CAPÍTULO 12

– BETHAN, cariño, intenta recordar. ¿Qué has oído decir a Mike exactamente?

– Dijo…dijo -la niña bostezó.

– Está medio dormida, Nick.

– Bethan. Es muy importante que nos digas lo que has oído.

– He oído a Mike. Ha dicho… que se iba a escapar y que se iba a ir a vivir a una isla -la niña sollozó.

– Pero, ¿por qué?

– Porque dice que le da dolor de cabeza a su madre. Y que cuando su madre tiene dolor de cabeza, su padre es desgraciado.

– Debí de suponerlo -dijo Cassie furiosa con su hermana por dejar que las cosas llegasen a ese extremo-. Él finge que nada le importa, pero no es así.

– ¿Y Sadie? -preguntó Nick-. ¿Por qué se ha ido?

– Sadie le dijo que si no la llevaba con él, lo contaría todo.

– Eso lo explica todo, señorita -se dirigió a Cassie y le dijo-: Acuéstala, Cassie. Iré hasta el bote a ver si están allí.

– Pero no es posible que… Está muy oscuro.

– Si el bote está allí, volveré.

– ¿Y si no está? -susurró ella, con un nudo en la garganta.

– Llamaré a la policía. Pueden organizar una búsqueda en cuanto sea de día.

– ¿Nick?

Él la abrazó un instante para tranquilizarla.

– Todo saldrá bien, cariño. ¿Por qué no pones agua a calentar para un té? Seguramente tendrán frío… -él se interrumpió.

La temperatura había bajado con la lluvia. Tendrían frío. Y si no se daba prisa, se congelarían.

Cassie llevó a Bethan a su saco de dormir. La niña se quedó dormida enseguida.

Luego Cassie fue a la tienda de campaña que funcionaba como cocina, encendió el hornillo y puso la tetera a calentar.

Sabía que Nick le había dicho que preparase té para mantenerla ocupada y que se preocupas! menos. Pero tenía razón, si encontraba a los chicos, éstos estarían helados.

Pero, ¡los encontraría!, pensó angustiada. No podían haber ido a la isla estando tan oscuro. No era posible que fueran tan traviesos. Si les pasaba algo…

Oyó a Nick.

– Se han llevado el bote.

– ¡No! -gritó ella, desesperada-. ¡Deben de estar tan asustados! -exclamó abrazándose a él.

– Llamaré a la policía ahora mismo -la miró a los ojos y le dijo-: Estarán bien, Cassie. Te lo prometo.

Ella quiso creerle, y por un instante lo creyó; al menos mientras estaba abrazada a él. Pero en el momento en que él se separó de ella para hablar por el teléfono móvil la asaltaron todas las dudas. Su pobre hermana. Helen. Los niños. ¿Cómo saldría todo aquello?

Pero debía dejar de pensar en todo lo peor.

– ¿Va a venir la policía a rescatarlos?

– Van a estar aquí en cuanto haya algo de luz.

– Pero faltan horas hasta entonces.

– Es así, Cassie -le dijo él-. Al menos faltan dos horas. Pero no pueden hacer otra cosa. He pensado en ir con el minibús hasta el lago y encender las luces para iluminarlo. Tal vez veamos algo. Al menos, si tienen miedo, sabrán que estamos haciendo algo para encontrarlos.

– ¡Pero no estamos haciendo nada! ¡Estamos aquí sin hacer absolutamente nada! -exclamó ella, desesperada.

– Iré a buscar el minibús.

– Voy contigo.

Iluminaron el campo primero y luego el lago. Había mucha niebla.

– ¿Qué es eso? -dijo ella, saliendo de la camioneta. Sus pies sonaron sobre la madera del embarcadero al correr convencida de que había visto algo con las luces.

– Es la niebla, Cassie -dijo Nick, yendo detrás de ella.

– No. Estoy segura de que he visto una vela.

– No irán muy lejos con una vela. El viento ha cesado. Me temo que si quieren llegar a la isla, tendrán que remar -caminó hasta la orilla del embarcadero, luego se dio la vuelta abruptamente y dijo-: ¿Tienes los prismáticos para ver de noche en tu tienda?

– Creo que sí. ¿Por qué? ¿Qué has visto?

– Probablemente nada. Pero me gustaría mirar mejor.

Ella fue a buscar los prismáticos. Emily se despertó y tuvo que tranquilizarla. Buscó los prismáticos, pero no los encontró. Se le ocurrió que Sadie se los podría haber llevado. Se preguntó qué más se habría llevado.

No veía a Nick en el embarcadero al volver. Sadie y Mike se habían llevado lo que quedaba de comida enlatada. Al parecer tenían idea de pasar bastante tiempo adonde hubieran ido. Pero se habían olvidado del abrelatas. También se habían llevado una rebanada de pan, pero detrás de su sitio habían dejado una nota.

Nick no estaba en la camioneta. Lo llamó a gritos, iluminando el sitio haciendo un arco con la linterna. Suspiró aliviada al ver algo al otro extremo de la orilla. Pero al acercarse se dio cuenta de que no era Nick.

En un primer momento no fue capaz de distinguir qué era. Luego se dio cuenta de que era una pila de ropa. Corrió hacia ella, con la esperanza de que se hubiera equivocado. Pero no lo estaba. Al recoger la camiseta gruesa de Nick olió su especial fragancia mezclada con el olor a humo de leña. En los días que habían pasado allí, parecía que su fragancia la había penetrado hasta los poros para que no se olvidara de ella.

Nick había ido a buscar a los chicos. Ella se había quejado de que no estaban haciendo nada, así que Nick había buscado una excusa para alejarla y había ido a buscar a los niños.

– ¡Nick! -gritó-. ¡Nick! -era un grito lleno de desesperación.

El sabía nadar. Ella lo sabía. Lo había visto nadar como un pez. Pero en la oscuridad, y con tanta niebla, perdería el sentido de la orientación, no daría con la isla y se agotada nadando inútilmente. Y lo había hecho por ella. El sabía que ella se desesperaría en la espera; que para ella habría sido una pesadilla interminable. Pero también sabría que ella le habría impedido ir tras los niños.

El día antes Nick le había dicho que ya se daría cuenta de cuándo podría confiar en sus propios sentimientos. ¿Se había referido a ese dolor y ese miedo tremendo que ella sentía en aquel momento en su interior?

Con Jonathan había sido todo fiestas y regalos después del shock que había supuesto la repentina muerte de sus padres. La había hecho sentir viva nuevamente. ¿Habría podido ser tan cínico?

Le daba igual. Lo único que le importaba era que los niños estuvieran a salvo. Que Nick estuviera a salvo. Iluminó a lo lejos con las luces de la camioneta. No veía nada.

– ¡Nick! -gritó en la oscuridad-. Te amo. ¡Maldita sea! ¿Me estás oyendo? -se cayó de rodillas y repitió aquellas palabras una y otra vez.

¿Cuánto le llevaría llegar a la isla? ¿Cuánto le llevaría volver con los niños? Eran las tres de la mañana. Empezaría a clarear en menos de una hora. ¿Volvería Nick antes de que llegara la policía?

Esperó oír cualquier ruido en la oscuridad. Pero lo que le había parecido un silencio absoluto, se llenó de pequeños ruidos de la noche. Los ladridos de los perros de la granja. El movimiento del aire en las ramas de los árboles.

El cielo empezó a clarear imperceptiblemente, pero el lago siguió oscuro.

– ¡Oh, Nick! Mi querido… ¿Dónde estás?

De pronto empezó a oír el ruido del agua. Se puso de pie. Podría haber sido el golpe del agua contra la orilla…

– ¿Cassie? -apareció Joe en pijama y con botas de goma y un anorak-. ¿Qué estás haciendo? ¿Dónde están Mike y Nick? -se frotó los ojos con las manos. Luego se dio cuenta de que no estaba el bote-. ¡Se han ido en el bote por la noche! ¡Sin decir nada!

– Lo sé -Cassie le secó algo húmedo de la mejilla al niño-. Algún día serás mayor tú también y verás qué cosas se te ocurren -dijo en tono fingidamente tranquilizador-. Hoy va a ser un día muy duro, cariño. ¿No crees que deberías volver a la cama?

– Esperaré a Mike -luego alzó la cabeza y dijo-: ¿Qué es eso?

Había algo. Algo bastante cerca. Por fin lo vio. El bote de goma, con dos personas de espaldas remado desesperadamente para sacar el bote de goma, pero no con el ritmo adecuado. Tenían que ser Mike y Sadie. Habían desistido de su plan. Volvían. Tal vez hasta pensaban que nadie había notado su ausencia.

Joe también los vio y se puso de pie.

– ¡Han tenido que remar!

Cassie se puso de pie, pero con menos excitación que Joe. Mike y Sadie estaban a salvo. Pero, ¿dónde estaba Nick?

“¡Oh, cariño! Debiste esperar. Al menos hasta que hubiera podido decirte que tenías razón, que yo te amaba… Que confío en ti…”, pensó Cassie.

El bote chocó contra el final del embarcadero y Joe fue corriendo a tirar de la soga y atarla. Ése fue el momento en que ella lo vio. Nick estaba en el agua, nadando detrás del bote, como si no hubiera nada de qué preocuparse. Como si ella no estuviera desesperada…

– ¿Qué diablos estás haciendo? -le preguntó ella, enfadada, ante la mirada sorprendida de los niños-. ¿Cómo eres tan irresponsable? ¿Cómo se te ocurre hacer algo tan estúpido?

Nick había apoyado sus codos en el embarcadero de madera y la estaba mirando entre confundido y satisfecho.

¡Ella lo amaba tanto! ¡Lo deseaba tanto! Y en lugar de decírselo, estaba allí, rezongándole como una esposa malhumorada.

– ¿Has terminado? -le preguntó él demasiado amablemente para los nervios de ella.

– No, no he terminado, Nick Jefferson. ¿Tienes idea de la angustia que he pasado?

Nick miró a Mike y a Sadie.

– Ya veis, ya os dije que no os gritaría a vosotros.

– Nadie va a gritar a ninguno -gritó Cassie-. Pero si te crees que me voy a quedar callada después de lo que he pasado…

– Mike. ¿por qué no vais a poneros ropa seca? Enseguida iremos -dijo Nick.

– Sí, rápido, y tú Joe, vete también-dijo Cassie. Mike miró a Nick con la sensación de que debía decir algo, dar alguna explicación a su tía.

– Ahora no, Mike -le dijo Nick, y con un movimiento de cabeza le indicó que se marchase.

El niño, aliviado, salió del bote dándole una mano a Sadie.

– Y ahora, cariño mío, estoy a tu entera disposición -dijo él cuando se quedaron solos-. ¿Qué quieres decirme exactamente?

Ella se dio la vuelta para mirarlo y gritó:

– Sal del agua…

– ¿Estás segura?

– Tengo que decirte unas cuantas cosas, y no quiero decírtelas contigo ahí abajo.

– Lo que quieras, cielo -apoyó las manos en el embarcadero y salió del agua.

Entonces, cuando Nick alargó la mano y se puso el vaquero, Cassie se dio cuenta de por qué había permanecido en el agua todo el tiempo. Estaba completamente desnudo, pero no se preocupó por ello.

– ¡Y no me digas “cielo”! -dijo ella, dándole un puñetazo suave en el hombro mientras se agachaba para recoger su camisa. Luego le golpeó el pecho cuando él se levantó-. ¡Eres un idiota! Irte de ese modo, sin decirme nada. ¿Es que no tienes consideración? ¿No sabías que iba a estar preocupada por miedo a que estuvieras perdido en la oscuridad?

– Yo creí que querías que volvieran los chicos.

– Sí. Pero podrías no haberlos encontrado. Podrías haberte perdido… Podrías… -su voz se quebró con un sollozo.

– Podrían haberme comido los parientes del monstruo del lago… -sonrió él.

– ¡No es gracioso!

– Lo sé, amor mío, lo sé -dijo él, mientras ella volvía a golpearle el pecho. Él le sujetó la mano, la estrechó en sus brazos contra su cuerpo frío y húmedo durante un instante y le preguntó-: ¿Y te habría importado tanto que fuera así?

– Por supuesto.

– ¿Sí? -insistió él.

– ¡Por supuesto que sí, tonto! -contestó ella, recobrada ya del susto-. ¿Quién crees tú que nos habría llevado hasta casa si te hubieras muerto jugando a ser un héroe?

– ¿Sabes? Me decepcionas, Cassie. Si eso es lo único que vas a decirme, habría sido mejor quedarme en el lago. Cuando estaba nadando hacia la orilla hubiera jurado que te oí gritar algo…

– Tal vez fuera sólo el rumor del agua.

– Dos veces lo oí. Claro que si me dices que estoy equivocado, es posible que me dé la vuelta, me vuelva a la isla, y me haga un ermitaño.

Él se empezó a abrochar el botón del vaquero, pero ella extendió la mano y la puso encima de la de él. Él esperó.

– Te morirías de hambre en una semana sin nadie que te hiciera la comida.

– Posiblemente -sus ojos grises se ablandaron-. ¿Eso es un ofrecimiento?

Hubo un momento de silencio.

– Sabes que sí.

– Entonces dilo, Cassie. No des rodeos. No te escondas.

– Creo… Es decir, estoy segura…

– ¿Tan segura? -él no la iba a ayudar.

– Te amo. ¡Maldita sea! Ya está. ¿Te vale eso?

– Te amo. ¡Maldita sea! -sonrió él-. ¡Maldita sea! Yo también te amo.

– Te amo. Te amo. Te amo. ¡Ahí tienes! ¿Satisfecho?

– Mmm… Realmente estoy seguro de haberte oído la primera vez. Simplemente quería que me lo dijeras a la cara. ¿Qué es lo que te ha convencido finalmente?

– ¡Tú!

– ¿Sí?

– Te amo. Eso es todo. Tenías razón cuando dijiste que me daría cuenta de ello. El pensar que podías morirte ahí en el lago, el pensar que habría preferido morirme yo en tu lugar, el saber que jamás me perdonaría por no haber tenido el coraje de enfrentarme a mis sentimientos por temor. El miedo a no tener la oportunidad de decir todo esto. Y el darme cuenta de que la vida es riesgo, que podría estar más segura con mi corazón metido en una caja fuerte, pero que también sería infinitamente más pobre de ese modo. Todo eso me ha convencido.

– Bueno. He vuelto, Cassie, así que puedes contarme lo que sientes cuando quieras. Te prometo no cansarme de oírte.

– Te amo, Nick. Y gracias a ti, estoy preparada para asumir el riesgo del amor.

– ¿Estás segura ahora? -le preguntó riéndose. Ella sonrió.

– Bueno, ya sabes. No está mal alcanzar algo de lo…

– …que uno sueña -terminó de decir él.

– Y lo cierto es que he fantaseado contigo desde que te vi en la librería de Beth.

– Se te veía en la cara.

Ella abrió la boca para protestar por semejantes palabras, pero él la acalló con un beso dulce y tierno.

– ¡Oh! ¡Se están besando!

Nick y Cassie se dieron la vuelta y descubrieron un numeroso público de niños, con dos policías disfrutando también del espectáculo.

– ¿No deberíais estar haciendo algo útil, como hacer las maletas? -sugirió Nick.

Los pequeños salieron corriendo y riéndose.

– ¿Todo en orden, señor Jefferson? -dijo uno de los policías.

– ¡Oh! ¡Dios! ¡Sí! Lo siento. Debí llamarlos enseguida…

– Pero estaba ocupado, señor -el policía sonrió a Cassie-. Es comprensible.

– ¿Les apetece un té? -preguntó Cassie rápidamente-. Estaba a punto de prepararlo.

– Es muy amable, señorita, pero no podemos quedarnos -sonrió y le dijo a Mike y a Sadie, que estaban en el embarcadero-. No volváis a hacer algo así otra vez. ¿Me habéis oído?

Los niños asintieron solemnemente.

Después de que se hubieran ido los policías, Nick les dijo:

– ¿Y? ¿Qué tenéis que decirnos?

Mike dio un paso al frente.

– Lo siento, tía Cassie.

– Yo también -Sadie estaba a punto de llorar.

Cassie la abrazó y la acunó.

– No ha sido culpa suya -dijo Mike.

– Nick, ¿puedes quedarte con Sadie? Quiero hablar un momento con Mike -dijo ella.

Nick asintió y dijo.

– Tómate tu tiempo. Iré a poner la tetera.

– He encontrado tu nota. Mike -dijo Cassie cuando estuvieron solos-. Sólo la he visto yo.

El niño estaba con la cabeza gacha.

– No te culpo, ¿sabes? Porque tu madre y tu padre están pasando un mal momento. Es un problema de adultos, algo que pasa a veces cuando la gente está tan ocupada que se olvida de decirle al otro lo mucho que lo quiere. Es posible que tu madre se ponga impaciente contigo, pero te quiere mucho más de lo que te imaginas, Mike. Te aseguro que te está echando de menos. Mike la miró dudoso.

– ¿Van a separarse? Los padres de algunos de mis compañeros se han separado.

– No lo sé, Mike. Pero ahora han tenido la oportunidad de hablar. Tal vez eso haya sido lo que les hacía falta. Pero eso es problema suyo, y no tuyo -ella lo abrazó-. Venga. Vayamos a desayunar. Debes de estar muerto de hambre. ¿Has remado todo el camino desde la isla?

– No. Empezamos bien. Pero luego el viento cesó y nos quedamos en el medio. Después perdimos el tiempo tratando de encontrar un poco de viento, pero era imposible. Sólo hemos estado remando unos diez minutos, hasta que llegó Nick.

– ¡Oh!

– No ha querido subir al bote y ayudarnos. Ha dicho que nosotros nos hemos metido en este lío, y que nosotros tendríamos que salir de él, si no, no aprenderíamos nunca.

– Eso es cierto.

– Sí, excepto que no ha dicho la verdad exactamente.

– ¿No?

– No subió al bote por Sadie. Lo he visto nadando en el lago. No tenía ropa. Supongo que se sentiría incómodo.


Estaban desayunando cuando oyeron un coche por el campo. Joe corrió a investigar.

– Son mamá y papá -gritó excitado-. Han venido a recogernos.

Matt aparcó al lado del minibús. Lauren casi bajó del coche en movimiento para abrazar a los tres niños.

– ¡Dios mío! ¡Cuánto os he echado de. menos! -exclamó riendo.

– En cuanto aterrizó el avión, Lauren insistió en venir directamente aquí, en lugar de ir a casa -dijo Matt.

– En ese caso, será mejor que toméis un desayuno -sugirió Nick-. Quédate y conversa con ellos -agregó poniendo un brazo alrededor del hombro de Cassie al ver que ella se disponía a levantarse-. Creo que puedo arreglármelas para freír unas lonchas de beicon sin quemarlas.

– Ven a ver el bote, papá -dijo Mike-. Nick me ha enseñado a navegar, y quiero apuntarme al club de vela. ¿Puedo hacerlo, papá?

Lauren sonrió al ver que Mike se llevaba a su padre. Los otros niños los siguieron hasta el lago.

– Es un encanto, Cassie.

– Sí, lo es.

– Me alegro por ti, Cassie. ¡Y este sitio es tan bonito! No tenía ni idea de que fuera así. Matt hablaba de él de una manera tan… Bueno, ya sabes, todas esas historias de grupos de hombres tan fuertes, en fin…

– Debe de ser porque nunca estuvo aquí con una mujer. Te lo recomiendo.

– Realmente te ha dado un brillo especial en la cara, hermanita.

– Tú también pareces contenta. ¿Qué tal en Portugal?

– ¡Oh, ya sabes!

– No. Cuéntame.

– Hemos tenido tiempo de conversar, tiempo de relajarnos. Tiempo para todo. Se me había olvidado cómo era eso. Y Matt ha estado maravilloso. ¿Sabes? Hace una semana estaba dispuesta a tirar todo por la borda y marcharme.

– ¿De verdad? -preguntó Cassie, escéptica.

– Últimamente he estado terrible, ¡pobre Matt!

– Mike ha estado sufriendo también. Necesita que le den seguridad. Que le hagáis comprender que, pase lo que pase con vosotros dos, lo queréis.

– No sé qué me ha pasado.

– No has sido sólo tú. Los dos habéis perdido de vista el significado que tiene el matrimonio, querida. Demasiado trabajo y muy poca diversión. Todas las parejas necesitan un tiempo juntos, y solos.

– ¿Sí? -Lauren abrió los ojos y miró con interés a su hermana-. En ese caso, ¿puedo hacerte una sugerencia? ¿Qué te parece si nos quedamos unos días aquí con los niños? -dijo Lauren, aceptando una taza de café de Nick-. Mientras vosotros dos os tomáis un descanso, ¿no?

Nick sonrió pícaramente.

– Lauren, ¿te ha dicho alguien alguna vez, que tienes todas las trazas de una cuñada perfecta?

– No, pero soy muy susceptible a los halagos.

– En ese caso, no te importará que yo proponga otra alternativa, ¿no es verdad? ¿Por qué no te llevas a todos los niños a casa, y nos dejas Morgan's Landing a Cassie y a mí?

Cassie se puso colorada. Él le tomó la mano cariñosamente.

– Mira, Lauren, tengo un nuevo saco de dormir que probar, y con siete niños a nuestro alrededor será imposible.


– ¿Está engordando Helen? -le preguntó Nick a su cuñado mientras el órgano de la catedral anunciaba la llegada de la novia.

Graham se rió.

– Es lo que tú llamarías un souvenir de París. Pero yo se lo advertí. Si esta vez no es un varón, me rindo.

– Las vacaciones son peligrosas, parece. La hermana de Cassie también está embarazada, pero en su caso es un souvenir de Portugal. Creo que ella está desesperada por tener una niña -sonrió Nick-. Podríais hacer un cambio.

– Muy gracioso. ¿Adónde vais de luna de miel, Nick? -le preguntó Matt.

Antes de que Nick pudiera contestar el organista tocó un acorde, poniendo de pie a todo el mundo

Nick se dio la vuelta. Descubrió a Verónica Grant entre la gente y ésta le guiñó un ojo. Él se alegraba de que ella hubiera decidido quedarse a trabajar con ellos.

Detrás de Verónica había un montón de rubias que se parecían todas, con quienes había salido alguna vez, pero la mayoría estaban casadas ya. Una de ellas lo miró como diciendo: Ya lo ves, Nick Jefferson. Finalmente has encontrado a tu pareja y estamos aquí para aplaudirte.

Entonces, se oyó un murmullo mezclado con una obra de Wagner, Lohengrin. Era Cassie, del brazo de Matt, que parecía flotar caminando hacia el altar. La seguían Sadie, Beth, como dama de honor, y el pequeño George que iba de su mano.

Cassie le dio el ramo a Beth, luego se giró hacia Nick, sus ojos dorados brillaban con felicidad al levantarse el velo. Ella era su pareja, pensó él. En todo sentido. Era increíble que él se hubiera pasado años saliendo con mujeres que parecían la mujer ideal para él, y sin embargo jamás había entregado su corazón hasta conocer a Cassie, tan distinta a ellas.

No había podido evitar enamorarse de ella, simplemente.

– ¿Qué ocurre? -susurró Cassie-. ¿Por qué me miras así?

Él negó con la cabeza.

– Estaba pensando en nuestra luna de miel y en lo bien que nos lo vamos a pasar intentando traer un souvenir.

Entonces el obispo carraspeó para que le prestasen atención.

– Queridos hermanos, estamos aquí…

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