Capítulo 10

Matt apretó a Fleur contra su pecho, dejándola llorar, absorbiendo sus sollozos y sintiendo cada uno de ellos como un golpe en el corazón.

Mientras intentaba consolarla, miraba a su madre por encima de su cabeza. Parecía gris, mucho mayor que nunca. No parecía la mujer exquisita que se había encontrado cuando volvió de Hungría.

Y por fin entendió que había sido desgraciada toda su vida. Y le quedó claro por su forma de mirar a Seth que, fuera lo que fuera lo que había hecho, lo había pagado muy caro.

– ¡Fuera! -exclamó la enfermera, que por fin había dado con ellos-. ¡Todo el mundo fuera de aquí!

Seth Gilbert intentó hablar entonces.

– No pasa nada, Seth -dijo la enfermera, estirando la sábana-. Tómese su tiempo.

Fleur se apartó de Matt para apretar la mano de su padre y él tuvo que controlar la desesperación que le producía ese gesto. La había perdido una vez porque su padre la necesitaba. No podía perderla de nuevo.

– ¿Qué quieres decir, papá?

De nuevo, Seth intentó hablar.

– No entiendo… -Fleur se volvió hacia Matt y él se dio cuenta entonces de que aquella vez era diferente. Aquella vez estaba a su lado y lo necesitaba-. No lo entiendo.

– Quiere que me quede -dijo Katherine Hanover-. Quiere que me quede con él.

Fleur miró a su padre, que alargó la mano para tomar la de Katherine.

– Pero… eso es lo que no entiendo.

– Yo tampoco -dijo Matt-. Pero quieren estar juntos y eso es todo lo que importa.

– Cinco minutos -concedió la enfermera, ya que estaba claro que Katherine Hanover no iba a moverse de allí a menos que llamara a Seguridad-. Sólo usted y sólo cinco minutos.

– Estaremos en la cafetería, mamá -dijo Matt. Pero Fleur no quería moverse-. Tienen que hablar, Fleur. Y nosotros también.

Por fin consiguió hacerla salir de allí, pero Fleur iba como mareada.

– Le ha dado la mano. No entiendo nada…

– Yo tampoco, pero mi madre me dijo el otro día que antes de casarse con mi padre solía ir a las fiestas que organizaba tu abuela.

– No me lo habías dicho.

– Sí, bueno, es que en ese momento estaba ofreciéndome vuestra casa como regalo… para que sentara la cabeza.

– ¿Mi casa? Pues siento que os llevéis una desilusión, pero acabo de recibir una oferta por el granero que no puedo rechazar.

– ¿Vas a aceptarla?

– Pues claro. Tengo que hacerlo.

– Me alegro -dijo Matt.

No había nada extraño en su reacción y, sin embargo, Fleur se sintió decepcionada. No sabía por qué. Quizá porque, en el fondo, la entristecía tener que vender un sitio que había sido tan especial para ellos.

Una bobada.

Matt había dicho que tenían que hablar, pero una vez en la cafetería se sentaron a una mesa, en silencio, los dos perdidos en sus pensamientos. Y cinco minutos después llegó Katherine Hanover.

– Mamá.

Katherine permaneció de pie, casi como si esperase permiso para sentarse.

– Por favor siéntese, señora Hanover.

– Gracias.

– ¿Quiere beber algo?

– Un vaso de agua, por favor.

Sin decir nada, Matt se levantó para ir a la barra. Y para dejarlas solas, quizá.

– Seth me ha dicho que Matt y tú… que Tom es mi nieto.

– Sí -contestó Fleur, tragando saliva.

– Lo he visto muchas veces jugando en el jardín, como hacía Matt cuando era pequeño. Es un niño muy guapo.

– Gracias. ¿Qué ha pasado, señora Hanover? ¿Qué hay entre mi padre y usted? ¿Puede contármelo?

– Sí, supongo que tienes derecho a saberlo -suspiró ella.

Matt volvió en ese momento y se sentó al lado de Fleur, apretando su mano. Katherine no pareció darse cuenta. Parecía estar en otro sitio, en otro tiempo. Recordando.

– Jennifer, tu madre, era mi mejor amiga.

– Ah, no lo sabía.

– Íbamos juntas a todas partes, éramos una pandilla. Phillip, Seth, todos nosotros.

Fleur arrugó el ceño.

– ¿Su marido y mi padre?

– Entonces las rencillas entre las dos familias eran poco más que una broma. Para nosotros era agua pasada. Phillip estaba loco por Jennifer y ella lo animaba, aunque yo sabía que no estaba interesada. Un día le pregunté si le gustaba de verdad y me dijo que estaba esperando a su príncipe azul, pero que mientras tanto le divertía salir con un chico guapo que tenía un buen coche.

Fleur reconoció el doloroso retrato de su madre. Tan profunda como una telenovela.

– Yo estaba enamorada de Seth. Lo quería tanto que no podía ni dormir, pero entonces el sexo era algo que no se hacía hasta que una se había casado… y Jennifer me animaba a que mantuviera las distancias. Una noche, durante una fiesta, Seth había bebido un poco de más y se dejó llevar, pero yo me hice la dura porque los hombres como él no se casaban con chicas fáciles. Tu padre se lo tomó muy mal y nos enfadamos. Yo acabé llorando en los brazos de Jennifer y ella me prometió que hablaría con él. Y sí, habló con él… para decirle que yo era una cría, que no tenía ni idea y que un hombre tan guapo como él podía tener a quien quisiera. A ella, por ejemplo.

– Pero… ¿por qué?

– Entonces tu padre era mejor partido que Phillip, Fleur. Y supongo que ella estaba molesta porque Seth prefería a una chica más bien normalita como yo y no a una tan guapa como ella. Por lo visto fueron al granero con una botella de vino… -Fleur y Matt se miraron-. Con decirme eso tuve bastante. El granero era donde iba todo el mundo a hacerlo por aquella época.

Matt apretó la mano de Fleur, como para advertirle que no dijera nada.

– Jennifer me juró que no había querido que pasara, pero que habían bebido mucho, que se les fue la mano… y que estaba esperando un hijo de Seth.

– ¿Qué? ¡No! -exclamó Fleur.

– No, era una mentira, por supuesto. Pero tu padre no lo sabía. Yo me quedé tan desolada que acepté el consuelo de Phillip y cuando descubrí que todo era mentira, que Jennifer no estaba embarazada, que nunca había estado en el granero con Seth, era demasiado tarde. Estaba embarazada de ti, Matt, y en aquella época lo único que se podía hacer cuando una estaba embarazada era casarse.

– Por Dios bendito -murmuró Matt.

– Tuvimos que hacerlo. Y quizá nuestro matrimonio habría funcionado si Jennifer y Seth no se hubieran casado, si no viviéramos tan cerca. Si Jennifer no hubiera descubierto, demasiado tarde, que estaba enamorada de Phillip.

– Mamá…

– Yo acabé odiándola. Y a él. Seth sabía lo que había hecho y nunca entendí por qué se casó con ella. Pero ahora entiendo que también fue culpa mía. Seth me había jurado que no estuvo con Jennifer en el granero y yo no quise creerlo.

– ¿Por que se casó con mi madre entonces? -preguntó Fleur.

– Me lo ha contado hoy. Me ha dicho que había perdido a la mujer de la que estaba enamorado, así que le daba igual con quién se casara. Y Jennifer le juró que sólo había mentido porque lo quería.

De modo que ésa era la historia de los Hanover y los Gilbert.

Katherine Hanover levantó la mirada entonces.

– Y creo que, además de arruinar nuestras vidas, hemos arruinado las vuestras, ¿verdad?

Fleur no sabía qué decir, pero Matt apretó la mano de su madre.

– No, mamá. Eso lo he hecho yo sólito, pero estamos intentando solucionarlo.

– No fuiste sólo tú, Matt -suspiró Fleur.

– Seth necesitará cuidados cuando vuelva a casa y tú tienes que encargarte de todos los preparativos para la feria de Chelsea -dijo Katherine entonces.

– Yo me encargo de eso -anunció Matt.

– ¿Tú? -exclamó Fleur.

– Si me dejas, claro.

– Ah, estupendo, estupendo -sonrió Katherine-. Mira, sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero ¿podría cuidar de tu padre? Cuando salga del hospital. Dame una oportunidad para arreglar las cosas, Fleur.

– Todos nos merecemos una oportunidad, señora Hanover.

– Katherine -dijo ella. La mujer segura de sí misma, arrogante, había desaparecido y, en su lugar, había una mujer suplicante, una mujer todavía enamorada quizá después de tantos años-. Por favor, deja que lo haga.

Y, en ese momento, Fleur supo que no podría negarse.

– Muy bien, Katherine.


– Ahora lo entiendo todo -suspiró Fleur después, cuando volvían a casa-. Nunca lo había pensado, pero creo que mis padres no podían soportarse. Él se pasaba todo el día trabajando y ella gastándose su dinero. Era como si intentara arruinarlo. Y mi padre no hacía nada por impedirlo.

– Sí, la verdad es que era para sentir compasión.

– Desde luego. Pero supongo que ha llegado el momento de dejar atrás el pasado y pensar en el futuro.

– Eso digo yo -sonrió Matt-. Así que, ¿cuándo va a invitarme a merendar, señora Hanover?


No hubo ningún drama, ni necesidad de complicadas explicaciones. Fleur fue a buscar a Tom al colegio esa tarde y le dijo:

– Tu padre va a venir a merendar.

– ¿Ah, sí? ¿Y podemos tomar helado?

Así de sencillo. Con los niños todo era muy sencillo porque no tenían rencores, ni malicia, ni sospechas. Ni orgullo.

Cuando llegó Matt, Tom sonrió de oreja a oreja.

– ¿Vas a enseñarme a usar la sierra mecánica?

– No la he traído, hijo. Pero tengo una pelota de fútbol. Está firmada por todo el equipo del Chelsea. ¿Quieres que juguemos con ella?

Salieron al jardín y estuvieron un rato pateando la pelota firmada, volviendo loca a la pobre Cora mientras Fleur gritaba que la merienda estaba lista.

Después, cuando Matt subió con Tom a su habitación para leerle un cuento y arroparlo, el niño arrugó la nariz.

– ¿Vas a venir a vernos otra vez, papá, o tienes que irte a otra aventura?

Matt tuvo que hacer un esfuerzo para controlar las lágrimas.

– Voy a estar aquí todo el tiempo, Tom. No pienso marcharme nunca más.

– Bueno.

– ¿Aventuras? -le preguntó a Fleur después, cuando bajó al salón.

– Cuando me preguntó por su padre, le dije que estabas por todo el mundo viviendo aventuras -contestó ella-. Es que entonces le estaba leyendo Las aventuras de Simbad, el marino. Así que prepárate a inventar monstruos y ballenas asesinas.

– Ah, gracias.

– Eres su héroe. No lo decepciones.

– Eso no me lo pone nada fácil.

– Oye, Matt…

– ¿Sí?

– Lo que le has dicho a Tom de que no ibas a marcharte nunca…

– ¿Sí?

– Pues… que puedes dormir aquí, si quieres -dijo Fleur por fin, poniéndose colorada hasta la raíz del pelo.

– No, es mejor que no -contestó él.

– ¿No?

– No, aún no. ¿Has hablado con Derek Martin sobre la oferta por el granero?

Fleur tragó saliva. La había rechazado. Acababa de hacerle proposiciones a su marido y él la había rechazado.

– Las cosas han cambiado. Puede que mi padre no quiera venderlo.

– No tiene muchas más opciones.

– ¿No?

– Puede que haya encontrado a su verdadero amor, pero sigue estando al borde de la ruina. No dejes que los sentimientos te arruinen un buen negocio.

– Ah, claro, no se puede dejar que los sentimientos dicten nuestras acciones -replicó ella, irónica.

Habían pasado tantas cosas positivas esos días…

¿Se habría equivocado con Matt? ¿Habría oído sólo lo que quería oír?

Por supuesto que sí. Él sólo estaba allí por Tom, pensó. Lo había conseguido y ya no la necesitaba a ella para nada.

– No hay sitio para los sentimientos en los negocios, Fleur. No podéis seguir como hasta ahora. Tienes que hablar con tu padre del futuro, de qué vais a hacer con la empresa.

Eso era fácil de decir, pero cuando uno trabajaba día y noche sólo para pagar facturas, era difícil hacer planes de futuro.

– Yo tengo un par de ideas -añadió Matt al ver que ella permanecía en silencio-. Si quieres hablar, llámame. Estaré aquí mañana a primera hora para darle la vuelta a los tiestos.

Fleur habría querido decirle que no se molestara, que podía hacerlo ella misma, pero la verdad era que lo necesitaba. Aunque tuvo que morderse la lengua para no preguntar por qué estaba portándose tan bien con ella.

Sabía por qué, además. Por el niño.

– Gracias, Matt.

Cuando se marchó, Fleur entró en casa y decidió hacerle caso. De modo que se acercó al teléfono para decirle a Derek Martin que aceptaba la oferta por el granero. Al menos, así el dinero no sería un problema.

Pero antes de que pudiera descolgarlo, el teléfono empezó a sonar.

– ¿Dígame?

– No habrás olvidado que tenemos una cita mañana, ¿verdad, Fleur?

Matt.

– ¿Una cita?

– Nuestra primera cita, si no me equivoco.

– ¿Y las citas en el granero?

– Esas no eran citas, Fleur. Puede que tú no lo sepas, pero para que sea una cita uno tiene que llamar por teléfono a la chica y pedirle que salga con él. Y luego debe ir a buscarla, ser amable, despedirse después con un beso en la puerta y volver a casa pensando que es el hombre más afortunado del mundo.

– Podrías haberte quedado a dormir aquí -le recordó ella.

– Mira, Fleur, yo soy humano. Y me ha costado un esfuerzo increíble decirte que no.

– ¿Pero… por qué?

– Porque te lo debo.

– ¿Perdona?

– Te debo muchas cosas, muchas citas. Quiero que hagamos esto como deberíamos haberlo hecho desde el principio.

Fleur se llevó una mano a la boca para contener un gemido de emoción. Para no decirle que dejara de hacer el tonto y apareciese en su casa de inmediato.

– Muy bien -dijo, en cambio-. ¿Nuestra primera cita? ¿Y qué vamos a hacer?

– Te recuerdo que estamos invitados a cenar en casa de los Ravenscar.

– Ah, es verdad.

– Y creo recordar que te lo pedí de muy malas maneras.

– Sí, es verdad.

Al otro lado del hilo sonó un suspiro.

– En fin, esperaba que se te hubiera olvidado.

– ¿Por qué no vuelves a pedírmelo como si de verdad quisieras ir conmigo, Matt? -sugirió ella.

– ¿Como si de verdad quisiera ir contigo? Siempre he querido estar contigo, Fleur. Pero no lo sabía. O no sabía cómo decírtelo.

Lo dijo con tal sentimiento que Fleur se emocionó. Y no se molestó en disimular.

– Bueno, creo que con eso me vale. Si encuentro una niñera, tenemos una cita.

– Sin problemas. Ya he llamado a Lucy.

– ¿Qué? Oye, que eso tenía que hacerlo yo.

– Por si acaso -rió Matt-. Iré a buscarte a las ocho menos cuarto.


Al día siguiente, Fleur encontró tiempo para comprarse el vestido que había visto en una boutique. No era nada práctico, pero le quedaría perfecto con los pendientes de amatista que debía ponerse para su «primera cita» con Matt.

Y su expresión cuando fue a buscarla le dijo que había acertado de lleno.

Cuando volvieron a casa después de la cena y se despidieron de Lucy, Matt acarició los pendientes con un dedo.

– Te prometí que un día te compraría diamantes, ¿recuerdas?

– Nada podría reemplazar a estos pendientes.

– Es posible, pero me he dado cuenta de que no llevas ningún anillo. Te quitaste la alianza esa noche, cuando te fuiste del hotel. ¿Nunca has vuelto a ponértela… después?

– ¿Después de que tú te quitaras la tuya y la tirases entre los arbustos?

– Nunca he dejado de lamentarlo…

Fleur le tapó la boca con la mano.

– A veces. Algunas noches, cuando volvía al granero para esperarte. La tengo guardada, ¿sabes? Creo que nunca perdí la esperanza de que volvieras. ¿Quieres ponértela?

– ¿Tu alianza?

– No, la tuya. Tardé semanas en encontrarla entre los arbustos…

Matt no contestó. En lugar de eso, sacó una cajita del bolsillo y le mostró un solitario de diamantes montado sobre una banda de platino.

– Lo he visto hoy y me ha parecido perfecto para ti. Pero si no te gusta, puedo cambiarlo.

Lo sacó de la caja y tomó su mano para ponérselo delicadamente en el dedo. Fleur la movió para ver cómo se reflejaba la luz en los diamantes y entonces, como con pena, se lo quitó.

– ¿No te gusta?

– Me encanta, Matt. Es maravilloso.

– ¿Entonces? Ah, ya. Quieres que me ponga de rodillas, ¿no?

– Todo esto ha sido idea tuya. Tú querías hacer las cosas como es debido, ¿no?

– Pero no sabía si lo habías entendido.

– Claro que lo entiendo, Matt.

Entendía que había algunas cosas por las que merecía la pena esperar.

– Entonces, dígame, señora Hanover, ¿va a darme un beso en la primera cita?

– Sólo uno -contestó ella, echándole los brazos al cuello-. Así que será mejor que lo aproveches.

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