Capítulo 2

– Buenos días, señorita Piperre.

Cuando Nic pronunciaba la «r» de aquella manera, el sonido resonaba en todas y cada una de las partículas del cuerpo de Piper. No importaba lo mucho que intentara resistirse a su potente presencia masculina, porque sería incapaz de hacerlo.

– La última vez que te vi estabas escondido entre los arbustos de tu propiedad privada, esperando para hacerme desaparecer para que Luc pudiera poner en práctica su plan con Olivia.

En aquel momento ella esperaba que Nic se hubiera olvidado de su luto y se reconciliara con ella. Después de todo, él se había quitado la banda en señal de duelo durante el corto espacio de tiempo que estuvo en el Piccione. Piper se moría de ganas por que la besara.

Sin embargo, él la había conducido hasta la capilla de la familia, donde los esperaba el sacerdote. Allí fue donde se encontró con Greer, Max y el resto de la familia Parma-Borbón, que esperaban ver la celebración de la inminente boda de la menor de las Duchess y el hijo mayor del duque de Falcón.

Nic también recordaría aquella noche. Él le dedicó lo que ella y sus hermanas llamaban su sonrisa castellana. Una deslumbrante y masculina sonrisa que era su sello de identidad.

Pero, tal y como él mismo había explicado en alguna ocasión, castellano era un calificativo inexacto, puesto que por parte de los Varano, él era italiano y por otro lado la familia Pastrana no procedía de Castilla. Las raíces reales de los Pastrana provenían de una región del sur de España llamada Andalucía.

A través de sus hermanas Piper había aprendido que la familia Robles también guardaba cierto parentesco con la casa española de Parma-Borbón, aunque nunca llegaran a adquirir la importancia de los Pastrana.

– ¿Cómo es que te dejas caer por tierras americanas? ¿Algún negocio importante te ha traído hasta este lado del Atlántico?

Él alzó su orgullosa y aristocrática cabeza y le lanzó una enigmática mirada. Ella pensó que parecía algo más delgado y demacrado pero, aun así, estaba más guapo que nunca. Piper no era una de esas mujeres que se desmayaban pero si lo fuera, se habría caído redonda en la puerta de su despacho.

– Llevo en Nueva York unos cuantos días porque otra de las piezas de la colección de joyas ha aparecido en la casa de subastas de Christie’s y ha resultado ser auténtica.

– ¿No me digas que por fin se ha descubierto el colgante de la duquesa?

– No. Se trata de un peine con incrustaciones preciosas.

Piper se había olvidado de la colección. Si ella y sus hermanas no hubieran lucido sus colgantes de la duquesa en su primer viaje, nunca habrían sabido que existía un colgante idéntico al suyo que había sido robado del museo y nunca habrían conocidos a los tres primos.

Y ella nunca habría conocido a Nicolás de Pastrana.

No importaba que él le hubiera roto el corazón, pensar que no lo hubiera conocido era un hecho tan incomprensible que se puso a temblar.

Furiosa por su reacción, le dijo:

– Si por casualidad mis hermanas te dijeron que te dejaras caer por aquí para convencerme de que vuele a Europa para visitarlas, estás perdiendo el tiempo.

Él permanecía allí, con las piernas ligeramente separadas y con los brazos cruzados.

– Tus hermanas no tienen idea de que estoy aquí.

Ella le lanzó una gélida sonrisa.

– Ya que tu luto no termina hasta febrero, apuesto a que la familia de Nina tampoco sabe dónde estás.

Piper había introducido a la prometida de Nic en la conversación a propósito para recordarle la forma en la que él la había rechazado aquella tarde, después de la boda de Max.

Cuando ella había intentado ayudarlo a quitarse la chaqueta de su esmoquin y le había sugerido que, para refrescarse, se echaran una siesta en el césped al lado del viejo molino de agua, él la había agarrado de las manos y la había empujado hacia atrás.

Después de reírse de ella por no saber comportarse en sociedad con un hombre que llevaba una banda en señal de luto, dijo que la excusaría por ser una de las notables trillizas Duchess.

El daño que le había causado nunca desaparecería. Ella nunca lo perdonaría.

El pareció haberle leído la mente, porque con un gesto tremendamente masculino se quitó la chaqueta, haciendo que la atención de Piper se dirigiera a sus anchos hombros. Tampoco había señal de la banda negra en las mangas de su camisa de color gris claro.

– Como puedes ver ya no guardo luto.

– No me digas. Tienes que encargarte de algún asunto en Nueva York y has tenido que quitártela antes de tiempo. ¿No será que has decidido echarte una siesta conmigo antes de regresar a Marbella, verdad? Eso es lo que yo llamo hacer trampas, y es algo que yo no hago.

Las arrugas ensombrecieron las duras facciones de Nic. Bien. Ya le había asestado el primer golpe y seguiría presionándolo hasta deshacerse de él.

– He venido a pedirte un gran favor.

– ¿En serio?

Las mejillas le ardían.

– ¿Sabe Camilla algo de esto? Supongo que estará esperando que llegue el próximo mes para convertirse en tu prometida.

Una pequeña vena latía en la tensa mandíbula de Nic. Tenía que frustrarlo el hecho de que, ahora que sus primos estaban casados con sus hermanas, no hubiera secretos entre ellos en cuanto a su vida privada.

– Estoy aquí para hablar sobre nosotros.

– ¿Nosotros? -estalló ella-. ¡No hay ningún nosotros! Me comprometí estando en Sydney y ahora ya sé lo suficiente como para saber que debo pasearme por ahí con mi prometido y nadie más.

Una aplastante calma invadió la atmósfera.

– No te creo.

A Piper el corazón casi se le salía del pecho.

– ¿Qué es lo que no te crees? ¿Que tengo principios o que ahora soy una mujer comprometida?

Disfrutando de su momento triunfal, llamó por teléfono a Don. Corría un gran riesgo, pero él sabía toda su historia de desamor con Nic. Todo dependía de que él le siguiera el juego.

– ¿Don?

– Hola. Iba a preguntarte ahora mismo si quieres que vayamos comer a Alfie’s.

Don se merecía un sobresaliente por haber empezado de esa forma.

– Me encantaría. Pero primero, ¿puedes venir un minuto a mi despacho? Tengo una visita procedente de España, Nicolás de Pastrana, el primo de Greer y Olivia. Ha venido a pedirme un favor. Como tú y yo nos comprometimos en Sydney, me gustaría presentártelo.

– Voy enseguida -dijo Don sin rechistar.

Bendito hombre.

Al instante, su socio entró a través de la puerta que conectaba sus despachos. Piper se dirigió hacia él y le dio un cariñoso abrazo.

– ¿Cariño? Estaba poniendo a Nic al corriente.

Al girarse hacia Nic, expuso a propósito su mano izquierda para que él pudiera ver el anillo. Una amenaza de alarma recorrió su cuerpo al ver la violenta expresión de él y que ponía de manifiesto el ardor mediterráneo que corría por sus andaluzas venas.

– Este es mi prometido, Don Jardine.

Nic lo saludó con la cabeza para no hacer el esfuerzo de estrecharle la mano.

– Jardine. ¿No eras tú quien salía con Greer?

Piper se tambaleó por un momento.

– Quedamos algunas veces.

Al oír la respuesta de Don, los labios de Nic expresaron desagrado antes de atravesar a Piper con una oscura y penetrante mirada.

– Una para todas y todas para una. El lema de las Duchess -dijo arrastrando las palabras.

Antes de que pudiera reaccionar, Nic la agarró de la mano izquierda.

– Un anillo muy bonito, pero te queda un poco grande, ¿no?

Con la habilidad de un mago, lo sacó de su dedo y lo alzó en el aire para examinarlo.

– Para Jan, por siempre -leyó la inscripción en voz alta.

Antes de volver a su oficina Don le dio a Piper un apretón en la cintura.

– Buena suerte, vas a necesitarla.

Cuando escuchó que la puerta se hubo cerrado, Nic dijo:

– Me da pena. Se comporta como un calzonazos con las hermanas Duchess.

Ella se puso tensa.

– Has sido muy cruel al hacer eso en presencia de él.

– No más cruel que tú al pedirle a tu asistente que te cediera su anillo de compromiso simplemente porque eres su jefa. Me di cuenta de que ella lo llevaba cuando me atendió en el mostrador.

Y, cerrando el puño, metió el anillo en su bolsillo. Piper debería haber imaginado que alguien tan astuto sería capaz de descubrir su descarada mentira. A Nic nada se le escapaba.

– Has echado a perder tu vocación como agente secreto.

– Iba a decir lo mismo sobre ti. Ahora más que nunca estoy convencido de que eres la única persona que puede ayudarme.

Ella dejó escapar una carcajada furiosa y el movimiento hizo que algunos mechones de su dorada cabellera se posaran en su mandíbula.

– Apuesto a que Camilla no tiene ni idea de que has venido hasta Kingston para coquetear con la única trilliza Duchess que sigue soltera.

– Camilla y su familia lo sabrán a su debido tiempo -aquellas enigmáticas palabras cayeron como carámbanos de hielo desde un tejado.

Aunque estaba temblando por la mezcla de emociones, Piper preferiría morir antes que dejar que él se diera cuenta de ello.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Necesito tu ayuda. Es importante.

– Eso ya lo has dicho antes.

– Te recompensaré por ello.

– Si estás hablando de dinero, olvídalo. Tú y tus primos habéis podido sobornar a signore Tozetti para atraer a Olivia hacia Europa, pero ese tipo de treta sólo funciona una vez. Don y yo tenemos nuestro propio negocio. Prefiero ganar mi dinero a la antigua usanza.

Él se acercó a ella, dificultándole respirar.

– Yo estaba pensando en un bebé.

– ¿Un bebé?

– Sí. Tus dos hermanas están esperando uno en un futuro próximo, así que quizá tú también querrías…

Piper pestañeó asombrada intentando desesperadamente atar cabos. ¿De dónde demonios se había sacado eso?

– Si estás insinuando que me he acostado con Don, estás muy equivocado. En primer lugar, ninguno de nosotros ha estado nunca atraído el uno por el otro en ese sentido y además nunca le haríamos eso a Greer. En segundo lugar, si estuviera esperando un bebé de Don, no necesitaría dinero. Me las arreglo muy bien yo solita.

Su sensual boca esbozó una sonrisa condescendiente.

– Ya he visto lo que hay entre Don y tú. Yo estaba pensando en darte un bebé mío.

Piper no podía haberlo escuchado bien.

– ¿Por qué diablos crees que quiero un bebé y mucho menos tuyo?

– Porque yo estaba en la oficina de Luc el día que Olivia te llamó para contarte la noticia. Parece ser que el micrófono estaba encendido.

El corazón de Piper se aceleró mientras ella intentaba recordar sus palabras exactas.

– En cuanto tu hermana te lo contó, rompiste a llorar de alegría por ella y después le dijiste que pensabas que era la mujer más afortunada del mundo.

– ¡Por supuesto que lo dije! -se defendió con voz firme-. Olivia es muy afortunada por haberse enamorado de un hombre que la quiere y que quería casarse con ella. Esa sería la única forma en la que querría tener un hijo. A estas alturas ya deberías saber que las hermanas Duchess no van por ahí acostándose con cualquiera.

Él ladeó la cabeza.

– En cierta ocasión me invitaste a echarme una siesta contigo en la hierba.

Ella le dedicó una sonrisa necia.

– Eso fue diferente. No pensaba echarme contigo en la forma que piensas. Sólo quería divertirme un poco contigo porque en realidad no creía que estuvieras guardando luto. Si ése hubiera sido el caso, nunca te habrías despojado de la banda a pesar de estar trabajando de incógnito.

Abrumada por las emociones, continuó hablando cada vez más deprisa.

– Dado que mi objetivo en Europa era conseguir una proposición de matrimonio por parte de un playboy de la Riviera y luego rechazarlo, decidí ver si podía besar a uno por el mero hecho de hacerlo. Pero, después de todo, parece ser que subestimé el amor que sentías por tu difunta prometida -se encogió de hombros-. Ahora ya nada de eso importa.

Las sombras oscurecían la preciosa cara de Nic.

– No totalmente. Desde el principio tu instinto te decía la verdad. Nunca amé a Nina Robles.

Piper no estaba segura, pero parecía que decía la verdad. Suponía que, si realmente hubiera estado enamorado de Nina, se habrían casado mucho tiempo antes.

– ¿Así que decidiste llevar una banda en señal de luto durante un año para pagar por tu pecado? -se burló ella.

– Sí -admitió violentamente.

– Oh, ya veo -ella le lanzó otra sonrisa burlona-. Como has nacido dentro de la aristocracia, te ves forzado a comprometerte sin amor y mantener la farsa. Pobre Nicolás. Para ser sincera contigo, no creo que la mayoría de los compromisos reales se hayan efectuado por amor verdadero.

– Algunos sí lo son -respondió con una suave voz-. Mi caso era complicado porque mi familia y la familia Robles están emparentadas y han tenido mucha relación a lo largo de los años. Era previsible que hubiera matrimonio entre Nina y yo. Su imprevisto fallecimiento complicó las cosas hasta el extremo de que el señor Robles espera que, según una antigua ley, me case con su otra hija, Camilla.

– A mí eso me parece algo bíblico.

– Porque lo es -murmuró-. Mi padre también se está dejando llevar en esa dirección.

– ¿Y Camilla tampoco te gusta?

– No. Estoy enamorado de otra persona pero no puedo hacer nada, porque ella no me corresponde.

El interés de Nic por otra mujer tenía que ser el secreto mejor guardado de la casa de Parma-Borbón, ya que sus hermanas no la habían informado de ello. Aquella devastadora revelación hizo que Piper se dirigiera hacia su mesa y se sentara antes de que el dolor pudiera hacer que se desintegrara delante de él. Ahora estaba tan lejos de su alcance…

Con voz seca le preguntó:

– ¿Por qué estás realmente aquí, Nic?

– El período oficial de duelo terminará en tres días. Para echar por tierra los planes que ambas familias tienen para mí, me gustaría llegar a Marbella con mi esposa.

– Una esposa, ¿eh? Bueno. No tendrás ningún problema. Debe de haber más de una docena de candidatas reales que te habrán echado el ojo desde hace años.

– Ninguna de ellas encaja para lo que tengo en mente. Tú eres la única mujer sin título nobiliario que puedo llevar a casa sin que mi familia sea capaz de rechazarte en público o forzarme a que renuncie a ti.

– ¿Quieres decir que soy aceptable porque mis hermanas se han casado con tus primos y por consiguiente yo me llevo el premio de consolación? -gritó con la cara colorada por la ira.

– Algo de cierto hay en eso -respondió suavemente-. Mis padres te conocen y te encuentran encantadora. Además saben la historia de las hermanas Duchess y son conscientes de que tú y yo hemos pasado algún tiempo juntos en varias ocasiones durante mi período de luto.

– Espera un momento -lo interrumpió.

En aquel momento estaba tan fuera de sí misma por la angustia que se levantó de nuevo, a pesar de que tuvo que agarrarse al filo de la mesa para encontrar apoyo.

– Eso que me has dicho acerca del bebé, ¿no estarás sugiriendo que pretendamos hacerles creer que nos hemos estado viendo a escondidas y que ahora estoy embarazada de ti?

– No habrá que fingir nada si nos casamos antes y disfrutamos de una pequeña luna de miel de regreso a España. Para entonces podremos decir a la familia que es probable que estemos esperando un bebé. Eso hará que mi matrimonio sea un fair accompli en el sentido estricto de la palabra.

Ella negó con la cabeza.

– De ninguna manera. El favor que me pides es imposible. Aparte del hecho de que no me gustas, tú estás enamorado de otra persona.

– ¿Acaso importa?

Que respondiera con semejante sangre fría dejó a Piper perpleja.

– Obviamente a ti no te importa, pero a mí sí. No estamos enamorados el uno del otro así que no funcionaría. Además, quisiera que mi mundo permaneciera tal y como es. Mi carrera acaba de despegar y estoy emocionada por ver hasta dónde me lleva. No veo nada más absurdo que desfilemos por ahí como marido y mujer en una unión sin amor sólo porque quieras librarte de casarte con Camilla y yo sea la marioneta que tienes más a mano.

Después de un incómodo silencio él dijo:

– Entiendo cómo te sientes.

Su benévola respuesta hizo que Piper se enfureciera aún más.

– Acepta mis disculpas por haberte pedido algo que es puro egoísmo de mi parte y que incluso puede llegar a ser peligroso. No volveré a molestarte.

Con una inapreciable aunque imperiosa reverencia que le eran innatas, se encaminó hacia la puerta.

– ¡Ah no! ¡No puedes hacer eso! -ella corrió y se interpuso en su camino para que no pudiera marcharse-. No puedes lanzar semejante bomba y marcharte así como así, dejándome pasmada.

Mientras trataba de recobrar el aliento, le pareció detectar una ligera sonrisa de satisfacción en sus labios. Ya que él siempre la había encontrado graciosa, debería estar acostumbrada a las horribles miradas condescendientes que le lanzaba. Desgraciadamente aquello sólo la ponía furiosa.

Piper apoyó las manos en sus caderas.

– Sé que tiene que haber alguna otra razón por la que has venido a verme. Explica eso de que es peligroso. ¿Para quién?

– Para ambos. Naturalmente, te proporcionaría protección para que no sufrieras ningún daño.

A Piper se le erizó el vello de la nuca.

– ¿Protección?

A pesar de su ímpetu, la repentina mirada de soslayo que le lanzó provocó en ella un sentimiento de inquietud.

– Son medidas necesarias -respondió solemnemente atrapando su mirada con aquellos ojos marrones-. Pero eso es algo que puede discutirse más tarde. Lo que está claro es que si te conviertes en mi esposa, contarás con el apoyo de toda la familia. Entonces podrás apreciar la gratitud de la casa de Parma-Borbón.

– ¡No quiero la gratitud de nadie!

Piper prácticamente escupió las palabras. Lo único que ella quería era el amor de Nic, pero eso era imposible.

– Perdóname por haberte robado tu precioso tiempo, señorita Piperre -dijo encogiéndose de hombros mientras volvía a ponerse la chaqueta-. No es necesario que me acompañes a la salida.

Al pasar por su lado para abrir la puerta sus brazos se rozaron, provocando una corriente eléctrica a través del cuerpo de Piper.

– Asegúrate de devolverle el anillo a Jan antes de salir del edificio -le advirtió con voz quebrada.

– Por supuesto.

¡Cómo que por supuesto!

Los ojos le picaron al mirar como se cerraba la puerta tras él.

¿Cómo se atrevía a invadir su espacio como un arrogante noble español de los de antaño? ¿Acaso esperaba que sólo por su droit de seigneur cayera rendida a sus pies?

– Peligroso, ¡por favor! -Indignada, se giró y entró en la oficina de Don. El la miró.

– Algo me dice que voy a perder a mi socia. Como te dije antes, creo que hay algo fatal para las trillizas Duchess en los genes de los Varano.

– Te equivocas, Don. Se ha marchado. He venido a pedirte disculpas por haberte puesto en una situación tan embarazosa. Si no te importa, prefiero quedarme a trabajar en la hora de la comida.

Después de cerrar la puerta que separaba sus despachos, se dirigió hacia su mesa de dibujo. Volver al trabajo era lo único que la mantendría alejada del dolor.

Cuarenta y cinco minutos más tarde Jan entró en su despacho.

– Me voy a comer con Jim.

Piper se levantó y se dirigió al escritorio, donde guardaba el monedero. Después sacó un billete de veinte dólares que ofreció a su asistente.

– Toma. Os invito. Es mi forma de decirte gracias por haberme dejado tu anillo.

– No es necesario -Jan no hizo el menor gesto para aceptarlo-. Me alegro de haber podido ayudarte -después de un breve intervalo de duda, añadió-: ¿Te sirvió?

– No volverá a molestarme nunca más.

– Debes de ser la única mujer del mundo que no quiera que un tipo como ése la moleste.

– Sí, bueno. Pero puedes dejar de babear porque detrás de esa apariencia impresionante se esconde una mente maquiavélica. Es medio italiano, ¿sabes? Desde el primer instante en que subimos a bordo del Piccione el pasado junio, Greer desconfió de él. Odio admitirlo, pero sus presentimientos acerca de nuestro Don Juan trilingüe, resultan ser ciertos.

– ¿Trilingüe?

– Sí. Es capaz de seducir a una mujer en francés, italiano y español.

– Bromeas.

– En absoluto. Que yo sepa, habla con fluidez una media docena de lenguas romance y, entre sus otras actividades digamos, al margen de la seducción, es dueño de la filial hispano-portuguesa del Banco de Iberia y es un estudioso del latín y el árabe. También ha escrito varios libros esotéricos sobre primogenitura y heráldica.

– Nunca pensé que pudiera existir un hombre como él.

– Sí, bueno. Podría decirse que es un ejemplar muy extraño.

– ¿Y qué fue lo que te hizo para que estés tan furiosa?

– Pedirme que me case con él.

– ¡Estás bromeando! -volvió a gritar Jan-. ¡Menuda suerte!

– Antes de que te emociones, déjame explicarte que está enamorado de una mujer que no le corresponde. Estoy segura de que es mentira. Apuesto a que se trata de una mujer con título nobiliario que no puede romper su matrimonio. De todas formas, necesita encontrar rápidamente una mujer para no tener que casarse con la hermana de su difunta prometida. Acaba de vencer el año de luto oficial.

– ¿Quieres decir que la gente aún hace cosas así?

– Aparentemente la familia Pastrana, sí. Ahora Don Juan vuelve a estar sin ataduras. Ya que venía a Nueva York por negocios, escogió a la última hermana Duchess para ayudarlo a salir de su último lío. Ah, y no te lo pierdas -dejó escapar una cruel sonrisa-. Dijo que podía ser peligroso.

– Quizá no deberías reírte. ¿Qué pasaría si la hermana de su prometida resultara ser una celosa patológica? Acuérdate cuando Jim y yo fuimos a ver Carmen a la ópera metropolitana el mes pasado. Era una mujer muy temperamental. Daba miedo. Quizá su hermana también sea tan posesiva e intente sacarte los ojos. ¿Cómo se llama?

– Camilla.

– No suena nada bien.

– Ya. Bueno. Como te he dicho, no volverá a molestarnos, así que no importa. Ve y disfruta de tu almuerzo.

– Gracias. ¿Quieres que te traiga algo de comer?

– No, gracias. No tengo hambre.

Piper esperaba que Jan se marchara, pero permaneció allí, inmóvil.

– ¿Qué pasa?

La conversación sobre Don Juan había concluido oficialmente.

– ¿Puedes devolverme mi anillo? No quiero que Jim me vea sin él.

Piper sintió cómo se le helaba la sangre. Lentamente se tambaleó sobre sus pies.

– No lo tengo yo -Jan la miraba perpleja-. Lo tiene Nic. ¿Qué te dijo al salir?

– Me dio las gracias por mi ayuda y se marchó.

– ¿No dijo a dónde se dirigía?

– No.

– Oh, no, Jan…

Su asistente la estudió durante un momento.

– Imagino que no le ha gustado que lo rechazaras.

– Te prometo que te devolveré el anillo -le dijo Piper entre dientes.

Agarró el monedero.

– Antes de que te vayas a comer, ¿puedes decirle a Don que me he marchado un rato a casa para comer? Cuando regrese a la oficina, traeré tu anillo conmigo.

A pesar del frío polar, Piper salió de la oficina en dirección al coche.

¡Por supuesto! Era lo que Nic había dicho cuando ella le pidió que le devolviera a Jan el anillo. Sus ideas maquiavélicas no ayudaban a disminuir su lista de pecados.


Nic aparcó frente a la casa de Piper. No tenía ni idea de cuánto tendría que esperar. Una sonrisa perversa se dibujaba en su boca. Todo dependía de cuánto tiempo pasara hasta que Jan preguntara por su anillo.

De repente divisó, a través del espejo retrovisor de su coche de alquiler, que el coche de Piper se acercaba hacia allí. Bien. Nic quería alejarla de la oficina antes de asestarle el coup de grace.

Ella paró justo detrás de él y salió del coche. A través del retrovisor él veía como ella avanzaba hacia él. Al igual que sus primos, Nic había vivido rodeado de mujeres de pelo y ojos oscuros, así que no era de extrañar que él también se sintiera cautivado por el dorado resplandor de las trillizas Duchess. Le encantaba la forma en que el pelo le caía sobre su sonrosada cara como una fina malla de oro. Incluso sin la ayuda de la luz del sol, brillaba de tal manera que llamaba la atención.

En particular le gustaba esa trilliza por su esbelta figura y sus ojos de color azul aguamarina. La primera vez que la miró a los ojos, los comparó con las relucientes aguas de color azul verdoso de la costa de Cinque Terre, donde a él y a sus primos les gustaba mucho navegar.

Desde el pasado junio en el que ella había aparecido en el Piccione, Nic sólo había sido capaz de mirar, no de tocar. Había necesitado recurrir al autocontrol para reprimir el dolor que había dentro de él y que estaba pidiendo a gritos que lo liberaran.

Ahora que se había deshecho de la banda en señal de duelo, lo consumía la necesidad de estrecharla y amarla. El deseo lo hacía temblar y actuar con insensatez.

El objeto de su deseo se aproximó y golpeó, sin pensarlo dos veces, la ventanilla del conductor. El presionó el botón para bajarla.

La suave fragancia floral de su piel y su cabello flotaban en el aire. Como las brasas que de repente prenden fuego, su esencia inflamó sus más primitivos anhelos masculinos.

La voluptuosidad de la boca que esperaba devorar estaba tensa por el enfado. A pesar de ello, no le resultaba menos atractiva.

– No tenías derecho a marcharte con el anillo de Jan.

– Estoy de acuerdo. Por eso se lo di a tu socio para que se lo devolviera. Le dije que esperara a dárselo hasta que te hubieras marchado de la oficina.

Los ojos de Piper lanzaron una mirada incandescente. Preparado para su próximo movimiento que sería volver al coche o encerrarse en su apartamento, Nic salió del coche y la alcanzó. La pura necesidad hizo que la agarrara de los hombros y la atrajera hacia su pecho.

La única vez en la que había tenido contacto físico con ella había sido aquella tarde de junio en la que sus primos habían secuestrado a las chicas tras su intento de escapar en bicicleta.

Piper se había visto obligada a sentarse en el regazo de Nic en el asiento trasero del coche. Con las bicicletas de las chicas en la baca, los seis habían ido apretados en el coche durante la media hora que duró el trayecto desde Génova hasta el puerto. Habían sido treinta minutos de éxtasis en los que había podido sentir el calor de ella contra su cuerpo. Una vida entera de agonía, porque no había podido hacer nada para poder aplacar sus anhelos.

En aquel momento ella estaba completamente rígida, sin embargo él la sentía temblar. Ya que hacía mucho frío fuera no tenía forma de averiguar si había alguna otra razón por la que ella temblaba.

– Por favor, suéltame. Nos están mirando.

– Deja que miren. Tengo que decirte muchas cosas, pero necesitamos la privacidad que tu oficina no puede proporcionarnos. Tienes dos opciones: hablamos en tu apartamento o en mi suite del hotel Kingston.

– En el hotel, no -dijo ella.

– Muy bien. Pues vayamos entonces a tu casa.

Su instinto de supervivencia la instaba a enfrentarse a él en su propio terreno. Puesto que él quería ver dónde vivía Piper, Nic no podía estar más satisfecho.

Después de disfrutar de un momento más de la sensación que le brindaba el sentir sus manos sobre los brazos de ella, Nic apartó las manos para seguirla hacia el apartamento.

Piper abrió la puerta.

– Tengo poco tiempo. He de volver a la oficina para una reunión importante con Don.

– Se ha cancelado. Ya le expliqué que no regresarías hoy.

Antes de que pudiera cerrarle la puerta en las narices, Nic hizo un rápido movimiento para entrar en el cálido y acogedor salón. Casi a la vez se topó con un gran cuadro en el que, sin duda, estaban representados los padres de Piper en sus últimos años.

Hacía tiempo que Nic guardaba en su biblioteca en Marbella algunos de los bocetos de los calendarios de Piper. Cuando se dio cuenta de que la amaba con tanta intensidad, los sacaba para examinar su fabuloso trabajo y sentirse de esa forma más próximo a ella.

Aun mirando fijamente la pintura colgada en la pared, Nic se dio cuenta de que también era un retrato estupendo. Era toda una revelación el poder estudiar los bellos rostros y los cuerpos de las dos personas encargadas de traer al mundo a las trillizas Duchess.

Nic se aclaró la garganta.

– Es extraño que los miembros de una pareja acaben pareciéndose el uno al otro con el paso de los años. Puedo ver muchos rasgos de ellos en ti.

Ella permanecía al lado de la mesita de café con los brazos cruzados, como una adorable maestra esperando a que su clase recobrara el orden.

– Los primos Varano de nuevo en busca del déjà vu. Me tienes atrapada, así que vayamos al grano. ¿Por qué has venido realmente? Hasta ahora todo ha sido una jerigonza.

El no pudo reprimir la risa al volverse hacia ella.

– ¿Jerigonza?

– No me digas que uno de los etimólogos europeos más prestigiosos no ha oído esa expresión.

– No puedo decir que no lo haya hecho, pero tienes razón. Me he estado yendo por las ramas hasta tenerte justo donde quería.

En aquel momento aún no la tenía donde quería, pero estar a solas con ella en su apartamento constituía un gran paso.

– Cierta información sobre el robo de la colección de joyas ha salido a la luz en Nueva York y ha dado lugar a nuevas investigaciones.

– ¿Y? -añadió ella en un tono de voz que mostraba aburrimiento.

Él casi podía oír el repicar de sus zapatos esperando a que acabase para poder echarlo a patadas. Pero tenía noticias para ella.

– Resulta que el accidente que acabó con la vida de mi prometida en Cortina no fue tal accidente. Tengo razones para creer que el asesino nos quería ver muertos a los dos. Sin embargo, un capricho del destino quiso que aquella tarde Luc fuera quien ocupara mi lugar en aquel tranvía.

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