NICK estaba de pie en la cocina, contemplando un fregadero lleno de platos sucios, preguntándose cuánto tardaría en convencer a su invitada, a quien ya no deseaba en su casa, de que se marchase. De pronto tuvo una idea.
Después de una llamada oyó un ruido arriba. Había alguien. ¿Sería Cassie?
Él había pensado que Cassie se había marchado hacía mucho tiempo. Había dejado muy claro que se marcharía en cuanto tuviera oportunidad.
¿La habría oído Verónica también?, se preguntó él.
– ¿Hay dos escaleras, Nick? -preguntó Verónica. Su cara jamás expresaba lo que pensaba. Al contrario que Cassie, cuya mirada la traicionaba.
– Sí. Una para subir, y otra para bajar. Originalmente había más escaleras. Una para cada uno de los pequeños chalés. Ésta la dejó una pareja que vivió aquí para que los niños no entrasen con barro a la casa.
– Buena idea. ¿Puedo ir arriba? Como me has dicho que podía echar un vistazo…
El se encogió de hombros. Su cerebro parecía estar funcionando con lentitud, como si inconscientemente se negase a encontrar una excusa razonable para detenerla.
– Claro. Te mostraré la parte de arriba cuando hayamos fregado los platos.
– Eso nos llevará un rato. Ven -ella le extendió la mano. Nick miró la mano, la sonrisa burlona que dibujaba la comisura de la boca de Verónica.
Una semana antes él habría aceptado aquella invitación sin dudarlo un instante. Pero ahora descubría que prefería la frialdad y la distancia de Verónica:
– Será mejor que subas por la escalera principal con esos zapatos de tacón -le dijo él-. Ésta está un poco gastada y vieja.
– No hay problema -Verónica se quitó los zapatos, le tomó la mano y empezó a subir las escaleras.
A él no le quedó otra alternativa que seguirla y esperar que el crujir de la madera le advirtiera a Cassie que estaban subiendo.
Cassie, en lo alto de la escalera, había estado observando el laberinto de pasillos estrechos, las infinitas puertas a sus lados. Deseó haber aceptado la invitación de Nick de dar una vuelta por la casa y ver todo aquello. De ese modo podría haber encontrado la salida por la escalera principal y escapar. Ahora no podía hacer otra cosa que esperar a que Verónica abandonase el cobertizo. Pero no fue así.
Escuchó con atención los movimientos y palabras de la otra mujer. La voz de Nick no se oía bien. Pero no necesitaba mucha imaginación para saber cuál habría sido la respuesta de Nick a la proposición de Verónica de ir arriba. Cuando lo oyó subir, corrió por el pasillo más cercano buscando desesperadamente las escaleras principales de la casa.
– ¡Este sitio es tan pintoresco, Nick! ¿Cómo era aquella vieja canción? Había un hombre tortuoso que construyó una casa tortuosa…
– No creo que sea así en este caso -dijo Nick.
– ¿No? ¡Oh! Bueno… -Verónica dejó de mirar la pequeña ventana redonda al final de las escaleras-. ¡Y qué jardín tan bonito! ¿Es otro de tus insospechados hobbies?
– Verónica…
– ¿Es ésa una rosa de Bourbon? ¿Ésa color rosa?
– No lo sé. No tengo tiempo para dedicarme al jardín. Viene una persona a arreglarlo una vez a la semana.
Sus voces estaban terriblemente cerca. Cassie abandonó la búsqueda de las escaleras y abrió la primera puerta que encontró, deseando desesperadamente que no fuera un trastero o un armario. No lo era. Entró y se quedó apoyada en la puerta tratando de recuperar la respiración. Luego miró alrededor y casi soltó un grito de horror. Era la habitación de Nick. Tenía que serlo. La cama era baja y muy grande. Las sábanas eran negras. La alfombra, gris claro. La diseñadora monocromática había vuelto a poner su firma. Pero al menos su peor pesadilla no se había vuelto realidad. La cama no estaba cubierta con la piel de algún animal exótico, sino con un edredón negro normal, si era posible llamar normal a la ropa de cama negra.
– ¿Es ésta tu habitación, Nick? -oyó una voz femenina.
También oyó el movimiento de un dedo en el picaporte y sintió que alguien empujaba la puerta. Se puso detrás de ésta y se pegó a la pared, para que cuando entrasen quedara oculta detrás de la puerta.
– ¡Oh, sí! -comentó Verónica al verla.
– Como te he dicho, toda la casa necesita una nueva remodelación y decoración.
– Realmente, me gustan las sábanas negras -Verónica entró en la habitación-. Son muy especiales. Puedes imaginarte exactamente qué tiene en mente el hombre que las ha elegido.
– No las he elegido yo.
Verónica no escuchó su respuesta y siguió:
– ¿Son de satén? -atravesó la habitación y las tocó-. No. ¡Oh! Bueno, no puedes estar en todo.
– Verónica…
Cassie podía ver todo desde la rendija entre la puerta y el arquitrabe. Verónica estaba al lado de la cama. Se dio la vuelta y sonrió a Nick. Luego se apartó el pelo con un gesto seductor.
– Todavía no te he agradecido tu maravillosa cena, ¿no es verdad, Nick?
– No ha sido nada. De hecho…
– ¿Sabes? Te he juzgado mal. Oí todas esas historias sobre ti, pero en realidad no eres en absoluto como te describe Lucy…
– ¿Lucy?
– Mi secretaria. Ella me advirtió acerca de ti. Me dijo que los empleados varones habían hecho una apuesta acerca de cuánto tardabas en llevarme a la cama.
– ¿De verdad? -Nick carraspeó-. ¿Y te lo has creído?
– ¿No es cierto? -Verónica estaba coqueteando realmente-. ¡Qué desilusión!
– Bueno… Ya sabes cómo son.
– ¡Oh! Sí, Nick. En cuanto se juntan unos cuantos hombres, se comportan como si fueran unos críos.
– No buscan hacer daño, realmente.
– Ése sería un bonito epitafio para todo el sexo masculino -dijo Verónica secamente.
– Tú te has invitado aquí, Verónica. Y has sido tú quien ha querido echar una ojeada a la casa.
– Bueno, flirtear en la oficina es de mal gusto, ¿no te parece?
Cassie no aguantaba más ser testigo de todo aquello. Tenía que hacer algo. Advertir a Nick de que ella estaba allí antes de que las cosas llegasen más lejos. Pero él no estaba mirando en su dirección, así que no podía hacer nada para llamar su atención sin que Verónica la descubriese. Lo único que se le ocurría era rascar la puerta suavemente con la uña.
– ¿Qué ha sido eso? -dijo Verónica, dándose la vuelta.
– Ratones -contestó él, dudando.
Cassie supo que había captado su mensaje. Pero su respuesta había sido equivocada. Con una suave exclamación de terror, Verónica se echó en brazos de Nick.
Lamentó que la descubriesen en el momento en que se cerrase la puerta. Ella, con sus mejillas sonrojadas, despeinada y sin maquillaje alguno. Nick las vería juntas y las compararía. Y a ella no le apetecía competir con la elegante y exquisita Verónica Grant. Aunque fuera cobarde frente a los roedores. Seguramente era una farsa. Un ratón era una buena excusa para echarse en brazos de un hombre.
Cassie no comprendía por qué Nick la había besado en la cocina. Tal vez simplemente por gratitud, por haberlo salvado aquella noche. Pero no podía engañarse. Cuando las viese juntas en la misma habitación, no volvería a besarla a ella.
¿Y no era eso lo que quería? Entonces, ¿por qué dudaba?
Bueno, debía dejar de pensar en eso. Tenía que pensar en Verónica. La pobre mujer se sentiría mal de saber que se estaba echando en brazos de un hombre delante de otra mujer.
¿Y qué hacía ella en el dormitorio de Nick?, se preguntó Cassie. En realidad era el último lugar adonde hubiera deseado estar. Llevada de la desesperación, volvió a rascar la puerta un poco más fuerte.
– Deben de ser ratas -dijo Nick, improvisando-. Se deben de adueñar de la casa cuando estoy fuera -Verónica se aferró más a su cuello-. Supongo que es una de las cosas con las que tienes que contar cuando compras un chalet. Los escarabajos son una pesadilla también. Siempre se caen en la bañera. Sigo oyendo el ruido… -Cassie volvió a rascar, esta vez por obligación-. Mira, ¿por qué no vamos abajo y te sirvo un coñac o…? -sonó el timbre de la puerta de entrada-. ¡Oh! ¡Ya es tarde! -dijo él con cara de sentirlo sinceramente-. Ése debe de ser tu taxi.
Verónica frunció el ceño. Para satisfacción de Cassie, ésta vio que su frente se fruncía igual que la de cualquier persona del pueblo llano.
– ¿Taxi? Yo no he pedido un taxi.
– Lo sé, pero se me ha olvidado decirte que es un verdadero problema conseguir un taxi en esta zona por la noche, así que yo te había reservado uno -él mentía con tanta facilidad, pensó Cassie. Debía recordarlo-. Yo te habría llevado, pero he bebido una copa de vino -él se quitó los brazos de Verónica de su cuello y la llevó hacia la puerta-. Ha sido una noche estupenda, Verónica. Ha sido muy amable por tu parte arriesgarte a comer la comida preparada por mí. Soy un poco novato en esto, lo debes haber notado…
– Parecías un poco preocupado -dijo Verónica-. Sobre todo contando con la ayuda de una experta.
– ¿Ayuda? -preguntó él.
Verónica atravesó la habitación y cerró la puerta, dejando al descubierto a Cassie, quien, a pesar de estar pegada a la pared había quedado a la vista.
– Yo soy una de sus más grandes admiradoras, señorita Cornwell. Ha sido un privilegio comer algo preparado por usted personalmente. Lamentablemente, no es tan rápida con los pies como con la batidora.
– ¿Me ha visto?
– Dos veces. Una vez cuando se escondió en la despensa, y otra, hace un momento, cuando subió las escaleras corriendo.
No tenía sentido negarlo.
– Me he torcido el tobillo. No puedo correr rápido.
Verónica se volvió hacia Nick y dijo:
– Es una vergüenza por tu parte, Nick, que esta mujer se tome tantas molestias, cuando está lesionada.
A Cassie le entró una duda y preguntó:
– ¿Sabía que yo estaba aquí, durante todo el tiempo que ha estado en la habitación?
Verónica se encogió de hombros elegantemente y contestó:
– Bueno, había algo sosteniendo la puerta la primera vez que empujé para entrar. Y en cambio, la segunda vez, no. Podrían haber sido los esfuerzos combinados de las ratas, los ratones, y los escarabajos… -dijo irónicamente.
Entonces la pantomima del horror a los roedores había sido una representación para ella, y para tomar el pelo a Nick.
El timbre volvió a sonar.
– En realidad, ése es mi taxi -intervino Cassie-. Nick tiene razón, tardan mucho en venir aquí. Si me permiten…
– ¿Le importaría mucho si lo tomo -le preguntó Verónica-. La cena estuvo perfecta, pero realmente es hora de que me vaya -le extendió la mano a Cassie-. No sabía que usted seguía preparando comidas para particulares, señorita Cornwell. Había pensado hacer una pequeña reunión con unos compañeros de trabajo, pero soy un desastre en la cocina. Me gustaría mucho contar con usted, ¿me ayudaría a organizarla? -no esperó la respuesta. Se volvió hacia Nick y dijo-: Nick, gracias. Hacía mucho que no pasaba una velada tan entretenida -le dio dos golpecitos suaves en la mejilla-. Lo que más me ha gustado ha sido lo de los escarabajos -y con un guiño a Cassie, abandonó la habitación.
Nick la miró desesperado y corrió detrás de Verónica. Cassie apenas pudo contener la risa; se tiró en la cama y enterró su cara para ahogar sus carcajadas en el edredón negro.
– ¡Verónica!
La encontró en el cobertizo poniéndose los zapatos.
– Siento no poder fregar los platos, Nick -sonrió y se dirigió a la cocina.
– Soy yo quien debe disculparse. Lo siento. Ha sido estúpido por mi parte.
– Pero predecible -recogió su bolso del comedor y se volvió hacia él-. ¿Sabes? No había ninguna mujer en la oficina que arriesgase un centavo por la posibilidad de que fuera cierto que fueras a cocinar tú mismo. Dime, Nick. ¿No está un poco mal de la cabeza la señorita Cornwell?
– Verónica, por favor… Cassie no quería hacer esto. Sólo lo ha hecho para ayudarme a preparar la comida porque… ¡Oh! Es muy complicado de explicar. Pero debes saber que no es…
– Sí. Pero supongo que tendrás algún modo de convencerla para que prepare la comida para mi fiesta. Quiero decir, supongo que no querrás que las mujeres de la oficina se enteren de que tenían razón, ¿no es verdad?
– Sinceramente, Verónica, en lo que a mí respecta, puedes contarle al mundo entero lo que ha pasado, escribir un informe y pegarlo en el tablón de anuncios, si quieres -abrió la puerta de entrada-. No merezco otra cosa por ser tan idiota. Pero Cassie no tiene la culpa de esto, así que me temo que tendrás que buscar otro cocinero para tu reunión.
Nick se acercó al taxista y le dio un billete de diez libras. Abrió la puerta y esperó a que Verónica entrase. No se estaba comportando incorrectamente. Sólo quería que se marchase para aclarar las cosas con Cassie.
Pero Verónica no parecía tener apuro. Se quedó mirándolo un momento y le dijo:
– Tienes razón, Nick, eres un idiota -luego se inclinó y le dio un beso en la mejilla-. Y ahora, ¿no sería mejor que entrases y que le dijeras a esa mujer lo que sientes por ella?
– ¿Cassie? -Nick estaba de pie en la puerta de su dormitorio, mirándola, mientras ella intentaba sentarse. secándose los ojos llorosos de risa-. ¿Por qué estás aquí todavía?
– Lo siento, Nick -tuvo que reprimir otra serie de risas-. Sinceramente. Debe de haber sido…
– ¿Embarazoso?
– Decepcionante. ¡Después de tantas molestias!
– ¿Lo has hecho a propósito? -le preguntó él-. Me refiero al sabotaje.
Cassie se puso colorada.
– Por supuesto que no. ¿Por qué iba a querer estropear tu noche después de haberme tomado la molestia de ayudarte tanto? Es que no he podido abrir la puerta de atrás y entonces he decidido usar el aseo del cobertizo para esconderme, y entonces… Bueno… No me ha quedado más remedio que subir.
Nick no dijo nada.
– Además, ella ya me había visto. ¿Estaba muy enfadada?
– Creo que se ha divertido más de lo que se ha enfadado.
– Lo siento.
– No lo sientas. No ha sido culpa tuya. No debí dejar que sucediera nada de esto.
– Y yo no debí ayudarte a engañarla.
– Te has visto en la obligación.
– ¿Va a suponer algún problema para ti?
Él se quedó pensando un momento.
– No. No lo creo. Aunque me ha presionado para que prepares la comida de una reunión que va a…
– ¡Oh, no!
– Eso es lo que le he dicho yo. No te preocupes por ello.
– No. Será mejor que llame a un taxi.
– No te preocupes. Yo reservé un taxi para Verónica -se aflojó la corbata y se sentó al borde de la cama-. Relájate, Cassie. No apoyes el peso sobre el tobillo -dijo él al verla moverse-. El taxi tardará veinte minutos, por lo menos.
Nick siguió su propio consejo y se estiró en la cama al lado de ella. El peso de su cuerpo se hundió en la cama e hizo que ella se fuera contra él.
Cassie se sintió confusa al sentir que su cuerpo chocaba con el de Nick. Las suaves curvas de su cuerpo femenino se amoldaron contra él, el pelo de Cassie le rozó las mejillas y el cuello.
Él no había pensado en aquello cuando se había echado. ¿O se estaba engañando a sí mismo?
Había deseado deshacerse de Verónica, pero no había pensado más allá de eso. A pesar del consejo que ésta le había dado, tenía que pensar antes de hablar con Cassie. Pero cuando ella empezó a levantarse, se dio cuenta de que Cassie era exactamente lo que quería.
Y no la iba a dejar escapar.
– Relájate, Cassie -repitió, deslizando un brazo por debajo de ella.
Cassie hizo un nuevo movimiento para levantarse, pero entonces él le sujetó la muñeca y le dijo:
– Tengo que hablar contigo.
– ¿Hablar?
– Sí, sólo hablar. Confía en mí, Cassie.
– Ni lo sueñes.
Pero el problema no era él. Nick no era el tipo de hombre que pudiera abalanzarse sobre una mujer si ésta decía que no. El problema era ella, confiar en sí misma.
No había saboteado la noche de Nick, pero le habría gastado hacerlo. Había sentido unos celos terribles. Y eso también le molestaba.
Había rechazado a todos los hombres que habían querido salir con ella, y ahora se dejaba impresionar por un Don Juan. Ella, que era un cisne fiel.
Y en ese momento él le estaba rodeando la cintura, y ella estaba tumbada a su lado, con la cabeza echada en su hombro, la muñeca sujeta por la mano de Nick; debía pararlo, escapar de esa situación. Pero no le era fácil. Hacía mucho que no la abrazaba un hombre… Y ahora que tenía la cabeza contra sus costillas, y que oía el latido de su corazón, tenía la sensación de haber vuelto al hogar.
Aquel pensamiento la turbó.
Alzó la cabeza para mirarlo. Su cara parecía expresar el mismo asombro de ella. Él dejó de acariciarle la muñeca. Sonrió, le tomó la mano, y comenzó a darle suaves besos desde la muñeca hasta el codo. Era un poco turbador, pero delicioso a la vez.
Su cuerpo respondió al tacto de Nick. El sentido común le decía que debía parar, irse de allí en ese mismo momento, antes de que fuera demasiado tarde. Pero el sentido común no sabía lo que era el deseo, ¿Sabría lo que era el amor?
Nick quitó el brazo que la rodeaba. Puso una almohada debajo de la cabeza de Cassie. Ella echó hacia atrás la cabeza. Él se apoyó sobre un codo para mirarla, mientras le acariciaba la mejilla con el dorso de la mano. Ella se estremeció y se relamió nerviosamente los labios secos. Hacía años… Era una locura… Cerró los ojos.
No ocurrió nada, y después de un momento, los volvió a abrir. En ese momento, él la besó. Pero no fue el delicado beso de la librería, ni el tierno beso que le había dado en la cocina.
Aquél era un beso de verdad, caliente, el beso de un adulto, un beso que no fingía ser otra cosa, una ola de deseo que subía la temperatura de su cuerpo, que la excitaba peligrosamente, que le quitaba la voluntad y la arrastraba a la rendición. Cuando él paró, la cabeza de ella pareció quedarse dando vueltas, su corazón latía sin cesar, y todo su cuerpo se quedó temblando por aquella sensación de temor y éxtasis al mismo tiempo.
Él debió ver todo aquello en su cara, porque la volvió a besar, suavemente, tiernamente, murmurándole palabras al oído para tranquilizarla, mientras le abría el primer botón de su camisa.
Ella echó hacia atrás la cabeza, invitándolo a probar su piel. Él le dio un cálido beso en el cuello mientras seguía abriendo botones. La besó entre los dos pechos, en su vientre, y sólo paró al encontrarse con la cintura de sus vaqueros. Cuando él traspasó esa barrera, ella gimió, y dejó que la lengua de él jugase con su ombligo.
– Te deseo, Cassie -dijo Nick.
Aquellas palabras no expresaban compromiso alguno, pensó Cassie. La deseaba. Deseaba su cuerpo. No lo disfrazaba con nada romántico. “Te deseo”. Y todo lo que deseaba un Jefferson lo conseguía. Ganar o morir. ¿Sólo significaba eso ella para él? ¿Otro desafío?
Verónica se había marchado, pero ella seguía allí, a mano para engrosar la lista de deseos cumplidos. Entonces, repentinamente dijo él:
– Creo que me estoy enamorando de ti…
– ¡Oh, no!
Podía creer que fuera deseo. Pera no amor. Era una palabra que podía usar cuando todo lo demás hubiera fracasado para conseguirla. ¡Y él mentía con tanta facilidad!
Cassie, que había estado momentáneamente enajenada por aquellos besos, pareció verlo todo claro. Apartó el pecho de Nick y se giró para levantarse de la cama.
Y mientras él se quedó intentando imaginar qué habla ocurrido, ella corrió hacia la puerta, subiéndose los vaqueros, haciendo caso omiso al dolor del tobillo.
Cassie descubrió que las escaleras principales estaban cerca de allí. Si las hubiera encontrado antes no habría pasado nada de todo aquello.
“¡Maldita sea!”, pensó, mientras se abrochaba el botón del pantalón. Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina, a llamar por teléfono.
– ¿Qué diablos ha ocurrido? -preguntó Nick cuando ella estaba marcando el número.
Se dio la vuelta, y extendió las manos como desafiándolo a no acercarse. Luego, al darse cuenta de que tenía la blusa abierta, se la cerró con las manos.
– “Confía en mí”, me has dicho. Y luego… ¿Cómo has podido? Hace menos de media hora estabas pensando en llevar a Verónica a tu cama…
– No es cierto.
– Pero ella se dio cuenta de cómo eres. Bueno, yo también. Un poco tarde, puede ser, pero no tengo demasiada experiencia en este tipo de cosas. Aunque la poca que tengo debería haberme puesto en guardia.
– ¿De verdad? -los ojos de Nick brillaron peligrosamente-. ¿Y de qué me acusas, Cassie?
– No has pedido un taxi, ¿verdad, Nick? Verónica se había marchado, pero como estaba yo, no hacía falta cambiar de planes.
– ¿Has terminado? -él se movió hacia ella.
– ¡No! -luego dijo menos vehementemente-: Sí. ¿Qué más hace falta decir? -después frunció el ceño al oír una voz en el teléfono.
– Taxis Melchester, ¿qué desea?
– ¡Ah! Sí, ¿puede enviarme un taxi a Avonlea Cottage, Little Wickham?
– ¿Avonlea Cottage? Espere un momento, por favor -Nick y Cassie se quedaron mirándose-. Hemos enviado un taxi a esa dirección hace unos diez minutos. Debe de estar a punto de llegar.
– No, ese taxi ya se ha ido… -la voz de Cassie se fue apagando al oír el timbre de la puerta. Se dio la vuelta lentamente, y a través de la ventana de la cocina vio una luz reluciente con la palabra “Taxi” en un coche que esperaba a la puerta-. ¡Oh! -exclamó avergonzada.
– ¿Señorita?
Cassie negó con la cabeza. No podía hablar; Nick tomó el receptor para disculparse por la confusión y colgó.
– ¿Qué estabas diciendo, Cassie? le preguntó Nick. Se apoyó en el frigorífico, cruzó los brazos y la miró intensamente, como esperando una explicación.
¿Qué podía decir ella? ¿Que lo sentía? ¿Que no se le daba muy bien lo de las relaciones y que por eso hacía lo que podía por evitarlas?
Pero no creía que él estuviera dispuesto a escuchar sus historias de fracasos. Así que se abrochó cuidadosamente los botones de la blusa.
– Será mejor que me vaya. Adiós, Nick.
Cuando estaba a medio camino de la cocina le dijo Nick:
– ¿No se te olvida algo, Cassie?
Ella recogió su cesta inmediatamente.
– Yo me refería a los zapatos -agregó él, y se rió.
¡Maldita sea! Se reía de ella.
– Cuélgalos en la pared, como recuerdo -dijo ella sin darse la vuelta. Y se fue directamente al taxi.
Ella había creído que él iba a seguirla con los zapatos en la mano, pero la puerta se cerró a sus espaldas y no volvió a abrirse.
– A College Close -le dijo al taxista.
Sólo miró atrás una vez. Pero en ese momento Nick estaba muy ocupado haciendo la primera de varias llamadas telefónicas, y no pudo verla.