UNOS días después, durante los que no hubo ningún acercamiento, Helena pasaba por el vestíbulo del hotel cuando el joven del mostrador de información la llamó
– Como se apuntó a la excursión a Larezzo, signora, he pensado que podría estar interesada en la excursión a Peronni. Saldrá en diez minutos.
– ¿Hoy es miércoles, verdad?
·Así es, ¿hay algún problema, signora?
Sabía que Salvatore siempre estaba en la fábrica los miércoles.
·No, en absoluto. Haré la excursión.
Tenía que admitir que la fábrica de Salvatore era impresionante. En un momento de la visita guiada vio a dos trabajadores dándose un codazo y mirándola. Salvatore se enteraría de que estaba allí en cuestión de minutos.
·Éste es el nuevo horno y ninguno de nuestros competidores tiene uno igual.
·Pero me atrevería a decir que Larezzo tendrá uno mañana -dijo una voz tras Helena, que se giró y vio allí a Salvatore-. ¿Haciendo espionaje industrial? -le preguntó tomándola del brazo-. Deberías habérmelo dicho y habría sido tu guía personal.
·Me parecía mejor hacerlo en secreto. Pensé que, si venía un miércoles, nunca te enterarías.
Pero a Salvatore no lo engañaba.
·Como agente secreto tienes mucho que aprender. Ven conmigo.
Durante las siguientes dos horas le mostró todas las partes de la fábrica a la vez que se lo explicaba todo en detalle sin miedo a que ella pudiera robarle sus secretos profesionales. Pero cuando Helena vio lo moderna que era la maquinaria lo entendió todo. Hacía años que no se invertía en Larezzo y la fábrica había sobrevivido porque su producto era mejor, pero necesitaba muchas mejoras y Salvatore sabía que no tenía nada que temer.
Sin embargo, Helena decidió que eso iba a cambiar. -Gracias. He aprendido mucho. Ahora debo irme y pensar.
– ¿Has encontrado alguna idea útil que robarme? -preguntó él con tono alegre.
·Las ideas que merezcan la pena robar estarán bien protegidas, ¿o es que crees que no lo sé? -comentó entre risas.
– No, yo nunca te subestimo.
– He visto una o dos que podría mejorar.
– ¿Sólo una o dos? Cena conmigo esta noche y me lo cuentas. Y dame tu número de móvil. Te estás convirtiendo en un personaje tan peligroso que voy a tener que tenerte vigilada.
·Lo mismo digo.
Intercambiaron los números y se citaron en el mismo restaurante de la última vez.
·Nos vemos allí -le dijo Helena-. Hay demasiados cotillas en el hotel.
·B i en.
– Me marcho ya.
– Me temo que tu grupo se ha marchado sin ti. Pediré una barca.
·No, ya que estoy en Murano me pasaré por mi fábrica para asegurarme de que no se ha hundido todavía dijo con sarcasmo.
Caminó la corta distancia que la separaba de Larezzo y se encontró con Emilio en su despacho.
– He tomado una decisión, pero primero tengo que hacer una llamada urgente y después te lo contaré todo.
Salvatore fue el primero en llegar al restaurante y ver que Helena se retrasaba, comenzó a sospechar. Al instante recibió un mensaje en el móvil: «Siento no por ir. El trabajo me reclama y estaré en mi despacho. Helena de Troya».
Contempló las palabras con una sonrisa, intrigado, concluyó que tenían un mensaje oculto.
Llamó a casa para asegurarse de que tenía su lancha motora preparada y corrió al palazzo. Diez minutos más tarde ya estaba llegando a Murano.
Había luz arriba y encontró la puerta trasera de la fábrica abierta. Una vez dentro fue hacia la habitación donde procedía la luz, pero algo lo hizo detenerse. Había un hombre hablando.
Se quedó de pie, entre las sombras, donde podía ver sin ser visto, y entonces apareció el propietario de esa voz.
Era un hombre joven, de no más de treinta años y tremendamente guapo.
·Vamos, cielo. No me lo pongas difícil.
– No te lo estoy poniendo difícil, Jack -se oyó a Helena decir entre risas-. Es sólo que no estoy acostumbrada a hacerlo de este modo.
– Entonces deja que te enseñe.
Vamos, hazlo como te he dicho antes. Pon los brazos sobre la cabeza y échate hacia atrás… así mejor.Aún estás demasiado vestida. ¿Puedes quitarte algo?
·No, esto es lo máximo a lo que estoy dispuesta a llegar. Vamos, date prisa y hazlo
– Pero si…
·Vamos, hazlo… así, sí… otra vez…
Salvatore se agarró con fuerza a la barandilla de la escalera, estaba furioso, pero entonces oyó el sonido de una máquina de fotos y a Jack diciendo:
– Genial, mírame…
·Ahora así.
·Sí, así. ¡Maravilloso!
·Me pregunto si… ¡ Salvatore!
Al verlo, Helena fue hacia él con los brazos extendidos y una sonrisa. Él la abrazó.
– Está bien, chicos, ya hemos terminado. Podéis iros-gritó Helena al fotógrafo y a los chicos de iluminación.
Llevaba un largo vestido blanco de seda con dos rajas a los lados y por lo que Salvatore podía ver, aunque no estaba del todo seguro, parecía que no tenía ropa interior.
– Asi que prefieres su compania antes que la mia, ¿eh? -le dijo Salvatore una vez estuvieron solos.
·No, pero voy a ganar dinero con esas fotos.
·¿En este lugar? -preguntó Salvatore mirando a la habitación, una estructura de madera sin la más mínima decoración.
– No van a mirar el lugar, sólo a mí -fue hacia una viga que iba del suelo al techo, se apoyó en ella y lentamente colocó sus brazos sobre la cabeza.
– Así -dijo-. Y así -alzó una rodilla para que la seda del vestido se abriera y dejara al descubierto la pierna más perfecta que él había visto en su vida.
– ¿Y cuánto pagarán por verte así? -preguntó Salvatore yendo a su lado y agarrándola por las muñecas.
– Espero que mucho.
El le echó las muñecas sobres sus hombros y la llevó hacia sí.
·¿De verdad no te importa que los hombres te miren por dinero?
·Son sólo fotografías. No me importa lo que piensen
·¿Y te importa lo que yo estoy pensando?
·Si estás pensando en lo correcto, no -le susurró.
·Quiero llevarte a la cama y hacerte el amor hasta que nos volvamos locos. Quiero que me hagas el amor para saber que soy el hombre que necesitas. ¿Te parece eso lo correcto?
– Oh, sí.
Ella lo rodeó con su pierna.
·Strega -Bruja.
– Claro que lo soy. Remuevo mi caldero todas las noches mientras preparo hechizos para atraerte.
Las manos de Salvatore encontraron las aberturas del vestido a los lados y subieron por sus piernas hasta llegar a un tanga de encaje extremadamente fino. La agarró por las caderas y con un movimiento rasgó la delicada tela de la prenda.
Ahora ya no había nada entre ella y sus dedos, que encontraron lo que buscaban, la cálida humedad que decía que estaba lista para él. Helena gimió.
·Ahora -le dijo con la respiración entrecortada-. No quiero esperar… ¡Ahora!
El se fue desprendiendo de ropa hasta quedar medio desnudo y se adentró en ella con un poderoso.y rápido movimiento que le produjo tanto placer a Helena que tuvo que agarrarse a él para no caerse; lo rodeó con sus piernas como si quisiera aferrarse a él para siempre.
Para siempre. No quería que ese momento acabara, un momento de puro placer que hacía que todo lo demás pareciera irrelevante. Y cuando los dos habían llegado al clímax, no le importó decir:
– No te atrevas a parar.
Había un sillón en el despacho contiguo. Salvatore la llevó en brazos hasta allí, donde terminaron de desnudarse el uno al otro.
Como si recordaran la última vez, las manos de Helena se dirigieron hacia los mismos lugares que podían volverle loco y, una vez allí, una especie de magia les indicó cómo acariciarlo y acariciarlo hasta hacerle perder el control.
Entró en ella con un poderoso movimiento que al instante se hizo menos intenso. La miró a la cara mientras se movía dentro de su cuerpo, con insistencia, pero delicadamente.
– Mírame -le susurró, y la vio abrir los ojos, asombrada-. Háblame. Háblame.
Pero Helena no podía hablar, sólo podía mirarlo, indefensa.
– Háblame -volvió a pedirle él.
Pero la excitación los envolvió y le hizo moverse más deprisa hasta que ella gritó y se abrazó a él como si no fuera a soltarlo jamas. Y el descubrió que deseaba que eso sucediera.
Cuando todo volvió a la calma, Salvatore apoyó la cabeza sobre ella, asombrado por lo que había pasado, por cómo lo había hechizado. Ella podía hacerle querer protegerla. Ella podía hacerle reír. Ella era la mujer más peligrosa que había conocido.
– Strega -volvió a murmurar.
– Te estás repitiendo mucho.
– Lo sé, pero es la palabra más adecuada. No tengo más que decir.
Helena se rió y suspiró y, al verla, al sentir su cuerpo vibrar contra el suyo, él estuvo a punto de perder el control y tomarla de nuevo.
– Me pregunto quién ha ganado esta vez -dijo ella mientras le acariciaba la cara.
«Tú», pensó él. «Has chasqueado los dedos y he venido corriendo porque me he pasado la última semana hechizado por ti, sin poder dormir por ti, furioso contigo porque aunque no estabas a mi lado, no podía apartarte de mí. La otra noche sucedió algo que no comprendo. Lo único que sé es que he estado esperando a que te decidas. Ahora parece que lo has hecho, pero aún no sé qué pasa por tu cabeza y eso me preocupa demasiado, aunque a ti no parece preocuparte nada. Sí, sin duda, has ganado tú».
Sin embargo, le respondió en voz alta:
– Digamos que es un empate.
Unos días después hablaron sobre el festival mientras cenaban en un pequeño restaurante cuyas pizzas eran de las mejores de Venecia.
– Mi secretaria te recogerá en el hotel. Las barcas zarpan desde San Marcos y después vamos a la Isla de Lido.Una vez que se ha lanzado el anillo al mar, desembarcamos y se celebra una pequeña ceremonia en la iglesia de San Nicolo.
·¿De verdad se lleva celebrando desde hace mil años?
– Desde hace más. La idea original era recordarle al mundo que la República de Venecia siempre estaría por encima de todo.
– Y tú sigues pensando que domináis el mundo, ¿verdad?
De eso no hay duda. Y si el mundo lo olvida, hay que recordárselo. Pero estábamos hablando del festival. Después hay fuegos artificiales, conciertos y la gente celebra cenas. Tú asistirás a la del palazzo Veren y tendrás una habitación preparada ya que espero que te quedes a pasar la noche. Cuando todo termine, será muy tarde como para que vuelvas al hotel.
– Claro, además, mi hotel está tan lejos, ¿verdad?comentó ella con ironía.
Él sonrió.
– Tienen muchas ganas de conocerte -le dijo a pesar de que en el fondo temía que la familia pudiera compartir la opinión de su abuela y llegar a insultarla, algo ante lo que él reaccionaría defendiéndola y revelando algo que aún no estaba preparado a afrontar.
– Seguro. ¿Ya tienen los misiles preparados? ¿Se los darás tú o ya se han abastecido ellos?
·No sé por qué hablas así.
·Mentiroso, sabes muy bien por qué hablo así -respondió ella con una sonrisa.
·Te malinterpreté una vez, pero eso forma parte del pasado.
·¿Quieres decir que le has contado a tu familia cómo son las cosas entre nosotros? ¿Cómo son… exactamente?-al ver el gesto de Salvatore, se echó a reír y añadió-: Perdona, no quiero meterme contigo, pero no puedo evitarlo. Bueno, sigue contándome qué pasará cuando me echen a los leones.
Él intentó describir a sus familiares y le contó que muchos de ellos se desplazarían desde otras zonas de Italia sólo para la ocasión.
– ¿Cuántos primos tienes?
– El número te asustaría, pero están fascinados contigo. Mi prima pequeña, Matilda, está obsesionada con el mundo de la moda y dice que está deseando conocer a una «celebridad de verdad».
– Pero creía que en tu familia hay mucha gente importante.
·Y así es, pero para Matilda tú eres una celebridad de verdad. Y no es la única que lo piensa. Desde que nos han visto juntos mis acciones se han disparado.
Helena le agarró las manos.
·¿Crees que te causo muchos problemas? ¿Debería irme? ¿Debería vender la fábrica y marcharme para siempre?
– ¿Lo dices en serio? -le preguntó él mirándolo fijamente a los ojos.
·No.
Mejor.
Salvatore no dijo nada más, pero tampoco le soltó la mano mientras contemplaron el sol ocultarse tras el agua del Gran Canal y desprendiendo un intenso brillo escarlata.
Pero ese brillo escarlata acabó desvaneciéndose y ese momento mágico protagonizado por el sol llegó a su fin.
·¿Tienes frío? -le preguntó Salvatore un instante después.
– Sí, no sé por qué, pero de pronto…
·Vamos.
La acompañó al hotel y cuando llegaron a la entrada vio a Clara, que los saludó con entusiasmo.
– Querida Helena. Esperaba encontrarte aquí…
– Yo me despido -dijo Salvatore apresuradamente-. Me pondré en contacto contigo para decirte cómo quedamos. Encantado de verla, condesa.
Y con esas palabras se marchó.
Helena invitó a la condesa a subir a su habitación, pero ella insistió en quedarse en el bar del hotel sugiriendo que su objetivo era que la vieran con la celebridad del momento.
Comenzaron su charla conversando sobre la fiesta de recaudación de fondos para el hospital.
·Aún me sorprende lo que Salvatore hizo en la subasta -dijo Helena.
Siempre puedes contar con que Salvatore dé mucho dinero, pero nada más.
– ¿Qué quieres decir con eso? Si ofrece mucho dinero, ¿no es eso lo que importa?
– Oh, sin duda. Y sí que da mucho dinero, no sólo a mi obra benéfica, sino a muchas otras. Pero nunca ha visitado el hospital, por ejemplo. Para él lo fácil es dar dinero. Tiene reputación de ser generoso sin dar nada de sí mismo.
Si bien Helena ya había tenido esa sensación una vez, se mostró algo molesta por el comentario.
– Pero la generosidad consiste en darle a la gente lo que más bien les hace. Si con su dinero se puede comprar un equipo que le salve la vida a un niño, pregúntale a la madre de ese niño si cambiaría eso por una visita de Salvatore al hospital.
·Bueno, lo defiendes con mucha pasión y espero que él lo aprecie.
·¡No se lo digas! No le gustaría nada.
·Claro que sí -dijo Carla riéndose-. Y tú eres muy sensata al guardártelo. Todas hemos estado un poco enamoradas de Salvatore, pero al final acabas superándolo.
·No tengo nada que superar. Sólo pensar en enamorarme de él me da ganas de reír.
– Eso es lo que dicen todas, pero muy pocas acaban riendo. No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
– No hay ningún secreto y deja de intentar hacerme decir cosas que te den algo de que hablar.
Clara se rió.
– Es que no puedo creerme que haya conocido a la única mujer que es inmune a sus encantos.
– Pues créelo.
– Está bien, lo haré.
Clara se terminó su copa y se levantó.
·Ahora tengo que irme. Me ha encantado hablar contigo -dijo dándole un beso en la mejilla.
Arriba, en su habitación, Helena se dejó caer en la cama y miró al techo pintado.
Lo que Clara había dicho era una tontería. Estaba demasiado bien armada contra Salvatore como para sucumbir a la emoción. La abrasadora pasión que despertaba en ella era otra cosa distinta; no tenía nada que ver con el amor y se alegraba de poder separar las dos cosas.
Pero entonces recordó cómo le había molestado oír que difamaban a Salvatore, tanto como para salir en su defensa y hablar sin pensar. Había querido protegerlo. ¿Protegerlo? ¿Al hombre que estaba intentando arruinarla cuando no intentaba someterla a su pasión? ¿Estaba loca?… Tal vez.
Una vez fuera del hotel, Clara sacó su teléfono móvil y llamó al amigo que estaba esperando su llamada y que a su vez llamó a otros amigos haciendo que, en diez minutos, la noticia ya hubiera recorrida toda Ve necia.
– Acabo de hablar con ella -dijo- y es obvio que no sabe nada… No, en serio, cree que es un hombre de honor, pobre inocente. No, no le he dicho nada, esperaremos hasta que ella descubra lo que Salvatore ha hecho… Oh, Dios mío, ¡será un gran día! ¡Se va a armar una buena!