Rebecca se sintió aliviada al entrar en casa de Trent. No porque le resultara acogedora, sino porque allí estaban todas sus cosas: su ropa, sus libros y sus llaves. Allí podría recoger su vida y seguir con ella.
«Otro destino en otra base. Piensa en ello como en un cambio de destino», se obligó a pensar para reunir fuerzas.
– ¿Va todo bien? -le preguntó Trent.
Ella tomó aire y se volvió hacia él.
– Te habré dejado en paz antes de que vuelvas a casa de trabajar.
– ¿Trabajar? -le preguntó él con el ceño fruncido-. No voy a trabajar hoy.
Rebecca se encogió de hombros.
– Bueno, de todos modos yo voy a empezar a llevarme mis cosas ahora mismo.
– ¿Qué demonios quieres decir?
– Trent, nuestro acuerdo es nulo. Porque… bueno, porque ya no vamos a tener un hijo -dijo ella.
Sin embargo, el sonido de aquellas palabras le sonó muy feo, aunque pensara que aquél era un lenguaje que podía entender el presidente de una gran empresa.
– Así que me estás diciendo que todo ha terminado. Todo lo que teníamos.
– Todo lo que teníamos ha terminado -confirmó Rebecca. Después comenzó a subir las escaleras, consciente de que Trent la seguía. Rebecca no podría hacer las maletas si sabía que él estaba vigilándola-. No hace falta que me ayudes. Puedo hacerlo yo sola.
– Sí, claro -murmuró él-. Así es como nos metiste en este lío, ¿no? Pensando que podrías tener un bebé sola.
Mientras entraba en la habitación principal, Rebecca se enfureció por sus palabras.
– Y podría haberlo conseguido. El hecho de que tú te involucraras fue algo inesperado. Que tú fueras el padre de Eisenhower fue un…
– No digas que fue un error -le ordenó él categóricamente-. No te atrevas a decir que fue un error.
Rebecca miró al cielo con resignación.
– Aún eres incapaz de admitir que puedes cometer un error, ¿eh,Trent?
Al darse cuenta de que no había sacado la maleta, se acercó a la cama y dejó allí toda la ropa.
– No hagas esto, Rebecca.
Ella se obligó a mirarlo.
– Lo siento, Trent. Tienes razón. Eres un buen hombre. De veras, lo creo. Un buen hombre que tiene conciencia. Pero tus responsabilidades conmigo han terminado.
– Rebecca…
Tenía que dejarla hablar. Tenía que dejarla hablar mientras aún estaba serena.
– No tenemos nada en común, Trent. ¿No ha quedado suficientemente claro? El presidente y la enfermera. La mujer que está acostumbrada a las comidas caseras y el hombre que está acostumbrado a las cenas del club social. Aunque te agradezco que tu conciencia no te permita echarme de casa…
– Sí, es cierto. No te estoy echando de casa. Que conste que eres tú la que se está marchando.
Y si él no tuviera una actitud tan contenida, aquello podría ser incluso más difícil. Pero su rostro tenía una expresión neutral, como si estuvieran hablando sobre los términos de un contrato en vez de estar hablando del resto de sus vidas.
– Deja que me vaya ahora, Trent. Al fin y al cabo, ocurriría de todos modos.
– ¿Estás segura? ¿Y…? -Trent se interrumpió. Se dio la vuelta y, rápidamente, se alejó hasta la ventana y se quedó mirando a la calle.
Rebecca se dejó caer en el colchón.
– ¿Qué?
– Nos entendemos muy bien en la cama. Yo me llevo bien con tus amigos y tú te llevas bien con mis amigos y con mi familia.
– Eso no es suficiente para mí, Trent.
– Pero hay más, demonios. Sé que hay más cosas entre nosotros.
– ¿Por ejemplo? Dime una sola cosa, Trent.
Trent se dio la vuelta y la miró fijamente.
– El amor.
Ella se sintió alarmada. ¿Acaso quería quedarse con ella porque sentía lástima? ¿Se sentía tan obligado por lo que ella sentía por él como se había sentido antes por el niño?
– Tú no crees en el amor.
– ¿Y si te dijera lo contrario? -respondió Trent, e hizo un gesto vago con la mano-. He visto el amor por aquí. Lo he sentido.
Así que él se había dado cuenta de que ella estaba enamorada de él. Y estaba intentando hacerle creer que él sentía lo mismo.
– Trent, tú no pareces un hombre que pueda sentir amor. Más bien eres un hombre que, cuando se propone algo, no para hasta que lo consigue. Pero en esta ocasión no es necesario que lo consigas, Trent. Puedes dejarme marchar.
– Rebecca…
– No puedes dar todos los pasos que llevan hasta el amor sin sentirlos, Trent. Lo siento, pero eres un hombre demasiado desapasionado como para conseguir que yo me lo crea.
Y, como si quisiera demostrárselo, sin decir una palabra más, su marido salió del dormitorio y de su vida.
Sin pensar, Trent condujo hasta Crosby Systems y pasó por delante de la mesa vacía de Claudine para encerrarse en su despacho. Cerró la puerta y puso su escritorio de caoba entre él y el resto del mundo.
Aquél era su mundo, pensó, mirando la pila de informes y de mensajes que lo esperaban. Aquello siempre estaría allí para llenar su tiempo y su vida de sentido.
Cuando sonó el interfono, apretó el botón de escucha.
– ¿Sí?
La voz de su ayudante arremetió contra él.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Dirigir esta empresa -respondió, y cortó la comunicación.
Sonó otra vez el timbre. Fue un sonido enfadado, como el zumbido de una abeja dispuesta a picar. Él utilizó todo su control cuando respondió.
– ¿Sí?
– ¿Qué estás haciendo aquí hoy?
¿Y qué otra cosa podía hacer? Su mujer estaba haciendo las maletas para dejarlo y él había decidido que no se iba a quedar a verlo. Aunque le hubiera dicho que quería que se quedara porque la quería, ella no lo hubiera creído. Así que, ¿de qué habría servido?
– ¿Qué estás haciendo aquí hoy? -le preguntó de nuevo Claudine.
– Trabajar, verdulera -le dijo a Claudine por el interfono-.Trabajar.
Ya que lo había dicho, sabía que tenía que hacerlo. Tomó la carpeta que tenía más a mano y la abrió. Después la cerró de golpe. Era una carpeta que le había prestado Katie. Bueno, más bien Peter. Había hecho una búsqueda exhaustiva de los mejores cochecitos, colchones y sillas de niño.
Trent se lo había pedido prestado. Sin embargo, en aquel momento no podía soportar tenerlo a la vista en su oficina. Decidió que llamaría a Katie para que fuera a buscarlo y llamó a su oficina. No obtuvo respuesta.
Bien. Metió la carpeta bajo el montón de informes y tomó la siguiente carpeta. Sin embargo, la que estaba al fondo seguía distrayéndolo. La esquina de un recorte del artículo de una revista se salía de entre la cartulina, y Trent veía una fotografía de un oso de peluche.
Con una maldición, intentó comunicarse con su hermana de nuevo. Pero tampoco obtuvo respuesta. Llamó a su secretaria. Tampoco. Entonces llamó a Claudine.
– ¿Dónde demonios está todo el mundo? -preguntó.
El suspiro de Claudine le llegó a través del interfono.
– ¿Qué necesitas, jefe?
A Rebecca. A Eisenhower. Necesitaba que su vida fuera como él quería. Pero se quitó todo aquello de la cabeza.
– ¿Dónde está mi hermana? -le preguntó.
– En casa.
– ¿En casa? ¿No es la vicepresidenta? ¿No tiene que trabajar?
– Está trabajando desde casa hoy, tirano. Quizá tú deberías hacer lo mismo.
Él miró con cara de pocos amigos al interfono.
– Estás despedida. Prepara los papeles.
– Muy bien, lo haré la semana que viene. 0 más pronto, si no recuperas el sentido común, Trent. Tienes que estar en otro lugar en este momento. Tienes que atender otros asuntos.
– Rebecca quiere estar sola -dijo. No podía admitir que ella no lo quería. Aún no-. Está disgustada por el aborto.
– ¿Y tú no?
– Claro que sí.
Sí, estaba muy disgustado. Pero no iba a pensarlo. ¿Cómo podía haber perdido otro niño? No, no, no. Sentía una angustia muy grande que le oprimía el pecho. Casi no podía respirar. «Olvida al bebé. Olvida todo lo que no sea el trabajo».
Su mirada se posó de nuevo en la esquina de aquel artículo. Tenía que librarse de aquella endemoniada carpeta.
– Tengo un recado que hacer. Podrás localizarme en casa de Katie.
Su hermana le abrió la puerta con la misma pregunta que Claudine.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Él le dio la carpeta.
– Te he traído esto.
Cuando él se dio la vuelta para marcharse, ella lo agarró del brazo.
– No tan rápido. Quiero saber qué tal está Rebecca. Y qué tal estás tú.
– No tienes que preocuparte por mí. Rebecca se marcha.
– ¿Qué?
Que habían vuelto a abandonarlo, pensó Trent. Antes de conocer a Rebecca, él era listo. Sabía que el amor era un mito que la gente como su hermana y Peter decía que sentía para sacar algo en claro de su atracción sexual. Pero entonces, había llegado Rebecca. Con su suavidad, había conseguido suavizar también las aristas afiladas de su cinismo. Y él había bajado la guardia, se había vuelto vulnerable de nuevo. A ella, a sus sentimientos.
Todo se había ido al diablo cuando había dejado de esperar lo peor de todo el mundo.
– La misma canción, segunda estrofa -le dijo a su hermana.
– ¿Qué? -repitió ella, y después miró por encima de su hombro-. No podemos hablar en este momento. La policía acaba de llegar.
Trent se quedó sorprendido y miró hacia atrás.
– ¿La policía?
– Mis suegros están dentro. Unos detectives los llamaron antes para hablar con ellos y han decidido reunirse aquí.
– Me voy, entonces…
– ¡No! -Katie lo agarró con fuerza por el brazo-. No quiero que te vayas de aquí sin que hayamos hablado de esto.
Trent no supo por qué permitió que su hermana lo arrastrara hacia dentro de la casa. Bueno, sí lo sabía. No quería estar a solas consigo mismo en aquel momento. Mientras Katie saludaba a los policías, él asomó la cabeza al salón para decirles hola a Peter y a sus padres.
– Me quedaré en el despacho, si te parece bien -le dijo a su cuñado.
Fue la señora Logan la que respondió, con una de sus encantadoras sonrisas.
– Trent, eres de la familia, ¿recuerdas? Y nos han dicho que esto tiene algo que ver con Children's Connection. Ya sabes lo que ha estado ocurriendo allí, así que siéntate -le dijo Leslie, y después miró a su marido-. Terrence está de acuerdo conmigo, ¿verdad?
Aunque no parecía que Terrence estuviera tan convencido como su mujer, asintió. Trent pensó que aquella pareja llevaba más de cuarenta años casada, y se preguntó cómo se las habrían arreglado para conseguirlo. Respeto, decidió. Y confianza. Si el amor era un sentimiento vacío, falso e inconstante, entonces un matrimonio tan largo debía basarse en el respeto y la confianza.
0 no. Porque, demonios, él había respetado a Rebecca. Y en cuanto a la confianza…
«No confiaste en ella lo suficiente como para decirle cuáles eran tus sentimientos».
En aquel momento, Katie hizo entrar a los detectives al salón. Después de que los presentara como el detective Levine, un hombre de mediana edad, y como la detective Ellen Slater, una mujer joven, ambos del Departamento de Policía de Portland, Trent se retiró a un rincón.
– Señor y señora Logan, tenemos noticias de su hijo Robbie.
¡Robbie! Trent se inclinó hacia delante en el asiento.
– ¿Noticias sobre Robbie? -repitió Leslie Logan-. Pero yo creía…
– Hace veintiocho años, ¿conocían ustedes a unas personas llamadas Joleen y Lester Baker?
Los Logan se miraron y sacudieron la cabeza.
El detective miró a Trent.
– ¿Y usted,, señor Crosby? ¿Le dicen algo esos nombres?
Trent reflexionó sobre ello un momento.
– No. Sólo tenía nueve años, pero no reconozco esos nombres.
– ¿Qué quiere decir? -le preguntó Terrence calmadamente al detective, y le tomó la mano a su mujer-. ¿Son ésas las personas que secuestraron a nuestro hijo?
– Sí -asintió el detective-. Hemos averiguado que Lester Baker atrajo a Robbie hasta su camioneta. A causa de su riqueza, los investigadores en aquel tiempo esperaron que el secuestrador pidiera un rescate, pero la verdad es que Lester salió rápidamente de la ciudad para volver con su mujer, Joleen. Años antes habían perdido un hijo, y Lester pensó que Robbie podría reemplazarlo.
– ¿Son… gente buena? -susurró Leslie.
El detective Levine hizo un gesto apesadumbrado.
– Por la información que tenemos, ambos han muerto, pero no, señora Logan, no puedo decir que fueran buena gente. Bebían y salían huyendo cuando la ley o los caseros se les acercaban demasiado. Estuvieron viviendo en Ohio, Michigan e Indiana. Diez años después del secuestro, Lester abandonó a su mujer y al chico, y más tarde se mató en un accidente. Joleen vivió hasta el año dos mil uno. Entonces, murió de cáncer de hígado.
– ¿Y mi hijo? -preguntó Leslie, que se había quedado muy pálida.
– Justo antes de que Joleen Baker muriera, él descubrió lo que le había ocurrido cuando era pequeño.
– ¿Qué quiere decir? -intervino Terrence-. ¿No lo recordaba?
El detective Levine sacudió la cabeza y señaló a su compañera.
– Señor y señora Logan -comenzó a decir la joven-. Además de detective de la policía de Portland, soy psicóloga. Se me ha pedido que fuera asesora en este caso. Tienen que entender que en el viaje que hizo su hijo mientras lo alejaban de su casa aquel noviembre de hace veintiocho años, le dieron sedantes. Y durante los días siguientes recibió más dosis. Las drogas y el trauma fueron las primeras herramientas, muy efectivas, para lavarle el cerebro al niño. La mente humana es elástica y resistente, y la de Robbie hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir -les explicó, e hizo una pausa.
– Por favor, continúe -le pidió Terrence.
– Los Baker le dijeron a Robbie que había sido malo. Que sus padres ya no lo querían.
Leslie emitió un jadeo.
– ¡Robbie no pudo creerse eso! ¡Él sabía que lo adorábamos!
La detective Slater asintió.
– En cierto modo, eso hizo más imperativo aún que Robbie enterrara su antigua vida y aceptara la nueva. Ese amor que él recordaba le hacía mucho daño, porque él veía que el regresar no estaba al alcance de su mano. Así que aceptó aquella nueva identidad como protección hacia los Baker, que tenían un comportamiento violento, y como protección hacia los recuerdos agridulces del pasado.
Leslie se tapó la boca con la mano. Peter se acercó rápidamente a su madre.
– ¿Mamá? ¿Te traigo algo? -le dijo. Miró a su padre, cuya expresión no había vacilado-. Papá, ¿estás bien?
– Sí, hijo, estoy bien -respondió Terrence Logan, y tomó aire-. ¿Y qué pasó después?
La detective miró a Leslie y titubeó.
Trent apretó los puños sin poder evitarlo. ¿Qué le había ocurrido al pequeño Robbie? Terrence Logan debía de tener agua helada en las venas si podía seguir sentado allí tan tranquilo, como si fuera de piedra.
– Robbie supo la verdad por Joleen poco antes de que ella muriera. Él ya había terminado la universidad y tenía un buen trabajo en St. Louis. Al saberlo todo, se quedó asombrado. Los recuerdos que había tenido durante su vida los había descartado como si fueran fantasías.
– Pero… el dos mil uno -dijo Peter-. Eso fue hace poco. ¿Por qué no se puso en contacto con papá y mamá?
– Había pasado por muchas cosas con los Baker -dijo la detective Slater-. Más que muchas cosas. Después de todo lo que tuvo que experimentar, sentía que no era lo suficientemente bueno para su familia verdadera.
– ¿Que no era lo suficientemente bueno? -Katie se levantó para acercarse a su suegra y le puso las manos sobre los hombros-. Eso no tiene sentido.
– En parte, se culpaba a sí mismo por lo que sucedió. Pensaba que debía haber sido capaz de escapar y de encontrar la manera de volver con su familia -le explicó la detective.
Leslie se hundió entre los cojines del sofá.
– Mi niño -dijo, llorando-. Mi pobre niño…
Katie miró a Trent. Ella también estaba llorando. Y Trent sabía que estaba pensando lo mismo que él. ¿Y si su sobrino, el hijo de Danny, estaba en manos de gente como los Baker? Peter miró a su mujer, se dio cuenta de la angustia que sentía y se acercó a ella para abrazarla.
Trent apretó los puños y se preguntó por qué hacía tanto frío en aquella esquina. Katie y Peter tenían una casa con muchas corrientes.
– Señor y señora Logan -dijo el detective Levine-. No sé cómo decirles lo siguiente…
– Sin rodeos -le indicó Terrence Logan-. Díganoslo sin rodeos.
El detective asintió.
– Su hijo se mudó a Portland, pero no se atrevió a ponerse en contacto con ustedes. Se mezcló con mala gente, señores Logan. Con muy mala gente.
Terrence asintió.
– Me está diciendo que Robbie no está muerto.
– No. Robbie está bajo custodia policial, acusado de varios delitos cometidos con el nombre de Everett Baker.
– ¿Everett Baker? -preguntó Leslie, abrumada.
¡Everett Baker! Trent no podía creerlo. Cuando la policía le había preguntado por Joleen y Lester Baker, Trent no había relacionado los apellidos.
– ¿Everett Baker? -dijo Terrence. Era imposible saber lo que estaba pensando. Tenía el rostro sin expresión y la voz neutral.
Trent pensó de nuevo que le corría agua helada por las venas. Rebecca lo había acusado de no tener emociones, pero Terrence Logan era el verdadero robot de Portland.
«Pero así es como te ve Rebecca a ti».
Leslie miró a su marido y después a Peter y a Katie.
– ¡Está vivo! -dijo, y se desmayó.
Todo el mundo se acercó rápidamente a ella, pero sólo tardó uno o dos segundos en recuperar el conocimiento. Katie y Peter quisieron llamar a una ambulancia, pero Leslie les aseguró que estaba bien.
– Ha sido la excitación -les dijo.
Ellos la taparon con una manta y, al cabo de unos instantes, su rostro recuperó algo de color. Después extendió una mano hacia Terrence.
– ¡Querido, nuestro Robbie! ¡Nuestro Robbie!
Él se llevó la mano de su mujer a los labios y sonrió. Era la primera emoción que Trent había percibido en él. Después, Terrence comenzó a llorar, con la misma sonrisa en la cara.
Atónito por el cambio del semblante de Terrence, Trent dio un paso atrás y se topó con Peter.
– Tu padre… ¿está bien?
Peter asintió.
– Mi padre consigue mantener la cabeza fría durante mucho tiempo, pero no cometas el error de pensar que no tiene corazón.
«No cometas el error de pensar que no tiene corazón».
Con sólo ver a Terrence compartiendo aquellas emociones con su mujer, uno podía darse cuenta de que sí tenía corazón.
Terrence miró hacia arriba, hacia Peter y Trent.
– ¡Nuestro hijo está vivo!
Y Trent creyó que entendía un poco la alegría del otro hombre, porque su hijo no estaba vivo.
Antes de que aquel pensamiento lo superara, antes de empezar a gritar de dolor, salió de casa de Katie.