Capítulo 9

– El café me parece muy bien -dijo Matt, sin dejar de mover los tiestos-. Pero no tienes que quedarte. Puedes ir a darle un beso a Tom antes de que se vaya al colegio.

Fleur se apartó el pelo de la cara, confusa. Cuando lo había visto en el invernadero no se había enfadado, todo lo contrario. Había sentido una alegría inmensa. Primero los arbustos, ahora aquello…

Era lo que siempre había soñado, la vida que siempre había soñado, los dos juntos, trabajando juntos, viviendo juntos…

Pero no tenía nada que ver con ella, sólo con Tom. Sólo quería demostrarle que lo necesitaba, que el niño estaría mucho mejor con él.

– Si no te importa que me vaya…

– No, claro que no. Yo me encargo de todo esto.

– Bueno, entonces nos vemos luego, supongo.

A Matt le temblaban las manos. Desde que la había visto en pijama, despeinada, con esos ojos de sueño… La deseaba tanto… Quería abrazarla como lo hacía antes, sin preguntas, sin dudas, sin vacilaciones. Quería sentirla entre sus brazos, sentir la conexión perfecta que había entre ellos trascendiendo la necesidad de palabras.

Había escondido sus sentimientos de tal modo, se había concentrado de tal manera en levantar un imperio que nadie pudiera arrebatarle, que casi se había convencido de que Fleur no le importaba, de que no había nada en Longbourne que pudiera interesarle.

Y entonces había llegado ese recorte de periódico y toda su vida se había puesto patas arriba de nuevo.

Y ahora sabía que sólo el orgullo, el estúpido orgullo, había impedido que viera la verdad, que volviera a casa.

Y daba igual lo que hubiera pasado, lo que Fleur hubiera hecho, porque seguía deseándola como la había deseado cuando era un crío, como la había deseado cuando se casó con ella. Y tenía que demostrárselo como fuera.

– Fleur…

– ¿Sí?

Ella estaba mirándolo, con la espalda apoyada en la puerta del invernadero, sin darse cuenta de que alguien la había abierto. Y, de repente, cayó hacia atrás, a los brazos de… Charlie Fletcher.

– ¡Charlie! ¿Qué haces aquí?

Charlie Fletcher la había tomado por la cintura para evitar que cayera al suelo, pero la sujetó durante mucho más tiempo del necesario, en opinión de Matt.

– Acabo de enterarme de lo de tu padre. ¿Por qué no me has llamado? Habría venido de inmediato si… Ah, vaya -dijo Charlie entonces, mirando a Matt sin poder disimular un gesto de absoluta sorpresa-. ¿Puedo hacer algo por ti, Fleur?

A Matt le entraron ganas de darle un puñetazo, pero una vocecita le decía: «Seis años. Te fuiste y estuviste seis años fuera de aquí, sin escribirle ni una sola vez, sin una sola llamada de teléfono».

Entonces el tiesto que tenía en las manos explotó, enviando tierra, flores, fragmentos de plástico y una fucsia potencialmente ganadora de la medalla de oro al suelo de terracota que se había instalado cuando la reina Victoria estaba todavía en el trono.

Fleur se volvió, sobresaltada.

– ¿Qué ha pasado? ¿Te has cortado?

– No, no, estoy bien -contestó él, sin dejar de mirar a Charlie Fletcher.

Charlie Fletcher, el que le hacía favores a Fleur, con el que Fleur pasaba algunos fines de semana, el que seguramente habría estado en su cama…

– Te has cargado la fucsia -dijo Charlie, con tono acusador.

– No, qué va. La fucsia es una flor muy fuerte -intentó arreglarlo Fleur-. Te acuerdas de Matt Hanover, ¿verdad, Charlie?

– Sí, me acuerdo. Me habían dicho que estabas de vuelta.

– Las noticias vuelan, por lo visto.

Fleur carraspeó, nerviosa.

– Bueno, yo tengo que subir a vestirme.

– Fleur, espera…

Pero ella no esperó.

– Lo siento, Charlie, es que tengo muchas cosas que hacer.

– ¿Ha dormido aquí? -preguntó él, siguiéndola hasta la cocina.

– ¿Cómo?

– Matt Hanover, ¿ha dormido aquí, en esta casa? ¿Con tu padre en el hospital?

Fleur estuvo a punto de negarlo, a punto de hacer lo que llevaba haciendo toda la vida. Pero estaba harta, no podía soportarlo más.

– Me parece que eso no es asunto tuyo, Charlie.

– Claro que es asunto mío. Sé que necesitas tiempo y he sido paciente, he estado a tu lado, esperando. Sólo tenías que levantar un dedo y habría venido de inmediato. Llevo años esperándote, Fleur.

– Charlie… lo siento, yo valoro mucho tu amistad, pero Matt y yo…

– ¿Matt y tú? No puede haber un Matt y tú. Es un Hanover.

– Fleur también, Fletcher -dijo Matt entonces. Había salido del invernadero sin que lo oyeran.

Charlie lo miró sorprendido, sin entender.

– ¿Qué dices?

– Nos casamos hace seis años. Fleur es mi mujer y Tom es mi hijo.

Los tres se quedaron en silencio y entonces, sin mediar palabra, Charlie levantó el puño y lo lanzó contra la cara de Matt. Él no se movió, no intentó defenderse siquiera. Después, Charlie dio media vuelta y salió de la cocina.

– ¡Matt! -gritó Fleur-. Matt, ¿estás bien?

– Estoy perfectamente -contestó él, llevándose una mano a la boca ensangrentada.

– Pero no entiendo… no sé por qué ha hecho esto.

– Los calladitos son los más psicópatas.

– ¿Psicópatas? No digas eso.

– He visto cómo te miraba, está obsesionado contigo.

– Pero si Charlie no me ha dado un beso en la mejilla siquiera. Nunca en estos seis años.

– Porque no tenía competencia. Creía que eras suya por completo.

– Eso no es verdad. Yo nunca lo he animado.

– Le contó al detective que ibas a casarte con él…

– ¿Qué detective?

Matt carraspeó.

– Tenía que saber si había alguien en tu vida, ¿no te parece?

Fleur hizo una mueca, como si estuviera a punto de darle otro puñetazo. Afortunadamente, pareció pensárselo mejor.

– Charlie y yo sólo somos amigos, nunca he pensado casarme con él. Y voy a ponerte un poco de hielo en el labio. Se está hinchando.

No tenía hielo, pero le puso una bolsa de guisantes congelados en la boca. No tenía un aspecto muy digno, pero al menos le bajaría la hinchazón.

– ¿Cómo no me di cuenta? -murmuró luego, como para sí misma-. Nunca pensé que él tuviera esas ideas. Y nunca se me ocurrió pensar que fuera un hombre violento.

– Todos los seres humanos son violentos cuando se sienten heridos. Estás helada, Fleur. Ve a darte una ducha caliente.

– Matt… Le has contado a Charlie lo nuestro.

– Sí, bueno, no creo que vaya por el pueblo contándoselo a todo el mundo. Necesitará tiempo para lamer sus heridas, para acostumbrarse a la idea. Con un poco de suerte, se convencerá a sí mismo de que siempre lo había sabido.

– Ya, pero será un milagro que no se entere todo el pueblo.

– ¿Tanto te importaría?

– No estaba pensando en mí, sino en tu madre. Será mejor que se lo cuentes tú, Matt.

– Sí, tienes razón -suspiró él-. Y gracias por los primeros auxilios.

– De nada.

Matt no quería romper aquella inesperada proximidad, pero no sabía qué decir, de modo que volvió al invernadero y siguió con la tarea que habría que hacer cada día antes de la feria de Chelsea. Con la bolsa de guisantes congelados en la boca.

Con su padre en el hospital, Fleur necesitaría ayuda y eso era algo que él podía ofrecerle. Algo que quería hacer, además.

Entonces pensó en Charlie Fletcher. De modo que entre Fleur y él no había habido nada… Matt tuvo que sonreír. Tampoco ella había querido a nadie más.

Porque sólo juntos serían felices.


– ¿Está mi madre por aquí, Lucy?

– No, ha llamado para decir que canceláramos todas las citas que tuviera hoy.

– ¿Y eso?

– No lo sé. La verdad es que ayer parecía muy disgustada. Y sospecho que tiene algo que ver con que recortases los arbustos de los Gilbert.

– Ah, ya.

– Cuando entré en la oficina estaba hablando consigo misma mientras te miraba por la ventana. Y cuando se volvió vi que… estaba llorando.

– ¿Llorando, mi madre?

– Sí. Estaba diciendo algo… no sé, algo como que Seth Gilbert tendría que pagar por lo que había hecho. Pero no me hagas mucho caso, no estoy segura -suspiró la secretaria.


Fleur corrió hacia el teléfono mientras intentaba no hacerse ilusiones por la oferta que un cliente de Martin y Lord acababa de hacerle por el granero. Era una oferta extraordinaria, inesperada.

– ¿Dígame?

– ¿Fleur?

– Dime, Matt. ¿Ocurre algo?

– ¿Has visto a mi madre?

– ¿A tu madre? No, claro que no. Pero supongo que no ha reaccionado bien cuando le has dado la noticia de que está emparentada con los Gilbert.

– No he podido hablar con ella todavía.

– ¿Ah, no?

– No, pero estoy preocupado. Quédate en casa, voy para allá.

– Pero…

Pero Matt ya había colgado. Unos minutos después, sonó el timbre.

– Entra, la puerta está abierta.

– Cuando te dije que te quedaras en casa, me refería a quedarte en casa con la puerta cerrada.

– ¿Por qué? -preguntó Fleur, sorprendida-. Tu madre es como un grano en el trasero, pero no es violenta. ¿Se puede saber qué ha pasado?

– No lo sé, pero no está en la oficina y ayer Lucy la oyó hablar sola. Por lo visto, decía algo de que tu padre tenía que pagar…

– ¿Pagar por qué?

– No lo sé, pero estaba llorando…

Fleur tomó su bolso de inmediato.

– ¿Dónde vas?

– Al hospital.

– Pero… -Matt la siguió, sorprendido.

– Cuéntame exactamente qué dijo tu madre -lo interrumpió Fleur, subiendo al Land Rover.

– No lo sé. Lucy sólo me dijo eso.

– ¿Y estaba llorando?

– Eso es lo que más me ha extrañado. Yo no he visto llorar a mi madre nunca. Ni siquiera cuando murió mi padre.

– Seguro que no es nada -murmuró Fleur, arrancando a toda velocidad-. Pero su animosidad contra los Gilbert siempre me ha parecido muy extraña… De todas formas, ¿qué puede hacerle a mi padre?

– No creo que se atreva a hacerle nada.

Pero Fleur no podía dejar de pensar en él, tumbado en la cama del hospital, inmóvil, sin poder hablar.

– Matt, llama al hospital y pregunta cómo está mi padre.


Unos minutos después, en el hospital, Fleur estaba discutiendo con una enfermera.

– No puede verlo ahora, señorita…

– Pero tengo que verlo ahora mismo.

– Lo siento, es imposible.

– Mi mujer tiene que ver a su padre para estar segura de que se encuentra bien -intervino Matt.

– El señor Gilbert está perfectamente, pero le han hecho muchas pruebas esta mañana y está descansando…

Fleur aprovechó un descuido de la enfermera para salir corriendo por el pasillo. Y Matt la siguió. Iban corriendo como dos críos y, si la situación no hubiera sido dramática, les habría dado un ataque de risa. Pero cuando entraron en la habitación de Seth Gilbert… se encontraron con Katherine Hanover sentada en una silla, al lado de la cama.

– ¿Mamá?

– Hola, hijo.

– Mamá, ¿qué haces aquí?

– Baja la voz, Seth está durmiendo.

– ¿Qué le ha hecho? -exclamó Fleur, acercándose a su padre para comprobar que estuviera bien-. ¿Cómo ha entrado aquí?

– Como todo el mundo, por la puerta -contestó Katherine Hanover-, Seth y yo hemos estado hablando. Llevábamos tanto tiempo sin hablar…

– Mamá…

– Deberías haberme dicho que estaba en el hospital, hijo.

– ¿Para qué? -preguntó Fleur-. ¿Para que pudiera reírse como se rió de mi madre?

Matt apretó su mano.

– Cariño, por favor…

– Es que fue a ver a mi madre, Matt. Y cuando mi padre la vio se puso enfermo. Pero, ¿sabes lo que me dijo? Que no me enfadase con ella -Fleur se volvió hacia Katherine Hanover-. Incluso entonces fue incapaz de decir algo malo sobre usted.

– Fleur…

– Mi madre había sufrido unas quemaduras terribles, Matt. El coche se incendió y…

– Por favor, no sigas.

– Déjala hablar, Matt.

– Tu madre se quedó allí, mirando a la mía a través del cristal de la UCI. Pensé que había ido para consolar a mi padre, pero sólo dijo: «Espero que viva. Quiero que viva, que sienta el dolor que ella me ha hecho sentir a mí durante todos estos años».

Katherine Hanover se cubrió la boca con la mano.

– Dígale que es verdad -insistió Fleur.

– Sí, es verdad. Que Dios me perdone.

– Fleur, por favor, vámonos…

– ¿Y dejar a mi padre con ella? Si hubieras estado allí, Matt, si la hubieras oído… ¿Cómo podía irme contigo después de eso?

– Lo sé, cariño, lo sé -murmuró él, abriendo los brazos.

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