CAPÍTULO 10

CASSIE apenas durmió esa noche. Por momentos pensaba que tenía todo lo que necesitaba. Prefería pensar en cualquier cosa con tal de no pensar en lo que había pasado.

El bajar las escaleras de la casa de Nick a toda prisa no le había hecho ningún bien a su tobillo, y estaba claro que había perdido la posibilidad de contar con la ayuda de alguien que condujese hasta el campamento y que le pusiera la tienda de campaña.

Pero aquél no era ningún problema comparado con la forma en que había respondido a Nick. Su propio deseo la había aterrorizado.

Se prometió no volver a dejarse llevar por su corazón. A partir de ese momento sería su cabeza quien le dictase su vida. Por otra parte, como ella no servía para tener una aventura, siempre había pensado que una parte de su ser había muerto con Jonathan. Y en cierto modo había sido así. Porque nunca más había podido creer en la palabra de un hombre cuando la miraba a los ojos y le prometía la luna.

Desde entonces se había volcado en su profesión. Y a fuerza de esfuerzo y mucha suerte había logrado llegar a lo más alto en su trabajo. Ella amaba su profesión. Y hasta aquel momento le había bastado con eso. Pero aquel día había deseado a Nick, tanto como para tirar por la borda todos aquellos años de precaución. Pero no tenía sentido. Que ella se hubiera equivocado en lo del taxi no cambiaba nada. A Nick le valía más una chica en sus manos que varias rubias no disponibles. Nick Jefferson no era un hombre en quien se pudiera confiar.

Pero al parecer sus hormonas no comprendían esas cosas. Y parecían hacerla reaccionar como a una adolescente deseosa de diversión y libertad, que se negaba a entrar en razón.

Se levantó en cuanto el cielo empezó a clarear. Se había acostado automáticamente, por costumbre, aun a sabiendas de que iba a ser un tiempo perdido, y se alegró de que saliera el sol y la rescatase de su desdicha.

Preparó café, y salió al pequeño jardín a observar el comienzo de un nuevo día. Dem la acompañó, haciéndose un ovillo en la otra silla y dándole una sensación de menor vacío.

Alargó la mano para acariciarlo. Era una gran compañía, pero no le alcanzaba. Hasta entonces parecían haberle bastado sus ronroneos y su calor para que no se sintiera sola. Pero de pronto su hermosa casa le pareció vacía.

Claro que aquello no iba a durar mucho. En una hora aproximadamente iría Matt con los chicos, y debía prepararse. Se daría una ducha caliente, ¡Quién sabe cuándo volvería a ducharse en condiciones! Desayunaría como era debido. Pero no se engañaba. Aquello era consolarse con la comida…

La llegada de Matt con los niños le levantó un poco el ánimo, pero su cuñado presintió que algo no, marchaba bien, y supuso que debía de ser su pie.

Cuando se despidió de los niños la miró frunciendo el ceño y le preguntó por quinta vez:

– ¿Estás segura de que puedes arreglártelas sin problemas?

Ella estaba por asegurarle que no había problema cuando de pronto vieron aparecer un minibús.

A pesar de lo que había pasado, al parecer Nick le había enviado un conductor.

Cuando el coche se fue acercando ella descubrió que era Nick quien conducía.

Había pensado que no quería volver a verlo, pero ahora que lo tenía frente a ella se daba cuenta de que lo que la había hecho sentir tan desgraciada la noche anterior había sido la idea de no verlo nunca más.

– ¿Estáis todos listos? -preguntó Nick abriendo la puerta y saltando del minibús.

– ¿No es Nick Jefferson? -murmuró que tú y él… -Matt se sonrió.

– No, no es así -contestó ella.

– ¿Lo sabe Lauren?

– Por supuesto que no. ¿Lo conoces? -le preguntó, asombrada.

– Lo he visto en alguna cena de negocios -se rió pícaramente-. ¡Te lo tenías guardado, Cass! ¡Con razón no veías la hora de deshacerte de mí! Verás cuando se lo cuente a Lauren…

Iba a decirle que no había nada que contarle, pero pensó que sería inútil. Matt no le creería.

– ¿Qué diablos estás haciendo aquí? -le susurró furiosa a Nick.

Nick se encogió de hombros.

– Tienes que ocuparte de tres chicos, y como yo he tenido que ocuparme de mis sobrinas, pensé que sería buena idea combinar nuestros esfuerzos, ¿no crees?

– ¿Niñas? -preguntó Cassie, y se dio cuenta de que la estaban mirando cuatro pares de ojos grises.

– Sadie, Bethan, Emily, Alice -dijo Nick, presentándolas-. Saludad a Cassie, niñas.

– Hola, Cassie -contestaron tímidamente a coro. Realmente eran adorables, pensó Cassie. El problema eran Mike, Joe y el pequeño George, a quienes disgustaría probablemente la idea de ir de vacaciones con unas niñas.

– Quedaos ahí, niñas, mientras cargamos el minibús -sonrió Nick a las niñas-. Luego se acercó a Matt, le dio la mano y dijo-: Eres Matt Crosbie, ¿no es cierto?

Miró a los niños. Éstos todavía no habían visto a las niñas. Los más pequeños miraron a Nick con cierta desconfianza. Mike, que sabía el motivo de aquel viaje, ignoraba a su padre y tampoco estaba muy simpático con ella. En su rostro se podía adivinar una expresión que decía que ni el mismo Jefferson en persona lo impresionaba.

Aunque aquella actitud de indiferencia ante todo no le duraría mucho, pensó Cassie, cuando se enterase de la existencia de las cuatro niñas. Ante la idea no pudo reprimir una sonrisa.

– Mike, Joe, George, éste es el señor Jefferson.

– Ésa es una presentación demasiado formal. ¿Por qué no me llamáis simplemente Nick? -les dijo-. Espero que no os importe nuestra compañía, pero pensé que vuestra tía necesitaba que le echasen una mano.

Los pequeños sonrieron alegres, en cambio Mike se quedó mirando el suelo.

– ¿Qué os parece si le lleváis a vuestra tía estas cosas a la camioneta? -les preguntó Nick.

Cassie negó con la cabeza, pero Nick no le hizo caso, y abrió la parte de atrás de la camioneta. Joe y el pequeño George se abalanzaron sobre los bultos para cooperar. Mike permaneció a un lado.

– ¿Podrías traer esa caja, Mike? -preguntó Nick, señalando una caja grande de comida que Joe estaba tratando de levantar-. Es muy pesada para Joe.

Mike miró a su padre, a Cassie, luego apartó a su hermano y levantó la caja y se la pasó a Nick. Este no se la recibió, y dejó al niño con la caja.

– Hay bastante sitio ahí -le dijo-. Asegúrate de que todo esté bien acomodado. No te molestes en traer todas esas cosas para acampar, Joe. Tengo todo lo que nos hace falta -luego se acercó nuevamente a Matt que se había quedado mirando con ansiedad la procesión de mercadería que iba desapareciendo al meterla en la camioneta.

– Espero que no haya nada frágil en las cajas -dijo Matt.

– Huevos -dijo Cassie.

– Si los chicos las rompen, se van a quedar sin desayuno -dijo Nick al ver que Mike prácticamente había tirado las cajas-. Pero como tú no comes más que yogurt enriquecido y bananas para desayunar, no te importa, ¿no es cierto? -le dijo a Cassie.

Cassie se puso colorada al ver que Matt sonreía pícaramente. Le habría gustado decirle que Nick sabía lo que desayunaba porque ella misma se lo había dicho, y no por ninguna otra cosa. Pero sabía que no merecía la pena decírselo. No le creería.

– Cassie me ha dicho que te vas a Portugal, Matt -comentó Nick.

– Sólo unos días. Oye, Nick, me alegro mucho de que se te haya ocurrido esta idea. Si te soy sincero, Lauren estaba un poco preocupada por Cass. La idea de que se fuera sola con los chicos no la dejaba tranquila, y encima ahora, con el tobillo torcido…

– Eso es lo que he pensado yo.

– ¿Podrías dejar de hablar como si yo no estuviera presente? -preguntó Cassie.

– Si te ofende, ¿por qué no das una vuelta y te aseguras de que has cerrado bien la casa? Cualquiera podría trepar esa pared y entrar.

Ella lo miró.

– Está puesta la alarma. Y si lo intentasen, nuestro vecindario se ocuparía de ellos.

Era una pena que no vendiesen alarmas para el corazón, pensó Cassie, aunque había jurado que no le harían falta.

Cassie abrazó a Matt y le dijo:

– Vete. Vas a perder el avión. Dale mis cariños a Lauren, y también los tuyos -agregó significativamente.

– Sí. Será mejor que me marche. No te hará falta mi coche -le dijo Matt con las llaves del coche colgando de la mano.

– ¡Oh, pero…!

Matt miró el minibús y sonrió:

– No vas a necesitarlo ahora, ¿no es cierto?

Ella le habría gritado que sí, pero Matt ya se había alejado de ella. Pensó que siempre le quedaba la alternativa de alquilar un coche.

O seguir con el loco plan de Nick. Al fin y al cabo parecía haber perdido el interés de seducirla. Ahora parecía contentarse con hacerla sentir mal. Como si lo necesitase, pensó.

– Adiós, niños. Portaos bien -dijo Matt revolviéndoles cariñosamente el pelo, mientras se subía al Mercedes grande que ella había estado a punto de pedirle prestado para el viaje. Mike permaneció imperturbable, e intentó evitar el contacto de la mano de su padre.

– Que lo paséis bien -gritó Cassie, haciendo saludar a los niños con la mano.

Nick fue hasta la camioneta a controlar si estaba todo cargado.

Ella entró en la casa, pero no para asegurarse de que hubiera cerrado bien la casa, sino para no seguir mirándolo. Aquel pelo que brillaba con el sol, aquel torso perfecto cubierto por su polo la atraían poderosamente.

– ¿Estás lista? -le preguntó él, sobresaltándola-. Deberías tomar algo para esos nervios.

– No me pasa nada con los nervios. Sólo estaba pensando.

– ¿Sí? Pagaría un penique por saber qué pensabas.

– No seas avaro. Si tienes en cuenta la inflación, pagarías una libra al menos.

– Acabas de hacer un buen negocio, pero sigue, me sorprendes.

– No habrá comida suficiente para todos -dijo ella, resguardándose en cuestiones prácticas.

– Puedo ir al supermercado -dijo él-. Creo que he empezado a aficionarme.

– No has probado hacerlo con siete niños.

– Puedes atarlos con una cuerda para que no se te escapen…

– No tenías que haberte molestado, Nick. Es muy amable de tu parte, después de cómo me le comportado anoche…

– Mejor no hablemos de la pasada noche -él alargó la mano para tocar el brazo de Cassie, pero luego se lo pensó mejor al ver que ella se apartaba-. Hemos hecho un trato -dijo él abruptamente-. Tú has cumplido tu parte. Yo estoy aquí para cumplir con la mía.

– Pero anoche… Al final no conseguiste lo que querías.

– Eso ha sido culpa mía, Cassie, no tuya.

Él se había pasado la noche pensando en lo que le había dicho Beth, que no iba a crecer nunca, y había sentido que había llegado el momento de hacerlo. Esperaba que no fuera tarde. Durante aquella interminable noche no había dejado de darle vueltas a la idea de cómo convencerla de que la amaba. Ella no le había creído cuando se lo había dicho. Pero era normal. Después de la estúpida historia con Verónica, era lógico que ella pensara que él sólo quería llevarla a la cama.

– Jamás debí meterme en semejante engaño -dijo ella.

– Yo no debí pedírtelo -contestó él.

– Supongo que le habrás enviado a Verónica un ramo de flores por el daño -dijo ella.

– Las flores son demasiado fáciles, ¿no crees?

– Supongo que son bastante explícitas -dijo Cassie. Y él nunca hacía algo tan explícito, pensó ella-. ¿Qué has hecho, entonces?

– En realidad la llamé anoche, y le he dicho que mi tío estaba de acuerdo en darle un puesto en el consejo de administración, si ella trabajaba con nosotros de forma estable. Supongo que algunos errores necesitan grandes gestos para borrarse.

– ¿Y surtió efecto? -preguntó ella.

– No me contestó todavía. Se lo va a pensar-dijo él.

¿Se lo tenía que pensar? ¿Verónica estaba loca?

– Tiene su propia consultora actualmente. Dejaría muchas cosas. Pero supongo que será un buen arreglo para ambas partes. Cambiando de tema, ¿cómo te las ibas a arreglar si yo no venía?

– Matt se iba a llevar el Alfa y me iba a dejar el coche grande. Pero ése no es tu problema.

– ¿No? A Matt no le pareció que te sobrase el minibús cuando lo vio aparecer… -luego dejó ese tema y agregó-: Bueno, ¿Qué te parece si os llevo a los niños y a ti hasta donde vais, como te he prometido?

– Tú me habías prometido que me enviarías un conductor que me ayudaría a poner la tienda -le recordó.

– Tengo más de treinta años, pero aún puedo poner una tienda, Cassie.

– Sí, pero…

– Si a las niñas les gusta el sitio, nos quedaremos. Si hace falta al otro lado del campo, si así estás más contenta.

– No les va a gustar.

– Entonces no tienes nada de qué preocuparte, ¿no? Si no les gusta, las traeré a casa y te iré a recoger cuando me digas.

Dicho así, ella no podía objetar. La alternativa sería alquilar un coche y conducir ella misma. Pero eso les llevaría toda la mañana. Y además estaba el problema de su tobillo…

Claro que podían quedarse en casa, y hacer excursiones de un día con los niños, pero después de haberles prometido ir de campamento, no se iban a conformar de ese modo.

Mike ya estaba bastante malhumorado sin necesidad de añadirle más contratiempos. El niño sabía bien lo que estaba pasando, y seguramente sería un alivio para él poder compartir aquel problema con alguien. Le resultaría más llevadero aquel peso.

Mike entró en la cocina y exclamó disgustado:

– ¡Hay cuatro niñas en el minibús! ¡Cuatro!

Nick lo miró solidariamente y le dijo:

– Aproximadamente el cincuenta por ciento de la población del mundo son mujeres, Mike. Debes acostumbrarte a ello.

Mike lo miró y dijo:

– ¿Tenemos que ir con ellas, Cassie?

– Bueno, supongo que podemos quedarnos aquí, y hacer unas excursiones en autocar.

– ¡Excursiones en autocar!

– Me he torcido el tobillo -ella levantó levemente el pie-. Así que no puedo conducir. No quería estropear las vacaciones de tus padres, y supongo que tú tampoco -ella esperó.

– No. Supongo que no -Mike decidió aceptar el mejor de los dos males al parecer.

– Entonces, vamos -dijo ella.

Durante el primer tramo del viaje los niños se quedaron sentados a un lado del minibús y las niñas al otro. Cassie y Nick tampoco conversaron mucho.

Pero después de un rato los niños y las niñas llenaron el vehículo de voces y ruidos. El único que seguía callado era Mike, que tenía puesto un walkman en los oídos. Sadie no le quitaba los ojos de encima, sus enormes ojos grises. Cassie sospechó que la niña tal vez lo mirase como a un héroe o algo así. Y deseó que eso ablandase a Mike.

Cassie sonrió. Nick también sonrió al verla. Él se había preguntado qué tendría que hacer para contentar a las niñas y convencerlas de disfrutar de un sitio tan salvaje, sin agua corriente y esas comodidades. Pero al parecer no le iba a resultar tan difícil. Los niños parecían empezar a hacerse amigos. Sadie miraba a Mike con mucha curiosidad. No lo perdía de vista.

La pasada noche, después de haber llamado a Graham para comentarle sus planes, Nick había llamado a Beth y le había dicho lo que sentía. Ella le había dicho: ¿Enamorado? Estás bromeando -se había reído.

El no culpaba a Beth por ello.

– Me gustaría estar enamorado.

– ¿Quién es la afortunada?

– Cassie Cornwell -Beth se había dejado de reír-. Beth, por favor. He cometido un gran error y quisiera saber…

– ¿Qué?

– Lo que sea. Cualquier cosa que pueda ayudarme. Cuéntame cosas sobre su marido. ¿Qué sucedió?

– Si Cassie no quiere contártelo…

– ¡Beth!

– Es muy frágil emocionalmente, Nick. No pues tratarla como a una de tus conquistas ocasionales.

– Beth, estoy hablando en serio. Quiero casarme con ella. Pero cuando le dije que la amaba, ella pareció no creerlo.

– ¿Y la culpas por ello? Tu reputación es desastrosa.

– Jamás le he mentido a una mujer acerca de mis sentimientos, Beth. Me he divertido mucho, pero nunca le he dicho a una mujer que la amaba, hasta ahora… Con Cassie… Simplemente ha ocurrido…

– ¡Eh! Te ha picado fuerte, ¿no es cierto?

– Sí. ¿Vas a ayudarme? -no esperó la respuesta-. Háblame de su marido. ¿Le pegaba?

– ¿Pegarle? ¡No, Dios santo! ¿Qué es lo que te hace pensar eso? Cassie y Jonathan estaban enamorados. Daba envidia verlos. No veían la hora de casarse.

– Ya.

– Si sus padres hubieran estado vivos habrían tirado la casa por la ventana, pero como no fue así, simplemente se casaron por lo Civil.

– Entonces, ¿por qué no vivieron felices?

– Porque él murió tres semanas más tarde. Había estado en un sitio del norte, en una carrera. Él se dedicaba a los caballos.

– ¿A los caballos?

– Compraba y vendía caballos de carrera.

– ¡Oh, sí!

– Nadie sabe exactamente qué pasó. Simplemente perdió el control del coche y se chocó contra un puente de una autopista.

Nick murmuró algo por lo bajo.

– Creí que Cassie se iba a morir de tristeza en aquel momento -continuó Beth-. Si no se volvió loca fue gracias a su trabajo, pienso yo. La salvó el que ella no quisiera decepcionar a la gente y continuase trabajando y viviendo. Y entonces conoció a esta mujer en mi boda, que le pidió que apareciera en un programa de televisión de la tarde. Se fue a Londres y se hizo famosa.

– ¿Cuánto hace de eso?

– Cinco años.

– ¿Y no ha habido nadie en todo ese tiempo?

– Ella dice que es un cisne. Al parecer los cisnes se emparejan para toda la vida. Así que si no quieres algo serio, Nick, déjala sola -le advirtió-. Por favor -le había dicho Beth.

Ahora que viajaban en su minibús, Cassie parecía absorta en sus pensamientos. A él le habría gustado saber en qué pensaba.

– Vamos a salir de la autopista muy pronto -dijo él.

Ella lo miró. Había algo oscuro en su dulce mirada. Algo que le daba un aire de tristeza. Él hubiera parado el minibús para estrecharla en sus brazos, y para asegurarle que no dejaría que nada ni nadie le hiciera daño, porque él la amaba, y moriría por ella si hiciera falta. Pero no se atrevió a decirle nada. La idea de siete niños como público no le gustaba.

Antes de declararle su amor debía ganarse su confianza. Debía demostrarle que podía creerle. Le daba igual cuánto tiempo le llevase.

– ¿Tienes el mapa a mano? -le preguntó Nick.

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