Capítulo 5

– Reconócelo. Sabes muy bien que hemos cometido un error. Sabes que has cometido un error.

Trent observó la expresión ansiosa de Rebecca mientras el ascensor descendía otro piso.

– Estás bromeando, ¿verdad? Llevamos casados menos de diez minutos. Ni siquiera hemos salido aún del juzgado. ¿Cómo va a ser un error ya?

– Llevo mi uniforme de enfermera. ¿Qué novia comienza su matrimonio vestida con el uniforme de trabajo?

– Una novia a la que le pidieron que hiciera un turno extra y que no pudo decir que no, aunque era el día de su boda. Y que conste que ha sido tu error, no el mío.

– Pero todo esto fue idea tuya, y… -Rebecca se interrumpió cuando se abrieron las puertas del ascensor y entraron tres personas más.

Cuando por fin salieron del edificio y se dirigieron hacia sus coches, él miró a Rebecca de reojo y le habló con determinación.

– Créeme, Rebecca, esto no ha sido un error.

– No estoy convencida de que seas el tipo de hombre que reconoce que ha cometido una equivocación -refunfuñó ella.

Bueno, aquello era cierto. Y él también era el tipo de hombre que, cuando había decidido que quería algo, iba tras ello de un modo sistemático y metódico hasta que finalmente lo conseguía.

A su entera satisfacción.

Como aquel día.

Se aferró a aquel pensamiento feliz hasta el momento en que los dos estuvieron frente al porche de su casa. Con ambas maletas en las manos, titubeó un momento antes de dejarlas en el suelo para buscar las llaves y abrir.

– Eh… espero que te guste.

En vez de mirarla, miró la pesada y fea puerta. ¿Qué estaba diciendo? A Rebecca le iba a parecer horroroso. Él mismo odiaba su casa. Se la había comprado justo después de su divorcio a otro tipo divorciado, y carecía de toda calidez. Cuando abrió la puerta, Rebecca entró inmediatamente. Él tomó las maletas y la siguió.

Ella se detuvo en el vestíbulo, mirando a su alrededor.

A la derecha había un salón con una alfombra blanca, a un nivel más bajo que el resto del suelo. Enfrente había una escalera curva que llevaba al piso superior. A la izquierda, el comedor y la entrada a la cocina de acero inoxidable. Todo estaba brillante e impoluto, desde el mobiliario de laca y cristal del salón hasta los tulipanes rojos de plástico que había en un jarrón sobre la mesa del comedor.

– ¿Qué te parece? -le preguntó él en voz baja.

– Es… está muy limpio.

Él se rió sin poder evitarlo.

– Es horrible. Sé que es horrible.

– No quería…

– No, no intentes echarte atrás ahora. Tengo que admitir que carece por completo de encanto.

– Trent -le dijo ella-, ¿por qué vives en esta casa si no te gusta?

Él se encogió de hombros.

– Antes no me importaba. Sólo estaba yo y… no me importaba dónde vivía. Me pasaba la mayor parte del tiempo en la oficina.

La expresión de Rebecca se volvió de duda.

– Pero ahora voy a cambiar eso -se apresuró a decir él-. Con el bebé y contigo, voy a pasar mucho más tiempo en casa -le aseguro.

Después le hizo una señal con una maleta, preocupado porque, si las dejaba en el suelo, quizá ella agarrara la suya y saliera corriendo de allí. Trent comenzó a subir las escaleras mientras le decía:

– Podemos comprar una casa nueva o reformar ésta, si quieres. Agrandar las habitaciones. Donar todos los muebles.

En el piso de arriba, él hizo un gesto hacia un espacio abierto.

– Es mi despacho. Puedes usarlo siempre que quieras.

Ella asintió y después se dirigió hacia el corto pasillo que había a la derecha.

– ¿Y las habitaciones están aquí?

– Sí. Pensé… -él se quedó helado al mirarla.

– ¿Pensaste? -dijo ella, para animarlo a que siguiera hablando.

– E… e… e… -¡Trent estaba tartamudeando!-. Me pareció que esta primera habitación podría ser la habitación del bebé. Tiene mucha luz por las mañanas y está cerca de las escaleras. ¿0 quizá no sea bueno que esté tan cerca de las escaleras? Y la luz matinal podría despertar al bebé demasiado pronto o…

Horrible. Estaba balbuceando. Trent Crosby, el alto ejecutivo siempre seguro de sí mismo estaba balbuceando.

– ¿Estás bien? -le preguntó Rebecca, preocupada.

– Claro que estoy bien -respondió él.

– Entonces, a mí me parece una buena habitación para el bebé -dijo Rebecca-. ¿Y dónde voy a dormir yo?

La pregunta del millón de dólares. La que acababa de terminar con toda la seguridad y la tranquilidad de Trent. La que sólo se le había ocurrido cuando ella había pronunciado la palabra «habitaciones».

– ¿Trent? -ella lo estaba mirando con preocupación de nuevo, y se acercó a él-. ¿Qué te ocurre?

Cuando Rebecca estuvo junto a él, Trent percibió su olor dulce 'y se preguntó sin poder evitarlo si el sabor de su piel sería igual de dulce.

Ella lo estaba mirando fijamente con sus preciosos ojos marrones y él se sintió como un viejo verde. Porque, cuando le había propuesto aquel matrimonio práctico, no había pensado en que debía ser un matrimonio casto. Entre ellos había habido la suficiente atracción sexual como para que él supiera que iba a ser probable que deseara una relación física.

Sin embargo, con la prisa por llevarla al altar, no había hablado de aquello con Rebecca. Y le parecía un poco agresivo sacar el tema en aquel momento.

Lo cual significaba que, pese a su modo sistemático y metódico de lograr las cosas que deseaba, sí había cometido un error.

No había planeado exactamente cómo llevarse a su mujer a la cama.


Sin especificar las razones, Rebecca había pedido unos días libres en el trabajo, pero al día siguiente de su boda, estaba de vuelta en el Hospital General de Portland para asistir a una reunión de un grupo que se había hecho un hueco en su corazón.

Unos meses atrás, le habían pedido que diera una charla sobre primeros auxilios para niños para la Asociación de Padres Adoptivos de Children's Connection. Era un grupo de apoyo para personas que habían utilizado los servicios de Children's Connection, como ella. En una de aquellas reuniones era donde Rebecca había tenido la idea de usar un donante de semen para quedarse embarazada.

A partir de aquel momento, asistía a las reuniones de la asociación, sobre todo como experta en asistencia sanitaria, pero también a causa de la camaradería y el afecto que había entre los miembros, así como por los consejos profesionales que podía dar. Cuando estuviera preparada para dar la noticia de su próxima maternidad, los primeros en saberlo serían sus amigos de la Asociación de Padres Adoptivos.

Y también ellos serían los primeros en saber que se había casado con Trent Crosby. Si decidía no terminar con aquello antes.

Aquel día, Morgan Davis, el director de Children's Connection, que asistía a las reuniones también, la saludó y le dijo que no iban a tener reunión, sino una improvisada celebración. Y a los pocos segundos, se dio cuenta de que todo el mundo estaba mirando la puerta de la sala y miró también; al mismo tiempo, oyó los lloros de un bebé y vio a una pareja sonriente con un niño en brazos. El hombre se volvió y tomó por el codo a la adolescente que los seguía, e hizo que se adelantara suavemente para poder pasarle un brazo por los hombros a la muchacha y el otro a su mujer.

Entusiasmado, Morgan Davis se acercó a ellos y anunció:

– ¡Aquí están! Brian y Carrie Summers, y Lisa Sanders. Y su pequeño, Timothy Jacob, que fue encontrado la semana pasada, ¡sano y salvo!

Todo el mundo comenzó a aplaudir y Rebecca supo el motivo de aquella celebración.

A finales del enero anterior, Lisa Sanders había dado a luz a un niño al que iban a adoptar los Summers. Sin embargo, en las horas siguientes al parto, el niño había sido secuestrado de la sala de neonatos del hospital, y la posterior investigación de la policía había dado con los secuestradores durante los últimos días. Uno de ellos se había entregado a la policía y les había dicho dónde podían encontrar a Timothy. Estaba en casa de una mujer que vivía en el campo, a las afueras de Portland. La mujer tenía más hijos, y Timothy, gracias a Dios, había recibido buenos cuidados.

Brian Summers contó todos los detalles que le permitía la investigación policial mientras recibía las felicitaciones de todo el mundo, y mientras se repartían grandes pedazos de bizcocho y tazas de café.

– Lisa continuará viviendo con nosotros todo el tiempo que quiera -dijo Brian-. Irá a la universidad este verano, pero formará parte de nuestra familia, tanto como Timothy.

En aquel momento, incluso la adolescente fue capaz de hablar a la sonriente multitud.

– Gracias, muchas gracias a todo el mundo por el apoyo y por creer que encontraríamos al bebé y que Carrie y Brian lo recuperarían.

Rebecca sonrió. Era cierto que Brian y Carrie iban a poder estar al fin con su bebé. Y Lisa había encontrado a una familia que la quería.

No era el arreglo familiar más tradicional, pero para Rebecca era un final feliz.

Más tarde, Rebecca salía de la sala de reuniones con una de sus amigas de la asociación, Sydney. Se miraron la una a la otra y se sonrieron.

– Ha sido un buen día -le dijo Sydney.

– Un día muy bueno -respondió Rebecca-. Me siento como si hubiera dado una vuelta en globo.

Sydney asintió.

– Las familias pueden empezar de formas muy diferentes, pero la felicidad es la misma, ¿verdad?

Rebecca no dejó de pensar en aquellas palabras mientras se dirigía a casa de Trent. Después de la reunión de la asociación de aquel día, se sentía llena de optimismo y felicidad. Se negaba a que las dudas la agobiaran más. Era el momento de empezar su vida como esposa de Trent.


Trent pasó su primer día de casado intentando no pensar que era un hombre casado. Sabía que en algún momento tendría que contarles a sus compañeros de trabajo y a su familia que había cambiado de estado civil, pero decidió concederse a sí mismo, y concederle a Rebecca, unos cuantos días para adaptarse a la idea.

Aquel día llegó a casa a las siete de la tarde. Se sentía orgulloso y aliviado, porque aunque había tenido un horario muy apretado, recién casado o no, había sacado todo el trabajo adelante, y más aún.

Cuando llegó a su calle y vio el coche de Rebecca aparcado frente a la casa, se sintió bien al saber que estar casado no lo había afectado en absoluto. Y así era como iban a continuar las cosas, se dijo.

La idea de dormir con ella había sido natural, pero debía olvidarla. Aquel matrimonio sólo había sido un método para tener al niño en su vida. Trent pasaría el próximo periodo indefinido de tiempo como había pasado aquel día. No permitiendo que aquel cambio de estado afectara a su vida.

Mientras, Rebecca se había mudado por completo y había ocupado una de las habitaciones de invitados.

Él cerró la puerta, esperando una noche tranquila. Una cerveza fría, y después llamaría al restaurante al que siempre recurría para que le llevaran la cena a casa, y leería alguna revista de deportes.

El olor fue lo primero que notó cuando entró por la puerta. Parecía como si le tirara fuertemente de la corbata hacia la cocina, atrayéndolo hacia allí. Allí se quedó mirando las encimeras y todas las cosas que había sobre ellas.

– Buenas noches -le dijo Rebecca-. ¿Qué tal te ha ido el día?

– Me ha ido… -dijo él, y sacudió la cabeza-. ¿A qué huele?

– A tarta de manzana.

– Tarta de manzana -repitió él-. ¿Y qué es esto? -dijo, señalando una cacerola cubierta que había al fuego.

– Estofado de pollo.

– ¿Y eso? ¿Y eso? ¿Y eso? -dijo él, señalando por la cocina.

– Perejil. Brécol. Judías verdes. Es decir, lo que queda. Todo lo demás fue a parar al estofado -respondió ella, sonrojada-. No soy una de esas cocineras que limpian mientras trabajan.

– Te has hecho la cena.

– He hecho la cena para los dos. No estaba segura de cuándo llegarías a casa, así que hice algo que pudiera calentar más tarde.

– No tienes que cocinar para mí. Iba a pedir que trajeran la cena de DeLuce's.

– Ah, bien -dijo ella. Se volvió y se acercó al refrigerador-. Si prefieres eso…

– No, no. Es que no me esperaba… no pensé que… -tarta de manzana. Estofado de pollo. Había muerto y había ido al cielo.

– He estado pensando mucho hoy. Acerca de nuestro matrimonio.

La satisfacción de Trent bajó unos cuantos puntos. Rebecca había estado pensado mucho en su matrimonio, y él no había pensado en absoluto.

– Escucha, Rebecca, yo también he pensado un poco. No quisiera que nuestro… nuestro acuerdo fuera un impedimento para nuestros hábitos.

– ¡Exactamente! -dijo ella con una sonrisa que hizo que Trent creyera de nuevo que estaba en el cielo-. ¿Por qué no vas a prepararte para cenar y hablamos mientras comemos?

Tomaron los primeros bocados en silencio, salvo por los efusivos cumplidos de Trent hacia su habilidad culinaria. Aquello del matrimonio quizá sí fuera a afectar a su rutina, pero una mujer que le hiciera buena comida no era nada para preocuparse.

Estaba disfrutando de su segunda ración de pollo estofado cuando ella sacó una pequeña libreta.

– Bueno, como ya te he dicho, he estado pensando mucho hoy, y he hecho estos planes.

– ¿Mmm? -dijo él, y ladeó la cabeza para intentar leer su escritura al revés.

– La colada, la compra, la comida y la limpieza de la casa.

– Esto suena…

– Lo he escrito todo. Pensé que tú podrías cocinar los lunes, los miércoles y los jueves. Yo me quedaré con los martes, viernes y domingos. Eso nos deja el sábado para cualquier otra cosa.

Trent se quedó mirándola embobado, así que ella continuó explicándole cómo había organizado el resto de las cosas.

¿El camión de la basura? ¿Quitar el polvo? ¿Pasar la aspiradora? ¿Limpiar los baños?

– Eh… Rebecca, creo que no entiendes cómo funcionan las cosas aquí. Tengo una señora de la limpieza que viene tres veces por semana. Yo… eh… nosotros no tenemos que preocuparnos de limpiar. Ella también hará la colada si le dejas tu ropa en la cesta de la ropa sucia, aunque la mayor parte de las veces a mí se me olvida y al final tengo que ir a la tintorería.

– Oh -dijo ella, y cerró la libreta-. Ya entiendo.

– En cuanto a la compra, normalmente yo pido la comida a un restaurante, a no ser que tenga una cena de negocios. No creo que el plan que tú has sugerido pueda funcionar.

– Oh -repitió ella, y se puso en pie-. Creo que me voy a mi habitación un rato. Yo lavaré los platos después. No toques nada.

Trent supuso que aquello incluía la tarta de manzana, y suspiró al ver a Rebecca salir de la cocina. Aunque en realidad, ya no le apetecía demasiado comer más.

Trent sabía que había hecho algo mal, que había dicho algo mal, que lo había estropeado todo de algún modo y que, si no rectificaba su error, aquel matrimonio sí afectaría a su vida.

No podría vivir con la conciencia tranquila.

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