– HOY, he sufrido una caída -confirmó Cassie-. Pero no me he golpeado la cabeza. Y Nick vino a rescatarme -agregó con una sonrisa, invitando al policía a compartir la broma con ella.
El policía rechazó su invitación frunciendo el ceño.
– Creí que había dicho que usted no conocía al señor Jefferson.
Ése era el problema con una broma de mal gusto. Tener que explicarla. Porque era muy, pero muy embarazoso.
– Lo sé, y lo siento mucho, oficial -maldecía la hora en que se le había ocurrido hacer aquella broma. Maldecía la hora en que se le había ocurrido ofrecerle unas hierbas a Nick…-. Era una broma. Sólo una broma -agregó ella enseguida al ver que el policía fruncía más el ceño.
La culpa la tenía Nick, por meterse en su casa. Aunque tenía que reconocer que había ido a rescatarla. Claro que, lo había hecho por interés propio, para que ella le solucionara el problema del caldo.
– Nick me ha llamado por teléfono, y me he caído al intentar llegar hasta él. No es nada serio. De hecho él estaba a punto de vendarme el tobillo.
– ¿De verdad? ¿Está segura de que no necesita atención médica? -le preguntó el policía.
– ¡Oh, no! Nick puede hacerlo perfectamente, oficial -ella tenía ganas de quitarse de en medio al policía, pero no si eso significaba que la llevaran a urgencias-. Las torceduras al parecer siempre han sido frecuentes en su familia -agregó.
– ¿Sí?
– Casi todos son deportistas -a excepción de Nick, que al parecer prefería otro tipo de juegos-. También mujeres… -añadió-. Es de Deportes Jefferson, ¿lo conoce, no?
– Sí, lo conozco-dijo el policía
Por supuesto que lo conocía. Todo el mundo conocía el edificio de los Jefferson.
– Bueno, será mejor que no retrase los primeros auxilios del señor Jefferson. Si es tan amable de darme algunos detalles para el informe… -le dijo el policía a Cassie. Luego se volvió hacia Nick y le dijo-: Por favor, ¿podría ir al coche de la patrulla y avisar a mi compañero que iré enseguida?
Nick se fue sin decir una palabra. Entonces el oficial miró la silla tirada, y la puerta rota del armario. Se volvió a Cassie y le dijo:
– ¿Alguna otra cosa antes de marcharme, señorita Cornwell?
– ¿No va a pedirme los datos personales?
– No, excepto que quiera elevar una queja.
– ¿Una queja? Creí que le había quedado claro…
– Será mejor que hable con una oficial, quiero decir…
un miembro femenino del cuerpo de policía. Yo me encargaré de ello.
Cassie no entendía nada. Tal vez se hubiera golpeado la cabeza después de todo.
– Lo siento, oficial. No comprendo…
– Con alguien del Departamento de Violencia Doméstica, quiero decir.
– ¿Qué?
¿Qué estaba insinuando? ¿Que Nick la había maltratado? ¿Que todo aquello era producto de una pelea doméstica?
– ¡Oh, no! ¡No! Nick no… Quiero decir, sinceramente. ¡Oh! Esto es muy embarazoso, sinceramente…
El joven policía permanecía imperturbable.
– Sólo le estaba haciendo una broma a Nick. Lo siento. Sinceramente, lo siento. No debí hacerlo, pero él… -no le iba a decir al policía lo que ella había sentido cuando él la había llamado «cariño»…-. Me caí de la silla cuando intenté atender el teléfono, de verdad. Él se dio cuenta de que yo me había hecho daño y vino corriendo a verme. Yo sólo le estaba tomando el pelo un poquito… -podía hacerle oír el contestador automático como prueba, pero se le ocurrió que aquel joven policía podría malinterpretar los chillidos de Nick.
– ¿Por qué ha entrado por la pared del fondo?
– Yo no podía llegar hasta la puerta, y él no tenía llave. Es un amigo, oficial, no es mi amante -era importante convencerlo de ello. Los amigos no te pegan-. No soy su tipo, en realidad.
– ¿No? -el policía sonrió finalmente-. No me lo explico. Yo hubiera jurado que usted podría ser el tipo de cualquier hombre que la hubiera visto por televisión.
La halagaba, teniendo en cuenta que ella debía de tener cinco o seis años más que él. Toda una vida, cuando se tenía la edad del oficial.
– Tal vez no vea mucho la televisión. Pero Nick ha sido muy amable. Ha arriesgado su vida trepando a una pared sólo para comprobar que me encontraba bien. De no haber sido por él, podría haberme quedado tirada en el suelo de la cocina hasta mañana, que viene una mujer a limpiar la casa.
– Bueno, ¿está segura? -parecía dudar el policía-. Nosotros no podemos hacer nada si no…
– Lo sé.
– ¿Y no necesita que la lleven a urgencias, realmente?
– No necesito que me lleven a urgencias. Gracias -se sintió aliviada al ver que el oficial cerraba su bloc de notas y se lo metía en el bolsillo-. Y gracias por venir tan rápido. Podría haber necesitado su ayuda, realmente. Debería agradecérselo a quien los haya llamado.
– Fue una de sus vecinas. Una tal señora Duggan, ¿puede ser?
– ¡Oh, sí! -la vecina que le había pedido la escalera. Era una casualidad del destino-. Es reconfortante saber que la gente se preocupa.
– Al parecer, usted no tiene problemas en ese sentido, señorita Cornwell.
– Es cierto.
Finalmente el policía se había convencido y se había marchado después de desearle buenas noches.
Cassie se había apoyado nuevamente en el cojín y había dejado escapar un suspiro de alivio.
– Eso te enseñará a no jugar con la ley -dijo Nick.
Cassie se dio la vuelta. Nick estaba apoyado contra el quicio de la puerta, con los brazos cruzados.
– Ha sido culpa tuya -le contestó ella-. No me habría pasado nada si tú no me hubieras llamado «cariño». ¿Por qué diablos me has llamado así?
– Me pareció buena idea hacerles creer que estábamos juntos. Ha sido un error por mi parte. El oficial me ha hecho marchar para averiguar si te había pegado, ¿no es cierto? -ella no le contestó, pero su gesto fue una confirmación-. Me lo he imaginado. De todos modos, al menos sirvió para algo.
Ella había estado a punto de pedirle perdón por poner riesgo su buen nombre, pero preguntó:
– ¿Sirvió para algo? -preguntó ella.
– Al menos para oírte decir que yo había sido muy amable. Y con esa sinceridad.
– Casi lloro de la emoción… Este accidente ha sido por tu culpa. lo sabes.
– ¿De verdad? -él atravesó la habitación, recogió la silla y la puso debajo de la mesa, luego apoyó la puerta del armario en la pared-. ¿No te sientes ni un poquito responsable? ¡Sólo a ti se te ocurre subirte a una silla tambaleante!
– No es tambaleante.
Nick golpeó el suelo con la silla para demostrar su opinión.
– Es el suelo el que está mal. Y yo no habría subido a una silla si tú no hubieras decidido poner la comida en el estante de arriba. Además, hasta que te has puesto a gritar por el caldo de pollo no me había pasado nada…
– Un error por el que te pido perdón. Lo estaba pasando muy mal con la receta en aquel momento. Con una de tus recetas.
– Ocurre a veces.
– ¿A ti?.
– A todo el mundo. Afortunadamente poca gente me llama por teléfono para echarme la culpa de ello. ¿Cuál era el problema?
– El problema era que no sabía qué estaba haciendo -admitió él-. ¿Puedes ayudarme, Cassie?
Ella no podía creerlo.
– Llévala a cenar fuera, Nick. De ese modo tendrás la posibilidad de disfrutar de un rato agradable.
– No puedo. No se trata de disfrutar.
– ¿No?
Él negó con la cabeza.
– Se trata de ganar -él se sentó en el borde del sofá y levantó el paquete de judías del tobillo de Cassie-. ¿Qué tal está?
– Soportable. ¿Siempre tienes que ganar?
– Soy un Jefferson. En mi familia o ganamos o morimos. Vas a tener que estar en reposo un día o dos dijo, y empezó a enrollar una venda alrededor de su tobillo-. No te conviene subir y bajar escaleras.
– Las escaleras no me preocupan tanto como otras cosas. Pasado mañana iba a llevar de campamento a tres niños rebosantes de energía.
– Tendrás que postergarlo.
– No puedo -alzó la vista. Vio que Nick fruncía el ceño-. Se lo he prometido a los muchachos.
– Bueno, no puedes irte sola. No estás en condiciones.
– Mike me ayudará -dijo con más convencimiento del que realmente sentía. Mike no había parecido muy entusiasmado cuando habían hablado del viaje. -¿Mike?
– El mayor de mis sobrinos.
– ¿Cuántos años tiene? No podrás conducir, ya sabes.
– Le pediré prestado el coche a mi cuñado. Tiene uno automático -dijo rápidamente ella.
– Bien, inténtalo, Cassie. Pero es el tobillo derecho el que te has torcido.
– ¿Has comido ya? -dijo ella, intentando cambiar de tema.
– No. Mi comida la ha arruinado un cocinero incompetente. ¿Y tú? -ella negó con la cabeza-. ¿Quieres que llame para que nos traigan comida hecha?
– No seas tonto. Tengo una nevera llena de comida…
– Y un tobillo mal -le dijo él.
– ¡Oh! Pero si te voy diciendo qué tienes que hacer…
– Ya he estropeado una cocina. ¿Qué prefieres? ¿Comida india? ¿China? ¿Una pizza?
– Lo que sea -nunca nadie le llevaba comida. Siempre esperaban a que cocinara ella, y de pronto se sintió halagada con aquel gesto.
– China. Hay una botella de vino tinto en la nevera. Me gustaría beber algo-dijo ella.
– No sé si es buena idea. ¿Y si has tenido un shock, o una conmoción cerebral?
– Te repito que no me he golpeado la cabeza. ¿Por qué no me crees?
– No sé por qué será. ¿Saca-corchos?
– En el primer cajón.
– ¿Copas?
– En el armario encima del fregadero.
– ¿Por qué no le gustan los hombres a tu gato?
Su pregunta la tomó completamente por sorpresa, y no supo qué contestarle. Después de un momento se le ocurrió decir.
– Tiene buen gusto, supongo.
– ¿No es un macho acaso?
– Técnicamente, no.
– ¡Ah!
– Por lo visto tú no has tenido nunca un gato macho -contestó ella-. O sabrías que es imposible vivir con ellos.
– Eso me han dicho.
Cassie respiró profundamente, luego intentó que su gato se acercase a ellos.
– Ven, Dem. Nick no te hará nada.
– ¿Dem?
– Demerara, como el azúcar -el gato salió de su escondite y saltó al sofá con ella. Su pelo dorado brilló con la luz.
– ¡Oh! Ya comprendo, por el color del pelo. Hace años mi hermana tenía un gato que se llamaba Miel. ¡Oh! ¡Maldita sea! Me acabo de acordar de algo… -le dio a Cassie una copa de vino-. ¿Puedo usar tus teléfono?
– Por supuesto.
Él marcó un número de teléfono, pero se encontró con un contestador automático. Hablar con su madre era como hablar con el primer ministro.
– Soy Nick. Graham me ha dicho que había hablado contigo para que te quedases con los niños de Helen, mamá. Mira, sé que estás ocupada, pero…
– Nick, cariño -dijo su madre levantando el receptor.
– ¡Oh! Me alegro de que estés aquí. Creí que te habías ido fuera.
– Me marcho en cinco minutos. Me voy a una conferencia a Nairobi. Lamento estropear tus planes, Nick. Otra vez será, cuando tenga más tiempo.
– Nunca tienes tiempo -le recordó él agriamente-. Y esta semana es el cumpleaños de Helen.
– Lo sé. El otro día he ido al pueblo y le he comprado el nuevo libro de cocina de Cassandra Cornwell, firmado por ella.
– Yo he hecho lo mismo.
– ¿En serio? ¡Oh, cariño! ¡Qué penal Además se lo he dado hoy porque no iba a estar aquí el día de su cumpleaños. Tendrás que pensar en otra cosa.
– No le habrás organizado un viaje a París también, ¿no es cierto?
– Por supuesto que no. Le he dado un cheque para que se compre lo que quiera.
– ¡Genial!
– Pareció contenta. Tú debiste hacer lo mismo. Habría sido más sencillo. Para todos.
– Me tomé el trabajo de organizarle un cumpleaños como es debido -dijo él.
– Sí, querido, me lo ha dicho Graham. Ha sido una idea encantadora. La pena es que no hayas pensado en los niños antes de reservar el viaje.
– Pensé que con dos abuelas disponibles no sería necesario.
– Las abuelas tienen también sus vidas, Nick. Si te preocupa tanto, ¿por qué no te tomas unos días y cuidas tú a las niñas? ¡Sabes bien lo mucho que te quieren! Debo marcharme ahora. El taxi me está esperando -y después de esa advertencia, su madre colgó.
– ¿Hay algún problema? -le preguntó Cassie cuando Nick colgó.
– Algo así. Cuatro problemas. Todos del sexo femenino.
– ¡Ah! Entonces no es nada que no puedas arreglar.
– No lo tengo tan claro. ¿Qué harías tú con cuatro niñas pequeñas durante cinco días, Cassie?
– ¿Cuántos años tienen?
– Entre cinco y ocho años. Muy monas y divertidas…
– Para pasar un rato agradable con ellas y luego dejárselas a su madre, ¿verdad? -ella lo comprendía.
– Una cosa es ir al McDonald's con ellas. Y otra pasar cinco días.
– Llévalas a algún sitio.
– ¿Y pasarme todo el tiempo explicando quiénes son y por qué estoy solo con ellas? -él levantó las dos copas y se sentó al lado de ella en el sofá, haciéndose sitio moviendo a Cassie suavemente por los hombros. Dem lo miró indignado-. ¿Crees que soy un egoísta? Tú te has ofrecido a llevar de campamento a tus sobrinos…
Estaban un poco apretados en el sofá. Y sintiéndolo tan cerca, a Cassie le era difícil pensar en nada. Sentía hasta el latido de su corazón.
– Y como si eso no fuera suficiente, mi madre le ha comprado a Helen un ejemplar de tu libro también. Firmado -agregó, como si de algún modo ella tuviera la culpa.
– Firmé una pila de libros antes de irme de la librería, para la gente que no pudiera ir por la mañana.
– Pero Beth sabía que yo había comprado uno para Helen.
– Estoy segura de que Beth no le habría vendido un libro a tu madre sabiendo que tú habías comprado uno, Nick. Al menos sin decírselo. Quizás tu madre fue a la tienda cuando salimos a almorzar.
¿Había rechazado su invitación a almorzar por ir con Beth?, pensó él. Suponía que era mejor que haberlo rechazado por otro hombre, pero no estaba seguro.
– Es posible. El caso es que ya se lo ha dado a Helen. Así que tendré que tirar el que le he comprado yo.
Cassie pensó que podría haber tenido más tacto diciéndolo de otro modo, pero no lo hizo.
– ¡Oh! -dijo ella con solidaridad burlona-. Y todavía te queda lo de la cena para ese ligue. ¡Pobre Nick! Tienes una mala semana, realmente.
– No ha sido todo negativo. Te he conocido a ti -dijo él, levantando la copa.
Era demasiado.
– No hace falta que finjas, Nick. Lo único que te interesa de mí es que te ayude a deslumbrar a tu rubia con la receta. Bueno, en lo que a mí respecta, te diré que no te servirá de nada que intentes seducirme.
– ¿No?
Ella recordó que para él lo importante era ganar. Así que no sería buena idea desafiarlo.
– ¿Por qué dices que no?
– Yo no flirteo.
Tal vez no lo hiciera conscientemente, pensó Nick. Pero con esas pestañas lograba seducir a cualquiera.
– ¿Es mejor que me ponga de rodillas para conseguirlo? Bueno, en realidad ella le había dicho que no fingiera. Aunque en realidad no necesitaba aquel consejo, porque había algo que ella había aprendido, y era que Nick Jefferson decía siempre lo que pensaba.
El caso era que él estaba sentado a su lado y parecía haber olvidado el motivo de su desesperada llamada telefónica, pero ella no lo había olvidado. No iba a bajar la guardia por algo sin importancia, aunque su pulso comenzara a acelerarse a su lado.
– ¿Es muy importante para ti impresionar a esa mujer? -le preguntó ella para recordarle el motivo que lo había llevado a contactar con ella.
– No te pediría ayuda si no fuera muy importante. Entonces, ¿qué? ¿Quieres que me humille a tus pies?
– Puedes intentarlo -dijo Cassie. Sería gracioso verlo-. Pero después te pesaría por haberla engañado.
– ¿Por qué no dejas que sea yo quien se preocupe por eso?
Sonreía con tanta facilidad, pensó Cassie. Era cierto. No le pesaría.
– Si es tan importante para ti, Nick, tómate el día de mañana, compra un montón de pollo y practica hasta que te salga bien. No es difícil, ¡por Dios!
– ¿Si? -la miró con desconfianza-. Bueno, agradezco tu consejo, pero mañana tengo un día lleno de reuniones.
– Cancélalas.
– ¡Oh, por supuesto! -dijo irónicamente-. Enviaré una memoria, ¿te parece? Dejaré la nueva línea de ropa para golf mientras practico mi arte culinario. Eso les dará motivo de conversación en la reunión.
– Les dará la oportunidad de hablar de algo interesante hasta que aparezcas.
– Sí, estoy seguro. Venga, Cassie, sé buena. Ayúdame.
– ¿Por qué?
– Ya sabes por qué.
¡Oh, sí! Sabía por qué. ¿Qué mujer podría resistirse a un hombre que se toma la molestia de preparar una cena especialmente para ella?
– No. Es decir, ¿por qué te has metido en esto? Nadie, y menos una rubia con clase, es capaz de creer que sabes cocinar.
– Es complicado.
– No, es muy sencillo. El problema es que tú, Nick. eres un desastre.
– Si admito que soy un desastre… y lo que sea -la interrumpió él-. Si te digo que soy un desastre y que me he metido en este lío por motivos muy poco nobles, ¿te quedarías satisfecha?
Era evidente que Nick era un actor consumado, pensó ella mientras veía aquella representación de humildad. Se estaba tomando muchas molestias con ella. ¿Para qué? ¿Para seducirla? Sería mejor que lo frenase a tiempo.
– Lo siento, Nick. Tengo un problema con estas cosas. Algo que tiene que ver con ser la hija de un clérigo, supongo. Preferiría no verme involucrada -ella se apartó unos centímetros de él.
No era suficiente. Igual se sentía envuelta en el olor a ropa limpia y fragancia varonil de su camiseta.
– ¿Podrías mover el paquete de judías? Se están descongelando encima del cojín favorito de Dem.
El no se movió, siguió con la vista fija en ella y dijo:
– Eres…
– ¿Una puritana? ¡Oh, por Dios, Nick! Si quieres llevarte a la cama a una mujer con la ayuda de una buena comida, unas cuantas copas de vino y una música romántica, me parece bien. Pero no quiero tomar parte en la historia.
“Celosa”, no “puritana” había estado a punto de decir él. Se le había ocurrido de repente. y había estado a punto de decirlo en voz alta. Debía de estar perdiendo facultades. Seguramente Cassie negaría los celos con todas sus fuerzas.
Nick sonrió.
– No te estoy pidiendo que toques el violín, Cassie. Simplemente que estés allí.
– ¡Estar allí! ¡Andar por tu cocina mientras tú seduces a una mujer y la despojas de sus braguitas!
– ¡Dios mío, Cassie! ¿Por quién me tomas? ¿En una primera cita?
Ella lo miró fijamente y le dijo:
– ¿Es realmente tan importante para ti?
– Ya te lo he dicho: ganar o morir en el intento.
– Debe de ser muy hermosa
“Celosa”, pensó él.
– ¿Verónica? Sí, lo es. Y muy inteligente -él vio que sus ojos se encendían al contestarle. Estaba muy celosa. La idea le dio una cierta satisfacción.
– No debe de ser tan inteligente si piensa que eres capaz de saber cocinar.
“Verónica”, pensó Cassie. Hasta el nombre estaba lleno de glamour.
– ¿Y por qué no la seduces con flores y restaurantes caros en lugar de exponerte a que te salga mal?
Él sonrió levemente.
– Las flores y los restaurantes caros son demasiado manifiestos. ¿No crees?
– Sí. Pero bonitos, en ciertas ocasiones -agregó ella-. ¿O para ti lo más romántico es caminar bajo la lluvia por una playa desierta?
– ¿Y no lo es? -Nick reconoció que aquélla era una idea original. La tendría en cuenta para el futuro. Al fin y al cabo nunca se sabía cuándo le haría falta tener a mano una fantasía original.
– Para serte sincero, Cassie, no pude elegir. Verónica vio tu libro en mi escritorio. Como soy un hombre sincero tuve que admitir que era mío. Y entonces se invitó a cenar.
– Le podrías haber explicado.
– Sí. Pero era una buena oportunidad. Como te he dicho, es una mujer encantadora. Y hasta entonces era inaccesible prácticamente.
Cassie no podía creerlo.
– ¡Es horrible, Nick…!
– Lo sé. No creas que no he luchado con mi conciencia… -sonó el timbre de la puerta, pero no muy fuerte-. Ésa debe de ser la cena -él se levantó del sofá y fue hacia las escaleras.
– En realidad, creo que ya no tengo tanta hambre -dijo ella.
– Demasiado tarde.
– ¡Oh! Vete, Nick, y llévate tu comida china a casa -le dijo ella, irritada.
– No hablas en serio. Además, no podré comérmela toda yo solo.
– Guarda la que te sobre para Verónica. La va a necesitar -dijo Cassie.
Él se rió. Ella se inclinó hacia adelante, recogió el paquete de judías congeladas y se lo tiró.
Él lo atajó sin dificultad y lo puso en la encimera.
– Te pagaré por el tiempo que has perdido -le ofreció Nick para provocarla más.
Aquellas chispas que ella echaba cuando estaba enfadada, anunciaban fuegos artificiales cuando fuera capaz de perder el control. Y a él le encantaban los fuegos artificiales.
– No podrías pagarme dijo ella-. Y aunque pudieras, no te aceptaría el dinero.
– ¿Quién ha dicho algo de dinero? Yo no hablo de eso -el timbre volvió a sonar, aquella vez más impacientemente-. Será mejor que vaya.
– Toma la cena y vete -le gritó Cassie, pero Nick ya había subido las escaleras hacia la puerta de entrada. De todos modos, sabía que él no haría lo que ella le había dicho.
Le había dejado claro que no cejaba en el intento hasta conseguir lo que quería. Y él la quería a ella. Su ayuda, se corrigió. Nada más.