Winona estaba metida en un buen lío.
Llevaba dos noches seguidas soñando con la noche de la fiesta del Club de Ganaderos de Texas. Sabía que no era más que un sueño, porque cada vez se destacaban los mismos detalles. En su sueño ella era de una belleza superior, lo cual resultaba muy divertido pero nada realista. Bailaba con gracia sobre la pista, otra cosa que le llevó a pensar que había sido un sueño. Y en esos sueños bailaba y bailaba con una multitud de hombres; todos ellos adorables, todos ellos encantados con cada palabra que salía de sus labios, peleándose para volver a bailar con ella.
De acuerdo, de acuerdo, eran unos sueños bastante ridículos. Pero eran sus sueños, y se estaba divirtiendo de lo lindo con ellos.
Solo que en la versión particular de esa noche, Justin la estrechaba entre sus brazos mientras bailaban el Vals de Tennessee, una de las piezas más sensibleras que existían, y de repente ella estaba bailando desnuda. Y no pasaba nada porque estuviera desnuda, porque ninguna otra persona se daba cuenta, excepto ella…
Y Justin.
Winona se alarmó, pero al instante decidió no preocuparse. Aquello no era real, y como además era un sueño muy divertido, no quería que se terminara tan rápidamente.
Justin no podía apartar los ojos de ella. En realidad, le estaba paseando la mirada desde los dedos de los pies, hasta los ojos.
Sí, lo deseaba.
Siempre lo había deseado.
Winona se alarmó de nuevo… ¡Pero, por amor de Dios! Una chica debería de poder ser sincera consigo misma, al menos en la intimidad del sueño. Justin tenía un aspecto adorable. Era alto y desgarbado, con un acento suave y pausado y unos ojos de mirada sensual que harían temblar a cualquier mujer.
Un vago recuerdo afloró a su sueño. Tenía doce años. Hasta que la familia Gerard la había acogido, nunca había tenido una bicicleta. Acababa de irse a vivir a casa de los Gerard, y aún estaba esperando a que alguien la golpeara, a que alguien la regañara. Ocurriría. No sabía cuándo, pero esa vez desconfiaba, estaba preparada para protegerse. No necesitaba que nadie la vigilara… no era más que la bicicleta. Oh Dios mío, tenía tantas ganas de montarse en ella, y todo el mundo pensaba que sabría hacerlo, a su edad. Pero no era así. Y la primera vez que la había sacado estaba anocheciendo, porque así nadie la vería en la calle.
Y Justin había estado allí cuando se había empotrado contra un árbol. La había ayudado, le había arreglado la bicicleta. Un apuesto adolescente de diecisiete años, de carácter caballeroso, lo suficiente para ablandar el duro, frío y triste corazón de Winona. Le había rozado la mejilla, le había hecho reír. Después, ella había tenido que darle un puñetazo por ayudarla, por supuesto. ¿Qué más podía hacer una niña de doce años?
Winona abrió los ojos. Estaba en una habitación a oscuras. No tenía doce años ni se estaba enamorando de Justin Webb. No estaba bailando desnuda en el Club de Ganaderos de Texas. Solo estaba en su habitación, y el teléfono estaba sonando a las siete de la mañana, según marcaban los números digitales del despertador que había sobre la mesilla.
Nada más ver la hora que era, Winona abrió los ojos como platos. A esas horas solo podían llamarla por una razón. Había algún problema. Y aunque ella tenía un horario de nueve a cinco, cuando se trabajaba con adolescentes problemáticos, la realidad era que los chavales nunca se metían en líos a horas convenientes.
Encendió a tientas la lámpara y descolgó el teléfono.
– ¿Winona?
No era un chaval. Era un adulto. Más específicamente su jefe, desde la comisaría.
– Sabes que soy yo. ¿Qué ocurre, Wayne?
– ¿Sabes el jet que tenía que haber despegado anoche con destino a Asterland? ¿El vuelo donde tenían que viajar todos esos altos dignatarios?
– Sí, claro.
Lo sabía toda la ciudad.
– Bueno pues, algo fue mal. Despegó, y cuando llevaba unos minutos en el aire enviaron un mensaje por radio diciendo que tenían un grave problema. Al momento tuvieron que hacer un aterrizaje de emergencia a quince millas de Royal, en medio del campo. El avión se prendió fuego…
Los detalles no le importaban.
– ¿Y en qué puedo ayudar?
– En realidad, no lo sé.
Winona sabía que a Wayne no le gustaba que ocurriera nada en la ciudad. Tal y como lo veía él, Royal le pertenecía.
– Te estoy llamando desde el lugar del accidente. Esto ha ocurrido hace solo media hora. Primero hemos tenido que sacar a todo el mundo del avión. Solo un par de ellos parecen heridos de consideración, los demás solo están asustados. Pero no tenemos idea de lo que ha pasado.
– Wayne, dime entonces dónde quieres que vaya. ¿Al hospital, allí, a la comisaría?
– Quiero que vengas aquí. Las embajadas han empezado a llamar, también han llamado desde Washington. Tenemos coches de bomberos que han venido desde Midland a Odessa para ayudarnos. Después la mitad de la ciudad, naturalmente, está empezando a pasarse por aquí, y es como intentar detener una avalancha. Si siguen así, las mujeres empezaran a traer pucheros de caldo. Esto es una locura. Tenemos que averiguar cuál fue la causa del accidente, y para hacer eso tenemos que conseguir que todo el mundo salga de aquí para poner un poco de orden. Solo quiero que mi equipo al completo esté aquí. Incluso si…
– ¿Wayne?
– ¿Qué?
– Deja de hablar; estaré ahí en veinte minutos, ¿vale?
Un accidente de avión era algo muy gordo. Conocía de vista a todos los que habían montado en ese avión, que habían estado en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas dos noches atrás, y algunos de ellos eran amigos personales de Winona.
Sí, en Royal había algunos robos, alguna que otra pelea y gente que perdía de vez en cuando la cabeza, pero nada fuera de lo común.
De repente, oyó un ruido; un ruido extraño e inesperado que le hizo detenerse de momento en medio del pasillo. Le pareció como el llanto de un bebé; pero, por supuesto, eso era ridículo. Al ver que no se repetía, siguió su marcha.
Encendió la luz de la cocina, decorada en tonos crema y melocotón, puso en marcha la cafetera, y volvió a su dormitorio, haciendo mientras tanto una lista en la cabeza de todo lo que tenía que hacer.
Se puso un sujetador deportivo, abrió al cajón para sacar un suéter negro de lana y… De repente, irguió la cabeza.
Maldita sea. Otra vez aquel ruido; un ruido que no era habitual en su casa. ¿Sería un cachorro de perro? ¿Algún gato perdido?
En silencio, aguzando el oído, se puso el suéter, después unos calcetines y por último se calzó las botas. Agarró un cepillo de pelo. Tenía el pelo todo alborotado, claro que ella siempre lo tenía así, incluso recién salida de la peluquería.
Desayunó y se preparó para marcharse. En cuanto lo tuvo todo listo decidió dar una vuelta rápida por la casa para asegurarse de que aquel extraño ruido no venía de dentro. Solo tardaría un minuto. Al fin y al cabo, vivía en un pequeño bungalow; pequeño pero suyo. Bueno, suyo y del banco.
De pronto, volvió a oír el ruido, el sollozo.
Y sin perder tiempo deslizó el cerrojo de la puerta de entrada y la abrió.
Allí, junto al umbral de la puerta, había una canasta de mimbre de esas que se usaban para colocar la ropa. La canasta parecía llena de sábanas viejas, pero desde luego, de entre las sábanas emanaba un llanto.
Cuando vio al bebé, Winona se quedó paralizada.
Un bebé abandonado. Habían abandonado a un bebé.
– Ssh, ssh, no pasa nada, no llores…
Con sumo cuidado, Winona sacó al pequeño de la canasta. La mañana era muy fría, aún no había amanecido. El bebé estaba demasiado envuelto en trapos y pedazos de mantas como para verle la carita.
– Calla, calla -continuó diciendo Winona, pero el corazón le latía a cien por hora.
Un sinfín de sentimientos se agolparon en su garganta, recuerdos guardados en lo más recóndito de su memoria, causándole un dolor indescriptible. Sabía lo que era ser un niño abandonado… y lo sabría toda la vida.
En ese momento vio un papel dentro de la canasta. Solo le llevó unos segundos leerlo.
Querida Winona Raye:
No puedo cuidar de mi Angela. Usted es la única a la que puedo pedirle que lo haga. Por favor, quiérala.
Como policía experimentada que era, Winona se dio cuenta inmediatamente de varias cosas. En primer lugar, no habría modo de averiguar de dónde había salido aquel papel, ni de quién sería aquella letra de trazo claro sencillo. Y en segundo lugar, que de algún modo la madre del bebé la conocía específicamente; lo suficiente para conocer su nombre y para saber que se ocuparía del bebé.
Que desde luego lo haría.
Pero en ese momento no tenía tiempo para seguir pensando en eso. Hacía mucho frío y el bebé podía pillar un resfriado. Agarró el rebujo y se metió en la casa, donde había una temperatura muy agradable, sin dejar de arrullar y mecer al chiquitín.
¿Dios mío, qué iba a hacer? Sin embargo, lo más importante en ese momento era ocuparse del bebé, asegurarse de que entraba en calor y de alimentarlo. Después, Winona intentaría averiguar por qué alguien le había dejado un bebé a su puerta…
Sin embargo, sabía que el bebé sería llevado a alguna institución, porque eso era lo que ocurría cuando un niño era abandonado. Y aunque alguno de los padres se presentara inmediatamente, el tribunal pondría al menor en manos de los servicios sociales correspondientes, al menos temporalmente, porque fuera cual fuera la razón por la que un padre abandonara a su hijo, significaba que tal vez el pequeño no estuviera a salvo bajo su cuidado.
Winona conocía todos aquellos procedimientos legales, tanto por su trabajo como por su vida. Y aunque sabía que sus sentimientos eran irracionales, y demasiado emocionales, sintió algo especial hacia ese bebé que tenía en brazos. Fue un deseo repentino de proteger a esa criatura, de cuidar de ella, de salvarla. De quererla como a ella nunca la habían querido, como nunca la querrían.
Había varias maquinas expendedoras de café repartidas por el Hospital Memorial de Royal, pero sola una que utilizaba. Después de pasarse a la cirugía estética, Justin había intentado evitar la sala de urgencias, pero llegadas las diez de esa mañana estaba desesperado. Con ojos cansados, metió las monedas en la máquina, pulsó su selección de café solo, le dio una patada a la base de la máquina y esperó.
El café estaba caliente, amargo y cargado.
Fantástico.
Dio un sorbo y fue directamente pasillo adelante. Pasadas las puertas de cristal, estaba su Unidad de Plástica y Quemados. La comunidad pensaba que la unidad había sido montada gracias a una donación anónima, y a Justin le parecía bien. Lo que le importaba era que en dos años la unidad había alcanzado la reputación de ser la mejor del estado. No podía pedir más. Tenía el equipamiento y la tecnología más modernos. Las paredes eran de color aguamarina, el ambiente estéril, sereno. Un lugar perfecto.
Nada parecido a la caótica sala de urgencias. El Hospital Memorial de Royal era un establecimiento bien dirigido, pero una crisis como aquella había llegado a colapsar la sala.
A Justin le encantaba su Unidad de Cirugía Plástica y Quemados. Pero no quería volver a tener nada que ver con las urgencias, con las operaciones a vida o muerte.
Decidió continuar pasillo adelante y no volver la vista atrás, cuando de pronto vio la parte superior de una cabeza de pelo rizado que salía de una sala.
– ¿Winona?
Nada más verla los latidos de su corazón redoblaron su ritmo.
Ella alzó la cabeza al oír su voz. Fue entonces cuando Justin se dio cuenta de que llevaba un bebé en brazos; claro que no tenía nada de raro ver a Winona con un niño en urgencias. A menudo, su trabajo la colocaba en medio de algún conflicto entre un niño y sus padres o el colegio. Pero vio algo en su expresión que alertó a Justin de que aquello nada tenía que ver con un día habitual en la vida de Win.
Sin embargo, ella le sonrió con la misma naturalidad y familiaridad de siempre.
– Me imaginé que estarías en medio de todo esto. Vaya mañana, ¿eh? ¿Has estado en el lugar del accidente?
– Sí, fui para allá enseguida. No soy uno de los médicos de guardia para ese tipo de cosas, pero ya sabes lo rápidas que corren las noticias en Royal. Me llamó alguien que había oído que había un incendio relacionado con el accidente, de modo que fui para allá. De verdad, ha sido un auténtico caos.
– Aún no sé si ha habido heridos graves o no. ¿Cómo ha sido?
Algo le había ocurrido a Winona. Justin no tenía mucho más tiempo que ella, pero continuó hablando, porque eso le dio la oportunidad de observarla mejor. Su aspecto era el de siempre, pero había algo distinto en su mirada. Un brillo febril. Estaba allí, acunando aquel rebujo entre sus brazos, meciéndolo sin cesar mientras hablaban. El bebé estaba callado. Sin embargo, aquella suavidad en la mirada de Win le resultaba de lo más extraña. Vulnerable. Y Winona jamás tenía aspecto vulnerable si podía evitarlo.
– Las cosas podrían haber ido peor; al menos nadie ha muerto. Robert Klimt, ¿sabes quién es?, un miembro del Parlamento de Asterland. Perdió el conocimiento y tiene heridas en la cabeza; no sé cómo estará ahora.
– Espero que todos evolucionen favorablemente. ¿Por cierto, has visto a Pamela Miles?
– Yo no la he visto, pero he oído que está bien. Sin embargo, Lady Helena…
– ¿Tiene heridas graves?
– Bueno, su vida no corre peligro. Sufre una rotura de tobillo muy complicada, pero en cuanto le preparen eso creo que tendrá que venir a verme. Tiene algunas quemaduras…
– Oh, Dios mío, es una mujer tan bella.
Justin no podía decir más de Helena. Jamás hablaba de sus pacientes con nadie, ni siquiera con Winona. Pero quería seguir observándola y no quería darle ninguna excusa para que se largara de allí.
– Bueno, creo que la mayoría de los que iban en ese vuelo han sido atendidos y dados de alta. Y toda la ciudad está tan asustada como los pasajeros, porque no ha parado de venir gente.
– ¿Te has enterado de cuál ha sido la causa del aterrizaje de emergencia?
Justin arqueó las cejas.
– Estaba a punto de preguntarte lo mismo, señorita oficial de policía. Pensaba que tú lo sabrías ya.
– Bueno, normalmente habría estado en el lugar de los hechos desde el principio -admitió de mala gana-, pero me he entretenido.
Cuando levantó una esquina de la pálida manta de franela para que Justin le echara un vistazo, este entendió por fin la emoción que había visto reflejada en sus ojos. Fiereza. La fiereza propia de una leona protegiendo a su cachorro. No tenía nada de raro pensar en Win y en la maternidad, pero hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza lo importante que podía ser para ella. Al ir a acariciar la mejilla del bebé, Justin le rozó la mano a Winona accidentalmente.
– No me digas que alguien le ha hecho daño a esta ricura, o tendré que ir a cargarme a ese alguien.
– Oh, Dios mío, Justin -dijo Winona en tono suave-. Así es exactamente como yo me sentí. ¿No te parece preciosa?
– ¿Cuál es la historia?
– Se llama Angela. Esta mañana, cuando abrí la puerta para ir adonde había caído el avión, alrededor de las siete y cuarto de la mañana, me la encontré allí metida en una canasta de mimbre. Había una nota que decía que se llama Angela y pidiéndome a mí, específicamente, que cuidara de ella.
Justin se quedó inmóvil.
– Esta no es la primera vez que has tenido que ocuparte de un niño abandonado -dijo con cuidado.
– No, por supuesto que no. Pero este es tan pequeño que está claro que primero he tenido que traerla aquí. Me imagino que sabes cómo están las cosas. En los tiempos que corren, un bebé abandonado podría significar drogas o SIDA, o cualquier otra situación problemática en el entorno del niño; de modo que antes de hacer nada, tenía que saber si el bebé estaba sano o no.
– ¿Y bien?
– El Doctor Julian ha dicho que aparentemente está muy sana. Habrá que esperar a los análisis. Cree que tiene un poco menos de tres meses.
– ¿Entonces, qué vas a hacer ahora? -estaba mirándola a ella, no al bebé.
– Encontrar a la madre, por supuesto. Royal no es un sitio tan grande. Y si hay alguien que tiene buen ojo para los niños con problemas, esa soy yo. De modo que si hay alguien que pueda dar con los padres, yo soy la que más posibilidades tiene.
– ¿Y dónde se quedará el bebé mientras tanto?
Ella alzó la cabeza y lo miró con sus grandes ojos azules.
– Yo me pasé años en hogares de acogida -dijo en tono beligerante.
– Lo sé.
– El sistema está sobrecargado. Incluso en una zona tan rica como esta, no hay respuestas para este tipo de situaciones. La adopción es al menos una posibilidad para un bebé rubio y de ojos azules; pero no para este, al menos durante algún tiempo.
– Win, hablas como si estuvieras discutiendo con un tribunal. Solo estás hablando conmigo. ¿Qué pasa? ¿Te quieres quedar con el bebé?
Ella dejó caer los hombros, y perdió la dureza de su cuerpo. Y a sus ojos asomó de nuevo esa suavidad, esa vulnerabilidad que él jamás había visto en ella.
– Nadie me dejará que me quede con ella. Estoy soltera. Y, además, trabajo a tiempo completo. Pero en este momento, especialmente hoy, hay un caos tremendo en la ciudad por el accidente del avión. De modo que lo único que tiene sentido…
Justin oyó su código por el altavoz. Un camillero pasó junto a ellos para limpiar la sala de curas. De repente, el bebé abrió su boquita, bostezó y pestañeó levemente, dejando ver unos ojos adormilados de un exquisito color azul.
Justin miró al bebé, y después a Winona.
– Ahora mismo estamos los dos muy ocupados -le dijo-. ¿Qué te parece si paso a hacerte una visita después de la cena?
– No tienes por qué hacerlo.
Oh, sí, pensó, desde luego que sí.