Cuando Justin aparcó el Porsche delante del edificio sede del Club de Ganaderos de Texas, apagó el contacto y se quedó sentado en el coche. La reunión con los compañeros era a las ocho, y ya pasaban unos minutos. Tenía que centrarse en el accidente de avión y en el asunto de las joyas, pero en lo único que podía pensar en ese momento era en Winona.
Estaba tan enamorado de ella…
En realidad, hacía tiempo que la amaba. Y lo había sabido tiempo antes de besarla. Pero había sido durante ese beso cuando por primera vez había soñado que Winona podría sentir lo mismo por él. El asunto del bebé había sido la primera emoción que Winona le había revelado por voluntad propia… Pero el beso que se habían dado nada tenía que ver con Angela. Tenía que ver con ellos dos; con algo nuevo, fuerte y poderoso que estaba naciendo entre ellos.
Bien sabía Dios que Win era cabezota, cerrada y demasiado independiente para apoyarse en él. Pero a él no le importaba. Se daba cuenta de que Winona estaba muy confundida por los sentimientos que habían surgido entre ellos, pero tal y como había dicho Shakespeare, todo valía en el amor y en la guerra. A Winona no iba a pasarle nada porque estuviera un tanto desconcertada.
Finalmente, salió silbando del coche y se dirigió hacia el edificio.
En la chimenea de piedra de la sala ardían alegremente unos troncos. Sobre la repisa colgaba la cabeza de un jabalí. Bajo una araña de Tiffany había una mesa de billar, con los tacos listos para empezar a jugar. Los muebles eran de cuero, grandes sofás y sillas, con otomanas para descansar los pies. Pero esa noche no había nadie sentado.
Justin sintió la tensión que flotaba en el ambiente. Matt estaba paseando de un lado a otro como un animal enjaulado; Dakota estaba junto a la ventana, pensativo e inmóvil. Aaron aún no había regresado de Washington, pero Ben estaba ya allí…
– Siento haberos hecho esperar, pero… Eh, menudas caras de funeral tenéis todos. ¿Hay más malas noticias? Dakota, supongo que habrás estado buscando el diamante rojo.
– No. Vine antes para hacer precisamente lo que quedamos -dijo Dakota-. Solo que cuando llegué aquí me di cuenta de que había un problema. La puerta de la bodega estaba abierta.
Justin maldijo entre dientes, y Dakota continuó.
– Se lo dije a Hank Langley, puesto que él es el dueño del club. Dijo que informaría a los demás miembros, pero que nosotros cinco, incluido Aaron, podríamos llevar las riendas de la situación. Necesitamos descubrir juntos qué está pasando, decidir juntos qué hacer. Me pareció mejor esperar hasta este momento para empezar a investigar. Cuando acabe la partida de póquer, nos quedaremos solos. Ojalá pudiera estar aquí Aaron; me da la impresión de que vamos a necesitar sus consejos.
Matthew rotó los hombros hacia delante y hacia atrás, como si quisiera liberar tensión.
– En principio, el encontrar la puerta de la bodega abierta no debería resultar tan sorprendente. Ya sabemos que alguien robó las piedras, y claramente tendría que acceder por algún sitio.
– Sí -Ben se adelantó-. Excepto que el vigilante nocturno debería haberse dado cuenta de que había una puerta abierta y haber dicho algo.
– ¿Riley no tiene anotado nada en la hoja sobre las dos últimas noches? -preguntó Justin.
– Nada de nada -respondió Dakota en tono frustrado.
– Vaya, qué extraño.
Justin sabía, al igual que todos los demás, que el viejo vigilante era la persona de más confianza que tenían. Tal vez Riley no fuera muy despabilado, pero siempre había sido una persona leal y de confianza.
– ¿Aún no habéis localizado a Aaron? -preguntó Justin.
– No -contestó Matthew-. Sabemos que sigue en Washington; lo cual no sería ningún problema si pudiera localizarlo o bien en la embajada o en la habitación del hotel. Pero la embajada se comporta como si no lo esperaran allí, y si el hotel le está dando nuestros mensajes, no ha contestado a ninguno.
– Y eso que le dejamos recado de que se pusiera en contacto con nosotros lo antes posible.
– Bueno, pero todos sabemos que llamará en cuanto pueda -añadió Justin.
Por el ruido que estaban haciendo los de la mesa de póquer, pareció que pronto se iban a quedar solos. Justin aprovechó para estudiar a sus compañeros.
– Está claro que pensáis que algo va mal. Matthew asintió inmediatamente.
– Lo hay.
Dakota concurrió:
– Algo va muy mal.
Ben asintió también.
– Creo que deberíamos esperar a quedarnos solos. No me importaría tener una pistola en la mano; me parece que haya algo acechándome detrás de cada sombra.
– Ssss. Me estáis metiendo miedo. Venga, tranquilidad -dijo Justin pausadamente-. A ver, hubo un robo, pero ninguno de nosotros sabemos cómo o por qué ocurrió. Pero quienquiera que robara las joyas estaba sin duda en el vuelo a Asterland. Y como hemos recuperado dos de las joyas, no solo le llevamos ventaja al ladrón, sino que él o ella estará probablemente ya fuera del país. En realidad, que yo sepa, casi no queda nadie en Royal de las personas que tomaron aquel vuelo…
– Robert Klimt -dijo Ben.
– Que está en coma.
– Lady Helena… -le recordó Matthew.
– Que continúa en el hospital, con la pierna rota y las quemaduras.
Matthew frunció el ceño.
– Quedaba alguien más. Sí, la profesora. Pamela no sé qué…
– Sí, Pamela Miles, la que estaba bailando con Aaron la noche de la fiesta -Justin alzo las manos-. Vosotros la visteis, ¿no? No es posible que ella fuera nuestra ladrona. Y otra persona de Royal que iba en el vuelo era Jamie Morris, pero ella iba a casarse, de modo que no creo que sea la persona que buscamos.
– Sí, sí -Dakota sonrió; Justin había conseguido tranquilizarlos, siempre lo conseguía-. No he oído ningún ruido desde que se cerró la puerta hace unos minutos. Creo que ya se han ido todos los del póquer, y que somos los únicos que quedamos aquí. Ve tú delante, Macduff. Pongámonos en marcha y averigüemos qué pasa aquí.
Ben iba a la cabeza. En realidad, el pasillo no tenía nada de misterioso. Justin, al igual que los demás, siempre sentía que los secretos encerraban un peligro. Todo el mundo conocía la leyenda de las joyas del club. Y nadie la creía.
Aunque una persona, pensó Justin mientras notaba el peso de las piedras en el bolsillo, desde luego la había creído.
Detrás de la cocina había una espaciosa alacena, y allí había unas estrechas escaleras que llevaban hasta la bodega. Al final de la bodega había una pesada puerta de resorte, que a simple vista parecía parte de la pared y no se distinguía si uno no se acercaba bien. Cada uno de ellos tenía una llave de esa puerta. Pero desgraciadamente, como Dakota había dicho, la puerta estaba sin cerrar, y se abrió cuando el primero de ellos presionó ligeramente con la mano. Detrás había un pasadizo de piedra; un pasillo estrecho, seco y frío como un sepulcro, mal iluminado por bombillas desnudas que colgaban del techo a intervalos regulares. Allí dentro no hacía tanto frío como fuera en el exterior, pero Justin se estremeció de todos modos. -¡Santo Cielo! ¡Qué horror! -exclamó Dakota. Justin se adelantó. De momento no vio nada tras los anchos hombros de Dakota, pero sintió la gravedad del problema en el tono de voz de su amigo. En un segundo, pasó a ser médico al cien por cien. Nada más ver el cuerpo acurrucado en el suelo, reconoció a Riley Monroe. Se agachó y le buscó el pulso, pero solo le bastó mirarlo para saber lo que pasaba. Hacía tiempo que no tenía pulso. Probablemente, un par de días. Demasiado tiempo como para hacer algo por el viejo guardés.
Detrás de él los demás empezaron a moverse.
– Busca la otra joya en la caja -dijo Ben en tono triste.
Matthew respondió.
– El diamante rojo tampoco está. Aquí no hay nada.
Entonces habló Dakota en tono muy bajo.
– ¿Justin?
Justin entendió que tanto Dakota como los demás estaban esperando a que a él se le ocurriera alguna idea. Nadie había pronunciado la palabra asesinato, pero todos sabían que eso era lo que había ocurrido.
– Bueno, Riley tiene un golpe en la cabeza, pero no creo que esa fuera la causa de la muerte. Creo que lo derribaron, y después le hicieron algo más. Ni un tiro ni un navajazo; no hay sangre por ninguna parte. Pienso que tal vez le hayan inyectado algo, lo cual implicaría que el asesino lo había planeado todo al detalle. Y aquí hace una temperatura tan baja que no puedo asegurar cuándo ocurrió, pero diría que hará un par de días…
– ¿Hace un par de días? ¿Quieres decir, la noche en que el avión de Asterland intentó despegar? -preguntó Ben.
Justin se quitó la cazadora y cubrió la cara de Riley, para seguidamente levantar la vista.
– Sí, es lo que yo pienso.
Todos se miraron, pero fue Matthew el que habló.
– Qué lío. Tenemos un muerto, un diamante rojo robado y un accidente de avión. Si se lo decimos a la policía, nos arriesgamos a que se produzca un incidente internacional; lo peor que podía ocurrir ahora que Asterland y Obersbourg tiene un acuerdo de paz tan precario. Y nos arriesgaríamos a eso sin ni siquiera saber si nuestro ladrón de joyas es un americano o uno de Asterland.
– No tenemos razón para pensar que el accidente y el robo están relacionados -dijo Dakota-. Los dos sucesos podrían haber coincidido.
Justin se puso de pie lentamente.
– Es cierto. Pero en este momento eso no importa tanto. Tenemos que ocuparnos de Riley. No tenemos otra elección que llamar a las autoridades.
– Lo sé -Matthew adelantó un pie y clavó el talón en el suelo-. Pero la cuestión es ¿qué autoridades? Han asesinado a Riley. Está claro que tenemos que llamar a la policía. Pero eso no quiere decir que tengamos que contarles todo lo relacionado con el club, la historia de las joyas o nuestra larga lista de misiones por el mundo. Quiero decir, una cosa es contarles lo de Riley, y otra muy distinta hacer pública esta situación. Ojalá alguien de dentro pudiera aconsejarnos. Aquí hay problemas muy gordos aparte de la muerte de Riley.
– Estoy de acuerdo -dijo Ben-. Pero solo necesitamos que un policía conozca toda la historia; alguien en quien podamos confiar.
Inmediatamente, Justin pensó en Winona.
– Bueno… Lo primero que tenemos que hacer es ocuparnos de Riley. Pero en lo referente a alguien de confianza del departamento de policía, tengo una sugerencia…
Justo en ese momento, empezó a sonar el busca del hospital. Justin maldijo para su interior. No podía estar en tres sitios a la vez, sin embargo, esa era una de esas noches en las que tendría que hacerlo.
Winona estaba con el teléfono pegado a la oreja cuando la cara regordeta de Wayne asomó a la puerta de su despacho. Mientras terminaba la llamada, su jefe dio un paso hacia delante y miró a su alrededor. El despacho era tan pequeño y estaba tan lleno de cosas que apenas se cabía. En ese momento, aparte de archivos y una mesa cuya superficie no había visto la luz desde hacía meses, la habitación estaba llena de accesorios de bebé; y Angela en sí misma no ocupaba lo que se dijera poco espacio entre las mantas, los sonajeros y los biberones. Sin embargo, al ver a Wayne empezó a hacer pompas con la boca de emoción.
Wayne suspiró largamente.
– Por fin puedo verte un momento. ¿Te has enterado del asesinato de Riley?
– Claro.
– No me gusta que haya estos líos en mi ciudad, y en esta semana es lo único que ha habido -Wayne se rascó la barbilla-. ¿Cuánto tiempo vas a tener al bebé en la oficina, Raye?
Wayne era un perro ladrador, pero su mordisco era aún peor.
– El bebé no me ha impedido seguir trabajando como una mula -dijo a la defensiva.
– Yo no he dicho eso. Pero lo hará. Tengo dos en casa. Sé el tiempo que hay que dedicarlos, y es todo el día. ¿Adonde crees que vas con todo esto, Winona?
– Sabes adonde voy. Estoy buscando a la madre.
– Eso no es lo que te estoy preguntando, y lo sabes. Estás ya tan encariñada con esa niña que se te nota en la cara. No es tuya. Y estás transgrediendo las normas, lo sabes muy bien, al no entregarla a los Servicios Sociales.
– No me han presionado.
En ocasiones, Wayne se mostraba fastidiosamente lógico.
– Porque esto es Royal. Y porque eres tú, y todo el mundo te conoce y quiere -gruñó Wayne-. ¿Pero si un policía no se comporta con rectitud, cómo vamos a hacer que los demás cumplan las leyes?
– No estoy incumpliendo la ley.
– Lo sé. No he dicho que estés haciendo eso. Deja de eludir el tema.
Ella asintió.
– Lo siento.
Lo sentía de verdad. Por muy difícil que su jefe pudiera mostrarse a veces, Wayne siempre había estado de su parte, y se daba cuenta de que se tomaba aquella discusión tan en serio como ella.
– De acuerdo. En cuanto hasta dónde quiero llegar, te diré que quiero encontrar a los padres. Y no he terminado aún con eso. Pero si eso no sale bien, me gustaría adoptar a Angela. O si no puedo adoptarla, acogerla en mi casa.
– De acuerdo, me gustan las respuestas sinceras -Wayne se pasó la mano por la cara-. Si necesitas que alguien informe del carácter que tienes, del tipo de padre adoptivo que serías, y ese tipo de cosas, acude a mí, Raye -dijo en tono gruñón.
No podía besar a su jefe; eso no habría sido apropiado, y además a él no le haría ninguna gracia.
– Gracias -dijo con sinceridad.
– Sí, bueno. No solo he venido a decirte eso. ¿Conocías a Riley Monroe?
– Sé que era el vigilante del Club de Ganaderos de Texas. Y hacía las veces de camarero en muchas de sus fiestas. Siempre me pareció un hombre muy agradable. No me lo imagino metido en ningún lío. Pero no lo conocía personalmente.
Wayne asintió.
– Sí, todo el mundo opina lo mismo. Quién diría que acabaría asesinado. La cuestión es que no vamos a poder ocultárselo a la prensa. La gente querrá enterarse e ir a presentarle sus respetos. Sobre todo porque Riley no tenía familia. Pero no quiero que los medios conozcan los detalles del caso hasta que no termine la investigación. Debemos llevar esto con reserva. Y sé que tú no te ocupas de homicidios, pero quiero que todo el mundo en la comisaría lo sepa.
– No hay problema.
Alguien gritó que había una llamada de teléfono para Wayne y este volvió corriendo a su despacho.
En el mismo momento en que ella iba a descolgar el teléfono, este sonó.
– ¿Winona?
– ¿Sí? -Winona estuvo segura de que la voz de mujer le resultaba conocida.
– Estoy en tu casa, querida…
– ¿Cómo dice?
– Solo quería saber si eres alérgica a algo.
– Bueno, no, pero…
– Bien. No quería arriesgarme a preparar algo de comer que no te fuera bien. Y Justin no creyó que querrías que me quedara a cuidar del bebé hasta que las dos nos hubiéramos sentado a charlar, pero no es como si no nos conociéramos de nada. De modo que quiero decirte desde ya que estoy disponible. Y adoro los niños. Y estaré aquí, ayudándote con la casa también, de modo que no pasa nada si el bebé se queda aquí. Y eso es todo, querida. Sé que estás en el trabajo y que no podéis recibir llamadas personales. No pasa nada.
La mujer colgó bruscamente, y Winona se quedó mirando el auricular durante unos segundos, totalmente aturdida. Sí, le sonaba la voz de la mujer, pero no conseguía localizarla. Y la conversación en sí, hablando de cocinar, de alergias y del bebé, no tenía sentido para Winona. Podría haberle alarmado la idea de que en su casa hubiera una extraña, de no haber surgido el nombre de una persona en la conversación. El de Justin.
Winona miró a Angela, que estaba en un capazo sobre la mesa.
– Angela, será mejor que vayamos a comer a casa, si te parece bien.
La niña empezó a mover las piernas, como si la idea le hubiera emocionado.
Cuando llegó delante de su casa, Winona vio un coche extraño aparcado en el camino. Salió del coche, sacó a Angela y la bolsa de esta lo más rápidamente posible, y se dirigió hacia la puerta. Iba a meter la llave cuando se dio cuenta de que no estaba echada.
Nada más asomar la cabeza, estuvo a punto de darle un infarto.
No había platos sucios en la pila y los azulejos de la cocina estaban limpios. En la encimera se estaba enfriando un bizcocho y en la lumbre se estaba cocinando algo que olía de maravilla. Winona no sabía hacer bizcochos. Y desde luego no hacía, o más bien no sabía hacer, estofados.
Dio unos pasos más. Tanto la lavadora como la secadora estaban en marcha en el lavadero. Y lo más chocante fue que había ropa doblada encima de la secadora. Doblada. No rebujada de cualquier manera.
Aquello era terrorífico. Aun así, se quitó la cazadora y continuó paseando por la casa con Angela en brazos. Estaba claro que allí había un intruso, pero no uno peligroso, sino más bien extraño.
En el suelo del cuarto de baño no había ni una sola toalla. Tampoco calcetines, bragas o tejanos en el suelo de su dormitorio. La cama estaba hecha. Hecha. Y con sábanas limpias. Como vivía la gente de verdad.
Con el bebé seguro entre sus brazos, se acercó de puntillas al salón, donde sabía que estaba el intruso por el estruendo que salía de allí. Al asomarse vio el trasero de una mujer inclinada pasando la aspiradora debajo del sofá.
Como si hubiera sentido que no estaba sola, la mujer se dio la vuelta de repente, se llevó la mano al pecho y apagó el aspirador al mismo tiempo.
– No te asustes -dijo Winona con afecto-. Puedo ayudarte con esto. Hay grupos de apoyo para todo tipo de problemas. Confía en mí. Puedo enseñarte a vivir con la suciedad. Yo lo hago a diario…
La mujer dejó caer la mano y se echó a reír con ganas.
– Justin siempre dijo que eras un bicho. No te acuerdas de mí, ¿verdad? ¿Te acuerdas de Myrt?
– Por supuesto.
Winona habría reconocido al ama de llaves de Justin en cuanto le hubiera echado un buen vistazo.
– Bueno, entonces este es nuestro bebé. Por si no lo sabías tuve cuatro hijos. Y ahora tengo siete nietos. Pero apenas los veo. Todos mis hijos se marcharon tan lejos por los trabajos y todo eso. Estoy deseando tomar en brazos a un bebé.
Poco a poco Winona se estaba haciendo a la idea de lo que pasaba allí; pero no estaba del todo segura.
– Justin me dijo que estabas demasiado ocupada, intentando trabajar a jornada completa y cuidar del bebé al mismo tiempo. Dijo que estabas agotándote. Su casa es grande, pero no hay mucho que limpiar. Sobre todo porque casi nunca está en casa. La verdad es que tiene tanto sitio que sería mucho más fácil que el bebé y tú…
– Vaya…
Winona sintió que le cedían las rodillas.
– Pero a mí no me importa. Me paga mucho dinero, que, por supuesto, es la mitad de lo que merezco… porque soy la mejor abuela que podrías contratar. Horneo que da gusto, jamás pierdo la paciencia con un niño. Y me encanta limpiar.
– Me está asustando -dijo Winona.
– Necesitas ayuda, y yo estoy aquí. Y Justin me paga un salario, de modo que no tienes que preocuparte por eso. Puedo quedarme a dormir cuando quieras…
– Asombroso…
– Ojalá no tuviera las noches tan libres, pero desde que Ted murió… Bueno, pero vayamos a lo importante. ¿Cada cuantas horas toma biberón? ¿A qué hora hay que bañarla? ¿Cuándo se pone pesada?
Myrt tendió los brazos, indicándole a Winona que quería que le pasara al bebé.
Winona lo hizo con mucho cuidado, y entonces se quedó derecha como una vara, observando cada movimiento de la mujer. Y al cabo de unos momentos se dio cuenta de que la mujer se había enamorado del bebé nada más tomarla en brazos.
– ¿Myrt?
– ¿Sí? -la mujer se sentó con la pequeña, olvidado la limpieza de la alfombra.
Winona sintió que su respeto hacia la mujer aumentaba considerablemente.
– Se pone pesada hacia la hora de la cena, más o menos. Justo cuando voy a cenar. Y, aparte de eso, casi nunca llora a no ser que tenga una buena razón. Toma un biberón cada cuatro horas, y es muy puntual. Ahora mismo, lleva un minuto de retraso.
– Bueno, entonces voy a preparárselo. Vamos a pasárnoslo muy bien juntas, ¿verdad, bonita?
Myrt pareció perder todo el interés por lo que le estaba diciendo Winona.
– Bueno, no quiero dejarla, pero en cuanto se tome el biberón lo más probable es que se eche una siesta de dos horas. Y necesito hablar con Justin. ¿Le importaría si salgo un rato?
– Pues claro que no, querida. Eso es lo que he intentando decirte. Estoy aquí por ti, y por el bebé.
Winona agarró su cazadora y las llaves del coche y salió. En cuanto se metió en el coche llamó a su jefe para que supiera que iba a tardar un rato en volver a su mesa.
Posiblemente «un rato» fuera quedarse corta, pensó mientras salía por el camino. Cuando agarrara a Justin… bueno, no estaba segura de lo que iba a hacerle. Pero desde luego iba a hacerlo bien.