MORGAN'S Landing era asombrosamente bonito. Una suave colina cubierta de hierba bajaba hacia un lago donde había un pequeño embarcadero de madera. A poca distancia, una isla brillaba en el calor de la tarde, rodeada de montañas que parecían poder tocarse con las manos.
Cassie descubrió que sus sospechas acerca de la falta de servicios eran infundadas, puesto que había un edificio que tenía un par de duchas y baños.
– Tenemos suerte de tener este sitio para nosotros en esta época del año -dijo Nick, mirando alrededor.
– Creo que Matt lo sabía. Conoce al dueño.
– ¡Oh! Ya veo -Nick asintió-. ¿Qué pasa con el bote de goma? ¿Podemos usarlo?
– Matt lo ha alquilado pensando en que iba a venir él con los niños. Supongo que se habrá olvidado de cancelar la reserva.
– ¿Tú no navegas normalmente?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Y tú Mike?
– Yo he navegado un poco -dijo el niño, mirando el bote con interés-. Papá dijo que iba a enseñarme un poco -pateó la hierba-. Es un buen marinero. Ha ganado algunas copas incluso.
– Bueno, no creo que pueda igualarlo, pero haré lo que pueda.
– A mí me gustaría aprender, tío Nick -dijo Sadie muy interesada, lo que le valió una mirada desdeñosa por parte de Mike.
– Yo también. Yo también -gritaron los niños más pequeños, rodeándolo con excitación.
– Bueno, así dejaremos tranquila a Cassie -dijo él, pensando en que ella lo quería lejos.
Se miraron un instante por encima de las cabezas de los niños.
– Pero lo primero que tenemos que hacer es poner esta tienda de campaña y acomodar las cosas. Si todos colaboramos un poco, no tardaremos mucho.
En pocos minutos los niños estaban descargando el minibús. Mike se había unido a ellos en el entusiasmo. Cassie estaba mirando a Nick cuando éste se giró hacia ella y la miró.
– Parece que hemos encontrado el modo de que las cosas vayan mejor, ¿no?
– Sí. No sé qué habría hecho sin ti, Nick.
– Me alegro de que pienses eso -dijo él.
Ella se puso seria, como si se hubiera arrepentido de lo que acababa de decir.
¿O estaría pensando en cómo habrían sido las cosas si su marido no se hubiera muerto?
Pero el modo en que ella había respondido a él, la forma en que se había entregado a su abrazo…
Nick sonrió.
– Parece que vas a quedarte con nosotros mientras dure la guerra… -dijo ella-. Espero que no te arrepientas.
– No, en… ¡George! ¡Ésa, no! Es demasiado… -Nick vio al niño tambalearse con una caja de huevos, pero no logró llegar a tiempo-…pesada -terminó de decir Nick cuando la caja se cayó al suelo.
El niño empezó a llorar. Antes de que Cassie fuera a consolarlo, una de las niñas le había puesto el brazo en el hombro, lo había abrazado y le había empezado a ayudar a recoger las provisiones desparramadas.
Después de cuatro días de espléndido sol, el último día completo que iban a pasar allí empezó a llover durante la hora del almuerzo. Bajó notablemente la temperatura, y el lago, que hasta ese momento había sido un amable estanque en donde Nick se había pasado el tiempo enseñando a navegar a los niños, se había puesto gris.
– Podemos recoger las cosas ya -sugirió Nick, cuando estaban comiendo en una de las tiendas más grandes.
– Hasta mañana, no… -dijeron Mike y Sadie, y los más pequeños los secundaron.
– El pronóstico ha dicho que la lluvia pasará -agregó Sadie, como para convencerlos-. Lo he oído en mi radio.
– Es cierto-dijo Mike.
– ¿De verdad? -Nick miró a los dos niños-. ¿Habéis estado compartiendo los auriculares?
Mike se puso colorado y contestó:
– ¡Por supuesto que no! -miró a Sadie-. ¡Ella me lo ha dicho!
– Cassie, ¿tú qué opinas?
– Bueno, yo había planeado una especie de fiesta en el campamento. Supongo que sería una pena que nos la perdiéramos.
– Lo que tú digas -dijo Nick.
Nick se estaba comportando amablemente, con estricta cortesía, pensó Cassie. Aquello inexplicablemente la ponía triste, inexplicablemente. Cuatro días de tanta cordialidad y cortesía le estaban helando el corazón.
Pero no podía quejarse. Él había hecho mucho más de lo que ella le hubiera pedido.
Había puesto la tienda, había organizado el campamento, había solucionado el problema de las avispas, las arañas, y otros insectos sin quejarse. Había llevado a los niños a buscar leña y había mantenido encendido el fuego durante la noche cuando se reunían a beber un chocolate con leche. Había sido un tío perfecto tanto para los niños como para las niñas. Y un absoluto caballero con ella.
Ya no le había vuelto a robar besos.
Y la única vez que la había tocado había sido cuando habían caminado hasta la granja para ir a buscar huevos y leche.
Normalmente Mike y Sadie se ocupaban de esa tarea, pero la perra de la granja había tenido cachorros y entonces habían invitado a los más pequeños a ir a verlos.
En lo alto del terreno había una cerca. Nick había ayudado a los niños a saltarla, ayudándolos a trepar y bajándolos al suelo. Cuando le había tocado el turno a ella la había ayudado a no perder estabilidad al subir, y luego le había dado las manos para ayudarla a bajar. Su pie se había resentido, y había estado a punto de caerse, de no ser por los brazos de Nick, que la habían sujetado. Entonces su corazón se había acelerado al tenerlo tan cerca.
El corazón de Nick también había parecido latir más deprisa. Cuando por fin ella se había atrevido a mirarlo, había tenido la sensación de que él iba a besarla, ahí mismo, frente a los niños. Pero en cambio le había tomado el brazo y había caminado con ella por la cuesta hasta la granja.
Un perfecto caballero.
Pero a partir de entonces, ella había estado deseando no sólo los besos robados sino aquéllos que le habría dado gustosa.
Sin embargo la única señal de que él podría haber estado deseando lo mismo la había tenido en un momento dado, cuando ella, cansada de no poder dormirse, había ido hasta el lago, inmediatamente después del amanecer, y lo había visto nadando a lo lejos.
Ella debió de estar loca al aceptar quedarse después de haber tenido la oportunidad marcharse. Cuanto antes se fuera a casa y volviera a la realidad, sería mejor.
– ¿Qué vais a hacer esta tarde si sigue lloviendo? -preguntó Cassie.
– Ya pensaremos en algo -dijo Sadie, riéndose tontamente-. Venid todos a la otra tienda. Se me ha ocurrido una idea.
– ¿No se te olvida fregar los platos? -le recordó Nick.
– Déjalos marchar. Es el último día -Cassie empezó a recoger las tazas y los platos.
– También es nuestro último día. Deja eso, Cassie. Quiero hablar contigo.
– ¿Sobre qué? -ella siguió levantando la mesa.
Entonces él le puso una mano en un brazo y la miró intensamente, casi con desesperación.
– ¿De qué se trata, Nick?
– Beth me ha contado lo de tu marido -él no sabía qué le iba a decir realmente, pero tenía que decirle algo-. Me advirtió que si no iba en serio no debía intentar tener una relación contigo. Y tengo que decirte en este mismo momento que jamás he ido tan en serio en mi vida.
– ¿Y Verónica?
– ¿Verónica?
– Le vas a dar un puesto directivo. Creí que eso también era algo muy serio.
– No quería que ella…
– ¿Te pusiera en ridículo?
– ¡Dios santo! No me importa. Cuando te portas como un imbécil, debes asumir las consecuencias. Lo que a mí me importaba era tu reputación, Cassie. El puesto en el consejo de dirección se lo iban a ofrecer de todos modos. Se lo he ofrecido porque de ese modo dudaría en comentar los cotilleos con las mecanógrafas, ahora que iba a tener un puesto fijo en la empresa. Y cuando le he dicho lo del puesto de dirección, también le he dicho que quería casarme contigo. Si tú me aceptabas.
Cassie lo miró con gesto inexpresivo. Él no sabía qué podía estar pensando.
– Cassie, deja eso -le dijo-. Salgamos de aquí y vayamos a dar un paseo.
– No podemos dejar a los niños -ella empezó a recoger el resto de los platos. Pero él se inclinó y le sujetó su mano temblorosa.
– Venga. Sólo daremos una vuelta por el lago. Veremos a los niños si se acercan al agua.
– Nick, está lloviznando -dijo ella, casi con desesperación.
– Creí que estábamos de acuerdo en que un paseo al lado de la playa en un día de lluvia era lo mejor para iniciar un romance.
“¿Romance?”, pensó ella.
– No hay playa, realmente. O poca playa.
– Imagínala. Toma, ponte mi chaqueta. Así no te mojarás -él le puso la chaqueta como si estuviera vistiendo a un niño, y le subió la cremallera hasta el cuello.
– ¿Y tú?
– Sobreviviré -dijo él, mientras abría la puerta de la tienda. Luego le tomó el brazo.
– Será mejor que compruebe si… -empezó a decir Cassie tímidamente.
Entonces se oyeron risotadas desde la otra tienda.
– ¡Oh! Parecen estar pasándoselo muy bien.
– Sí, están muy bien.
Caminaron hasta el lago en silencio. Pero cuando empezó a llover y se mojaron el pelo, Cassie dijo, mirando las gotas de lluvia caer en el lago:
– Esto es una locura.
– Probablemente -los dos sabían que no estaban hablando del tiempo. Entonces Nick se volvió hacia ella y le dijo-: Esperaré, Cassie. El tiempo que necesites. Quiero que estés tan segura como yo de esto. Pero quiero que sepas que no me alejaré de ti, a no ser que tú me digas que no tengo ninguna esperanza. Y si me dices eso, no te creeré.
– ¿Crees que eres tan irresistible? -le dijo ella, con gesto altivo.
– No, Cassie. Eres tú quien se está resistiendo a mí desde que aparecí en la tienda de Beth, y creo que vas a seguir haciéndolo. Pero me parece que te está resultando más difícil de lo que quisieras. Y una o dos veces, cuando has bajado la guardia, se te han escapado tus verdaderos sentimientos. ¿Quieres hablarme de ello?
– Estoy segura de que Beth te habrá dado todos los detalles.
– Beth me ha dicho lo que ella creía que era la verdad. Que estabais muy enamorados y que aquel amor terminó en tragedia. Y que aquello te destrozó el corazón. Pero yo no me lo creo. Al menos lo del amor ideal.
Ella se giró y lo miró con temor.
– ¿Puedes mirarme a los ojos y decirme que me equivoco? -le preguntó él.
Ella abrió la boca para hablar, pero luego la cerró. Él había visto una tormenta en sus ojos. Hubiera querido decirle que no importaba todo aquello. Le daba igual lo que hubiera pasado. Pero hasta que ella no se enfrentase al pasado, no tendría un futuro. Sólo una profesión.
– ¿Cassie? -insistió suavemente.
– No, no te equivocas. Yo pensé que era un amor único e ideal. Pero me había equivocado.
Como él sabía que a ella le resultaría más fácil hablar sin mirarlo, empezó a caminar por la orilla del lago.
– Te pegó, ¿verdad?
Hubo un silencio incómodo que le indicó que estaba en lo cierto. Luego oyó la respiración entrecortada de Cassie debajo de la lluvia.
– No, no me pegó, Nick. Pero lo habría hecho si Dem no se hubiera abalanzado sobre él y le hubiera arañado el brazo. ¿Cómo lo has adivinado?
– Tú me dijiste que a Dem no le gustan los hombres. Eso me despertó la curiosidad de saber por qué. Y luego cuando te senté un poco bruscamente en el sofá, vi que el gato reaccionaba como un tigre -la miró. Cassie estaba con la cabeza bajada y el pelo mojado.
– Podría ser un gato con mal carácter simplemente.
– Podría. Pero cuando el policía te preguntó si querías ponerte en contacto con el Servicio de Violencia Doméstica, te pusiste blanca. Creo que fue por eso que el policía insistió tanto en el asunto.
– ¡Se supone que tú le tenías que estar dando un mensaje a su compañero, y no escuchando detrás de la puerta!
– Lo sé. Luego me sentí mal por hacerlo -le tomó la mano. Ella no lo rechazó-. ¿Qué es lo que marchó mal, Cassie?
– No fue nada complicado, ni que tuviera una intensidad especial. No hubo otras mujeres, ni otros hombres -agregó-. Se trató de dinero -Nick no dijo nada al oír esas palabras-. Jonathan era un jugador empedernido y se casó conmigo por mi dinero. Cuando descubrió que no tenía dinero para pagar sus deudas, se sintió acorralado -un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
Él la abrazó y ella se dejó abrazar.
– Yo me preguntaba por qué habíais tenido tanta prisa por casaros.
– Fue idea suya, por supuesto. Y yo estaba tan enamorada que no se me ocurrió cuestionar sus motivos -lo miró-. No le he contado a nadie lo que pasó, Nick, ni siquiera a mi hermana.
Nick vio un tronco en el suelo y le preguntó:
– ¿Nos sentamos?
Ella asintió.
– No se lo diré a nadie, Cassie. Puedes confiar en mí.
– ¿De verdad? -le preguntó ella, dudándolo.
Él la comprendía. Un hombre la había defraudado, y él tampoco le había demostrado ser un santo.
– Es posible que yo no sea perfecto, pero no soy un cotilla. Nada de lo que me cuentes saldrá de mí.
Ella lo miró con desconfianza aún.
– Creo que deberías contárselo a alguien.
Ella lo miró y se encogió de hombros.
– No hay nadie más aquí, así que supongo que ese alguien tienes que ser tú.
Tardó un momento en hablar.
– Él andaba detrás de la casa. Ha estado en manos de mi familia durante generaciones y cuando murieron mis padres en un accidente de autocar, quedó en manos de Lauren y mías. Mi hermana estaba casada por aquel entonces. Mike tenía uno o dos años. Joe estaba en camino y ella quería un jardín. A ella nunca le gustó vivir en la ciudad. Yo todavía estaba viviendo con mis padres, así que le pagué una renta por la mitad de la casa y empecé el negocio de las comidas con el dinero que nos dio el seguro por el accidente -suspiró-. Supongo que Jonathan debió de enterarse de la indemnización por el accidente en el diario local y pensó que yo sería fácil de engañar. Luego descubrió que yo estaba viviendo en la valiosa casa, y decidió jugárselo todo a una sola carta. Como te he dicho, era jugador.
– ¿Cómo te conoció?
– En una comida. Me dijo que era un comerciante de caballos de carrera, dijo los nombres de algunas personas de aquel mundillo, y con su encanto y entusiasmo logró lo demás. Ahora que lo pienso, era demasiado bueno para ser real. Nadie es tan perfecto. Tenía que ser una farsa.
– Al parecer, engañó a todo el mundo. ¿Qué pasó con su familia?
– Vivían fuera del país, en Sudáfrica. Me prometió que iríamos a verla en una larga luna de miel, cuando no estuviera tan ocupado. Eso al menos fue verdad. Recibí una carta encantadora de su madre cuando él murió, agradeciéndome haberlo hecho tan feliz en sus últimas semanas de vida, e invitándome a visitarlos.
– ¿No sabían ellos cómo era Jonathan?
– Tal vez, sí. Tal vez estuvieran fingiendo no saberlo, como yo frente a ellos -lo miró. Tenía los ojos llenos de lluvia o lágrimas, el pelo pegado a la frente-. Lo primero que me alertó de que algo iba mal fue una llamada del banco para preguntarme si yo quería un crédito para cubrir el saldo deudor de mi cuenta. Hasta ese momento yo no sabía que tenía un descubierto en el banco. Pero él había sacado todo el dinero de mi cuenta del banco, de nuestra cuenta. Yo había puesto la cuenta a nombre de los dos al casarnos. Claro que él tuvo una excusa muy verosímil para justificarlo, diciéndome que lo había hecho para cubrir el coste de la compra de un caballo hasta que pudiera cobrar el cheque del nuevo dueño. Pero cuando llamé al banco para arreglar las cosas con ellos, descubrí que había sacado el título de propiedad de la casa de la caja fuerte.
– Pero no podía vender la casa sin que te enterases.
– No podía venderla. Pero necesitaba las escrituras para cubrir una deuda con un corredor de apuestas profesional. Entonces fue cuando su farsa llegó a su fin. Estaba esperando que llegase a casa para acusarlo por lo que había hecho, pero él no esperó a que sucediera eso. El corredor de apuestas le había dicho que no alcanzaba con las escrituras. Quería su dinero.
– ¿Y qué pasó con las escrituras?
– Está en manos de un administrador a nuestro nombre. Si quisiéramos venderla, tendríamos que ponernos de acuerdo todos, Lauren, los fideicomisarios y yo.
“Entonces Jonathan le había dicho la verdad. Que no tenía trabajo, que jugaba y que a veces perdía. Le había dicho que ella no le importaba en absoluto, que su intenso romance había sido provocado por su urgente necesidad de dinero. Y más concretamente por su casa, que usaría como garantía para cubrir una deuda. Si ella no convencía a su hermana y a los fideicomisarios de que debían vender la casa, él iría a prisión.
– ¿Y tú dijiste que no?
– Fue como una revelación para mí. Empecé a ver quién era en realidad: un desgraciado envuelto en un hermoso cuerpo y descubrí que el amor a primera vista podía ser un engaño. No me fue difícil decir que no.
Así había sido como Doctor Jekyll se había convertido en Mister Hyde, y éste le habría pegado, de no ser por Dem, que al verlo levantar el brazo se le había tirado y lo había arañado. Jonathan había tirado al gato al medio de la habitación y se había marchado. Dos días más tarde la policía había llamado para decirle que había tenido un accidente contra un puente de una autopista de Yorkshire.
– ¿Fue un suicidio?
– No lo sé. El veredicto fue muerte accidental, pero el día de su funeral, echaron las escrituras en el buzón en un sobre marrón. A veces me pregunto si decidieron usarlo como ejemplo para otros como él.
Nick dijo algo breve.
– No me extraña que tu familia haya temido por tu salud mental.
– ¿Es cierto eso?
– Beth me dijo que lo único que había impedido que te volvieras loca había sido tu trabajo.
– La herencia de Jonathan fueron un montón de deudas, Nick. Las deudas por juego mueren con el jugador, pero las compañías de tarjetas de crédito no se guían por el mismo principio. No trabajé duro para olvidar. Trabajé duro para no hundirme hasta el cuello.
– Ahora comprendo por qué te cuesta tanto confiar en alguien nuevamente.
– ¿Realmente crees que ése es el problema? ¿No te das cuenta, Nick? Yo creí que estaba enamorada de Jonathan. Me casé con él, ¡Por el amor de Dios! Pero si de verdad hubiera estado enamorada de él, me habría quedado a su lado, habría hecho cualquier cosa para ayudarlo. No soy particularmente inteligente, pero es lo que hacen las mujeres enamoradas. Pero yo no quería seguir a su lado. Yo sólo quería que él saliera de mi vida.
– Eso es un sentimiento de culpa.
– Es posible. Yo no le deseaba la muerte, sólo que se marchase, pero no lo lamenté… sólo sentí alivio.
– No debes ser tan dura contigo misma. Él no tuvo ningún reparo en destruirte. Y si dejas que él te arrebate la posibilidad de una vida feliz, en cierto modo ha podido contigo.
– Él no me arrebata nada -era cierto. Se acababa de dar cuenta-. Yo lo he estado culpando por ello todo el tiempo, diciéndome que no podría volver a confiar en un hombre, pero no es cierto -se tocó las mejillas-. ¡Oh! ¿Cómo he podido ser tan tonta? El motivo por el que no puedo tener otra relación es porque tengo miedo a volver a equivocarme. Yo creía que estaba enamorada… -lo miró a los ojos-. ¿Lo comprendes? No podría volver a creer en mi juicio.
– No volverás a cometer el mismo error dos veces.
– ¿Estás seguro? ¿Realmente quieres arriesgarte conmigo?
El extendió la mano y le tocó la mejilla.
– Ahora mismo asumo ese riesgo, Cassie. Pero yo no soy quien necesita que lo convenzan.
– No creo que pueda estar segura nunca…
– Sí. Un día cualquiera. Ya te darás cuenta -él se puso de pie, le tomó la mano y tiró de ella hacia él-. Ven. Será mejor que vayamos a ver qué están haciendo los niños.
– ¿Cassie? ¿Cassie? -Era la voz de Bethan. Llevaba dormida unos segundos, o eso fue lo que le pareció a ella.
Abrió un ojo.
– ¿Ha vuelto Sadie?
– ¿Sadie? -repitió ella atontada-. ¿Ha ido al servicio? Pensó que la niña se estaba haciendo más valiente, si había sido capaz de atravesar el campo en la oscuridad. Cassie se sentó, completamente despierta ya, y buscó la linterna.
– ¿Quieres ir tú, cariño? Espera que encuentre mi chaqueta.
– Sadie no ha ido al servicio, Cassie. Se ha ido a alguna parte con Mike, se lo he oído decir…
Las tres de la madrugada no era la mejor hora para pensar con claridad, pero la preocupación en la voz de la criatura la despertó como una ducha de agua fría.
Alumbró un instante los sacos de dormir, y confirmó sus temores. Sadie se había ido con su saco de dormir.
– Quédate ahí, Bethan.
Abrió la tienda. No estaba lloviendo exactamente, pero estaba muy húmedo, como si lloviznase casi imperceptiblemente.
Corrió hasta la otra tienda, la abrió e iluminó a los ocupantes. Eran sólo tres. No estaba Mike.
– ¡Nick! -susurró ansiosa.
Este se puso la mano en los ojos para no deslumbrarse con la luz de la linterna.
– ¿Qué diablos…? -exclamó Nick, sobresaltado.
– Se trata de Mike y Sadie. No están en las tiendas.