– Ha sido una buena idea -dijo Lucifer a Jonas mientras asentía con la cabeza. Estaban parados ante una de las celdas del sótano de la posada, mirando por la puerta abierta la caja de piedra que habían depositado sobre un banco en el interior.
Cerrada de nuevo y con su brillante contenido oculto, la caja parecía desentonar con el entorno, como un extraño e inanimado prisionero.
Jonas cerró la pesada puerta enrejada y giró la enorme llave en la cerradura.
– Quería asegurarme de que a nadie se le ocurriera intentar robar el recién, descubierto tesoro Colyton. -Aunque Jonas había respondido al comentario de Lucifer, tenía la mirada clavada en Em.
Ella asintió con la cabeza, entendiéndolo perfectamente. No era sólo que el tesoro estaba ahora a buen recaudo, sino también las razones por las que hacía aquella declaración. Em estaba aprendiendo a reconocer la vena protectora de Jonas.
– Ten -dijo él ofreciéndole la llave-. Deberás guardarla bien.
Em cogió la pesada llave y se la metió en el bolsillo, notando el peso del metal.
– Buscaré un lugar seguro donde guardarla.
Todo aquello comenzaba a parecerle un sueño; Em estaba medio convencida de que se despertaría en cualquier momento para descubrir que nada de lo que había ocurrido ese día era real.
Subieron las escaleras del sótano y regresaron al salón, que aún seguía abarrotado de gente. Algunos de los que habían ido a la posada para, averiguar qué estaba pasando, se habían quedado a cenar. Cuando Em entró en la cocina, se encontró a Hilda dando órdenes como un general en medio de un caos organizado.
– Les están esperando en el comedor del primer piso para cenar -informó a Em-. A usted, al señor Tallent y al señor Cynster. La señora Cynster ya está allí con el señor Filing, Henry y sus hermanas.
Sin más dilación, Em subió las escaleras junto con Jonas y Lucifer. Los demás ya estaban sentados a la mesa, esperándoles. Tan pronto como lomaron asiento, Joshua bendijo la mesa. Em nunca antes había estado tan agradecida por la generosidad de Dios. En cuanto las dos doncellas terminaron de servir la mesa, la joven les dio permiso para que fueran a cenar a la cocina, dejando que la familia, así como Jonas, Filing y los Cynster, hablaran con total libertad.
Aunque Issy, Henry y ella misma aún trataban de asimilar su golpe de suerte, las gemelas estaban mucho menos impresionadas. Las niñas siempre habían imaginado que el tesoro Colyton sería algo maravilloso. La realidad sólo había demostrado estar a la altura de sus expectativas. Por consiguiente, ya habían tramado algunos sorprendentes planes para gastarlo.
La alegría y el entusiasmo de las chicas eran contagiosos. Las dos horas siguientes transcurrieron velozmente; Em apenas tuvo tiempo para pensar mientras era bombardeada con sugerencias como «deberíamos comprar una casa en Londres» y «tenemos que comprar un barco para navegar a las Indias», y prácticamente le fue imposible mantener una conversación educada.
Phyllida lo entendió. Captó la mirada de Lucifer y le señaló la puerta. Luego se volvió hacia Em y le dio una palmadita en la mano.
– Debes de estar aturdida y confusa. Mi consejo, y estoy segura de que Lucifer estará de acuerdo conmigo, es que no te precipites. Date el tiempo que necesites para asimilar las cosas…, para reflexionar y considerar todas las opciones antes de tomar cualquier decisión. -Phyllida sonrió y Em vio entonces lo mucho que se parecía a Jonas-. Has encontrado el tesoro y está a salvo, y tanto tú como tu familia estáis aquí, en Colyton. -Phyllida miró a Jonas y a Filing, que discutían algún asunto con Lucifer y, poniéndose lentamente en pie, añadió-: estoy segura de que a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que tanto tú como Issy, Henry y las gemelas sois bien recibidos aquí.
Em sostuvo su mirada oscura e inclinó la cabeza.
– Gracias, es un buen consejo.
Phyllida se acercó a su marido, y se fueron. Dejando a Issy y Joshua a cargo de las gemelas, Em insistió en bajar y dejarse ver -como era su deber de posadera- en el salón de la posada.
Jonas suspiró, pero no intentó disuadirla. La acompañó escaleras abajo, y se sentó en la barra del bar con los demás hombres para charlar y beber una cerveza, mientras observaba a Em moviéndose de un lado para otro, comprobando que todo estuviera en orden, charlando con algunas damas y regresando a la cocina para comunicarle algo a Hilda antes de volver a aparecer detrás de Edgar en la barra.
Sospechó que era la manera que tenía Em de obligarse a salir de su aturdimiento. Buscar y encontrar el tesoro había sido muy excitante, pero descubrir la extensión del legado de sus antepasados había sido toda una sorpresa. Una sorpresa muy comprensible, que dejaría estupefacta a cualquier dama pero más especialmente a una que se había pasado los últimos meses al borde de una incipiente miseria y que lo había arriesgado todo en pos de un sueño.
Un sueño que se había convertido en una maravillosa realidad.
Por supuesto, él estaba muy tranquilo y bastante orgulloso. Ahora que ella había encontrado el tesoro, aquella riqueza recién descubierta serviría para soslayar el buen número de dificultades que ella había encontrado para aceptar su proposición de matrimonio. A Jonas nunca le había importado que Em no tuviera dinero, pero sabía que a ella sí le importaba. Ahora tendría una dote decente, suficiente para aceptar su proposición sin la menor objeción.
El futuro de Henry y sus hermanas estaba asegurado, y Em pronto se dedicaría a pensar en él y en su propuesta matrimonial.
Pronto le dedicaría más tiempo a él y al lugar que él deseaba que ocupara en su vida.
Jonas se sentía claramente en paz con el mundo cuando, después de que los últimos clientes se marcharan y echaran el cerrojo a la puerta de la posada, siguió a Em escaleras arriba hasta sus aposentos.
Ignorando la vela que estaba encendida en el tocador del recibidor, Em le condujo por la salita hasta el dormitorio. Él la siguió, observando con cierto júbilo la determinación de la joven, que no vacilaba en llevarle allí.
Em aminoró el paso, luego se detuvo en medio del dormitorio y se volvió hacia él. La luz de la luna entraba por las ventanas sin cortinas, arrojando un brillo plateado y nacarado sobre la estancia. Lo miró a la cara y luego bajó la vista.
– Si no te importa, creo que es mejor que seas tú quien guarde esto.
Siguiendo la dirección de su mirada, él vio la pesada llave de la celda sobre la palma de su mano. Algo se paralizó en su interior.
Transcurrió un instante antes de que él se obligara a preguntar.
– ¿Estás segura?
– Segura de confiar el futuro de su familia en sus manos.
La joven curvó los labios, plateados bajo la luz de la luna.
– Sí, estoy segura. Cógela, por favor. Puedes esconderla en Grange. Hay demasiada gente entrando y saliendo de la posada estos días, en especial ahora que tenemos inquilinos. -Ella respiró hondo, alzó la cabeza y lo miró a los ojos-. Me sentiré mucho más tranquila sabiendo que la tienes tú.
Jonas alargó la mano hacia la de ella y cogió la llave. Al clavar los ojos en los de Em, vio la absoluta confianza de la joven en él. Se metió la llave en el bolsillo de la chaqueta y alargó los brazos hacia ella.
Em dejó que la atrajera hacia su cuerpo, se puso de puntillas y le enmarcó la cara con sus pequeñas manos, mirándole directamente a los ojos. Luego le besó llena de anhelo, tentándole lentamente; no había dudas de que aquello era una invitación.
Los dos tenían mucho que celebrar.
Él la abrazó, estrechándola contra su cuerpo, donde estaba su lugar. Le devolvió el beso con un hambre feroz, tan alborozado y extasiado como ella.
Mientras intentaban saborear el momento, compartir el triunfo y, sobre todo, celebrar el éxito y todo lo que conllevaba.
Em lo siguió en cada paso del camino mientras él los conducía inexorablemente hacia las llamas de la pasión. Ese era, claramente, un momento que saborear, una noche en la que reconocer, aceptar, abrazar y dar gracias por los dones recibidos.
Sí, el tesoro Colyton era uno de ellos, pero durante su búsqueda habían descubierto algo más importante, más imperecedero que el oro y las joyas e infinitamente más precioso.
Em le ofreció su boca y él la tomó, reclamándola con firmeza, apoderándose apasionadamente de ella. Entonces, Jonas le entregó las riendas y dejó que fuera ella quien tomara la iniciativa mientras él le desataba las cintas y le desabrochaba los botones del vestido.
La ropa cayó al suelo.
La de ella, la de él, hasta que sólo hubo un charco de tela a sus pies iluminado por la luz de la luna.
Hasta que Em quedó desnuda, ansiosa y llena de deseo ante él.
Jonas dejó que la joven le descalzara, luego se rindió a las apremiantes exigencias femeninas y permitió que se arrodillara ante él para bajarle los pantalones.
Con rapidez, Jonas se deshizo de la camisa que Em había desabrochado y la miró a los ojos, observando las desenfrenadas pasiones, las consideraciones y especulaciones que brillaban en ellos. Antes de que la joven pudiera obrar de acuerdo a ellas, Jonas se quitó los pantalones, la agarró por los hombros y la hizo ponerse en pie, envolviéndola entre sus brazos.
Rozando piel contra piel.
Em contuvo el aliento, con los sentidos estremeciéndose de placer ante el contacto. Con acalorada deliberación, ella le rodeó el cuello con los brazos y se apretó sinuosamente contra él, recreándose durante un momento en el tacto áspero de su piel y en la dureza de los músculos contra sus suaves curvas, después, con un apasionado abandono, le cubrió los labios con los suyos.
Ofreciéndole su boca y poseyendo la de él.
Luego se movió seductoramente contra su cuerpo, presionando sus pechos, doloridos e hinchados, contra la sólida musculatura de su torso, contoneando y apretando las caderas contra sus muslos para acariciar la rígida vara de su erección con su tenso, terso y anhelante vientre.
Jonas le curvó las manos sobre el trasero.
Acariciándolo, amasándolo provocativamente, haciendo que un ardiente deseo atravesara a Em hasta lo más profundo de su ser.
Luego deslizó los dedos, palpando y acariciando, mientras la piel de la joven se humedecía y calentaba, hasta que finalmente la agarró con fuerza y la alzó.
Ella separó las piernas instintivamente para rodearle las caderas con ellas, y cerró los ojos conteniendo el aliento en un trémulo jadeo cuando él la inmovilizó para introducirse en su interior. Un tembloroso gemido escapó de los labios de Em cuando la sensación, primitiva e innegable, la atravesó.
Se aferró firmemente a Jonas, clavándole los dedos en los hombros. Él la agarró por las caderas para inmovilizarla mientras la reclamaba con implacable firmeza, colmándola por completo. Em se quedó sin aliento, se arqueó y le reclamó, dándole la bienvenida con su cuerpo, abrazándole y reteniéndole, rindiéndose y entregándose a él.
En cuanto estuvo enterrado profundamente en su interior, Jonas la sujetó con firmeza y recorrió la escasa distancia que los separaba de la cama. La tumbó de espaldas sobre la colcha, aunque, manteniéndole las caderas en alto. Siguió curvando posesivamente las manos sobre las cálidas curvas de su trasero, sosteniéndola, encendiendo sus sentidos mientras él se enderezaba. Entonces, con los ojos clavados en los de Em, se retiró casi por completo para volver a hundirse en su interior con un fuerte envite, colmándola con firmeza.
Se sentían diferentes; la sensación de aquella posesión era más intensa y profunda que nunca. Ahora no había nada que distrajera a Em; su mente, todos sus sentidos, estaban concentrados, ávida y codiciosamente, en el lugar donde estaban unidos.
La resbaladiza fricción del constante ritmo que él establecía, cada largo envite que la llenaba por completo, se fue intensificando cada vez más hasta que cada firme penetración envió oleadas de placer a las venas de la joven, tensando todas sus terminaciones nerviosas.
Obnubilándole los sentidos.
Em cerró los dedos, aferrándose a la colcha, y movió la cabeza de un lado para otro mientras el brillante fuego crecía en su interior, escuchando su propio gemido cuando sintió que las llamas la alcanzaban, fundiéndola con ellas e impulsándola hacia el éxtasis.
Pero Em quería a Jonas con ella. Le apretó las piernas alrededor de las caderas para enterrarlo más profundamente en su interior, arqueando la espalda tanto como podía hasta que él también alcanzó la cúspide.
Jonas se quedó sin aliento al sentir que perdía el control, al notar que su cuerpo respondía a la llamada apasionada de Em. Con un jadeo, le soltó las caderas, se inclinó sobre ella y se apoyó en ambos codos para no aplastarla con su peso. Luego inclinó la cabeza y clavando la mirada en la cara de Em, mientras ella se contorsionaba debajo de él, empujó una y otra vez, con más fuerza, con más dureza, haciendo que se rindiera a él.
Como él mismo se rendía a ella.
En respuesta, Em le exigió todavía más, deseando fervientemente que continuara con aquella danza primitiva, con el cuerpo delicioso y ardiente, abierto y entregado a él. Sin que pudiera controlarlo, el cuerpo de Jonas respondió, empujando todavía más enérgicamente.
Una verdadera celebración, sólo que más primitiva, más básica y elemental, creció entre ellos, fluyendo sin cesar hasta donde tan desinhibidamente se unían.
Era una tormenta de pasión, de deseo y necesidad, y de algo todavía más intenso y ardiente.
Las llamas los atravesaron y los envolvieron. Durante un instante cegador, la explosión de los sentidos los impulsó al cielo.
Transportándolos hasta un lugar donde el éxtasis era tan vital como el aire que respiraban; lo inspiraron, inundándose y llenándose de él.
El tumulto se fue desvaneciendo, dejándolos sin aliento mientras flotaban en un mar dorado.
Con los párpados entrecerrados, sus miradas se encontraron y se sostuvieron.
Con los corazones acelerados, palpitando al mismo ritmo como si fueran uno solo, supieron lo que sentía el otro en lo más profundo de sus almas.
Em sonrió. Muy lentamente, el gesto se extendió por su dulce cara, iluminando sus ojos dorados con un matiz verde.
El curvó los labios en respuesta, sintiendo que una risita ahogada retumbaba en su pecho.
Finalmente, se apartó y la alzó, tendiéndola sobre las almohadas; luego se unió a ella.
Se sintió reivindicado, honrado y bendecido…, y estaba seguro de que ella sentía lo mismo cuando se acurrucó contra él, apoyando la frente en su hombro.
La satisfacción le envolvía, una satisfacción que nacía de la certeza de que Em tenía que saber, igual que sabía él, que aquello era real, que lo que había florecido y crecido entre ellos y que ahora fluía como un exquisito elixir a través de sus venas, que el poder que les atrapaba y retenía, indefensos y rendidos, que aquello que les inundaba de dicha, aquel poderoso anhelo, eta el verdadero paraíso en la tierra.
Cuando se hundió en la cama, estrechándola entre sus brazos, y subió las mantas para cubrir las piernas de los dos, Jonas no podía estar más seguro de que aquello, y ella, era su verdadero destino.
– ¡Ejem!
Em levantó la mirada del libro de cuentas abierto sobre su escritorio y vio a Silas Coombe en la puerta del despacho.
– Señor Coombe. -Em echó la silla hacia atrás y comenzó a levantarse-. ¿En qué puedo ayudarle?
– ¡No, no, no se levante, querida! -Sonriendo con afectación, Coombe entró en la estancia, haciendo un gesto con la mano para que volviera a sentarse-. Soy yo quien ha venido a ofrecerle mis más humildes servicios.
Más que dispuesta a mantener el escritorio entre ellos, Em volvió a hundirse en la silla y arqueó las cejas.
– ¿A qué se refiere, señor?
– ¿Me permite? -Coombe señaló la silla ante el escritorio. Cuando ella asintió con la cabeza, él se sentó y se inclinó hacia delante para hablar en tono confidencial-. Es sobre… er… el tesoro Colyton, querida. No estoy seguro de si usted está al tanto, pero soy todo un experto, una autoridad en antigüedades de todo tipo. -Adoptando una expresión de serio erudito, Coombe continuó-: Cynster es un experto en joyas y piedras preciosas… así que debería buscar su consejo en lo referente a esos artículos. Pero una de mis especialidades son las monedas, las monedas antiguas. Estaría encantado de ayudarla a evaluar y a vender los doblones y cualquier otro artículo de esa índole.
A Em no le cupo ninguna duda de que Coombe estaría encantado -muy encantado-de que ella le ofreciera las monedas para valorarlas y venderlas. Sonrió, pero el gesto no se reflejó en sus ojos.
– Gracias por su ofrecimiento, señor Coombe. Le aseguro que lo tendré en cuenta, pero mis hermanos y yo todavía no hemos decidido qué haremos con el tesoro, si lo venderemos o lo conservaremos, o si sólo nos desharemos de una parte… -Em se levantó de la silla con una sonrisa educada en su rostro, pero claramente dispuesta a poner fin a la conversación-. Por supuesto, le informaré si al final decidimos aceptar su amable oferta. Gracias por venir.
Los buenos modales de Coombe le hicieron ponerse de pie. Se la quedó mirando fijamente, abriendo y cerrando la boca varias veces antes de darse cuenta de que ella no le había dejado más elección que aceptar su negativa de buena gana. Recompuso la expresión.
– No lo olvide. No dude en avisarme si necesita mi ayuda. Como ya le he dicho, soy su más humilde servidor, señorita Colyton.
Se inclinó en una rígida reverencia y salió.
Em le observó marcharse, luego volvió a hundirse en la silla.
Había sido sincera al decirle que sus hermanos y ella todavía no habían tomado ninguna decisión sobre el tesoro. De hecho, Em seguía intentando asimilar su magnitud. Había esperado una bolsita llena de monedas de oro, quizás un puñado de piedras preciosas, pero la cantidad y calidad de lo que habían, encontrado hacía que viera el tesoro familiar bajo una luz muy diferente. Ahora tenía la gran responsabilidad de obrar de manera adecuada, tanto por sus hermanos como por las generaciones futuras. Decidir qué hacer con aquella riqueza ya no resultaba tan fácil como antes.
La veta de prudencia que acompañaba a su impulsividad Colyton la instaba a seguir al pie de la letra el excelente consejo de Phyllida. Debía tomarse tiempo para reflexionar y tomar las decisiones correctas.
En cualquier caso, Em no iba a confiar en Coombe, eso seguro. Ni siquiera le confiaría un puñado de monedas. Sin embargo, Lucifer era otra cuestión. Em jamás había confiado en nadie -la vida le había enseñado a ser precavida desde muy joven-, pero sí lo hacía en su instinto, que no había tardado demasiado en aceptar a Lucifer con la misma naturalidad que había aceptado a Jonas. Ambos eran hombres honrados.
De hecho, al igual que Phyllida, Lucifer tenía algo -algo inexplicable-que había hecho que ella y sus hermanos comenzaran a considerarle como parte de la familia. Em había decidido aceptar su oferta de valorar el tesoro, y luego hablaría con sus hermanos y también con Jonas, Joshua, Phyllida y Lucifer, para decidir qué hacer con él.
Resultaba extraño poder compartir con otros adultos, además de Issy y Henry, sus dudas y deliberaciones. Resultaba extraño poder contar con las opiniones y consejos de otras personas.
Curvó los labios en una sonrisa espontánea. Mientras cogía un lápiz y volvía a centrarse en las cuentas, reconoció para sí misma que poder contar con gente así a su alrededor hacía que se sintiera bien.
El día siguiente, Em estuvo muy ocupada, más ocupada que nunca. Los vecinos que vivían en las granjas más alejadas del pueblo se acercaron a la posada para oír de primera mano la historia del tesoro. Si bien éste estaba guardado bajo llave y nadie podía verlo, había mucha gente en el salón, tanto hombres como mujeres, que lo habían visto el día anterior y que estaban encantados de describir tan magnífica riqueza a los vecinos menos afortunados.
– Es inevitable -dijo Jonas cuando mucho más tarde esa noche, con la posada vacía y en silencio, la siguió escaleras arriba-. Estamos en el campo, las noticias se extienden como la pólvora. Sin embargo, es necesario que tales noticias incluyan también la ubicación actual del tesoro y el hecho de que las celdas de la posada son inexpugnables.
– Supongo que así será. -Al llegar al último escalón, Em se giró hacia la puerta de sus aposentos, la abrió y se echó hacia atrás al tiempo que soltaba un jadeo.
– ¿Qué ocurre? -Jonas se acercó a ella inmediatamente y le puso las manos protectoramente sobre los hombros mientras miraba por encima de su cabeza.
A la devastación que había en el interior.
La sorpresa los dejó paralizados durante un minuto mientras recorrían con la mirada los muebles volcados, los cojines arrojados por todas partes, los cajones abiertos del tocador con su contenido desparramado en el suelo, del que habían arrancado las alfombras.
– ¿Qué demonios…? -Con la cara muy seria, Jonas apartó a Em suavemente a un lado y entró en la sala. No parecía haber nada roto, no era una destrucción fortuita.
Miró alrededor de la estancia y luego se acercó a la puerta del dormitorio. La abrió con un leve empujón; dentro, se repetía la misma escena de la sala; habían arrancado las mantas de la cama, le habían dado la vuelta al colchón, habían abierto las puertas del armario y sacado todos los cajones, que habían vaciado en el suelo. Incluso las cortinas habían sido descorridas.
– Están buscando la llave -dijo Em detrás de él.
Él bajó la mirada a su pálida cara y asintió con la cabeza.
– Eso parece.
Alejándose de la puerta, Jonas atravesó con cuidado la habitación. En el cuarto de baño había menos lugares donde buscar una llave, pero también había sido registrado de arriba abajo.
La puerta del fondo, la que conducía a las escaleras de servicio, estaba entreabierta.
Jonas apretó los dientes y se dirigió hacia allí para examinar el pasador.
– No está echado. -Ni siquiera había un cerrojo con el que poder asegurar la puerta. El se giró y encontró a Em examinando las toallas desordenadas-. Si no te importa, mañana le diré a Thompson que le ponga un cerrojo a esta puerta.
Su voz pareció sacar a Em de su aturdimiento, haciendo que se estremeciera. Ella le miró; le llevó un momento asimilar las palabras de Jonas, pero al cabo de un rato asintió con la cabeza. Rodeándose con los brazos, Em volvió a estremecerse.
– Sí, por supuesto. De lo contrario, nunca me atreveré a volver a dormir aquí sola.
Ella no volvería a dormir sola, ni allí ni en ninguna otra parte, pero Jonas contuvo las palabras. No era el momento de presionarla.
De repente, Em levantó la cabeza con los ojos llenos de horror.
– Las gemelas. Issy…
Se acercó deprisa a él. Jonas abrió la puerta y se apartó a un lado para dejarla pasar; luego la siguió por las escaleras de servicio hacia el piso de arriba.
Em se dirigió directamente a la habitación de las gemelas, pero las niñas dormían plácidamente bajo la luz de la luna. Aliviada, Em le indicó a Jonas que retrocediera. Asomó la cabeza por las puertas de Issy y Henry, pero sus hermanos estaban durmiendo a salvo en sus dormitorios, que no mostraban señales de saqueo.
La joven lanzó un gran suspiro y buscó la mirada de Jonas con una sonrisa de alivio. En silencio, regresaron a los aposentos de Em.
Se detuvo al llegar al cuarto de baño, recogió una toalla del suelo y comenzó a doblarla.
– Menos mal que al intruso no se le ocurrió buscar en el piso de arriba.
O puede que supiera que no debía molestarse. Jonas no expresó sus sospechas en voz alta, pero se las guardó para examinarlas más tarde. Señaló la puerta abierta que conducía a la salita.
– Comenzaré por ahí.
Em asintió con la cabeza.
– Recogeré aquí y luego iré a ayudarte.
Jonas la dejó ordenando sus efectos más personales. Regresó a la sala y volvió a colocar los muebles en su lugar. Cuando ella se reunió con él, la dejó colocando los artículos más pequeños que el intruso había sacado de los cajones y entró en el dormitorio. Después de colocar el colchón, Jonas puso los cajones y los demás muebles en su sitio, antes de empezar a hacer la cama.
Cuando Em entró y le vio, sonrió.
– Puedo arreglármelas aquí. Ocúpate del resto -gruñó Jonas, estirando la sábana como había visto hacer a Gladys infinidad de veces.
Con una amplia sonrisa -no creía que a Jonas le gustara que se riera de él, aunque apenas podía evitar sonreír-, Em se volvió para recoger la ropa del suelo y colocarla, en los cajones.
Al terminar de ordenar el cuarto y cerrar el último cajón con un suspiro, vio que Jonas se las había arreglado relativamente bien con la cama. No es que importara demasiado, la desharían casi de inmediato.
Em se acercó a Jonas y le rodeó con los brazos, apoyando la frente en su pecho.
– Alguien quiere robar el tesoro.
Aunque no mencionó ningún nombre, los dos sabían, quién era el principal sospechoso. Jonas le dio un beso en la frente.
– Ya pensaremos en ello mañana. -Le levantó la barbilla con una mano y la miró a los ojos-. Esta noche… -Le sostuvo la mirada, después inclinó la cabeza y la besó.
En cuanto le cubrió los labios con los suyos, Jonas sintió, a pesar de que Em estaba más que dispuesta a responder al beso, que estaba distraída. Que seguía pensando y preocupándose por el extraño que había registrado sus habitaciones.
– No está aquí -murmuró Jonas contra su boca-. No regresará. Le lamió y sorbió los labios tentadoramente-. No esta noche. Ni mañana. Ni nunca.
Jonas le mordisqueó el labio inferior, capturando su atención. Con implacable devoción asaltó los sentidos de Em para transportarla, no sin cierta resistencia por su parte, a un mundo de poderosas sensaciones, lo suficientemente intensas para que pudieran atrapar y borrar cualquier pensamiento de la joven, para hacer que se olvidara del perturbador presente, y que durmiera tranquila esa noche.
Ese era su objetivo mientras la besaba con apetito voraz y una inquebrantable determinación, dejándose llevar por la agradable calidez de aquella pasión mutua que les consumía a los dos.
Una mirada a los ojos de Em había sido suficiente para confirmar que ella estaba distraída, inquieta y angustiada; invadida por todas aquellas preocupaciones que se habían convertido en una pesada carga sobre sus hombros. Una carga que siempre había llevado sola. Hasta ahora.
Ahora él estaba allí, para quitarle ese peso de encima; Jonas había reclamado ese papel metafórica y prácticamente. Pero no había nada que pudieran hacer hasta el día siguiente.
Hasta entonces, ella tenía que dejar de pensar, de preocuparse.
Pero una parte de Em seguía estando ausente. A pesar de que había abierto los labios para que él se apoderara de su boca, seguía sin tener la mente en ello.
Sólo había una cosa que él consideraba capaz de arrancarla de sus preocupaciones.
Así que se la dio.
Generosamente.
Desató todo lo que sentía por ella y, a través del beso, le transmitió su deseo, su pasión y su necesidad por ella…, hasta que Em no pudo resistirlo más, hasta que sólo pudo corresponderle; la mujer aventurera que regía su corazón y su alma, se entregó por completo y se dejó llevar por el torbellino de pasiones.
Alzando las manos para enmarcarle la cara, Em se hundió jadeante en la fogosa marea que él había desatado tan temerariamente, intentando mantenerse a flote mentalmente a pesar de que ya se había perdido en el tumulto que ahora crecía entre ellos.
Eso era algo más. Más fuerte y poderoso que lo que había experimentado hasta ese momento. Aquello era un sentimiento puro e intenso, una implacable necesidad que la estremecía, que la habría dejado conmocionada si no poseyese un alma Colyton que la impulsara y que, con ojos metafóricamente centelleantes, gritara «sí».
Jonas la tomó entre sus brazos y le recorrió todo el cuerpo con las manos, no con tierna persuasión sino con descarada exigencia. Sus labios, sus besos, apresaron los pensamientos de Em, liberándola y haciéndola volar, cautivando sus sentidos, que él seducía sin cesar. Entonces la rodeó con sus brazos, con roces ásperos, y con caricias casi bruscas cerró las manos sobre sus pechos.
Sopesó y presionó sus senos a través de la delgada tela del vestido, luego le capturó los pezones y los hizo rodar entre los dedos, pellizcando finalmente los brotes duros y tensos. Sus dedos juguetearon con ellos, provocando ardientes sensaciones que la atravesaron como una lanza, que le hicieron hervir la sangre en las venas hasta que se fundieron en un charco entre sus muslos.
Jonas no le dio tiempo para pensar, no le dio oportunidad de que se le despejara la cabeza y que se liberaran sus pensamientos. Le soltó los pechos y deslizó las manos posesivamente por su cuerpo, por la cintura, por las caderas, hasta capturarle las nalgas con las que se llenó las manos cuando las acarició y amasó de una manera flagrante y provocativa.
Apretando sus caderas contra las de ella, sosteniéndola contra su rígida erección, la arrastró con él hasta que las piernas de Em chocaron contra un lado de la cama.
Durante un buen rato la sostuvo allí, atrapándola entre él y la cama, haciéndola sentir lo que provocaba en él, hasta la última pizca del deseo que rugía en su interior. Y durante todo ese tiempo la besó vorazmente, deleitándose en su boca hasta que ella se sintió mareada y débil.
Luego, Jonas levantó la cabeza y dio un paso atrás, haciéndola girar sobre sí misma, hasta que estuvo de cara a la cama con él a su espalda.
La joven sintió los dedos masculinos en los lazos del vestido. Sintió la mirada de Jonas clavada en sus pechos.
– Mira al espejo -le ordenó Jonas con voz ronca.
Aquella orden -porque fue una orden y no una petición- la hizo alzar la mirada por encima de la cama hacia la pared de enfrente, donde había un tocador con un amplio espejo. Junto a él se encontraba la ventana por la que se filtraban los rayos de la luna; era una noche clara y fresca, y había luz de sobra, por lo que Em podía ver su propio reflejo y el de él, una sombra grande y oscura que se cernía detrás de ella.
Em no podía verle los ojos ni la expresión, pero su rostro parecía transfigurado por la dura pasión que se reflejaba en sus rasgos.
Aquella imagen hizo que le bajara un lujurioso escalofrío de expectación por la espalda.
Una expectación más temeraria que cualquiera que ella hubiera tenido antes.
Una expectación que se incrementó aún más cuando, con una implacable eficacia, Jonas la despojó del vestido, de las enaguas y de la camisola.
Tras dejar caer la ropa al suelo, él volvió a poner las manos sobre el cuerpo de Em, cerrándolas de nuevo sobre sus pechos, haciendo que se quedara sin aliento al ver cómo aquellas manos morenas poseían nuevamente la pálida y sensible piel.
Soltándole un pecho, Jonas le deslizó lentamente la mano por el torso, deteniéndose para extender los dedos sobre el tenso vientre y estrecharla contra sí; la joven sintió la textura de los pantalones de Jonas rozándole la parte posterior de los muslos desnudos y las curvas húmedas de sus nalgas.
Sintió la erección, dura y rígida, contra el hueco de la espalda.
La errante mano de Jonas continuó bajando sin piedad hasta rozar los rizos de su sexo, que en el espejo eran un oscuro triángulo entre sus muslos, antes de acariciarle las caderas y las nalgas.
Entonces, desde atrás, él presionó dos dedos entre sus muslos., acariciándole con pericia los pliegues ya hinchados, antes de separárselos y penetrar lentamente en su interior.
Hasta el fondo.
Em soltó un jadeo y se puso de puntillas. Con los ojos muy abiertos, sintió la mano flexionada de Jonas; él retiró los dedos, para regresar un instante después con más fuerza y firmeza.
Con los sentidos agitados, la joven se tambaleó. Su piel cobró vida mientras él la acariciaba una y otra vez, excitándola sin cesar; pero antes de que alcanzara el éxtasis, Jonas retiró la mano y le soltó el pecho.
– No te muevas.
Su voz era tan áspera y ronca que ella apenas entendió las palabras, pero, con la piel hormigueando bajo la fría luz de la luna, excitada y anhelante, ella esperó, pensando que él se iba a deshacer de su propia ropa. En lugar de desnudarse, Jonas se arrodilló detrás de ella y le quitó las medias y los zapatos.
Em levantó los pies para salirse del charco de ropa e intentó dar media vuelta; ahora estaba completamente desnuda, pero él seguía vestido. Sin embargo, antes de que pudiera girarse y cogerle la chaqueta, él le asió las caderas y la inmovilizó, dejándola todavía de cara al espejo, mientras él se levantaba a su espalda.
Ella miró el reflejo de Jonas. Ese no era el amante tierno y persuasivo que conocía, sino otro hombre. Uno que la deseaba sin piedad, y le mostraba su necesidad desnuda. Un hombre que ahora revelaba la realidad detrás de su fachada.
Jonas miró por encima de los hombros de Em la belleza que había revelado -que era suya por completo- y apenas se reconoció a sí mismo. No había pretendido eso, ni mucho menos lo que una parte de él deseaba con tanto anhelo hacer a continuación. Pero ya estaba escrito y había dado el primer paso. No había tenido intención de dejar caer sus barreras emocionales, liberando de esa manera lo que sentía por ella -lo que siendo sincero consigo mismo, sabía que era amor-con ese resultado, con esa inquebrantable e implacable necesidad de poseerla.
De poseerla mucho más profundamente de lo que ya lo hacía.
De hacerla total y absolutamente suya, más allá de toda duda, pensamiento y razón. De mostrarle a Em la realidad, no sólo de su necesidad por ella, sino de lo correcto y lo inevitable que era aquello. De demostrarle que su lugar estaba con él.
Debajo de él.
La parte más primitiva de Jonas había tomado el control sin reservas y ahora iba a hacerlo efectivo.
Jonas se dejó llevar y mientras clavaba la mirada en ella a través del espejo, le rodeó la cintura y la alzó. La colocó de rodillas sobre el borde de la cama y se situó entre sus pantorrillas.
Luego, alargó una mano para reclamar su pecho de nuevo, acariciándoselo de una manera tan posesiva que hizo que la joven contuviera el aliento. La otra mano la deslizó sobre las nalgas respingonas, amasándolas una y otra vez antes de introducir los dedos en la hirviente y resbaladiza hendidura entre ellas. Después, metió un dedo en la cálida funda femenina mientras acariciaba con otro el tenso e hinchado brote que daba fe de la excitación de Em. La acarició allí repetidas veces, sin dejar de penetrarla con el dedo.
La escuchó contener la respiración. La vio cerrar los ojos mientras intentaba tomar aliento con desesperación. Con los labios separados, las mejillas ruborizadas, Em se quedó totalmente inmóvil, dejando que hiciera lo que deseara, cautiva de la sensual sensación que provocaba Jonas mientras preparaba su cuerpo y sus sentidos para la inminente posesión.
En el espejo, la mirada de Jonas recorrió el cuerpo de la joven antes de clavarla en sus ojos.
– Abre los ojos. Quiero que veas lo que te hago.
Em escuchó la orden gutural -la patente orden- y, aunque le costó trabajo alzar los párpados, le obedeció sin titubear. La joven vio su reflejo desnudo bajo la pálida luz de la luna y se dio cuenta de que sus caderas se movían por voluntad propia, contoneándose y meciéndose sobre sus dedos en busca de alivio.
Em se sentía tensa, viva y ardiente; la pasión ardía debajo de su piel. Jamás se había sentido así, tan excitada, con los sentidos tan arrebatados, tan expectantes. Tan en la cúspide de una estimulación mucho mayor.
Una explosión sensorial que la sobrecogería, que la envolvería y la arrancaría de este mundo.
Una sensación que estaba impaciente por experimentar, pero sabía que tenía que esperar a que él eligiera el momento oportuno para darle todo aquello que ella quería realmente.
El. Todo él. No sólo el amante tierno que ella ya conocía, sino también ese lado más oscuro. Ese hombre más fuerte, más primitivo que la deseaba por completo.
Que la necesitaba.
Todo eso estaba grabado en la cara de Jonas, en las rudas líneas de sus rasgos, en el gesto tenso de la mandíbula.
Ella poseía algo por lo que él lo daría todo.
Em estaba bajo su poder, y él bajo el de ella.
Jonas era a la vez el conquistador y el conquistado.
La expectación, cada vez más voraz, cada vez más brillante y afilada, hacía crepitar los nervios de Em, deslizándose por sus venas mientras aguardaba a que Jonas la tomara.
La mirada de Jonas cayó de nuevo sobre su cuerpo y Em sintió el ardor de aquellos ojos oscuros. Entonces, él alzó la cabeza y la vio mirándole.
Le soltó el pecho y le cogió una de sus manos, que hasta entonces yacía olvidada, perdida sobre el muslo de Em, y la llevó a la unión de sus piernas abiertas. Con la mano sobre la de ella, deslizó los dedos de Em sobre la humedad que él había provocado.
– Siente lo mojada que te has puesto para mí -le dijo al oído con un oscuro gruñido.
Ella se estremeció cuando, bajo la mano de Jonas, deslizó las yemas de los dedos entre sus pliegues hinchados, acariciándose a sí misma.
Sintió una imposible opresión en los pulmones y, con los sentidos totalmente centrados en la unión entre sus muslos, Em dejó caer los párpados.
Jonas apretó su mano sobre la de ella, inmovilizándola.
– Abre los ojos.
Em obedeció mientras aspiraba aire desesperadamente, y clavó su mirada en su reflejo, en las curvas, a ratos doradas y a ratos marfileñas, de su cuerpo iluminadas por la luz de la luna.
En la manga oscura que la rodeaba, en los dedos unidos que se perdían entre sus muslos, en la mano que acunaba la de ella.
Satisfecho, él continuó, murmurándole al oído mientras apretaba los dedos más profundamente entre sus pliegues.
– Quiero que te observes mientras te preparo.
A Em no le quedó más remedio que hacerlo; la imagen le cortó el aliento, le obnubiló el sentido. Las sensaciones combinadas de la firme mano que sujetaba sus dedos, enterrándolos en la cálida humedad de sus pliegues, cerrándolos sobre los dos dedos de la otra mano de Jonas que empujaban lenta y repetidamente en su cuerpo, sobre el puño que él curvaba debajo de sus nalgas y sobre la funda que se dilataba ante la invasión, sumergiéndola por completo en las sensaciones que le arrancaron hasta el último pensamiento coherente.
Entonces, la mano que rodeaba la de ella cambió de posición. El curvó el pulgar sobre la palma de Em, haciendo presión sobre el nudo de placer justo debajo de los rizos, aunando las sensaciones que sus caricias provocaban con la del dedo que le acariciaba la palma.
Aquello fue demasiado. La explosión que Em había esperado irrumpió en su interior con una brillante y ardiente llamarada, incendiando sus sentidos, dejándola física y mentalmente jadeante y tambaleante… y aun así no era suficiente.
Sin poder controlarse, se le cerraron los ojos. Y antes de que pudiera reunir la fuerza necesaria para volver a abrirlos, Jonas apartó las manos por completo, dejándola vacía y anhelante. Em notó que se movía detrás de ella y luego sintió que él guiaba la gruesa vara de su erección entre sus muslos, acomodando el glande en la entrada de su cuerpo.
Em abrió los ojos cuando él le rodeó las caderas con un brazo para sujetarla e inmovilizarla antes de empujar dura y profundamente en su interior, en su cuerpo, que se había rendido por completo a él.
Levantando la cabeza, Em emitió un grito jadeante, no de dolor sino de placer. De un placer tan intenso que la arrancó de este mundo y la envió) a un mar de puras sensaciones.
Jonas sintió las oleadas de su clímax acariciándole la verga, pero quería y estaba resuelto a conseguir más de ella, mucho más.
Ahora era la parte más primitiva de Jonas la que le guiaba, la que dominaba por completo a su yo civilizado, y ésta no veía razón para no hacerla gritar de nuevo y todavía con más fuerza.
Se dispuso, todavía totalmente vestido, a la tarea. Sólo se había abierto la bragueta para tomarla, sabiendo que ella notaría, sentiría, la abrasión de la tela de sus pantalones contra las nalgas y la parte de atrás de los muslos, que vería y sentiría la manga de su camisa sobre su terso vientre mientras la sostenía para poder poseerla sin restricciones.
Para poder empujar con tanta fuerza como deseaba, tan profundamente como ella quería.
Y que Em lo quería, estaba fuera de toda duda; el suave jadeo ronco que escapaba de sus labios era música celestial para los oídos de ese hombre primitivo. Em le agarró el brazo con las manos, inclinándose hacia delante con cada empuje. Apartando la otra mano de la cadera de la joven, Jonas la llevó a su pecho y oyó el agudo grito que ella soltó cuando comenzó a juguetear con el pezón sin dejar de poseerla con fuerza.
Ella volvió a gritar, más fuerte esta vez, un grito jadeante que fue una primitiva y sensual bendición. Pero él aún quería más.
Entonces, ella cayó hacia delante, apoyándose en un brazo.
El se retiró, la alzó y, poniendo una rodilla sobre la cama, la hizo tenderse bocabajo en la colcha.
Sólo tardó un largo minuto en quitarse la ropa. Se sentía demasiado acalorado, demasiado grande y comprimido; tenía la piel recalentada y los músculos tensos y tirantes. Em seguía con los ojos cerrados y la mejilla apoyada sobre la blanda cama. No se movió cuando, desnudo, Jonas se acostó junto a ella.
Ignorando la palpitante urgencia de su erección, él le puso una mano en el hombro, deslizándole la palma por la espalda hasta la cintura, rastreando suavemente las exuberantes curvas de la cadera y las nalgas, acariciando la piel desnuda y todavía ruborizada que estaba descaradamente expuesta a su mirada.
Él se romo su tiempo para recrearse con la visión de ese cuerpo dispuesto para la pasión, para que lo tomara y llenara con el aguijón de su deseo, con aquella rabiosa necesidad que crecía por momentos, Jonas asió las caderas de Em y la hizo arrodillarse sobre la cama, abierta para él. Se alzó sobre ella, y medio apoyado en un brazo, se colocó entre sus muslos y reacomodó las caderas contra sus nalgas.
Em estaba más que preparada.
Jonas se introdujo lenta y profundamente en ella y cerró los ojos cuando las sensaciones le abrumaron, cuando la apretada funda femenina volvió a ceñirle, bañándole con su pasión.
La sensación de la piel desnuda contra su ingle le había excitado antes, mientras estaba vestido. Al montarla ahora, piel desnuda contra piel desnuda, la sensación resurgió más provocativa aún, más intensamente primitiva.
Más profundamente excitante cuando ella se movió para unirse a él en aquella danza primitiva. Cuando Em movió las caderas contra él, debajo de él, Jonas deslizó toda la longitud de su miembro en su funda hasta que pensó que se mareaba, hasta que crepitaron las llamas y un fuego devorador le asaltó, haciéndole consumirse en la pasión.
Y en ella.
Al estremecerse sobre Em, inclinó la cabeza dejando que le reclamara la liberación. La sensación de la funda femenina en torno a él, ordeñando cada gota de su simiente, hizo que lo atravesara un fuego ardiente que le inundó la mente hasta casi hacerle desvanecer.
Exhausto, más saciado que nunca, Jonas cayó sobre ella. Y sintió que su parte primitiva, satisfecha por fin, se retiraba y le liberaba.
Sintió cómo la espalda de Em subía bajo su pecho cuando ella respiró hondo. Con el corazón todavía palpitando, con los músculos estremeciéndose bajo su piel, Jonas le besó suavemente el hombro y se dejó caer sobre el colchón a su lado, totalmente rendido.
Rendido a ella, y al sueño.
Medio cubierta por el cuerpo de Jonas que como una enorme y cálida manta de músculos la aprisionaba contra el colchón, con aquel peso reconfortante y tranquilizador sobre ella, Em suspiró mentalmente y se dejó llevar por un mar dorado. Nunca antes había sido así, tan flagran temen te posesivo. Nunca había sentido nada comparado con aquella dicha saciada que le recorría las venas, deslizándose a través de su cuerpo, llenando y reconfortando su corazón y su alma.
Se sentía completamente deseada, completamente necesitada, como si hiera una parte fundamental, en la vida de ese hombre,
Relajada y reconfortada en un mundo nebuloso entre el paraíso y la tierra, Em pudo por fin pensar… y ver claramente. La claridad y la subsiguiente certeza la invadieron. Ella había estado haciendo preguntas para saber qué era el amor, pero ahora sabía que era a la vez igual y d. iteren te para todo el mundo, para cada pareja.
Para ella y para Jonas, el amor -ahora lo sabía con certeza-siempre había estado allí. Era la desinteresada devoción que había hecho bajar las defensas de Jonas, dejándola ver lo mucho que ella significaba para él. No dudaba que Jonas había tenido la intención de reconfortarla y distraerla, pero cuando se enfrentó a la fuerza de su deseo, él no se había contenido y había hecho lo necesario para captar su atención por completo.
Aquel interludio había significado muchas cosas: posesión, compasión, excitación y amor.
Algo que seguía sintiendo en el tierno beso que él le dio en el hombro.
Y en la forma en que la abrazaba mientras dormía.
El mensaje que él le había revelado en esos acalorados momentos había sido más claro que el agua. La quería, la necesitaba, y daría cualquier cosa que ella o el destino le exigiera para tenerla, abrazaría, protegerla y cuidaría.
Desde el momento en que le conoció, su dedicación a esos dos últimos aspectos había sido inquebrantable. Pero sólo esa noche Jonas le había permitido ver cuánto significaba ella para él. Y Em sabía que aquella revelación no era algo que pudiera tomarse a la ligera; era algo a lo que aferrarse, a lo que anclarse, en lo que sostenerse; un mástil de certeza que le hacía verlos a los dos atravesando todas las tormentas de la vida.
Mientras la luz de la luna derramaba su tierna bendición, sobre ellos, ella se dio cuenta de algo que le hizo esbozar una sonrisa.
Una creencia que era inquebrantable e incuestionablemente clara.
No había que tomar ninguna decisión.
El amor, para ellos, era algo seguro, algo que compartirían y protegerían.
Su corazón y su alma sabían, que aquello era verdad y, como era una Colyton, también lo sabía su mente.