Capítulo 1

Agosto. Kingston, Nueva York

– Gracias por recibirme tan pronto, Dr. Amavitz. Es la primera vez que visito a un psiquiatra, así que estoy un poco nerviosa.

– El nerviosismo es algo común a todos los pacientes, al menos en una primera visita. ¿Por qué no empiezas por contarme qué es lo que te trae a mi consulta?

Piper Duchess se sentó en el borde de la silla con las manos apoyadas en las rodillas.

– Todo me preocupa -espetó antes de que las lágrimas corrieran por sus mejillas coloradas.

Sin decir nada el doctor le acercó una caja de pañuelos de papel. Ella agarró uno para secarse las lágrimas. Cuando hubo recobrado la compostura, le dijo:

– Por primera vez en toda mi vida, estoy sola y no lo estoy llevando nada bien. Para ser sincera, lo llevo fatal -estalló a llorar de nuevo.

– ¿Quieres decir emocionalmente, físicamente…?

– En ambos sentidos -dijo aclarándose sus ojos azul aguamarina con otro pañuelo de papel.

– En tu ficha veo que tienes veintisiete años y estás soltera. ¿Acabas de romper con tu novio o prometido?

– No.

Nic no encajaba en ninguna de aquellas categorías y, de todas formas, tampoco tenía ningún interés en ella.

De hecho, Nicolás de Pastrana de la casa de Parma-Borbón en España siempre había estado fuera de su alcance. Eso era algo que ella había sabido desde el primer momento en que lo conoció a él y a sus primos.

– No -su voz tembló-, pero imagino que así es como me siento. Sin duda es una experiencia traumática.

– Háblame sobre tu familia.

– Mis padres murieron. Mis hermanas Greer y Olivia ahora están casadas y viven en Europa. Olivia se casó hace tan sólo unos días en Marbella. Hace tres días que llegué a Nueva York desde España.

– ¿Vives sola?

Ella asintió.

– En un apartamento aquí en Kingston. Después de la muerte de papá en primavera las tres vivíamos juntas allí.

– ¿No tienes más familia?

– No. Nuestros padres eran bastante mayores cuando se casaron y la mayoría de sus parientes ya habían muerto.

– Así que, virtualmente, estás sola.

Empezó a hacérsele un nudo en la garganta.

– Sí. Parezco una niña grande, ¿verdad?

– En absoluto. La mayoría de la gente suele tener parientes que vivan, al menos, en el mismo país. ¿Dónde encajas en la constelación de tu familia?

Piper creyó entender lo que decía.

– Aunque pueda sonar raro porque las tres somos trillizas, soy la segunda.

– Ah…

Eso fue todo lo que dijo, pero aparentemente aquello le respondía muchas preguntas.

– Hasta ahora nunca había estado tan sola. Y no hablo sólo de la separación física de mis hermanas. Es algo mental.

– ¿Acaso el reinado de los Tres Mosqueteros ha llegado a su fin? -añadió.

– ¡Sí! -gritó ella-. ¡Eso es! Una para todas y todas para una. Ahora ellas tienen marido y ya nunca volverá a ser lo mismo.

– ¿Estás enfadada por ello?

Piper había inclinado la cabeza.

– Sí, aunque sé que es horrible decir algo así.

– Te equivocas. Es la cosa más honesta que puedes decir. Si me hubieras contestado otra cosa no te habría creído.

– Es culpa mía que se hayan casado, así que no hay nadie más a quien culpar.

– ¿Quieres decir que apuntaste con una pistola a las cabezas de sus maridos para que les propusieran matrimonio a tus hermanas?

Sonrió a pesar de las lágrimas. Si supiera hasta dónde habían llegado las maquinaciones…

– No.

– ¿Entonces cómo puede ser culpa tuya?

– Es una larga historia.

– Aún nos quedan veinte minutos.

Aquello quería decir que tenía que darse prisa.

– Greer es la mayor y quien siempre nos decía a Olivia y a mí lo que teníamos que hacer. Ella fue la que nos propuso comenzar con nuestro negocio en Internet una vez que acabamos el instituto. Su plan era que fuéramos millonarias cuando cumpliéramos los treinta, así que siempre nos decía que ninguna de nosotras debía casarse o lo arruinaría todo.

»A Olivia y a mí no nos interesaba mucho el convertirnos en millonarias. Preferíamos encontrar un hombre con quien casarnos y formar nuestra propia familia, como nuestros padres.

»Papá también estaba preocupado por la actitud de Greer. Antes de morir, Olivia y yo le sugerimos un plan para que nos dejara en herencia un dinero destinado a encontrar novio. Él lo llamó el «Fondo para la búsqueda de marido». La única condición legal era que el dinero sólo podía gastarse con el propósito de encontrar marido. Por supuesto, a papá le encantó la idea y nunca le comentó a Greer que Olivia y yo estábamos detrás de todo aquello.

»En junio planeamos un viaje a la Riviera italiana, el sitio perfecto para conocer hombres fascinantes. El objetivo era que Greer conociera a alguien que la hiciera olvidarse de convertirse en millonaria. Greer accedió a ir porque se trataba de llevar a cabo la última voluntad de nuestro padre, aunque no tuviera la menor intención de casarse. Sin embargo, mientras estuviéramos de vacaciones intentaría conseguir una proposición de matrimonio por parte de algún playboy. Entonces lo rechazaría y podría cobrar el dinero de la herencia. Sonaba divertido.

»Nosotras le llevamos la corriente con su plan pero, para nuestra sorpresa, conoció a Maximiliano di Varano de la casa de Parma-Borbón, el hombre de sus sueños, y ella acabó declarándose a él. Se casaron en tan sólo seis semanas. Ahora viven en Italia.

»Aquello fue horrible. Eso significaba que Olivia y yo podíamos volver a Nueva York y seguir con nuestros asuntos. Pero entonces -tembló su voz-, Olivia se enamoró del primo de Max, Lucien de Falcón, también de la casa de Parma-Borbón. Ambos se casaron hace tan sólo unos días y vivirán en Mónaco.

El doctor asintió.

– Así que ahora eres libre para hacer lo que quieras y encargarte de tus asuntos.

Ahogó un sollozo en su garganta.

– Mis asuntos. Mi problema es que no sé cuáles son.

El doctor Arnavitz se inclinó hacia delante.

– El final de los Tres Mosqueteros puede significar el fin de tu juventud, pero también el inicio de la vida de Piper Duchess como una mujer con nuevos mundos que conquistar. Europa está sólo a un vuelo de distancia.

– Lo sé -dijo con voz triste.

Pero Nic estaba allí. Después de la forma en que la había rechazado, ella se negaba a darle la satisfacción de pensar que era consciente de su existencia.

– ¿Aún trabajas en el negocio de Internet?

– Sí.

– Háblame sobre ello.

– Soy artista. Dibujo ilustraciones para calendarios con eslóganes dirigidos a mujeres. Ya sabes, como «Si necesitas que alguien lo haga, díselo a una mujer». Greer pensaba los eslóganes y Olivia se encargaba del marketing.

El sonrió.

– ¿El negocio te da para vivir?

– Sí. Los calendarios se venden muy bien en Estados Unidos y ahora van a ser distribuidos en un par de ciudades europeas.

– ¡Qué suerte! ¿Por qué no haces como Greer y le das la vuelta al asunto?

– ¿Qué quieres decir?

– Tu hermana quería ser millonaria cuando tuviera treinta años y tú querías casarte, así que encárgate de mostrarles cuánto dinero puedes ganar antes de cumplir los treinta. Amplía tus horizontes. Siempre están Sudamérica, Australia, el lejano este… Alquila una oficina y contrata empleados. Conviértete en una magnate y crea tu propio imperio. ¿Quién sabe lo que el futuro te tiene reservado? Si permaneces en ese apartamento y sigues enfadada, nadie sentirá pena por ti. No todas las mujeres son tan inteligentes como tú y tienen tu talento, salud, belleza y habilidad para hacer lo que ellas quieran. No hay nada que pueda pararte excepto tu propia autocompasión.

Ooh. El doctor Arnavitz sabía dar donde dolía. Se ría por eso que media hora de consulta costaba dos cientos dólares.

Tras treinta minutos de conversación, su tiempo había terminado. Ella le dio las gracias por haberla recibido y él le dijo que pensara en serio sobre lo que le había dicho.

De vuelta al apartamento en el viejo Pontiac de su padre, la reprimenda del doctor aún le daba vueltas en la cabeza.

«Conviértete en una magnate», le había dicho. «Contrata empleados».

Cuando llegó a casa ya había decidido convertirse en millonaria antes de cumplir los treinta. Aquello le probaría a Nic que no le necesitaba.

Cuando entró en el apartamento se dirigió hacia el comedor que ella y sus hermanas habían convertido en oficina y telefoneó a Don Jardine. Era el ex novio de Greer y el propietario de la empresa encargada de imprimir los calendarios que vendían y distribuían en Estados Unidos.

– Hola, Don.

– Piper! No sabía que hubieras regresado de Europa. ¿Cómo ha ido todo?

Ella se dio cuenta de que no había preguntado por Greer. Chico listo. Piper planeó hacer lo mismo cuando viera a sus hermanas y nunca preguntar por Nic.

– Olivia se ha casado con Lucien de Falcón. ¡Así han ido las cosas! Dejaré que seas tú quien le dé a Fred la noticia.

Fred era el antiguo novio de Olivia y el amigo de Don.

Después de un prolongado silencio, él exclamó:

– ¡Qué barbaridad! Debe de haber algo en los genes de los Varano que es fatal para las hermanas Duchess.

Parecía que Don hubiera leído el pensamiento de Piper. Sin duda tenía que haber una explicación científica para el hecho de que ella y sus hermanas se hubieran enamorado de hombres pertenecientes a la misma familia.

Una vez Piper leyó algo sobre dos gemelos en Inglaterra que se habían enamorado de la misma mujer. Ella los quería a los dos, así que los tres se las apañaron y formaron juntos una familia. Cuando Piper les leyó la historia a sus hermanas, las tres se habían reído, pero ahora ya no tenía ninguna gracia.

– ¡No para esta Duchess! -declaró vehementemente.

– ¿Quiere eso decir que Tom podría tener aún alguna esperanza?

– No.

Tom era el ex novio de Piper y otro de los mejores amigos de Don. En alguna ocasión los seis habían disfrutado practicando esquí acuático y yendo al cine juntos. Tal y como Greer siempre había dicho, eran un número perfecto.

Nada podría haber sido más cierto. Una vez que Max hubo conseguido a Greer para él solo fue el final del triunvirato de las chicas. El efecto dominó había comenzado. Olivia estaba fascinada por Luc y en cuanto a Piper…

Piper era una tonta que nunca más volvería a insinuarse a un hombre.

– Tengo una proposición que hacerte. Es algo grande.

– ¿Cómo de grande?

– ¿Quieres viajar a Sydney, Tokio y Río conmigo para descubrirlo? Dependiendo de los ingresos, podremos incorporar y ofertar acciones en bolsa. ¿Te interesa?

Siguió un largo silencio.

– ¿Cuándo podemos reunimos para hablar de ello?

– Si estás libre, esta misma noche. Para empezar tendremos que conseguir el mejor abogado mercantilista que encontremos.

– De acuerdo. ¿Qué me dices de Europa?

Su cuerpo se puso tenso.

– Olvídalo. No volveré a poner un pie en ese continente jamás.

– No digas eso, Piper. Tus hermanas viven allí.

– Entonces serán ellas quienes tendrán que venir a yerme.

– ¿Qué es lo que me estoy perdiendo? Pensé que la semana pasada habíais ido a España con la intención de ampliar mercados.

– Yo también creía eso, pero descubrí que todo era un montaje. Realmente no quiero hablar de ello.

– Me temo que tendrás que hacerlo si quieres que sea tu socio. ¿Qué es eso de un montaje?

Todavía irritada, Piper le dijo:

– Los primos Varano usaron su influencia y su fortuna para hacer que signore Tozetti fuera nuestro distribuidor europeo.

»Fue una jugada maestra por parte de Luc. El supo cómo atraer a Olivia hasta Europa a través de una oferta muy lucrativa de negocio para que pudiera perdonar lo por haber sido tan cruel con ella. Su plan funcionó tan bien que ahora están de luna de miel.

»Pero no quiero la parte de las ganancias obtenidas allí, puesto que no obtuvimos el contrato por mérito propio.

Piper dividiría con sus hermanas los beneficios logrados en Europa. No tenía la menor intención de que darse con un solo céntimo con el que Nic tuviera algo que ver.

– No puedo culparte por eso -murmuró Don.

– Gracias por entenderlo.

– Entiendo mucho más de lo que crees. Después de todo eres una artista y me atrevo a decir que muy brillante.

– Gracias, Don.

– Es cierto. Algún día serás famosa, Piper.

Eso era lo mismo que había dicho Olivia antes de que ambas descubrieran que todo era un montaje:

– Mamá y papá estarían tan orgullosos de saber que tus dibujos van a ser famosos en toda Europa, Piper… -había dicho Olivia.

– No lo sabemos todavía, así que no nos hagamos ilusiones.

Signore Tozetti no nos habría pagado un anticipo para venir a España si no creyera que muy pronto ganará un dineral contigo. Cuando vea todo lo que has hecho en tan sólo tres días, querrá enviarte a todas partes: Francia, Suiza…

Piper agarró con fuerza el auricular.

– Uno no se hace famoso con unos cuantos calendarios.

– Tus calendarios han sido el primer peldaño en tu escalera hacia el éxito. Ahora es el momento de diversificar tus actividades.

Empezaba a sonar como el doctor Arnavitz.

– ¿En qué sentido?

– Las campañas comerciales en televisión y en Internet funcionan de maravilla. Piensa globalmente y no habrá límites. Multinacionales de varios continentes pagan cifras de siete y ocho dígitos a los artistas capaces de dar con una imagen que sea reconocida mundialmente.

Ella parpadeó.

– ¿Cuánto tiempo llevas pensando sobre ello?

– Desde que empecé a imprimir los calendarios para Diseños Duchess. Tienes un toque genial, Piper, y quizá con mi ayuda puedas sacarle más partido.

– Me gusta tu forma de pensar. ¿Puedes pasarte sobre las siete?

– Allí estaré con algunas ideas que llevo madurando durante algún tiempo.

– ¿Alguna vez le dijiste a Greer algo sobre esto?

– ¿Tu qué crees?

– Tienes razón. ¡Qué pregunta más tonta!

Nadie, excepto Max, le había dicho nunca nada a Greer. El se las había apañado para besarla a bordo del Piccione y le había hecho pasar una noche arrestada en una prisión italiana después de la cual, él se le había declarado. Fue el camino directo a su corazón y ella acabó lanzándose a sus brazos.

Luc había actuado de forma diferente. Después de romperle el corazón a Olivia por culpa de un terrible malentendido, él la había hecho regresar a Europa con falsas pretensiones. Después la había encerrado en una limusina teledirigida llamada Cog que él mismo había diseñado. Se las había ingeniado tan bien para acabar con sus defensas que Olivia prácticamente se había derrumbado y lo había perdonado.

Era horrible.

Piper se alegraba por los cuatro. Realmente se alegraba, pero no quería pensar en sus cuñados porque empezaría a pensar en Nic, y esa clase de pensamiento era desastroso.


Veintiséis de enero. Marbella, España.

– ¿Señor Pastrana?

– ¿Si, Filomena?

Nic estaba a punto de marcharse de la oficina en el Banco de Iberia. Desde que habían reestructurado su red de oficinas, el banco disfrutaba de un trimestre en el que las operaciones financieras habían superado sus expectativas, pero eso no parecía alegrarlo mucho.

– Tengo en línea a un caballero de la casa de suba tas de Christie’s en Nueva York.

Al oír mencionar la palabra Nueva York el pulso de Nic automáticamente se triplicó.

– ¿Le paso o prefiere que tome el mensaje?

– Hablaré con él ahora.

– Muy bien, señor.

Mientras esperaba, cerró el archivo de las reservas de oro extranjeras que había estado examinando y apagó el ordenador.

– ¿Señor Pastrana? -sonó una voz americana a través del auricular.

– Sí, soy yo. Dígame.

– Soy John Vashom, del departamento de joyas de Christie’s. Desde que nos puso en alerta, hemos estado vigilando por si una pieza de la colección de María Luisa robada en el palacio de la familia Varano en Colorno apareciera por aquí. El caso es que esta mañana ha aparecido para subastarse un peine con piedras preciosas incrustadas. El vendedor es anónimo. Consulté nuestra base de datos, de joyas en paradero desconocido y lo comparé con algunas de las fotos que nos había proporcionado. La pieza en cuestión parece ser la misma. ¿Cómo desea que proceda?

Una ráfaga de adrenalina recorrió el cuerpo de Nic. Como por arte de magia se le brindaba la oportunidad de ir a Nueva York y librarse al fin del compromiso con la familia de su difunta prometida Nina Robles. Después de todo, la temida visita mensual no se produciría. De hecho, nunca volvería a repetirse.

– Le agradezco que se haya ocupado de la situación con tanta rapidez, señor Vashom.

– He intentado hacerlo lo mejor que he podido.

Inconscientemente, Nic se quitó la banda negra en señal de luto que llevaba en el brazo y la lanzó a la papelera. Era difícil para él contener toda aquella emoción.

– Un agente de la CIA se pondrá en contacto con usted dentro de una hora. Hasta entonces, guarde el peine y no diga a nadie nada sobre esto.

– Cuente conmigo.

Nic comprobó su reloj. Eran las nueve y media de la mañana en la costa este de Estados Unidos.

– Salgo para Nueva York ahora mismo. Estaré allí antes de que cierren. Necesito que me dé su número de móvil para que podamos estar en contacto.

Mientras lo anotaba, hizo mentalmente un listado de las personas a quienes tenía que llamar. Después de colgar, telefoneó al investigador jefe en Roma que coordinaba los esfuerzos de varios agentes de policía que trabajaban de incógnito en el caso. Signore Barzini se pondría en contacto con la CIA en Nueva York.

Luego llamó a signore Rossi, el autentificador de joyas más famoso de toda Italia. El era el único que podría constatar que el peine era una pieza auténtica, así que dispuso para él un vuelo a Nueva York desde Parma en uno de los aviones privados de los Varano.

La colección de joyas había pertenecido a la duquesa de Parma, conocida también como María-Luisa de Austria de la casa Borbón y segunda mujer de Napoleón Bonaparte. El robo del tesoro hacía dos años había sido un duro golpe para la familia. Desde entonces, Nic y sus primos habían estado llevando a cabo una investigación privada con la ayuda de la policía y los agentes secretos.

El pasado agosto habían recuperado una de las piezas auténticas al aparecer ésta en una subasta en Londres. Nic había pagado una pequeña fortuna para recuperarla. Desgraciadamente, no había rastro de la persona o personas responsables del atraco.

Ahora que otra pieza de la colección, auténtica o no, había aparecido en Estados Unidos, Nic tenía la esperanza de poder encontrar alguna nueva pista.

Telefoneó a su padre, pero tenía puesto el contestador. Después de evaluar la situación, le pidió a su padre que presentara sus excusas ante la familia Robles por no poder reunirse con ellos. Incluso el padre de Nic estaría de acuerdo en que la llamada de la casa de subastas constituía una emergencia que los padres de Nina comprenderían.

Las familias Pastrana y Robles compartían profundos vínculos a través de la casa española de Borbón. Sin embargo, si los padres de Nina creían que podrían endilgarle a Nic a su hija Camilla de veintisiete años como reemplazo de su hermana por alguna tradición familiar, estaban muy confundidos.

Después llamar a su conductor, Nic salió del banco por la entrada privada y subió a la limusina. De camino al aeropuerto telefoneó al piloto, a quien le dijo que tu viera listo el avión de los Pastrana. No era necesario pasar por casa, puesto que a bordo tenía ropa y productos de aseo.

Eufórico por haberse desecho de la banda que lo mantenía cautivo, telefoneó a Max para ponerle al corriente de la situación, pero también tenía puesto su contestador. Frustrado por no poder hablar con él, le dejó un mensaje contándole sus planes. Después llamó a Luc, quien descolgó al tercer tono.

– Olivia y yo estábamos a punto de llamarte. Navegaremos hacia Mallorca este fin de semana. ¿Te gusta ría reunirte con nosotros allí el domingo después de tu visita de rigor?

Luc sonaba como un hombre distinto. Desde su boda con Olivia, era mucho más que feliz. Esperaban un bebé para septiembre. Nic nunca había conocido a una pareja más contenta que ellos a no ser por Greer y Max.

– Nada me gustaría más, pero ha surgido algo importante. Hay noticias que no pueden esperar.

En tan sólo unos minutos le contó todo lo relaciona do con la llamada de Christie’s.

Luc se había serenado.

– Me reuniré contigo en Nueva York.

– No. Olivia y tú necesitáis tiempo para estar solos. Simplemente te cuento esto para que sepas que estaré algún tiempo fuera encargándome de la investigación.

– ¿Qué sucede?

Nic tomó aire.

– ¿Y si te digo que la banda en señal de luto está en la papelera de mi despacho para que la tiren con la basura en unos cuantos minutos?

– ¡Dieu merci! -Explotó su primo-. Era una costumbre arcaica a la que nunca te debiste haber sometido. Espero que esto signifique lo que creo que significa.

– Es lo único en lo que he sido capaz de pensar desde la boda de Max -susurró.

– Puede que tengas problemas en seguirle la pista a Piper. La semana pasada llamó a Olivia desde Sydney. No estoy seguro de que haya regresado ya a Estados Unidos.

– La encontraré aunque tenga que volar hasta Australia.

– Si me entero de algún cambio, te lo haré saber. ¿Estás seguro de que no quieres que vaya contigo a Nueva York?

– Esperemos y veamos qué tiene que decir signore Rossi acerca del peine. Si es el original, entonces tendremos que charlar con Max.

– Muy bien. Buena suerte y cuídate, mon vieux.

Nic sabía lo que su primo quería decir. Desde la boda de Luc, Nic no se había atrevido a poner un ojo en Piper. Debido a la odiosa banda negra, como crudo recuerdo de su oscuro pasado y su dolor, no había sido capaz de acercarse a ella.

Durante los últimos once meses, veinticinco días y siete horas había llevado la banda fielmente, excepto por los cuatro días en que se había hecho pasar por el capitán del Piccione, el pasado junio. Aquellos cuatro días habían sido suficientes para que un par de ojos de color aguamarina lo embrujaran mientras que él y sus primos perseguían a las trillizas Duchess creyendo que ellas eran las responsables del robo de las joyas de la familia Varano del palacio de Colorno en Italia.

Nada más lejos de la realidad y, sin embargo, aquel corto espacio de tiempo había cambiado su vida para siempre.

– Voy a necesitarla, Luc.

– ¿Cuál es tu plan?

– Buena pregunta. Técnicamente hablando debería haber esperado una semana más antes de quitarme la banda, pero como me voy del país por un tiempo indefinido, nadie notará la diferencia excepto Piper. Eso si todavía me habla.

– Si alguien puede ganársela, ése eres tú. Hablamos más tarde.

– Te avisaré cuando haya establecido contacto con ella -dijo con más confianza de la que sentía.

Nic no estaba seguro de nada, pero sabía que se que daba sin respiración simplemente con anticipar el momento de volverla a ver.

Ahora que había terminado su período de luto, nada ni nadie se interpondría en su camino para conseguir lo que quería.


Veintinueve de enero. Kingston. Nueva York

– Perdona que te interrumpa. Piper, pero hay un hombre que pregunta por ti.

Jan, la anterior distribuidora de la zona noreste de Diseños Duchess, era ahora la asistente personal de Piper en la compañía que había montado junto con Don Jardine. Finalmente había decidido llamarla Cyber Network Concepts.

Piper seguía haciendo bocetos en su mesa de dibujo.

– Oficialmente no estoy hasta mañana.

Se había mudado al edificio de oficinas en el que, en una de las alas, Don todavía mantenía su imprenta. Él le había dado el despacho contiguo al suyo y ambos se conectaban a través de una puerta. Hasta ahora todo marchaba perfectamente.

– Se lo he dicho pero, de todas formas, insiste en verte.

– ¿Cómo se llama?

– Me dijo que prefería sorprenderte.

– Eso es sólo una táctica agresiva de vendedor. Probablemente sea el director regional de máquinas Mid Valley. Ha estado dándonos la lata para que compremos sus productos durante meses. Deshazte de él, Jan.

– Me advirtió que no se marcharía hasta que hubiera hablado contigo y me temo que lo dice en serio.

– Todos hablan en serio, pero si realmente está tan ansioso, que hable con Don.

– No quiere hablar con él.

– Entonces está haciéndonos perder el tiempo. Si fuera un cliente, te habría dicho su nombre. Puesto que hemos pagado todas las facturas, no puede ser un acreedor. Dile que acabamos de regresar de Sydney y que tenemos un montón de trabajo por hacer. Mañana es martes. Lo veré entonces.

En los últimos seis meses Don y ella habían conseguido lucrativas cuentas de publicidad con empresas americanas con negocios en Australia y Sudamérica. Ahora Piper tenía más trabajo del que podía manejar.

– Me temo que no aceptará un no por respuesta.

El matiz de su voz hizo que Piper girara la cabeza. Haber contratado a Jan como gerente y encargada de ventas del negocio de calendarios en Estados Unidos había sido una jugada maestra. Dado que Jan tenía gran intuición para los negocios, Piper estaba sombrada al descubrir que su recién comprometida asistente pudiera dejarse intimidar por alguien.

– ¿Cómo es que te da miedo decirle que no?

– Tiene cierto aura. Ya sabes, una determinada presencia. Quizá sea porque es extranjero.

A Piper se le erizó el vello del cuello.

– ¿Cómo que extranjero?

– Si te refieres a su inglés, lo habla perfectamente, aunque con un ligero acento. Creo que puede ser de algún país mediterráneo o algún otro sitio cercano.

– ¿Así que es moreno?

– Sí, pero alto y bien… bueno, ya sabes, con un cuerpo que todas nosotras desearíamos. Ya sabes a lo que me refiero. Para ser sincera, es el hombre más atractivo que jamás he visto en toda mi vida. Por favor, no le digas a Jim lo que acabo de decir.

El carboncillo se resbaló de entre los dedos de Piper. Había tres hombres que encajaban en aquella descripción y los tres pertenecían a la misma familia.

– ¿Y el acento de ese hombre te parecía francés?

– No sabría decirte.

– ¿Tiene los ojos de un color negro encendido?

– No, los suyos son de un marrón penetrante.

¡Socorro!

Piper intentó tragar saliva. Era imposible.

– ¿Lleva una banda en el brazo?

– No. Lleva un fabuloso traje sastre de color gris. Puede que te suene raro pero tiene un porte, diríamos, real.

Piper se levantó de su mesa en estado de shock.

– Acabas de conocer al futuro duque de Pastrana de la casa de Parma-Borbón. Nic es primo de los maridos de Greer y Olivia.

Con razón Jan actuaba como si hubiera sido una experiencia única en su vida. En absoluto estado de pánico, Piper continuó.

– Si valoras tu trabajo, déjame ponerme tu anillo de compromiso. Sólo lo necesitaré unos cuantos minutos. Hasta que se marche, además de ser la socia de Don soy su prometida. ¿Lo has captado?

Su asistente asintió lentamente antes de quitarse su modesto anillo de diamantes. Piper se lo puso. Le que daba un poquito holgado ya que Jan era de constitución más fuerte que ella, pero no importaba. En el fondo era un anillo de compromiso y con eso serviría.

– Gracias. Por hacerme este favor tendrás una bonificación en la próxima paga. Adelante, ve y envíamelo.

El corazón de Piper bramaba bajo el jersey azul marino que se había puesto aquella mañana junto con sus pantalones vaqueros. Cuando no viajaba para visitar a clientes, invernaba en su despacho para dibujar, aparta da de la gente.

Se sentó y volvió a levantarse sin poder decidir cómo lo recibiría. Cuando lo vio en la entrada, tan alto y con aquel físico tan atractivo, pensó que sería una buena idea volver a sentarse o las piernas no la sujetarían.

– Bueno, bueno, bueno -declaró con simulado descuido y poniéndose a la defensiva-. Pero si es el capitán del Piccione.

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