Capítulo Nueve

Cuando Winona oyó que llamaban a la puerta tragó saliva con dificultad, y seguidamente se apresuró a contestar. Eran casi las seis, de modo que sabía que era Justin. Había pasado todo el día muy emocionada, deseando volver a verlo… y aún quería verlo, pero las circunstancias habían cambiado.

Abrió la puerta con Angela en brazos.

La niña estaba lista para salir a cenar, con un conjunto de color rosa pálido muy mono y zapatos de cuero rosa del mismo color. Se habría ganado el corazón de cualquiera, de no haber estado berreando como una posesa.

– Maldita sea, Justin, me temo que… -empezó a decir Winona.

– ¿Eh? -se llevó la mano a la oreja para oír mejor.

– No creo que podamos salir a cenar -gritó.

– Sí, parece que vamos a tener que poner en práctica el plan B -entró, cerró la puerta para que no entrara el frío, se quitó la cazadora y le pidió con gestos que le pasara a la niña.

– Está insoportable.

– Pues que llore conmigo, ¿verdad? Me parece que no estamos de muy buen humor, ¿eh?

– No tiene hambre, ni sueño, ni nada. No sé qué le pasa.

– Bueno, bueno, no te metas con mi segunda chica favorita -le dio primero un beso a Win en la punta de la nariz y después levantó al bebé en brazos; sorprendida, Angela dejó de llorar un momento y lo miró-. Soy el hombre más guapo que has visto en todo el día, ¿verdad?

Winona quería que le diera otro beso. Uno más apasionado y romántico que un simple beso en la nariz. Pero Angela parecía estar muy pensativa mirando a aquel apuesto hombre de ojos soñadores que acababa de aparecer. Entonces decidió. Primero sollozó desconsoladamente y seguidamente dio un grito que debió de oírse en todo el vecindario.

– De acuerdo -dijo Justin-. Ponte el abrigo y ponle el suyo al bebé.

– Justin, no podemos llevárnosla así a ningún sitio.

En el coche, la niña se tranquilizó un poco, y solo protestó una vez mientras Justin cruzaba su casa con ella en brazos.

– Me figuré que tal vez estaríamos mejor en mi casa porque no tendríamos que preocuparnos por la cena. Myrt ha preparado algo y lo ha dejado en el frigorífico. Creo que es carne asada. Mientras cenamos, quiero hablar contigo de unas cuantas cosas.

Winona no tenía idea de cómo lo hacía. En cinco minutos le había quitado la cazadora, ordenado que se quitara los zapatos y servido un vaso de vino dulce. Lo que le sorprendía era cómo conseguía hacerlo todo con Angela en brazos. Y el bebé había dejado de llorar.

– De verdad, Win, no me importa la casa en la que decidamos vivir. Si quieres quedarte en tu casa, me parece bien. Pero aquí tengo muchísimo espacio. Y Myrt ya está instalada.

Cuando entraron en la cocina intentó dejar a Angela en su carro. Ella soltó un chillido furioso, y Justin la levantó de nuevo.

Empezó a hablar de trasformar su estudio en un cuarto para el bebé, y de todas las cosas que necesitaban comprar; de que iba a dejar el Porsche y a comprarse un coche familiar, donde hubiera sitio suficiente para el bebé y para la compra. Cuando el teléfono sonó de repente, Justin fue a contestarlo con Angela en brazos.

En la cocina sacó el pan, una lechuga de la nevera, untó mostaza en el pan y preparó unos sándwiches de carne asada, y todo ello sin soltar a Angela. Le echó una mirada al bebé, como si estuviera debatiéndose entre si merecía siquiera la pena intentar comer sin ella en brazos, pero entonces empezó a comer con una mano.

Antes de que terminara la cena, Winona estaba totalmente enamorada de él.

Sí, antes había sentido deseo; y por muy fuerte este que hubiera sido, aquel era un sentimiento de otra índole. Estaba viendo a Justin en su papel de padre, viendo su paciencia, su delicadeza, su entrega sin que ni siquiera él se diera cuenta.

– ¿Justin?

– ¿Qué?

– Estás haciendo todos esos planes de boda y de vida juntos tan deprisa que me estás asustando. Has pensado ya tantas cosas, como si estuvieras tan seguro…

– Estoy seguro, Win. Nos va a encantar estar casados, de modo que cuanto antes lo hagamos, mejor. Si no resolvemos de antemano todos los detalles, ¿qué importa? Haremos las cosas poco a poco.

El bebé miró a Winona e hizo una pedorreta con la boca. Estaba claro que pensaba lo mismo que Justin.

– Si no te importa que cambie de tema un momento, solo quería decirte que… si te parece bien, en cuanto Angela se duerma, voy a tirarme encima de ti.

Con suavidad, Justin agarró al bebé de la barbilla.

– Bueno, ya has oído. ¿Cómo te puedo hacer chantaje para que te vayas a la cama?

Winona se echó a reír, pero sabía que a Angela no se le podía meter prisa.

– Tengo una idea -dijo de repente Justin.

– Las ideas no nos valen. Necesitamos un milagro -comentó Winona en tono irónico.

Pero parecía que Justin también era capaz de hacerlos. Empezó a llenar la bañera de hidromasaje del cuarto de baño de mármol y cobalto de la planta baja. Mientras Winona desnudaba al bebé en el cálido y húmedo ambiente del baño, él fue a buscar velas, las encendió y escogió un disco compacto de preciosas canciones de amor.

– ¿Ves qué rápido he conseguido que tu mamá se desnude? Y tú que pensabas que no era muy listo, ¿verdad?

Era un ambiente muy romántico para dos amantes, no para darle un baño a un bebé. Los chorros de agua caliente, los aromas de las velas perfumadas, las luces parpadeantes, las anhelantes canciones de amor. La oscuridad y la desnudez y los ojos misteriosos de Justin, mirándola desde el otro lado de la bañera mientras le acariciaba los dedos de los pies con los suyos.

El bebé gorjeaba y reía a carcajadas, bien en brazos de Justin o de ella. Y mientras la niña les hacía reír con sus monerías, Winona sintió que el deseo nacía entre ellos. También notó que Justin se relajaba, al igual que Angela. Que se dejaba llevar.

Posiblemente porque a ella siempre le había costado mucho dejarse llevar, reconocía lo mucho que controlaba Justin sus emociones. En su trabajo se entregaba al máximo. Pero lo que necesitaba y deseaba en su vida personal raramente lo demostraba delante de los demás, incluida ella… Especialmente desde que había vuelto de Bosnia.

Viendo al bebé intentando agarrarle la nariz, escuchando la risa relajada de Justin, Winona se enamoró de nuevo. Profundamente, irremediablemente.

Se levantó bruscamente de la bañera.

– ¿Has visto qué paisaje, Angela? -la provocó Justin-. Tu mamá está intentando volverme loco. Y lo está haciendo muy bien.

– No podemos quedarnos aquí toda la noche.

– ¿Por qué? Ella está a gusto.

– Porque se va a quedar hecha una pasa, tonto. Pero estaros ahí un par de minutos más mientras yo voy a calentarle un biberón y le preparo un sitio donde dormir, ¿de acuerdo?

Para cuando volvió al cuarto de baño, la señorita «Pasa» estaba fuera del agua y envuelta en una gruesa toalla de rizo americano, riéndose a carcajadas mientras Justin le hacía cosquillas.

– Ssss. Se supone que la vamos a echar a dormir dentro de un rato.

– No quiere dormir. Le gusta estar desnuda. ¿Sabes a quién creo que se parece?

– A ti. Desde luego -murmuró Winona.

– Yo estaba pensando en ti. Y pensar que te acabas de pasear por mi casa así, y que yo no podía hacer nada…

Entonces, el bebé bostezó. Winona le puso un pañal y el pijama de terciopelo, y cuando tomó a la niña en brazos se le escapó otro bostezo. Mientras se agarraba a la tetina del biberón, a Angela ya se le empezaron a cerrar las pestañas.

Winona no dejaba de pensar que tal vez estuviera loca, porque la luz de las velas y la música no la habían emocionado tanto como ver a Justin en su papel de papá.

Y mientras daba de comer a la niña, se quedó callada. Tan callada que Justin se dio cuenta. Winona sintió la mirada de él mientras intentaba que la niña se terminara el biberón sin quedarse totalmente dormida.

Finalmente, incorporó a la pequeña, un peso muerto que olía a leche y a polvos de talco, para que eructara antes de acostarla… Y siguió sintiendo la mirada de Justin todo el tiempo.

– Ya ha caído del todo -susurró-. Le he preparado una cama en la sala. Ahora mismo vuelvo.

Una vez acostado al bebé, Winona se dio cuenta de pronto que había estado paseándose por la casa medio desnuda delante de Justin. Y lo que hasta ese momento le había parecido natural, entonces le pareció… distinto. No era lo mismo sin estar el bebé con ellos.

Lo cierto era que solo habían sido amantes una noche, y de pronto a Winona le dio un ataque de nervios. Técnicamente, aquello era lo que ambos habían deseado, que el bebé se durmiera y poder tener la noche para ellos solos. Pero allí estaba ella en el pasillo fuera del baño, temblando como una hoja. ¿Qué hacer? Seguramente, Justin ya estaba harto de estar en el agua. ¿Debería ir a vestirse? Y de pronto oyó su voz, como si él hubiera sentido su nerviosismo.

– ¿Win? Ven aquí.

Winona entró en el cuarto de baño de puntillas y allí estaba él, esperándola en la bañera, mirándola con aquellos ojos de mirada sensual y soñadora.

– Sí, lo sé -dijo con delicadeza-. Sé que llevamos aquí un montón de rato. Y lo que los dos necesitamos es dormir y punto, ¿verdad?

– Sí…

– ¿Pero qué te parece si te metes un momento y te froto la espalda?

Winona se metió rápidamente en la bañera, y Justin sonrió.

Mientras él empezaba a darle un masaje en el cuello, Winona sintió que los párpados le pesaban una tonelada cada uno. Justin siguió dándole masajes hasta que le quitó la tensión de los hombros, pero entonces Winona le oyó que decía en voz baja:

– ¿En qué estabas pensando antes, Win?

Había estado pensando que finalmente creía que Justin quería casarse con ella de verdad. En que no era un sueño, sino realidad. Todos sus planes para montar la habitación del bebé se lo habían demostrado. Su modo de tratar a Angela era otra prueba de que sentía algo muy fuerte hacia la niña y de que ya disfrutaba en su papel de papá. Pero era en la relación entre ellos donde Winona seguía dudando. Se conocían desde hacía tanto tiempo… pero hasta que Angela había llegado accidentalmente a su vida, Winona no se había dado cuenta de que Justin sentía algo por ella.

En ese momento se preguntó cómo había podido engañarla durante tanto tiempo.

Y cómo se había podido engañar a sí misma.

Cerró los ojos, esforzándose por mostrar una sinceridad que no había mostrado con él hasta ese momento.

– Estaba pensando… bueno, apenas recuerdo a mi madre. Pero me acuerdo de la mañana en la que se marchó. Yo era muy pequeña; pero supe que estaba sola. Recordé sentirme abandonada, y que debía de tener algo muy malo para que ella se marchara así sin más. Y a pesar de lo mucho que he deseado un hijo, Justin, creo que siempre tuve miedo de no saber ser madre.

Winona vio que Justin estaba deseoso de decirle un montón de cosas, pero en lugar de eso se limitó a escuchar.

– ¿Y…?

– Y ahora te he visto cómo juegas con Angela. Como estás con ella. He visto la satisfacción en tu mirada.

– Bueno, no es nada sorprendente. La niña es una maravilla.

Winona sonrió.

– Yo también pienso lo mismo. Eso es exactamente lo que siento con ella. Alegría, fascinación. Tengo dentro un amor muy grande hacia ella, y cuando pienso en la relación tan especial que tenemos sé que seré una buena madre. Lo sé.

– Win, no puedo creer que hayas ni siquiera dudado de ello.

– Sí, he dudado. Es difícil de explicar, pero dudaba… de poder dejarme llevar. Cuando era niña lo pasé muy mal. Creo que siempre estuve convencida de que la partida de mi madre tenía que haber sido culpa mía. Y tenía miedo de que ese fallo mío pudiera afectarme a la hora de ser madre.

– Winona. Serás la mejor madre a este lado del Atlántico. Ya lo eres. Vaya, no tenía ni idea de que estuvieras preocupada por eso… -vaciló-. Cuando te quedaste tan callada, pensé que habías encontrado algo en la investigación de la madre de Angela, y que aún no me lo habías contado.

– Todos los días averiguo algo. Pero nada que me haya ayudado a localizar a la madre de Angela, al menos de momento.

– ¿Entonces… aún te preocupa que no vayas a poder quedarte con ella?

– Sí, eso me preocupa. Y mucho. Y voy a seguir preocupándome por eso hasta que sepa con seguridad qué le va a pasar. No puedo evitarlo. Igual que no puedo evitar esperar que Angela acabe siendo mía. Nuestra -se volvió para mirarlo-. Pero esa no es la razón por la que he aceptado tu proposición.

– ¿Aceptar…?

– Nunca te he dado una contestación clara, ¿no? Quiero decir… has estado haciendo planes de boda y para que vivamos juntos a la velocidad del rayo. Y sé que ambos hemos utilizado la palabra «matrimonio». Especialmente tú. Pero yo nunca me he adelantado y he reconocido estar enamorada de ti. Enamorada de verdad. Enamorada de pies a cabeza…

No tuvo oportunidad de terminar la frase porque él empezó a besarla. Winona había estado esperando aquello toda la noche. Toda la noche él la había seducido con las velas, el sonido de los saxofones y su modo de tratar al bebé.

Ella emitió un suave gemido de deseo que él se bebió mientras la besaba pausadamente. Su piel caliente y resbaladiza se deslizó sobre la suya. El vello de su pecho le hacía cosquillas, los hombros se erguían por encima del agua brillando como el oro negro. Sus piernas largas y fuertes acariciaban las suyas, más pequeñas y delgadas. Antes de que pudiera recuperarse del beso, estaba dentro de ella, y se colocó las piernas de Winona alrededor de su cintura antes de que ella tuviera tiempo de considerar la posibilidad de todo aquello.

– Nos vamos a ahogar -dijo ella.

– Yo ya me estoy ahogando -dijo él, y se zambulló en su boca para seguir besándola.

Extendió las manos sobre su trasero, apretándolos más el uno contra el otro. En su interior, Winona sintió aquel pulso caliente y secreto latiendo entre los dos.

– No tengo protección -Justin recordó de repente.

– Bien -dijo Winona.

– Si crees que me importa que hagamos un bebé, estás equivocada, Win. Espero que tengamos media docena. Y te lo aviso, mi plan para el resto de la velada es amarte hasta el amanecer.

– Bien -repitió ella.

– Serán dos noches sin dormir, y mañana estaremos los dos para recoger con pala.

– Bien -volvió a decir.

– Si crees que…

Dios Santo, ¿cómo podía hablar tanto aquel hombre? Ella le agarró la cara con las dos manos y se arrimó más a él. Entonces flexionó las rodillas para abrazarlo mejor con las piernas. Él no volvió a hablar después de eso, ni ella tampoco, pero lo cierto fue que pusieron el baño perdido de agua.

Esa noche, Winona perdió todas sus inhibiciones. Las buenas. Las importantes. Las inhibiciones que llevaba toda la vida alimentando, porque había estado segura de que las necesitaría para sobrevivir. Pero con él todo era distinto. Con él, se sintió tan abandonada como jamás habría imaginado…

Pero del modo más maravilloso de todos.

– Te amo, Winona Raye -le susurró mientras alcanzaban juntos el clímax.

Al día siguiente, mientras Winona iba a comer con Angela sentada en la silla del coche a su lado, de pronto se echó a reír en voz alta. Se había pasado toda la mañana rememorando los momentos de la noche anterior, y sonriendo todo el tiempo… Pero en esa ocasión estaba riendo por otra razón.

La noche anterior le había dicho por fin que sí. En realidad, Winona recordó de pronto las veces que le había sugerido a Justin que fijaran fecha para la boda. Solo que él no lo había hecho.

Winona se metió en un espacio en el aparcamiento del Restaurante Royal, agarró la bolsa de Angela y sacó a la niña del coche.

– Conoces este sitio, ¿verdad, mi niña? Y hoy vamos a ver a una amiga.

Nada más entrar en el restaurante vieron a Pamela Miles sentada en una de las mesas delanteras.

– Caramba, no era mi intención llegar tarde, Pam. Espero que no lleves mucho esperando…

– En absoluto. Solo llevo aquí unos minutos. ¿Y a quién tenemos aquí?

Winona sonrió mientras Pamela le hacía carantoñas a Angela, que no hacía más que intentar llamar la atención moviendo las piernas en el aire y haciendo pompas con la boca.

Sheila se acercó mascando chicle con el bloc de notas en la mano.

– Eh, Pam, se te están empezando a quitar los cardenales, ¿eh? Tienes mucho mejor aspecto, cielo.

– Estoy bien, solo que he perdido el apetito.

Winona le echó una mirada a la profesora de secundaria. Por un momento había olvidado que Pamela había esperado ocupar un puesto de profesora en Asterland durante el primer trimestre del curso y que había estado en el avión siniestrado.

– ¿Te sientes bien? -le preguntó.

– Bien. De verdad, comparada con algunas otras personas, no me ha pasado nada. Solo algunas contusiones. Aunque tengo que reconocer que los dos primeros días después del accidente me sentí bastante mal. Fue una experiencia horrible. Todavía sigo sin poder comer demasiado.

– Supongo que ya no irás a marcharte a Asterland a dar clase.

– No. Me encantaría, pero tendrá que ser en otra ocasión. No podían guardarme la plaza y tener a los niños sin profesor, claro está, y después del accidente no estuve segura del tiempo que tardaría en marcharme a Asterland y empezar a trabajar. Lo más lógico por ambas partes fue cancelarlo. De modo que de repente tengo un poco de tiempo libre. No me vendrá mal relajarme hasta el trimestre próximo; pero por favor, Winona, no quiero hacerte perder tu hora de la comida solo contándote cosas mías. Me dijiste que tenías que hablarme muy en serio sobre algo.

– Sí -contestó Winona, pero entonces vaciló.

Las dos mujeres se conocían a través de sus respectivos trabajos. En algunas ocasiones, Pamela le había pedido que fuera a hablar con sus alumnos y ella se había sentido encantada de tener la oportunidad. Con anterioridad a eso, lo único que Winona había oído era que la madre de Pamela tenía mala fama en la ciudad; lo cual resultaba siempre una sorpresa para cualquiera que conociera a Pam. Vestía con sencillez y recato, llevaba el pelo corto y no se preocupaba de maquillarse demasiado. Se notaba que disfrutaba cuando estaba con niños, y a Winona siempre le había caído bien y la consideraba una persona tranquila y auténtica. Pero no sabía cómo abordar aquel tema, aunque tendría que empezar de algún modo.

– Supongo que habrás oído rumores sobre Angela. Alguien la abandonó a mi puerta hace un par de semanas. Desde entonces he estado intentando averiguar quién es la madre.

– Sí, lo he oído. La ciudad entera está encantada de verte haciendo tu trabajo de policía con el bebé a todas partes.

Winona asintió.

– Sé que trabajas con los niños pequeños más que con los adolescentes. Pero la verdad es que me está costando dar con la madre de Angela. No estoy segura de que su madre sea una adolescente, pero tiene que ser alguien de la ciudad, porque la nota que dejó con el bebé iba dirigida a mí específicamente. Así que esperaba…

– ¿Esperabas que yo supiera algo?

– Sí. Supuse que habría una posibilidad muy remota de que tú lo supieras, pero lo he intentado por todas las vías normales y no he conseguido nada. Todo el mundo dice que los niños de todas las edades te hablan y confían en ti. Esperaba que tal vez habrías oído algo sobre alguna chica con problemas…

– Bueno, sí, la verdad es que hay alguien -Pamela tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Estoy intentando recordar el nombre de la mujer. Estuvo en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas de hace un mes; alguien dijo que había perdido al bebé que esperaba antes de Navidad, pero en ese momento me pareció muy raro. Ya sabes cómo son las cosas en Royal. La ciudad se hubiera echado a la calle a acompañarla en el funeral, a apoyarla por una pérdida tan grande. Solo que no hubo ningún funeral… -Pamela sacudió la cabeza-. Esto es una locura. La verdad es que no sé nada. Eso solo fue un vago rumor que me contaron en ese momento, y a decir verdad, en esa fiesta yo estaba concentrada en otra cosa…

– Ya… -como Angela empezó a lloriquear, Winona levantó en brazos y le dio un biberón, pero al mirar a Pamela le echó una sonrisa de complicidad-. Te vi bailando con Aaron Black, chica.

Pamela se puso colorada.

– Me sentí como Cenicienta en la fiesta de palacio; y, créeme, a mí no me van los cuentos de hadas, y tampoco soy una persona a la que le apasionen las fiestas. La única razón por la que fui a esa fiesta fue porque iba a enseñar en Asterland, y pensé que sería una buena oportunidad para conocer a más gente de Asterland allí… Pero yo no pertenezco a ese grupo.

Winona sintió la inseguridad de su amiga.

– Eh, ¿qué quieres decir con eso?

– Vamos. Ya conoces a Aaron; parece un príncipe sacado de un cuento de hadas. Alto, elegante y guapo…

– Bueno sí, es un hombre guapo.

Solo que a Winona ya no le interesaba ningún hombre excepto Justin.

– Mmm. Yo también te vi en la fiesta. Solo tenías ojos para el doctor Webb.

A Winona le asombró tanto el comentario de Pamela que estuvo a punto de dejar caer el biberón al suelo.

Tal vez siempre hubiera sentido amor hacia Justin, y tal vez a él le hubiera pasado lo mismo. Pero sin embargo, algo lo había empujado a pedirle que se casara con ella. Y de pronto sintió la ansiedad golpeándole las venas. Todo había ido muy bien, pero Winona no había conseguido desembarazarse del todo de cierta sensación de angustia. Había algo en la vida de Justin que no iba bien, algo que no había compartido con ella.

– De acuerdo, dejaré de tomarte el pelo -dijo Pamela-. Si no quieres hablar de tu apuesto doctor, no te presionaré. Y te prometo que me mantendré alerta por si oigo algo sobre la madre de Angela -señaló el bebé y vaciló-. Quieres quedártela, ¿verdad? -le preguntó en voz baja.

– Sí -Winona sintió que le quemaban los ojos-. Ya me parece como si fuera mía. Pero lo importante es averiguar qué pasó. La verdad.

– Lo siento, tengo que marcharme.

– ¿Pasa algo?

– No, no, solo es que desde el accidente nada parece sentarme bien. Tal vez sea algo de estrés postraumático o alguna tontería de esas. Solo han pasado un par de semanas. Supongo que esperaré un poco más antes de tirar la toalla e ir a ver a un médico. Bueno… -se puso de pie, le dio un apretón a Winona en la mano y un beso en la frente al bebé.

Winona levantó al bebé para que eructara mientras sonreía mientras Pamela se marchaba del local… Pero la sonrisa se borró enseguida de su rostro y apretó a Angela contra su pecho.

No podía desembarazarse de la sensación de que algo que ella no entendía aún estaba importunando a Justin. Antes no había importado. Antes no había sido asunto suyo, ni había tenido derecho a saber ni a querer ofrecer su ayuda.

Pero ya sí.

Estaba arriesgando sus sentimientos, de un modo que no había hecho antes, por un hombre que se lo merecía. Pero por un hombre del que ya no estaba segura si la necesitaba y deseaba de verdad o no.

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