Capítulo 2

Después de un largo día en el hospital, Rebecca llegó a su casa y se encontró con que Trent Crosby la estaba esperando en la puerta. No había vuelto a saber nada más de él desde el día anterior, cuando había salido de su despacho sin expresión en la cara, y ella se había atrevido a esperar que las cosas continuaran así.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella sin acercarse.

Tenía razones para ser cautelosa. Un día la había acusado de ser una espía y, al día siguiente, de ser una gamberra. ¿Quién sabía lo que podía salir de la boca de ese hombre en aquel momento?

– Tenemos que hablar -respondió Trent-. Por favor, dame una oportunidad.

Como ella continuó estudiándolo en silencio, él dio un paso hacia ella.

Ella dio un paso atrás.

Él se quedó inmóvil.

– Quiero compensarte por lo de ayer -dijo, y sonrió-.Te he traído un regalo.

Oh, no. Aquella sonrisa encantadora asustó mucho a Rebecca, porque con tan pequeño esfuerzo la estaba afectando, estaba consiguiendo derretir su frío recelo hacia él.

Así pues, Rebecca lo miró con cara de pocos amigos.

– ¿Un regalo?

Se recordó a sí misma que a los hombres ricos les resultaba fácil hacer regalos. Su ex marido también hacía muchos regalos. Los que había cargado a las tarjetas de crédito de cuentas comunes eran los que la habían avisado de que la estaba engañando, porque aquellos regalitos tan glamurosos nunca habían ido a parar a ella.

– ¿Qué regalo?

Trent se volvió a medias y arrastró algo que había en el porche y que ella no había visto.

– Cajas -le dijo él-. Había una pila de ellas en la basura hoy, y cuando salía de la oficina me he acordado de ti.

Le había llevado cajas.

Por supuesto, la única razón por la que aquello estaba haciendo que todas las defensas de Rebecca se derrumbaran era que se había pasado una hora después de su turno de trabajo con Merry, la niña asmática a la que le había prometido la cabaña. Aquellas cajas significaban que al día siguiente podría darle a la pequeña un informe sobre los avances del proyecto.

Con aquello en mente, se acercó apresuradamente a Trent. Le había llevado seis cajas. Seis cajas plegadas, extra grandes, del tamaño ideal para construir aquella cabaña.

– Gracias -dijo ella, pensando de nuevo en Merry. Rebecca se sacó las llaves del bolso mientras respiraba profundamente-. Está bien, puedes pasar -le dijo. Sin embargo, iba a mantenerse en guardia.

Trent entró tras ella al pequeño salón de su casa. Mientras Rebecca colgaba el bolso en la percha del vestíbulo, vio cómo él recorría lentamente con la vista lo que lo rodeaba. Una fina alfombra oriental sobre el suelo, limpio pero rayado. Un sofá cubierto con una colcha que había comprado en un mercadillo, unas cortinas que ella misma había confeccionado con la ayuda de una máquina de coser y unas estanterías típicas de piso de estudiante o de mujeres que estaban recomponiendo sus vidas después de un matrimonio fracasado.

Mientras ella se volvía hacia Trent, pensó que para él sería una casa demasiado modesta. Él volvió la vista hacia la entrada que llevaba a la cocina y después la miró a la cara.

– Agradable -le dijo-.Acogedor.

Ja. Más bien, feo. Pero no había ni rastro de malicia ni de desprecio en sus ojos al decirlo, y Rebecca notó que la grieta que había en el hielo se agrandaba más y más.

– Bueno, pasa a la cocina -le dijo. No era mejor que el resto de la casa-. ¿Te apetece tomar un poco de té frío?

Él respondió que sí y se sentó en una silla junto a la mesa diminuta.

– ¿Es té verde?

– Sí, y sin teína. ¿Te parece bien?

Él asintió sin mirarla.

– Perfecto.

Ella sirvió dos vasos y se sentó, fatigada. Durante las últimas noches no había dormido apenas, y aquel turno tan largo que había tenido en el hospital le pesaba sobre los hombros. Alzó el vaso de té e intentó disimular un bostezo.

Sin embargo, él debía de tener un oído excelente.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó.

Ella intentó responder.

– No, nada. Nada más que un día muy largo, el embarazo y un hombre extraño en mi cocina.

– ¿Has comido algo?

– Sí, en algún momento del día… A la hora de comer.

Él se levantó y comenzó a rebuscar en los armarios antes de que Rebecca pudiera reaccionar.

– Tienes que comer.

– Espera, no…

– No te levantes -dijo Trent-. Soy soltero. Puedo preparar algo parecido a una comida si es necesario.

Rebecca se quedó tan sorprendida que no pudo moverse del asiento. En silencio, observó cómo él le ponía delante un plato con rebanadas de pan tostado, queso y pedazos de manzana.

Después, Trent se sentó.

– Ahora, a comer. ¿Estás tomando vitaminas prenatales?

Ella se quedó boquiabierta.

– Eh… sí. ¿Cómo sabes…?

– Tengo dos hermanas. Una acaba de tener un niño y la otra está embarazada -dijo-. Al principio, Ivy se mareaba con las vitaminas a no ser que las tomara con pan. Y Katie tenía que tomarlas con espaguetis con mantequilla fríos.

– Yo no me mareo -murmuró Rebecca.

Para su contrariedad, se sentía… intrigada. Casi encantada. ¿Quién hubiera pensado que aquel hombre de negocios tan importante pudiera saber los detalles de los embarazos de sus hermanas?

– Tienes… eh… muy buena educación.

Él se encogió de hombros.

– Lo que ocurre es que estoy bien informado. Soy el mayor de mis hermanos. Crecí limpiándoles la nariz y administrándoles aspirina infantil. Supongo que los más pequeños siguen acudiendo a mí cuando no se encuentran bien.

– Yo también soy la mayor -dijo ella.

Sin embargo, aunque sus hermanos la admiraban como hermana mayor, acudían a papá y mamá cuando estaban enfermos.

– Come -insistió él.

– Está bien, está bien -le dijo ella.

El primer bocado le supo a gloria, pero se sentía cada vez más cansada. Cada vez que masticaba tenía que invertir más energía.

– He hablado con Morgan Davis -dijo Trent.

Rebecca tragó saliva y notó una inyección de adrenalina que la hizo ponerse en alerta.

– ¿Y?

– Y me ha explicado que ha habido una confusión con las muestras de semen. Están intentando averiguar cuál fue el verdadero problema. Me dijo que está muy preocupado por la reputación de la clínica y por las posibles… dificultades legales. Sin embargo, Children's Connection ha hecho tanto bien que yo le he asegurado que no los demandaré. Me dijo que tú le habías asegurado lo mismo. Así que… bueno, siento mi manera de reaccionar de ayer. No me esperaba…

– ¿Que yo estuviera embarazada, y gracias a ti?

Él parpadeó y se rió.

– Sí. Exactamente.

Rebecca sonrió sin poder evitarlo. Con aquella expresión de buen humor en el rostro, era difícil pensar que aquel hombre rico y poderoso pudiera amenazar el futuro feliz que ella había planeado para sí misma y para Eisenhower.

Sólo era un hombre, un hombre que se preocupaba por los demás, que le había llevado cajas y que sabía algo sobre embarazos. Todo iba a salir bien, pensó Rebecca, y lo dijo en voz alta.

– Todo va a salir bien.

Trent la miró.

– Sí, estoy de acuerdo. Creo que todo va a salir bien.

Rebecca le dio otro sorbo a su té, pero estaba tremendamente cansada. El libro sobre el embarazo que estaba leyendo decía que era muy común sentirse cansada durante el primer trimestre, y ella lo estaba.

– ¿Rebecca?

– ¿Sí?

Trent se acercó a ella y la ayudó a levantarse.

– Deja que te ayude. Estás rendida.

Pese a sus débiles protestas, él la llevó hasta su habitación y la ayudó a tenderse sobre la cama.

– Buenas noches, Rebecca Holley.

– Buenas noches, Trent Crosby -respondió ella-. Siento que no hayamos podido hablar más.

Pero hablarían de nuevo, porque era un hombre bueno, un hombre en quien se podría confiar y que no se entrometería en su vida y en la de su bebé si ella no quería. Y Rebecca no quería. Un gran bostezo hizo que le crujiera la mandíbula.

Él se quedó un momento más allí.

– ¿Ibas a decir algo? -le preguntó Rebecca, mientras se le cerraban los ojos sin que pudiera evitarlo-. Lo siento, pero he tenido un turno muy largo en el hospital y estoy muy cansada.

– Ya lo veo. Y yo tengo la solución a nuestro problema. Me gustaría que lo pensaras.

– Mmmm -dijo ella, mientras caía en un sueño ligero.

Las últimas palabras de Trent le entraron por los oídos y le salieron de nuevo antes de que pudieran causarle una pesadilla.

– Cuando tengas el bebé -dijo Trent-, si me concedes la custodia, te daré medio millón de dólares.


En su escritorio, Trent garabateaba en una libreta. Al darse cuenta, soltó el bolígrafo, disgustado. ¡Él nunca hacía garabatos distraídamente!

Eran las dos y media. Hacía más de cuarenta y dos horas que no había tenido noticias de Rebecca Holley. Él tenía mucha práctica en el arte de negociar y sabía que el próximo movimiento debía proceder de ella, pero aquella espera lo estaba volviendo completamente loco. No tuvo más remedio que admitir que no podía concentrarse en ninguna otra cosa. Se levantó de la silla y salió de su despacho.

Claudine alzó la vista desde su escritorio, que estaba a unos pasos de la puerta de Trent.

– ¿Habéis terminado con los informes del departamento?

Él le echó una mirada malvada, dando gracias al cielo por aquella distracción.

– ¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hables en plural?

– Es el plural mayestático -respondió ella-. Porque eres una molestia real.

Él tuvo que contener la risotada para no darle la satisfacción a Claudine. Pasó por delante de ella sin mirarla.

– ¿Adónde vais, majestad?

– A Recursos Humanos. A recoger los formularios necesarios para despedirte.

– Sin mí, tú no podrías encontrar Recursos Humanos, y menos rellenar esos formularios.

– Arpía -le dijo él desde el pasillo.

– Autócrata.

Trent siguió andando y alzó la voz. Estaba decidido a decir la última palabra.

– Gruñona.

La respuesta de Claudine llegó a sus oídos igualmente.

– Oligarca.

Aquello hizo que Trent se detuviera. Volvió y asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Oligarca? Ésa es buena. Ya lo creo, muy buena.

Claudine esbozó una sonrisa petulante.

– Claro que sí. Yo soy muy buena.

Él soltó un bufido y comenzó a moverse de nuevo.

– ¿Adónde vas, Trent?

Él suspiró.

– Cúbreme un rato, ¿de acuerdo, Claudine? Quizá esté fuera un par de horas.

Mientras bajaba hacia el aparcamiento, pensó que era hora de ir a ver a Rebecca Holley y decirle en términos claros y concisos lo que quería de ella.

Un poco después, Trent entraba en la habitación de juegos de la planta de pediatría. Rebecca estaba sentada en el suelo, con un bebé en el regazo y una niña algo mayor colgada del cuello. Se quedó observándola unos segundos desde la puerta, porque ella se estaba riendo, y su expresión feliz lo conmovió. Sin embargo, Rebecca alzó la vista y se extinguió la sonrisa de sus labios.

– ¡Oh!

– Rebecca -dijo él, a modo de saludo.

Ella se puso en pie con el bebé en brazos.

– Éste es Vince, uno de mis pacientes -le dijo Rebecca a Trent-. Y te presento a Merry -añadió, mirando a la niña con la que había estado jugando.

– Encantado de conocerte -le dijo Trent a la niña.

Merry saludó tímidamente con la mano.

– ¿Qué tal estás? -le preguntó entonces Trent a Rebecca.

– He comido mucho mejor estos días -le aseguró ella-, y también he descansado más-. Me gustaría disculparme por haberme dormido cuando estuviste en casa el otro día. Nunca me había ocurrido nada semejante.

– No pasa nada.

– Bueno, gracias -dijo ella, y después lo miró con extrañeza-. ¿Querías algo?

– Pues… sí. ¿Podríamos hablar un rato?

Ella parpadeó un par de veces.

– Oh… eh, claro. Pero tengo que quedarme en la sala de juegos. Le dije a mi amiga Janet que la sustituiría un rato. Tiene que haber una enfermera aquí durante todo el tiempo.

Después miró hacia abajo y le dijo a Merry que le iba a servir un vaso de zumo y que le dejaría ver la televisión durante un ratito. Entonces, Trent se ofreció para tomar a Vince en brazos.

– No te preocupes -le dijo a Rebecca cuando ella lo miró sin saber qué hacer.

– ¿Estás seguro?

– Claro. Estoy acostumbrado a los bebés.

– Ya me doy cuenta -respondió Rebecca, y sacudió la cabeza como si estuviera sorprendida.

Sin embargo, si ella conociera a su madre como la conocía Trent, no se sorprendería. Él no había sido la figura paterna perfecta, pero había hecho lo que había podido con sus hermanos pequeños mientras crecía, cuando su padre pasaba todo el tiempo trabajando y su madre los había desatendido. Trent también haría su papel lo mejor que pudiera con el niño que Rebecca tenía en el vientre.

Cuando Rebecca terminó de atender a Merry, ambos se dirigieron a una esquina de la habitación de juegos y se sentaron en un par de sillones enfrentados. Trent le entregó el bebé a Rebecca y se dispuso a abordar el asunto que había estado preocupándolo durante las últimas cuarenta y tres horas.

– ¿Qué piensas de mi oferta?

Ella se quedó helada.

– ¿Tu oferta?

– Sí, la de la otra noche.

– ¿La de la otra noche?

Trent suspiró ante sus evasivas.

– Rebecca…

– ¿Por qué estaba tu esperma en Children's Connection?

Aquella pregunta le tomó por sorpresa.

– ¿No te lo dijo Morgan Davis?

Él había pensado que el director de la clínica le habría contado toda la historia.

Ella sacudió la cabeza.

– Sólo que no fue donado con el propósito de la inseminación.

Aquello hizo que Trent se hiciera otra pregunta.

– Y, a propósito, ¿por qué elegiste tú este camino? ¿Por qué no seguiste el viejo método natural?

– Ese método no era posible. Me divorcié hace dos años del supuesto marido perfecto.

– Lo dices con amargura. Parece que estás tan desengañada del amor y del matrimonio como yo.

– ¿Tú estás desengañado?

Él se encogió de hombros y soltó una carcajada seca.

– Sí. Me has preguntado por qué estaba mi esperma en la clínica. Mi ex mujer, mi mujer en aquel momento, claro, iba a ser inseminada. Pensamos que incrementaría las posibilidades de que se quedara embarazada. Pero cuando llegó el gran día, ella se echó atrás. Salió de mi vida.

Rebecca suspiró.

– He llegado a la conclusión de que, aunque hay buenos matrimonios construidos sobre el amor,- son una excepción. Yo no tengo esperanzas de que eso me ocurra a mí.

– Bien. Así que no estás buscando compañero. Pero, ¿por qué quieres tener un hijo? ¿No tienes muchos bebés que ocupan todo tu tiempo en el hospital? -le preguntó él, mirando a Vince.

– Soy muy buena en mi trabajo, ¿sabes? -le dijo Rebecca.

Trent daba aquello por sentado, y asintió.

– Bien. Eres buena en tu trabajo y…

– Hace falta gente que haga bien este trabajo. Cuesta mucho, ¿sabes? Tienes que ver a niños enfermos durante todo el día, todos los días. Niños heridos, niños que sufren y que mueren, Trent.

Él miró a Vince, que se había quedado dormido acurrucado contra el pecho de Rebecca. No podía preguntarle qué le ocurría al bebé. No quería saberlo.

No podía imaginarse cómo saldría Rebecca del trabajo todos los días.

– ¿Por qué?

– Porque puedo ayudar a muchos de ellos, y además, muchos se curan. Porque los consuelo. Porque… porque puedo.

Durante un segundo, él se sintió avergonzado, porque lo único que hacía en la vida era dirigir una gran empresa de informática. Después, carraspeó.

– Pero, ¿por qué otro niño, Rebecca?

– Necesito mi propio hijo, mi propia familia para llenarme la vida, Trent. Para que sea mi luz, la fuerza que necesito para hacer un trabajo que puede destrozarme por dentro. Quiero llegar a casa y estar con mi hijo, con alguien que me repare el corazón que se me rompe un poco cada día. Necesito alguien mío a quien querer.

Trent asintió.

– Supongo que eso nos lleva a mi oferta -le dijo él finalmente.

– Tu oferta -repitió Rebecca, y palideció-. Creía… estaba tan cansada, que pensé que lo había soñado. No podía creer…

– ¿Que te hubiera hecho semejante proposición? -le preguntó Trent-. Pero lo hice. Te daré medio millón de dólares por la custodia del niño. Y, después de lo que me acabas de decir, estoy dispuesto a aumentar la oferta a un millón.

Загрузка...