Capítulo 10

Después de una sopa de menestra caliente y de un poco de carne a la plancha, Rebecca se sintió mejor. Trent se acercó a la tienda del barrio durante unos minutos y, cuando volvió junto a ella, sacó de una bolsa un par de revistas que le puso en el regazo y después sacó también un par de tarrinas de helado.

Puso las tarrinas sobre la mesilla y se sentó en la cama, junto a ella. Después le colocó las almohadas para que estuviera más cómoda.

Rebecca inhaló su olor a jabón, mezclado con la brisa nocturna de junio, y oyó cómo él sacaba una última cosa de la bolsa.

– He pensado que podríamos divertirnos con esto esta noche -le dijo, y le mostró un libro-: El gran libro de los nombres de bebé.

Al verlo, a Rebecca se le removió algo por dentro. ¿Por qué? Porque el hombre atractivo que la había llevado a casa aquella noche estaba pensando en cómo podía convencerla de que su relación se convirtiera en algo sexual. Aquél había sido su primer objetivo: pasar aquella noche y las demás con ella. Sin embargo, el tierno protector que se había sentado a su lado en la cama estaba dispuesto a pasar la noche con ella, sí, pero eligiendo el nombre de su bebé.

Quizá todo fuera una tontería, pero fue aquél el momento en que Rebecca se dio cuenta de que se había enamorado de Trent.


– Quisiera saber cuándo voy a conocer a esa mujer tuya -le dijo a Trent su madre-. ¿Por qué no la has traído a cenar hoy?

– Porque ha tenido un día muy largo en el trabajo y pensé que preferiría quedarse en casa y descansar.

No era cierto. Trent ni siquiera le había preguntado a Rebecca si quería asistir a aquella cena. Le había dicho que era una reunión de negocios y que llegaría tarde a casa. Todas sus cenas con su madre acababan tarde, porque Trent tardaba varias horas en sacarse todas sus quejas de la mente.

– Quizá debiera llamarla y pedirle que venga a comer conmigo al club.

– Preferiría que no lo hicieras, mamá -le dijo Trent, en un tono contenido.

– ¿Te avergüenzas de mí? -le preguntó Sheila.

– Claro que no -respondió Trent, y alzó la vista del plato para mirarla.

Observó su belleza. Era una belleza que un cirujano plástico había conservado a cambio de una fortuna. Las inyecciones habían borrado las arrugas de descontento de su rostro. Las cremas le habían suavizado la piel y le habían aclarado las manchas de la edad. Tenía el cuello liso como la hoja de un bisturí. Vergüenza no era la emoción que le provocaba su madre.

– Entonces, ¿te avergüenzas de Rachel?

– Rebecca, mamá. Se llama Rebecca, y tampoco me avergüenzo de ella.

– Pero es una enfermera, Trent. ¿No podrías haber encontrado a alguien con más… estilo?

Trent endureció su armadura mental para que aquel comentario venenoso no la traspasara. Katie le había preguntado en varias ocasiones por qué continuaba manteniendo aquellas reuniones con su madre. Pero su hermana no lo entendía. Sheila era su madre. Al ser el primogénito, no podía librarse del sentido de la responsabilidad que tenía hacia ella.

– Siempre me cayó muy bien tu primera mujer, Mara -le dijo Sheila, interrumpiendo sus pensamientos-. ¿Qué ocurrió?

– Mara me dejó, mamá, ¿no te acuerdas?

– Ah, sí -respondió ella, asintiendo-. Porque no tenías tiempo para ella. Estabas demasiado absorto en tu trabajo, exactamente igual que el desgraciado de tu padre. Por cierto, ¿qué tal están tu padre y esa cualquiera con la que se casó?

– Papá está bien, mamá, y Ton¡ también. Les diré que te has interesado por ellos.

– No se te ocurra hacer tal cosa, Trent Crosby. A mí no me importa lo que le pase a tu padre, después de la manera en la que me trató.

– Vaya, siempre es un placer estar contigo, mamá. Es como si el tiempo no hubiera pasado.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados. Sheila era completamente egoísta, pero no estúpida.

– No me hables en ese tono, Trent. Danny ya es lo suficientemente desdeñoso.

Trent se quedó helado y, lentamente, dejó el cuchillo sobre el plato.

– ¿Has estado hablando con Danny? -le preguntó. Su hermano pequeño no necesitaba más dolor del que ya soportaba-. Preferiría que no lo hicieras, mamá.

– Preferirías que no conociera a tu mujer y preferirías que no hablara con tu hermano. ¡Mi propio hijo! Uno no siempre consigue lo que quiere, Trent.

– Ya lo sé -murmuró él.

Se llevó el vaso de agua a los labios e intentó tragarse el dolor que estaba comenzando a atenazarle los músculos de la nuca. Si pudiera conseguir lo que deseaba, su madre estaría de vuelta en Palm Springs, donde vivía la mayor parte del año, y él estaría en casa con Rebecca, en la cama. Pero desde que se había desmayado, la semana anterior, él había mantenido las distancias. Se había quedado hasta tarde en el trabajo para llegar a casa después de que ella estuviera dormida. En el dormitorio de Trent. Él le había dicho que dormiría en el dormitorio de invitados para no molestarla.

Pero en realidad, había estado durmiendo en el cuarto de invitados porque ella lo inquietaba.

– ¿Trent?

Trent alzó la vista.

– Lo siento, mamá. ¿Qué decías?

– Te he preguntado si vas a ir al Baile del Solsticio de Verano del club, el sábado por la noche.

– ¿Eh? Sí, claro. He reservado una mesa.

– ¿Y tu padre irá también?

– Sí, vamos a sentarnos juntos.

– ¿Con la cualquiera?

– Con Toni, sí.

Su madre asintió.

– Entonces, tendré que comprarme un vestido nuevo.

Trent bajó el tenedor.

– ¿Vas a ir?

– Claro. Te lo he dicho hace media hora. ¿No me estabas escuchando?

Parecía que no. Su madre debía de haberlo mencionado cuando él estaba pensando en Rebecca.

– No quiero escenitas, mamá -dijo Trent. El dolor de cuello estaba adueñándose también de su cráneo.

– No sé de qué estás hablando.

Trent sabía que no podía permitirse el lujo de pasar aquello por alto. No, porque su padre y Toni, su esposa, estarían en el baile. Y Katie y Peter. Y ninguno de ellos tenía por qué soportar los comentarios y los trucos que se le pudieran ocurrir a Sheila. Las dudas de Rebecca sobre su matrimonio se redoblarían si conocía a su madre. Ella le diría que todo había sido un error y él no podría rebatírselo.

– Mamá, ¿recuerdas aquella charla que tuvimos sobre Children's Connection? ¿Recuerdas que te dije que revocaría tu pertenencia al club si hacías correr rumores sobre la fundación? Pues también lo haré si montas una escena en el baile.

Sheila intentó hacerle un mohín con los labios hinchados por el colágeno.

– No sé por qué dices eso.

– Lo digo en serio, mamá. No te acerques a papá.

– Oh, está bien. Pero quizá quiera decirle hola. Por los viejos tiempos.

– Claro. Por los viejos tiempos. Como si no hubieran sido un infierno.

– Fue lo que ocurrió con ese Robbie Logan -se quejó ella-. Destrozó lo que había entre tu padre y yo.

Trent suspiró.

– Lo que tú digas, mamá.

– Crees que lo sabes todo del pasado, Trent. Pero yo quise a tu padre. Lo quise mucho. Incluso ahora, algunas veces me pregunto si…

Trent se quedó boquiabierto. Nunca habría creído que Sheila pudiera admitir que había estado enamorada de su marido. Y por la expresión de su rostro… Trent se preguntó si toda su amargura y sus quejas eran en realidad una máscara para un dolor que él nunca había imaginado.

Su madre no era una persona buena, cierto, ni altruista. Pero era humana.

Y… ¿había sido capaz de sentir amor? Sí. Y quizá, bajo toda aquella armadura, siguiera sintiéndolo.

Si Trent podía creer aquello, podía creer que el amor existía, después de todo. ¿Sería posible?

No, demonios, no. Porque el amor pondría en peligro todo lo que estaba construyendo con Rebecca.


Algo despertó a Rebecca de su profundo sueño. Abrió los ojos e intentó escuchar los ruidos de Trent en la habitación que ella había ocupado antes. Pero los ruidos no eran ruidos del piso superior. Y tampoco parecían los de Trent.

Las demás noches, él había subido directamente las escaleras y se había asomado a la habitación principal, donde ella dejaba la puerta entreabierta. Rebecca sabía que él estaba allí, observándola, y tenía que apretar los ojos de incertidumbre.

Y al mismo tiempo, lo deseaba, lo quería, sentía el impulso de ponerse a danzar en círculos delirantes porque el amor le había caído en el regazo.

Después de pasar unos minutos mirándola dormida, él se marchaba a la otra habitación. Y ella, en muchas ocasiones, comenzaba a llorar en silencio.

Sin embargo, aquella noche los ruidos no eran del piso superior. Un poco asustada, con el teléfono inalámbrico apretado contra el corazón, bajó las escaleras sigilosamente, pensando en si debería avisar a la policía. Antes de hacerlo, vio luz en la sala de estar y, al asomar la cabeza, vio algo que hizo que diera un paso hacia atrás.

Su cabaña de juegos. La cabaña de juguete que le estaba haciendo a Merry había cambiado. Entró a la sala de estar y se dio cuenta de que no era obra de ningún duende, sino que el arquitecto de aquel cambio era Trent. Estaba de pie, de espaldas a ella, sin chaqueta, sin zapatos, remangado.

¡Trent, trabajando en su cabaña!

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.

Trent se dio la vuelta. Uno de los lados de la camisa se le había salido de los pantalones.

– Yo… eh…

Rebecca se puso en jarras y miró con la cabeza ladeada lo que él había hecho. Su cabañita pintoresca y agradable había cambiado por completo. Tenía dos plantas. Una torrecilla. Rebecca señaló con el dedo hacia la construcción.

– ¿Eso es un puente levadizo?

Él sonrió ligeramente.

– Sí. ¿Qué te parece?

– ¿Que qué me parece? -le preguntó ella, y lo miró fijamente.

Se sentía desaliñada y arrugada con su viejo camisón de franela, mientras él estaba sólo un poco despeinado y con la ropa de diseño descolocada, y completamente concentrado en las renovaciones del proyecto de Rebecca.

Era demasiado. Él era demasiado. Había transformado su humilde cabaña de juegos en algo fantástico.

– ¿Por qué lo has hecho? -le dijo, lanzándole una mirada fulminante-. ¿Cómo has podido hacer esto…? -«¿cómo has podido hacerme esto?».

Trent miró la cabaña, desconcertado.

– ¿No te gusta?

– No, no me gusta. Y no me gusta…

«No me gusta lo que me has hecho. No me gusta que hayas transformado las modestas expectativas que tenía en nuestra relación y me hayas obligado a desear que tú me quieras tanto como yo te quiero a ti».

Mirando su maravillosa y confusa cara, Rebecca estalló en sollozos.

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