NICK se quedó mirando la dedicatoria Luego le dio el libro y su tarjeta de crédito a Beth. Pero no hizo ningún comentario. Un hombre debía pagar sus placeres, después de todo. E intentar seducir a Cassandra Cornwell había sido algo especial. No estaba muy seguro de poder considerarlo un placer. A excepción de ese beso. Y realmente no había bromeado cuando había hablado de las fresas.
– Entonces, ¿dónde vamos a almorzar? -le preguntó a Cassie-. Estoy seguro de que debe de conocer los mejores restaurantes.
No tanto como él, ella estaba segura.
– Lo siento, Nick, tengo un compromiso a la hora del almuerzo -ella le ofreció su mano sin pensar-. Espero sinceramente que el libro le guste a su hermana.
– ¿Y qué me dice de mí? -le dijo él. Hizo un leve movimiento con el pulgar en la mano de ella, casi una caricia.
Cassie retiró la mano enseguida.
– No creo que vuelva a abrir el libro -le contestó abruptamente-. Lo dejará en un estante, y quizás ni siquiera eso. Quizás se lo regale a su secretaria en cuanto llegue a su oficina.
– No, con esa dedicatoria no sería capaz.
– ¿No le parece adecuada? Lo siento, Nick. ¿Quiere que le devuelva el dinero?
– No.
Cuando ella recogió su bolso él agregó:
– No veo la hora de leerlo más detenidamente.
– ¡Tonterías! Lo esconderá en el último cajón del escritorio y se olvidará de él para siempre. Va a ser un gasto inútil -ella abrió su cartera y sacó dinero para devolverle el precio del libro.
Nick le puso la mano encima de la de ella.
– Guarde su dinero. Le prometo que me llevaré el libro a casa esta noche y que lo estudiaré detenidamente. ¿Quién sabe? Tal vez usted me convierta y me sienta tentado de cocinar alguna vez.
– Ten cuidado de no convertirte en un fanático de las fresas, Nick-le advirtió Beth cuando le devolvió su tarjeta y le dio los libros en una bolsa-. Dale recuerdos a tu madre y no esperes al próximo cumpleaños de Helen para venir por aquí. Pasas por la puerta de la tienda todos los días.
– De acuerdo -le prometió él, mirando a Cassie, y salió.
– ¡Uf! -exclamó Cassie cuando la puerta se cerró detrás de él, agitando la mano como si se hubiera quemado los dedos.
Beth se rió.
– Eres imperturbable, Cassie. Yo diría que es algo nuevo para Nick que alguien rechace alguna invitación suya, sobre todo una invitación a almorzar en un restaurante caro.
– Entonces me consolaré con la certeza de que la experiencia será memorable para él -sonrió ella-. Al fin y al cabo yo no habría sido más que el plato del día para él si hubiera aceptado.
– Te comprendo. ¿Con quién vas a almorzar?
– Contigo. En eso habíamos quedado.
– ¿Has rechazado la invitación de Nick Jefferson para almorzar conmigo? Chica, debes pensar bien cuáles son tus prioridades.
– Sólo porque me haya hecho crepitar, Beth, no voy a caer rendida a sus pies.
– ¿Te ha hecho crepitar, entonces?
– Pero sólo como lo puede hacer una estrella de cine.
– ¿Sí?
– Cuando entras al cine, y las luces se apagan, el protagonista es todo tuyo. Luego te vas a casa tan tranquila. Los hombres son más inofensivos de ese modo.
– ¿No te parece un poco aburrida tanta seguridad?
– No. Además, ya lo has oído. Tiene una incurable debilidad por las rubias.
– Lo sé. Altas y rubias. El tipo frío de Grace Kelly. Acaba de entrar a trabajar una de ésas en el Departamento de Marketing de Deportes Jefferson, y he oído que los empleados han apostado cuánto tardará en sucumbir a los encantos de Jefferson. Pero, ¿sabes una cosa? Aunque haya perseguido a muchas rubias en los últimos años, jamás se ha visto tentado de casarse con ninguna de ellas. ¿No te da qué pensar eso?
– ¿Que son inteligentes?
– No seas tan cínica, Cassie.
– ¡Oh, sí! Lo soy -dijo ella. Pero se vio tentada por el cotilleo-. ¿Ni siquiera ha estado a punto de casarse?
Beth se encogió de hombros.
– Se compró un chalé fuera de la ciudad hace unos años, y todo el mundo supuso que iba a pasar algo.
– ¿Y?
– Resultó que se lo estaba pasando bien con una decoradora de interiores mientras tanto. Supongo que ella necesitaba practicar con alguna casa y él aprovechó la ocasión. Cuando ella terminó con el chalé, se mudó -Beth se sonrió-. O tal vez él la hizo irse.
– Eso parece más posible. Después de todo, ¿por qué va a molestarse en casarse si se lo pasa tan bien sin hacerlo?
Beth frunció el ceño.
– Nick no es así.
– ¿No? -Cassie negó con la cabeza-. Es un hombre atractivo, Beth, tal vez tengas razón y no sea tan cínico como parece, pero yo exijo algo más en un hombre.
– ¿Algo más?
– Más sustancia -contestó Cassie-. Es encantador, muy guapo, pero es un donjuán, y yo soy un cisne.
– ¿Un cisne?
– Los cisnes se emparejan para toda la vida -pero sus labios aún ardían por el fuego de aquel beso.
Beth la miró asombrada y enternecida a la vez. Parecía decirle que cinco años de duelo eran suficientes; que lo dejara ya.
– Sí, ya sé. Terminaré mi vida hablando con mi gato -dijo Cassie rápidamente antes de que Beth se lo dijera.
– Es posible. Pero ésa no es razón para no divertirse un poco con alguien así, mientras esperas que llegue otro cisne como tú. Tal vez estés a tiempo de volverte atrás y llamar a Nick para almorzar -Beth se empezó a mover hacia la puerta.
– Quédate donde estás, Beth Winslet. Nick Jefferson no es un hombre para mí.
– Es el hombre para cualquier mujer -sonrió pícaramente Beth.
– Exactamente. Y no está dispuesto a sentar cabeza con ninguna mientras pueda tener a disposición a todas ellas, ¿no crees? Así que, ¿adónde te llevo a almorzar?
Beth continuó desafiándola unos segundos más, luego se rindió.
– Es increíble la cantidad de gente que has atraído a la tienda esta mañana -le dijo cambiando de tema.
– Y algunos incluso han comprado el libro -dijo Cassie con una sonrisa mientras firmaba los libros de la pila de la izquierda.
– Sé que odias estas cosas. Es un honor que nos hayas cedido tu tiempo.
– Era lo menos que podía hacer. Después de todo, el preparar la comida de tu boda cambió mi vida…
– Almorzar con Nick Jefferson podría hacer lo mismo -apuntó Beth-. ¿Has pensado alguna vez que yo podría ser tu hada madrina?
– No insinuarás que Nick Jefferson puede ser el Príncipe, ¿verdad?
– ¡Dios me libre! No desearía el Príncipe Encantado a ninguna mujer. Simplemente, piensa. Ha conocido a todas las bellezas de la tierra, pero luego ha elegido a Cenicienta al probarle su zapato. ¿No es bonito?
– Dicho de ese modo…
– Sí. Debo admitir que tienes el pie más pequeño que he visto, pero me parece que Nick busca algo más que eso en una mujer.
– ¿Rubias? ¿Con cuerpo de modelo? -sugirió Cassie.
– Bueno, ¿qué saben los hombres? Como hada madrina que soy, te aconsejo que dejes que te invite a almorzar.
– Te aconsejo que dejes ese tema, Beth. Oye, he descubierto un restaurante estupendo junto al río. ¿Qué opinas?
– ¿Tengo que decirte gracias?
– Es una buena respuesta.
Veinte plantas por encima de la tienda de Beth, en la Torre Jefferson. Nick Jefferson se enfrentaba a otro problema. El problema tenía nombre de mujer, y en aquel momento se estaba acercando a él. Verónica Grant, una rubia alta, esbelta y de belleza glacial era una mujerona increíble que había entrado a trabajar allí como consultora en el Departamento de Marketing. Tenía a todos los hombres embobados, incluso a los más viejos y a los casados.
Ella no los animaba en absoluto, era muy profesional, y limitaba sus conversaciones a su trabajo. Parecía no ser consciente de la testosterona que movilizaba a su paso por el edificio. Al menos eso parecía. Nick Jefferson no estaba seguro de ello. Debía de ser fingido.
La tentación de averiguarlo era irresistible.
No era que su nombre hubiera impresionado a Verónica Grant. Ella lo trataba con la misma amabilidad distante que a los demás.
Sabía que no podía invitarla a cenar como lo habría podido hacer con cualquier otra empleada nueva. Muchos de sus compañeros habían cometido ese error, y ella les había contestado que no, sin molestarse siquiera en poner una excusa.
¿Sería que ella no mezclaba el placer con los negocios? ¿O estaría esperando a que se lo ofreciera el heredero del imperio de Deportes Jefferson?
Verónica lo saludó al entrar en el ascensor con él.
– Hola, Nick -aquél era el tono más personal al que podía llegar la conversación de Verónica.
– Verónica -contestó él distraídamente.
No la dejó pasar primero porque estaba seguro de que a ella no le habría gustado aquel comportamiento que daba por hecho que había un sexo débil.
– ¿Qué tal, Nick? Pareces preocupado.
– ¿Sí? ¡Oh, no! Es el cumpleaños de mi hermana la semana que viene. Acabo de comprarle un libro de cocina…
– Me he enterado de que Cassandra Cornwell firmaba los ejemplares.
– Bueno, sí, éste es el regalo predecible. Ahora tengo que pensar en un regalo más especial.
– Envíale un cheque.
– ¿Un cheque? -él pensó que realmente sería una sorpresa para su hermana-. ¿No es un poco impersonal?
– Pero muy fácil. Y ahorra tiempo, transporte y zapatos. Créeme, es mucho mejor recibir un cheque impersonal que recibir algo que no te guste.
Su sinceridad era refrescante, si bien no era halagüeño en cuanto al buen gusto que pudiera tener él. Pero era la conversación más larga que habían tenido, desde que se había mudado a la oficina enfrente de la de él, al margen de las de marketing, claro.
– Es una idea tentadora, pero no creo que encaje muy bien con Helen. A las hermanas pequeñas les gusta que las malcríes un poco.
– ¿Sí? -lo miró intensamente-. No puede ser muy niña.
Él se encogió de hombros. Era una mujer dura. No se conmovía en absoluto por la preocupación suya de comprar un regalo para su hermana.
Pero sus largas piernas y su figura esbelta valían la pena el trabajo de ablandarle el corazón. Un verdadero contraste al pensar en Cassie.
– Supongo que no -dijo él-. Helen tiene cuatro hijos.
– ¿Cuatro? -preguntó Verónica sorprendida.
– Empezó muy joven. Y la última vez que quedó embarazada tuvo mellizos.
– En ese caso olvídate del cheque, simplemente quítale a los niños un rato el fin de semana, y dale un respiro a la pobre.
Él se rió. Pero recordó a Cassandra. Ella iba a llevar a sus sobrinos de camping. De pronto se la imaginó levantándose, desperezándose y luego volviendo a hacerse un ovillo en el calor del saco de dormir…
– Bueno, estoy segura de que un hombre con tu experiencia sabrá cómo lograrlo, Nick -dijo Verónica-. Conocerá algún modo de alegrarle el día a la pobre.
Nick interrumpió sus pensamientos acerca de abrazarse a Cassie y decidió dedicar toda su atención a Verónica.
Era la segunda vez que ella se refería a su hermana con ese calificativo. Le habría gustado que se atreviera a decirlo delante de Helen, su hermana la iba a poner en su lugar rápidamente.
Porque para su hermana la familia era lo más importante, mucho más que llevar una empresa. Eso no quería decir que no habría podido hacer ambas cosas si hubiera querido. Se las había ingeniado para competir en el maratón de Londres, aun rodeada de pañales y gorjeos de niños. Su papel de madre y esposa era prioritario para ella, pero no dejaba de ser una Jefferson.
– Estoy seguro de que tienes razón, Verónica -dijo cuando se abrieron las puertas del ascensor-. Pensaré en algo. Todas las mujeres tienen alguna debilidad -dijo Nick. Y seguramente Verónica tendría la suya.
En cuanto a la idea de Verónica de darle dinero a su hermana, ésta le habría dicho que el dinero se entregaba a la caridad, y no a una hermana, quien se merecía más dedicación.
A pesar de la dureza de Verónica, Nick tenía sus dudas. Sabía que él era el heredero de su tío, el número uno en Deportes Jefferson, y que era el blanco de muchas madres casamenteras de Melchester, así que tal vez ella no fuera inmune a ello.
Si ése era el objetivo de Verónica, iba a sufrir una decepción.
Una cosa era conseguir un beso, y otra muy distinta cambiar su modo de vida. Le gustaba su vida tal cual estaba, pero no podía dejar pasar un desafío.
Era cosa de familia. Su abuelo había sido un héroe de la pista, su padre había jugado al rugby en la selección nacional, y su tío había estado a punto de seguirle cuando éste se había lesionado. Los tres habían fundado Deportes Jefferson y esperaban que su heredero no los decepcionase.
Sus primos se habían dedicado a los deportes con entusiasmo, agregando gloria al apellido. Nick en cambio había decidido flexionar sus músculos en los negocios. Al fin y al cabo alguien debía ocuparse de ellos. No era que no le gustasen los deportes, pero prefería practicarlos por diversión.
Dejó el maletín en su escritorio, y decidió llamar a su cuñado.
Mientras esperaba la conexión, se acordó de Cassandra Cornwell. Frunció el ceño. No era su tipo. Era bajita. con muchas curvas y una cabellera negra tupida. Era la antítesis de las mujeres que le gustaban normalmente. No entendía por qué la había invitado a almorzar. Ni por qué se había molestado tanto cuando ella lo había rechazado. A no ser que fuera porque ella le hacía recordar a un osito de peluche que tenla de pequeño. Suave, blando, cálido…
De pronto se dio cuenta de que alguien le estaba hablando al oído por el teléfono.
– ¡Oh! Graham, soy Nick. Se me ha ocurrido una brillante idea para el cumpleaños de Helen. ¿Qué tal si lo pasáis los dos solos en París? Lo pago yo, por supuesto.
– Cuéntame cosas acerca de tus sobrinos, Cassie -le dijo Beth cuando se instalaron en el pequeño y elegante comedor con vistas al río-. ¿Por qué quieres llevarlos al bosque salvaje y presentarles a la naturaleza? ¿No sería mejor que lo hiciera su padre?
– Su padre tiene algo más importante que hacer. Y a mí no me importa, de verdad.
– Así se habla.
– No, va a ser divertido. Son chicos estupendos. Los he llevado a una fábrica de helados hace poco y nos lo pasamos muy bien. Me preocupan más sus padres que los niños -dijo Cassie-. Estoy segura de que mi hermana tiene problemas en su matrimonio. Sé que se pone de los nervios cuando se queda sola todo el día con los niños mientras su marido se pasa día- y noche trabajando.
– Todos tenemos que hacer sacrificios, Cassie. Es difícil salir adelante.
– Lo sé. Lauren también lo sabe, estoy segura de ello. Pero ya sabes lo que pasa. La tensión empieza a surgir sin saber muy bien cómo, o por algo tonto, y no hay quien la pare. Almorcé con ellos hace unas semanas y realmente el ambiente era muy tenso. Luego, cuando Lauren se enteró de que Matt le había prometido a los niños que los llevaría de camping unos días este verano en lugar de tener unas vacaciones familiares con ella, bueno… Decidí que tenía que hacer algo.
– ¿Así que te ofreciste a llevártelos tú? ¿No podrías haberlos invitado a Eurodisney?
– La madre de Matt los llevó en las vacaciones de semana santa.
– ¿Y?
– Hubiera sido demasiado evidente lo que intentaba hacer.
– ¿Y de este modo no?
– Los he convencido de que estaba organizando una serie de comidas al aire libre, y les rogué prácticamente que me acompañasen -Cassie sonrió-. Piensas que estoy loca, ¿no?
– Loca, pero generosa. ¿Estás segura de que podrás arreglártelas sola?
– ¿Quieres decir sin un hombre que me cuide? -preguntó Cassie.
– Bueno, es agradable tener alguno cerca, aunque nada más sea para poner la tienda o ir a buscar agua -Beth la miró con malevolencia-. Y para algún otro trabajo…
– Tal vez debería haber aceptado la invitación de Nick, ¡quién sabe adónde me hubiera llevado!
– ¡Oh! Estoy segura de que sí lo sabes. Aunque hayas elegido una vida de celibato, no creo que hayas perdido la memoria. ¿O sí la has perdido?
– No estarás pensando en un saco de dormir doble, ¿no?
– Sí. Pero no un saco de dormir cualquiera. Me refiero a uno de Deportes Jefferson, ya me entiendes. Piensa lo romántico que sería, con el saco de dormir debajo de las estrellas.
Cassie intentó no pensar en ello.
– ¿Con tres niños en medio? Creo que puedo arreglármelas sola, gracias. A no ser que quieras venir a una expedición de una semana a los bosques de Gales.
– ¿Yo? Yo tengo que ocuparme de mi librería. Los libros de cocina y los videos no se venden solos, ya sabes -Beth se quedó pensando y agregó-: En tu caso ha sido así, pero alguien tiene que cobrarlos -volvió a mirar el menú-. Voy a tomar las chuletas de cordero a las finas hierbas, patatas y guisantes -dijo, después de leerlo dos veces.
– ¿No te apetece probar los escalopes primero? -le preguntó Cassie.
– ¡Por favor! Esto es el almuerzo, si como mucho me quedaré dormida encima de la caja registradora.
– ¿Estás segura? Me han dicho que son la especialidad de la casa, y me gustaría probarlos.
– ¿Y esperas que me quede sentada mirando cómo comes? -protestó Beth-. No tienes piedad. Sabes que es como pedirle a un conejo que no coma estando frente a un campo sembrado de lechugas.
Cassie se sonrió.
– Deja la lechuga para la cena y mañana ven conmigo al gimnasio para compensarlo.
A Beth se le iluminó la cara.
– De acuerdo. ¿A qué hora?
– A las seis y media.
– ¿A las seis y media? Olvídalo. Después de todo un día en la librería lo único que puedo hacer es tomar una copa y poner los pies en alto.
Cassie se rió con picardía
– Yo decía a las seis y media de la mañana.
Beth se quedó con la boca abierta.
– No, gracias. He aprendido a estar contenta con mi cuerpo y si no te lo tomas a mal, te diré una cosa: Me parece que necesitas un hombre en la cama para que no te levantes tan temprano.
Cassie se dio cuenta de que Beth se había arrepentido enseguida de haber pronunciado aquellas palabras.