PARA alivio de Helena, Salvatore la soltó, aun'que la siguió hasta la ventana mientras le gritaba:
– No has subido a la habitación conmigo esperando darnos la mano simplemente. Dio mio!, no me equivoqué contigo. Lo tenías todo planeado.
Ella estaba a punto de explicarse para defenderse, pero se detuvo cuando una luz que provenía de la calle iluminó la habitación y pudo ver la magnificencia de la desnudez del hombre que tenía delante.
Y entonces también vio la ironía del momento. Él era todo lo que había deseado, era la realización de lo que había soñado y se había hecho realidad en el peor momento posible. Porque aparte de ver sus largas y musculosas piernas, su plano abdomen, su excitación intentando ser reprimida y su acelerada respiración, muestra de su intenso deseo, lo que destacaba por encima de todo era esa terrorífica mirada; una mirada de puro odio.
Era como si otro hombre lo hubiera poseído; un hombre violento.
El sentido común la avisó de que acabara con eso rápidamente, que lo calmara y que se librara de él lo antes posible, pero lejos de estar asustada, comenzó a llenarse de una energía y unas ganas de enfrentarse a él contra las que el sentido común no podía competir.
– No he planeado nada, pero lo que pasa es que siempre estás dispuesto a pensar lo peor de mí.
Llevas dándome un mensaje toda la noche que no se corresponde con el que me has enviado ahora y supongo que sé por qué. Así es como funcionas, ¿verdad? Así es como te diviertes. ¿Cuántas veces has provocado a un hombre, lo has llevado hasta el límite antes de entregarte a ellos?
– Yo nunca me entrego -respondió furiosa y sabiendo que él captaría el significado oculto-. Esa parte de mí me pertenece en exclusiva y nunca te acercarás a ella.
– Te equivocas. Acabarás ofreciéndomela, te lo prometo.
·No, lo que quieres decir es que la tomarás -le dijo con tono acusatorio.
– Yo nunca hago eso. El placer se obtiene cuando te lo ofrecen incluso contra su propia voluntad. Acabarás dándome todo lo que quiera y suplicándome que tome más.
– Demuéstralo.
·¿Me estás desafiando? Porque voy a aceptar el reto.
Con un movimiento rápido, la rodeó por la cintura y la acercó a su cuerpo, haciéndole sentir su excitación entre sus piernas y recordándole que eso sólo podía acabar de un modo.
Ella le puso las manos en el pecho para apartarlo a pesar de que eso no era lo que quería en realidad y él debió de saberlo porque no se separó ni un centímetro.
– Demasiado tarde -susurró Salvatore-. No deberías haberme retado si no lo decías en serio. Yo ya he aceptado el desafío.
Sólo unos momentos antes el miedo había minado su deseo, pero después la furia lo había traído de vuelta misteriosamente y ahora era más fuerte que ella misma
– ¿Por qué estás enfadada conmigo? Estamos jugando a tu juego, a tu modo, con tus reglas.
·Mis reglas -dijo ella excitada, con la voz entrecortada-. Entonces puedo cambiarlas siempre que quiera. Nunca podrás estar a mi nivel.
·Demuéstralo -dijo repitiéndole sus propias palabras.
Según hablaba, Salvatore la iba llevando hacia la cama. Se tumbó y la tendió a ella encima.
– ¿Qué dicen ahora las reglas?
Ella le respondió besándolo en la boca, olvidó el rol que estaba desempeñando y se dejó llevar por un instinto ciego. Él era un hombre con un poder demoníaco para seducir a una mujer y ese poder la estaba excitando hasta arrastrarla a nuevos caminos. Tal vez seguirlos no era lo más sensato, pero había perdido la razón y obedecía las exigencias de su cuerpo.
Durante mucho tiempo había luchado contra los anhelos de su cuerpo, se había hecho creer que ya no existían. Ahora, esa ilusión que se había creado se desvanecía porque sabía que deseaba a ese hombre; que lo deseaba a él y no a otro.
Alargó una mano hacia él hasta que pudo sentirlo, poderoso y duro como una roca entre sus dedos. No podía soportar el deseo de tenerlo dentro.
Él la empujó delicadamente hasta tumbarla de espaldas y con su rodilla le separó las piernas. Helena lo miró en ese momento y lo que vio en su rostro la sorprendió. Su dura mirada había desaparecido para dar lugar a otra expresión que parecía indicar que él también se sentía como si estuviera en una tierra desconocida.
Al instante lo sintió entrar en ella, moverse dentro de ella, lentamente, prolongando el placer con un infinito control, tomándola más y más hasta hacerla arder con un placer tan intenso que resultaba insoportable. Lo rodeó con sus piernas y sus brazos, haciéndolo su prisionero y pidiéndole que ese momento durara para siempre. Tenía la terrible sensación de que pronto acabaría y no podía soportarlo. Se movió contra él con toda su fuerza hasta que llegaron al clímax y regresó al mundo para descubrir que el corazón le palpitaba salvajemente y que nada era como antes. Ya nada volvería a ser igual.
Estaba tumbada de espaldas con los ojos cerrados. Podía sentir a Salvatore cerca pero tenía la necesidad de estar sola. Lo que había sucedido dentro de ella resultaba tan alarmante como espléndido y él era la última persona del mundo a la que le permitiría saberlo.
Respiró hondo varias veces para calmarse y volvió a asumir el rol que quería desempeñar. Abrió los ojos y lo vio sentado en la cama, mirándola.
·Bueno, ¿vas a negarme que he ganado?
·No has ganado nada. Aquí dentro -dijo ella señalándose al pecho-, no hay nada que ganar.
Él le puso la mano en el corazón, que latía con fuerza.
·Una máquina -dijo Helena-. Nada más.
·Eso no es verdad.
– Claro que sí. Y es muy útil. Ni emociones inoportunas, ni lágrimas cuando todo acabe.
– ¿Ya estás planeando el final?
·Todo termina, aunque no demasiado pronto, espero.
·Eres muy amable.
Ella bostezó y se estiró.
·No tenemos nada que hacer excepto complacernos.
·¿Interpreto que no tienes quejas?
·Ninguna que se me ocurra. Si las tengo, te lo haré saber.
Él se rió.
– Debería irme. No quiero crear ningún escándalo.
Esperó a que ella le pidiera que se quedara, pero Helena, con la mirada vacía, no dijo nada. Salvatore encendió la luz de la mesilla, se vistió rápidamente y fue hacia la puerta, pero en el último momento se detuvo y le preguntó con gesto de preocupación:
– ¿Estás bien?
– Nunca había estado mejor, pero ahora quiero dormir. No hagas ruido al cerrar la puerta.
·Bien. Helena…
·Oh, por favor, perdóname, tengo tanto sueño -dijo bostezando.
·Buenas noches -y se marchó.
Helena se quedó mirando al techo mientras intentaba comprender lo que había pasado. Su piel aún vibraba de placer y satisfacción y una parte de ella deseaba volver a estar con él mientras que la otra quería huir de Venecia, huir de Salvatore. El único modo de ser libre era estando sola, Acercarse a él era arriesgarse a amarlo y eso supondría un verdadero desastre.
Se preguntó dónde estaría Salvatore y qué estaría pensando. Intentó imaginarlo paseando por las oscuras calles y regodeándose de su fácil victoria, pero su gesto de preocupación cuando le había preguntado si estaba bien evitó que esa imagen tomara forma.
Apagó la luz de la mesilla y se escondió bajo las sábanas
Abajo, Salvatore miraba hacia la ventana intentando encontrar algo de sentido a lo que sentía por dentro. Ella se había mostrado como una mujer viviendo la pasión por primera vez. Helena de Troya, cuyo hermoso cuerpo era sinónimo de atracción sexual, había hecho el amor como si fuera la primera vez, con inocencia, y eso lo había dejado impactado.
Siempre había evitado la inocencia al pensar que causaba demasiadas complicaciones. Se había sentido atraído por Helena porque se parecía a él, era cínica, astuta y capaz de cuidar de sí misma. Pero la realidad no era ésa. Sus caricias habían sido puras y sencillas, nada calculadas. Había estado con mujeres que lo habían llevado hasta lo límites del placer, pero que después le habían sido indiferentes. Ninguna de ellas le había despertado la preocupación que había sentido por Helena.
– ¿Qué misterio ocultas? -murmuró-. ¿A quién de los dos estás mintiendo? ¿Y por qué?
Se quedó mirando la ventana hasta que vio la luz apagarse y sólo entonces se alejó, pensativo.
Tras un viaje de negocios, primero en Milán y des. pués en Roma, Salvatore regresó a Venecia, donde lo esperaba una sorpresa.
– Lo trajo un mensajero el día que te marchaste -le dijo su abuela.
La anciana pertenecía a una familia noble que perdió su riqueza y por ello se había casado por dinero y había dado a luz a una niña, Lisetta, la madre de Salvatore. Guido, el marido de su hija, había sido el objeto de su odio y con razón. Ahora que los dos estaban muertos, ella frecuentaba el paiazzo sin dejar de insistirle a Salvatore que no olvidara «su posición».
Abrió el paquete delante de ella y entonces deseó no haberlo hecho. Era la cabeza de demonio que Helena había creado y dentro llevaba una nota: «Te lo prometí. Gracias por la mía. Es preciosa. Helena».
Rápidamente, escondió la nota, pero su abuela la había visto y exclamó-
– ¡Así que es verdad! Corría un rumor diciendo que te había insultado, pero no creía que se hubiera atrevido.
·No me ha insultado -dijo Salvatore examinando el reto con interés-. Es una pieza muy buena y, si no equivoco, la ha diseñado Leo Balzini, un joven diseñador al que llevo persiguiendo meses -se rió-. Ha logrado hacer que se parezca a mí.
·No seas absurdo. ¿Quién iba a pensar que un demonio podría parecerse a ti?
·Cualquiera que me hubiera visto por dentro tanto tanto ella… -su voz se apagó.
·¿Qué es eso que estás farfullando?
·Nada. Tú sólo ten por seguro que no es un insulto.
· iHum! Me cuesta creerlo. Una mujer como ésa…
·Por favor, no te refieras a ella de ese modo -dijo él instante.
·Te he oído a ti hablar así de ella.
– Pero técnicamente es parte de la familia y lleva el apellido Veretti.
·Pero no tenemos por qué aceptarla. ¿Tienes idea espectáculo que ha dado en la última semana?
·Es modelo. Es lógico que atraiga todas las miradas
·Se la ha visto en compañía de un hombre distinto cada noche, incluso con Silvio Tirani. Sé que formó una escena en un restaurante y eso es lo último que nuestra familia necesita. Debemos ignorarla.
– Creo recordar que te caía muy.bien Antonio -señaló Salvatore.
Oyó a su abuela tragar saliva y recordó, demasiado tarde, que habían sido unas palabras desafortunadas. A pesar de ser quince años mayor que Antonio, la signora se había encaprichado 'de él y había sido incapaz ocultarlo. Se decía que ésa era la razón por la que Antonio se había marchado de Venecia y ya formaba te de la leyenda familiar. Pero Salvatore no lo había dicho con esa intención y se apresuró a añadir:
– ¿Cómo se sentiría si ignoraras a su viuda? Creo que es hora de que conozca a toda la familia.
– ¿Quieres decir que la invitemos a venir aquí? Jamás.
·No es necesario que lo hagas. En mi propia casa soy yo el que extiende las invitaciones.
Furiosa, su abuela fue hacia la puerta, pero antes de salir dijo:
– Creo que te has vuelto loco.
·Estoy empezando a creer que sí -murmuró él cuando la mujer ya se había alejado.
El problema de qué hacer después de haber pasado la noche con Salvatore lo había resuelto al descubrir que aún tenía la cabeza de cristal que le había prometido. La empaquetó y se la envió con una nota que era cordial, aunque no demasiado efusiva, y después esperó a que él contactara con ella,
Cuando pasaron los días y no recibió noticias, afrontó los hechos: Salvatore había conseguido lo que quería y después le había dado la espalda.
Día tras otro, iba a la fábrica y se concentraba en aprender más del negocio para no pensar en él. Era únicamente por la noche cuando quedaba desprotegida ante los recuerdos de- su cuerpo contra ella, dentro de ella, y ante la humillación de imaginar lo que él habría estado pensando todo el tiempo.
Lo que siguió, aquel momento en el que Salvatore pareció preocuparse por ella, había sido sólo una ilusión y desde entonces él había empleado el silencio para mostrar su verdadero desdén.
Finalmente, los rumores que siempre corrían por Venecia le dijeron que Salvatore se había marchado de la ciudad a la mañana siguiente, tomando a todo el mundo por sorpresa.
– Ha surgido de repente -le dijo Emilio mientras se daban un descanso en la fábrica.
– ,Sabe alguien cuándo volverá? -preguntó Helena intentando mostrarse indiferente.
Al parecer no. Ojalá no volviera en años, así estamos a salvo de cualquier acción que pudiera tomar contra nosotros. Siempre hay que mirar el lado bueno las cosas.
·Sí -respondió Helena con tono apagado-. Siempre hay que mirar el lado bueno.
Se quedaba trabajando hasta tarde, alargando el día todo lo posible, pero al final siempre tenía que enfrentarse a la noche. Su popularidad había aumentado por la ciudad y siempre había alguien con quien salir a cenar,si quería pero no lo lograba porque allí siempre estaban unas imagenes y unos recuerdos atormentándola. Cerraba los ojos y se acurrucaba, temblando.
Sin embargo, nunca lloraba. Nunca.
Según la nota que recibió, se le comunicaba a la signora Helena Veretti que había sido invitada por el signor Salvatore Veretti a la Festa della censa, que se celebraría en dos semanas.
·Es un honor -le dijo Emilio- ¿Te habló Antonio alguna vez del festival?
·Un poco. Se remonta a siglos atrás, cuando el dux lanzaba un anillo de oro al agua para celebrar el matrimonio de Venecia con el mar.
·Así es, se festeja todos los años y en él participan figuras más importantes de Venecia. Estarás en buena compañía.
Suponiendo que acepte la invitación.
La gente mata por conseguir una de esas invitaciones. Piensa en todos los contactos que puedes conseguir para el negocio.
·Sí, claro, debo pensar en eso.
Mientras pensaba si llamar a Salvatore o mandarle la respuesta por escrito, el teléfono sonó.
·¿Has recibido mi invitación?
– Estaba a punto de llamarte.
– Vamos a almorzar. Nos vemos en una hora… -le dio el nombre de una cafetería y después se oyó un clic. Había colgado.
La cafetería era pequeña, modesta y alegre. Salvatore la estaba esperando en una mesa en la calle con vistas a un pequeño canal. Le sirvió una copa de vino, que ya había pedido.
Al verlo, a Helena le pareció estar mirándose en un espejo. Si esa mirada no la engañaba, Salvatore había pasado tantas noches sin dormir como ella.
– Gracias por la cabeza. La he guardado con llave en un lugar seguro para evitar que mi abuela la destroce. Le indigna que alguien pueda verme como a un demonio, pero le he dicho que se lo explicarías cuando os conozcáis.
– ¿Qué? ¿Y qué voy a decirle?
– Eso decídelo tú -le dijo sonriendo-. Yo sólo seré el árbitro.
La sonrisa de Salvatore iluminó su mundo, por mucho que intentó no admitirlo. Después de una semana de amargura, ahora se sentía feliz por estar con él.
·No me equivocaba al convertirte en un demonio. Tienes el mismo descaro.
– ¿Así que aceptas mi invitación?
– Espera un minuto, yo no he dicho eso.
– ¿Por qué ibas a negarte? ¿Porque la invitación viene de mi parte? -le preguntó con una expresión encantadora a la que ella no pudo resistirse.
Digamos que me resulta sospechoso que, me invitaras.
– Pero ahora eres toda una celebridad y quiero que me vean contigo, por el bien de mi reputación.
– ¿Vas a dejar de decir tonterías?
– Lo digo en serio. En mi posición, tengo que asegurarme de que te ven conmigo y no con otros hombres. No puedo tener competencia de… digamos… Silvio Tirani
Sí, claro. Me lanzaría a sus brazos en cualquier momento.
– Toda Venecia dice que lo hiciste salir de un restaurante con las orejas gachas. Para ser sincero, me identifico con él.
·¡Oh, vamos!
A mí me has hecho lo mismo varias veces. Tal vez Tirani y yo podríamos formar una sociedad, «Los rechazados por Helena de Troya».
Los dos comenzaron a reírse a carcajadas y una sención de calidez y cercanía flotó entre ellos, no sólo un ardiente calor sexual, sino algo más delicado, reflejo de dos mentes en armonía.
·¿Estás bien? -le preguntó Salvatore, esperando que ella recordara la pregunta que le había hecho una vez. Ella lo recordó al instante y respondió:
Estoy muy bien.
– ¿No te hice daño aquella noche, verdad? Porque si lo hice, jamás me lo perdonaría.
Su voz era tierna y preocupada y lo mismo reflejaban sus ojos. Por un momento la guerra había quedado en suspenso y ellos habían dejado de ser combatientes.
·No me hiciste daño -insistió ella con firmeza.
· -Pero algo te preocupaba -dijo él, con delicadeza-.
· Me gustaría que me lo contaras.
Por un momento pensó que Helena confiaría en él y su corazón se iluminó, pero entonces ella le sonrió y supo que se había cerrado a él una vez más. La sonrisa era su armadura.
– Lo único que me preocupa es el hecho de que ganaste… por el momento.
·Que yo sepa, sigues en el negocio.
– No me refiero al negocio. Me dijiste… que contigo disfrutaría mucho. Y lo hice -alzó su copa de vino-. Enhorabuena por tu victoria.
·¡Cállate! No hables así.
Antes se habría regocijado al oír esas palabras, pero ahora lo atormentaban. Ella dejó su copa y lo miró protegida por su armadura, aunque él enseguida cambió el tono para decirle:
– Entonces serás mi invitada en mi barco para la festa y después en mi casa para el banquete que celebraré.
– Bueno…
– Y si has aceptado la invitación de otra persona, puedes decirles que has cambiado de opinión.
·Así mejor, ahora ya vuelves a ser tú.
Estaba preocupado y ese sentimiento estaba empezando a serle familiar desde que se había levantado de la cama de Helena tras una unión que lo había desconcertado de un modo que no lograba entender.
Él estaba acostumbrado a hacer el amor únicamente con el cuerpo sin entregar su corazón. Por muy misteriosa que le pareciera una mujer, todo ese misterio desaparecía una vez que la había llevado a la cama y que después ella reaccionaba como todas, aferrándose a él, queriendo prolongar la relación y hablando de amor a un hombre que no quería oír esa palabra, que se aceptaba a admitir la realidad.
Pero Helena se había dado la vuelta, le había dejado marchar y se había mostrado indiferente, dejándolo embargado por unos pensamientos que nunca antes lo habían atormentado y de los que había intentando huir marchándose de la ciudad. Durante su ausencia, ella le había enviado la cabeza de cristal, pero no había hecho más intento de contactar con él. Estaba desconcertado. Helena había dicho que no tenía un corazón que entregar y él estaba empezando a preguntarse si sería verdad, aunque eso nunca antes le habría importado. -Mi familia desea conocerte. Después de todo, eres una de nosotros. Sí, entiendo por qué me lanzas esa mirada de desconfiada, pero hay muchos Veretti y no todos son tan malos como yo. Al menos dales la oportunidad de darte la bienvenida.
– Por supuesto. Estaré encantada de conocer a la familia de Antonio.
Se hizo el silencio. Ella se echó hacia atrás, cerró los ojos y disfrutó de la sensación del sol cayendo sobre su rostro mientras él la miraba preguntanclose en qué estaría pensando.
– Helena…
Lo miró a los ojos y descubrió que ambos compartían los mismos pensamientos. Tan intensa fue la experiencia que casi pudo sentir las manos de Salvatore en su cuerpo, tocándolo como nunca antes lo habían hecho, como ella nunca le había permitido a nadie acariciarla.
De pronto se sintió furiosa. ¿Cómo se atrevía él a hacer que el tiempo y la distancia desaparecieran y a llevarla a una nueva dimensión sólo con mirarla? ¿Pero uién se había creído que era?
– Helena…
·¿Sí? -preguntó ella fríamente.
Me gustaría… Me gustaría enseñarte mi barco y explicarte lo que ocurrirá durante la festa. ¿Te parece bien mañana?
– Me temo que tendrá que ser otro día. Espero unas visitas en la fábrica.
– Otro día, entonces.
Ella se levantó, le dirigió una brillante sonrisa y se marchó.
Salvatore la vio alejarse. Helena acababa de informarle de que ella haría el siguiente movimiento y que lo haría esperar.
Otra nueva experiencia.