CAPÍTULO 19

Todos estuvieron de acuerdo en que el tesoro se encontraba en el lugar más seguro.

A la mañana siguiente, tras reunirse con Lucifer y Phyllida en Colyton Manor, Jonas se dirigió a Grange por el sendero del bosque.

Tras dejar a Em al amanecer, se había dirigido a casa para cambiarse de ropa y pensar. La noche anterior se había desarrollado de una manera totalmente distinta a la prevista; al proponerse distraer a Em del intento de robo, Jonas se había olvidado de que él mismo tendría una reacción a lo ocurrido al pensar que ella habría corrido peligro si se hubiera tropezado con el ladrón en plena acción. Su respuesta a ese pensamiento había hecho que su parte más primitiva tomara el control de inmediato. Más tarde se había sentido un tanto preocupado por la reacción de Em, pero por la sonrisa satisfecha que curvaba los labios de la joven cuando él abandonó su cama esa mañana, sabía que no le había hecho daño.

Y estaba agradecido por eso. Dado su estado actual, Jonas sabía que no sería capaz de aceptar ningún intento de distanciamiento por parte de ella con cierto grado de ecuanimidad.

Después de considerar la situación, había ido a Colyton Manor para desayunar y poner al corriente a Lucifer, Phyllida y el resto de la familia de los últimos acontecimientos.

El aspecto más preocupante del asunto era que el intruso había elegido el momento oportuno para llevar a cabo el robo. Quienquiera que hubiera registrado las habitaciones de Em conocía no sólo la existencia del tesoro, sino también su escondite. En concreto sabía que la única manera de entrar en la celda de la posada era con la llave. Jonas había examinado la cerradura de la celda antes de abandonar la posada esa mañana y no había encontrado marcas en el cerrojo ni la más mínima señal de allanamiento.

Todos los habitantes del pueblo sabían que la celda era inexpugnable. Todos los que habían estado en la posada cuando llevaron el tesoro habían podido verlo y sabían dónde estaba guardado.

Sabía que el día anterior, la historia comenzó a extenderse más allá de los límites del pueblo, pero cuando la habitación de Em fue registrada, sólo la conocían los que vivían en la localidad, aquellos que se enteraron de la existencia del tesoro la primera noche, por lo que debía de ser uno de ellos quien había intentado robar la llave.

Aunque las habitaciones de Em estaban vacías la mayor parte del día, no ocurría lo mismo con la escalera de servicio y las zonas adyacentes. Alguien que no perteneciera al personal de la posada sólo podría colarse allí en un determinado momento sin ser descubierto.

La otra manera de llegar a las habitaciones de Em era por las escaleras principales, pero Edgar siempre estaba detrás de la barra del bar y, además, mucha gente entraba y salía del salón a todas horas; sencillamente era imposible imaginar que alguien que no tuviera derecho a estar en el piso de huéspedes de la posada hubiera logrado subir y bajar más tarde sin que nadie lo hubiera visto y mencionado el asunto.

En resumen, no podía tratarse de un forastero que hubiera oído las noticias y que de algún modo supiera cómo acceder a las habitaciones de Em y cuándo sería seguro hacerlo; así pues, quienquiera que buscara la llave era un conocido, alguien que estuvo allí la primera noche, alguien que ovacionó y brindó a la salud de los Colyton.

El sospechoso principal era claramente Harold Potheridge. El hombre había rondado por el pueblo, en especial por la posada, lo suficiente para saber dónde, cómo y cuándo debía buscar.

Con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo, Jonas caminaba pensativamente por el sendero del bosque.

Lucifer se había mostrado de acuerdo con su valoración de la situación y le había ofrecido a su mozo, Dodswell, para vigilar a Potheridge. Al escuchar las noticias, Dodswell había estado encantado de encargarse de la tarea, pues era una de esas personas que poseía la extraña habilidad de pasar desapercibida.

Entretanto, Jonas tenía intención de pasar un par de horas resolviendo sus asuntos y, después de almorzar, regresaría a la posada y aprovecharía el momento de la sobremesa para interrogar a Hilda y a sus chicas, en especial a las doncellas y las lavanderas, y averiguar si alguna de ellas había visto a algún intruso en. ¡as escaleras de servicio.

El tesoro estaba seguro mientras la llave estuviera a buen recaudo. La había dejado en su habitación en Grange. A nadie se le ocurriría buscarla allí, y Grange, que contaba con bastante personal, y donde no había gente extraña que complicara el asunto, sería un lugar mucho más difícil de registrar que la posada.

Una rama crujió a sus espaldas.

Comenzó a girarse y…

El dolor estalló en su cabeza.

No vio nada, no oyó nada. Lo último que supo fue que el suelo se acercaba rápidamente a él.


Con una lista de tareas en la mano, Em se dirigía a la cocina de la posada en busca de Hilda para hablar del menú de la semana siguiente, cuando percibió un movimiento más allá de la ventana.

Miró con atención y vio a Jonas tambaleándose y zigzagueando con una mano en la cabeza mientras intentaba cruzar el patio trasero. La joven ya había salido por la puerta y echado a correr hacia él antes de pensarlo siquiera. Hilda, sus chicas y John Ostler le pisaban los talones.

– ¡Jonas!

Em le cogió por la chaqueta y le sujetó con firmeza cuando él se detuvo, tambaleándose, mientras cerraba los ojos presa de un evidente dolor.

– Alguien me golpeó en la cabeza. En el sendero del bosque.

– Apóyese en mí. -John se pasó el brazo de Jonas por los hombros para sostenerle.

Em se apresuró a cogerle el otro brazo y se lo puso sobre los hombros.

– Llevémosle dentro.

Hilda ordenó que prepararan una palangana con agua y algunos paños y corrió delante de Em, Jonas y John, instando a sus chicas a que se apresuraran.

Para cuando Em y John hicieron sentar a Jonas en una silla ante la mesa de la cocina, Hilda ya lo tenía todo dispuesto. Escurrió un paño en la palangana y lo aplicó con suavidad en la cabeza de Jonas. Le separó el espeso pelo y miró con atención; luego volvió a aplicar el paño en la hinchazón.

– Tiene un buen chichón.

Em estaba deseosa de encargarse ella misma de Jonas, pero Hilda era toda una experta.

Jonas hizo una mueca mientras la cocinera le curaba, y luego entrecerró los ojos y miró a Em.

– Envía a John a buscar a Lucifer y a Filing.

Ella asintió con la cabeza. Alzó la mirada y vio que John, que estaba parado en la puerta, había escuchado las palabras de Jonas. El hombre se despidió con un gesto y se marchó.

Cuando Em se volvió hacia Jonas, él buscó su mi rada de nuevo.

– Pregúntale a Edgar quién ha estado en la barra entre las… -Se interrumpió-. ¡Maldita sea! No sé cuánto tiempo he estado inconsciente. -Frunció el ceño con gesto sombrío: luego suavizó la expresión-. Pregúntale a Edgar qué hombres han estado en el salón y no se han marchado antes de las diez.

Em asintió con la cabeza y se fue.

Regresó mientras Hilda envolvía la cabeza de Jonas con un ancho vendaje y ataba los extremos.

– Esto servirá por ahora. Sin duda, Gladys le aplicará algún bálsamo cuando le eche un vistazo a la herida en Grange.

Jonas hizo una mueca.

– Sin duda.

Se escucharon unos pasos apresurados fuera de la cocina antes de que Phyllida, con Lucifer pisándole los talones, apareciera en el umbral. La joven clavó los ojos inmediatamente en Jonas y luego miró a Em.

– No te preocupes, tiene la cabeza muy dura.

Jonas le lanzó una mirada a su hermana y soltó un gruñido.

– Hemos venido por el sendero del bosque -dijo Lucifer-. El asaltante te estuvo esperando. Encontré el lugar donde se escondió, justo al lado del camino. La tierra es lo suficientemente blanda para que las huellas quedaran impresas en ella. En cuanto pasaste junto a él, saltó sobre ti.

– Eso pensaba. -Jonas apoyó la cabeza en las manos-. Estaba absorto en mis pensamientos y no presté atención a nada de lo que me rodeaba. Me registró los bolsillos. Estaban del revés cuando recobré el conocimiento.

– Lo importante -dijo Lucifer-es que quienquiera que te golpeara sabía que estabas en Manor y que tomarías el sendero del bosque cuando salieras de casa.

Phyllida frunció el ceño y se dejó caer en una silla.

– ¿Un vecino?

Lucifer hizo una mueca.

– Ah, menos debe ser alguien que conoce las costumbres de Jonas lo suficiente para saber que, por lo general, toma ese camino.

Em se hundió lentamente en una silla al lado de Jonas. ¿Se convertiría el tesoro Colyton en una maldición?

En ese momento, entró Filing en la estancia y saludó a todos con un gesto de cabeza.

– Acabo de enterarme. -Lanzando una mirada a Em, añadió-: John me ha avisado. No le he dicho nada a Henry, le he dejado estudiando en la rectoría. He pensado que no querrías que supiera nada por el momento.

– No… Sólo serviría para que se preocupara. -Esbozó una débil sonrisa-. Gracias.

Jonas alargó el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano.

– Tú tampoco tienes por qué preocuparte. Tarde o temprano descubriremos a quienquiera que haya hecho esto, a quien quiera que esté buscando la llave para llegar al tesoro. Este pueblo es demasiado pequeño para que alguien pueda ocultarse demasiado tiempo. -Le sostuvo la mirada-. ¿Qué te ha dicho Edgar?

Em hizo una mueca.

– A las diez sólo quedaban el viejo señor Weatherspoon y sus colegas sentados a una de las mesas del salón. No había nadie más, aunque desde entonces ha entrado más gente a tomar algo, pero la mayoría no se queda mucho tiempo a esas horas.

Jonas lanzó un gruñido.

– Eso no ayuda mucho. Y no creo que fuera el señor Weatherspoon quien me golpeó la cabeza. Lucifer se apoyó en la mesa.

– Yo tampoco. En teoría, tiene que haber sido un hombre robusto, alguien que además supiera dónde debía esperarte. Pero ¿se trata realmente de un vecino?

– Incluso aunque robara el tesoro -dijo Phyllida-, ¿qué haría con él? Tendrían que encontrar la manera de venderlo y, aunque supiera cómo hacerlo, es probable que acabáramos atrapándolo. -Negó con la cabeza y miró a Em-. Y además, debo añadir que me resulta muy difícil imaginar a cualquiera de los vecinos robando a uno de los nuestros, y mucho menos a los Colyton. Para el pueblo, para todo el pueblo, tu familia es especial, Em. Todo lo que he oído decir desde que revelaste tu identidad sugiere que todos están encantados, incluso emocionados, de tenerte a ti y a tu familia en Colyton. Y consideran la historia del tesoro como un cuento maravilloso. Cualquier vecino que intentara robarlo se arriesgaría a convertirse en un proscrito en el pueblo, a sufrir el desahucio social, por así decirlo. Así que no creo que sea alguien de aquí.

Filing asintió solemnemente con la cabeza.

– Estoy de acuerdo.

Em también asintió con la cabeza, pero con más lentitud.

– En general, estoy de acuerdo, pero… -Buscó la mirada de Jonas-. El señor Coombe vino a visitarme ayer. Quería que le confiara las monedas del tesoro para evaluarlas y venderlas. Creo que hubiera insistido mucho en ello de no haberle parado los pies.

Jonas soltó un bufido. Miró con el ceño fruncido sus manos entrelazadas.

– Sea como fuere -dijo-, a menos que esté más desesperado de lo que creemos, es poco probable que Silas haya recurrido a la fuerza física, no es su estilo. Y creo que quienquiera que me haya golpeado es un poco más alto que él. Más robusto.

– La verdad es que -dijo Lucifer- es muy poco probable que sea un vecino. Hay muchas posibilidades de que se trate de Harold Potheridge.

Em hizo una mueca.

– No ha estado en la posada esta mañana… Le pregunté a Edgar. -Aparte de Potheridge -dijo Jonas-, el único forastero en el pueblo es Hadley. -Miró a Em-. ¿Hay más huéspedes en la posada?

Ella negó con la cabeza.

– Los que se hospedaron anoche, se fueron por la mañana temprano, salvo Hadley, pero él tenía intención de quedarse desde el principio, mucho antes de que encontráramos el tesoro.

– Creo -dijo Lucifer, apartándose de la mesa- que podría ser alguien que esté de paso por el pueblo. Veré qué puedo descubrir.

– Te acompañaré -dijo Filing.

Jonas asintió con la cabeza e hizo una mueca.

Em intercambió una mirada con Phyllida y luego se levantó.

– Y tú -dijo ella, dirigiéndose a Jonas- deberías subir a mi salita y descansar un poco.

Jonas trató de decirle que estaba bien donde estaba, pero Hilda intervino y le dijo que comenzaba a estorbar allí y que ella debía seguir trabajando. Expulsado de la cocina, Jonas intentó negar que necesitara descansar un rato, pero entre Phyllida y Em lo condujeron por las escaleras de servicio hasta los aposentos de Em.

La joven lo guio con determinación hasta la salita; había cogido una almohada de la cama al pasar por su dormitorio, y la colocó en el sofá.

– Tiéndete aquí. Podrás descansar un rato sin que nadie te moleste.

Con la cara más pálida que antes y los labios apretados, Jonas se dejó caer lentamente en el sofá. Luego, sin más protestas, se tendió y apoyó la cabeza en la almohada.

Em intercambió otra mirada, esta vez más preocupada, con Phyllida.

Envolviéndose en el chal, Phyllida se sentó en uno de los sillones.

– Me quedaré un rato con él.

Em asintió con la cabeza.

– Iré a buscar una jarra de agua y un vaso y traeré mis libros de cuentas. Puedo encargarme de la contabilidad tan bien aquí como en mi despacho.

– No hay prisa -dijo Phyllida-. Me quedaré hasta que regreses.

Las dos miraron a Jonas. Había levantado un brazo para proteger los ojos de la luz, y no respondió. No les dijo que se estaban preocupando sin necesidad.

Em se dio la vuelta y salió de la estancia. Cerró la puerta suavemente a su espalda y bajó de manera apresurada las escaleras principales.


Lucifer regresó una hora más tarde. Jonas estaba descansando, pero no dormido. Apartó el brazo de la cara, pero no movió la cabeza cuando su cuñado entró en la salita y cerró suavemente la puerta.

Al ver que Jonas tenía los ojos abiertos, Lucifer miró a Em, sentada en un sillón con los libros de cuentas abiertos en el regazo.

– Phyllida ha vuelto a casa para ocuparse de los niños -dijo Em.

Asintiendo con la cabeza, Lucifer se dejó caer en otro sillón para que Jonas pudiera mirarle a la cara con más facilidad.

– Encontré a Hadley dibujando en la iglesia. Filing me dijo que ya estaba allí cuando él fue a atender el altar a las nueve y que no se había movido del sitio. Me acerqué y le pregunté si podía ver su trabajo. Me lo permitió sin la menor objeción. Estaba usando carboncillo y los trazos parecían recientes. Había dibujado mucho y aunque no sé con qué rapidez trabaja, había hecho los suficientes trazos como para haber estado dedicándose a ello durante toda la mañana. En resumen, cuando le pregunté y me dijo que llevaba allí desde las nueve, no vi ninguna razón para dudar de él. Así que podemos descartar a Hadley como sospechoso.

– ¿Y qué has averiguado sobre Potheridge? -preguntó Jonas.

– Potheridge es harina de otro costal. -Lucifer adoptó una expresión sombría-. Abandonó la casa de la señorita Hellebore en torno a las nueve, tomó el camino y nadie lo ha visto desde entonces. Podría estar dando un largo paseo, por supuesto, pero…

Em soltó un bufido.

– No es de los que dan largos paseos por el campo, le gusta más montar a caballo.

Lucifer negó con la cabeza.

– Le pregunté a John Ostler. Potheridge no ha alquilado un caballo.

– Así que, como todos pensamos -dijo Jonas, dejando caer la cabeza en la almohada-, el principal sospechoso es Harold Potheridge.

– Sí, es lo más probable -coincidió Lucifer-. Sin embargo, tampoco he podido localizar a Silas. Por lo que he averiguado, nadie lo ha visto desde esta mañana después de las nueve… Así que también deberíamos incluirlo en la lista de sospechosos. Al menos por ahora.


A Em le resultó difícil, si no imposible, concentrarse en nada más mientras Jonas permanecía postrado en el sofá.

El la distraía mucho más de lo normal. Todos sus sentidos, todo su ser, estaban concentrados en él.

Nunca se había considerado una persona que se preocupara obsesivamente, pero aunque sabía -y él le había asegurado- que su estado no revestía gravedad, hasta que Jonas no se hubiera recuperado por completo, parecía que no sería capaz de contener ni amortiguar aquella instintiva preocupación.

Por consenso general, Jonas permaneció en el sofá de Em hasta que se le aclararon los sentidos y el martilleo que sentía en la cabeza se convirtió en un dolor sordo. Aunque estaría mucho más cómodo en la cama, o por lo menos en algún sitio amplio donde poder acomodar mejor su enorme cuerpo, incluso incapacitado, quería mantenerse cerca de Em; necesitaba saber que ella estaba a salvo. Y la manera más fácil de conseguirlo, dado su débil estado, era haciendo lo que ella deseaba.

Durante el resto de la mañana y el almuerzo y la tarde, Em entró y salió de la salita varias veces para ver cómo estaba. Le hizo tomar un poco de caldo y, cuando él se lo pidió, le llevó un sándwich que Hilda preparó especialmente para él.

A las tres de la tarde, Jonas se sentía mucho mejor, aunque todavía le resultaba difícil concentrarse lo suficiente para pensar.

Cuando Em volvió a asomar la cabeza por la puerta, él estaba sentado en un sillón, y al verla le brindó una sonrisa reconfortante.

La joven frunció el ceño y entró.

– ¿Por qué no estás descansando?

El sonrió de oreja a oreja.

– Me encuentro mucho mejor y me voy a casa. -Apoyándose en los brazos del sillón se puso lentamente en pie, y se sintió satisfecho al ver que mantenía el equilibrio y que no le daba vueltas la cabeza.

Ella frunció el ceño más profundamente y apretó los labios.

Antes de que pudiera protestar, Jonas le dio un toquecito en la punta de la nariz.

– No discutas. No puedo quedarme aquí, en tus habitaciones, más tiempo. No en las circunstancias actuales.

Ella consideró sus palabras y luego soltó un bufido.

– Al menos, deja que coja el chal y te acompañe. -Se dirigió al dormitorio.

No es que Jonas no quisiera disfrutar de la compañía de Em a solas, pero cuando ella regresó, ajustándose un chal sobre los hombros, le dijo:

– Creo que John Ostler debería acompañarnos, por si acaso me tropiezo en el camino.

El brusco asentimiento de Em sugería que ella había pensado lo mismo.

– Podemos recogerlo de paso. Creo que está en la cocina.

Jonas permitió que Em lo condujera por las escaleras de servicio. Insistir en que John les acompañara era más por el beneficio de la joven que por el suyo propio. No quería que ella regresara sola a la posada, no mientras su asaltante siguiera acechando por allí.

John permanecía en la cocina. Dodswell acababa de llegar y se ofreció a vigilar los establos de la posada mientras éste les acompañaba a Grange.

– Todavía no he visto a Potheridge -dijo Dodswell. Pronunció el nombre del tío de Em como si éste fuera un criminal convicto-. La señorita Sweet dice que no ha regresado tampoco a casa de la señorita Hellebore. Thompson comentó que lo había visto tomar la carretera en dirección a Ballyclose a eso de las once, pero sir Cedric estaba en casa y no le ha visto.

Jonas iba a asentir con la cabeza, pero recordó justo a tiempo lo doloroso que le resultaba tal gesto.

– Avísame cuando regrese Potheridge. Estaré en Grange.

– Muy bien. -Dodswell inclinó la cabeza y los siguió mera. Luego se dirigió a los establos mientras ellos tres, Em, Jonas y John, tomaban la carretera que conducía al sendero del bosque.

Cuando llegaron a Grange, Jonas apretaba la mandíbula para contener el dolor. Em observó la reveladora tensión, pero se mordió la lengua y contuvo la reprimenda. ¿Acaso serviría de algo? Si la hubieran golpeado a ella, también querría acostarse en su propia cama.

Pero antes de poder tumbarse en la cama, Jonas tuvo que someterse primero a los tiernos cuidados de Gladys, con Cook ayudándole en la tarea.

Em observó con alivio la insistencia de las mujeres y la renuente rendición de Jonas. Ya que tenía que perderle de vista, se quedaría mucho más tranquila si lo dejaba bajo la atenta mirada de Gladys.

De pie junto a la cama, observó cómo Gladys le quitaba con cuidado el vendaje que Hilda había puesto sobre la herida, y le aplicaba un bálsamo.

Em se aferró las manos con fuerza para no agarrar y apretar una de las de Jonas y se obligó a permanecer quieta mientras percibía cada estremecimiento, cada mueca de dolor y la línea fruncida que parecía estar grabada entre las cejas masculinas.

Em todavía se sentía… tensa. Alerta, lista para reaccionar, con los sentidos todavía centrados en él. Si algo había aprendido aquel día era cuánto significaba Jonas para ella, lo increíblemente precioso que era ahora para ella.

Lo que le producía una gran conmoción. Era una experiencia nueva, un tumulto emocional que jamás había padecido antes. Nunca se había sentido tan encariñada por otro adulto que no estuviera emparentado con ella por lazos sanguíneos.

Aunque tal preocupación no le resultaba sorprendente, una parte de ella estaba conmocionada por la profundidad de sus sentimientos, la intensidad de su respuesta. Incluso con su relativa inexperiencia, sabía demasiado bien que esa intensidad era directamente proporcional a su vínculo, a lo mucho que ahora le importaba Jonas.

A lo mucho que le amaba.

Aunque su alma Colyton siempre daba la bienvenida a nuevas experiencias, ésa era una de las que hubiera querido prescindir. Ver sufrir a Jonas de esa manera, saber que ella no podía hacer nada para aliviar su dolor, le encogía el corazón.

Finalmente, Gladys quedó satisfecha. Dio, un paso atrás y miró a su paciente.

– Descanse un poco y, si tiene sed, tómese la limonada y el agua de cebada que le he traído. Subiré a ver cómo está antes de que preparen la cena.

Tendiéndose en la cama, Jonas esbozó una débil sonrisa.

– Gracias, querida Gladys. Prometo cumplir al pie de la letra todas tus órdenes.

Con un escéptico bufido, Gladys inclinó la cabeza cortésmente hacia Em y se fue, cerrando la puerta silenciosamente tras ella.

Jonas miró la puerta con el ceño fruncido. Gracias a Dios, resultaba evidente que Gladys sabía más de lo que parecía.

Desplazando la mirada a la cara más bien pálida de Em, curvó la boca en una sonrisa. Le tendió la mano, haciéndole señas con los dedos para que se acercara.

– Ven, siéntate a mi lado.

Ella se acercó y, deslizando los dedos en su mano, se sentó en el borde de la cama. Jonas alzó la mirada hacia ella, sonrió y de una manera lenta y deliberada tiró de ella hasta que sus labios se encontraron en un tierno, cálido y conmovedor beso.

Finalizó con un suspiro, uno que Em emitió y que él sintió.

En vez de dejar que ella volviera a incorporarse, Jonas la rodeó con los brazos y la atrajo hacia su cuerpo. Esperó a que ella dejara de retorcerse y luego la hizo apoyar la frente en su pecho.

La abrazó con firmeza.

Para extraer consuelo y calor de su cercanía, de una cercanía que era más que física. Una que hacía que una bendita calma penetrara en sus extremidades, atravesando inexorablemente su cuerpo. Le encantaba sentiría cálida y viva entre sus brazos, sentir su suave forma femenina contra él.

Abrazándole, deseándole de una manera que no tenía nada de físico, necesitándole, aceptándole como era.

En aquel largo y silencioso momento de paz, él sintió y aprendió más del poder del amor, de las fuerzas vinculadas a las debilidades. Del consuelo y el apoyo que eran la otra cara de la moneda del amor, de la vulnerabilidad que conllevaba aquel sentimiento.

Y se sintió bendecido.

Em permaneció en sus brazos, escuchando el firme palpitar de su corazón debajo del oído. Un sordo latido que era infinitamente tranquilizador, que la anclaba, haciéndola sentir a salvo y que borraba la tensión de las últimas horas de aquel angustioso día.

La joven no cerró los ojos mientras su mente vagaba por aquellos intrincados caminos que no había pisado antes. Viendo, sospechando, sabiendo, alcanzando a través de la tranquila intimidad que los acunaba, que los unía, un lugar, un estado donde el mundo parecía dorado.

Donde sólo existía aquella bendita calma; el latido de un corazón que no era el suyo, pero con el que sus sentidos estaban compenetrados; una presencia física y mucho más, una penetrante sensación de fuerza compartida, de paz mutua y compartida.

Em no supo cuánto tiempo permaneció entre los brazos de Jonas, aislada del mundo, cuánto tiempo permaneció envuelta en aquella aura de paz, pero finalmente se movió. Levantó la cabeza y estudió la cara de Jonas, sintiéndose renovada y revitalizada.

El tenía los rasgos tan relajados, tan libres de dolor, que Em pensó que se había quedado dormido. Le estudió el rostro, luego se inclinó y le dio un tierno beso en la barbilla; vaciló un instante y luego repitió la caricia en sus labios.

Que se curvaron suavemente.

Jonas entreabrió los ojos lo suficiente para que ella pudiera ver el destello oscuro de sus ojos.

– ¿Te vas? -La voz de Jonas era profunda y somnolienta. Ella sonrió.

– Debería. -Deslizó la mirada por el vendaje que le cubría la cabeza-. Tienes que descansar para ponerte mejor.

– Lo haré, pero más tarde. -Levantando una mano, le colocó un rizo suelto detrás de la oreja-. Como siempre, iré a verte esta noche aunque quizá me retrase un poco.

Ella frunció el ceño, abrió la boca para protestar, pero él la silenció poniéndole un dedo en los labios.

– No… No discutas. Ahora estás aquí conmigo. Por la misma razón, yo estaré contigo esta noche.

Ella lo miró a los ojos y comprendió lo que le estaba diciendo. Jonas sabía cómo se sentía ella y sentía lo mismo, Jonas tenía razón; no podía discutir con él, no si quería reclamar los mismos derechos para cuidarle y protegerle que él insistía en reclamar sobre ella.

– Muy bien… Pero tienes que prometerme que tendrás cuidado. En especial si esta noche vienes por el sendero del bosque.

Jonas sonrió.

– No volverá a atraparme. La última vez iba distraído y, de todas formas, ahora ya sabe que no llevo la llave conmigo, no tiene razones para volver a registrarme.

Em hizo una mueca.

– Supongo que no.

– Seguro que no. Por cierto… -Abrió los brazos, liberándola, y giró la cabeza hacia la mesilla de noche. Em se levantó de la cama arqueando las cejas-. Abre el cajón -le dijo-. La llave está ahí.

La joven abrió el cajón y vio la llave a la derecha.

Jonas se hundió de nuevo sobre las almohadas.

– Si alguna vez la necesitas, y yo no estoy aquí, es ahí donde la encontrarás.

Em le miró y luego cerró el cajón.

– Está segura donde está.

Jonas volvió a cerrar los ojos. Ella se inclinó y le besó una última vez.

– Te veré esta noche.

– Hmm -repuso él, curvando suavemente los labios. Mucho más tranquila que cuando había llegado, Em salió de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.


Eran casi las nueve de la noche cuando Dodswell se encontró con ella en el salón de la posada y le tendió una nota.

– De su alteza -dijo él con una sonrisa de oreja a oreja-. Me dijo que tenía que entregársela personalmente a usted y a nadie más, y que no se me ocurriera irme a la cama sin habérsela dado antes.

Em sonrió.

– Gracias. -Se mordió los labios y no le preguntó sobre la salud de su «alteza». Sin duda, encontraría dicha información en la nota.

Se la metió en el bolsillo, donde le pareció que ardía, y se obligó a charlar un rato más con los últimos huéspedes que habían decidido convertir Red Bells en su residencia temporal.

Las noticias sobre la reapertura de la posada y las buenas comidas que se servían allí se extendían más rápido de lo que ella se había atrevido a esperar. Ahora alquilaban dos habitaciones más, y todas las noches estaban al completo. Las chicas que habían contratado como doncellas estaban saturadas de trabajo, y Em iba a tener que contratar a dos más en los próximos días.

Observó cómo los huéspedes subían las escaleras, luego se metió con rapidez en su despacho y sacó la nota de Jonas del bolsillo. La desdobló y alisó la hoja antes de inclinarla hacia la luz que emitía la lámpara.


Querida Em,

Con gran pesar mío, tengo que informarte de que la cabeza todavía sigue dándome vueltas cada vez que intento incorporarme y que, dada mi situación actual, no puedo arriesgarme a ir a la posada esta noche.

Le he pedido a Lucifer que se pase más tarde y se asegure de que todo va bien.

Te veré mañana… Hasta entonces, toma todas las precauciones posibles.

Siempre tuyo, etc, etc.

JONAS


Em leyó la nota dos veces y luego soltó un bufido.

– Tiene gracia que me diga que tome todas las precauciones posibles cuando es él quien tiene un chichón del tamaño de un huevo en la cabeza.

Se quedó mirando la nota durante un minuto -pensando y debatiendo consigo misma-, y luego se dio la vuelta y se sentó en la silla detrás del escritorio. Cogió un papel en blanco y abrió el tintero, mojó la punta de la pluma y escribió unas líneas con rapidez.

Después de secar la tinta, dobló la hoja y anotó el nombre del destinatario. Salió del despacho y buscó a John Ostler para que llevara la misiva a Grange.

– No espero respuesta -le dijo.

Él se despidió con la mano y se dirigió con grandes zancadas al bosque.

Em miró a los oscuros y densos árboles, y se estremeció interiormente. Se giró en redondo y se apresuró a volver al cálido interior de la posada.

Poco después de las diez, que era la hora habitual de cierre, Lucifer entró en la posada y se acercó a la barra para invitar a los acostumbrados rezagados a abandonar el establecimiento, una tarea que Jonas había realizado durante las últimas semanas. En cuanto salió el último cliente, Lucifer se despidió de Em y se marchó a su casa.

Eran casi las once cuando Em se despidió de Edgar y cogió la única lámpara encendida antes de retirarse. Mientras subía las escaleras, la joven se negó a replantearse sus planes, los que estaba a punto de llevar a cabo. No era que se cuestionara si debía o no ponerlos en práctica, sino si tendría el valor suficiente para hacerlo.

Atravesó sus aposentos en dirección a. las escaleras de servicio y subió al ático para comprobar que las gemelas, Issy y Henry, estaban profundamente dormidos. Sanos y salvos.

Al regresar a sus habitaciones, recogió algunos artículos de primera necesidad y los envolvió en una vieja bufanda. Luego se colocó su chal más grueso sobre los hombros para protegerse del frío y recogió la lámpara, comprobando el nivel de aceite. Al ver que era suficiente, ajustó la mecha para que la lámpara emitiera un suave resplandor, suficiente para que iluminara el camino. Después, sin nada más que revisar o hacer, bajó las escaleras, pasó ante el despacho y salió por la puerta trasera de la posada.

La cerró con cuidado tras ella. Entonces, sin pensárselo dos veces, atravesó el patio a paso vivo y se encaminó hacia el sendero del bosque.

Se obligó a pensar en otras cosas: en la iglesia bajo la luz del sol, en la calidez de la cocina de Hilda, en el febril ajetreo habitual del lavadero, en el murmullo de voces en el salón… En cualquier cosa que la distrajera de las negras sombras bajo los árboles que abrumaban sus sentidos.

No quería pensar en la oscuridad. No es que le diera miedo exactamente; era sólo que tendía a quedarse paralizada cuando se dejaba envolver por las sombras oscuras. Mantuvo los ojos clavados en el pálido resplandor que la lámpara arrojaba sobre el camino, concentrándose en caminar, en poner un pie delante del otro, hasta que llegó a la intersección con el camino principal y giró hacia el sur, hacia Grange.

La enorme mansión apareció ante ella, más allá del límite del bosque. Respiró hondo, sintiéndose más tensa de lo que le gustaría, luchando para no dejar que las sombras la distrajeran, evitando mirar de soslayo a las espectrales formas bajo las ramas de los árboles.

Em sintió que se le aceleraba el corazón y se le subía a la garganta. Se sintió impulsada a levantarse las faldas y correr, escapar del camino, pero estaba resuelta a no irrumpir como una histérica en la habitación de Jonas.

Jonas.

Conjuró en su mente una imagen de él. Se concentró en ella para no permitir que su alma se hundiera, se aferró con fuerza a aquella visión, dejando que le inundara los sentidos, y no pensó en nada más mientras apretaba el paso y luchaba contra el insidioso tirón de la oscuridad.

Siguió andando bajo las ramas de los árboles, con la respiración todavía jadeante, pero más tranquila. Siguió mirando fijamente el resplandor de la lámpara, moviendo los pies con más seguridad, con más firmeza, con los sentidos enfocados en la imagen de Jonas que resplandecía en su mente.

Entonces llegó al claro, iluminado por la débil luz de la luna, lejos de los árboles. De la oscuridad. Casi pudo sentir cómo desaparecían las punzadas de miedo que la atenazaban, evaporándose mientras atravesaba los senderos del huerto de Grange.

Se dirigió directamente a la entrada trasera. Giró el picaporte, abrió la puerca y entró. Había una veía encendida a la izquierda, en el tocador, como si estuviera esperándola. Sonrió para sí misma y bendijo a Mortimer para sus adentros. Apagó la vela, pues prefería llevar su propia lámpara arriba.

Contraviniendo descaradamente todas las normas del decoro, Em le había escrito directamente a Mortimer y le había pedido sin rodeos que dejara abierta la puerta trasera, diciéndole que quería ir a ver cómo estaba Jonas antes de retirarse a dormir.

Lo que era totalmente cierto.

Cerró la puerta y volvió a colocarse el chal, recogió la lámpara y, silenciosa como un ratón, cruzó la casa hasta las escaleras principales y las subió.

La puerta de Jonas estaba cerrada. Cubrió la lámpara con la mano y la abrió. Lanzó una mirada al interior y lo vio tumbado bajo las sábanas. La luz de la luna entraba a raudales por la ventana, iluminando la estancia. Em apagó la lámpara, entró en el dormitorio y cerró la puerta sin hacer ruido.

Puso la lámpara en el suelo, junto a la pared, y se acercó a la cama. Jonas estaba dormido, pero inquieto. Observó que se removía, girando la cabeza sobre la almohada. No dejaba de agitar los brazos y las piernas. Estaba desnudo bajo las sábanas y no llevaba ya el vendaje alrededor de la cabeza, por lo que ahora no parecía herido, aunque sí intranquilo.

Aquella somera observación confirmó las suposiciones de la joven, reafirmándola en su determinación. Puso el pequeño fardo -que contenía un cepillo y una muda-sobre el tocador y comenzó a desatarse las cintas del vestido.

Le llevó unos minutos quitarse la prenda y deshacerse de las enaguas. Luego se quitó las medias y las ligas. Al sentir el aire fresco de la noche, vaciló, pero entonces se apresuró a sacarse la camisola por la cabeza.

Desnuda, levantó las sábanas por un lado de la cama -el lado en el que solía dormir- y se deslizó debajo.

El calor la envolvió. Jonas no tenía fiebre, pero su enorme cuerpo irradiaba una familiar y acogedora calidez. Instintivamente, se acurrucó contra él, intentando no molestarle, intentando reconfortarle simplemente con su presencia.

Él la sintió enseguida. Se dio la vuelta y la rodeó con los brazos, estrechándola contra su cuerpo, envolviéndola en el cálido circulo. Ella apoyó la cabeza en su hombro, como hacía siempre.

Al principio, Em pensó que Jonas se había despertado, pero la suavidad de su caricia y el ritmo lento y constante de su respiración le dijeron que no era así. Curvando los labios, Em colocó la mano sobre su corazón, relajándose entre sus brazos, y cerró los ojos.

Puede que Jonas estuviera dormido, pero estaba intranquilo y se removía sin cesar. Al principio, Em pensó que eran los sueños los que perturbaban su descanso pero, al observar su rostro, se dio cuenta de que todavía sufría algunas punzadas de dolor lo suficientemente fuertes para molestarle, pero no para despertarle.

Em observó, esperando, pero Jonas no encontraba sosiego, ni descanso. Su sueño seguía siendo ligero e inquieto.

La necesidad de hacer algo que le aliviara el dolor, que le diera paz, fue creciendo en el interior de Em hasta inundarla. No podía ignorarla. La compulsión era demasiado fuerte, estaba demasiado arraigada en ella.

Pero ¿qué podía hacer?

Consideró y descartó un montón de opciones. Le dio muchas vueltas al asunto, sólo para llegar a la misma conclusión. Había oído que el placer físico, especialmente el placer sensual, conseguía mitigar el dolor si éste no era muy profundo. Al menos durante un rato.

El tiempo suficiente para que él cayera en un sueño profundo.

El placer, después de todo, la había distraído por completo la noche anterior; y estaba bastante segura de que también le distraería a él.

Era un pensamiento tentador, pero aun así vaciló. Entonces, él volvió a removerse, con más inquietud esta vez, y ella dejó a un lado sus reservas. Extendió las manos sobre el pecho de Jonas, estirándose sobre él, y le besó.

Suave y lentamente, saboreándolo y tentándolo, sorbiéndole los labios sin ninguna prisa.

Él respondió, y aun así… ella pensó que todavía no estaba despierto. Jonas deslizó las manos sobre su piel, tocándola y acariciándola posesivamente, antes de agarrarla e inclinarla sobre su cuerpo.

Así, ella podía besarle con más profundidad, podía aprovecharse de sus labios entreabiertos y reclamar su boca con la lengua como él había hecho tantas veces con ella. Jonas la dejó hacer, aceptando cada caricia como si fuera algo que mereciera, como si él fuera un pacha y ella su concubina.

La idea penetró en la mente de Em y su alma Colyton brincó con temeraria expectación. Aquel descarado abandono la urgió e impulsó a aprovechar el momento.

Em deslizó lentamente su cuerpo hasta que estuvo totalmente encima de él, entonces separó las piernas y apoyó las rodillas en la cama, a ambos lados de la cintura de Jonas. Poco a poco, demorándose de una manera flagrante, interrumpió el beso, pero sólo para deslizarse más abajo y apretar los labios contra el pecho masculino.

Recorrió el ancho y musculoso torso con los labios, pellizcándolo con los dientes y jugueteando con las planas tetillas que se escondían bajo el vello oscuro.

Jonas levantó una de sus enormes manos para tomarla de la nuca cuando ella se deslizó más abajo, sintiendo la rígida y sólida erección contra el estómago. Con descarada lascivia, Em usó su cuerpo, su piel suave para acariciar el turgente miembro y el sensible glande.

La presión en la nuca de Em se intensificó. El pecho de Jonas se hinchó cuando inspiró profundamente y contuvo el aliento.

Ella sonrió para sus adentros, segura ahora de que iba por buen camino, de que el dolor que hasta ese momento había acompañado a Jonas había quedado olvidado. Recorrió con los labios la flecha de vello que le bajaba por el vientre. El tensó los músculos cuando ella se deslizó más abajo todavía y, levantando la cabeza, colocó las caderas entre sus muslos abiertos y le acunó la erección con una mano.

Lo acarició una y otra vez, rastreando su miembro con la yema de los dedos, luego inclinó la cabeza y siguió el mismo camino con la punta de la lengua.

El dejó de respirar. La excitación hizo que Em se estremeciera de los pies a la cabeza. La joven se quedó maravillada al darse cuenta de que podía complacer a Jonas por completo, de que podía darle tanto placer que él incluso se olvidaba de respirar.

Envalentonada, le lamió el miembro, y él se removió y tensó aún más los músculos. Em comenzó a succionarle y sintió cómo Jonas se ponía rígido debajo de ella. Sintió cómo los músculos de los muslos que le envolvían las caderas se volvían de acero.

Separó los labios y lo introdujo en la boca, curvó la lengua y lo saboreó. Una y otra vez, degustó el fuerte sabor picante de su virilidad.

Deleitarle, darle placer, era un placer en sí mismo.

Em se abandonó a las sensaciones, tomando tanto como ofrecía, excitada y embelesada de poder darle eso, de poder ofrecerse a sí misma de esa manera.

Se le había soltado el pelo; le caía en cascada sobre los hombros hasta rozar la piel desnuda de Jonas. El sintió la caricia sedosa, ligera, elusiva; un sensual contraste con la cálida y húmeda succión de la boca de Em. El roce áspero de la lengua le despojaba de cualquier pensamiento que pudiera haber tenido, haciendo que sólo quisiera, deseara… más.

Más de ese sueño.

Más de ella.

Jonas se dejó llevar por el momento, por aquel placer adictivo, dejando que las sensaciones le inundaran, le capturaran, le apresaran.

Dejándolas que penetraran en su alma y lo aprisionaran.

Atrapándole y reteniéndole en aquel placer sensual.

El latido que le martillaba la cabeza se había aplacado en contraposición al latido de su erección. Ella le lamió la carne húmeda y luego la succionó hasta que él se quedó sin aliento y, arqueando la espalda impotente, le cogió la cabeza entre las manos y hundió los dedos en sus suaves rizos para mantenerla allí.

Mientras ella le tomaba profundamente y con pasión, pasándole provocativamente la lengua por el miembro, mostrándole su total devoción.

Jonas sabía que ella era real, que eso no era un sueño, que Em estaba allí, entrelazada con él en su cama, pero eso sólo alimentaba su fantasía y aumentaba su deleite.

Sabía que ella había ido a él por voluntad propia, que trataba de complacerle, de aliviarle, que provocaba voluntariamente la parte más primitiva de su alma de una forma manifiestamente erótica, y aquello era como el elixir del paraíso para él.

Para esa parte de Jonas que la quería, que la necesitaba, que la codiciaba…, que deseaba que ella le ansiara con el mismo fervor, con la misma inequívoca devoción. Con la misma absoluta rendición.

Ella era una experta inocente cuando se trataba de complacerle. Jugaba con sus manos, apretaba suavemente y, aunque él valoraba sus acciones, atesoraba sus atenciones, no podía soportar más dones, no de esa manera.

La quería, quería más de ella. Ya se había rendido de todas las maneras posibles, pero quería darle a Em todavía más, quería ofrecerse, rendirse a ella como correspondía. Entregarse por completo se había convertido en una parte fundamental de su razón de ser.

Apretando la cabeza de Em entre sus dedos, la urgió a levantarse. Ella le soltó a regañadientes, cediendo a su orden implícita, y se alzó sobre él para poder llenarse la boca con la lengua masculina, para que él pudiera robarle el sentido mientras le colocaba las rodillas a ambos lados de su cintura. La soltó y le puso las manos en los hombros, deslizándolas por su espalda en una larga caricia, palpando los flexibles músculos de la joven antes de agarrarle las caderas e inmovilizarla. Entonces apretó la pesada punta de su erección en el hirviente calor entre los muslos femeninos.

Em contuvo el aliento sin dejar de besarle, y él respondió al beso, poseyendo la boca de la joven con la lengua mientras empujaba poco a poco en su entrada, haciéndola bajar y llenándola lentamente.

Con un breve y poderoso envite de sus caderas se introdujo por completo, empalándola con toda su longitud, dejándola sin respiración y haciendo que interrumpiera el beso. Em aspiró bruscamente mientras se incorporaba para sentirle todavía más enterrado en su interior.

La cara de la joven reflejaba una sorpresa sensual. Lo recorrió con la mirada, con los ojos brillando bajo las pestañas.

– Santo Dios -jadeó ella.

El rostro de Jonas parecía grabado en piedra, grabado por la pasión. Sus ojos se cruzaron con los de ella cuando la agarró por las caderas y la alzó antes de bajarla lentamente de nuevo.

– Oh… -Em soltó un largo y lento gemido, cerrando los ojos mientras se hundía más profundamente, mientras él volvía a llenarla por completo.

El repitió el movimiento una vez más, pero entonces ella tomó el control, ansiosa y alegremente, sonriendo de placer mientras aprendía con rapidez, experimentando, probando, antes de comenzar a montarle con su acostumbrado abandono.

Jonas alzó las manos y las cerró sobre sus pechos, amasándolos provocativamente; luego la hizo inclinarse sobre él para capturarle un pezón insolente con la boca y alimentarse de él.

Alimentando a la vez el fuego que había estallado entre ellos, que había crecido y les había atravesado a toda velocidad, que ardía con tanta intensidad que la piel de los dos estaba ruborizada, húmeda, febril. Un fuego que nutrió la pasión, consumiéndolos, hasta que ambos se quedaron sin respiración y Em alcanzó el éxtasis. Estallando en mil pedazos.

Em gritó y se aferró al pecho de Jonas, dejando caer la cabeza hacia atrás. Intentó respirar, intentó luchar contra i a marea de sensaciones que la atravesaba y la arrastraba.

Soltándole los pechos, Jonas la agarró por las caderas y la ancló a él, observándola y recreándose en lo que veía, empapándose de su abandono, disfrutando de su pasión antes de hacerla rodar a un lado y colocarla bajo su cuerpo, dejándola tumbada allí, en su cama, gloriosamente desnuda, con la piel tan caliente que le quemaba, con las piernas muy separadas y sus caderas entre ellas.

Con la erección hundida en su cuerpo.

Se retiró y se introdujo otra vez, empujando profunda y lentamente para llenar su funda, penetrándola hasta el fondo sólo para volver a echarse hacia atrás y repetir todo el proceso.

Lenta y profundamente.

Ahora fue él quien se quedó sin aliento, quien, entrecerrando los ojos, inclinó la cabeza, quien cubrió los labios de la joven con los suyos. Se apoderó de su boca, obligándola a tomar la de él, para anclarla a la cama mientras se movía lentamente en su interior.

Em le ofreció su boca, su lengua, su cuerpo, respondiendo a aquella llamada primitiva que volvía a conducirla a las alturas.

Sus labios se unieron a los de él, sus lenguas se entrelazaron y se batieron en duelo. Sus bocas se fundieron tan ávidas como sus cuerpos, abandonándose y sumergiéndose en los sentidos. Dejándose llevar por aquella danza primitiva de retirada y penetración. Em lo envolvió entre sus brazos para atraerlo hacia sí. Jonas se rindió y se dejó caer sobre ella, permitiendo que se aferrara a él. Em apartó las sábanas de un puntapié y le rodeó las caderas con las piernas, implorándole de una manera eróticamente flagrante que le diera más.

Más de él. Mucho más.

Jonas le dio lo que quería y tomó lo que él necesitaba mientras se perdía en su cuerpo acogedor. Le ofreció su corazón y su alma, y reclamó los de ella, al tiempo que alcanzaban la cúspide del placer y, sin esfuerzo alguno, se dejó arrastrar con ella a un profundo mar de dicha.

Em apenas podía respirar y mucho menos pensar, pero cuando él se desplomó sobre ella, curvó los labios sin poder contenerse. El peso muerto de Jonas la aplastaba contra la cama y sintió que la inundaba un sensual orgullo que fue eclipsado por la incontenible alegría que le recorrió las venas cuando la áspera respiración de Jonas se ralentizó y, mientras le acariciaba suavemente la espalda, se quedó dormido.

Загрузка...