Em no tuvo que hacer nada. Todo el pueblo se congregó a su alrededor y ni siquiera consintieron que moviera un dedo.
Estuvo arropada por la señorita Sweet, Lucifer y Phyllida, quien había estado antes en la posada, aunque había tenido que marcharse a su casa para atender a sus hijos. Había regresado justo después del enfrentamiento, a tiempo de ver cómo Thompson y Oscar cargaban al inconsciente tío Harold, uno por los pies y otro por los brazos, y lo sacaban fuera de la posada. Lucifer lanzó una mirada a Harold y, apretando los dientes, indicó a los Thompson que lo dejaran sobre uno de los bancos que había junto a la fachada principal de la posada.
– Quiero que se vaya de mi casa -dijo la señorita Hellebore, que parecía inusualmente beligerante, golpeando el suelo con el bastón.
Em se puso rígida; ni siquiera ahora estaba segura de que su tío quisiera marcharse. Y si exigía que lo hospedara en la posada… Levantó la mirada y se encontró con los ojos oscuros de Phyllida clavados en ella.
Con una imperceptible inclinación de cabeza, Phyllida se agachó al lado de la silla de la señorita Hellebore.
– La verdad -le dijo- es que si puede arreglárselas para no estrangularlo, le agradeceríamos que siguiera alojándolo en su casa. Si usted lo echa, es probable que atosigue a la señorita Colyton para que le dé alojamiento en la posada. -Un murmullo de desaprobación retumbó en la estancia. Phyllida asintió con la cabeza-. Y eso, sencillamente, no podemos consentirlo.
Visto de ese modo, la señorita Hellebore no tuvo más remedio que permitir que el señor Potheridge continuara viviendo bajo su techo. Aunque, por supuesto, había quedado sobrentendido que no era bien recibido ni allí ni en ninguna otra parte del pueblo.
Esperar, pacientemente o de otra manera, jamás había sido una virtud de Em. Su naturaleza Colyton no toleraba la falta de actividad. Y mientras pasaban las horas, con todos los vecinos del pueblo apretujados en el salón de la posada insistiendo en hacer lo que fuera necesario por ella, ofertas que Em no pudo rechazar de ningún modo y que le negaban la distracción que suponían sus deberes, se fue poniendo cada vez más tensa.
Cada vez más nerviosa y ansiosa.
Confiaba en que Jonas y Filing rescatarían a las gemelas -no tenía ninguna duda al respecto-, pero hasta que viera a sus hermanas sanas y salvas, hasta que volviera a estrecharlas entre sus brazos y sintiera sus bracitos devolviéndole el abrazo, no tendría paz, no podría relajarse.
Y mientras pensaba todo eso, con todo el ruido del salón de fondo, nadie oyó el crujido de las ruedas en la grava del patio.
Se enteró del regreso de las gemelas al escuchar sus pasos apresurados y sus agudas voces llamándola:
– ¿Em? ¿Em?
La gente se apartó y las niñas la vieron delante de la barra. Se alzaron las faldas y, corriendo hacia ella, se arrojaron a sus brazos abiertos.
Em las atrapó y las abrazó con fuerza mientras parpadeaba con furia para borrar las lágrimas que le inundaron los ojos y que le impedían ver con claridad a sus hermanas. En cuanto comprobó que estaban bien, no pudo evitar darles palmaditas y acariciar sus brillantes cabezas. Esbozó una sonrisa llorosa cuando Issy se unió a ella.
Precedidos por los hermanos Thompson, todos los presentes en la posada se acercaron a las gemelas con exclamaciones de alegría, haciendo que Gert y Bea, a las que no les gustaba ser el centro de atención, les miraran con curiosidad.
Las niñas se cansaron con rapidez de que todos les dieran palmaditas, y se apartaron de la multitud.
– ¡Qué hombre más horrible! -exclamó Gert.
Bea clavó sus enormes ojos azules en Em; le temblaba el labio inferior.
– ¡Nos mintió!
Las gemelas sabían muy bien que nunca debían mentir, así que la idea de que un adulto les mintiera les resultaba incomprensible.
– Sabemos que es vuestro tío. -Gert paseó la mirada por Em, Issy y Harry, que se había acercado.
– Pero no es un buen hombre -declaró Bea-. Creemos que no deberíamos marcharnos con él.
Em asintió con la cabeza.
– No lo haremos. Ni ahora, ni nunca.
Bea deslizó su mano en la de Em.
– Bien. -Se volvió hacia la multitud-. ¿Hay una fiesta?
Muchos se rieron. Lady Fortemain sonrió y les hizo señas para que se acercaran. Las niñas dejaron a sus hermanas mayores y se acercaron a la anciana para contarle su historia, sin duda con floridas exageraciones.
Issy negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
– Las van a volver locas. Mañana no serán capaces de hacer nada.
– Pero mañana será otro día -dijo Em-, y estoy tan agradecida de tenerlas de vuelta que no pienso reprocharles nada. Por un día podemos ser indulgentes.
Nuevas exclamaciones de alegría hicieron que todos miraran hacia la puerta, a los héroes del día, Jonas y Joshua. Los dos hombres sonrieron ante los vítores y cumplidos de la gente mientras trataban de llegar al lado de Em e Issy.
Em observó las dificultades de ambos y se volvió hacia Edgar.
– Sirve bebidas a todo el mundo por cuenta de la casa.
Con una amplia sonrisa, Edgar hizo lo que le pedía, desviando la atención de la gente hacia él; Jonas y Filing aprovecharon la oportunidad para abrirse paso hasta ellas.
Em les tendió las manos.
– Gracias.
Filing sonrió y le apretó los dedos, luego la soltó y se volvió hacia Issy, que también le dio las gracias.
Cuando la pareja se apartó de ellos, Jonas captó la atención de Em y lentamente llevó la mano de la joven a sus labios.
Ella lo miró a los ojos.
– No sé cómo agradecértelo.
El curvó las comisuras de los labios.
– Puedes intentarlo… más tarde.
Em se rio.
Jonas le puso la mano en el brazo y se volvió para observar a la multitud.
– De todos modos, como ya te he dicho en varias ocasiones, tú y tu familia sois asunto mío.
La joven levantó la vista a su cara.
– ¿Es esto a lo que te referías?
El asintió con la cabeza.
– Yo protejo lo que es mío. Entre otras cosas.
– ¿Incluso a dos diablillos como las gemelas?
– Incluso a dos diablillos como ellas. Bufaban como gatitas cuando las encontramos. De hecho, si Harold hubiera aparecido en ese momento, se habrían arrojado sobre él para hacerle pedazos. Por fortuna para tu tío, Filing y yo dimos con ellas. Las personas que Harold contrató no pusieron ningún reparo en entregárnoslas. Todos eran de Musbury y no tenían ni idea de en qué lío se estaban metiendo, de que en realidad estaban participando en un secuestro… Harold les dijo que era el tutor de las gemelas.
– Sabe que no lo es…, aunque presuma de ello.
– Y hablando de él, ¿dónde está?
– Thompson y Oscar lo dejaron en uno de los bancos de ahí fuera. Debió de marcharse en cuanto recuperó el sentido. La señorita Sweet acompañó a la señorita Hellebore a su casa para ver si había regresado a su habitación, pero tampoco estaba allí.
– Es probable que esté vagando por las calles, arrepintiéndose de sus pecados.
Em no pudo reprimir un bufido.
– Una fantasía preciosa, pero irreal.
Con un gesto sombrío, Jonas bajó la mirada hacia ella.
– Si regresa…
– Oh, lo hará, pero no volverá a intentar nada parecido. Puede que regrese fingiendo estar arrepentido para intentar convencerme de nuevo, pero eso será todo. -Lo miró directamente a los ojos-. Nada de lo que no pueda encargarme.
Jonas apretó los labios.
– Si te causa más problemas -le dijo después de un rato-, prométeme que me lo dirás.
Em vaciló; por alguna extraña razón no quería hacerle esa promesa.
Jonas le sostuvo la mirada.
– Considéralo como mi recompensa por haber recuperado a tus angelitos.
Em buscó su mirada. En aquellos ojos oscuros vio su determinación de arrancarle esa promesa como mínimo. Desde que conoció a Jonas, habían sido evidentes sus tendencias protectoras. Parecían algo intrínseco a él, algo que llevaba en la sangre. Realmente, ella no lo imaginaba sin ellas.
Aunque aún sentía cierta renuencia a aceptar la proposición de Jonas, asintió con la cabeza.
– De acuerdo. Si surgen más problemas, te lo diré.
La respuesta pareció satisfacer a Jonas, que asintió con la cabeza y se relajó. Entonces Phyllida hizo señas a su hermano para que se acercara a ella. Em se volvió para dirigirse a otro lado, pero Jonas la cogió de la mano para que lo acompañara a hablar con su hermana.
Mucho más tarde, cuando todos dieron por concluida la celebración y se habían ido ya a sus casas, Em, seguida de Jonas, subió las escaleras de servicio hasta las habitaciones que se encontraban situadas sobre las de los huéspedes; sus hermanos se habían retirado un poco antes.
Las gemelas, cansadas por la terrible experiencia, habían subido a su habitación a las nueve. Asimismo, Issy y Henry, agotados por los acontecimientos, se habían retirado hacía una hora. Em pasó por delante de las dos habitaciones con las puertas cerradas y se dirigió a la última habitación, la que se encontraba al fondo del estrecho pasillo.
Aquélla tenía la puerta entreabierta. Dentro, la llama de una vela parpadeó cuando la joven abrió aún más la puerta y asomó la cabeza.
AI otro lado de la estancia había dos camas individuales con los cabeceros contra la pared. En cada una dormía un angelito. Las trenzas doradas de las niñas se extendían sobre las almohadas, enmarcando delicadamente las pequeñas mejillas ruborizadas.
Jonas observó la escena por encima de la cabeza de Em y escuchó el suave suspiro de la joven. El tierno sonido contenía alivio, amor y satisfacción.
Las gemelas se habían removido con inquietud en sueños y habían desordenado las mantas, por lo que sus brazos y piernas estaban expuestos al aire fresco de la noche. Em se acercó de puntillas a las camas y arropó a las niñas con las mantas, dándoles un beso en la frente.
Jonas la observó con el hombro apoyado en el marco de la puerta y las manos en los bolsillos. Vio el amor sincero que iluminaba el rostro de Em y el cariño que se traslucía en cada caricia, en cada mirada silenciosa.
Le invadió el anhelo, la necesidad de ver a Em ofreciendo ese mismo amor incondicional a un hijo o hija de ambos. De una manera profunda, pura y punzante, aquel nuevo deseo se abrió paso con facilidad en su interior.
Satisfecha, Em se apartó de sus hermanas y volvió al lado de Jonas. Se llevó un dedo a los labios para indicarle que guardara silencio y saliera al pasillo; luego volvió a entornar la puerta.
Em levantó la mirada y sonrió al pasar junto a él. En silencio, volvieron sobre sus pasos, recorriendo el pasillo y bajando por la escalera de servicio. Al llegar al piso inferior, la joven abrió una puerta oscura. Jonas la siguió a la pequeña cámara que había detrás de su dormitorio.
Le condujo hasta allí.
Creyendo que ella tenía intención de llevarlo hasta la salita, cuando cruzaron el dormitorio Jonas la cogió de la mano y la hizo girar hacia él. Em alzó la vista a su cara y lo miró a los ojos, sonriendo. Se metió entre sus brazos y se apretó contra él, deslizándole los brazos alrededor del cuello. Entonces se puso de puntillas y le besó.
Profundamente. Libremente. Entregándose por completo.
Jonas la sujetó por la cintura sin pensar. Tardó un momento en saborear el regalo de Em. Cuando estaba a punto de asumir el control, ella se echó hacia atrás.
Em bajó los talones y sonrió con los ojos brillantes.
– Gracias.
El la miró a la cara, estudió la expresión de sus ojos y arqueó una ceja.
– No quiero que me des las gracias. -Se acercó a ella, estrechándola contra su cuerpo-. Ni siquiera quiero tu gratitud.
Em se quedó inmóvil entre sus brazos, con las manos en sus hombros, y le lanzó una mirada inquisitiva.
– Sólo te quiero a ti.
Aquellas simples palabras estaban cargadas de absoluta convicción.
Em ladeó la cabeza y le estudió el rostro iluminado por la suave luz de la luna que entraba por la ventana.
– ¿Por qué?
Ésa era la pregunta más importante que ella quería -necesitaba- que él respondiera. Y que lo hiciera con sinceridad y franqueza, sin andarse con rodeos.
El pareció entender aquella necesidad. No intentó soslayar la pregunta con una respuesta elaborada. Se lo pensó durante un momento y luego, suavemente, sin más vacilaciones, le dijo:
– Porque… -Se interrumpió, respiró hondo y continuó-. Porque sin ti mi vida no estaría completa.
– Oh… -Em le habría pedido una aclaración, pero él ya había dicho todo lo que tenía que decir. La atrajo hacia su cuerpo, inclinó la cabeza y la besó.
En cuanto los labios de Jonas rozaron los suyos, Em sospechó y se preguntó si aquel beso era parte de su respuesta, si él le estaría demostrando con las caricias de sus labios lo que no podía, o no quería, decir con palabras.
Jonas siempre se había echado hacia atrás en esos momentos para valorar la respuesta de Em al beso antes de continuar con la siguiente etapa sensual, con el siguiente placer visceral. Esa vez, sin embargo, parecía algo más que eso, más que un estudio posterior al beso, cuando, bajo la luz de la luna, tras el roce de sus labios, le perfiló las líneas de la cara con las puntas de los dedos.
Fue una caricia lenta, casi respetuosa. Luego, Jonas inclinó la cabeza y volvió a sellar los labios de Em con los suyos, conduciéndola hacia el fuego.
A. la familiar y creciente sensación de calor, a las llamas ardientes de la pasión. De sus pasiones unidas, compartidas, mutuas, inflamadas por un deseo que sólo se había vuelto más fuerte, más confiado, más exigente.
Quizá fuera la experiencia o el hecho de que se había acostumbrado a la manera en que crecía aquel placer abrasador en su interior lo que permitió a Em estudiar a Jonas con atención. Observar la intensa concentración con la que él la desvestía lentamente y dejaba caer con descuido la ropa al suelo mientras con sus ojos y sus sentidos se deleitaba en el siguiente tesoro revelado, en la siguiente parte de su cuerpo que quedaba al descubierto, que se rendía a él por completo.
Y que Jonas saboreaba. Reclamaba, apreciaba y poseía.
Pero no fue una simple y ávida posesión. Si bien le daba vueltas la cabeza y sus sentidos se recreaban en el deleite, Em pudo ver esta vez -quizá porque era eso lo que buscaba- la devoción de Jonas. La reverencia nacida de sentimientos más profundos; las emociones que procedían del corazón y que estaban envueltas en pasión y deseo, lo que las hacía infinitamente más poderosas.
Lo suficientemente poderosas para hacer que se detuviera cuando, desnudo, la tumbó sobre la cama y retrocedió, interrumpiendo el beso, para con sus ojos, sus manos y sus dedos, tocarla, acariciarla, esculpir su cuerpo, trazando cada línea, cada curva, extendiendo una red de posesión ardiente sobre su piel desnuda, antes de volver a repetir el proceso, desde la cabeza a los dedos de los pies, con sus labios, su boca y su cálida y áspera lengua.
Arrodillándose a los pies de la cama, Jonas le separó las piernas y le acarició el interior de los muslos. Em contuvo el aliento y se arqueó. Hundió las manos en el sedoso pelo de él, apremiándole manifiestamente antes de que Jonas enterrara la cara entre sus piernas y la condujera al paraíso.
Jonas la lamió y la saboreó, luego se levantó y se colocó entre sus muslos, cubriendo el cuerpo de la joven con el suyo para penetrarla con un brusco envite.
Em se quedó sin aliento y se arqueó bajo él, dispuesta a la invasión definitiva, ansiosa por recibirlo y albergarlo por completo en su interior.
Lo acogió profundamente en su cuerpo y sintió que la atravesaba una cálida emoción. Sintió que la hirviente marea la conducía a un mar todavía más profundo, más extenso y poderoso.
Más adictivo, más cautivador.
Más envolvente.
Atrapada en aquellas cálidas oleadas de placer, Em alzó un brazo y le tomó la mejilla. Le condujo los labios a los de ella y le dio un beso con el que le ofrecía y le entregaba todo.
Apoyándose en los codos, Jonas gimió, arqueando la espalda con fuerza mientras se hundía implacablemente en ella. Toda Em era flexibles curvas femeninas bajo él, una funda hirviente, resbaladiza y tensa que conducía a su cuerpo al máximo placer.
Jonas le cogió una rodilla y la subió hasta su cadera, luego hizo lo mismo con la otra, abriéndola completamente para él. La embistió con más fuerza, sumergiéndose en aquel delicioso calor para llenarla, poseerla y marcarla como suya.
Para hacerla completamente suya.
Y Em pareció entenderle, comprender aquella desesperada necesidad; le rodeó las caderas con las piernas, se arqueó hacia él, y dejó que se hundiera un poco más en su interior con ávida codicia.
Pero seguía sin ser suficiente, no bastaba para la fuerza que ahora impulsaba a Jonas. Se dejó caer sobre un codo, inclinando su peso hacia ese lado y bajó la otra mano, deslizándola por la cadera y las nalgas de Em, que amasó y agarró con firmeza para atraerla hacia él, atrapándola y llenándola con los intensos empujes de su cuerpo; reclamándola una y otra vez.
Ella se dejó llevar y, con un grito ahogado, alcanzó el éxtasis entre sus brazos.
Las intensas contracciones de los músculos internos de la joven atraparon a Jonas, le impulsaron y le arrastraron hasta el borde del punzante placer.
Y Jonas cayó en picado con ella, estremeciéndose una y otra vez cuando Em le reclamó, le abrazó y le ancló al mundo.
Se desplomó sobre ella, envuelto en las sensaciones, lleno de una indescriptible dicha de saciedad satisfecha. Como si una mano fría le refrescara la frente febril, le hiciera sentirse a salvo, seguro, y le proporcionara una serenidad que nunca antes había sabido que necesitaba.
Debajo de él, Em yacía agotada, cálida e inmóvil, con una expresión satisfecha en su rostro. Tenía los ojos cerrados y los labios curvados en una tierna sonrisa.
Tras unos momentos infinitos, él consiguió reunir la suficiente fuerza de voluntad para moverse. Se incorporó y rodó a un lado para no aplastar a Em con su peso. Cayó de espaldas, llevándola consigo. Ella no se resistió, apoyó la frente en su hombro y emitió un suave suspiro de profunda satisfacción.
La joven le puso la palma sobre el pecho, encima del corazón.
Jonas la miró durante un momento, luego levantó la mano y cubrió la de ella con la suya, inmovilizándola sobre su corazón.
Cuando habló, la voz de Jonas era oscura y resonante en la noche.
– Has venido aquí, a Colyton, y has hecho que el pueblo vuelva a estar completo -hizo una pausa-. Lo mismo que has hecho conmigo.
Em escuchó las palabras, comprendiendo lo que querían decir-la admisión elemental que contenían-, y que eran la respuesta a su pregunta.
Cuando se trataba de las preguntas de Em, Jonas tenía las respuestas. Respuestas correctas que le llegaban al alma.
La joven permaneció allí tendida, absorbiendo esa verdad, dejando que su corazón y su mente se reconciliaran, con ella. Luego, movió la mano que Jonas sostenía contra su pecho y entrelazó el pulgar con el suyo, mucho más grande.
Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño mientras yacía entre los brazos de Jonas, con su mano unida, a la de él.
Al día siguiente era domingo. Em acudió al servicio dominical con Issy, Henry y las gemelas. Jonas no asistió. La joven sospechaba que podría tener algo que ver con la hora tardía, un poco después del amanecer, en la que, finalmente, había abandonado su cama. De todos modos, él le había dicho que la vería más tarde, por lo que Em estaba contenta.
En efecto, estaba contenta, un estado que no era habitual en ella, al menos no desde que podía recordar, Jonas quería casarse con ella, y Em estaba cada vez más segura de que también quería casarse con él, sobre todo cuando cada día que pasaba tenía más claro que las razones de su propuesta de matrimonio eran las correctas, el tipo de razones inquebrantables que le daban la confianza necesaria para construir un futuro con Jonas.
Aún tenía que encontrar el tesoro, pero era domingo y, después de la terrible experiencia del día anterior, la joven estaba dispuesta a dejar la búsqueda a un lado y disfrutar de las maravillas del día, de la delicia indescriptible de poder seguir a las gemelas, que retozaban, corrían y se reían, de vuelta a la posada. También la acompañaba Issy, que tenía los labios curvados en una tierna sonrisa de felicidad, y Henry que, con las manos en los bolsillos, caminaba a grandes zancadas junto a ellas mientras practicaba en voz baja las declinaciones.
Em alzó la cabeza, y sintió la ligera y agradable brisa jugueteando con las cintas de su sombrerito y la suave calidez del sol en las mejillas. Sonrió.
Hoy hacía un buen día.
Estaba deseando tener muchos días así, pero todavía tenía una posada que dirigir.
Habían llegado más huéspedes. Edgar, que no asistía a la iglesia, se había encargado de alojarlos. Em aprobó los preparativos y luego fue a reunirse con Hilda y sus chicas. Todo estaba casi listo para servir el almuerzo y Hilda la echó de la cocina con una sonrisa.
Issy se encargaría de supervisar la preparación del almuerzo familiar -habían invitado a Jonas y a Joshua a almorzar como muestra de agradecimiento por su inestimable ayuda el día anterior-, pero todavía quedaba media hora para subir a comer. Observó el salón de la posada y vio la habitual multitud de caras familiares. Con una sonrisa, se acercó a hablar con ellos.
Se movió entre los hombres que se encontraban en la barra del bar y las mujeres que ocupaban las mesas al otro lado del salón. El señor Hadley estaba sentado en el que se había convertido su lugar favorito, un rincón oscuro, cerca de una ventana por la que se podía ver el patio delantero de la posada, el camino y la iglesia.
– ¿Qué tal van sus dibujos? -le preguntó Em, deteniéndose al lado de su mesa con una sonrisa.
Hadley la miró a los ojos mientras le devolvía la sonrisa.
– Muy bien, gracias. -Hizo girar el gran bloc de dibujo sobre la mano libre y le señaló el boceto-. Mírelo usted misma.
Em bajó la mirada y observó el bosquejo, que guardaba un gran parecido con una de las estatuas que flanqueaban el altar de la iglesia. Era un boceto extraordinariamente detallado. La joven levantó la mirada a la cara del artista.
– Tiene usted mucho talento.
Él le agradeció las palabras con un gesto de cabeza, obviamente complacido por el cumplido.
– Gracias. -Hadley le indicó con un gesto de la mano que se sentara a su lado-. Por favor, mire el resto. Me gustaría mucho conocer su opinión.
La joven se sentó en un banco frente a él y pasó la página. El siguiente boceto era una versión exacta de otra de las figuras que había en la iglesia. Página a página, Em ojeó incontables bocetos y dibujos completos. La precisión con la que Hadley había captado los detalles de los monumentos era espectacular, tanta que ella casi podía ver la imagen real, salvo por la iluminación. La mayoría de los dibujos carecían de luces y sombras e incluso de textura; Hadley sólo había plasmado una cierta atmósfera en aquellas estatuas que estaban situadas en zonas sombrías, y algunas resultaban un tanto extrañas.
La joven sonrió y le dijo que los dibujos le gustaban mucho, cerrando el bloc.
Él se encogió de hombros.
– Sólo dibujo lo que veo.
– Entonces tiene muy buen ojo. Usted, fue marino, ¿verdad? He oído que los marinos tienen una vista de lince.
Hadley se rio.
– Sí, muchos dirían eso. También se dice que los marinos tienen ojos errantes, pero en mi caso diría que, aunque deambulo por el mundo, siempre me detengo a mirar las cosas.
Em apoyó el codo en la mesa y la barbilla en la palma de la mano.
– Hábleme de los lugares que ha visto.
Él la complació.
A la joven no le resultó difícil mostrarse fascinada cuando él le relató algunos de sus viajes, y se le ocurrió que Hadley se estaba esforzando por embelesarla. La idea no le molestó; muchos hombres ejercían un gran encanto simplemente porque podían hacerlo.
Mientras le escuchaba, Em sonrió y asintió con la cabeza; Hadley parecía como un libro abierto -una criatura que vivía por completo para la luz-, con una afinidad inversamente proporcional a la oscuridad que rezumaban sus dibujos. Aquello hizo que sintiera curiosidad por él, que quisiera saber más de él.
En ese momento se escucharon unas voces agudas que atrajeron la mirada de Em y Hadley hacia la ventana, a la escena que se desarrollaba en el patio. Filing, que se estaba acercando a la posada, fue abordado por las gemelas. Cotorreando sin cesar, cada una de las niñas agarró al párroco de una mano y lo condujeron al interior de la posada.
Con una carcajada, Filing se lo permitió, dejando que le hicieran desfilar por el salón como un héroe vencedor. Todos sonrieron. Demasiado absortas en el desfile del pastor, las gemelas no vieron a Em sentada en la esquina. Filing sí lo hizo. Le sonrió y la saludó con la cabeza antes de que las gemelas volvieran a reclamar su atención y lo condujeran entre las mesas del comedor en dirección a la cocina.
Con una risita ahogada, Em se volvió hacia Hadley. Este se había recostado contra la pared de la esquina. Volvió a sentirse impresionada ante la afinidad del hombre con las sombras. Hadley esbozó una sonrisa fácil.
– Sus hermanas parecen haberse encariñado con el párroco.
– En efecto. Es un hombre muy agradable.
– Ha debido de ser un enorme alivio tenerlas de vuelta.
– Lo fue. -Em sintió el peso de una mirada familiar y miró a su alrededor. Vio a Jonas salir del vestíbulo que había ante su despacho-. Les estoy muy agradecida a todos los que participaron en la búsqueda. -Jonas la esperaba. Se volvió hacia Hadley con una educada sonrisa-. ¿Me disculpa?
El curvó los labios de manera automática mientras cogía el bloc de dibujos. Ella se despidió con una inclinación de cabeza, con los pensamientos y los sentidos centrados por completo en Jonas.
Se reunió con él con una sonrisa, una que contenía una calidez que procedía de lo más profundo de su ser. Le puso una mano en el brazo y él la cubrió con la suya.
– Nos estarán esperando para comer. Deberíamos subir.
Él deslizó sus ojos oscuros por la cara de Em, con una suave expresión en su rostro.
– Sí… Vamos.
Él dio un paso atrás en el vestíbulo, llevándola consigo. Mientras las sombras los tragaban, la joven dirigió una última mirada a los clientes, y observó que Hadley tenía los ojos clavados en Jonas y ella.
A pesar de la distancia, vio que había adoptado una expresión seria.
¿Estaría celoso el artista?
La joven sonrió, descartando aquella idea descabellada; resultaba evidente que Hadley estaba simplemente melancólico como solían estar todos los artistas. Se volvió para seguir a Jonas. Pero él se detuvo, la abrazó y la besó. A conciencia.
¿Cómo podía resultar tan devorador un beso normal?
Aquél era un beso entre amantes que no se olvidaban del lugar donde estaban. Y aun así Em sintió que le daba vueltas la cabeza, que se le obnubilaban los sentidos y la mente.
Él terminó de besarla y alzó la cabeza. Ella abrió los ojos y lo miró a la cara, observando la expresión engreída y satisfecha de Jonas. Se aclaró la garganta.
– El almuerzo -declaró.
Él se rio entre dientes y la cogió de la mano.
– Vamos a almorzar, pues. Si eso es lo que quieres, claro.
Em se dijo a sí misma que era eso lo que quería. Por supuesto que sí.
Un poco aturdida, lo condujo por la cocina hasta las escaleras de servicio.
A la mañana siguiente, como todos los lunes anteriores, Jonas y Em se reunieron como dueño de la posada y posadera en el despacho de Em y se concentraron en ponerse al día con las cuentas del negocio.
– Tienes razón -dijo Jonas, pasando las páginas del libro de cuentas y comparando las últimas anotaciones con las de las semanas anteriores-. Las ganancias que ya habían mejorado considerablemente gracias a los clientes habituales, aumentan todavía más con el dinero que dejan los huéspedes.
– Así que no te importará que contrate a Riggs para pintar las contraventanas delanteras y a más chicas como doncellas cuando tengamos más huéspedes, ¿verdad? -Em arqueó una ceja, mirándole por encima del escritorio.
Jonas se recostó en la silla.
– Pensaba que ya habías contratado a todas las jóvenes disponibles.
– Casi. Pero la señora Hillard, que vive en la granja del cruce, tiene dos hijas que quiere mandar a servir, y me comentó que preferiría que trabajaran aquí, al menos hasta que sean mayores. Ella o su marido podrían acompañarlas a casa todas las noches y todos tan contentos.
El consideró la cuestión durante un buen rato antes de hablar.
– Me parece bien que contrates a las chicas Hillard, pero no podemos permitirnos el lujo de contratar más gente de la necesaria.
Em sabía de sobra lo que quería decir. Sonrió y bajó la mirada a la mesa para escribir una nota.
– Tienes razón, por supuesto. Sólo podemos contratar a la gente que realmente necesitemos. Hablé con Phyllida sobre la Compañía Importadora de Colyton y sus orígenes. Comparto su filosofía sobre lo importante que es para la autoestima de las personas saber que se les contrata porque se las necesita, y no por razones caritativas. -Terminó de escribir la nota con un floreo-. Dirigimos un negocio, no una organización benéfica.
Em levantó la mirada al escuchar un ruido de pasos apresurados en el salón.
– ¡Señorita Colyton! Oh, ¡señorita Colyton!
– Es la señorita Sweet. -Jonas echó la silla hacia atrás y se levantó. Em le imitó y rodeó el escritorio. El la siguió por el vestíbulo hasta el salón, donde Sweet estaba dando saltitos y revoloteando con impaciencia.
En cuanto vio a Em, se abalanzó sobre ella con los ojos brillantes como los de un pájaro y la agarró de la muñeca.
– Aquí está, querida. -Le brindó una sonrisa radiante a Jonas-. Qué suerte que usted también esté aquí, querido. -Con aire conspirador, la señorita Sweet echó un vistazo a su alrededor y, acercándose más, les habló en voz baja-. La cosa es que Harriet, la señorita Hellebore, cree haber resuelto su acertijo. El de «la casa más alta». Bueno, lo cierto es que no está del todo segura. -La excitación contenida hacía estremecer a la señorita Sweet de los pies a la cabeza, pero logró calmarse y adoptar una expresión seria-. Por eso me pidió que viniera y la llevara junto a ella para que usted decidiera si lo que ella piensa tiene algún sentido.
Em miró a Jonas con los ojos llenos de esperanza.
El asintió con la cabeza, echó un vistazo a su alrededor y le puso la mano en la espalda.
– Vayamos ahora. Los libros de cuentas pueden esperar.
Jonas condujo a Em y a la señorita Sweet por el salón hasta la puerta abierta de la posada. Sólo cuatro nuevos visitantes, dos viejos campesinos y un puñado de clientes habituales y Hadley, que permanecía entre las sombras de la mesa del rincón, con la cabeza inclinada sobre su bloc de dibujos, fueron los únicos que presenciaron el excitado revoloteo de la señorita Sweet y la mirada esperanzada que iluminaba el rostro de Em.
Pero a Jonas no le hacía gracia que hubiera testigos. Aunque no tenía ni idea de si el tesoro de Colyton existía en realidad, ni si tendría un valor significativo, creía que lo más prudente sería no correr riesgos innecesarios ni difundir de manera fortuita la posible existencia de un tesoro oculto a todo el mundo.
Pensaba que lo más sensato sería mostrarse cautelosos sobre el objeto de su búsqueda, pues aunque la excitación de la señorita Sweet sólo conseguiría que la gente esbozara una sonrisa, la mirada emocionada de Em que, por lo general, era mucho más prosaica, haría alzar las cejas y despertaría la curiosidad de todos.
La casa de la señorita Hellebore estaba al lado de la carretera, y poseía un exuberante jardín en la parte delantera.
Jonas abrió el pequeño portón en el muro bajo de piedra para que Em y la señorita Sweet pasaran, luego las siguió por el camino de entrada hasta la puerta principal.
Ésta se abrió antes de que llegaran, y Harold Potheridge salió al porche. Pareció tan sorprendido de verles como ellos de verle a él.
Em, con el rostro inexpresivo, se apartó a un lado. La señorita Sweet la imitó.
Potheridge vaciló, luego pasó junto a ellos y les saludó con una inclinación de cabeza.
Después de dejarle pasar, Jonas se quedó mirando al hombre hasta que éste cerró el portón y se alejó por el camino.
La señorita Sweet se estremeció de manera histriónica.
– Qué hombre tan soso.
Jonas miró a Em y vio que apretaba los labios con nerviosismo.
– Es mejor que haya salido -dijo-. No queremos que escuche nada que no debe.
– No, en efecto. -Sweet les guió al interior de la casa, esperando que se reunieran con ella en el vestíbulo. Luego cerró la puerta con llave-. Ahora nadie nos interrumpirá ni escuchará a escondidas. -Con un gesto de la mano les indicó la habitación del frente-. Harriet nos está esperando en la salita.
Encontraron a la señorita Hellebore sentada en su sillón favorito entre la chimenea y la ventana. Estaba muy excitada y con los ojos tan brillantes como los de la señorita Sweet.
– Ya sé cuál es el lugar que han estado buscando. Se me ha ocurrido de repente. -La señorita Hellebore aguardó a que Em y Jonas se sentaran en el sofá y que Sweet tomara asiento en el otro sillón antes de continuar-. Estaba aquí sentada, mirando por la ventana el campo, como suelo hacer habitualmente, cuando me di cuenta.
Con un gesto de la mano, indicó el paisaje que había al otro lado de la ventana. Observaron el fondo de la carretera, el estanque de los patos y, más allá, el camino que conducía a la iglesia que estaba asentada en la cima de la colina.
La anciana aguardó mientras todos miraban por la ventana y contemplaban el paisaje, antes de entonar con voz queda.
– La casa más alta, la casa en lo más alto. Creo que hay que considerar ambas frases como dos partes separadas de una descripción. Como dos pistas, no la repetición de una. Por otro lado, tenéis que saber que este pueblo siempre ha estado muy vinculado a su iglesia… Por eso las estatuas que hay en su interior son tan antiguas y majestuosas. Y por último, debemos recordar que, en otros tiempos, la casa del Señor era descrita a menudo como…
– La casa más alta. -Em respiró hondo. Tenía los ojos clavados en la iglesia, recortada contra el cielo azul de la mañana, mientras negaba lentamente con la cabeza-. Y ha estado ahí todo el tiempo, justo delante de nuestras narices.
– Si tenemos en cuenta eso, que la casa del Señor es la casa más alta y que además, físicamente, la iglesia es la casa que está en la parte más alta del pueblo. Y el nivel más bajo… -Jonas dejó de mirar la iglesia y clavó los ojos en Em-. Debe de referirse a la cripta.
Ella le sostuvo la mirada.
– En una caja que sólo un Colyton abriría. ¿Se referirá a la tumba de un Colyton?
– Es muy probable. Tendremos que ir a comprobarlo.
Ella se puso en pie de un salto. Con una expresión de entusiasmo, se volvió hacia la señorita Hellebore.
– Muchas gracias, señora.
– No es necesario que me lo agradezca, querida. -La señorita Hellebore les indicó la puerta con un gesto de la mano-. Busquen en la cripta y luego vuelvan a decirnos qué es lo que han encontrado.
Em sonrió de oreja a oreja.
– Eso haremos. -Se reunió con Jonas en la puerta.
Después de salir de la casa, cruzaron la carretera y comenzaron a subir el camino que conducía a la iglesia. Alzándose las faldas, Em se apresuró tanto como pudo y Jonas le siguió el paso.
– Apenas puedo creérmelo -jadeó ella-. Pero estoy segura de que tiene razón. Ha estado aquí todo el tiempo, sólo que no la veíamos.
– La rima está muy bien escrita. Habría sido evidente para cualquiera que viviera en el pueblo antaño, pero oscura y ambigua para alguien que no conozca bien el lugar. -Jonas observó la iglesia-. O, como ha sido el caso, para alguien como nosotros que no nos referimos a la iglesia como «la casa más alta».
Al llegar a la cima, atravesaron el cementerio y se dirigieron a la puerta lateral de la iglesia, que siempre estaba abierta.
Jonas empujó la puerta.
Em entró y él la siguió.
– Necesitaremos la llave de la cripta. -Él abrió la puerta de la sacristía y descolgó la llave, tan grande como la palma de un hombre y con un aro de la anchura de una muñeca, de un gancho en la pared. Luego le indicó a Em las escaleras que había a un lado del pasillo y que conducían a la cripta.
– Desde que llegamos, tenía planeado bajar aquí y buscar las tumbas de mis antepasados. -La joven dio un paso atrás y permitió que Jonas bajara delante de ella los escalones de piedra; luego se sujetó las faldas con cuidado y lo siguió-. Pero siempre ocurría algo que me lo impedía.
– No importa. -Se detuvo ante la puerta al pie de las escaleras, metió la llave en la cerradura y la hizo girar-. Ahora estamos aquí, cerca de nuestro objetivo. -El abrió la puerta. Estaba bien engrasada y se abrió silenciosa y fácilmente-. La cripta se utiliza muchas veces como almacén de la Compañía Importadora de Colyton, así que se encuentra en un estado razonablemente bueno y no tiene demasiado polvo.
A Em le alegró saberlo y notó, mientras esperaba en el umbral a que él iluminara la estancia con una linterna dispuesta para tal fin sobre una tumba cercana, que no había ninguna evidencia de pegajosas telarañas adornando los arcos de la cripta.
Jonas frotó la yesca y encendió la mecha, luego ajustó la luz para que emitiera un suave resplandor. Cerró la linterna y la levantó. Em entró en la cripta sin apenas poder contener la burbujeante excitación que fluía en su interior.
– No esperaba encontrar el tesoro hoy.
Jonas volvió la mirada hacia ella y dio un par de pasos para colgar la linterna en un gancho clavado en el techo, desde donde emitió un tenue brillo que iluminó toda la cripta.
Em dio una vuelta a su alrededor, observando con atención las suaves sombras.
– Y aquí estamos -le brindó una sonrisa a Jonas-, a sólo un paso de descubrirlo. De verlo, de tocarlo. Algo que me dejaron mis antepasados hace tantos siglos. -La joven casi se estremecía de ansiedad.
Sonriendo, él también miró a su alrededor.
– Primero tenemos que encontrar las tumbas de los Colyton. No recuerdo haberlas visto nunca, pero jamás he prestado demasiada atención a los nombres que hay aquí abajo.
– Quizá sería mejor que nos organizáramos. -Em observó la larga estancia de forma rectangular: además de las tumbas y las placas conmemorativas que había en las paredes, había enormes sepulcros que ocupaban la mayor parte del espacio disponible, aunque dejaban algunos pasillos lo suficientemente anchos para que ella pudiera pasar entre ellos. Algunas de las tumbas del suelo eran dobles, y otras tenían doseles que llegaban hasta el techo de la cripta. Si no estuviera tan excitada y esperanzada, Em podría haberse mostrado reacia a buscar en ese lugar-. ¿Por dónde empezamos?
Dividieron la cripta en cuatro partes y emprendieron una búsqueda metódica. Se subieron sobre las tumbas, se arrodillaron junto a los nichos de la pared y limpiaron el polvo de inscripciones olvidadas hacía mucho tiempo.
Em perdió la cuenta de las tumbas que examinó. La excitación que sentía fue reemplazada paulatinamente por una sensación de inquietud. Había algo que no encajaba, algo que no cuadraba con sus deducciones. Aun así, siguió buscando, examinando las inscripciones de las lápidas.
Realizaron una búsqueda a fondo que al final resultó ser infructuosa.
Al volver al centro de la estancia, Em frunció el ceño.
– Esto es absurdo. Las tumbas de los Colyton tienen que estar aquí. -Miró a su alrededor antes de volverse hacia Jonas-. ¿Dónde si no podrían estar?
Jonas tenía una expresión tan desconcertada como la de ella.
– Vamos a hablar con Joshua. El debe de saberlo, o al menos tendrá un registro de dónde se encuentran enterrados los Colyton de Colyton.
Volvió a poner la linterna en el lugar de donde la había cogido, la apagó y se dirigió con Em a la puerta.
Em se levantó las faldas y subió lentamente los escalones de piedra.
– La familia más importante del pueblo, la familia fundadora. Sus tumbas deberían estar en algún sitio. -Su voz estaba teñida de frustración.
Jonas cerró la puerta de la cripta y la siguió escaleras arriba.
– No están sepultados en el cementerio, ¿verdad?
– No. -Al llegar al escalón superior, Em se soltó las faldas, las sacudió y alisó-. Las revisé. No hay ningún Colyton enterrado fuera. Supuse que estarían en la cripta al no ver ninguna tumba de mis antepasados en el cementerio, pero no están.
La joven esperó mientras él volvía a colgar la llave de la cripta en el gancho de la sacristía, y volvió a negar con la cabeza, totalmente desconcertada.
– Tienen que estar enterrados en algún sitio.
– Filing debe de saberlo -repuso. Se acercó a ella y la tomó de la mano. Miró por encima de su hombro y se detuvo.
Em giró la cabeza y siguió la dirección de su mirada hasta un rincón de la iglesia. En medio de una trama de luces y sombras, Hadley estaba esbozando la estatua de un ángel dispuesto sobre un pedestal. Estaba de espaldas a ellos, y parecía tan concentrado en lo que hacía que no se había dado cuenta de la presencia de la pareja.
Em había estado tan obsesionada con buscar en el interior de la cripta que no se había fijado si había alguien allí cuando llegaron.
Aunque en el interior de la iglesia, Jonas y ella habían hablado en voz baja, Hadley debía de haber escuchado sus voces perfectamente, aunque resultaba evidente que eso no le había hecho perder la concentración.
Jonas tiró de su mano. Cuando Em levantó la mirada, el señaló la puerta con un gesto de cabeza. Ella asintió y salieron en silencio para dirigirse a la rectoría.