Capítulo Ocho

Winona tuvo ganas de sacudir la cabeza con fuerza, como para asegurarse de que lo había oído bien.

– ¿Confías en mí?

Justin, que había estado paseando delante de la chimenea, se detuvo bruscamente.

– Por supuesto que confío en ti. ¿Por qué me preguntas eso? -vaciló-. Lo único que me preocupa es implicarte en esto, Win. No es justo. No hay razón para que te sientas obligada a ayudar al Club. En ese momento lo importante era pensar en alguien de cuya integridad y buen juicio no dudara; y los demás también opinaron lo mismo. Sencillamente, nos pareciste la persona perfecta a quien acudir.

Dejó de hablar bruscamente, como distraído por los repentinos movimientos de Winona, que se dirigía directamente hacia él.

Winona sintió un nudo en la garganta. Siempre había tenido cuidado de no reaccionar impulsivamente. Ella no podía olvidar del todo que había sido una niña abandonada. Siempre había sentido que tenía que tener cuidado para granjearse la confianza de los demás. Y así lo había hecho.

Con el tiempo, Winona había aprendido a valorarse a sí misma. Sabía que era respetada y querida en la comunidad, y que ella se había ganado ese respeto. Pero no se había dado cuenta de que tuviera la confianza de Justin.

De alguien que ella valoraba.

De alguien que amaba; por mucho miedo que le hubiera dado que esa palabra aflorara a su consciencia.

Y eso le importó más de lo que le había importado nada. Y cuando se lanzó a los brazos de Justin, él le respondió sorprendido. Probablemente no había anticipado que se echaría a sus brazos con tanto ímpetu, ni que sus labios temblorosos se unirían a los de él.

Pero no podría haberle llevado menos tiempo darse cuenta. Enseguida, sus brazos la sujetaron sin despegar los labios de los suyos. El fuego ardía suavemente detrás de ellos, las sombras susurraban en las paredes. La noche pareció rodearlos de un silencio íntimo, especial.

Justin la besó, y volvió a besarla, como si hubieran pasado años desde la última vez. Como si su sabor fuera lo único que necesitara para sobrevivir.

Pero en el caso de ella, no era lo único que necesitaba. Precisaba mucho más. Y así, sus manos empezaron a acariciarlo, a tocarlo, a agarrarlo. Echó la cabeza hacia atrás, deleitándose con el beso de Justin, y seguidamente se dispuso a besarlo ella también.

Llevaba unos pantalones tejanos y una camisa de pana, pero no le duraron mucho tiempo encima. Tiró de la camiseta de Justin con frenesí, buscando terreno que explorar. Después de quitarle la camiseta, Justin empezó a desabotonarle a ella la blusa con movimientos pausados y sensuales, mientras iniciaba un camino de ardientes besos desde el mentón hasta el nacimiento de sus pechos. Y entonces, sus manos grandes y suaves la agarraron de la cintura. Inclinó la cabeza y empezó a juguetear con la lengua, esa vez a lo largo del borde del sujetador.

Winona aspiró con fuerza, buscando el oxígeno que parecía faltarle de repente. En pocos segundos le quitó la camisa y encontró el broche del sujetador; entonces, sus pechos cayeron sobre sus manos y Justin se volvió a inclinar para atrapar uno de sus pezones con suavidad entre los dientes.

Ella había desencadenado aquella explosión, la había deseado. Pero cuando Justin se incorporó de nuevo para besarla ardientemente, explorándole con la lengua todos los rincones secretos, Winona se quedó temblando como una hoja. Justin lo sintió, levantó la cabeza y estudió sus facciones.

– Win, no vamos a hacer nada que tú no quieras.

– Lo deseo. Te deseo, Justin.

Justin vaciló.

– Necesito que estés segura de que quieres esto. Sí, lo dejaré si tú lo dices, pero me voy a quedar muy mal si seguimos adelante y no es esto lo que en realidad quieres. No pasa nada. Decidas lo que decidas, no pasa nada.

– Tal vez no me lo esperara. Pero sé exactamente lo que quiero. Y es a ti -le agarró la cara con las dos manos y lo besó de nuevo, esa vez con suavidad-. Por favor…

– Bueno, entonces prepárate.

– ¿Eso es una promesa o una advertencia?

– Una promesa -respondió en tono sensual, y terminó de quitarse la camisa-. Y yo siempre cumplo mis promesas, Win.

Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda; una sensación que la enervaba y avergonzaba al mismo tiempo. Justin empezó a besarla mientras la empujaba suavemente hacia atrás, hasta el oscuro pasillo.

– ¿Adonde vamos?

– Creo que hacer el amor contigo delante de la chimenea sería maravilloso… en otra ocasión. Pero la primera vez quiero hacerlo contigo sobre un buen colchón.

– Mmm…

Tenía miedo, pero lo deseaba con todas sus fuerzas. Tenía miedo de algo que no podía nombrar, de lo que no estaba segura. Pero cuando lo besaba el miedo cedía. Y cuando empezó a besarlo con pasión, entregándose por entero a él, el miedo se trasformó en algo tan divertido que pensó que no quería que la abandonara jamás.

Rozó con el hombro la pared, y seguidamente el marco de una puerta. No pudo reconocer ninguna forma de aquella habitación, no solo porque nunca hubiera estado allí, sino porque él no encendió ninguna luz. Le dio la sensación de estar en un lugar espacioso, con una ventana entreabierta por donde entraba frío. Percibió el olor a sándalo y a cuero. En la oscuridad distinguió el brillo del metal de la cama con dosel y el de un espejo sobre un escritorio cuando las sombras de sus cuerpos se reflejaron al pasar.

Abrió un cajón y sacó algo de dentro.

– Me encantaría tener bebés contigo, media docena, pero esta noche no quiero que nadie más comparta esta cama con nosotros. No quiero que pienses en nada, excepto en gozar. Y en lo que quiero hacer contigo.

– ¿Qué me quieres hacer? -preguntó débilmente.

– Amarte. Amarte como llevo tanto tiempo deseando hacer.

Winona sintió que le daba un vuelco el corazón. Tal vez no lo dijera en serio. Una mujer adulta debería saber lo caprichosas que resultaban las palabras de pasión de un hombre… pero lo creyó. Sintió la verdad en sus ojos, sintió la emoción impregnando su voz y sus caricias. Y aquel fue el último pensamiento coherente que tuvo.

El resto de la ropa que les faltaba por quitarse fue cayendo prenda tras prenda, hasta que finalmente estuvieron los dos totalmente desnudos. Él le levantó los brazos por encima de la cabeza y unió sus manos a las de ella, de modo que pudieran sentir cada uno el cuerpo del otro, desde las puntas de los dedos hasta los dedos de los pies. Resultó exquisitamente íntimo poder menear las caderas contra su miembro palpitante. Pero la sensación dejó de ser divertida a medida que se trasformaba en un deseo que empezó a aguijonearla por dentro, carcomiendo el vacío que asolaba su corazón.

– Justin, ven -dijo con urgencia.

– No quiero que olvides esto.

– No podría olvidarlo jamás.

– Detestaría que te levantaras por la mañana y pensaras que al fin y al cabo no había sido tan buena idea.

– Es imposible que me arrepienta de esto. Te lo prometo.

– Quiero que te sientas bien, Winona. Lo digo en serio. Podemos hacer que todo vaya bien, nosotros dos, podemos conseguir cualquier cosa. Sé que no estás hecha a la idea de que estemos juntos…

Santo cielo, y luego decían que las mujeres hablaban. Se dio la vuelta y empezó a demostrarle con sus caricias, con su ternura, lo que las palabras fallarían en comunicar. Pero sus caricias fueron tímidas porque ella misma sabía que aquello no era una de sus preferencias, y no se sentía cómoda haciéndolo. Sabía que a los hombres les gustaba, aunque no fuera muy de su agrado. Pero con Justin…

Con Justin ninguna de las viejas normas parecían funcionar. Con él sentía cosas distintas, porque para empezar no parecía ser ella misma. Pero aquello no tenía solo que ver con sí misma. Tenía que ver con el amor. Y con dar. Y cuanto más lo saboreaba, más lo acariciaba, más la inspiraba la intensa respuesta de Justin. Le oyó gemir de placer. Y después le oyó rugir.

A los pocos segundos sintió que Justin la levantaba y la dejaba caer sobre el colchón. Recordó vagamente que la habitación le había parecido fría al entrar.

– ¿Es que querías que terminara todo incluso antes de empezar? -le preguntó Justin.

– Bueno, no. Pero me lo estaba pasando de maravilla. Y como soy la invitada, creo que lo más cortés es dejarme hacer lo que quiera.

– De acuerdo.

Justin empezó a besarla y entonces la tomó. Ella no podría haber estado más lista para él, sin embargo estaba muy prieta, y Justin avanzó despacio por aquel suave nido privado, poco a poco, hasta que estuvo totalmente dentro de ella.

– Justin…

Estaba dentro de ella en ese momento, y Winona deseó que la penetrara con más fuerza, para terminar de satisfacerla.

Y así lo hizo. Empezó con una cadencia oscilante que hizo que se estremeciera la cama, la habitación y su universo entero… bien estuviera ella encima de él o él encima de ella.

– Te quiero, te quiero -le susurró, y entonces la condujo hasta la cima del placer.

Un rato después, en la oscuridad de la habitación, a Winona le pareció que pasaba mucho tiempo hasta que sus pulmones pudieron volver a respirar con normalidad. Pero no quería respirar normalmente, porque no se sentía normal. Se apoyó en un codo y observó a su amante en la oscuridad, saboreando lo que tenía delante. La lustrosa humedad de su piel, igual que la de ella; la boca, hinchada de tanto besar, tal y como estaba la de Winona.

Permaneció allí tumbado, exhausto, al menos hasta que abrió un ojo y vio que Winona estaba despierta y mirándolo. Winona sintió una leve caricia en la mejilla.

– ¿Te he dicho alguna vez lo bella que eres?

– Sí.

– Y lo sexy que eres.

– Sí, desde luego no has reparado en detalle.

– ¿Te he dicho que eres la amante más fabulosa y la mujer más extraordinaria del mundo?

Ella se inclinó y le besó la punta de la nariz.

– No voy a responder a eso. Pero… si esa oferta tuya de matrimonio sigue en pie, doctor, mi respuesta es «sí».

A las cuatro de la madrugada, Winona entró en su casa con el sigilo de un ladrón. Cerró con cuidado y fue directamente a la habitación del bebé. Angela dormía profundamente, con el pijama amarillo de muñecos y el traserito en pompa. La invadió una gran ternura. Se acercó a la cuna, solo para echarle un vistazo al bebé.

– Te he echado de menos -dijo con sentimiento-. Te he echado tanto de menos… Pero, Angela, te va a encantar Justin.

Lo cierto era que parecía querer al bebé de verdad. Después de hacer el amor una segunda vez, habían charlado durante mucho rato. El entendía que el futuro de Angela era incierto. No se sabía si a Winona se le iba a permitir que adoptara a la niña. Estar casada aumentaría sus posibilidades, pero eso era todo lo que haría.

Winona rememoró la conversación con Justin y la envolvió alrededor de su corazón. Justin debía de haberle dicho más de media docena de veces que todo aquello era entre él y ella, y que nada tenía que ver con el bebé. Además, ya que a Win le iba a ir muy bien estar casada, ¿por qué rechazarlo?

– No me casaría con nadie por el bien de un bebé. Eso es una locura.

– Pero antes no querías casarte conmigo.

– Win. Está claro que no me conoces en absoluto. Pero lo harás -le había dicho, y después había vuelto a besarla.

Allí, inclinada sobre la cuna, el recuerdo hizo que se estremeciera de arriba abajo, y sintió un suave calor por dentro.

– Estoy loca por él, Angela -le susurró-. Y va a venir mañana a verte. Veremos qué te parece, ¿vale?

– Ah… -se oyó una voz suave a la puerta-. Estás en casa.

Winona se llevó un susto tremendo.

– Myrt, siento mucho haber llegado tarde. No tuve intención de aprovecharme así de ti…

– Dios mío, niña, de verdad que no me escuchas. Y yo me he ofrecido a quedarme cuántas veces, ¿una docena? Además, no es como si yo fuera una extraña; sabes el tiempo que llevo con Justin, aunque tú y yo no hayamos tenido oportunidad de conocernos mucho antes.

– Lo sé. Lo sé… pero es que no creo que pienses que… -se frotó la parte de atrás del cuello, algo avergonzada- que yo…

– ¿Que te has acostado con mi jefe? Bueno, probablemente debería decir que no es asunto mío, pero no sería verdad. Cuando Justin me contó la situación con el bebé, que estabas trabajando mucho y que necesitabas ayuda, me di cuenta de cómo hablaba de ti, del brillo de su mirada al hacerlo. Así que, para ser sincera, quería aprovechar la oportunidad para hacer de celestina, al menos un poco…

– Me pidió que me casara con él -le confesó Winona.

Myrt sonrió de oreja a oreja.

– Y eso es estupendo, niña. Pero en este momento creo que será mejor que duermas un poco mientras puedas. Hablaremos de horarios y bebés después.

– Yo quiero una receta de lo mismo -dijo la doctora Harding al pasar junto a Justin.

Este había estado inmerso en una conversación, y no se había dado cuenta de que su risa se había oído por todo el pasillo hasta que ella se lo había comentado al pasar junto a él.

– Tiene razón -comentó el jeque Ben Rassad-. Estás tan optimista hoy. Tan vital y lleno de ánimo. Me alegra verte así de contento, Justin.

– Será que hoy me siento feliz.

– Mmm. Feliz por una mujer, creo -Ben no era muy propenso a hacer bromas, pero a veces las hacía con sus amigos.

Justin no confirmó ni negó el comentario de su amigo, pero sabía que era cierto. Llevaba todo el día como flotando y con los ojos risueños. Un largo día de trabajo no le había hecho perder el ánimo, ni siquiera a esas horas de la tarde. Era como si Winona estuviera allí con él, ocupando un lugar en su corazón y haciendo que se le acelerara el pulso solo de pensar en ella.

Pero de momento tenía que centrarse en asuntos más serios. Se puso serio, al igual que Ben, cuando llegaron a la habitación de hospital de Robert Klimt. Ambos entraron en silencio.

Aunque Justin no era el médico de Klimt, se había pasado frecuentemente a comprobar la evolución de Klimt desde el accidente. La última vez que había visto al hombre en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas, no podría haber dicho que el hombre le había caído muy bien. Pero otra cosa era verlo tan reducido como en esos momentos. Silencioso, desconsolado. Comprobó el pulso de Klimt, le tocó la piel, y automáticamente leyó y valoró todos los tubos y máquinas a las que estaba conectado el paciente.

– ¿Ha llamado ya Aaron?

– Sí. Creo que Walker consiguió finalmente hablar con él por teléfono ayer, de modo que Aaron sabe lo del robo de las joyas y el asesinato de Riley Monroe. Pero ojala volviera ya a casa; nadie sabe tanto sobre las vías diplomáticas y los problemas, como Aaron. Es obvio que nadie quiere ir por ahí acusando o levantando sospechas de ninguno de la delegación de Asterland si puede evitarse. Pero el gobierno de este país está cada vez más disgustado de que no hayamos encontrado aún la causa del accidente.

Ben se quedó mirando al silencioso Klimt y a las máquinas a las que estaba conectado.

– Si al menos se despertara… tal vez él viera algo, sabe algo. El incendio del avión empezó muy cerca de donde él y Lady Helena estaban sentados, y las dos joyas estaban al lado. Si alguien sabe algo, es él.

Justin asintió.

– Yo pienso lo mismo. Creo que Asterland va a enviar un grupo de investigadores propios si nuestras autoridades no empiezan a encontrar respuestas pronto.

– Yo haría lo mismo si estuviera en su lugar -Ben se dio la vuelta-. Y, mientras tanto, el diamante rojo sigue desaparecido. Al menos podemos eliminar a un sospechoso de la lista. Fijo que él no lo tiene.

– Eso es lo único que tenemos claro hasta ahora. Quienquiera que mató a Monroe no era un simple ladrón. Y el asesino fue alguno de los que iba en ese avión. Y si el asesino estaba allí, hay otras personas que podrían estar en peligro, bien porque vieran o porque se enteraran de algo.

– ¿Has hablado con Lady Helena?

– La he visto a diario. Pero casi no recuerda nada del accidente. No digo que sufra de amnesia, pero lo que sufrió fue muy traumático para ella. Aún le quedan meses de recuperación. Tal vez recuerde algo más adelante, ¿pero quién sabe cuándo será?

– ¿Has hablado con Winona?

– Sí, anoche. Ni siquiera lo dudó. Lo entendió todo perfectamente y se ofreció a hacer todo lo que esté en su mano para ayudarnos.

– ¿Has quedado ahora con ella?

– Sí, y o bien dejas de sonreír así, o tendré que darte un puñetazo -dijo Justin mientras salían de la habitación de Klimt.

– Es que en cuanto te he mencionado su nombre te has puesto, ¿cómo lo diría?, nerviosísimo. Tu sonrisa ha sido cegadora. ¡Ah, cómo caen los poderosos!

– Cuidado, jeque. Te la estás jugando -respondió Justin en tono de broma.

– Bien. ¿Entonces nos veremos de nuevo el jueves por la noche? Para hablar de lo que vamos a hacer con las dos joyas y demás.

– Sí.

– De acuerdo. Mientras tanto, intenta recordar que tienes que comer, que tienes que dormir, y que tienes que bajar de las nubes antes de montarte en el coche.

– Voy a acordarme de esta conversación cuando te enamores -le prometió Justin.

– Sí, sí -Ben sonrió y después se puso serio-. Justin… no has estado bien desde que volviste de Bosnia. Esta mujer… Me alegra mucho verte tan animado. Te lo digo en serio.

Justin salió al aparcamiento sonriendo, pero cuando se montó en el coche sintió un escalofrío.

Estaba deseando ver a Winona.

Hacía mucho tiempo que no pensaba en Bosnia, y las pesadillas recurrentes no lo acechaban desde que Winona se había implicado personalmente en su vida. Pero en ese momento, repentinamente, se sintió de nuevo nervioso, angustiado. Win iba a cuidar de él. Pero a veces sentía que Bosnia era como una mancha en su alma que se negaba a desaparecer. No había nada que consiguiera hacerle olvidar esos recuerdos, al menos no del todo.

Se dijo que debía olvidarlo, pensar en ella.

De modo que lo intentó.

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