Capítulo Once

Winona había pasado miedo antes, pero no como en ese momento. A última hora de esa tarde había averiguado quién era la madre de Angela. En ese momento había pensado que no habría nada más importante o traumático que eso; pero se había equivocado.

En ese momento paseaba con el bebé en brazos porque tenía demasiado miedo para hacer otra cosa. Había vuelto a casa del trabajo y preparado algo de cena antes de preparar a Angela para dormir. Y todo había ido bien hasta que el bebé se había despertado, haciendo unos ruidos como si se estuviera ahogando.

Tenía miedo de acostarla. Miedo de que tenerla en brazos pudiera perjudicarla. Cuando se había entrenado para policía le habían enseñado primero auxilios, ¿pero qué había en aquel manual que sirviera cuando era su bebé el que sufría?

Winona oyó el ruido de la puerta de entrada.

– ¿Justin? ¡Estoy aquí! ¡Corre!

Quería prepararse antes de verlo, porque sabía que le dolería. Winona no tenía ni idea de lo que ese hombre estaba pensando, pero dos días atrás había sumado dos y dos. Durante días había estado presionándola para que se casara con él. Pero cuando había llegado el momento de fijar una fecha, se había echado atrás en más de una ocasión.

Había empezado a ver cuánto se preocupaba Justin; cuánto le había ocultado; cómo sería como padre, lo buen amante que era y todo el amor que llevaba dentro.

Solo que con todo ello había conseguido que se enamorara de él perdidamente. Prácticamente la había obligado a enamorarse de él total, profundamente. ¿Para después arrepentirse llegado el momento de fijar fecha?

Dios, cómo dolía. En realidad le dolía tanto que llevaba dos noches seguidas sin dormir apenas. Pero en ese momento no había tiempo para mostrar su dolor o su rabia. Solo tenía una cosa en la cabeza: el bebé.

Le oyó quitarse la cazadora antes de entrar en el cuarto de la niña.

– Lleva ya veinte minutos ahogándose como ahora. Tal vez debería haberla llevado al hospital, pero no entendía lo que pasaba; tampoco quería sacarla con el frío que hace, por si se ponía peor. Pero me doy cuenta, está claro, de que le pasa algo. No respira bien…

– Sigue hablando. Sigue contándome todo lo que le ha pasado.

– La puse a dormir hará unos cuarenta y cinco minutos. Ha pasado el día bien; bien del todo. Y se quedó dormida inmediatamente, pero fue como si se hubiera tragado algo, porque de repente empezó a toser. Yo estaba en la cocina y eché a correr hacia su cuarto. La levanté en brazos y empecé a darle palmadas en la espalda, pensando que podría ayudarla a que expulsara lo que fuera…

– ¿Y echó algo? -le preguntó Justin en tono tranquilo, pero con urgencia.

– No. Pero debió de echarlo. Porque después ya no parecía que se ahogara tanto. Siguió como está ahora. Ya ves lo mal que lo está pasando para respirar. Está casi azul…

– ¿Has llamado a un pediatra?

– No, por supuesto que no. Te he llamado a ti. Quería que vinieras tú.

– Win, vamos, sabes que yo no estoy especializado en bebés…

– Conoces la medicina como nadie. No hay nadie como tú.

– Maldita sea, Winona. No sabes lo que me estás pidiendo.

Fue algo tan raro por su parte decirle eso, que Winona levantó la cabeza. En ese momento ella y él no importaban. Lo importante era el bebé… pero de algún modo todo su dolor se desvaneció. No sabía por qué se había acobardado en el momento de fijar la fecha de boda, pero desde luego no era por falta de amor. Vio cómo la miraba. En sus ojos había una mirada tierna y llena de amor, fijada en la suya durante un largo segundo, antes de volverse a centrarse en el bebé.

Le quitó el bebé de los brazos y la tumbó sobre la superficie plana de la cuna. Con dedos ágiles y suaves le quitó la ropa y empezó a examinarla sin dejar de murmurarle.

– ¿Qué quieres decir con que no sé lo que te estoy pidiendo? -le preguntó en voz baja.

– No me puedo arriesgar a que le ocurra algo a Angela. A ella no. No puedo, Winona, maldita sea. Lo digo en serio. Ya no me dedico a esto.

Ella escuchó sus palabras, pero no tuvieron sentido; Justin ya estaba ocupándose de Angela del modo más competente posible.

Y nada más entrar por la puerta, Winona había dejado de sentir pánico. Bueno, casi. Aún estaba nerviosa y le temblaban las rodillas.

Pero si había alguien que pudiera salvar a un bebé, ese era Justin. Si alguien podía ayudar a Angela, Justin encontraría el modo de hacerlo. Si confiaba en alguien, y no había muchos en su lista, era en Justin.

– Enciende la lámpara -dijo en voz muy baja-. Tráeme el maletín negro y ábrelo, ¿quieres? Y después tráeme una paja de la cocina, ¿vale? Date prisa.

En su voz no oyó pánico, nada que pudiera causarle preocupación, pero instintivamente entendió que debía apresurarse. Volvió al poco tiempo con lo que le había pedido.

– Sabes lo que le pasa, ¿verdad?

– Sí -dijo-. Es la ballena.

– ¿Eh?

– El peluche. Nada más tumbarla en la cuna vi que el peluche tenía unos puntos sueltos, y que se le salía un poco de pelusa del relleno. Me da la impresión de que se ha metido un poco en la boca. Y seguro que le has estado dando palmadas ahí -señaló hacia la izquierda de la moqueta-, porque ha escupido un poco.

– Oh, Dios mío. ¿Crees que se ha tragado la pelusa? ¿Por eso le cuesta respirar? ¿Podría ser venenoso? ¿Podría…?

– Win.

– ¿Qué?

– Necesito que me escuches.

Ella tragó saliva.

– Te estoy escuchando.

– Esto no va a ser agradable. Aún tiene un poco de pelusa en la garganta. Esto es lo que le está obstruyendo el paso del aire. Tengo que sacarlo. ¿Winona?

– ¿Qué?

– Te quiero. Y te prometo, te prometo, que va a estar bien. Pero no va a ser bonito ver esto, de modo que quiero que vayas y te sientes en la habitación de al lado.

No pensaba moverse de allí; aunque sí que se tomó unos segundos para agarrar la ballena de peluche y tirarla a la papelera. Él continuó hablando en voz baja para tranquilizar al bebé, pero era a Winona a la que le estaba hablando, avisándola de que tal vez tuviera que hacerle una traqueotomía a Angela si no era capaz de aspirar la pelusa con la paja. De uno u otro modo tendría que sacársela.

Justin tenía razón. Nada de lo que hizo fue agradable a la vista, pero unos minutos después el bebé empezó a toser violentamente. Y entonces todo terminó. Justin se colocó a la pequeña apoyada en el hombro mientras le susurraba en voz baja y miraba a Winona con los ojos empañados.

– Ya puedes ir diciendo a nuestra hija que no vuelva a asustarme así -dijo Justin.

Winona deseaba abrazar a Angela, pero dejó que Justin siguiera con ella en brazos. Ella cambió las sábanas de la cuna por si quedaba algún resto de pelusa. Cuando todo estuvo listo y las luces apagadas, eran más de las doce. Justin le había puesto a la niña un pijama suave y caliente, y en ese momento Angela roncaba dulcemente. La tumbó en la cuna, pero ninguno de los dos quiso retirarse inmediatamente.

Quince minutos después, los dos seguían allí junto a la cuna, a pesar de que Justin había dicho tres veces que ya no había razón para preocuparse.

– Y duerme como un ángel -concedió Winona-. Vamos, es una tontería que nos quedemos aquí. Es hora de que nos acostemos y durmamos un poco.

– Ve tú. Yo me quedaré vigilándola un poco más.

– No, ve tú.

– No, tú.

A las dos de la madrugada, Winona se despertó en una mecedora junto a la cuna de Angela… y al momento vio a Justin a su lado en otra mecedora que había llevado antes. Tenía el cuello torcido como ella, y cara de cansado.

Winona sonrió mientras lo miraba. La amaba. Y también a Angela. No sabía lo que le había pasado unos días atrás, pero Winona sabía cuál era la verdad.

De repente, Justin abrió los ojos, como si hubiera sentido que ella estaba despierta y observándolo. Con la misma rapidez, se puso de pie y se inclinó para mirar al bebé, para ver si estaba tranquilo. Entonces se irguió y se frotó la cara con una mano.

– Está bien. Es una tontería que sigamos aquí, Winona. Nos hace falta dormir un poco a los dos.

– Lo sé -dijo, pero no se movió ni él tampoco-. Con todo lo que ha pasado, no he tenido oportunidad de decirte algo, Justin. Ya no hay razón para que te cases conmigo.

– ¿Qué?

– He averiguado quién es la madre de Angela.

Él tragó saliva y entonces fue y le tomó la mano. Cuando entraron en el salón a oscuras, Justin le echó una manta pequeña por los hombros y después la sentó en el sofá.

– De acuerdo. Cuéntame toda la historia.

– Estuvo en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas. Era una de las invitadas. La esposa de Herb Newton, Alicia. Herb estuvo un año sabático en Oriente Medio. El año pasado quedó embarazada, pero cuando el bebé iba a nacer, le dijo a sus vecinos y a su familia que el niño había nacido muerto, que lo había perdido. En lugar de ir al hospital, llamó a una comadrona. La comadrona dijo lo mismo que había dicho ella. Herb no estuvo presente en el parto, y él le contó lo mismo, que el bebé había muerto.

– ¿Entonces tú descubriste su mentira?

Winona asintió.

– Sí. La comadrona cuidó del bebé los dos primeros meses. La mujer estaba implicada en la historia y quería ayudar a Alicia, pero no sabía lo que hacer. El problema era que Herb la maltrataba físicamente. No dejó de pegar a Alicia mientras estuvo embarazada, y ella tuvo miedo de que le hubiera hecho daño también al bebé. En realidad, estaba totalmente segura de que había sido así. De modo que le pidió a la comadrona que dejara a Angela en mi puerta.

– Dios -murmuró Justin en tono emocionado.

– Alicia era una de las sospechosas que estaba investigando. Pero cuando fui a buscarla esta tarde me lo confesó todo. No va a ser sencillo, en cuanto al futuro de Angela.

– ¿Por qué?

– Porque tiene miedo de que Herb la mate si se entera de que el bebé está vivo. Ella no quiere al bebé. En absoluto. Va a intentar divorciarse, dejar esa relación y empezar una nueva vida. Pero si Herb averigua que el bebé sigue vivo, tiene miedo de que pida la custodia; y como es su padre biológico, Alicia tiene miedo de que pueda conseguirla y obligarla a que viva con él.

– Qué lío -dijo Justin en voz baja.

– Sí, y ahí está la cosa, que no puede resolverse legalmente; al menos durante un tiempo. Si Alicia consigue lo que quiere, dará a la niña en adopción, específicamente a mí. O a nosotros -lo miró a los ojos-. Pero el caso es que… no hay razón ya para que te cases conmigo, solo para darme la posibilidad de que pueda adoptar a Angela. Ahora conocemos la situación de la niña, y sabemos que llevará un tiempo hasta que los tribunales resuelvan. Pero el matrimonio no me va a ayudar a quedarme con Angela. Los verdaderos problemas legales son entre Alicia y su marido.

– Win, yo no quiero casarme contigo por Angela.

– Yo no creía eso, pero entonces te echaste atrás cuando llegó el momento de fijar la fecha de boda, como si no fueras en serio. Me has hecho daño, doctor.

El la miró con ansiedad.

– Yo no quería que pasara eso, de verdad. Y siempre he deseado casarme contigo, Win, desde hace años. Desde la primera vez que te vi; entonces tenías doce años y le dabas una patada en la espinilla a todos los niños que se acercaban a decirte hola. Dios, qué cabezota eras, qué valiente…

– Deja de decirme lindezas, y dime por qué me has hecho daño.

– No quería. No fue mi intención.

– Justin… eso no me vale.

Se quedaron en silencio; un silencio tenso. Él apartó la mirada un momento, y entonces se volvió y la miró a los ojos.

– Fue porque de pronto me di cuenta de que… tal vez no fuera el hombre que tú pensabas que era.

Ella le puso la mano sobre la suya; la mano izquierda, para que viera que llevaba puesto el anillo, que brillaba suavemente entre las sombras. Y entonces entrelazó los dedos con los suyos, con fuerza, para que tuviera algo a qué agarrarse.

– Perdí tantos pacientes en Bosnia… En mi especialidad, a veces se pierden pacientes. Así es. Es una lucha, una batalla contra la muerte. Las salas de urgencia son sitios desagradables, imperfectos, donde a veces solo tienes un segundo para tomar una decisión de vida o muerte. Es imposible. Pero… Win, yo pensaba que era bueno en mi trabajo -ella le apretó la mano con fuerza. -Pero allí no había medicamentos. A veces ni siquiera electricidad. Ni luz, ni agua, ni instalaciones. Nada. Nos llegaban pacientes que podrían haber salvado la vida, hombres que no tenían que haber muerto, niños sufriendo dolores. Y no podía hacer nada. Nada.

De haber podido sangrar por él, Winona lo habría hecho. Durante todo ese tiempo, ella había intuido que había una razón que explicara la soledad que se reflejaba en su mirada.

– Pensaba que era un hombre más fuerte. Pero cuando volví de Bosnia me eché a temblar solo de pensar en ver morir a un paciente más. Por eso cambié de especialidad. Veo dolor, pero casi siempre puedo hacer algo por remediarlo. Pensé que el cambio me vendría bien, pero por dentro no he dejado de sentir que fracasé. Que no estuve a la altura de las circunstancias. Que no era el hombre que querría haber sido; el hombre que pensaba que había sido.

– Maldito seas, Justin. Eres tan tonto, y te quiero tanto -le agarró la cara con fuerza y le plantó un beso lleno de posesividad-. Eres diez veces mejor que cualquier hombre, pedazo de cretino. ¿Es que pensabas que podías hacerlo todo?

– No, pero… No me había dado cuenta de lo mucho que me remordía la conciencia hasta que empezamos a hablar de casarnos y todo lo que había soñado que tendría contigo empezó a hacerse realidad. Y entonces me di cuenta de que no me había enfrentado a ello; que había sido un cobarde.

– Yo no amaría a un cobarde. No como te amo a ti, con toda mi alma.

– No estaba seguro de si me conocías bien o no. Tú no sabías de mi fracaso, y tuve miedo de que tal vez estuviera engañándote; de no poder prometerte que sería el hombre que necesitabas.

– Esta noche has salvado a nuestro bebé, doctor. ¿Dónde está el fracaso? Eres el mejor médico que conozco. Pero, aún más que eso, eres el mejor hombre -de nuevo lo besó, esa vez con ternura-. Te quiero, Justin.

– Ay, Win, yo también te quiero. Con toda mi alma. Por eso me ha costado tanto enfrentarme a esto. Porque quería tener derecho a amarte toda la vida.

– Hemos pasado una prueba de fuego, ¿no crees? Pero a partir de ahora… tus miedos serán los míos, y tus preocupaciones las mías.

– Y tu amor… mi amor -dijo él con pasión, y la tomó entre sus brazos, ofreciéndole un beso cargado de todo el amor y las promesas que en ese momento se estaban haciendo el uno al otro.

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