CAPÍTULO 12

Jonas le dio vueltas al asunto durante el resto de la mañana y de la tarde.

Si Joshua no le hubiera hablado de la segunda visita de Potheridge a Red Bells, no se habría enterado de nada, no sabría que Em había tenido que soportar la prepotencia de su tío una vez más, y eso le irritaba.

Conocía el origen de esa irritación, pero eso no la aliviaba en absoluto. Cuando el reloj de la biblioteca dio las diez y no pudo recordar que había hecho durante las dos últimas horas, se rindió y se dirigió hacia la posada.

Como había esperado, Em y Edgar estaban cerrando. Esa noche ella estaba colocando los manteles y las servilletas en las mesas del salón mientras los últimos clientes apuraban sus cervezas antes de volver a casa.

Se cruzó con Thompson y Oscar en la puerta principal y éstos le saludaron mientras salían arrastrando los pies.

Él les devolvió el saludo sin apartar la vista de Em. Después de sostenerle la mirada un momento, la joven continuó con su tarea.

Él apoyó el hombro en la pared y la observó.

Em no estaba segura de por qué Jonas estaba allí. No pensaba que quedara ningún asunto pendiente entre ellos, pero había tenido un día duro y estaba muy cansada. Tenía la mente entumecida y los pensamientos divididos… Puede que se hubiera olvidado de algo importante.

A pesar de todo el apoyo recibido, a pesar de saber que Harold no comportaba ninguna amenaza seria, no podía dejar de pensar en él.

Hasta que su tío abandonara el pueblo, ella estaría tensa y en guardia. Hacía mucho tiempo que Em había aprendido a desconfiar de él. Incluso cuando aceptara que no regresarían a su casa, que no volverían a trabajar para él -y aún faltaba mucho tiempo para que eso sucediera-, era el tipo de persona que causaría problemas por puro despecho.

Su presencia ya había afectado a las gemelas. Sabían que no le caían bien, así que no se fiaban de él, pero teniendo en cuenta que era pariente de Issy, Henry y Em, siempre trataban de complacerle. Sin importar que Em les hubiera dicho repetidas veces lo contrario, pensaban que era culpa suya que él no quisiera saber nada de ellas. La joven había tenido que convencerlas de que no serviría de nada que le llevaran un plato con boíl i tos de Hilda como oferta de paz.

Se sentía acosada y profundamente preocupada por no haber tenido tiempo de buscar el tesoro. Sabía que Jonas la estaba esperando, pero la tarea mecánica de ordenar las mesas la tranquilizaba y le ayudaba a pensar.

Edgar salió de detrás del mostrador y se detuvo en medio del salón.

– Ya he acabado, señorita. -Levantó las llaves-. Cerraré al salir.

Ella le dirigió una sonrisa.

– Gracias, Edgar. Buenas noches.

– Buenas noches, señorita. -Tras inclinar la cabeza de manera respetuosa, Edgar se fue.

Dejándola a solas con el dueño de la posada.

La puerta principal se cerró y se escuchó el clic del cerrojo. En cuanto acabó de ordenar las mesas, Em se dio la vuelta para comprobar que las contraventanas estuvieran bien cerradas y, sin más excusas para su indecisión, se acercó a su némesis.

Se detuvo delante de él y arqueó una ceja.

Jonas se apartó de la pared.

– He oído que has tenido otra visita de tu tío.

Ella, asintió con la cabeza y se alejó de él en dirección a su despacho.

– Estoy segura de que no será la última. No se rinde fácilmente.

– Hablaré con él.

– ¡No! -Em se giró en redondo, frunciendo el ceño-. Al final nos dejará en paz, pero aun así, ya le he dicho miles de veces que no soy asunto suyo. No es responsable de mí. No tiene que luchar ninguna batalla por mí.

Jonas parecía furioso, realmente estaba furioso con ella. Pero al mismo tiempo Em percibió su vacilación. En un intento por evitar su proteccionismo exacerbado -¿o quizá se sentía posesivo?- Em se giró de nuevo, apagó la última lámpara que estaba encendida sobre el mostrador y, guiándose por el débil resplandor del rescoldo de las brasas de las chimeneas, atravesó el salón en dirección a las escaleras, ansiando alcanzar la segundad de sus aposentos.

En lugar de dejarla marchar, Jonas la siguió de cerca e, inclinando la cabeza, le gruñó al oído:

– Quiero ser responsable de ti. Quiero luchar tus batallas y matar a los dragones que te amenazan.

Las palabras susurradas sonaron ásperas, como si hubieran sido arrancadas del interior de Jonas. Ella apretó el paso, pero él la siguió.

– Maldita sea, quiero tener derecho a defenderte, a protegerte a ti y a los tuyos de elementos como tu tío Harold. -La cogió del brazo y la hizo darse la vuelta-. Y, evidentemente, pienso reclamar ese derecho.

– ¿Evidentemente? -Ella se liberó de su brazo y lo miró directamente a los ojos-. No me importa qué bicho le ha picado, pero le aseguro que eso no es evidente para mí.

El frunció el ceño ominosamente.

– Maldición. Mis sentimientos no pueden tomarte por sorpresa. He hecho de todo menos deletreártelo. ¿Qué demonios piensas que hay entre nosotros? -preguntó abriendo los brazos y señalándolos a los dos con las manos.

Ella alzó la barbilla.

– Sólo soy su empleada -dijo categóricamente.

Se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras. Él parecía, sencillamente, incapaz de entrar en razón, no parecía dispuesto a dejarla en paz y a marcharse. Y ella estaba demasiado cansada, demasiado confusa para discutir. Lo único de lo que estaba segura era de que él estaba empeñado en protegerla quisiera ella o no.

Quería convertirse en su protector.

Y Em sabía que lo más prudente para ambos era retirarse. Continuó subiendo las escaleras.

– Buenas noches, señor Tallent. Pensará con más claridad mañana, entonces podrá agradecérmelo.

– Jonas. Y eres la posadera más terca que he conocido en mi vida -Jonas la siguió arriba, considerando las palabras de Em, dispuesto a seguir discutiendo-. ¿Qué demonios quieres decir con que pensaré con más claridad mañana? Llevo semanas haciéndote la corte. No te atrevas a decirme que no te has dado cuenta.

Al llegar al piso superior, Em se giró para enfrentarse a él, haciendo que se detuviera, obligándole a quedarse dos escalones por debajo de ella y haciendo que sus rostros quedaran al mismo nivel.

Entonces ella pudo lanzarle una mirada encolerizada directamente a los ojos.

– No me ha estado haciendo la corte, me ha estado seduciendo. O intentando seducirme. La cruda realidad es que los caballeros como usted no se casan con posaderas.

El notó que su temperamento se inflamaba y la miró con los ojos entrecerrados.

– Otra realidad que deberías considerar con mucho cuidado, una igual de cruda, es que los caballeros como yo no seducen a las posaderas. Está mal visto.

Em entrecerró también los ojos, que brillaron como cristales rotos entre las sombras. Apretó los labios en una línea terca y luego asintió bruscamente con la cabeza.

– Como ya he dicho, buenas noches, señor Tallent.

Se giró sobre los talones, se dirigió a la puerta de sus aposentos, la abrió y entró en la sálica.

Se detuvo para cerrar la puerta, pero él soltó un gruñido -literalmente un gruñido ronco-y la siguió.

– ¡Esto es ridículo!

– Estoy totalmente de acuerdo.

Se giró para enfrentarse a él con intención de echarle fuera, pero descubrió que estaba mucho más cerca de lo que había pensado. Jonas tenía los brazos en jarras y la cabeza inclinada. La miraba airadamente con cierta luz en los ojos, cierta expresión en la cara, que provocó que el corazón de Em se acelerara. Le había caído un mechón de pelo sobre la frente y parecía realmente peligroso. La joven dio un paso atrás.

Y luego otro más cuando él la siguió, cerniéndose sobre ella.

Em señaló la puerta sin dejar de retroceder.

– Debería volver ya a casa.

– No. -Sin apartar los ojos de ella, alargó el brazo, agarró el borde de la puerta y la cerró de un empujón-. No pienso marcharme y no voy a dejar que te escabullas otra vez. Nadie va a distraernos ahora. Vamos a llegar al fondo del asunto, vamos a aclarar las cosas ahora para que las entiendas de una vez por todas.

– ¡Lo entiendo perfectamente! Está loco. Ha perdido la cabeza, no sabe lo que dice. -Y, además, ella tampoco podía pensar con claridad. Estaba demasiado cansada. La cabeza le daba vueltas-. Veremos las cosas con más claridad después de dormir bien.

Se dio la vuelta y entró precipitadamente en su dormitorio, segura de que un caballero como él no la seguiría hasta allí.

Se equivocó.

Cuando empezó a cerrar la puerta, se lo encontró justo detrás de ella.

Em chilló. Dio un paso atrás, pero se pisó el dobladillo de la falda y perdió el equilibrio. Él la agarró por la parte superior de los brazos, la sostuvo para que no se cayera y…

No la soltó.

– Deja de fingir que no hay nada entre nosotros. -Los ojos oscuros de Jonas estaban clavados en los suyos, con unas profundas emociones ardiendo en ellos.

Ella contuvo el aliento.

– ¿El q-qué?

Jonas le lanzó una mirada dura.

– Esto.

El inclinó la cabeza y la besó. No a la fuerza, ella podría haber resistido, sino de una manera tierna y tentadora, casi suplicante.

Como si quisiera que ella lo viera como él, que comprendiera que eso, lo que fluía y ardía inexorablemente entre ellos, existía de verdad. Como si quisiera que ella sintiera lo que era, que supiera qué significaba y que admitiera lo que quería decir.

Los labios de Jonas decían todo eso, lo expresaban con la brusca caricia de su lengua contra la de ella. Cuando la rodeó con los brazo; a Em le dio un vuelco el corazón y sus sentidos brincaron. Pudo percibir mucho más por la manera cálida, tierna y posesiva en que la abrazaba con fuerza. Pudo apreciar y conocer mucho más porque él le dejaba, porque ahora exponía ante ella todas las emociones que realmente sentía.

Por voluntad propia, Em alzó una de sus manos para acariciar delgada mejilla de Jonas con tierna suavidad. Él la deseaba, la quería. Quizás incluso la necesitaba.

Y lo que ella sentía en respuesta, lo que le hacía hervir la sangre en las venas, lo que se extendía por cada terminación nerviosa, era mucho menos contenido, más des inhibido. Era un hambre poderosa y voraz, un deseo desenfrenado.

Y esta vez, Em estaba preparada para dejarse llevar, para dejarse arrastrar por él. No es que careciera de distracciones -ni siquiera había tenido un minuto para pensar en todo el día-, pero debido a la aparición de Harold y la consiguiente preocupación por las gemelas y, en menor medida, por Henry y por Issy, Em necesitaba casi con desesperación, una distracción diferente.

Necesitaba algo que la absorbiera, que la hiciera olvidarse del mundo durante un buen rato…, y él estaba allí, ofreciéndole y mostrándole algo que Em jamás había conocido.

Jonas la deseaba.

Em le deslizó los brazos por el cuello y le devolvió el beso, con descaro y sin reserva alguna.

Notó la repentina vacilación y la sorpresa de Jonas.

Lo ignoró y se movió descaradamente contra su cuerpo. Sintió que sus nervios se fundían al notar la respuesta inmediata de Jonas, la dureza que atravesó esos músculos y la tensión de los brazos de acero que le rodeaban la espalda. Animada y excitada, siguió incitándole, luego se enzarzó en un duelo de lenguas, un acalorado intercambio, uno que Em supo que él no podía negar ni contener.

La parte Colyton de la joven, apasionada y audaz, olfateó aquella oportunidad. Vio ante sí un amplio y nuevo horizonte y se desperezó. Aferró la iniciativa con ambas manos y se lanzó a ella de lleno.

Dejando perplejo a Jonas, que se encontró trastabillando mentalmente en su prisa por alcanzarla. Tendría que refrenarla, no sólo a ella, sino a su lado más primitivo, pero era como intentar manejar dos corceles fugitivos con un juego de riendas en cada mano; juntos, Em y ese varón elemental que ella despertaba en él, eran demasiado fuertes como para poder controlarlos.

Ése era el origen de la conmoción… y de la admiración de Jonas. Algo que Em alimentaba de manera descarada con ese beso cada vez más apasionado y apremiante. Los labios de la joven, suaves y flexibles, pero también voraces bajo los de él, incitaban y buscaban una respuesta similar. Ella pareció alegrarse cuando finalmente Jonas perdió cualquier tipo de control, le encerró la cara entre las manos y la devoró con pasión.

Sin pensar, él la hizo retroceder hasta que las caderas de Em chocaron contra el alto colchón de la cama. El leve tropiezo la hizo inclinarse hacia atrás y acunar la erección contra su cuerpo, estremeciendo la conciencia sexual del hombre.

Lo que fue más que suficiente para que Jonas se diera cuenta de que se habían saltado varios pasos de los que acostumbraban seguir. Lo suficiente para hacerle recapacitar y pensar que quizá debería refrenarse o, al menos, intentar tomarse las cosas con más calma, aunque ella parecía tener muy claro adonde quería llegar.

La pequeña parte del cerebro de Jonas que todavía funcionaba no podía creer lo que Em pretendía obtener de aquel interludio, cuáles eran sus verdaderas intenciones.

Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, intentó contenerse un poco, intentó transformar aquel beso voraz en otro menos hambriento. Pero ella no estaba dispuesta a consentirlo. En el mismo momento en que él alivió la presión de sus labios, Em lo compensó con una fogosa y apasionada exigencia que hizo polvo sus intenciones, dejándolo al instante sin control ni capacidad de razonamiento.

Em no iba a dejarle retroceder, no iba a dejar que él pensara o razonara. Y eso no era nada prudente, dado el poderoso e intenso deseo que sentía por ella, la desbocada y ávida pasión que ella despertaba en él.

Respirando hondo tanto mental como físicamente, Jonas cubrió los labios de Em con los suyos y le invadió la boca, dándole exactamente lo que ella deseaba con tanta desesperación, lo que exigía con tanta urgencia. Luego le soltó la cara y le deslizó las palmas de las manos pollos hombros para acariciarle lentamente la espalda, saboreando las gráciles, flexibles y exuberantes curvas femeninas. Saboreándola profundamente, bebiendo sin contención de la dulce boca de Em, le puso las manos en la cintura, curvando ligeramente los dedos para sostenerla ante él, atrapándola eficazmente entre su cuerpo y la cama, dejando que el conocimiento de que ella estaba allí, dispuesta a satisfacerle por completo, le inundara y apaciguara sus clamorosas necesidades.

Em era toda promesas y generosidad, calor y exquisito tesoro, puro placer en un cuerpo menudo. Y era suya. Sin importar la intimidad que compartieran esa noche o más adelante, no tenía ninguna duda de que ella era suya, y que lo sería siempre.

Eso parecía inundar los pensamientos de Em al igual que los suyos. La joven se movió con él, contoneándose en flagrante invitación.

Él aceptó lo que ella le ofrecía sin palabras. Le soltó la cintura y le deslizó las manos sobre las caderas, empujándola contra el colchón mientras le amasaba las deliciosas curvas del trasero.

Em se estremeció, pero se apretó más contra él. Jonas le ahuecó los redondos globos gemelos y la atrajo hacia su cuerpo, donde la retuvo mientras se contoneaba provocativamente contra ella sin ningún tipo de control.

Era una demostración de todo lo que podía venir y que ella sólo hacía más apasionado, más apremiante y exigente. Él nunca había dudado de que ella le desearía cuando llegara el momento, pero ese hecho, tan evidente ahora, le excitaba más de lo que nunca había imaginado.

Em le asió el pelo y se aferró al beso, a él, mientras la cabeza le daba vueltas, sus sentidos se desbocaban y el mundo que ella conocía daba paso a otro mucho más rico y excitante, más tentador y cautivador. Un mundo que ella quería explorar y conocer porque estaba repleto de aquellas nuevas sensaciones que su alma Colyton quería saborear con fruición.

Ella había perdido cualquier esperanza de contención, había liberado su alma aventurera. No creía que pudiera refrenarla de ninguna manera…, ni tenía intención de hacerlo.

Momentos como ése eran demasiado trascendentales, demasiado preciosos para ella, pues podían alimentar a su yo interior y seguir entera, ser todo lo que quería ser. Sin tener que preocuparse, sin tener que andarse con cuidado, sin tener que reparar en las consecuencias aunque sólo fuera durante unos breves y temerarios minutos.

Tras un primer momento de alarmante vulnerabilidad, sentir el cuerpo de Jonas, lleno de músculos duros y fuertes huesos contra ella, percibir su poder masculino atrapándola contra la cama, era como un néctar para su alma ardiente.

Jonas había flexionado los dedos, agarrándola con firmeza. Las palmas sobre sus nalgas la marcaban como hierros candentes a través de la falda de su vestido, pero Em necesitaba más. Deseaba más.

Mucho más.

Em buscó la lengua de Jonas con la suya, la acarició y sintió su reticencia. Usó entonces todo su cuerpo, apoyándose en él, para aliviar el dolor que sentía en los pechos, tirantes, hinchados y pesados, con los pezones tensos y sensibles.

Gracias a Dios, Jonas entendió lo que necesitaba. Le soltó las nalgas y movió las caderas y las piernas para inmovilizarla contra la cama, Entonces subió las manos por los costados de la joven hasta cerrar los dedos, flagrante mente posesivos, sobre los doloridos pechos.

El alivio fue tan intenso que Em emitió un gemido ahogado y sintió la aprobación de Jonas cuando él aspiró el aliento de sus labios. Su boca le pertenecía, se había rendido a él desde el principio; la lánguida pero posesiva manera en que Jonas saboreaba cada suave centímetro de ella, hizo que unos sensuales estremecimientos recorrieran la espalda de Em.

Las manos firmes de Jonas se recrearon en sus pechos, reconociendo y valorando sus reacciones. Le ahuecó los firmes y tensos montículos, estrujándolos suavemente antes de amasarlos. Sus dedos indagadores encontraron los pezones, haciéndolos rodar tentador amenté, provocándolos con sus caricias hasta que Em le hundió los dedos en e. pelo, agarrándolo con firmeza y moviéndose de forma atrevida y sugerente contra él.

Mientras los dedos de Jonas jugueteaban con sus pezones, Em arqueó la espalda, y escuchó un gemido distante. Se dio cuenta de que provenía de ella. Jonas hizo rodar los pezones hasta que la joven creyó que gritaría; entonces volvió a ahuecarle los pechos, pero no fue suficiente. Em necesitaba más, mucho más y sabía cómo hacerle conocer sus deseos.

Se movió y retorció un poco las caderas, apretándose contra la erección de Jonas. Puede que Em fuera inocente todavía, pero distaba mucho de ser ignorante; sabía lo que era la dura protuberancia que se apretaba contra su estómago, sabía lo que significaba, sabía lo que podía hacer sí ella le tentaba demasiado.

Y su alma Colyton se estremecía de ansiedad ante la perspectiva.

La brusca inspiración de Jonas fue su primera recompensa. La segunda fue incluso más satisfactoria. Él la besó, se apoderó de su boca mientras le soltaba los pechos, la agarraba por la cintura y la alzaba.

Jonas la hizo sentarse en el borde de la cama. Con una mano, levantó las faldas lo suficiente para separarle las rodillas y colocarse entre ellas. Relajó el beso, dejándola llevar las riendas y responder como deseaba, mientras alargaba los brazos para atraparle las muñecas, haciendo que Em le soltara el pelo y apoyara las manos sobre el cubrecama, a su espalda.

Entonces Jonas intentó retomar el control del beso, encontrándose con que la joven no estaba dispuesta a cederle las riendas, por lo que tuvo que forcejear sensualmente contra ella para conseguirlo. Para volver a tener la supremacía, algo que, por regla general, siempre tenía.

En ese momento, Jonas oyó una alarma de advertencia, un sonido distante que ignoró por completo.

No era el momento de prestar atención a cualquier llamada de advertencia, no cuando a través de aquel alocado y apasionado intercambio de bocas él podía detectar la necesidad de Em, podía saborear su deseo. Jonas se inclinó sobre ella, obligándola a acostarse sobre la espalda y apoyarse en los codos mientras él le soltaba las manos para poder abrirle los botones que le cerraban el corpiño.

Le llevó sólo un minuto desabrochar los diminutos botones, soltar los lazos de un tirón y deslizar las manos por la garganta de Em, besándola larga y profundamente mientras le recorría los hombros y las clavículas con las anchas palmas. Luego empujó el escote y las mangas del vestido, deslizándolos por los hombros y los brazos de la joven para aprisionarla de una manera eficaz y tenerla justo en la posición que quería.

Sólo entonces él interrumpió el beso, aunque no se enderezó. No dio ni un solo paso atrás.

En vez de eso, apartó los labios de la boca todavía hambrienta de Em y los deslizó por su mandíbula, lamiéndole durante un buen rato el hueco debajo de la oreja antes de trazarle un sendero de besos por la tensa línea de la garganta. Em dejó caer la cabeza hacia atrás con un suspiro tembloroso.

Jonas se detuvo en la base de la garganta para saborear el resonante latido del pulso mientras sus dedos buscaban y encontraban el lazo que cerraba la fina camisola.

Era de algodón, no de seda, pero aun así el tejido era casi transparente. Jonas se tomó un momento para contemplar los arrugados pezones y los hinchados y excitados montículos de los pechos casi totalmente visibles a través de la delicada tela.

Em se movió inquieta y Jonas notó que lo miraba a la cara.

Lentamente, él alzó la cabeza para mirarla. Los ojos de Em brillaban llenos de deseo y desenfrenada curiosidad. Dejó que sus labios esbozaran una sonrisa y bajó la mirada, atraído de nuevo por su pecho. Jonas lo ahuecó con la mano y volvió a juguetear con el pezón a través de la fina tela hasta que éste se tensó y Em se arqueó y jadeó en respuesta.

Entonces Jonas metió un dedo por el borde fruncido de la camisola y la bajó, exponiendo un seno por completo antes de inclinar la cabeza y posar los labios sobre la delicada piel. Tan tierna como una manzana, ésta se calentó bajo la caricia masculina. Él saboreó las curvas antes de dejar al descubierto el otro pecho y probarlo también, ignorando los brotes rojos como fresas que suplicaban su atención y concentrándose en escuchar la irregular respiración de la joven cada vez más jadeante y suplicante.

Más apremiante.

Hasta que, inquieta y llena de deseo, Em gimió y se removió sobre la cama. Jonas le puso una mano en la cintura para inmovilizarla, y cedió a aquella incoherente exigencia, cerrando los labios sobre el pezón que besó, lamió, chupó y, finalmente, tomó con la boca, succionándolo con suavidad.

Em volvió a quedarse sin aliento y se arqueó conmocionada e impotente ante tan agudo deleite. La joven echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, abandonándose a las deliciosas sensaciones, permitiendo que éstas fluyeran y cayeran en cascada sobre ella, como afiladas lanzas candentes que se derretían sobre su cuerpo, inundándola y abrazándola mientras ella absorbía todo lo que Jonas le provocaba y le suplicaba mucho más sin palabras, de una manera descarada y apasionada.

Ella debería estar escandalizada y, si pudiera hilvanar un solo pensamiento coherente, lo estaría sin ninguna duda, pero aquellos sentimientos y emociones no dejaban espacio para ningún pensamiento en su abrumada mente. Sentía un pecaminoso y delicioso abandono mientras él la desnudaba como si estuviera desenvolviendo un regalo, mientras lo alentaba a seguir. El momento contenía una emoción tan ilícita que Em no podía resistirse a ella. Ni tampoco quería hacerlo, pues la atraía la tórrida promesa que brillaba en los ojos de Jonas, la certeza del deleite que veía en ellos y el impulso -o quizá la compulsión- de sentir sus manos sobre la piel.

Los labios de Jonas sobre ella, la ardiente y húmeda caricia de su boca en los pechos y el sutil tirón en los pezones que pareció propagarse hasta alcanzar un lugar en su vientre, le provocaron unas nuevas sensaciones: deliciosas, inimaginables, ilícitas, adictivas… Crecientes.

El calor de las manos de Jonas, de sus labios, le enviaba unos hormigueos imparables por todo el cuerpo, que crecieron cada vez más hasta que pareció como si un río, una corriente de deseo caliente la inundara por completo, haciendo que consintiera, que se centrara en sus sentidos y se deleitara en las llamas sensuales que la consumían.

Que la abrumaban sensualmente. Como un nuevo, atractivo y excitante señuelo, un cebo para su alma temeraria. Pero aunque se había permitido a sí misma dejarse arrastrar por la marea de placer que él evocaba en ella, no podía dejar de preguntarse por la facilidad con que se había entregado a él por completo.

No podía evitar preguntarse de una manera lánguida y perezosa por qué lo hacía.

Sólo sabía que cuando estaba con Jonas, envuelta entre sus brazos, se sentía confiada, segura y a salvo.

Protegida incluso de él. En completa libertad para explorar… eso.

Eso que había crecido y florecía entre ellos.

Era algo más que él, que ella, era algo que los cautivaba y los dirigía. Que exigía y ella tenía que dar. Que le llegaba a través de él y que Em aceptaba; eso era lo que parecía.

Y, en ese momento, ella sólo podía seguir adelante, aceptarlo y dejar que la controlara y guiara. Em conocía lo básico, la teoría, pero no conocía lo suficiente de la realidad física para tomar las riendas.

Así que esperó…, y cuando él se detuvo para observaría en medio de sus jadeos entrecortados, buscando su mirada, ella lo alentó a seguir. Había algo infinitamente precioso, atrayente y encantador en la manera en que él le preguntaba sin palabras, mientras esperaba a que ella le hiciera saber lo que deseaba.

Así que Em se lo hizo saber. Con los pechos ruborizados y húmedos, calientes, hinchados, tensos y puntiagudos, ardiendo hasta límites insospechados por sus expertas atenciones, ella respiró hondo y emitió un «por favor» con un doloroso jadeo. Luego aguardó a ver qué sucedía a continuación.

Esperó, conteniendo el aliento, a ver lo que él iba a hacer. Para descubrir en qué nuevo placer la iniciaría.

Los labios cíe Jonas regresaron a los suyos, capturándolos en un beso profundo, sumergiendo su mente en un torbellino de sensaciones.

Cuando sintió que él aminoraba la intensidad del beso y notó su mano en la rodilla desnuda, se dio cuenta de que Jonas había estado distrayéndola. Sintió que la palma subía lentamente por la sensible piel del interior del muslo, acariciándola manifiesta e implacablemente hasta más arriba, donde se unían el muslo y la cadera. Con la punta del dedo, Jonas siguió el pliegue de piel hacia donde los suaves rizos le cubrían el sexo. Luego subió la mano y le alzó las faldas todavía más para poder seguir el pliegue del otro lado hasta el interior, donde le acarició los rizos con el dedo.

Jonas rompió el beso. Ella abrió los ojos y, entre las pestañas, lo vio bajar la mirada para observar cómo le acariciaba ligeramente los rizos.

Em cerró los ojos y oyó sus jadeos entrecortados mientras se balanceaba al borde de algo desconocido, aguardando. Estaba sentada sobre la cama, apoyada en los brazos, con las rodillas abiertas, las faldas recogidas sobre las caderas y los pechos al descubierto, y en todo lo que podía pensar era en el ardiente latido de la suave carne entre sus muslos.

Y en qué podría aliviarlo.

Cuando Jonas deslizó los dedos más abajo y la tocó allí, Em sintió que el mundo se estremecía a su alrededor. Él la acarició, tanteando, explorando una y otra vez los pliegues resbaladizos e hinchados. Tocándola con dedos hábiles y expertos, hasta que ella se mordió el labio inferior para contener un gemido, hasta que, impotente, movió las caderas desasosegadamente, separando todavía más los muslos, suplicando que continuara acariciándola, que continuara excitándola.

Jonas volvió a cubrirle los labios con los suyos y le dio lo que pedía. Capturando sus labios hambrientos, él jugó y se burló de ella antes de volver a conquistar su boca mientras, entre sus muslos, dibujaba círculos en su entrada con uno de sus largos dedos antes de introducirlo dentro. Ella se tensó ante esa nueva intrusión, pero Jonas continuó penetrándola lenta e implacablemente con el dedo, hasta que éste quedó profundamente enterrado en su interior.

Mareada, ella interrumpió el beso, respiró hondo y contuvo el aire al notar que él movía la mano, buscando y acariciando con el pulgar el brote sensible que se escondía bajo los rizos.

Em jadeó y se tensó, pero él continuó moviendo la mano en aquella íntima caricia, sin dejar de acariciarle el tenso brote con el pulgar. Entonces, Jonas retiró el dedo con el que la llenaba, sólo para volver a sumergirlo en el interior de su resbaladiza funda. Levantó la cabeza y volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento de su dedo, llenándole la boca con ella una y otra vez.

Conduciéndola a lo alto de un pico de creciente tensión, de creciente calor.

Cada empuje del dedo en su funda, cada apremiante caricia de su pulgar, alimentaba ese fuego y la palpitante excitación que corría por sus venas, envolviéndola en unas intensas sensaciones que la hicieron arder, quemarse, alimentando el vacío horno que había surgido en su interior, hasta que las llamas fueron ensordecedoras y fundentes.

Hasta que el calor blanco e intenso que emitían se hizo insoportable.

– Deja que suceda -murmuró él contra sus labios, interrumpiendo el beso-. Déjate llevar.

Con los ojos entrecerrados, Jonas observó cómo ella se balanceaba en la cima, al borde del orgasmo. Em tenía la piel húmeda, los labios hinchados y separados y la respiración jadeante. La joven luchaba contra los estremecimientos sensuales, intentando contener las oleadas de placer que él provocaba en ella, el éxtasis que amenazaba con arrebatarle el sentido.

Jonas imaginó que la primera vez sería sorprendente para ella. Asombroso, maravilloso, algo nuevo e incomprensible. Se concentró en asegurarse de que Em alcanzaba el éxtasis, en que deseara volver a sentir aquel intenso placer. Movió la mano y presionó más profundamente en su apretada funda; acariciándola con firmeza, entonces, la rozó con el pulgar y la llevó al borde del…

Ella cayó con un grito suave.

Jonas observó el goce que atravesó los rasgos de Em mientras sus músculos internos ceñían el dedo invasor, mientras su vientre se tensaba y palpitaba. Las oleadas de la liberación de la joven retrocedieron lentamente, la tensión se desvaneció poco a poco y ella se relajó con un suspiro de placer.

Él esperó, saboreando el momento, y luego retiró la mano de entre sus muslos. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para apartarse del borde de la cama y bajarle las faldas. Le colocó las manos en la cintura, se inclinó sobre ella y le dio un largo y profundo beso, luchando por ocultar su ansia, la necesidad que le corroía, el deseo no saciado que pugnaba por alcanzar la liberación.

Jonas sabía lo que quería, lo que su dolorido cuerpo ansiaba, pero dado que ése había sido el primer contacto de Em con el paraíso, no podía seguir sin llevar las cosas demasiado rápido y demasiado lejos. No, él no podía apresurarla; quería que Em le deseara también con la misma certeza incondicional, con la misma innegable necesidad y, sobre todo, por la misma razón que él la deseaba.

Se prometió a sí mismo que daría el siguiente paso cuando llegara el momento adecuado y, con una renuencia imposible de ocultar, apartó los labios de los de ella.

Antes de que pudiera incorporarse, ella se movió, levantó una mano y le agarró por la solapa de la chaqueta, reteniéndolo con los labios a un aliento de los de él. Luego abrió los ojos y, con la mirada todavía obnubilada por el placentero rito de iniciación, le estudió la cara.

Entrecerró los ojos un poco al percibir la intención de Jonas, algo con lo que no estaba de acuerdo. En ese momento, la joven inclinó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos.

– Quiero que me enseñes más. Todo. Ahora.

Su voz era como un seductor canto de sirena, pero por debajo del sugerente tono se percibía claramente su determinación y su decisión.

Muy claras para él. Tras indagar durante un breve instante en los ojos de Em para confirmar que no estaba soñando, Jonas tensó la mano con que le sujetaba la cintura y se inclinó hacia delante.

Pero…

Con los labios casi pegados a los de ella, vaciló.

– ¿Estás segura? ¿Absolutamente segura? -se vio obligado a preguntarle con voz ronca y áspera que resultó casi un incomprensible gruñido.

A escasos centímetros, sus ojos se encontraron y se sostuvieron la mirada. Con tan poco espacio entre ellos, no podían ocultarse nada en absoluto. Se escrutaron las miradas mutuamente. El sintió más que vio la sonrisa de Em, y detectó una emoción que hizo que le diera vueltas la cabeza.

– Sí -susurró ella-. Estoy segura. -Fue Em quien borró la distancia entre ellos. Tenía los labios curvados cuando rozó los de él, y Jor.as sintió su aliento en los suyos cuando por fin susurró-: Estoy absolutamente segura.

Se besaron sin que uno dominara al otro durante un buen rato, compartiendo lo todo.

Entonces, Em alargó la mano libre para cogerle la otra solapa y, sin soltarle, se dejó caer en la cama, obligándole a tumbarse encima de ella.

Con un enorme esfuerzo, él logró inclinarse y aterrizar al lado de Em.

Ella se giró sobre la cama para mirarle. Volvió a capturarle los labios con los suyos y le besó con tal ferocidad que en un minuto lo convirtió en su esclavo, haciendo que se abandonara completa y absolutamente a ella.

Pero entonces Em se retorció un poco más, intentando acercarse más. Se levantó las faldas y deslizó los muslos sobre los de él logrando despertar los demonios de Jonas y urgirlo a subir a las alturas.

Luego le rozó la ingle con un suave contoneo de cadera.

El aspiró bruscamente y dejó de concentrarse en sus labios y su boca, mientras sus manos reclamaban por voluntad propia los pechos desnudos de Em. A pesar de la niebla de deseo que le embotaba el cerebro, él se dio cuenta con aturdimiento de que ella tenía algunas nociones básicas del acto físico, aunque esos principios básicos no iban a llevarlos a donde él quería.

Esa era la primera vez de Em, y las primeras veces tenían que ser absolutamente perfectas. En especial la de ella con él, ya que tenía intención de que se convirtiera en un ejercicio habitual. Así que asumió el mando.

Sin embargo, le sorprendió descubrir que tenía que hacer un gran esfuerzo para lograrlo.

De nuevo tuvo que inclinarse sobre ella y tumbarla en la cama, usando su peso para doblegarla. Aun así, cuando Em yació inmóvil bajo él, continuó tirando de él y forcejeando con su chaqueta, tratando de deslizársela por los hombros, aunque en la posición en la que se encontraba era algo que, simplemente, no podía hacer.

El se sumergió en el beso, dejando que aflorara su hambre y su ardor. Aunque ella se lo permitió y le correspondió, invitándole a seguir, no dejó de tirar de la prenda.

Mascullando una maldición, Jonas se retiró bruscamente, interrumpiendo el beso para incorporarse. Comenzó a quitarse la chaqueta, deslizándola por los hombros mientras inmovilizaba a Em con una mirada dominante.

– Estate quieta. No te muevas.

Jonas se puso en pie y rápidamente se quitó la chaqueta, el chaleco, la corbata hasta que finalmente comenzó a desabrocharse los botones de la camisa.

Em le observó, cerrando los dedos instintivamente mientras aguardaba con suma impaciencia por tocarle la piel desnuda. Las manos de Jonas la habían hecho vibrar y ella quería devolverle el favor y ver hasta dónde le conducía aquello. Ver si sus caricias le hacían sentirse tan impotente, tan lascivo y lleno de deseo, como cuando él la acariciaba a ella. Quería aprender más… Quería aprenderlo todo ya.

Cuando un momento antes Jonas la inundó de placer, haciéndola florecer y estallar en un éxtasis arrebatador, Em experimentó un instante de cegadora y sorprendente claridad.

Él era apropiado para ella. Y Em necesitaba saber, entender por qué.

Necesitaba saber todo sobre eso.

¿De qué otro modo podía estar segura? ¿De qué otro modo podía saber? ¿Con quién más podía aprender?

Era Jonas, ahí y ahora, o nunca. O eso era lo que creía su alma Colyton.

«¿Estás segura?», le había preguntado él. Sí, había respondido ella, que nunca se había sentido más segura de algo en toda su vida.

Así que Em esperó, con la respiración entrecortada y ahogada, examinando con ojos ávidos y codiciosos la piel bronceada que quedaba a la vista, los músculos esculpidos de su pecho, las cordilleras de su abdomen, observando y empapándose de cada detalle de ese cuerpo recio. La anchura de sus hombros hizo que le hormiguearan las palmas de las manos por el deseo de tocarle. Quería recorrer con sus dedos cada centímetro de su piel, explorar la textura áspera del vello que le salpicaba el pecho, que descendía por su estómago para finalmente perderse bajo la cinturilla del pantalón.

Em levantó la vista y lo miró a los ojos, observando que él se había dado cuenta de que seguía el tentador rastro descendente. Los ojos de Jonas eran dos lagunas oscuras en las que ella podía perderse con facilidad, que contenían tanto ardor como para fundir el acero.

Él soltó la camisa y, sin ni siquiera mirar dónde caía, regresó al lado de Em. Se inclinó sobre ella, con los muslos a ambos lados de las caderas femeninas, y se apoyó en los codos y antebrazos, aprisionándola con su cuerpo.

Con las manos, grandes y firmes pero infinitamente suaves, le encerró la cara. La miró directamente a los ojos e inclinó la cabeza.

Antes de que él pudiera besarla, de que le robara la capacidad de pensar y le nublara la mente, ella respiró hondo y le puso las palmas de las manos en el pecho para detenerle.

El podría haber ignorado el gesto, pero no lo hizo. Se detuvo y bajó la mirada hacia ella. Em observó la curiosidad en la cara de Jonas, quería saber qué era lo que ella deseaba, lo que pretendía.

Em curvó los labios en una sonrisa y se lo demostró. Permitió que sus manos se deslizaran de una manera tentadora por el pecho de Jonas, y fue recompensada con un suave siseo de aprecio. Al alcanzar los hombros, ella apretó las palmas con más fuerza contra su piel, maravillándose de la elasticidad de ésta, del contraste de la piel cálida y suave con respecto a los tensos, duros, fuertes e inflexibles músculos.

El pecho de Jonas era un festín para sus manos. Em dejó que sus dedos vagaran y exploraran, absorbiendo todo con los sentidos. Entonces, llevó las manos más abajo, trazando con los dedos las fascinantes cordilleras de su abdomen, las tensas bandas de músculo que casi se estremecían bajo su contacto.

Em siguió explorando más abajo, pero él la detuvo, atrapándole primero una mano y luego la otra, alzándolas hasta los hombros, donde las retuvo cuando se inclinó y la besó, haciéndola separar los labios para llenar su boca mientras le aplastaba los pechos con el torso.

Los sentidos de Em brincaron, se regocijaron, se estremecieron; sus terminaciones nerviosas se calentaron hasta quemarse.

Toda ella ardió. No sólo sus nervios, sino también la piel donde él la tocaba, no sólo sus pechos, sino todo el cuerpo.

Y esta vez la llama fue más ardiente, más profunda, más grande e intensa. Más exigente… porque él era más exigente, más dominante mientras le llenaba la boca, devastándole los sentidos, y estableciendo las reglas de aquel excitante juego.

Para controlarla, cierto, pero Em sabía que en este caso necesitaba que la guiara. Necesitaba que él le indicara el camino a seguir.

Necesitaba que le quitara suavemente el vestido, la camisola, que le acariciara la piel con las manos, con los dedos. Y que le hiciera arder todavía más.

Quería quemarse, brillar con más fuerza, con más deseo, calmar ese vacío en su interior que suplicaba ser llenado.

Que suplicaba porque él lo llenara. Em necesitaba que la llenara, que la reclamara, que la tomara…, que le enseñara todo.

Jonas actuaba sin prisa pero sin pausa. Ella intentó apresurarle sin palabras, pero él se mantuvo firme negándose, de una manera implacable y decidida, a incrementar el ritmo.

Em no podía quejarse. Él le había dado todo lo que ella le había pedido, y mucho más de lo que había exigido. Pero la joven no estaba dispuesta a renunciar al desconocido placer que él iba a ofrecerle… Porque todo era placer, sensaciones puras y brillantes, mientras descubría la pasión y el deseo entre los brazos de Jonas.

Él se obligó a no apresurarse, a no permitir que su yo más carnal se dejara llevar por la lujuria, no quiso aceptar las invitaciones que ella le ofrecía; sin duda habría sido el camino más fácil, pero habría tenido que sacrificar parte de la satisfacción de Em y, por último, la de ambos. Y Jonas no estaba dispuesto a cometer tal error. Él creía que su meta, su objetivo, estaba delante de él y se aferró a esa idea enfrentándose a la patente aceptación de Em hacia cualquier cosa que él quisiera hacer. La joven aceptaba cada caricia, cada beso, cada evocativa presión como una hurí, y buscaba, casi luchaba, responder de la misma manera. Pero él sabía muy bien que ella no tenía ni idea de lo que estaba haciendo al invitarle de esa manera tan flagrante, pues sin importar su seguridad en sí misma, su voluntad y su determinación, era la primera vez que Em yacía entre los brazos de un hombre.

Así que Jonas la exploró lentamente, y la parte más sabia, más madura y más sofisticada de él se recreó en el acto. Lenta y certeramente disfrutó del tiempo que se tomó para examinarla y saborearla, para tentarla antes de entregarse al lujo cada vez más evocador de las caricias.

Les contuvo a ambos, sujetando con mano cruel las riendas de los dos, para conducirles a través de un tortuoso camino. Con un paso lento, pero constante, donde cada toque, cada firme caricia, eran correspondidos, donde cada jadeo, cada gemido que arrancaba de ella, eran apreciados por completo, tanto por él como por ella.

Deseaba a Em más que a ninguna mujer que hubiera conocido… La deseaba completa y absolutamente, más allá de toda lógica. Y parte de ese deseo, de ese anhelo devorador, era que ella lo deseara de la misma manera.

Así que los largos momentos que pasaron sumergidos en esa previa estimulación sexual fueron para él no sólo una sabia decisión, sino una necesaria inversión. El esfuerzo que hizo Jonas por mantener sus demonios bajo control, para no rendirse y tomarla en ese mismo instante, fue el precio que tuvo que pagar por la perfección.

Para lograr una perfecta introducción en la intimidad.

Para ella. Con ella.

Para todo lo que él quería que ese momento significara.

Cuando finalmente Jonas se retiró para quitarse los zapatos y los pantalones, Em estaba ardiendo, caliente, inquieta casi hasta la desesperación, con su cuerpo y las largas extremidades desnudos, ruborizados y húmedos de deseo. Luego él la alzó sobre la cama y la colocó sobre el cubrecama para unirse a ella.

Con los ojos color avellana, brillando y ardiendo de pura pasión, destellando entrecerrados; con los labios, hinchados y húmedos por los besos, con la piel sonrojada y caliente, con los pechos tensos e hinchados y los duros brotes erguidos, Em alargó los brazos hacia él. Jonas permitió que lo abrazara, que lo estrechara contra su cuerpo mientras descendía sobre ella.

Jonas le separó los muslos con los suyos, colocándose entre ellos. Em se contoneó para alojarle. La erección era una barra pesada y rígida cuando buscó la entrada en el cuerpo femenino con la bulbosa cabeza.

Cuando sintió ese contacto, ella se tensó, cerró los ojos y contuvo el aliento, estremeciéndose. Luego, soltó el aire lentamente y se relajó poco a poco.

Dejó que el calor, la necesidad y la pasión tomaran el control y, sabiendo lo que vendría a continuación, se hundió en ese mar caliente.

«¿Estás segura?» Las palabras ardieron en la lengua de Jonas, pero al observar la cara de Em vio, leyó y percibió, debajo del rubor provocado por la pasión, su determinación, su valor y su deseo inquebrantable, tan lejos de la reticencia y las dudas, que la muda pregunta le pareció redundante.

Incluso insultante.

Ella había tomado una decisión y estaba allí, desnuda bajo su cuerpo, preparada y dispuesta a acogerlo en su interior.

Así que Jonas inclinó la cabeza y le cubrió los labios con los suyos para llenar su boca, envolviéndola en una oleada de calor llena de pasión compartida. Luego, flexionó la columna y entró lentamente en ella.

Em respiró hondo y contuvo el aliento mientras Jonas la penetraba, luchando por no tensarse cuando él se hundió profundamente en su cuerpo, cuando la presión creció y Jonas la invadió, tomándola poco a poco, poseyéndola centímetro a centímetro, reclamándola por completo.

Y es que sólo esas palabras -poseer, tomar, reclamar- que ahora llenaban su mente podían definir las excitantes y novedosas sensaciones que la envolvían. Em le agarró por la parte superior de los brazos, clavándole las uñas en la piel, aferrándose a él mientras esperaba y arqueaba instintivamente la espalda. La sensación de la erección empujando dentro de su cuerpo no era como la anterior intrusión de su dedo. Esto era más…, mucho más cautivador.

En ese momento, Em sintió una leve resistencia en su interior. Jonas vaciló, pero comenzó a besarla de una manera tan voraz e insaciable que ella dejó de pensar y se centró en la unión de sus bocas, en responder a su beso y en apaciguar la fogosa exigencia de sus labios.

Jonas se retiró sólo un poco antes de volver a hundirse en ella con un poderoso e implacable envite. Pendiente del beso, Em no se dio cuenta hasta que notó un dolor abrasador, lo suficientemente doloroso para hacerla estremecer y tensarse, pero la sensación se convirtió con rapidez en una mera incomodidad y Em se relajó casi al instante. Luego, una oleada de pura conciencia sexual la alcanzó y la inundó hasta consumirla, haciendo desaparecer todo lo demás. Comenzó a hormiguearle la piel, sintiendo cómo cobraba vida cada poro, cada nervio tenso, cuando finalmente se percató, cuando finalmente experimentó la realidad de tenerle enterrado profundamente en su interior.

De tener el cuerpo de Jonas tan íntima y completamente unido al de ella.

Jonas se quedó quieto, aunque Em no supo si por el impacto del acto o para saborear aquel momento, pero aquel instante de silencio le pareció demasiado precioso, como una perfecta gota de rocío colgando un momento antes de caer. Algo precioso que sólo duró un instante suspendido en el tiempo.

El momento pasó. Jonas murmuró su nombre contra sus labios con un tono inquisitivo y gutural. Ella le besó en respuesta. Entonces, de manera inconsciente, se movió alentadoramente debajo de él, esperando que le enseñara más.

Él contuvo el aliento, se retiró y, con un movimiento lento y cuidadoso, volvió a empujar en su interior. Esa vez no hubo dolor; Em arqueó las caderas debajo de él y trató de tranquilizarle con un beso.

Adaptándose a ella en cada movimiento, en cada aliento, en cada latido, Jonas recibió el mensaje de Em con inmenso alivio. Aflojó aquel desesperado control que imponía a su cuerpo y soltó, metafóricamente hablando, las riendas, dejándose llevar por el familiar y primitivo baile.

Ella respondió de inmediato, aprendiendo con rapidez el ritmo de cada empuje y cada retirada. Y pronto, demasiado pronto quizá, comenzó a experimentar por su cuenta, moviendo las caderas para tomarle más profundamente en su interior, tensando los músculos internos de su ardiente funda para ceñirle con más fuerza.

Esto último hizo que Jonas se quedara sin aliento y que le diera vueltas la cabeza. Hizo que le fuera más difícil mantener el control de su coito, en especial cuando ella parecía querer arrebatárselo. Habiéndose comprometido en el interludio, resultaba evidente que Em no veía ninguna razón para andarse con inhibiciones. A Jonas no le sorprendía ni le escandalizaba que la joven se lanzara de cabeza en aquella intimidad, en el ansioso y entusiasta deseo, incluso más ávida de experimentar, de aprender, de saber más.

En especial sobre él. Las manos de Em parecían tener vida propia, deslizándose sobre el pecho de Jonas, sobre sus hombros y más abajo aún para acariciarle las nalgas y los muslos. La joven extendió los dedos y pareció imprimirlos sobre sus sentidos. Jonas no podía ni quería desalentaría, más bien al contrario, pero el efecto de aquella caricia exploradora le hacía tambalearse.

Le hacía rendirse y hacer cualquier cosa que ella quisiera, como deseara, sin tener en cuenta su propio deseo.

Sin tener en cuenta ninguna experiencia anterior.

Que Em pudiera reducirle a tal estado con la deliciosa presión de su cuerpo, con la sensual percepción de sus curvas, de sus flexibles extremidades, de su suave piel femenina ondulando debajo de él mientras sus tersas manos extendían un fuego ardiente sobre su piel, le hizo recuperar un poco la cordura, lo suficiente como para volver a centrarse en la realidad de que un largo compromiso no era la mejor opción para Em, ni para él, no después de esa primera vez.

La besó con más firmeza, deslizando la lengua en su boca y reclamando su ternura y su atención. Usó la momentánea distracción para bajar su cuerpo hacia el de ella mientras resistía el sutil atractivo de los pechos femeninos contra su torso, que servían de almohada a su pecho. Luego se hundió por completo en ella y atrapó sus manos indagadoras, engulléndolas con una de las suyas, para sujetarla y guiarla.

Para conducirla a un ritmo constante por el camino de la liberación.

El ritmo de ese primitivo baile iba in crescendo, hasta que ella se contorsionó debajo de él, implorándole provocativamente con su cuerpo, incitándole de una manera elocuente. Em llevó la mano libre a la mejilla de Jonas y le acarició la mandíbula. Luego le besó, utilizando labios y lengua para transmitirle una feroz y patente exigencia, una tan poderosa y explícita que tenía todas las probabilidades de hacerle perder el control.

Y de repente, se vieron envueltos en calor y llamas, se contorsionaron juntos, forcejeando con sensual abandono, esforzándose, presionando, deseando, aferrándose, hasta que finalmente se quedaron sin aliento y juntos subieron hasta la cima.

Para caer por el precipicio. El la hizo volar con un último envite. Ella se agarró a él y le arrastró en su clímax.

En ese momento un placer indescriptible, una sensación explosiva, un sentimiento blanco y puro que les dejó ciegos.

Una emoción que, sin precedentes para él, le hizo sentir un cálido torbellino en el corazón.

Por un instante definido estuvieron atrapados, abrazados, suspendidos en ese momento de cristalina claridad.

Entonces cayeron. Desaparecieron las brillantes sensaciones mientras descendían vertiginosamente de vuelta a la tierra, seguros en los brazos del otro, unidos mientras se mantenían a flote entre las oleadas doradas que les envolvían y arrastraban.

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