– ¡Querida, estoy realmente encantada! -Lady Fortemain se recostó con los ojos abiertos de par en par-. Pensar que usted, y sus queridas hermanas, así como su querido hermano, son Colyton. ¡Es maravilloso!
– Sí, bueno.
Em miró de reojo a Jonas, que sonreía de oreja a oreja y la miraba como diciendo «ya te lo dije». La tarde anterior se lo habían contado a la señorita Sweet y luego habían dejado que extendiera la noticia en el salón de la posada. Jonas había llegado esa mañana con su cabriolé y se había ofrecido para llevar a Em a hablar con los ancianos de la localidad. Lady Fortemain, en Ballyclose Manor, había sido la primera de la lista de Em y, por supuesto, ya se había enterado de las noticias.
– Como ya he mencionado -insistió Em, esperando evitar de esa manera que la anciana se enfrascara en un largo relato sobre la historia reciente de la familia-, estamos tratando de identificar cuál es la casa de los alrededores que se conocía antaño como «la casa más alta». De hecho, sabemos que no es Ballyclose Manor porque, a diferencia de ella, la casa en cuestión se construyó hace siglos. ¿Ha oído la frase alguna vez?
– ¿«La casa más alta»? -Tamborileando un dedo sobre los labios, lady Fortemain frunció el ceño mientras se concentraba. Pero un movimiento en el vestíbulo, captó su atención-. ¡Oh, Jocasta! ¡Ven y escucha estas maravillosas noticias!
Jocasta, también conocida como lady Fortemain pues era la esposa del hijo mayor de la dama, Cedric, apareció en la puerta. Era una mujer de cabello y ojos oscuros que poseía un carácter amable y tranquilo. Brindó una sonrisa a Em y a Jonas cuando entró en la estancia.
– Buenos días. Me enteré de las buenas noticias ayer por la noche. Parece muy apropiado que su familia y usted hayan regresado al pueblo, en especial, cuando han resucitado la posada Red Bells.
– Gracias. -Em le devolvió la sonrisa.
Jonas captó la atención de Jocasta.
– Jocasta, como miembro de una familia que vive en este pueblo desde hace mucho tiempo, ¿has oído alguna vez la frase «la casa más alta»?
Jocasta frunció los labios, pero tras un momento de reflexión, negó con la cabeza.
– No lo recuerdo, aunque suena como el tipo de frase que cualquier miembro de los Fortemain utilizaría para referirse a Ballyclose. ¿Por qué queréis saberlo?
Fue Jonas quien le respondió con suavidad.
– Estamos tratando de localizar una casa que había en el pueblo de Colyton hace mucho tiempo, mucho antes de que se edificara Ballyclose. Al parecer la frase pertenece a una enigmática rima familiar que los antepasados de la señorita Colyton se transmitieron de generación en generación, y que hace referencia a ese lugar.
Jocasta pronunció un silencioso «oh» antes de añadir:
– Estoy segura de que nunca he oído tal frase, pero deberíais ir a hablar con mi madre. Ella guarda en su memoria todo tipo de extrañas y variopintas historias sobre el pueblo.
Em se levantó.
– La señora Smollet es la siguiente persona en nuestra lista. Jonas abandonó su posición ante la chimenea de la salita y se acercó a ella.
– También habíamos pensado en hablar con Muriel Grisby y la vieja señora Thompson.
Jocasta asintió con la cabeza.
– Sí, yo también hablaría con ellas. Creo que la señorita Hellebore es la persona de más edad del pueblo, aunque se vino a vivir aquí sólo unos años antes que Horatio Welham. -Jocasta le dirigió una sonrisa a Em-. Lo que la convierte prácticamente en una recién llegada y, por lo que sé, su familia no es de la zona.
– Gracias -dijo Em-. La señorita Sweet pensaba que ése era el caso, pero no estábamos seguros. -Se volvió hacia lady Fortemain-. Gracias por recibirnos, milady.
La dama hizo un gesto con las manos.
– Oh, pero se quedarán para tomar el té matutino, ¿verdad? -Gracias, pero no me gusta dejar la posada, y a las gemelas, sin supervisión durante demasiado tiempo. -Em hizo una reverencia. Lady Fortemain hizo una mueca.
– Admiro su dedicación, querida. ¿Quizás en otra ocasión? Em y Jonas se despidieron de ambas damas. Jocasta los acompañó a la puerta.
– Le preguntaré a Cedric si por casualidad ha oído alguna vez esa frase. Ya hablaremos esta noche en la posada.
– Gracias. -Em permitió que Jonas la ayudara a subir al cabriolé, luego se despidió de la dama con la mano mientras él ponía el vehículo en marcha.
Em había dicho la verdad. No le gustaba tener que dejar al personal de la posada sin ninguna supervisión.
– No es que espere que pase algo -le dijo a Jonas un poco más tarde, cuando aprovecharon un momento entre el almuerzo y la merienda para acercarse a Highgate, la casa de Basil Smollet, el hermano de Jocasta-. Pero en el caso de que ocurra algún contratiempo, el personal tendría que hacerse cargo y tomar una decisión al respecto. Y ése es mi trabajo. No me parece justo que tengan que hacerlo ellos. Una cosa es que yo me equivoque, pero sería peor que lo hicieran ellos, pues se sentirían responsables si algo saliera mal.
Jonas la miró y curvó los labios con admiración cuando observó el gesto resuelto de sus rasgos; entonces, sonrió ampliamente y volvió a prestar atención a los caballos. Condujo a los castaños hacia la cima de la colina que había más allá de la rectoría con un trote tranquilo, luego redujo la marcha del vehículo cuando Highgate surgió a la vista.
La señora Smollet se encontraba en la casa y los recibió, al menos en el sentido físico. Por desgracia, no tardaron en descubrir que su mente apenas estaba con ellos.
– Un Colyton. Más de uno en realidad, y de vuelta en el pueblo. ¡Es maravilloso! No conocí a nadie de su familia, aunque bueno, por aquel entonces era demasiado joven. -La señora Smollet inclinó su cabeza gris-, Qué años aquéllos. Recuerdo…
La anciana se interrumpió, totalmente perdida en sus recuerdos.
Basil, su hijo, que se había reunido con ellos en la salita para escuchar la historia de Em de primera mano, se inclinó hacia su madre y le cogió una mano del regazo.
– ¿Mamá? ¿Recuerdas si alguna casa de los alrededores era conocida como «la casa más alta»?
De repente la señora Smollet enfocó una mirada sorprendentemente lúcida en la cara de su hijo.
– ¿«La casa más alta»? -Frunció el ceño y apartó la mirada-. Me suena.
Em contuvo el aliento, y Jonas hizo lo mismo.
Esperaron. Basil guardó silencio para no presionarla.
La señora Smollet negó con la cabeza después de un momento.
– No. No puedo recordarlo. Pero no era este lugar, ni tampoco Ballyclose, no importa lo que diga esa fantasiosa mujer.
Era evidente que no existía una gran amistad entre lady Fortemain y la señora Smollet.
La expresión de la anciana se relajó.
– Pero recuerdo a los niños de los Mitchell. Vivían en esa vieja casa en los acantilados. Hace mucho tiempo que murieron, pero eran unos bribones. Recuerdo que…
Su voz iba y venía, suave como una brisa de verano.
Basil suspiró y se reclinó en su asiento. Lanzó una mirada de disculpa a Em y Jonas y se levantó.
Ellos también lo hicieron.
La señora Smollet, con la mirada todavía perdida en un pasado remoto, no se dio cuenta. Basil les hizo señas y se dirigió a la puerta. Ellos le siguieron.
Cuando llegaron al vestíbulo principal, Basil se volvió hacía ellos.
– Está muy sana físicamente, pero su mente ya no es lo que era. Algunos días posee una gran lucidez, pero otros… -Hizo un encogimiento de hombros-. Les pediré a las doncellas que la atienden que me avisen si alguna vez dice algo relacionado con «la casa más alta». Les avisaré si lo hacen.
– Gracias. -Em le brindó una sonrisa de agradecimiento. Jonas asintió con la cabeza.
– Hemos hablado con lady Fortemain, y hemos pensado visitar a Muriel Grisby y a la vieja señora Thompson. ¿Se te ocurre alguien más que pueda saber algo?
Basil consideró la pregunta, luego negó con la cabeza.
– No creo que haya nadie más de la misma edad de ellas cuatro. No en el pueblo. Ni siquiera en las afueras.
– A Phyllida y a mí tampoco se nos ocurrió nadie más. -Jonas le tendió la mano, Basil se la estrechó.
– Gracias por dedicarnos su tiempo, señor Smollet. -Em le tendió la mano-. Y por ayudarnos con su madre.
Basil sonrió, parecía gratamente sorprendido.
– Cualquier cosa por un recobrado Colyton…, especialmente por uno que ha recuperado y revitalizado la posada.
Em se rio cuando él se inclinó cortésmente sobre su mano.
Tuvieron que esperar hasta la mañana siguiente para visitar a Muriel Grisby en Dottswood Farm. Muriel, que ya había oído las últimas noticias del pueblo, estuvo encantada de conceder una entrevista a Em y a Jonas.
– ¡Qué maravilloso es volver a tener a miembros de la familia Colyton en el pueblo! Es una bendición lo que usted ha hecho al volver a poner en marcha la posada. -Muriel, sorprendentemente ágil y activa, les indicó con una mano que tomaran asiento-. Recuerdo a su bisabuelo… Se veía muy guapo y elegante con todo ese pelo blanco. Yo sólo era una niña por aquel entonces, pero lo recuerdo como si fuera ayer.
Em no se permitió abrigar esperanzas. Usando la versión de Jonas sobre los acontecimientos -que trataban de resolver una enigmática rima familiar, lo que no dejaba de ser cierto-, preguntó a Muriel si podía arrojar alguna luz sobre aquella frase misteriosa.
– No. -Muriel negó enérgicamente con la cabeza-. No recuerdo haber oído nada parecido.
Y eso fue todo.
Después de tres decepciones, Em no abrigaba ninguna esperanza de que la vieja señora Thompson, la madre de Thompson y Oscar, supiera algo relevante, pero Jonas fue a recogerla esa tarde y la convenció de que no podía darse por vencida sin al menos hablar con ella.
En un momento entre el almuerzo y la merienda, emprendieron el camino hacia la forja.
La herrería estaba frente a la carretera; la casa de los Thompson estaba situada justo detrás de ella. Thompson, que llevaba puesto un delantal de cuero, estaba trabajando delante del horno, dando martillazos a una herradura para darle forma. Les hizo gestos para que pasaran.
– Anoche le mencioné que vendríamos a ver a su madre. -Sosteniendo la puerta que conducía al estrecho patio de la casa, Jonas estudió la cara de Em, y notó lo desanimada que estaba-. Nunca se sabe. La señora Thompson proviene de un estrato social diferente al de las otras tres mujeres. Puede que haya oído algo, o que sepa algo que las demás desconozcan.
La sonrisa con que Em respondió fue vaga, pero cuando la señora Thompson abrió la puerta de la casa, sonrió ampliamente.
– Buenas tardes, señora Thompson. ¿Le importa si hablamos un momento con usted?
– No, no, querida, pasen, pasen. -La señora Thompson les invitó a entrar en la pequeña salita-. Es maravilloso volver a tener a miembros de la familia Colyton entre nosotros. Es como debe ser, y ha logrado convertir la posada en un lugar encantador…, algo que nadie hubiera creído posible después de cómo Juggs dejó el lugar.
Jonas se quedó en la puerta, dejando que las dos mujeres tomaran asiento en los pequeños sillones de la estancia. Siempre le había parecido un misterio cómo una mujer tan menuda como la señora Thompson, había tenido dos hijos tan robustos como Thompson y Oscar. Aunque tenía tres hijos más, un chico y dos chicas, la anciana poseía un aspecto tan frágil y delicado que parecía que hasta el viento podría arrastrarla con facilidad.
Su mente, sin embargo, era como una trampa de acero.
– Recuerdo a su bisabuelo muy bien… Era un caballero imponente, aunque su rostro siempre lucía una alegre sonrisa. Había sido marino, el capitán de su barco, si la memoria no me falla, pero le conocí mucho después de eso. Vivía en una mansión… Colyton Manor, eso es, hasta que murió. Su hijo, que sospecho fue su abuelo, querida, se trasladó a vivir a otro lugar con el resto de la familia cuando vendió la casa.
– En efecto. -Em asintió con la cabeza-. Mi bisabuelo fue el último Colyton que vivió y murió aquí. Nosotros, mis hermanos y yo, hemos regresado, entre otras cosas, para averiguar el significado de una vieja y enigmática rima familiar. La rima describe una casa como «la casa más alta». ¿Conoce alguna casa que encaje con esa descripción?
La señora Thompson torció la cara mientras se concentraba. Después de un rato, negó con la cabeza.
– No. No que yo recuerde…, pero debo decir que esas palabras me suenan.
Centró la atención en Em y le dio una palmadita en la mano.
– Deje que piense en ello, querida. Si hay una casa relacionada con esa rima, tarde o temprano lo recordaré.
Jonas casi pudo oír el suspiro de abatimiento de Em cuando ella se levantó y, con una sonrisa forzada, se despidió de la señora Thompson.
Jonas hizo lo mismo y acompañó a Em fuera de la pequeña casa de campo. Pasaron junto a la herrería y emprendieron el camino de vuelta a la posada.
Jonas se ajustó al paso de Em y la miró a la cara. Tuvo que agachar la cabeza para poder mirarla a los ojos. La joven andaba con paso arrastrado y miraba al suelo con aire sombrío.
– No te desanimes. Sólo hemos empezado a preguntar. Esas mujeres pensarán en esa frase y se la mencionarán a sus amigas. Y, tal y como ha dicho la señora Thompson, la respuesta aparecerá tarde o temprano. -Cuando Em no respondió, Jonas le dio un codazo-. Dale tiempo al tiempo.
Ella asintió con la cabeza, luego respiró hondo y levantó la cabeza. Observó que ya casi habían llegado a la posada. Jonas casi pudo ver funcionar los engranajes de su cerebro cuando ella cambió el foco de su atención.
Jonas se adelantó a cualquier comentario.
– La posada va bien. -Era una declaración de lo más comedida. La revitalizada posada Red Bells era un buen negocio, más de lo que cualquier ingenuo optimista hubiera soñado jamás.
– Hmm, sólo espero que todo esté a punto para la cena de esta noche. Es la primera vez que estamos al completo, ¿lo he mencionado?
– No, pero no me sorprende. -Era sábado, y no sólo los vecinos de Colyton, sino los que vivían en las granjas y haciendas circundantes, parecían volver a tener a Red Bells en sus corazones. La posada estaba más concurrida que nunca.
Jonas se metió las manos en los bolsillos y continuó caminando al lado de Em, sin prisas y en silencio, sabiendo por la expresión de la joven, que estaba pensando en cosas de la posada, algo mucho más satisfactorio que la búsqueda del tesoro familiar.
No sentía un auténtico interés en el tesoro, salvo una simple y distante curiosidad; había decidido ayudar a Em a buscarlo sólo porque eso era importante para ella. Además, aunque la joven no lo había dicho expresamente, tenía la impresión de que quería encontrar el tesoro antes de tener que tomar la decisión de casarse con él. Por lo tanto, lo que más le convenía a Jonas en ese momento era ayudarla a recuperar ese tesoro lo antes posible.
Pero por encima de todo, quería que ella fuera dichosa y feliz. Sabía que para Em era fundamental encontrar el tesoro.
Jonas había pasado las últimas dos noches en la cama de la joven y no tenía ninguna intención de renunciar a una posición que ya había ganado. En los momentos más tranquilos en los que había yacido entre sus brazos, Em le había contado, le había explicado, más cosas sobre el tesoro, revelándole cómo lo veía, por qué había llegado a ser tan importante para ella.
No buscaba el tesoro por la riqueza, sino por lo que representaba, y lo consideraba incluso más importante para sus hermanos que para ella misma.
El tesoro aseguraría el futuro de Henry y devolvería a la familia la posición social para la que habían nacido. Proporcionaría dotes para las chicas y repondría la de Em, que si había entendido bien, se había reducido bastante al utilizar los fondos para escapar de Harold.
Todo aquello estaba muy bien, pero para Jonas no tenía ninguna importancia. Si Em se casaba con él, sus hermanos quedarían bajo su protección y Jonas se encargaría de que nunca les faltara de nada.
En lo que concernía a la dote de Em, a él no le importaba que la joven no poseyera ni un penique. Gracias a su relación con los Cynster y al fascinante mundo de las inversiones, Jonas se encontraba en una posición mucho más que desahogada.
Por supuesto, Em no lo sabía, y Jonas tenía que admitir que era muy alentador que las cuestiones monetarias no influyeran de ningún modo en su decisión de casarse o no con él. Sin embargo, a pesar de su riqueza y del hecho consiguiente de que ni ella ni sus hermanos se encontraran a punto de verse en la indigencia -o incluso condenados a ser posaderos el resto de su vida-, él comprendía, valoraba y, definitivamente, aprobaba las emociones que la guiaban.
El sustento y el orgullo familiar. No era un orgullo prepotente, sino uno respetuoso, un sentido del honor que la instaba a proteger el nombre de la familia, a no verlo desprestigiado, a que los demás lo respetaran como debían.
Y ésa no era una emoción sencilla, ni mucho menos algo que todo el mundo sintiera. Era un sentimiento que estaba profundamente arraigado en ella, y con el que él también se sentía identificado, incluso más después de haber regresado de Londres y sentir un nuevo aprecio por sus raíces.
Creer en la familia, en los orígenes y en la tradición era algo que los dos compartían.
Por eso la ayudaría a encontrar el tesoro, fuera como fuese, sin escatimar esfuerzos. Porque por esos principios, merecía la pena cualquier esfuerzo.
Sus pies hicieron crujir la grava del estrecho ante-patio de la posada. La puerta principal estaba abierta ante ellos, y fueron recibidos por el agradable murmullo de las conversaciones.
Jonas siguió a Em al interior del salón.
Ella se detuvo justo al entrar para escudriñar la estancia, observando que había pocos clientes a esa hora de la tarde, y luego se dirigió a su despacho.
– Debo comprobar si Hilda necesita ayuda para esta noche.
Jonas la siguió sin prisa, saludando con una inclinación de cabeza al viejo señor Wright y los Weatherspoon. Observó que el artista, Hadley, estaba sentado en un rincón oscuro, con un bloc de dibujo abierto ante él sobre la mesa.
Se volvió de nuevo hacia Em.
– Me pasaré por casa de Lucifer -dijo, detrás de ella-. Comprobaré si ha conseguido averiguar algo al volver a examinar los libros, y luego creo que iré a ver a Silas Coombe.
Al llegar al mostrador de la taberna, Em se detuvo y lo miró arqueando las cejas.
Jonas sonrió de oreja a oreja.
– Su biblioteca no es tan amplia como la de Colyton Manor, pero los gustos de Silas son más eclécticos. ¿Quién sabe? Podría encontrar alguna referencia a la descripción que buscamos, y sé que, si se lo pido, hará todo lo posible por complacerme.
Em le miró con los ojos entrecerrados; luego asintió con la cabeza y se dirigió al despacho.
– De acuerdo. Pero recuerda que siempre se ha comportado con suma corrección desde nuestro malentendido.
Jonas emitió un bufido y la siguió al despacho.
La joven emitió un pequeño suspiro y dejó el bolsito sobre el escritorio.
El acortó la distancia entre ellos y la rodeó con los brazos, estrechándola contra su cuerpo. Ella apoyó la espalda en su pecho, dejándose envolver en aquel abrazo protector. Jonas apoyó la barbilla en su lustroso pelo y, simplemente, la abrazó.
– No vamos a darnos por vencidos -murmuró él, meciéndola suavemente-. Puede que no hayamos encontrado nada, pero apenas hemos empezado a buscar. Y no sólo nosotros, también Lucifer, Phyllida, Filing, la señorita Sweet, y todos los demás a los que hemos preguntado. Alguien descubrirá algo, daremos con la respuesta y encontraremos el tesoro. -Levantó la cabeza y le dio un beso en la sien-. Confía en mí… Ya verás cómo es así.
Em cerró los ojos y se relajó contra él. Por un breve instante, absorbió algo que no recordaba que nadie le hubiera ofrecido en ningún momento de su vida. Consuelo y constante apoyo incondicional. Algo muy simple pero conmovedoramente útil.
Todo estaba bien.
Escucharon unos pasos apresurados en el vestíbulo. Jonas la soltó a regañadientes. Con la misma renuencia, ella se apartó de la calidez que le ofrecían sus brazos antes de volverse para afrontar la crisis que se avecinaba.
Porque, por experiencia, sabía que aquella clase de pasos apresurados presagiaba una crisis.
Issy apareció en el umbral con un leve ceño en el rostro. Aparte de eso, no mostraba señales de pánico o desasosiego.
Em comenzaba a preguntarse si su instinto le había fallado y no había ninguna crisis, sólo una mala jugada de su mente abatida, cuando Issy preguntó:
– ¿Habéis visto a las gemelas?
Tras un momento de silencio fue Em quien respondió.
– No. -Mantuvo el tono de voz tranquilo-. ¿Dónde están? O mejor dicho, ¿dónde estaban?
Issy entró en el despacho.
– Les dije que podían salir a jugar media hora después del almuerzo, pero que luego tenían que reunirse conmigo en la salita del primer piso para ayudarme a zurcir. Estoy intentando enseñarles lo básico. -Lanzó una mirada a Jonas y luego volvió a mirar a Em-. No me sorprendió demasiado que no aparecieran. Seguí zurciendo mientras esperaba verlas aparecer en cualquier momento con algún tipo de excusa, pero no lo han hecho.
Em lanzó una mirada al reloj que había encima de un gabinete.
– Ya son más de las tres.
Issy asintió con la cabeza.
– Me di cuenta y comencé a buscarlas hace unos minutos. Las he buscado en el piso de arriba, pero no están, luego le he preguntado a Hilda y a las chicas, pero nadie las ha visto desde que salieron al patio después del almuerzo.
De eso hacía más de dos horas.
– No pueden haber ido muy lejos. -Em se dijo para sí misma que sus hermanas habrían ido a buscar moras y que se habrían distraído con cualquier cosa… Que aparecerían en cualquier momento con un montón de disculpas y excusas. Le indicó a Issy con un gesto de la mano que volviera a la cocina-. Venga, te ayudaré a buscar.
– Te ayudaremos a buscar -dijo Jonas, siguiéndolas fuera del despacho-. Veré si están en alguna parte del campo. Si no las encuentro, me acercaré a la rectoría.
Em asintió con la cabeza y corrió tras Issy.
Jonas se dio la vuelta hacia el salón y se encaminó con paso decidido hacia la puerta.
Em le estaba esperando en el salón cuando regresó media hora más tarde, con Joshua y Henry pisándole los talones.
Jonas no tuvo que preguntarle si había localizado a las gemelas, la expresión de ansiedad de su rostro lo decía todo.
Y una mirada a las caras de Jonas, Joshua y Henry le dijo a la joven que ellos tampoco habían encontrado a las niñas. Retorciéndose las manos con preocupación, Em miró directamente a Jonas.
– ¿Dónde pueden haberse metido?
El vaciló un momento, luego respondió:
– Hemos buscado en… -A continuación le mencionó todos los lugares posibles, todas las potenciales atracciones para un par de niñas tan aventureras como las gemelas. Él sabía por experiencia que al estar juntas, al contar con un apoyo mutuo, las dos se atreverían a ir más allá que cualquier otro niño.
John Ostler entró en la posada e informó que no había encontrado ninguna pista de la pareja en los lugares en los que había estado buscando.
Entre todos, buscaron en la posada y en los alrededores. Al final Jonas miró a Em y preguntó lo que debía ser preguntado.
– Esto no es propio de ellas, ¿verdad? ¿Desaparecer de esta manera?
Con una expresión muy preocupada, la joven negó con la cabeza.
– Por lo general, van a su aire cuando les damos permiso para salir. Si saben que tienen algo que hacer o que alguien les está esperando, siempre vuelven aunque sea con retraso. Pero esto no es un simple retraso.
– No. No lo es. -Aquello era más serio.
Issy, con la cara muy pálida, se acercó al lado de Em.
– Han sido muy buenas últimamente, como si por fin hubieran aceptado que necesitan aprender todo lo que les he estado enseñando. Ni siquiera han intentado evitar las lecciones desde hace semanas.
Joshua dio un paso hacia delante y cogió la mano de Issy, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Em.
– No os preocupéis. Las encontraremos.
Jonas miró a Em a los ojos sin molestarse en indicar lo evidente.
– Dondequiera que estén, no pueden haber ido muy lejos… Hace menos de tres horas que salieron de aquí.
Levantó la cabeza y observó a los clientes del salón. Todos se habían levantado, incluso las mujeres en la zona femenina de la estancia. Se habían reunido un buen número de vecinos para tomar la merienda en la posada. Como era natural, todos escuchaban con atención el drama que se desarrollaba ante ellos. Alzando la voz para que todos pudieran escucharlo, Jonas anunció:
– Tenemos que organizar una búsqueda.
Todo el mundo se ofreció voluntario para buscar a las niñas, incluso las señoritas Sweet y Hellebore, que habían ido a la posada para probar los bollos de grosella de Hilda.
Em no podía quedarse quieta. Mientras Jonas organizaba a los hombres y a las mujeres más jóvenes para buscar en los campos cercanos, asignándoles zonas diferentes a cada uno de ellos, ella envió a Issy a por papel y lápiz, y les pidió a las señoritas Sweet y Hellebore que anotaran el nombre de cada buscador y de la zona donde emprendería la búsqueda antes de que abandonara la posada.
– Si la gente vuelve sin haberlas encontrado, por lo menos sabremos qué lugares debemos descartar.
Jonas salió con John Ostler y Dodswell, el mozo de Lucifer, para hacer una batida en el bosque detrás de la posada.
– Iremos hasta el río. Si encontramos algún rastro de las niñas que conduzca allí o incluso a la otra orilla, enviaremos de vuelta a Dodswell para avisaros mientras John y yo seguimos la pista.
Em asintió con la cabeza, le apretó la mano y luego la soltó. Ella esperaba, rogaba, que encontrar a las gemelas sólo dependiera de buscar en el lugar adecuado.
Joshua y Hadley buscarían en la iglesia, así como en la cripta y en el campanario.
– La cripta y la torre están cerradas, pero la llave está en la sacristía, colgando en un gancho a la vista de todo el mundo, y las niñas pueden haberla cogido. -Hizo una mueca-. Tanto la cripta como la torre tienen unas escaleras muy empinadas. Es posible que se hayan asustado y quedado atascadas en medio.
Em estaba a punto de asegurarle de que eso era muy poco probable, que a las gemelas les encantaba trepar a los árboles y colarse en lugares estrechos, pero antes de que esas palabras salieran de sus labios, se le ocurrió otro pensamiento. Miró a su hermana y vio que Issy tenía la misma expresión de aprensión en los ojos.
Si una de las gemelas hubiera tenido un accidente -por ejemplo, que se hubiera caído y roto una pierna-, la otra no la dejaría sola para ir en busca de ayuda. Se quedarían juntas y esperarían a que alguien fuera a rescatarlas.
– Estén donde estén, no pueden andar muy lejos. -Em repitió las palabras de Jonas no sólo para tranquilizar a su hermana, sino también a sí misma.
Issy tomó aire y asintió con la cabeza.
– Henry y yo visitaremos las casas que hay junto a la carretera. Incluso aunque no estén allí, alguien puede haberlas visto.
Em les indicó que se acercaran a las señoritas Sweet y Hellebore para que anotaran sus nombres en la lista; luego miró a su alrededor. Además de las dos ancianas, sólo ella y Edgar, que estaba detrás de la barra, e Hilda y sus chicas, que hacían la cena en la cocina, permanecían en la posada. Todos los demás habían salido a buscar a las niñas.
Respirando hondo para tranquilizarse, se acercó a la barra de la taberna.
– Por favor, carga a mi cuenta todas las bebidas que sirvas a los que participan en la búsqueda.
Edgar estiró el brazo y le dio una palmadita en la mano.
– No se preocupe, señorita. Encontrarán a esos dos angelitos sanos y salvos muy pronto.
La joven intentó esbozar una sonrisa.
Luego esperó, pero aunque todos los buscadores regresaron, ninguno de ellos llevaba consigo a sus «angelitos». Siguiendo sus órdenes, Edgar abrió un barril de cerveza y les sirvió una pinta a todos los que estaban sedientos.
Poco a poco fueron llegando el resto de los buscadores. Las señoritas Hellebore y Sweet parecían cada vez más preocupadas al tener que tachar en la lista las zonas en las que no se había hallado rastro alguno de las gemelas. Cuando Jonas, John Ostler y Dodswell, los únicos que faltaban por volver, regresaron a la posada y Jonas miró a Em y negó con la cabeza, un murmullo de preocupación se extendió entre los allí reunidos.
Em sintió que le daba vueltas la cabeza y se acercó al mostrador para apoyarse en él.
Jonas se acercó a ella en dos zancadas y la cogió del brazo. La miró a los ojos y la hizo recuperar el equilibrio, tranquilizándola con su contacto, su atención, su mera presencia.
– Mandaré a alguien a Axminster para que avise a la policía.
Em intentó digerirlo y asintió con la cabeza. Si él pensaba que era necesario avisar a…
Una gran agitación alrededor de la puerta atrajo la atención de Em. La multitud se dividió y H aro Id se abrió paso entre la gente con aire fanfarrón.
El hombre estaba sonriendo y saludaba con una educada inclinación de cabeza a aquellos que conocía según atravesaba la estancia. Desconcertados por la actitud jovial del tío de Em, todos guardaron silencio, observando y aguzando los oídos.
La joven estaba igual de estupefacta. ¿Acaso Harold no había escuchado las últimas noticias cuando incluso la gente de las granjas más distantes se había enterado y se había acercado a la posada para echar una mano?
Harold no iba a echarles una mano, eso seguro, pero ¿a qué venía esa sonrisa?
Luchando por no fruncir el ceño, Em esperó a que él se acercara al centro del salón. Jonas se apartó de los hombres con los que había estado hablando para que alguien avisara a la policía de Axminster y se colocó a su lado, frente a Harold.
Por el rabillo del ojo, Em vio a Issy, con Joshua a su lado, al frente del gentío que ahora les rodeaba sutilmente.
Harold se detuvo ante ella con una sonrisa radiante que no disimulaba la satisfacción que sentía por sí mismo; un placer que no parecía querer ocultar.
– Y bien, señorita, ¿estás dispuesta a entrar en razón y recoger tus cosas?
Em sintió que la sangre se le helaba en las venas. Le bajó un escalofrío por la espalda y clavó los ojos entornados en su tío.
– Tío Harold… -Su propia voz, un tono gélido y contenido, la hizo parpadear. Respiró hondo antes de preguntar con voz tensa-: ¿Has visto a las gemelas?
El abrió los ojos como platos.
– Bueno, pues claro que las he visto. Es por eso por lo que estoy aquí.
Un gran alivio la inundó.
– Oh, gracias a Dios.
– Sí…, yo también doy gracias. -Le lanzó una mirada severa-. Las he metido en un carruaje y las he enviado a Runcorn, donde deberían estar, igual que tú y tus hermanos. Así que vosotros tres -desplazó la mirada por Issy y por Henry- ya podéis hacer las maletas y veniros conmigo.
A continuación hubo un aturdido silencio. Todos los reunidos en el salón se quedaron mirándolo fijamente, asimilando sus palabras.
Em sintió que la atravesaba una creciente oleada de cólera incontrolable. Respiró hondo y contuvo la respiración, esperando. No podía permitirse el lujo de perder el control, de desatar su furia, no hasta que las gemelas volvieran con ella.
– Vamos a aclarar las cosas, tío Harold.
Él había notado el silencio y miraba a su alrededor con más curiosidad que alarma, tan insensible a los sentimientos de los demás que no detectó el creciente mar de animosidad dirigido contra él. Volvió a clavar los ojos en Em.
Ella le sostuvo la mirada.
– ¿Has buscado a las gemelas, las has engañado y las has llevado… dónde?
El soltó un bufido.
– A Musbury. Las muy tontas querían aprender a conducir un cabriolé, así que les ofrecí enseñarles a conducir el mío. Las llevé a Musbury, donde me esperaba un carruaje de alquiler, las metí en él en compañía de una mujer que contraté y las envié a Runcorn con un cochero y un mozo.
– ¿Y se fueron voluntariamente? -Em no se lo podía creer.
– Oh, por supuesto que no. Se pusieron a gemir y a lloriquear, ya sabes cómo son las niñas. -Harold hizo un gesto despectivo con las manos-. Las amordacé con unas bufandas, las metí en el vehículo y le dije al cochero que condujera lo más rápido posible. -Dio un par de palmadas con sus manos gordezuelas, luego se las frotó como si sintiera una gran satisfacción-. Bien, pues. ¿Estáis dispuestos a seguirme?
Jonas se volvió hacia Em.
– No han podido llegar muy lejos. Los seguiré en mi carruaje y las traeré de vuelta.
Tenía que hacer algo, algo que lo sacara del salón antes de que diera rienda suelta a su rugiente temperamento y tratara al tío de Em como se merecía.
Apretó el brazo de Em en un gesto de apoyo y consuelo. La soltó y miró a Potheridge con manifiesto desprecio antes de pasar junto a él y dirigirse a grandes zancadas a la puerta.
– Te acompañaré.
Era Filing quien había hablado. Jonas escuchó la misma rabia contenida que él sentía en la voz de su amigo. Se giró y vio cómo Joshua le lanzaba una mirada condenatoria a Potheridge antes de seguirle.
Harold se dio la vuelta con una expresión indignada y enfurecida.
– ¡Vengan aquí inmediatamente! No es asunto suyo lo que yo haga con mis sobrinas.
Joshua se detuvo al lado de Jonas y, apretando los puños con fuerza, se giró para mirar a Potheridge mientras Jonas le lanzaba una mirada de asco al tío de Em.
– Al contrario. Por lo que tengo entendido, las gemelas no son sus sobrinas. No es usted su tutor… y no tiene ningún derecho a decidir lo que es mejor para ellas. Creo que muy pronto descubrirá que el secuestro sigue siendo un delito.
– ¡Secuestro! -Potheridge les miró con los ojos desorbitados-. ¡Eso no son más que tonterías! -Finalmente echó un vistazo alrededor y pareció darse cuenta de que ninguno de los presentes estaba de su parte. Sacó pecho-. ¡Caramba! ¡Esto es lo último que faltaba! Lo único que quieto es…
– Lo que usted quiera -le interrumpió Jonas- no viene al caso. Lo único que importa es lo que quieran esas niñas, y lo que Em, como tutora legal, quiera para ellas. Eso es lo que importa. -Miró a Em y le hizo un gesto de cabeza-. Nos vamos. No te preocupes… las encontraremos y las traeremos de vuelta.
Volvió a mirar al tío de Em, aunque esta vez curvó los labios en una sonrisa ominosa.
– Si no tuviese edad para ser mi padre, le daría una lección que jamás olvidaría.
– Y si yo no fuera un hombre de Dios -dijo Joshua entre dientes-, le ayudaría.
Con los ojos muy abiertos, Potheridge dio un paso atrás.
Jonas se dio la vuelta y salió de la posada con Joshua pisándole los talones.
Em les observó partir, deseando poder ir con ellos, pero sabía que tenía que quedarse en la posada y… enfrentarse a Harold.
Se obligó a mirar a su tío, cuyas mejillas comenzaban a adquirir un intenso color púrpura, y que, farfullando como un pavo, se giró para enfrentarse a ella.
El gentío que les rodeaba se movió para hacer sitio mientras Thompson se abría paso entre ellos. El herrero se interpuso entre Harold y ella y se encaró a su tío, lanzándole una mirada desafiante.
– Por lo que veo -dijo Thompson, con el acento suave y arrastrado de la zona-, usted y yo somos más o menos de la misma edad. Y el cielo sabe que no soy un hombre de Dios, así que…
Con un movimiento preciso y medido, Thompson estampó su enorme puño en la mandíbula de Harold.
Agachándose para ver por debajo del brazo del herrero, Em se quedó sin aliento cuando observó cómo Harold ponía los ojos en blanco y caía muy lentamente de espaldas al suelo.
Por un instante, ella se quedó mirando la figura inmóvil de su tío -corno todos los demás-, luego levantó la vista y, a través de la puerta abierta, vio que Jonas y Joshua se habían detenido en el patio para mirar lo que ocurría.
Jonas con una mirada de profunda satisfacción, saludó a Thompson con la cabeza.
Thompson le hizo un gesto con la mano para que se marcharan.
– Ya nos encargaremos de las cosas aquí… Id y traed de vuelta a esos angelitos.
Con un gesto de aceptación, Jonas se giró sobre los talones y se fue.