– Bueno. -Em se detuvo y contempló la fachada principal de Ballyclose Manor-. Ésta bien podría ser nuestra «casa más alta».
La mansión era básicamente un edificio anodino de edad indeterminada, pero aun así poseía cierto aire de bien cuidada elegancia, como el grupo de mujeres que, junto con algún que otro hombre, llegaba a pie o en carruaje. Iban ataviados con sus mejores galas de domingo a pesar de que sólo era miércoles por la tarde, lodo aquello sugería que Ballyclose podía considerarse sin ningún tipo de duda como la casa de más rango de la zona.
A su lado, observando la mansión con el mismo aire crítico que ella. Issy asintió con la cabeza.
– Tendremos que buscar en los sótanos.
– Primero tendremos que confirmar que realmente tiene sótanos, y luego averiguar dónde están. -Llena de determinación, Em echó a andar hacia la puerta principal con la grava crujiendo bajo sus zapatos-. Si logramos descubrir iodo eso hoy, me daré por satisfecha. -Miró a Issy mientras subían los escalones-. Aunque estoy tan ansiosa como las gemelas por encontrar el tesoro, ahora que estamos cómodamente instalados en la posada, no tenemos por qué apresurarnos ni arriesgarnos de manera innecesaria.
Issy asintió con la cabeza.
En cuanto llegaron al porche, se unieron decorosamente a la fila de personas que entraban en la casa. Em se había puesto un vestido de color verde manzana con un ribete en el escote y en el dobladillo y una chaqueta corta a juego abrochada con cintas de raso para protegerla del frío de octubre. En contraste, Issy iba vestida de azul, con un traje sencillo que se adaptaba perfectamente a su esbelta figura. Con el pelo rubio y los ojos azules, Issy, que poseía un carácter más suave que Em, era la hermana que más llamaba la atención, algo con lo que ella contaba para disfrutar de un poco más de libertad.
Un arrogante e imponente mayordomo estaba esperando junto a las puertas principales para conducir a los recién llegados a la salita, que se encontraba a un lado de la casa.
Em e Issy entraron en la sala enlazadas del brazo, justo detrás de la vieja señorita Hellebore. La anciana era incapaz de avanzar más rápido, pero aún tenía la mente ágil y los ojos y los oídos muy agudos. Em aprovechó el momento mientras la señorita Hellebore intercambiaba saludos con el señor Filing y lady Fortemain para examinar a las acompañantes de la anciana.
La señorita Sweet, una mujer tierna y suave con un alma y una sonrisa que hacían honor a su nombre, estaba de pie junto a la anciana, sirviéndole de apoyo. Las acompañaba una dama de pelo castaño oscuro, que poseía una palpable seguridad en sí misma y unos rasgos francos y muy familiares. A Em no la sorprendió oír que lady Fortemain se dirigía a la dama con un «querida Phyllida».
La hermana gemela de Jonas Tallent estrechó la mano de lady Fortemain, después acompañó a las señoritas Hellebore y Sweet hasta una chaise en el centro de la enorme sala. Las esposas de los campesinos y otros trabajadores de la zona estaban reunidos en pequeños grupos esparcidos por la estancia, charlando animadamente mientras degustaban el té en las tazas de fina porcelana china que distribuía un pequeño ejército de lacayos.
Em esbozó una sonrisa y dio un paso al frente extendiendo la mano.
– Señor Filing…
Con una suave sonrisa de aprobación, Filing le estrechó la mano.
– Señorita Beauregard, me alegra verla aquí. Debo felicitarla por la diligencia de su hermano. Es un estudiante brillante. Será todo un placer guiarle en sus estudios.
– Gracias, señor. Por mi parte, me alegra muchísimo que Henry haya encontrado un maestro tan interesado en él con el que seguir avanzando en sus estudios. -Con una gentil inclinación de cabeza, Em se volvió hacia lady Fortemain e hizo una reverencia-. Señora, gracias por la invitación. -Se volvió hacia Issy y añadió-: Permítame presentarle a mi hermana, Isobel.
Issy, que ya se había presentado a Filing y le estrechaba la mano, se sonrojó un poco antes de soltarle. Miró a la anfitriona, sonrió e hizo una reverencia.
– Lady Fortemain, es un placer estar aquí.
Lady Fortemain abrió mucho los ojos al mirar la cara de Issy. Después esbozó una sonrisa radiante.
– Queridas, estamos encantados de darles la bienvenida a ambas al pueblo. -Hizo un gesto con la mano para que pasaran-. Por favor, entren. El señor Filing o yo nos encargaremos de presentarles al resto de los invitados, aunque me figuro que la mayoría de ellos saben ya quiénes son. Como irán observando, no nos andamos con ceremonias en este tipo de reuniones.
Después de darle las gracias con una sonrisa, Em e Issy entraron en la sala, Issy no miró atrás, pero Em, que sí lo hizo, pudo observar cómo lady Fortemain le daba un codazo al señor Filing para que dejara de mirar a Issy y le diera la bienvenida al siguiente parroquiano.
Volviendo la mirada al frente, Em echó un vistazo al perfil de su hermana, observando que el leve sonrojo todavía no había desaparecido. Y pensó que Filing, que estaba en la treintena, era demasiado viejo para un amor juvenil, algo por lo que en ocasiones suspiraba Issy. Aun así, conocía lo suficiente a su hermana para no hacer ningún comentario. Era evidente que Issy se había percatado del interés de Filing y que reaccionaba a él. A pesar de su apariencia gentil, por debajo era una Colyton de pies a cabeza y, por consiguiente, capaz de ser tan testaruda como una muía.
No obstante, Em no recordaba que su hermana se hubiera sonrojado de esa manera con ningún otro caballero.
Había conocido a muchos de los asistentes en la posada la noche anterior, así que no le resultó difícil moverse por la estancia, charlando y siendo presentada a otros, memorizando los nombres de las personas y ubicándolas donde correspondía dentro de la comunidad.
La reunión abarcaba una amplia gama de clases sociales, desde la señora de la mansión a las esposas de los campesinos, así que incluir a la posadera y a su hermana entre los invitados no era tampoco tan extraño. Aunque en su papel como posadera Em no había esperado asistir a acontecimientos de esa índole, su inicial vacilación al aceptar la invitación no se había debido a que Issy y ella se encontraran fuera de lugar, sino más bien a que se verían envueltas en un ambiente en el que no podrían pasar desapercibidas. Las dos podían moverse por la sala, tomar el té y charlar con la suficiente confianza en sí mismas, pues era algo que corría por su sangre, y ninguna de ellas era especialmente hábil fingiendo ser lo que no eran.
Em había aceptado hacía tiempo que no podía ser nada más que ella misma. Y esperaba que hubiera alguien lo suficientemente observador -estaba segura de que Phyllida Cynster lo sería-como para concluir que Issy y ella provenían de una familia de clase acomodada que había caído en desgracia.
Lo que era verdad, al menos por ahora.
Issy y ella habían decidido que ceñirse a dicha historia era lo mejor que podían hacer por el momento. La mayoría de la gente era demasiado educada para hacer demasiadas preguntas al respecto.
Sin embargo, en una comunidad tan pequeña, la educación era la educación, sin importar cuáles hieran sus circunstancias.
Y ésa pareció ser, ciertamente, la actitud de Pommeroy Fortemain cuando apareció al lado de Em.
– MÍ querida señorita Beauregard, permítame presentarme. Pommeroy Fortemain a su servicio. -Remató su discurso con una florida reverencia.
Aunque no era demasiado mayor -quizá la misma edad que Tallent-, Pommeroy Fortemain iba camino de ser corpulento, Su inclinación por chalecos a rayas y vistosos botones no hacía nada para encubrir su prominente barriga. Compartía pocos de los rasgos que caracterizaban a su hermano mayor, Cedric. Em esperó a que Pommeroy se enderezara, luego inclinó la cabeza y le dio la mano.
– Señor.
Se había separado de Issy y acababa de apartarse de un grupo de esposas de campesinos con las que había estado charlando. Se preguntó qué información podría obtener del hijo de su anfitriona, y liberó la mano del entusiasta apretón del hombre.
– Dígame, señor, ¿tengo razón al pensar que su hermano es el dueño de la mansión?
– Sí…, así es. Cedric es el dueño.
Ella había conocido brevemente a Cedric la noche anterior.
– Es bastante mayor que yo -la informó Pommeroy-. No asistirá a la merienda esta tarde. Está encerrado en su estudio, sin duda ocupado en los asuntos de la hacienda. -El tono de Pommeroy sugería que él estaba más que dispuesto a dejarle todo el trabajo a su hermano-. Yo me encargo de ayudar a mi madre en este tipo de acontecimientos. -Lanzó una mirada a su alrededor-, Aunque lo cierto es que no hay mucho que pueda hacer por aquí.
Em no supo si echarse a reír o mostrarse ofendida. Al final no hizo nada. Resultó evidente que él no había tenido intención de insultar.
– ¿Creció usted aquí…, en el condado?
– Sí, en esta casa. Los Fortemain han vivido en Ballyclose desde… -se quedó pensando un momento y luego pareció algo sorprendido-, lo cierto es que no sé desde cuándo.
– ¿De veras? -Em no tuvo que fingir interés. Cada vez estaba más segura de que Ballyclose Manor era la casa que buscaban. Miró a su alrededor como si estuviera estudiando la amplia estancia-. ¿Es una casa muy grande?
Pommeroy se encogió de hombros.
– Puede decirse que sí. Aunque no tan grande como otras.
– ¿Es la más grande de la zona?
El adoptó una expresión pensativa, luego asintió con la cabeza.
– Es probable que sea la más grande. -La miró fijamente a los ojos-. Pero ya está bien de hablar de este viejo montón de ladrillos. ¿Qué les ha traído a su familia y a usted a Colyton?
Ella esbozó una tensa sonrisa.
– Hemos venido a hacernos cargo de la posada. Vimos el anuncio en Axminster.
– ¿Así que proceden de allí?
– Sólo estábamos de paso. -La joven no quiso decir nada más, no vio ninguna razón para alimentar la ávida curiosidad que percibía en los ojos de Pommeroy. Tenía la firme sospecha de que era uno de esos hombres a los que les gustaba chismorrear. Desde luego a su madre le gustaba, y él se parecía muchísimo a ella.
Para sorpresa de Em, él se acercó más sin dejar de mirarla a los ojos.
– ¿Le gustaría dar un paseo conmigo en carruaje por la zona? Para mostrarle la vistas del pueblo y ese tipo de cosas.
Ella trató de parecer contrita.
– Lo lamento, pero soy la posadera y tengo que dirigir la posada. -Retrocedió un paso, dispuesta a seguir su ronda.
– Pero en realidad, usted se limita a gestionar la posada. No es quien hace el trabajo, sino que les dice a otros lo que tienen que hacer.
Él tenía bastante razón en eso, pero ella no estaba dispuesta a entablar una discusión sobre sus deberes, no con él. Estaba buscando las palabras adecuadas para convencerle de que ella no podía perder el tiempo con él cuando se fijó en que alguien se acercaba a ellos.
Y no era cualquiera, sino su patrón.
Le recorrió un revelador escalofrío por la columna.
Conteniendo la respiración, se giró para enfrentarse a él.
– Señorita Beauregard. -Jonas sonrió clavando la mirada en esos ojos color avellana antes de inclinar cortésmente la cabeza. Su posadera estaba muy atractiva…, no se parecía a ningún posadero que él conociera-. Permítame presentarle a mi hermana, Phyllida Cynster.
Phyllida le soltó el brazo y dio un paso adelante, atrayendo la brillante mirada de Emily mientras le tendía la mano. La joven se la estrechó con timidez.
– Es un placer conocerla, señorita Beauregard. Debo decirle que tenemos muchas esperanzas de que bajo su dirección la posada vuelva a ser un lugar de reunión en el pueblo.
Jonas observó cómo la posadera se ponía a la altura de las circunstancias, inclinando la cabeza graciosamente.
– Gracias, señora Cynster. Esa es, en efecto, mi intención. Espero que las damas de la localidad me ayuden a definir qué está bien o qué está mal en mi labor.
Phyllida sonrió ampliamente.
– Por lo que he oído, ya ha empezado con buen pie. La idea de los bollos estuvo genial.
Emily sonrió.
– La comida correcta en el momento adecuado.
– En efecto. -Phyllida asintió con la cabeza enérgicamente-. Siga así, y no le faltará la clientela. Lamento no haberla podido conocer ayer por la tarde. Me pasé por la posada, pero tengo entendido que… -Miró a su hermano-, que Jonas la llevó a Seaton para presentarle a Finch.
Jonas encogió los hombros.
– Me pareció que era lo menos que podía hacer, la señorita Beauregard necesitaba hacer un pedido a Finch.
Sintiendo que había una nota de censura en sus palabras -aunque no podía entender por qué-, Em se apresuró a decir:
– Le estoy muy agradecida al señor Tallent por dedicar su tiempo a llevarme hasta Seaton para conocer al comerciante en persona. Me ha ahorrado un montón de problemas innecesarios.
Phyllida la estudió con unos ojos castaños igual de insondables que los de su gemelo antes de reconocer:
– Con Finch es lo más probable. Se muestra muy desconfiado cuando no conoce al cliente, pero es totalmente distinto cuando tiene un trato directo. -Volvió a mirar a su hermano-: Me alegra mucho ver que te tomas tus responsabilidades tan en serio, hermanito.
Jonas hizo una mueca, pero antes de que pudiera responder, se les unió otra pareja.
Em sonrió cuando la presentaron, forzándose a poner su mente en funcionamiento, a enfocar los sentidos y a no dejarse distraer por el caballero que tenía al lado. Se había olvidado por completo de Pommeroy Fortemain, que aún seguía a su lado, pero sus estúpidos sentidos, plenamente conscientes de Jonas Tallent, lo encontraban totalmente fascinante.
Lo que era irritante y un tanto desconcertante. Aquella continua y creciente obsesión por Jonas Tallent -pues tenía que reconocer que aquella obsesión existía-comenzaba a inquietarla.
Por sí misma, no por él.
Lo que era una nueva experiencia para ella.
Después de que casi se besaran, porque eso era lo que había estado a punto de ocurrir la noche anterior en el oscuro vestíbulo de la posada, no sabía qué pasaría a continuación. No sabía qué podría llegar a hacer sí él provocaba de nuevo sus sentidos.
Cuando otras tres personas se unieron a su círculo, distrayéndolos a todos, ella aprovechó el momento para disculparse y alejarse del grupo. Nadie la oyó, nadie advirtió que se escabullía salvo Jonas, que giró la cabeza en su dirección. Pareció que iba a seguirla, pero en ese instante su hermana le hizo una pregunta y él no tuvo más remedio que volverse hacia ella.
Em se esfumó, perdiéndose entre los distintos grupos de gente que abarrotaban la sala y poniendo la mayor distancia posible entre ella y su patrón.
Había habido algo parecido a un brillo de determinación en aquella última mirada de Jonas que la hizo querer huir. Recordó que lady Fortemain no esperaba que Jonas asistiera, así que ¿por qué lo habría hecho? ¿Sólo para perseguirla?
– Tonterías -masculló Em. Se dirigió a un lado de la sala y, con un gran esfuerzo, apartó a Jonas Tallent de su mente y se concentró en el propósito que la había llevado allí: encontrar el tesoro que su familia había ocultado hacía tantos años.
El paso siguiente sería averiguar si Ballyclose Manor poseía el sótano que mencionaba la rima.
Miró a su alrededor. La multitud no era tan densa y localizar a Issy no fue difícil. El problema era que el señor Filing estaba con ella.
Además, según observó Em, su hermana, a pesar de sus sonrojos, estaba concentrada por completo en el señor Filing. Estaba hablando con él no sólo conversando educadamente. Estaban parados en medio de la estancia y parecía que sólo tenían ojos el uno para el otro.
En ese mismo momento, Em observó que una matrona de la localidad se apartaba de un grupo cercano, echaba una mirada a su alrededor hasta localizar a Filing y a Issy y se acercaba a ellos con la clara intención de unirse a su conversación.
Pero, entonces, la mujer se detuvo de golpe, les lanzó una mirada astuta y arqueó las cejas de manera imperceptible, esbozando una sonrisa antes de cambiar de rumbo y dirigirse hacia otro grupo.
Dejando que Issy y Filing siguieran hablando a solas.
Interesante. Incluso alentador. Pero…
Em echó un vistazo a su alrededor. El plan consistía en que Issy y ella buscarían el sótano juntas, y que su hermana vigilaría por si alguien se acercaba. Pero con Filing acaparando la atención de Issy, Em creía que acercarse a su hermana y escabullirse las dos para explorar la casa no sería un plan inteligente. Sospechaba que Filing seguiría observando a Issy aunque ésta estuviera hablando con otra persona.
Pero ya estaban dentro de Ballyclose Manor, y no estaba dispuesta a dejar escapar la oportunidad de buscar el tesoro. ¿Quién sabía cuándo surgiría otra ocasión?
Pero no había ninguna razón para que no buscara el sótano sola…, no con el flujo constante de lacayos que pululaban por la sala con platos llenos de pastelitos y pesadas bandejas con teteras.
Lo más probable era que la puerta del sótano estuviera cerca de la cocina.
Cuando vio salir a un lacayo con una bandeja vacía por una puerta cercana, ella le siguió.
La puerta conducía a un pasillo estrecho. El ruido de pasos quedaba amortiguado por una gruesa alfombra, y Em se apresuró para no perder de vista al lacayo. El hombre no regresó al vestíbulo principal, sino que se dirigió a una puerta verde que había al fondo y avanzó por una serie de corredores cada vez más estrechos, adentrándose en el interior de la casa.
Siguió a su objetivo a toda prisa, consciente de que otro lacayo o criada podría venir detrás de ella o aparecer delante, yendo en dirección opuesta. Si eso ocurría, diría que se había perdido y que, al ver al lacayo, decidió seguirlo, imaginando que la conduciría de vuelta a la sala.
Por suerte, su habilidad para la interpretación no se vio puesta a prueba, Con la bandeja vacía en la mano, el lacayo dobló la última esquina, Ella lo siguió y se detuvo ante unas escaleras de piedra, que bajaban hasta un descansillo antes de girar a la izquierda y desaparecer de la vista.
Había una puerta en el descansillo, enfrente del tramo de escaleras, y estaba abierta, mostrando el interior de una despensa. Por la cacofonía que se oía en las escaleras, éstas daban directamente a la cocina.
– ¡No seas imbécil! Limpia la bandeja con un paño antes de subirla. La señora pedirá mi cabeza si la llevas así, manchada de crema…
La única respuesta fue un sordo gruñido. Em no esperó a oír más. Se apartó de la escalera y avanzó por el corredor hasta el final. Allí encontró una puertaventana estrecha que daba a un patio interior. Tenía que situar la cocina en la distribución general de la casa, y así sabría con facilidad en qué lado se encontraba.
Al llegar a la puertaventana, miró afuera pero apenas vio nada. El patio era muy estrecho y limitaba su vista. Asió la manilla de la puerta y la giró…, y fue recompensada con un clic. Abrió la puerta y salió afuera. Después de echar una ojeada para asegurarse de que el patio estaba desierto, cerró la puerta con cuidado.
El patio, con el suelo de losas de piedra gris, era rectangular y estaba tapiado por tres lados. Cada muro estaba bordeado por varias enredaderas que llegaban basta el suelo. El fondo del patio estaba a la izquierda de la puerta. Una mirada rápida en esa dirección hizo que esbozara una sonrisa y caminara hacia allí con rapidez.
Se detuvo en el borde del pavimento, a la sombra del muro que se encontraba en una esquina del patio. Justo debajo de ella había un huerto, con sus pulcras hileras de verduras y hierbas que se desparramaban entre los caminos de tierra.
Había una escalera de piedra que conducía allí abajo. Bajó el primer escalón y se asomó por la esquina del edificio, viendo lo que parecía ser un lavadero en la parte trasera de la casa. También vio un porche estrecho con una puerta, probablemente la que daba acceso a la entrada trasera de la cocina, que estaría situada en esa misma pared a poca distancia. Pero lo que realmente captó su atención fueron el par de puertas situadas a medio camino entre el patio y la puerta trasera.
Tenían que ser las puertas del sótano.
Las estudió y luego recorrió con la mirada la larga fachada trasera. luego se volvió para observar los huertos circundantes, fijándose en los árboles para situar su posición.
Finalmente, volvió a mirar las puertas del sótano. Eran sólidas y tenían un grueso vidrio de pequeño tamaño en el centro. Desde donde estaba, no podía ver a través de él.
Estaba sopesando la idea de acercarse y echar un vistazo para confirmar si las puertas daban acceso realmente al sótano, arriesgándose a que la viera alguien que saliera de la cocina, cuando un peculiar e inquietante hormigueo le recorrió la espalda.
Se dio media vuelta bruscamente, subió el escalón que había bajado para regresar al patio y, casi se tropezó con un muro.
Un muro musculoso y masculino que no era otra cosa que el pecho de Jonas Tallent.
El corazón de Em no sólo dio un vuelco, sino que se descarriló por completo. Respiró hondo, pero el aliento se le quedó atascado en el pecho, haciéndola jadear.
Con los ojos muy abiertos, se hizo a un lado con rapidez.
– ¿Qué está haciendo aquí? -Em dijo las palabras casi como un chirrido.
Tragó saliva e intentó sosegar su desbocado corazón, intentando no percibir la atrayente calidez que parecía querer envolverla.
¿Cómo se había acercado tanto a ella sin que se diera cuenta? Había tardado demasiado en percatarse de su presencia. ¿Por qué sus estúpidos sentidos no se habían dado cuenta antes, advirtiéndola de que él estaba allí, cuando siempre lo percibían en todos lados? ¿Por qué…?
Dejó de balbucear mentalmente, respiró hondo, contuvo el aliento y se forzó a fruncir el ceño.
Recordó demasiado tarde que no era prudente mirarle directamente a los ojos y se hundió en las fascinantes e insondables profundidades que apresaron su mirada.
El arqueó lentamente una ceja.
– Estaba a punto de hacerle la misma pregunta.
Ella parpadeó. ¿Qué pregunta? Jonas estaba a menos de medio metro y se cernía sobre ella de tal manera que Em apenas podía recordar su nombre.
Él curvó los labios.
– ¿Qué está haciendo aquí? -dijo él con cierto toque acerado en la voz que despertó el instinto de conservación de Em. La joven luchó por liberarse del hechizo y lo miró con los ojos entrecerrados.
– ¿Me ha seguido? -El tono empleado convirtió la pregunta en una acusación.
Jonas arqueó las cejas en respuesta.
– Sí.
Se sostuvieron la mirada, luego él alargó la mano y, con un dedo, le apartó un rizo oscuro de la frente. Las sensaciones atravesaron su cuerpo antes de que pudiera luchar contra ellas, provocando una intensa reacción en su interior.
Jonas no apartó sus ojos de los de ella, verdes con motas doradas.
– ¿Va a decirme qué está buscando?
Aquellos preciosos ojos comenzaron a arder de furia.
– ¡No! -Apretó los labios en una fina y tensa línea y luego, sin apartar los ojos de los de él, añadió-: No voy a decirle nada.
Jonas suspiró para sus adentros. Había intentado ser sutil, pero no le había servido de nada. Había probado a contenerse; alejarse de ella la noche anterior le costó más determinación de la que pensaba que poseía. Después, como era de esperar, ella había poblado sus sueños, perturbando su descanso.
Y allí estaba ella, aún manteniéndose firme contra él.
Incluso con temblorosa conciencia.
Una conciencia que a su vez le afectaba a él. Quizá…
Con un profundo suspiro de irritación, alargó las manos hacia ella. La agarró por la parte superior de los brazos y la atrajo con fuerza hacia él. Emily emitió un gritito ahogado cuando la soltó para deslizar las manos alrededor de su cintura y entrelazar los dedos sobre el hueco de la espalda, aprisionándola entre sus brazos sin ponerle las manos encima.
Sin estrecharla contra él como le impulsaba a hacer su instinto más posesivo.
En lugar de luchar o forcejear contra él, de intentar resistirse, ella se quedó paralizada y contuvo el aliento.
Con las manos firmemente entrelazadas en la parte de atrás de la cintura de Em, él sonrió ante aquellos ojos abiertos de par en par por la sorpresa.
– No voy a soltarla hasta que me lo cuente todo. Hasta que confiese qué es lo que la ha traído a Colyton…, donde sospecho que está buscando algo. -Arqueó las cejas-. ¿Me equivoco?
Ella le miró directamente a los ojos. Había subido las manos por instinto, pero no sabía qué hacer con ellas; revoloteaban en el aire entre ellos, ante el pecho de Jonas. Mientras la observaba, la mirada de Em cayó sobre los labios masculinos.
El inspiró lentamente, consciente del efecto debilitante provocado no sólo por la reveladora fascinación que sus labios ejercían sobre ella, sino por la impactante sensación de tenerla tan cerca como para inspirar el sutil olor que emanaba de su pelo, lo que lo dejaba sin control.
Jonas se quedó quieto, apretando los dientes mentalmente. Y esperó.
Rogando para sus adentros que ella respondiera pronto y los salvara a ambos.
Pero no pudo guardar silencio, y murmuró con voz ronca y profunda:
– Emily, cuéntemelo todo y la dejaré marchar.
Em le escuchó, pero le resultó imposible concentrarse. Fijar la atención en sus palabras y no en el movimiento fascinante de sus labios cuando habló.
Lo observó apretar los labios antes de suavizarlos cuando volvió a pronunciar su nombre en un tono casi de súplica…, y, entonces, de repente, Em supo qué hacer.
Los dos podían jugar el mismo juego, un juego que él había iniciado, el mismo juego que Jonas había jugado la noche anterior en la posada.
Una parte de la mente de Em insistía en que debería forcejear contra él, plantarle las manos en el pecho y empujar.
Pero había otra parte, la mayor parte en realidad, que opinaba todo lo contrario.
Em levantó las manos y las plantó en sus hombros, apoyándose en ellos cuando se puso de puntillas y apretó sus labios contra los de él.
Lo besó. Sólo un beso, una simple caricia… suficiente como para distraerle e impedir que siguiera preguntando qué estaba haciendo allí.
Sólo un beso rápido… Porque Emily sabía ahora que él estaba tan afectado por ella como ella por él… y porque jamás se había sentido tan tentada en su vida.
Nunca le había interesado, jamás había querido saber ni comprender por qué la deseaba un hombre. Pero Jonas Tallent era diferente. Con él, tenía que saber.
Distraerle de su búsqueda era una excusa, pues como les sucedía a todos los Colyton, quería explorar y descubrir, dejarse llevar por lo desconocido con un temerario abandono… Ésos eran sus verdaderos motivos.
Explorar y descubrir le interesaba más que cualquier otra cosa. Los labios de Jonas estaban fríos; eran firmes pero menos suaves que los de ella. La sorpresa le había dejado paralizado, con los labios inmóviles y sumisos bajo los de ella. Em los probó. Brevemente.
Sabía que tenía que retirarse. De mala gana comenzó a bajar los talones.
Él movió las manos a su espalda. La sujetó con firmeza y luego extendió los dedos sobre la cintura, acercándola más y apretando las palmas contra los costados de la joven para inmovilizarla.
Y asumió el control del beso.
Inclinó la cabeza y amoldó su boca a la de ella, probando sus labios como ella había probado los de él.
Pero el resultado fue muy diferente. Las sensaciones, cálidas y excitantes, atravesaron a Emily. Una nueva y extraña emoción erizó sus terminaciones nerviosas. Se filtró a su cerebro plantando allí una sugerencia, un pensamiento, una necesidad.
Un deseo.
De saber más…, de descubrir más.
La presión de los labios de Jonas en los de ella se incrementó, tentándola sutilmente. Movió la boca sobre la de Em, seduciéndola suavemente.
Jonas separó los labios un poco y luego le acarició el labio inferior con la punta de la lengua, tentándola poco a poco, y saboreándola.
Y ella se dejó seducir. Por primera vez en su vida quiso saber, sentir, experimentar un beso, todo lo que un beso podría ser.
Ella abrió la boca y le dejó entrar.
Jonas se estremeció, sintiéndose ridículamente mareado cuando aceptó la invitación, sintiéndose inmensamente honrado de haberla ganado. La boca de Em era todo dulzura, deliciosa y tentadora. El la tomó, presionando más, reclamándola con ternura.
Y le fue enseñando poco a poco.
La inocencia de la joven era transparente, al menos para él: fresca y adictiva. No era una inocencia ignorante, ni tímida ni pasiva, sino viva y ansiosa y básicamente intacta.
La habían besado antes, pero no voluntariamente. Él era el primer hombre al que ella daba la bienvenida. Aquél era un hecho innegable para Jonas y llevaba consigo una responsabilidad de la que era plenamente consciente, mientras seguía frotando y acariciando suavemente la lengua de Emily con la suya.
No había esperado que ella le besara, ni siquiera había imaginado que lo haría, no había pensado en ello, no estaba preparado ni tenía ningún plan con el que poder afrontar tal eventualidad. Había querido besarla desde la primera vez que la vio, pero no hubiera imaginado que ocurriría ese día. Pero ahora…
Ahora que ella le había besado, que le había ofrecido su boca, que estaba allí de pie ante él, mientras la sostenía entre sus brazos y se comunicaban de aquella manera tan primitiva y elemental, en ese momento infinito, él no podía pensar más que en su dulzura.
La sencilla y adictiva dulzura de Emily.
Y no tenía suficiente de ella. Tenía que tener más.
Cautivada, Em dejó que él la explorara como deseaba, algo aturdida, sorprendida y encantada al ser ella el objeto de tal exploración en vez del explorador. Aquel concepto se abrió paso en su mente, haciendo que se estremeciera.
Él lo sintió e, inclinando aún más la cabeza, profundizó el beso. Le llenó la boca con la lengua y ella, fascinada, se lo permitió. Deleitándose en la calidez de su caricia, en la sutil tensión de su cuerpo, en la sensación de sentirse suave y vulnerable entre sus brazos.
Emily se envaró ante ese pensamiento. Comprendió, casi presa del pánico, que estaba ciertamente indefensa…, voluntariamente entregada, o al menos así lo había estado.
Pero no tuvo que luchar para liberarse, ni siquiera tuvo tiempo para aunar fuerzas y forcejear contra él, porque Jonas supo, leyó su reacción, y lenta pero definitivamente puso fin al beso de una manera renuente.
Emily no necesitaba pensar para saber por qué él se mostraba renuente. El hecho estaba grabado en cada movimiento lento y deliberado y en la contenida presión de las manos masculinas en sus costados. Pero también ese control, el hecho de que él se hubiera detenido de inmediato cuando ella había querido, la había dejado inmensamente tranquila.
Volvía a confirmarle que, como ella había pensado, él era, de hecho, un hombre honesto.
Y que estaba segura con él. O. al menos, de él.
En lo que a Jonas Tallent concernía, el peligro provenía de ella misma.
Sus labios se separaron lentamente. Él levantó la cabeza y dio un paso atrás. Sólo entonces abrió los párpados y la miró a los ojos.
La calidez de la mirada de él era imposible de confundir.
La dejó sin aliento, haciéndola estremecer interiormente.
Jonas le sostuvo la mirada con los ojos entrecerrados pero agudamente ardientes.
Ella intentó apartarse. El tuvo que obligar a sus manos a soltarla, lo que finalmente hizo.
Jonas se incorporó, con los ojos todavía clavados en los de ella. Sus facciones parecían más duras ahora, con ángulos afilados y rudos planos.
– Si con esto pretendía que perdiera el interés en usted y en sus actividades… permítame informarle de que, lamentablemente, ha calculado mal.
El tono ronco y grave de sus palabras, cargado de pura posesión masculina, hizo que Emily entrecerrara los ojos.
– Yo y mis actividades -le informó con sequedad-, no somos asunto suyo.
Jonas le sostuvo la mirada con firmeza.
– Antes, es posible. ¿Ahora? -Curvó los labios con una intención puramente depredadora-, sin duda.
Ella entrecerró más los ojos y le lanzó una mirada fulminante, luego se dio la vuelta y se dirigió con paso airado hacía la puerta.
Girando la cabeza, Jonas la observó marcharse.
– Sin duda, Emily Beauregard, sin duda alguna -repitió quedamente para sí mismo.
Y la siguió de vuelta a la casa.