...