Capítulo Cinco

– ¡Winona!

Cuando Winona apenas había abierto la puerta del Restaurante Royal, la camarera gritó su nombre. Sheila abandonó a su cliente y fue directamente hacia ella.

– No hago más que oír hablar a todo el mundo de ti y ese bebé. Déjame ver.

Sheila se metió un caramelo masticable de frutas en la boca y condujo a Winona con el carro hasta una mesa al final, sin dejar de hablar todo el tiempo; y lo suficientemente alto para que se enterara todo el mundo.

– Llamó el doctor Webb. Dijo que te pusiera en una mesa donde no hubiera corrientes y que empezara a servirte; llegará en un momento, pero le ha retrasado un poco un paciente. Entonces estás saliendo con el doctor Webb, ¿eh? Dios, está como un tren expreso. A ver este bebé… Vaya, pero qué bonita eres.

Sheila levantó a Angela del carro y la niña se deleitó con las atenciones de la camarera.

Winona estaba demasiado cansada como para discutir con Sheila, y era demasiado mayor como para enfadarse porque hablara en voz tan alta. De modo que se quitó la cazadora y se dejó caer sobre el asiento, deseando poder tomarse un whisky doble en lugar de un vaso de agua. El caso era que, en los últimos dos días, Sheila no era la única habitante de Royal que había presumido que existía una relación de pareja entre Winona y Justin.

No tenía sentido. La gente debería estar hablando del accidente. Esa era la gran noticia en la ciudad, la crisis. Quien viera o dejara de ver Winona no debería importarle a nadie.

– Bueno, cariño, si no quieres decir nada, no se lo contaré a nadie -dijo Sheila en voz alta mientras dejaba el bebé en el carro-. Pero espero que te des cuenta de que nadie tiene curiosidad malsana. Todos te queremos -colocó dos salvamanteles sobre la mesa y sacó una libreta-. No parece ni india, ni hispana. Con ese pelo rubio y esos ojos azules… ¿Pero has encontrado ya a la madre?

– Todavía no.

– ¿Bueno, entonces qué vas a comer? El doctor Webb me dijo que empezaras sin él.

– Ya, pero prefiero esperarlo…

– No, no. Dijo que estarías cansada de trabajar y de ir con el bebé todo el día de arriba a abajo. Llegará. Dijo que se retrasaría diez minutos. Pero quiere que empieces a comer. Las costillas de hoy están muy tiernas. Y tengo un pastel de plátano para chuparse los dedos.

– Creo que tomaré una ensalada.

– Venga, chica, no puedes alimentarte de ensaladas como un conejo. Además, a los hombres les gustan llenitas -señaló las empanadas de ruibarbo que había tras el mostrador de cristal-. ¿Necesitas que te caliente algún biberón? ¿Te has acostado con el doctor Webb?

– Quiero ensalada de maíz. Nada de postre. Sí, gracias por ofrecerme lo del biberón. Y en cuanto a los demás, no es asunto tuyo.

– Veo que la pregunta no te ha hecho sonrojar. Si quieres que te dé un consejo, yo agarraría a ese hombre con todas mis armas, A algunos hombres se les puede hacer sufrir un poco, les gusta la caza. Pero con él, yo no me arriesgaría. Es demasiado guapo y demasiado rico. En cuanto puedas, llévate a ese chico a la cama y no dejes que mire a otra.

– Muchísimas gracias -Winona se paso la mano por los ojos, deseando que Sheila la dejara en paz.

– ¿Le has contado ya a los Gerard lo del bebé?

Winona suspiró. Era más fácil responder a las preguntas que intentar evitar contestarlas.

– Sí. Aún están de vacaciones en Japón, pasándoselo de maravilla. Pero hablé con ellos por teléfono hace dos noches.

– Te quieren mucho -Sheila colocó los cubiertos; otros dos clientes la llamaron, pero estaba claro que ella aún no quería moverse de allí-. Y sé además que estarían muy contentos de que tuvieras una relación con Justin, porque las familias Webb y Gerard siempre han estado muy unidas.

Winona resopló, apoyó un codo en la mesa y la barbilla en la mano y miró a Sheila.

– De acuerdo. Me rindo. Mantengo una apasionada e inmoral relación sexual con el doctor Webb. Si eso va a haceros felices, cuéntaselo a toda la ciudad, cuéntaselo al mundo entero…

Se quedó muda cuando de pronto vio una cara aparecer detrás de la de Sheila. Para colmo de males, Justin estaba sonriendo.

– Eh, cariño. Por favor, no le des todos los detalles de nuestra vida sexual a Sheila. No le habrás contado lo que hicimos en el Porsche hace dos noches, ¿verdad?

Con suavidad, como si fueran pareja, Justin se inclinó y le dio un beso en la cabeza, acarició al bebé y se sentó frente a ella como si fuera todo ello la cosa más natural del mundo.

– Sheila, solo tengo cuarenta y cinco minutos como máximo. Quiero la hamburguesa más grasienta que tengas en la cocina, muy hecha, y con una tonelada de patatas fritas…

– Como si necesitaras decírmelo, cielo -Sheila se dio la vuelta, claramente satisfecha, y fue a encargar lo que había pedido Justin.

Winona tardó unos minutos en recuperarse del susto, porque de pronto, sin saber por qué, el corazón le iba a cien por hora y estaba empezando a ponerse muy nerviosa. Había estado tranquila hasta que había entrado Justin. Y el beso que se habían dado dos noches atrás volvió a su memoria acompañado de una punzada de culpabilidad.

Sintió que él la miraba. Nada nuevo, por amor de Dios; se conocían desde hacía miles de años. Pero nada era igual desde que se habían besado. Él nunca… Él jamás la había mirado así, como se mira a una mujer en la que uno está interesado sexualmente. La miraba como si se la estuviera imaginando en la cama, y disfrutando, encima, de ello.

Ella paseó la mirada nerviosamente por el restaurante. Los taburetes de skay rojo estaban todos ocupados, y el largo mostrador de fórmica lleno de clientes.

El restaurante resultaba cómodo, familiar. Normalmente, estaba en el Restaurante Royal tan a gusto como en casa. Excepto esa noche.

Experimentó una sensación de pánico; como si el mundo entero estuviera derrumbándose encima de ella. No le importaba que él la mirara de aquel modo tan enervante, tan seductor e íntimo. No. Pero ella siempre había sabido cómo responder a Justin, cómo comportarse cuando estaba con él, y de repente todo eso parecía tambalearse. Por fin Justin dijo algo.

– Pareces cansada, Win.

– Gracias, doctor. Es precisamente lo que a una chica le gusta oír.

– Y no solo un poco cansada. Se ve que estás agotada.

Ella se alarmó inmediatamente. ¿Qué había sido de todas las palabras dulces que había utilizado en presencia de Sheila?

– ¿Quieres que te dé un puñetazo en el estómago? Me siento perfectamente -le soltó. El no se dio por aludido.

– ¿Algo va mal?

Ella se relajó de repente. Después de todo, aquel era el Justin que conocía de toda la vida; la persona que sabía todo de Angela.

– Todo va mal.

– Bueno, pues lo arreglaremos. Pero será algo duro si no quieres ser más específica.

Entonces, Winona se lo contó. Aunque Angela debería haber sido entregada a los Servicios Sociales correspondientes nada más encontrarla, nadie tenía ningún problema con que ella cuidara del bebé temporalmente. Sin embargo, todo el mundo, especialmente su jefe, no dejaba de recordarle que el hecho de que el bebé hubiera sido abandonado a su puerta no le daba ninguna ventaja o derecho legal sobre él. Y ella lo sabía. Pero por esa razón, una de las primeras cosas que había hecho era informarse de cómo iba el asunto de la acogida.

– No hay ninguna familia de acogida preparada. El juez encontrará un lugar para ella cuando tenga que hacerlo. Así se hace.

– Angela no irá a ningún sitio.

Bendito Justin; él sí que la entendía. Winona se relajó.

– Me doy cuenta de que no soy la persona más adecuada para ocuparse del bebé. O que tenga derecho, o que…

– Ay, Win, cállate por favor. No tienes que justificarte ante mí -se asomó a mirar al bebé, que dormía, mientras engullía la hamburguesa que Sheila le había llevado momentos antes-. Sigue contándome. ¿Cómo va la búsqueda de los padres? Me imagino que aún no los habrás encontrado.

– Dios sabe que lo estoy intentando.

– ¿Y bien?

Winona le informó. A la cabeza de las sospechosas había dos chavalas adolescentes. Las dos tenían problemas. Las dos habían bebido y habían hecho pellas. Las dos pertenecían a familias ricas, y sus padres las habían enviado a sendas granjas residenciales.

Sheila se paró a la mesa, dejó el biberón caliente y dos pedazos enormes de tarta, pero al ver que no continuaban hablando delante de ella, se marchó.

– Me he pasado horas por los colegios hoy, y al ordenador. Después he ido a las consultas médicas, a los tocólogos, a los hospitales, a Planificación Familiar. Pero ninguna de esas personas quiere hablar. De modo que después intenté hablar con algún que otro ministro de la iglesia, con la rabí Rachel…

Justin le miró el plato y le robó unas cuantas chuletas que ella no había tocado.

– Uno de los curas me dio un par de nombres para que los comprobara. Igual que el subdirector de uno de los institutos.

– ¿Y…? -le pasó una pinchada de carne y ella la aceptó.

– Pues que podría ser una mujer adulta. La madre no tiene por qué ser una adolescente -tragó saliva, y al momento el exasperante hombre le acercó otro trozo a la boca-. De modo que llamé a la Asociación de Mujeres, pensando que tal vez yo pudiera reconocer a la madre de Angela, pero allí se mostraron tan herméticas como los médicos. Creo en la discreción, por amor de Dios. Solo que ya han pasado varios días, y no soy capaz de conseguir una pista con fundamento.

– ¿Win, estás segura de que quieres una pista?

La pregunta le sorprendió.

– ¿Me estás preguntando si ralentizaría todo por querer quedarme con el bebé? -sacudió la cabeza con fuerza-. Reconozco que me he enamorado de la niña. Sé que solo han pasado tres días, pero te juro que ya la siento como si fuera mía. Pero solo hay una manera de hacer esto bien, Justin, y es intentar encontrar a la madre. Debo saber todo lo que ha pasado para después dar los pasos legales necesarios para hacer lo que sea más conveniente para Angela. Lo reconozco, la quiero para mí. Pero solo hay una manera de hacer esto, y es por el camino correcto. Tú lo sabes.

– Lo que yo pienso, señorita Raye, es que todo esto es demasiado para ti; y es un problema que serías muy, muy tonta de no dejarme compartir contigo. ¿De qué vale tener un amigo con mucho dinero si no puedes utilizarlo de vez en cuando? Conoces mi casa. Conoces a Myrt, mi ama de llaves y cocinera. Y mientras, estás intentando trabajar a tiempo completo…

– No -lo interrumpió con firmeza.

– ¿No? ¿No? Yo no te he preguntado nada aún.

Como no veía a Sheila por ninguna parte, Winona se levantó y llevó los platos al viejo mostrador de fórmica, para dejar la mesa libre. El bebé seguía dormido, pero empezaba a moverse un poco.

– El que te haya hablado de Angela y de los problemas que tengo, no quiere decir que hoy quisiera hablarte del tema.

– Sí, supongo que me vas a hablar de bodas.

Ella asintió.

– No me vas a engatusar para que me case, Justin-dijo en voz baja.

– ¿Crees que me estás contando algo que no supiera ya? ¿Por qué demonios iba a querer engatusarte para nada?

Pero ella no se iba a dejar engañar por aquel tono suave y natural.

– Eso es exactamente lo que me ha confundido en estos últimos días. Intentar entender. Me has pedido que me case contigo cientos de veces, pero siempre pensé que lo decías en broma. Quiero decir, es una de nuestras bromas favoritas. Pero esta vez… parecías decirlo en serio. Por eso empecé a pensar que tal vez tenías algún problema -lo miró a los ojos-. Sé que te pasó algo en Bosnia.

Él se quedó callado un momento.

– ¿Qué es esto? ¿Un hombre no puede pedirle a una mujer que se case con él sin que ella piense que está mal de la cabeza o que tiene algún serio problema?

– No intentes confundirme, doctor. Sabes perfectamente que eso no es a lo que me refiero. Contesta a mi pregunta. ¿O es que no puedes hablar de Bosnia?

– No tengo ni idea de qué tiene que ver Bosnia con esta conversación. Pero sí, por supuesto que me pasaron cosas allí. Pasé un año de puro infierno.

Ella asintió despacio.

– Lo sé. Y eso siempre lo has reconocido abiertamente… ¿Pero pasó algo de lo que no hayas hablado? ¿O de lo que no hayas podido hablar? Sé que contemplaste muchos horrores, y que sufriste. Y cuando volviste a casa te especializaste en cirugía y abandonaste lo tuyo.

– ¿Y bien?

– Pues que pensando en eso, recordé que fue más o menos por esa época cuando cambiaste en otras cosas. Te ganaste la reputación de mujeriego. Es estúpido.

– No sé si es estúpido. Más bien, difícil de evitar. Tengo dinero y estoy soltero, de modo que naturalmente la presión…

– No intentes desviarme, Justin -Winona se inclinó hacia delante, sintiéndose mucho mejor, ya que Justin había dejado de mirarla como si fuera un pastel-. Estoy hablando de lo que se dice de ti en la prensa, por ejemplo, de la reputación que has ayudado a alimentar. Y no todo es cierto.

– No es mentira que estoy soltero. O que tengo los medios para…

Ella resopló.

– Lo dices como si te pasaras todo el tiempo arreglando narices o poniendo implantes de silicona. ¿Pero por qué nadie en la ciudad se da cuenta de que gracias a ti tenemos esa moderna unidad de quemados en el hospital de Royal?

– ¿Quién te ha dicho eso? -Justin se tiró de la oreja, clara señal de su nerviosismo.

– ¿Por qué quieres darle a la comunidad la impresión de que solo aceptas como pacientes a mujeres ricas que no saben dónde echar el dinero, cuando en realidad dedicas una gran parte de tu tiempo a algunos de los peores casos de quemaduras en tres estados?

– Maldita sea -se tiró de nuevo de la oreja-. ¿Quién te ha dicho eso? Alguien ha estado mintiendo y calumniando sobre mí.

– Cállate, Justin. Solo estoy intentando decirte… Sé que algo no va bien. Tal vez no sea asunto mío, pero desde que empecé a darme cuenta de lo mucho que cambiaste desde que volviste de Bosnia, no hago más que ver señales de ese cambio. Está claro que algo importante te ha estado preocupando; algo de lo que no quieres hablar. Y no sé si esa locura de querer casarte conmigo podría ser parte de eso, pero…

Como si hubiera estado hablando de algo trivial, de repente Justin se puso de pie y agarró su cazadora. Winona se dio la vuelta, confundida, buscando alguna razón para el comportamiento de Justin.

Willis Herkner entraba en ese momento por la puerta del restaurante. El muy cretino seguía trabajando para American Investigator, que al menos para Winona seguía siendo el ejemplo más escandaloso de prensa amarilla de la ciudad. Sin embargo, Winona no imaginó por qué su presencia podía molestar a Justin lo suficiente para largarse con tanta rapidez.

– Justin… -empezó a decir, pero en ese momento Angela entreabrió sus ojitos azules y su boca de corazón emitió un primer quejido. Ese primero sonó algo adormilado y decididamente suave. Pero Winona sabía que el siguiente no sería así. Había que dar de comer, bañar y dormir a la niña. Pensándolo bien, después de aquel día tan largo, ella necesitaba lo mismo.

Mientras tanto, Justin se había puesto la cazadora y estaba abrochándose la cremallera.

– ¿Sabes una cosa? Ya cuando eras una niña rebelde me di cuenta de una cosa de ti. Siempre supiste ver la verdad bajo la superficie de las cosas. Nunca te dejaste engañar por las tonterías de la gente. Jamás fui capaz de mentirte, Win, ni siquiera cuando quise hacerlo.

– Bueno… eso es bueno -dijo convincentemente.

Pero él había conseguido confundirla de nuevo. Winona organizó sus pensamientos, empeñada en volver al tema inicial. Algo le pasaba a Justin, algo le preocupaba, y ella estaba empeñada en averiguarlo.

Sin embargo, antes de que Winona pudiera abrir la boca, él se inclinó hacia ella.

Media ciudad, tal vez más, estaba en el Restaurante Royal; el bebé lloriqueaba ya casi a pleno pulmón; los niños de otra mujer gritaban; y Sheila le gritó algo a Manny, que estaba en la cocina. Aun así, él la besó. Simplemente se agachó y posó los labios sobre los suyos.

Como una flor hambrienta de sol, todo su cuerpo se estiró para que él lo tocara. Alzó la cabeza al tiempo que sus párpados se cerraron con suavidad. Winona cerró los ojos y vio un despliegue de fuegos artificiales y de suaves llamas plateadas. Con los ojos cerrados, Winona cortó todas las imágenes sensoriales que había en el restaurante hasta que no fue consciente de nada excepto del doctor Justin Webb y de su peligrosa boca.

Intentó pensar con sensatez, pero no le quedaba ni un ápice.

Oh, Dios mío, ella no se dejaba llevar. Ni con los hombres ni con nadie. Uno se encariñaba con la gente, y después era abandonado, aunque fuera sin mala intención, se le partía el corazón. Uno no se moría de eso; pero, sencillamente, el corazón nunca dejaba de dolerle. No había nada que mereciera la pena ese dolor. Estaba segura de eso.

Pero sus labios se engancharon a los de Justin y no los soltaron. A excepción de los labios ninguna otra parte de su cuerpo tocaba con alguna de Justin. Su lengua cálida y sedosa acariciaba la suya, pero no de manera exigente, sino tan solo ofreciéndose…

Un inmenso calor la recorrió de pies a cabeza.

El bebé aumentó el volumen de su llanto. Un niño pasó junto a ellos galopando hacia el cuarto de baño. Un plato calló al suelo ruidosamente. Pero ella no se inmutó.

Entonces, Justin levantó la cabeza, y Winona vio que sus ojos eran más oscuros que el cielo a medianoche.

– ¿Es buena idea, verdad? Besarse en público.

– ¿Qué?

– Toda la ciudad sabe que nos conocemos. Pero así… así verán que estamos unidos, que estábamos pensando en casarnos incluso antes de que Angela llegara. De este modo pareceremos una pareja. De modo que no parecerá afectado ni malo cuando nos casemos.

– ¿Cuando nos casemos? -repitió ella.

– Y tienes toda la razón. Te había pedido que te casaras conmigo por un motivo muy serio. Es porque pensé que lo nuestro funcionaría. Y eso lo pensé muchos años antes de que tú pusieras los ojos sobre esta belleza que tenemos aquí.

Le rozó la mejilla, y entonces se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta.

Todo el ruido de antes cesó de pronto. Tan solo se oía el chirrío de la máquina de discos al cambiar de canción. Algunas personas se mostraban corteses. Pero otras o bien la miraban fijamente a ella, o bien a Justin.

Rápidamente, Winona recogió todo, agarró el carro del bebé y salió del local.

Justin le había puesto una droga a sus besos. Tal vez no reconociera ella la sustancia, pero estaba allí. En su sabor. En el ambiente. En su mirada. Y fuera lo que fuera, aquella maldita sustancia se le había subido a la cabeza.

Cuando por fin salió a la calle unos minutos después, aspiró el aire helado del invierno y, sin ton ni son, sonrió.

Su situación no tenía nada de graciosa. Nada. Tenía que averiguar qué ocultaba Justin, y punto. De algún modo le pareció que aún había una proposición de matrimonio flotando en el aire. Pero aún más preocupante y sorprendente le resultó pensar que él quería de verdad casarse con ella.

Pero ¡ay…! qué bien besaba.

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