Capítulo 3

Matt no recordaba haberse sentido más impaciente en toda su vida… bueno, quizá cuando era joven. Y quizá fuera la inseguridad lo que lo hacía sentir tan inquieto en aquel momento. Por supuesto, seis años antes siempre estaba seguro de que Fleur acudiría a su encuentro. Aunque tuviera que esperar hasta que todo el mundo estuviera en la cama y tuviera que salir por la ventana para que no saltase la alarma, siempre llegaba, tarde o temprano.

Ahora…

Matt miró su reloj por cuarta vez en cinco minutos. Aún no eran las nueve y ella le había advertido que llegaría tarde pero, harto de pasear por el granero, salió fuera, aguzando el oído por si oía sus pasos en el camino, esperando ver la luz de una linterna como tantas otras veces…

Entonces tuvo que sonreír.

No había olvidado cómo corría para encontrarse con ella en cuanto veía la luz de esa linterna, incapaz de esperar ni un segundo para besarla, para abrazarla. Los dos sin aliento.

Y recordaba las separaciones, cuando ella se fue a la universidad y él estaba trabajando al otro lado del país, adquiriendo experiencia antes de empezar a trabajar con su padre en Hanovers.

Cuando terminó sus estudios, él la convenció para que se casaran sin decírselo a sus padres. Su idea era presentarlo como un fait accompli, seguro de que entonces ya no podrían hacer nada.

Qué ingenuo había sido.

Los lazos de sangre habían sido más poderosos que cualquier emoción que Fleur hubiera sentido por él. Incluso embarazada de su hijo, había elegido enfrentarse a los rumores del pueblo antes que contarle la verdad a su padre: que se había acostado con un Hanover.

Y él estaba usando esa vieja pelea familiar contra ella ahora. Pero Fleur había tenido toda la tarde para recuperarse del susto y, aunque seguía queriendo proteger a su padre del disgusto, seguramente también habría usado esas horas para buscar consejo legal. Aunque no serviría de nada.

No podría hacer nada para quitarle a su hijo, pero un abogado le habría dicho que no era sensato encontrarse con él a solas. Seguramente, le habría sugerido que preparase el encuentro en un bufete…

Por supuesto, también podría haber huido con Tom. Fleur no dejaría solo a su padre por él, pero por su hijo…

En ese momento le pareció ver un rayo de luz por el camino.


Fleur habría sabido donde detenerse aunque no llevara una linterna. Sus pies seguían recordando cada paso, sus manos seguían recordando en qué punto de la valla tenía que sujetarse… como si lo hubiera hecho el día anterior. Sin embargo, le parecía más oscuro que nunca.

¿Siempre había sido así, tan negro, tan tenebroso? ¿O los arbustos habían crecido en esos seis años hasta el punto de ocultar el granero?

Quizá seis años antes, cuando corría hacia Matt, estaba tan loca de amor que llevaba su propia luz interior.

Ahora era mayor, más sabia y, desde luego, más consciente del peligro, de modo que empezó a caminar con un brazo por delante para evitar que las ramas de los arbustos le golpeasen la cara.

Media docena de veces esa tarde había mirado el teléfono, pensando que debería llamar a un abogado para pedirle consejo. No había necesidad de dar nombres, sólo que había aparecido el padre de Tom y exigía su custodia…

Pero no lo hizo. Si involucraba a un abogado no habría posibilidad de convencer a Matt para que fuese razonable, para que la escuchara.

Aunque no confiaba demasiado en eso.

Matt había sido un chico dulce y encantador, pero debía de haber cambiado en aquellos seis años. Y quizá encontrarse con él allí no fuera tan buena idea…

El crujido de una rama le advirtió entonces que no estaba sola. Pero, ¿y si no era él? ¿Y si había alguien merodeando por allí? Asustada, estuvo a punto de gritar, pero Matt le puso una mano en la boca.

Lo supo antes de que dijera nada. Supo que era él.

– Por Dios bendito, Fleur. ¿Qué quieres, que se entere todo el pueblo?

Matt.

Lo conocía tan bien… Y seis años después seguía oliendo igual, su piel era la misma. Matt Hanover había sido el único hombre de su vida y sus sentidos despertaron de repente al estar tan cerca. Por un segundo deseó apoyarse en él, rendirse, que no la soltara nunca.

Matt apartó la mano de su boca y ella se sintió… sola, abandonada.

– ¡Idiota! ¡Qué susto me has dado!

Fue lo primero que se le ocurrió. No sabía qué decir.

– ¿Qué es esto? -preguntó él, quitándole la linterna.

– Una linterna, ¿no lo ves? Pero creo que se están acabando las pilas.

– ¿Y te atreves a llamarme idiota? ¿Cómo se te ocurre venir por el camino casi sin luz?

Fleur llevaba todo el día preguntándose qué podrían decirse cuando se encontraran. A pesar del tono de la carta y la conversación por teléfono, había tenido la esperanza de que, cuando se vieran, todo fuera como antes. Pensó que él había elegido el granero como sitio de encuentro no para hacerle daño, sino para recordar los momentos más felices de su vida…

Pero nunca se le habría ocurrido que iban a empezar la conversación discutiendo.

– Yo también me alegro de verte -dijo por fin.

– Podrías haberte roto una pierna.

– O el cuello, que sería peor. Aunque no creo que te importase mucho.

– Claro que me importaría -replicó él-. Porque me gustaría tener el placer de retorcértelo yo mismo.

Matt no esperó respuesta y, dándose la vuelta, empezó a caminar hacia el granero.

Y ella debería haberse dado la vuelta en dirección contraria, pensó. Pero, ¿para qué? A menos que quisiera llevarse a Tom de allí y estar huyendo toda su vida…

No, imposible. No había podido abandonar a su padre seis años antes, cuando Matt apareció en su puerta con las maletas hechas, exigiendo que se fuera con él y que dejara a su madre moribunda en el hospital, a su padre a punto de perder la cabeza…

Ni lo hizo entonces ni podía hacerlo ahora, cuando todo dependía de ella.

No sabía cuáles eran los planes de Matt, pero sí sabía que estaba a su merced en lo que se refería a Tom.

Él abrió la puerta del granero, pero no sonó como antaño, cuando estar allí con Matt era como estar en el cielo.

No, sonaba como un mal augurio.

– Todo está igual -murmuró, cuando Matt encendió una lamparita de gas.

– La lámpara es nueva. La vieja estaba rota.

– Ah, has venido antes. No pensé…

– Supongo que tenías otras cosas en la cabeza. ¿Dónde se supone que estás esta noche?

Siempre le hacía esa pregunta cuando eran novios y, por un momento, Fleur pensó que todo iba a salir bien. Casi esperaba que se echara a reír, que la abrazara, que maldijera al destino que los había separado, que le pidiera perdón, que le dijera que había sido un estúpido por marcharse y dejarla sola… Que le dijera que nunca había dejado de amarla.

Pero Matt no se movió. Estaba frente a ella, con las manos en los bolsillos del abrigo oscuro.

Parecía un extraño. Y mayor. Sí, los dos eran mayores. Había pasado una vida entera en seis años, desde que se miraron a la cara y descubrieron que el amor no era suficiente.

Pero mientras ella había envejecido en seis años, él… él estaba más atractivo. Tenía algunas canas en las sienes y arruguitas alrededor de los ojos, pero eso le daba carácter. Incluso cuando era el niño al que veía desde su ventana, Matt Hanover hacía que todas las chicas del pueblo volvieran la cabeza.

Iba bien vestido, con un caro abrigo de cachemir y parecía más seguro de sí mismo, incluso arrogante. Quizá no hubiera cambiado tanto, pensó, recordando cómo la había convencido para que se casaran en secreto, cómo la había convencido de que era lo único que podían hacer.

Pero había cambiado. Aquel hombre no era el Matt Hanover con el que ella se había casado. No tenía nada que ver con la imagen que había conservado en su cabeza y en su corazón durante seis largos años. Ahora era un hombre y, por el brillo de sus ojos, parecía un hombre inflexible.

– Supongo que no le habrás dicho a tu padre que habías quedado conmigo.

– No, claro que no. Le he dicho que… había quedado con otra persona.

– ¿Alguien que yo conozca?

– ¿Te acuerdas de Sarah Duncan?

– ¿La chica a la que le gustaban tanto los caballos?

– Sí. Se casó con Sam Carter.

– ¿Y se supone que has quedado con ella?

– Sí. Así que no puedo estar aquí mucho rato -contestó Fleur.

– No tendremos que quedarnos mucho tiempo.

Ella levantó la mirada y Matt cometió el error de mirarla a los ojos. Y descubrió que esos ojos verdes seguían hechizándolo. Que por mucho tiempo que hubiera pasado, por mucho que ella lo odiara, sólo tenía que mirarlo para tocarle el corazón. Y el alma.

Había pensado que sería inmune, que no sentiría nada por Fleur. Debería haberlo dejado todo en manos de los abogados, mantener las distancias…

– ¿Y qué excusa has puesto tú? -preguntó Fleur.

¿Excusa? Le habría gustado decir que ya no tenía que buscar excusas, que hacía lo que le daba la gana con su vida.

Y hasta veinticuatro horas antes eso era verdad, pero volver a casa era como volver atrás en el tiempo. Todo era como antes. Nada había cambiado.

Su madre, el padre de Fleur… los dos eran víctimas. Deberían haber llorado uno sobre el hombro del otro, pero… En lugar de eso, el accidente se había convertido en un veneno que afectaba todo lo que tocaban. Incluso a aquellos tan tontos como para pensar que eran inmunes.

– Fui a buscar las llaves de la casa que he alquilado antes de venir aquí. Supongo que mi madre piensa que voy a pasarme la noche haciendo inventario.

– ¿No vives con tu madre?

– No.

– ¿Y no se ha llevado un disgusto? Llevas muchos años fuera de casa.

– No he venido aquí por mi madre. He venido por mi hijo. Esto es entre nosotros, Fleur.

– Yo soy una Gilbert y tú eres un Hanover, de modo que esto no puede ser sólo entre nosotros, y tú lo sabes -replicó ella.

– Tú también eres una Hanover, te guste o no. Y quiero que sepas que lo de la custodia del niño lo he dicho en serio.

– ¿Piensas pedir la custodia? ¿De verdad crees que un juez te la daría?

– Estoy seguro. Cuando tu padre tenga que declararse en bancarrota y perdáis la casa y el negocio, el juez no tendrá más remedio que darme la custodia del niño.

– No vamos a declararnos en bancarrota. Además, tú me abandonaste, Matt. Nos abandonaste al niño y a mí.

Matt iba a contestar con toda la rabia que llevaba guardada dentro, pero decidió que el silencio jugaría a su favor.

– Puedes ver a Tom, eso sí -siguió diciendo ella-. Pero ningún juez en el mundo daría la custodia de un niño a un padre al que no conoce de nada.

– ¿Estás segura? Entre el hogar que yo puedo ofrecerle y un albergue de la comunidad, ¿qué crees que diría un juez?

– Eso no va a pasar -repitió Fleur, aquella vez con la determinación de una madre protegiendo a su hijo.

Matt pensó que debía tener cuidado. Lo último que deseaba era asustarla.

– Podríamos llegar a un acuerdo. Un divorcio y nuestro hijo a cambio de que yo pague todas tus deudas.

– No estoy interesada en un divorcio y no pienso darte a mi hijo.

A pesar de todo, Matt tuvo que sonreír. Parecía una tigresa defendiendo a su cachorro.

– Deberías pulir un poco tu habilidad como negociadora, Fleur.

– Tu hijo no es negociable.

Su hijo. ¿Se daba cuenta de lo que había dicho? ¿Que había dado el primer paso para darle lo que él quería?

– Vamos a tener que llegar a un compromiso, Fleur. Dime, ¿qué puedes ofrecerme?

– Derechos de visita.

– ¿Dos fines de semana al mes? ¿Puedo llevármelo a Hungría en verano? ¿Qué pasa en su cumpleaños, en Navidad?

Fleur se puso pálida.

– Necesitará tiempo para acostumbrarse a ti. Y eso lo decidirá el niño.

– ¿Con tus consejos?

– ¡Tú te fuiste, Matt! No podías esperar. Pues ahora vas a tener que hacerlo. Tom necesita tiempo…

– Sospecho que eres tú quien necesita tiempo, pero acepto que estas cosas no pueden ir deprisa. La casa que he alquilado es un sitio ideal para conocernos, lejos del pueblo.

Ella arrugó el ceño, pero no dijo que era imposible.

– No era eso lo que decías en tu carta. Ni cuando hablamos esta mañana.

– Quería que supieras que hablo en serio.

– Yo suelo hablar en serio también. Y si te hubieras molestado en escribir o llamar por teléfono durante estos seis años…

– ¿Perdona? Tuviste un hijo mío y no te molestaste en informarme…

– ¿Cuándo? ¿Cómo? Cuando supe que estaba embarazada, tú habías desaparecido de la faz de la tierra.

– Te supliqué que vinieras conmigo.

– ¡Me exigiste que fuera contigo! Mi madre estaba muriéndose, mi padre estaba destrozado… Te pedí que fueras paciente, que esperases.

– Y seguiría esperando, por lo que veo. Y tú seguirías buscando excusas para encontrarte conmigo donde nadie nos viera. ¿Cuántas noches habrías podido hacerlo?

Fleur sacudió la cabeza, tragando saliva, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

¿Por quién eran esas lágrimas? ¿Por la chica que había sido en el pasado? ¿Por los sueños rotos? ¿O porque no podía esconderse más? ¿Porque finalmente tendría que enfrentarse al mundo con la verdad?

– Si hubieras estado aquí, le habría contado todo a mi padre. Pero te fuiste y no sabía si pensabas volver algún día… dijiste que no pensabas volver nunca. De modo que, ¿para qué iba a hacerle daño a mi padre después de lo que había pasado?

Matt apretó los labios.

– ¿Cómo está ahora?

– No lo conocerías -suspiró ella-. Es como si… como si hubiera encogido.

– Me han dicho que vais a ir a la feria de Chelsea este año.

– Sí, bueno, no es un secreto.

– ¿Una última posibilidad de salvar la empresa?

Fleur se puso colorada.

– La reputación de la empresa Gilbert sigue siendo importante.

– Pero llevar producto a la feria es mucho trabajo.

– Nos las arreglaremos. No debes creer lo que la gente dice de nosotros cuando están tomando una cerveza en el pub.

– Sólo llevo en Inglaterra un par de días, no he tenido tiempo de pasarme por el pub para enterarme de los últimos cotilleos.

– Pues alguien ha debido de contarte algo, evidentemente -replicó Fleur.

Matt sacó la cartera del bolsillo.

– Me enviaron esto poco después de Navidad -contestó, mostrándole la fotografía del periódico en la que aparecía Tom en la obra de Navidad del colegio-. No sé quién me la envió, era un anónimo.

– ¿Después de Navidad? -repitió ella-. Ah, vaya. Y aquí estamos, en el mes de abril. No te has dado mucha prisa, ¿no?

– No era tan fácil…

– ¿No?

– De haber tomado el primer avión no habría podido quedarme muchos días. Tenía que solucionar cosas, reorganizar mi negocio en Hungría para poder quedarme aquí el tiempo que hiciera falta.

«El tiempo que hiciera falta».

Esas palabras parecían una amenaza.

Pero en sus ojos había algo completamente diferente, algo que parecía el deseo que años atrás la llevaba corriendo al granero…

– ¿Tu negocio en Hungría? De modo que llevaste a cabo tu plan.

– Aquí no había nada para mí y la agricultura está cambiando mucho en Europa del este. Ahora todo el mundo quiere tomar baza, pero yo llegué el primero.

– Pues me alegro por ti -murmuró Fleur, mirando la fotografía-. Tom hacía de pastorcillo en la obra.

– Me habría gustado verlo.

– Lo hizo muy bien.

– Se parece a ti.

– Todo el mundo dice eso -sonrió Fleur. Pero estaba creciendo, su rostro estaba empezando a tomar forma-. Esta mañana, cuando lo dejaba en el colegio, se volvió para decirme adiós y… te vi a ti. Casi se me para el corazón -Fleur carraspeó, nerviosa-. Porque pensé que dentro de nada alguien se daría cuenta -añadió a toda prisa-. Bueno, está claro que alguien se ha dado cuenta ya -dijo entonces, señalando la fotografía del periódico.

– Sí, eso parece.

– Alguien que sabía cómo ponerse en contacto contigo, además.

– No hay muchos candidatos.

– Yo no he sido, desde luego. ¿Crees que ha sido tu madre?

– No lo sé, es posible.

– Yo creo que si tu madre hubiera sospechado la verdad, habría contratado a un ejército de abogados para quitarme al niño.

– O quizá esté esperando que yo dé el primer paso. Para confirmar sus sospechas.

– Estás aquí, eso debe de habérselas confirmado. ¿Te ha dicho algo?

– No.

– Yo esperaba que ella me ayudase a convencerte para que volvieras a casa. Estaba segura de que cuando mi embarazo fuera evidente, sabría que el niño era tuyo y te llamaría por teléfono. Pero no fue así.

Matt asintió con la cabeza, pensativo.

– No, no fue así.

Se quedaron un momento en silencio, pensativos, perdidos en el pasado.

– Yo solía venir aquí por las noches y me sentaba en ese sofá, segura de que en cualquier momento aparecerías por la puerta y viviríamos la vida que habíamos planeado tantas veces. Pero no viniste. Y entonces nació Tom, y ya no tuve tiempo de pensar en ti ni de esperarte. Tuve que seguir adelante con mi vida.

En lugar de la vida que había soñado.

– Mi madre no me dijo nada porque nunca la llamé.

– ¿No llamabas a tu madre?

– Puso la casa y el invernadero en venta veinticuatro horas después de la muerte de mi padre. Yo llevaba toda la vida oyendo que ésa era mi herencia, que un día sería el director de Hanovers… Mi educación, mi título universitario, toda mi vida había estado dirigida a eso. Pero un día después de la muerte de mi padre llegó una mujer de una inmobiliaria para comprarlo todo. La había llamado mi madre.

– No lo entiendo. ¿Por qué hizo eso?

– No lo sé. Yo sentí que estaba castigándome a mí por los pecados de mi padre. Le supliqué que… -Matt no terminó la frase, como si los recuerdos fueran demasiado dolorosos-. Fue una pena que ella no tuviera una crisis nerviosa como tu padre. Entonces yo podría haber dirigido Hanovers y podríamos haber formado una sociedad, Hanover y Gilbert, sobre la tumba de nuestros padres.

– Matt, no digas eso. Suena horrible.

– Sí, claro que lo es. Perdona -suspiró él, sin poder disimular su amargura.

– Yo siempre pensé que tu madre había querido poner Hanovers en venta porque tú te fuiste.

– Te sentías culpable, ¿no?

– ¿Yo? ¿Por qué iba yo a sentirme culpable? Fuiste tú quien me dejó.

– Tú no quisiste venir conmigo, querrás decir.

– Sí, claro, lo más lógico era que me marchase con mi madre en el hospital y mi padre completamente destrozado. ¿Cómo iba a marcharme? ¿Es que no te das cuenta?

– Eras mi mujer.

Fleur hizo un gesto con la mano. No entendía a aquel hombre.

– ¿Nunca llamaste a tu madre? ¿Ni siquiera para saber cómo le iba?

– No podía hablar con ella. Pero le enviaba alguna postal de vez en cuando para que supiera que estaba vivo.

– A mí no me enviaste nada.

Una pena sentir celos de su suegra. Y peligroso. Sentir pena por su suegra empezaba a ser una costumbre.

– No quería pensar en ti. Ni en mi madre, ni en este maldito pueblo.

– Ya, claro. Espero no hacer nada nunca para que mi hijo me odie de esa forma.

– Ya lo has hecho, Fleur. Pero tienes más suerte que mi madre. Yo te estoy dando la oportunidad de arreglar la situación antes de que el niño sea mayor.

– ¿Y se supone que debo darte las gracias?

– No, deberías darle las gracias a quien me envió esta fotografía. Te aseguro que yo he pagado por mi crueldad. No sabía que, al final, mi madre no había vendido Hanovers. No sabía que sería capaz de llevarlo adelante ella sola.

– Parece que, en el fondo, te pareces más a ella que a tu padre.

– Su primer pensamiento fue venderlo todo y marcharse de aquí. Afortunadamente, no le resultó tan fácil.

– No dirías eso si hubieras vivido a su lado todos estos años.

– Te lo ha hecho pasar mal, ¿no?

– Desde luego. Ahora que estás aquí, a lo mejor se suaviza un poco.

– Yo no contaría con eso. Pero desearía no haber sido tan duro con ella -suspiró Matt-. El día que por fin la llamé por teléfono debería haberle dejado hablar, pero la corté en cuanto mencionó el apellido Gilbert. Jamás se me ocurrió pensar que pudieras estar embarazada. Tú siempre eras tan meticulosa con la píldora…

– Sí, es verdad -lo interrumpió Fleur, dolida pero no sorprendida de que la culpase también a ella por eso-. Pero la verdad es que tardé mucho tiempo en darme cuenta de que estaba embarazada… quizá porque mi madre estuvo un mes en el hospital, agonizando. Mi padre estaba destrozado y tenía que llevar el negocio yo sola para poder seguir pagando las facturas…

– Fleur…

– Pensaba que las náuseas eran porque apenas comía, porque me moría de preocupación, porque estaba sola, porque apenas pegaba ojo… perdona, Matt, ¿querías decir algo? -preguntó Fleur, irónica.

– ¿Qué le dijiste a tu padre?

– ¿Sobre el niño?

– Claro. Aunque estuviera desesperado, supongo que querría saber quién era el padre.

– Le dije la verdad.

– ¿La verdad?

– Le dije que mi embarazo era el resultado de un revolcón de una noche -contestó Fleur, recordando la expresión de su padre cuando le dio aquel disgusto-. Una de esas cosas que pasan cuando una bebe demasiado.

– No te creo.

No, bueno, su padre tampoco la había creído, pero eso no era asunto de Matt.

– ¿Por qué no? Eso fue lo que duró nuestro matrimonio. Una noche.

– ¿Perdona? A menos que te hayas divorciado de mí, y estoy seguro de que no lo harías para que nadie supiera que estamos casados, sigues siendo mi mujer.

– Sí, bueno, sobre el papel. Nada más.

– Pero eres mi mujer de todas formas.

– Hace falta algo más que un pedazo de papel para crear un matrimonio, Matt. Como hace falta algo más que una donación de esperma para que un hombre se convierta en padre.

– Tienes razón, pero las cosas van a cambiar. Lleva a Tom a mi casa mañana, después del colegio. Quiero conocerlo.

– ¡Mañana! No, mañana no puedo. Necesito tiempo para hablarle de ti.

– Ya has tenido tiempo. Has tenido cinco años.

– Cinco años en los que no sabía dónde estabas o si volvería a verte algún día -le recordó Fleur.

– Las cosas han sido como han sido, pero ahora estoy aquí. Y quiero conocer a mi hijo. Creo que estoy siendo generoso, Fleur. Podría contratar a un abogado o aparecer en tu casa y exigir mis derechos. Pedirle ayuda a tu padre…

– ¿A mi padre? ¿Crees que mi padre te ayudaría?

– Sospecho que si supiera la verdad, él sería mucho más comprensivo con mis sentimientos.

– Qué curioso que digas eso. No creo que tú hayas sido nunca comprensivo con los míos.

Matt dejó escapar un suspiro.

– Mira, todo esto depende de ti. ¿O creías que ibas a convencerme para que me fuera sin ver al niño?

– Te has ido antes. Y sin que yo te lo pidiera. ¿Cómo sé que no vas a hacerlo otra vez? Estamos hablando de un niño de cinco años.

– Mi hijo.

– Te equivocas de pronombre. El niño no te pertenece y esto no tiene nada que ver contigo, sino con Tom, con la felicidad del niño. Si apareces en su vida, no puedes desaparecer cuando te dé la gana. No puedes pensar en cómo va a afectar a tu vida tener un hijo, sino en cómo va a afectarlo a él. Él es lo primero, ¿lo entiendes?

– Lo entiendo perfectamente.

– Yo no estoy tan segura. Creo que deberías pensar en tus responsabilidades en lugar de en tus supuestos derechos. Unos derechos a los que renunciaste el día que te fuiste de aquí sin mirar atrás -replicó Fleur-. Además, estás acostumbrado a vivir como quieres, libre, sin ataduras, sin lazos de ningún tipo…

– ¿Es eso lo que quieres tú, Fleur? ¿Es con eso con los que sueñas por las noches cuando no puedes dormir porque las facturas te quitan el sueño? ¿Es eso lo que quieres en las largas noches en las que no tienes a nadie que te abrace? ¿Marcharte de aquí, vivir libre, sin ataduras, sin lazos de ningún tipo? Porque si es así, yo te lo ofrezco.

¿Pensaba que era tan fácil? Ella tenía un hijo. No había nada en el mundo más poderoso que eso.

– ¿Qué pasa, tu madre ha instalado una cámara de vídeo en mi habitación? -intentó bromear Fleur, mientras miraba el reloj para dejar claro que su tiempo se estaba acabando.

Matt dio un paso adelante y levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos.

– He trabajado mucho, Fleur. Soy un hombre rico. Yo podría darte esa libertad. Dame lo que quiero y yo haré que tus problemas se acaben para siempre.

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