Em se dio cuenta de que la persuasión podía adoptar muchas formas. Y al parecer Jonas consideraba que el éxtasis era un potente persuasor; Em no estaba segura de si podía o quería disentir con él.
De hecho, las tres veces que la había hecho alcanzar el éxtasis la había dejado lánguida y jadeante; las deliciosas sensaciones que le había provocado la noche anterior sugerían que Jonas estaba dispuesto a invertir una considerable cantidad de tiempo y energía en convencerla de que aceptara casarse con él.
De que aceptara convertirse en su esposa.
Mientras cumplía con lo que ahora era su rutina matutina, desayunando con Issy, las gemelas y Henry, dando una vuelta por la posada y charlando con todos los empleados antes de meterse en su despacho para revisar la lista de pedidos y ajustar cuentas, trataba de asimilar la declaración de Jonas. En cuanto la aceptara, podía decidir cómo se sentía.
Cuando finalmente se encontró sentada en la silla del despacho, con el libro de contabilidad abierto sobre el escritorio ante ella -sin haber hecho ninguna anotación- masculló por lo bajo y dejó de intentar fingir que podría concentrarse en el trabajo. Cerró el libro y se dedicó a considerar el tema que ocupaba su mente en ese momento.
La perspectiva de casarse con Jonas Tallent.
Sospechaba que la mayoría de las mujeres en su posición aceptarían casarse con él sin pensárselo dos veces. Que bailarían de alegría, de dicha e incluso de gratitud ante una oportunidad como ésa. Sin embargo, ella estaba… insegura.
Insegura sobre sus sentimientos. Insegura incluso de cómo debería sentirse.
No es que dudara de Jonas, ni de sus intenciones ni de su determinación. La noche anterior le había demostrado con creces ambas cosas… tres veces. Definitivamente, estaba resuelto a casarse con ella.
Pero Em no sabía si quería -o debería- casarse con él.
Su problema, aquella incertidumbre nada propia de ella, era el resultado de un hecho muy simple: Em jamás había esperado casarse.
Nunca había pensado en el matrimonio, salvo para encogerse de hombros ante algo que consideraba muy poco práctico. No había soñado ni imaginado que ella, algún día, caminaría hacia el altar, no después de que su padre hubiera muerto, dejándola a cargo de sus hermanos.
No había habido ni un solo momento en el que Em hubiera tenido que renunciar conscientemente al matrimonio; no era algo que hubiera deseado ni por lo que había hecho un sacrificio deliberado. E. matrimonio nunca le había parecido una opción viable, así que no había formado parte de los planes que había hecho durante los años que había ejercido de ama de llaves de su tío y, para cuando había lograd: escapar de él, ya había asumido que el matrimonio no era para ella. Después de todo, ¿qué caballero se casaría con una posadera?
Además, tenía veinticinco años. Definitivamente, se había quedado para vestir santos, aunque por lo visto parecía que no iba a ser así.
Ahora, contra todas las probabilidades y expectativas, Jonas quería casarse con ella.
Miró con el ceño fruncido el libro de contabilidad que había cerrado.
– ¿Qué es lo que hace que una mujer en su sano juicio piense en el matrimonio? ¿Qué busca en un marido?
Las preguntas que masculló para sí misma ilustraban su absoluta falta de conocimiento sobre el tema. Y a pesar de lograr formularla las respuestas no surgieron espontáneamente en su mente.
– ¿Señorita?
Em levantó la mirada y vio a Hilda en la puerta, secándose las manos en el delantal.
– ¿Sí?
– Si tiene un momento, señorita, ¿podría venir a la cocina y probar unas empanadas? Creo que están tiernas y crujientes, pero me gustaría mucho conocer su opinión.
– Por supuesto -repuso Em. Empujó la silla hacia atrás y se levantó. Estaba segura de que las empanadas de Hilda estarían deliciosas, pero sabía que la mujer no se quedaría tranquila hasta que las probara.
Y tenía razón. Las empanadas no sólo tenían un aspecto apetitoso, sino que estaban deliciosas. Em hizo un gesto de puro placer.
– Hilda, están estupendas. Será otra excelente adición a nuestro menú.
– Son casi tan buenas como sus pasteles -afirmó Issy. Las gemelas y ella habían hecho un descanso durante las clases y habían aparecido en la cocina, atraídas irremediablemente por los olores del horno. Habían dividido una de las empanadas en cuatro trozos, uno para cada una de las hermanas. Em vio que Issy se chupaba los dedos con delicadeza. Las gemelas miraban a su alrededor buscando más.
Em miró a Hilda.
– ¿Cuántas podría tener preparadas para la hora del almuerzo?
– Tengo veinte listas para hornear. Y podría arreglármelas para preparar otras veinte antes de que lleguen los clientes habituales.
Clientes habituales. Esas palabras eran música para los oídos de cualquier posadero. Con el sabor de la empanada todavía en la boca, Em asintió con la cabeza.
– Sí… Deberíamos ofrecerlas con el menú principal para el almuerzo de hoy. Quien no llegue a tiempo para probarlas, se asegurará de hacerlo la próxima vez que las sirvamos.
– ¿Señorita? -Edgar asomó la cabeza por la puerta de la cocina-. Los señores Martín, la pareja que se hospedó aquí, quieren hablar un momento con usted.
– Sí, por supuesto. -Em se dio la vuelta y se dirigió con paso decidido al comedor, preguntándose si los Martin se habrían molestado por algo. Al verlos al otro extremo del mostrador del bar, compuso su mejor sonrisa y se acercó a ellos-. Señor y señora Martin, espero que hayan disfrutado de su estancia con nosotros.
– ¡Oh, sí, querida! -repuso la señora Martin con vivo entusiasmo-. Todo ha sido maravilloso. Las habitaciones son muy cómodas y ¡qué decir de la comida! -Intercambió una rápida mirada con su marido y luego le confió-: Nos preguntábamos si podríamos quedarnos algunos días más. ¿Sería posible?
Encantada, Em se puso detrás del mostrador y sacó el libro de registro.
– Creo que podemos arreglarlo.
Mientras inscribía a los Martin para dos días más, el señor Martin le confesó que Red Bells era la primera posada de pueblo en la que habían pasado más de una noche.
– Por lo general, sólo nos quedamos varias noches en las ciudades, pero este pueblo tiene algo especial. Hemos pensado pasar un día en Seaton. Nos han dicho que podríamos alquilar una calesa en los establos de la posada.
Em les aseguró que allí encontrarían todo lo que necesitaran. Agradeció que John Ostler hubiera mantenido los carruajes de Red Bells en buen estado y supiera dónde alquilar un caballo.
– Hablaré inmediatamente con el encargado de los establos -les dijo a los Martin-. ¿Cuándo quieren disponer de la calesa?
Después de pedir a John Ostler que preparara el carruaje, Em regresó al interior de la posada, debatiendo sobre las opciones de alquilar un caballo para los carruajes o comprar unos animales a los que tendrían que alimentar y cuidar sin importar que la gente los alquilara o no.
Al mirar hacia la barra del bar más por costumbre que otra cosa mientras se dirigía hacia el despacho, vio a Lucifer charlando con Thompson, que además de ser el herrero local, se encargaba de transportar a la gente en su barca de una orilla a la otra del río. Se detuvo, vacilando, luego se acercó a ellos para preguntarles si considerarían rentable o no que comprara caballos para la posada.
Después de eso, la mañana transcurrió en un torbellino de comprobaciones, acuerdos, consultas y pedidos; Em tuvo que supervisar la limpieza de las habitaciones, el señor Dobson se había marchado, pero esa noche volverían a ocupar su habitación, y tenían dos más alquiladas. Con suerte, el señor Dobson hablaría bien de ellos, pues Edgar había mencionado que se había deshecho en cumplidos antes de partir.
El señor Hadley parecía haberse integrado perfectamente. Le observó apoyado en el mostrador, hablando con Edgar de una manera natural y tranquila. Más tarde, cuando comenzaron a llegar los clientes habituales para el tentempié de media mañana, lo vio charlando con Oscar, sin duda intercambiando vivencias personales.
A pesar de todas aquellas distracciones, la idea del matrimonio como institución no abandonaba sus pensamientos. Se detuvo en la cocina y encontró a Hilda tomándose un bien merecido descanso ahora que las empanadas estaban en el horno. Em se sirvió una taza de té y se sentó junto a la mujer en la mesa de trabajo.
Tras tomar un sorbo de té en amigable silencio, Em se decidió a preguntarle.
– Lleva mucho tiempo casada, ¿verdad, Hilda? -susurró.
Hilda soltó un bufido, pero esbozó una media sonrisa.
– Sí, décadas. Déjeme decirle que hay mañanas en las que soy muy consciente de cada año de nuestra vida en común. Sin embargo -se encogió de hombros con filosofía-, hay otros días en los que me siento como si me hubiera casado ayer mismo.
– Si tuviera que decir qué es lo que considera más importante del matrimonio, no de su marido, sino de la propia institución, ¿qué sería?
Hilda le lanzó una mirada llena de curiosidad, pero como Em no dijo nada más, reflexionó sobre la pregunta mientras tomaba un sorbo de su propio té.
– Estar asentada -dijo después de un momento-. Tener una casa, saber dónde encaja cada uno. -Bajó la taza e hizo una pausa, luego apretó los labios y asintió con la cabeza-. Sí…, eso es. Cuando estás casada sabes perfectamente quién eres.
Em arqueó las cejas.
– Nunca lo había visto de esa manera. -Mientras tomaba otro sorbo de té, Em consideró la cuestión, luego terminó de beberse el té-. Gracias. -Se despidió de Hilda, se levantó, dejó la taza en el fregadero y se dirigió a su despacho.
«Saber quién eres», había dicho Hilda. Pero mientras se arrellanaba en su silla dispuesta a concentrarse en los pedidos del día, Em sospechó que la cocinera había querido decir «qué eres». El matrimonio, ya fuera entre miembros de la clase acomodada o entre campesinos, le daba a una mujer un cierto estatus, una posición que era reconocida por la sociedad.
¿Pero era eso -lograr eso- suficiente razón para casarse? ¿En especial para que Em aceptara casarse? Como posadera -si bien no conocía a ninguna otra posadera con la que hacer comparaciones- estaba satisfecha con su papel y con su posición en el pueblo, pues desde que había llegado allí había contado con el aprecio, el respeto y el apoyo de los vecinos.
No creía que tuviera que casarse para saber quién o qué era.
Aunque eso no aclaraba sus dudas, Jonas tampoco había sugerido que ella tuviera, que casarse con él por ninguna razón. Lo cierto es que no había dicho nada del matrimonio en sí, sólo que tenía intención de casarse con ella; la declaración no había sido una propuesta. No había preguntado, solicitado ni pedido su mano. Había, expuesto sus intenciones, como si la aceptación de Em estuviera fuera de toda duda, como si eso fuera algo que sucedería antes o después.
Con el libro de contabilidad todavía cerrado delante de ella, Em entrecerró los ojos y miró sin ver el otro lado de la estancia, preguntándose si no debería dejar de pensar en el tema hasta que él volviera a sacarlo a colación. Entonces podría obligarle a que se declarara correctamente y a que, por consiguiente, le explicara por qué razón quería casarse con ella.
Em tendría que presionarlo hasta conseguir una respuesta, pues conocía muy bien su reticencia sobre el tema. Después de todo, ¿cuánto tiempo había tardado Jonas en pronunciar la palabra «matrimonio»? De hecho, le había dicho que, al principio, no había tenido ningún deseo de admitir la idea.
Además, puede que quisiera casarse con ella, pero ¿sabría decirle por qué? ¿Por qué se sentía así? ¿Por qué pensaba que casarse con ella era una buena idea?
¿O es que simplemente se había acostumbrado a la idea?
Em sospechaba que se trataba de esto último. De todas formas, no podía dejarse guiar por la idea que Jonas tuviera del matrimonio. Después de todo, él era su adversario en ese campo.
Hasta que le hiciera la proposición correcta, ella no le daría una respuesta. Que no se hubiera declarado aún, daba tiempo a Em para definir su posición. Sospechaba que ése sería el mejor modo de proceder para saber qué era lo que realmente quería antes de que él le hiciera una propuesta formal a la que tener que responder.
Clavó la mirada en el libro de contabilidad. Frunció el ceño, negó con la cabeza y abrió el libro. Definir su posición ante un hipotético matrimonio no era una tarea que pudiera realizar adecuadamente mientras tenía pendiente un montón de tareas. Tendría que encontrar un momento mejor para pensar en ello.
– Entretanto -masculló para sí misma-, tengo que dirigir una posada.
Se puso a trabajar en serio, dedicándose a las tareas de muchas y variadas maneras. Parte de sus obligaciones, o al menos de las que había asumido, consistía en recorrer el salón de la posada con frecuencia a lo largo del día, especialmente a la hora de las comidas. Todo el mundo había empezado a hablar de las empanadas de Hilda incluso antes de que se sirviera el almuerzo. Phyllida y la señorita Sweet llegaron temprano y se detuvieron para felicitarla al salir.
– Has hecho maravillas en este lugar -le aseguró Phyllida con una sonrisa de oreja a oreja-. Juggs estará retorciéndose en su tumba.
Em le devolvió la sonrisa. Si Phyllida no fuera la gemela de Jonas, se habría sentido tentada de pedirle su opinión sobre el matrimonio, sobre las cuestiones más importantes de la vida matrimonial. Pero se limitó a quedarse en la puerta de la posada, observando cómo Phyllida y la señorita Sweet se alejaban por el camino. Desde su posición vio que Lucifer salía de la herrería y se dirigía hacia ellas. La emoción que suavizó los rudos rasgos de Lucifer cuando se acercó a su esposa y la sonrisa radiante que iluminó la cara de Phyllida al ver a su esposo, le sugirieron que ambos eran fehacientes defensores del matrimonio.
Em sabía sin lugar a dudas cuál sería la respuesta de Phyllida si le preguntaba al respecto: Amor. El tipo de amor que existía entre un hombre y una mujer, algo que según la opinión popular era la mejor base para el matrimonio.
Al mirar alejarse a la pareja, cogidos del brazo y con las oscuras cabezas inclinadas mientras se dirigían a su casa con la señorita Sweet revoloteando junto a ellos, se hizo muchas preguntas.
¿Estaba enamorada de Jonas? ¿La amaba él?
¿O es que aquella indefinible e indescriptible amalgama de emociones que surgía entre ellos era sólo lujuria? Lujuria, deseo y pasión.
Aunque su experiencia era limitada, Em pensaba que esas tres cosas habían estado presentes y todavía lo estaban, entre Jonas y ella. Pero ¿existía también amor?
Em sabía que ésa era la pregunta más importante, la pregunta de todas las preguntas cuando se trataba de matrimonio.
¿Era amor lo que había entre ellos, lo que estaba creciendo entre ellos? ¿Sería una semilla recién plantada que aún tardaría en germinar o ya habría florecido?
¿Existirían grados o clasificaciones de amor?
La joven alzó una mano y se frotó el entrecejo, intentando borrar en vano el frunce de su ceño. Ojalá pudiera borrar de la misma manera su ignorancia. Pero como no podía, tendría que informarse y aprender sobre el amor y el matrimonio de aquellos que sí sabían.
– ¿Me permite, señorita?
Em dio un brinco, percatándose de que todavía seguía bloqueando la puerta de la posada.
– Sí, por supuesto.
Se apartó a un lado y vio que era el señor Scroggs quien esperaba para salir.
– ¿Le ha gustado la empanada?
– Estaba deliciosa. -Con el sombrero en las manos, Scroggs ladeó la cabeza-. Felicite a Hilda de mi parte. Mi mujer y yo regresaremos esta tarde. Mi esposa dice que prefiere la comida de Hilda que lo que cocina ella.
Em se rio.
– Les reservaremos una mesa. Estaremos encantados de servirles.
Scroggs volvió a inclinar la cabeza y salió, cruzó el estrecho patio delantero de la posada y tomó el camino que conducía a su casa.
Cuando se giró para entrar, Em observó una espalda familiar, unos hombros encorvados, en una de las mesas que estaba situada en la parte delantera de la posada.
Harold todavía seguía acechando. Estaba enfrascado en un debate con alguien. Em se movió para averiguar de quién se trataba y vio a Hadley sentado frente a su tío. El artista estaba escuchándole con atención y asentía con la cabeza de vez en cuando, aunque el peso de la conversación recaía en Harold.
La joven se retiró al interior de la posada antes de que Hadley la viera y alertara a Harold. Edgar le había mencionado que Hadley había salido esa mañana para explorar el terreno y buscar mejores perspectivas de la iglesia. Debía de haber regresado para almorzar con Harold, quien, tenía que admitir, podía ser muy agradable cuando así lo quería.
Em atravesó con rapidez lo que empezaba a ser conocido por todos como el «rincón de las damas», en la parte delantera del salón, frente a la barra del bar. La demanda del almuerzo, que había comenzado temprano por culpa de las empanadas de Hilda, se reducía de manera progresiva. Observó que lady Fortemain estaba sentada en la mesa que había junto a la ventana y que ya se denominaba como el «rincón de milady». Acababa de comerse delicadamente el último bocado de empanada cuando dejó el tenedor en el plato y lo empujó a un lado antes de coger la taza de té para tomar un sorbo.
Em sonrió y se acercó a la mesa. No había nadie lo suficientemente cerca como para oír sin querer la conversación.
Lady Fortemain la vio y sonrió.
– Emily, querida, ¿dispone de unos minutos para conversar con una anciana?
– Usted no es una anciana -respondió Em halagando a la mujer mientras se sentaba enfrente de la dama.
Durante unos momentos estuvieron hablando de las empanadas y de las diversas mejoras en la posada, hasta que Em finalmente se armó de valor y, respirando hondo, dijo:
– Issy y yo hemos estado hablando sobre nuestro futuro. Como ya sabe, nuestra madre murió hace mucho tiempo. Me preguntaba si usted podría darnos algún consejo sobre lo que una mujer debería esperar del matrimonio.
Lady Fortemain pareció resplandecer. Puso una mano sobre la muñeca de Em.
– Querida, me honra con esa pregunta. De hecho… -La dama adoptó una expresión más seria-. Éste es un tema que todas las señoritas harían bien en plantearse antes de hacer una elección.
Se recostó en la silla como si estuviera considerando qué consejo darle. Em esperó pacientemente.
– Si tuviera que definir qué es lo más importante en un matrimonio, diría que es la combinación de dos elementos que de alguna manera se acoplan a la perfección. -Lady Fortemain miró directamente a los ojos de Em y le habló en voz baja-. Y es el hombre, querida. Lo más importante del matrimonio es el hombre. Necesita un esposo que se dedique a usted, exclusivamente a usted, sin ningún tipo de reserva, y que posea la posición adecuada, pues nadie respeta a una mujer que se casa por debajo de sus posibilidades, y la riqueza adecuada, aunque la riqueza sea relativa, por supuesto.
Em asintió con la cabeza.
La dama levantó un dedo para dar más énfasis a sus palabras.
– Y usted necesita a un caballero con una buena posición, uno que preste atención a las pequeñas cosas que respaldan dicha posición y, por consiguiente, a su esposa. Por ejemplo, aunque me apene decirlo, reconozco que Cedric ha sido un tanto descuidado y laxo en cuanto a las formas, ha establecido un contacto demasiado estrecho con sus trabajadores, algo que, desde mi punto de vista, no beneficia a su posición. Pommeroy, por otro lado… -Lady Fortemain esbozó una amplia sonrisa-. Basta con decir, querida, que Pommeroy será un excelente marido para cualquier señorita.
Em registró una repentina e intensa resolución en los ojos de lady Fortemain e hizo un esfuerzo para que los suyos no revelaran su inquietud.
– Sí -asintió con la cabeza con firmeza-. Pienso lo mismo que usted. Es una lástima que haya tan pocas damas por aquí. Pero creo haberle oído decir que tiene intención de buscar una esposa en Londres, una con el refinamiento y el linaje que él se merece.
Ese último comentario hizo que la dama guardara silencio y frunciera los labios.
– No había pensado en eso -dijo después de un momento-, pero… -Negó con la cabeza bruscamente, levantó la mirada y volvió a sonreír afectuosamente a Em-. Usted podría ser la mujer perfecta para él, querida, si…
– Le ruego me perdone, milady, pero es posible que alguien necesite mi ayuda. -Con suavidad liberó la muñeca de la mano de lady Fortemain y, esbozando una sonrisa encantadora, se levantó, hizo una reverencia y se marchó sin que la dama dejara de sonreír en ningún momento.
Había tenido razón al pensar que alguien necesitaría su ayuda. Dulcie, una de las lavanderas, la estaba esperando en el vestíbulo delante del despacho, paseándose de un lado para otro entre las sombras. En cuanto vio a Em se acercó a ella corriendo.
– ¡Señorita, venga rápido por favor! Una de las gemelas, creo que es Bea, se ha enredado el pelo en el escurridor. Nos dimos la vuelta sólo un momento y lo siguiente que supimos fue que…
– Estaba tratando de alisarse el pelo. -Em sacudió la cabeza enérgicamente, más aliviada que preocupada; Bea ya había intentado ese mismo truco antes-. Bien, vamos a liberarla.
El siguiente momento tranquilo que Em tuvo para seguir reflexionando sobre el matrimonio y lo poco que había conseguido averiguar sobre el tema, fue cuando se sentó para almorzar a solas. Issy y las gemelas -Bea ahora liberada, y con el pelo tan suave como la seda-se habían retirado al piso superior para continuar con las clases. Aunque se quejaron como siempre, Issy le aseguró que habían progresado mucho en aritmética, lectura y escritura. Las habilidades femeninas como dibujar o tocar el pianoforte les resultaban más difíciles; las gemelas estaban en su etapa más rebelde y tales ocupaciones no les interesaban.
Tanto Em como Issy las comprendían a la perfección, así que no les reprendían ni intentaban forzarlas con esas materias. Los Colyton eran una familia de aventureros, así que no sentían ninguna inclinación por quedarse en casa bordando.
Henry estaba con Filing en la rectoría; Hilda y sus chicas habían terminado de recoger la cocina y se habían retirado para disfrutar de un descanso bien merecido hasta que llegara la hora de preparar la cena. Edgar estaba limpiando la taberna y charlando con algunos clientes que estaban tomando unas cervezas en la barra. Por primera vez en el día, Em tenía tiempo y espacio libre para sí misma.
Comió en silencio una empanada que Hilda le había guardado mientras sopesaba las opiniones de Hilda y lady Fortemain, contrastándolas con la que imaginaba que sería la respuesta de Phyllida, intentando ver cómo encajaban las distintas opciones.
Aunque podía comprender el punto de vista de Hilda y admitía que la posición de lady Fortemain era inteligente, era la actitud que atribuía a Phyllida, que el amor era lo más importante, la que más resonaba en el alma Colyton de Em.
La joven no dudaba que cualquiera de sus antepasados sería el primero en izar la bandera del amor. Y Em se conocía demasiado bien para imaginar que podía ir contra sus genes. Aunque sólo podría fingir que era de otra manera durante un tiempo. Sabía que sus tendencias innatas acabarían finalmente por tomar las riendas. Como todos los Colyton -y Em era una Colyton de pura cepa-, y si el amor era la bandera que su familia enarbolaba habitualmente, entonces ella también tendría que aceptar aquella confusa pero poderosa emoción.
Tendría que aprender a reconocerla, a comprenderla, a nutrirla, a protegerla y todo lo demás, como hacía con todo lo que le importaba.
Siendo una Colyton, la respuesta correcta a las intenciones de Jonas sería aquella que estuviera regida por el amor, por lo que tendría que considerar si amaba a Jonas y si él la amaba a ella.
Pero -siempre había un «pero»- él no sabía todavía quién era ella realmente. Sinceramente, Em no podía esperar que Jonas confesara su amor a una señorita cuyo apellido todavía desconocía.
Es más, ni siquiera ella misma sabía, llegados a ese punto, cuál era su verdadero estatus, pues apenas le quedaba dinero, ya que la pequeña herencia recibida de su padre la había malgastado en la búsqueda del tesoro Colyton.
Una vez que encontraran el tesoro, Em sabría qué posición ocupaba…
Ese pensamiento, que comenzaba a darle vueltas en la cabeza -junto con el hecho de que en parte estaba tratando con Jonas bajo falsas pretensiones-, hizo que quisiera esforzarse todavía más en localizar el tesoro.
Una vez que hubiera resuelto eso -cuando hubiera encontrado e. tesoro y ella y sus hermanos tuvieran solvencia económica y pudieran reclamar su verdadero nombre y posición-, todo lo demás, todo lo que había entre Jonas y ella, y también lo que existía entre Filing e Issy, quedaría resuelto.
Pero hasta entonces no podría evaluar correctamente si Jonas la amaba y si ella le amaba a él, y si debería aceptar su propuesta de matrimonio y casarse con él.
– Tengo que encontrar ese condenado tesoro. -No había nadie alrededor que pudiera oírla mascullar aquellas palabras mientras se ponía en pie y recogía su plato.
Se detuvo ante el fregadero y miró por la ventana el cálido atardecer. Era un día inusualmente caluroso, una soporífera tarde de verane de finales de octubre.
Grange era el lugar donde había más posibilidades de encontrar el tesoro de su familia. Em se había preguntado a menudo si no estaría enterrado en algún lugar apartado en Colyton Manor, pero la rima parecía bastante clara al respecto. De las casas de la zona, Grange era la que mejor encajaba con el verso de «la casa más alta», y no parecía que hubiera otra mansión que se ajustara a tal descripción.
Vislumbró en su mente una imagen de Grange. Caminó mentalmente a su alrededor, pensando en cómo se las arreglaría, en qué excusas inventaría, para lograr entrar en el sótano con la suficiente privacidad y con tiempo de sobra para llevar a cabo una búsqueda exhaustiva.
«Escondido en una caja que sólo un Colyton abriría.»
Ése era el último verso de la rima. Así que lo más probable era que cuando ella viera cualquier recipiente donde pudiera haber escondido un tesoro, lo reconocería de inmediato. Nunca había podido imaginar qué tipo de caja contendría dicho tesoro y hacía mucho tiempo que había dejado de intentarlo. Sólo sabía que la reconocería en cuanto la viera. No podía esperar otra cosa.
Pero antes tenía que colarse en el sótano de Grange. La puerta que conducía a él estaba en la cocina, así que tenía que idear una excusa convincente con la que persuadir a Mortimer para que la dejara estar allí abajo sola durante una hora más o menos.
No se le ocurría nada, pero pensar en el mayordomo trajo algo a su memoria, algo que él había mencionado.
La joven centró la atención en el patio al otro lado de la ventana, y en el trozo de bosque que podía verse más allá. Con el calor que hacía ese día, el personal de Grange intentaría permanecer todo el tiempo posible dentro de la casa, por lo que no era probable que la vieran buscando en los edificios anexos, como por ejemplo la despensa, que según Mortimer estaba conectada al sótano mediante un túnel subterráneo.
En la posada todo estaba tranquilo.
Em se escabulló tras decirle a Edgar que se iba a dar un paseo y que regresaría al cabo de unas horas. Caminó a paso vivo por el sendero que atravesaba el bosque y que conducía a la parte trasera de Grange.
El bosque terminaba justo en el claro donde estaban situados Grange y sus edificios anexos. La joven se detuvo en el límite forestal. Escudriñó el patio trasero desde las sombras de los árboles. Todo estaba como había previsto; fuera de la casa reinaba el silencio, y el calor opresivo hacía que todo el mundo permaneciera dentro.
El camino conducía, a través del huerto, hasta la puerta trasera. Y más allá del huerto, estaban los establos. Em observó y escuchó atentamente, pero por más que aguzó el oído no pudo distinguir si había mozos de cuadra o no en alguna parte de la enorme estructura.
A la izquierda, colindando con la casa, había un pequeño edificio que parecía el lavadero. Algo más alejado de la casa, pero más cerca de donde Em estaba, había otro pequeño edificio cuadrado que compartía un muro de piedra con el lavadero, pero que tenía su propia puerta de madera y dos ventanas con contraventanas, una de ellas situada en el muro de piedra al lado de la puerta.
Ese pequeño edificio cuadrado tenía que ser la despensa.
Para llegar hasta la puerta, podría seguir la línea de los árboles durante un rato, pero en el último tramo tendría que atravesar un espacio abierto, por lo que sería claramente visible desde la casa.
Sopesó el riesgo durante un segundo antes de que su parte Colyton lo descartara como si tal cosa. Estaba preparada para correr cualquier riesgo en su búsqueda del tesoro.
Al menos debía agradecer que, por pura casualidad, esa mañana se hubiera puesto un vestido verde oscuro. Respiró hondo, y luego echó a andar con paso seguro, como si supiera con exactitud a dónde se dirigía y tuviera todo el derecho del mundo a estar allí. Caminó a paso vivo, rodeando el borde del bosque, luego atajó por el último tramo abierto. Al llegar a la puerta de la despensa, asió el picaporte, lo accionó, y literalmente le dio las gracias a Dios cuando se abrió con suavidad. Abrió la puerta de un empujón y se coló dentro con rapidez. Un vistazo a su alrededor bastó para comprobar que no había ninguna criada o lacayo allí dentro; se volvió con rapidez y cerró la puerta en silencio, luego esperó a que los ojos se le acostumbraran a la penumbra.
Por las contraventanas se filtraba un poco de luz, la suficiente como para poder ver lo que había a su alrededor. Debido a los gruesos muros de piedra hacía fresco dentro de la despensa. Después del calor que hacía fuera, Em se estremeció y se frotó los brazos.
Poco a poco sus sentidos se acostumbraron a la oscuridad. La joven examinó la estancia. Había barriles de cerveza y diversos productos alimenticios que al parecer habían preferido almacenar allí dentro que en la profunda, húmeda y fría oscuridad del sótano. El cuarto estaba bien organizado, con ordenadas hileras de sacos con diversos alimentos, situadas perpendicularmente a la puerta. Había estantes en todas las paredes y más sacos de suministros amontonados en el suelo de piedra.
Por lo que podía ver, en las paredes no había ninguna entrada a un túnel que condujera a la casa, y no había otra puerta salvo aquella por la que había entrado. Dado que el suelo de la despensa estaba a un nivel más alto que el sótano, entonces la entrada del túnel tendría que estar en el suelo, lo que sugería la existencia de una trampilla.
Se detuvo un momento para planificar la búsqueda, luego se movió, avanzando lentamente por los pasillos que había entre las hileras de sacos apilados, escrutando las viejas losas y prestando especial atención al mortero que había entre ellas. Mortimer no había sugerido que en la actualidad se estuvieran utilizando los túneles que conducían al sótano; Em incluso dudaba de que estuvieran en uso, pero si era así, lo más probable era que fueran usados en invierno, cuando las pesadas nevadas harían más difícil el acceso a la despensa desde la cocina.
Dado que estaban en otoño, lo más probable es que nadie hubiera abierto la trampilla en nueve meses o más. Sin embargo, debería de haber alguna señal de desgaste alrededor de las losas, alguna irregularidad o marca provocada por el uso prolongado.
Pero de ser así, ella no lo veía. Llegó de nuevo hasta la puerta y respiró hondo. Entonces, negándose a sentirse desanimada sólo porque no había resultado fácil, se dirigió a la primera hilera de sacos y comenzó a apartarlos a un lado para examinar el suelo debajo de ellos.
Estaba inclinada sobre uno de los sacos de comida, rastreando con un dedo la juntura de una losa, cuando se abrió la puerta.
Alarmada, se enderezó y se dio la vuelta con tanta rapidez que trastabilló y tuvo que agitar los brazos para no caer sobre los sacos.
Cuando recuperó el equilibrio, con el corazón acelerado, se encontró mirando directamente a los ojos oscuros de Jonas. Observó que la diversión brillaba en aquellas oscuras profundidades y que sus labios se curvaban en una sonrisa mientras atravesaba el umbral y cerraba la puerta.
Sin dejar de mirarla, a no más de un metro de distancia en aquel pequeño y estrecho espacio, Jonas se apoyó contra la puerta y arqueó una ceja.
– ¿Qué estás buscando?
– Er… -Em parpadeó, intentando pensar en alguna excusa que él pudiera creer con facilidad-. Er… Ah… -Respiró hondo y alzó la barbilla-. Como ya sabes, estoy interesada en las casas antiguas, y Mortimer me dijo que existían túneles que conectaban los establos y la despensa con el sótano. Pasaba por aquí… -echó un vistazo a los sacos que había apartado a un lado- y no pude evitar echar una ojeada para ver qué tipo de túneles eran o qué clase de puertas tenían. -Se encogió de hombros y le sostuvo la mirada-. Ya sabes, ese tipo de cosas.
Em siempre había oído decir que cuando uno contaba una mentira, lo mejor era ceñirse tanto como fuera posible a la verdad. Lanzando a Jonas una mirada inocente pero llena de curiosidad, le preguntó:
– ¿Podrías enseñarme el túnel? -No necesitaba fingir impaciencia. Si se lo enseñaba, podría regresar por la noche para investigarlo por su cuenta.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato antes de apartarse de la puerta.
– Los túneles se derrumbaron hace mucho tiempo. Fueron rellenados con piedras antes de que yo naciera, ni siquiera mi padre los recuerda. -Se detuvo ante ella y bajó la mirada a sus ojos-. ¿Por qué quieres encontrar los túneles?
– Para distraerme un rato. -Y distraerle era lo que ella necesitaba hacer ahora. Alzó una mano para acariciar la delgada mejilla de Jonas y sonrió-. No había nada que hacer en la posada, casi todo el mundo está durmiendo. -Le miró la boca, se puso de puntillas y le rozó los labios con los suyos-. Estaba aburrida, así que se me ocurrió venir aquí en busca de un poco de excitación.
Todo eso era cierto.
Los sentidos de Em se agitaron y estremecieron cuando sintió que Jonas le ponía las manos en la cintura, agarrándola con firmeza para acercarla a él. Ella alzó los ojos hacia los suyos. Tenía una mirada oscura e indagadora; entonces, lentamente, inclinó la cabeza.
Em se estiró un poco más y le besó, ofreciéndole su boca mientras él profundizaba el beso.
El resultado, la explosión, fue instantáneo, como si los dos hubieran caído de lleno dentro de un horno, envolviéndolos en un calor creciente y voraz. Un calor chispeante y candente que provocó que leí hirviera la sangre en las venas y que les ardiera la piel, haciéndoles sentir hambrientos y llenos de deseo.
Reduciéndolos a un estado primitivo donde, de repente, sólo importaba unirse, fundirse, y sofocar aquel intenso calor, sumergirse rápidamente en las llamas y dejarse consumir por ellas.
Las manos de Jonas tomaron posesión de sus pechos doloridos, sopesándolos y amasándolos. A través del fino algodón de su vestido, los dedos encontraron los pezones y se los pellizcaron cruelmente. Em se quedó sin aliento, la cabeza le dio vueltas, y comenzó a forcejear cortos botones de la chaqueta de Jonas.
El interrumpió el beso, se deshizo de la chaqueta con rapidez y luego tomó a Em entre sus brazos, estrechándola contra su cuerpo. Volvió a capturar los labios de la joven en un beso ardiente hasta que las llamas se extendieron entre ellos con gran voracidad y avidez.
Surcando cada vena, abrasando cada nervio. Reduciendo las inhibiciones a cenizas.
Jonas alzó la cabeza con la respiración can jadeante como la de ella, y lanzó una oscura, salvaje y ardiente mirada a su alrededor. Luego la levantó en brazos, se dio la vuelta y la depositó sobre una de las hileras de sacos apilados, donde ella quedó tumbada desgarbadamente sobre la espalda, con las faldas arrugadas por encima de las rodillas.
Antes de que Em pudiera reaccionar, bajarse las faldas y cerrar instintivamente las piernas, él se colocó entre sus muslos y le levantó las faldas hasta la cintura, poniéndole las manos en las rodillas para separárselas todavía más.
Con la mirada clavada en la de ella, con los ojos llenos de un fuego oscuro y unas poderosas e intensas emociones, él se detuvo… Un simple instante que pareció extenderse hasta la eternidad y Em supo que estaba esperando, si no exactamente su permiso, sí algún indicio de que aquello era lo que ella quería, a él… y todo lo que podía darle.
Sin apartar los ojos de los de Jonas, Em se humedeció los labios y se contoneó desasosegadamente, provocándole e incitándole con el movimiento de sus caderas.
La interrupción se hizo pedazos y cualquier control desapareció.
Los rasgos de Jonas se convirtieron en granito, más afilados y cortantes que nunca, cuando bajó la vista hacia los delicados pliegues entre los muslos de Em, completamente expuestos ante él por la desgarbada postura de la joven. Entonces, se inclinó y posó los labios sobre la tersa carne.
Ella gritó ante el primer contacto, igual que había hecho la noche anterior. Se apretó los labios con los nudillos, luchando valientemente por conseguir lo imposible, reprimir aquellos sonidos que él la hacía emitir. Pero entonces, Jonas la tomó entre los labios y empujó la lengua en su interior, y Em ya no pudo contener ningún gemido.
La lamió, sorbió, succionó y saboreó, incluso con más vehemencia que la noche anterior, conduciéndola hasta la cumbre donde finalmente explotó en un clímax arrebatador que la dejó sin aliento y con los sentidos obnubilados. Em tuvo que llevarse el puño a la boca para ahogar un grito de placer.
Mientras luchaba por recuperar el aliento, con el corazón latiendo a toda velocidad, Em percibió que el calor seguía inundando su interior, que todavía seguía sintiéndose vacía y anhelante. Él se enderezó, bajó la mirada hacia ella y sonrió. De una manera picara y peligrosa.
Para sorpresa de la joven, Jonas le bajó las faldas de un tirón, la agarró por las caderas y, alzándola, la hizo girar sobre el estómago. Luego acercó las caderas hacia él, dejándola con las piernas colgando sobre los sacos. El montón era tan alto que Em no podía tocar el suelo ni siquiera con la punta de los pies.
Llena de curiosidad, ella se apoyó en los codos.
Al mismo tiempo, él le levantó la parte trasera de las faldas por encima de la cintura.
Dejándole el trasero expuesto.
El aire fresco de la despensa le enfrió la piel caliente. La joven contuvo el aliento y giró la cabeza hacia él. Entonces, Jonas le acarició los glúteos desnudos con la palma de la mano.
Em se quedó paralizada y soltó poco a poco el aliento que había estado conteniendo. Se mordió el labio para reprimir un gemido cuando Jonas le deslizó la mano descaradamente por los glúteos, rastreando con las puntas de los dedos cada línea, poseyendo cada centímetro de piel, haciendo que un calor húmedo creciera más abajo. Entonces bajó la mano, ahuecando la curva de sus nalgas entre los muslos, y presionó los dedos contra la resbaladiza y cálida superficie para explorarla a placer.
La joven no pudo contener un trémulo gemido. Se apretó contra la mano, queriendo más, exigiendo mucho más. Suplicando por una profunda y satisfactoria penetración.
Ella estaba muy caliente, tan anhelante y dispuesta que Jonas apenas podía pensar en nada coherente mientras con la otra mane se desabrochaba los botones de la bragueta. La erección surgió libre y completamente engrosada. El no perdió el tiempo y situó la punta púrpura en la entrada de Em; entonces, con un firme envite, la llenó.
Sintió que Em le ceñía con su funda, que las paredes se cerraban en torno a su miembro en una ansiosa bienvenida, en un cálido abrazo.
Sintió más que oyó el grito ahogado de la joven, percibiendo en el sonido el asombro femenino.
No la había penetrado antes desde atrás, nunca la había tomado así, con los deliciosos, excitantes y maduros globos de su trasero desnudos ante él.
Em movió las caderas de manera tentativa, en un movimiento lento y envolvente con el que le acarició la longitud del rígido miembro, haciendo que los ojos de Jonas brillaran de pura lujuria. El los cerró, se retiró y volvió a empujar dentro, más profundamente esa vez, haciéndole sentir su fuerza para que fuera consciente de su propia vulnerabilidad y desamparo.
No es que a Em le molestara en absoluto; el pequeño jadeo que emitió era producto de la excitación, de la fascinación y el embeleso. Una vez más, ella movió las caderas, provocándole con más descaro. Jonas aceptó su invitación, se retiró y empujó todavía con más fuerza en el hirviente refugio de su funda, luego comenzó a impulsar sus caderas con un ritmo implacable y medido; uno que rápidamente escapó de su control.
Apoyándose en los codos y antebrazos, Em empujó hacia atrás, obligándole a que la penetrara más profundamente, contoneando las caderas con cada largo envite, meciéndose cuando él la llenaba, ciñéndole con su funda hasta que Jonas sintió que la tensión crecía y le apretaba. Entonces, levantó la cabeza, embistió con más fuerza en su interior y ella explotó.
Las contracciones de los músculos interiores de Em le apretaron, le ordeñaron con codicia hasta que él no pudo contenerse más. Con un rugido ahogado, Jonas bombeó su semilla profundamente en su interior. Luego se desplomó sobre ella, apoyándose en los brazos para no aplastarla.
Levantó la cabeza y, con los pulmones ardiendo, Jonas intentó absorber todas las sensaciones, recreándose en la maravillosa visión del cuerpo que tenía debajo y que le había dado un placer tan ilícito. Absorbió la sensación del trasero desnudo de Em, que se apretaba contra su ingle, mientras seguía enterrado profundamente en su interior; una sensación que quedaría grabada para siempre en su mente y que tenía intención de volver a experimentar con frecuencia.
Cuando sus brazos no pudieron sostenerlo más, él se apoyó en los codos. La joven protestó y se volvió hacia él. Jonas salió del interior de su cuerpo. El movimiento le hizo perder el equilibrio; al intentar enderezarse, Jonas se apoyó demasiado en los sacos y éstos comenzaron a deslizarse al suelo.
Em soltó una risita. Continuó riéndose disimuladamente y luego se rió abiertamente cuando, con una maldición, él se cayó con los sacos al suelo.
Jonas la hizo caer también. Em aterrizó encima de él, ahora riéndose sin parar. Jonas no pudo evitar sonreír hasta que finalmente estalló en carcajadas.
Recostándose en los sacos, la abrazó y la apretó contra su pecho.
Permanecieron abrazados, saboreando el momento, envueltos en la oscura calidez de la despensa; el perfume almizclado de su unión se combinaba con muchos otros olores, aunque ninguno era tan dulce como el de Em, que olía a lavanda, a rosas y a alguna otra fragancia que no podía definir.
La joven yació en sus brazos, quieta y saciada. Sin realizar ningún esfuerzo.
Aceptándole.
Después de un momento mirando fijamente el techo, él le preguntó:
– ¿Qué estás buscando? ¿Está en el sótano?
Ella siguió inmóvil, pero para sorpresa de Jonas, no se tensó.
Así que esperó su respuesta.
Em sabía por qué ella y su familia habían decidido mantener en secreto la búsqueda del tesoro. Habían dado por hecho que el pueblo estaría lleno de desconocidos, gente extraña que podría plantear amenazas potenciales, y que querrían, encontrar el tesoro para sí mismos.
Eso era lo que habían pensado antes de llegar a Colyton. Ahora… ahora conocían a esa gente y eran aceptados por ellos. Los vecinos de Colyton, todos sin excepción, formaban un grupo muy unido, tan unido como una gran familia. Una que había dado la bienvenida a la familia de Em, acogiéndola en su seno y ofreciéndole un lugar entre ellos. ¿Realmente había necesidad de guardar el secreto durante más tiempo?
Era una cuestión de confianza, y Em había llegado a confiar en los buenos vecinos de Colyton. En lo que concernía a Jonas… Allí estaba ella, tendida entre sus brazos, después de haberle entregado su cuerpo, después de haberse entregado tanto física como emocionalmente a él.
Em confiaba en él. Ya sabía que era un hombre honrado.
Tanto si aceptaba casarse o no con él, sabía que Jonas la ayudaría, y que no plantearía ninguna amenaza para ella ni para su familia… De eso estaba completamente segura.
Em inspiró profundamente. ¿Por dónde empezar?
– Te he dicho que mi nombre es Emily Beauregard. Mi nombre completo es Emily Ann Beauregard Colyton. -Jonas comenzó a moverse debajo de ella, pero antes de que pudiera interrumpirla, Em continuó-: Mi bisabuelo fue el último Colyton que vivió en el pueblo. Mi abuelo y mi padre…
Breve y concisamente, esbozó la historia de su familia. La historia del tesoro mantuvo a Jonas en el mismo fascinado silencio que mantenía habitual mente a las gemelas. Em no se reservó nada; no tenía mucho sentido llegados a ese punto. A pesar de su innata cautela, estaba perfectamente segura de que no tenía nada que temer de él.
– Así que he estado intentando localizar la caja del tesoro que sólo puede abrir un Colyton y que estará oculta en el sótano de la casa más alta -concluyó finalmente.
El negó con la cabeza, lleno de asombro. Em se había girado en sus brazos para poder mirarle a la cara mientras hacía sus revelaciones. Lo único que la joven vio en sus ojos y en la expresión de su rostro fue un sincero, intrigado y fascinado asombro.
Jonas la miró a los ojos y sonrió de oreja a oreja.
– Así que realmente eres una Colyton…, una Colyton de Colyton.
– Sí. -Em no entendía por qué eso parecía divertirle tanto. Para ella, aquel era un detalle pertinente aunque poco relevante-. ¿Podrías…? ¿Puedes ayudarme a encontrar el tesoro?
Jonas parpadeó.
– Por supuesto. -Apartó los ojos de ella y miró al otro lado de la despensa en dirección a la casa. Entonces la apremió para que se levantase-. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Estoy de acuerdo en que Grange es probablemente «la casa más alta» que menciona tu rima. Los miembros de mi familia han sido los magistrados de la zona desde hace siglos, así que eso también encaja. Venga, vamos a buscar el tesoro en el sótano.
Se pusieron en pie y se alisaron la ropa. Luego Jonas abrió la puerta de la despensa y se encaminaron a la casa.
Se encontraron con Mortimer en el vestíbulo que había junto a la cocina.
– Justo la persona que andábamos buscando -dijo Jonas-. La señorita Beauregard está buscando una caja perdida hace mucho tiempo. Cree que su familia podría haberla guardado aquí hace siglos. Según tiene entendido, si es verdad que está aquí, la caja estaría escondida en el sótano. ¿Sabes algo de una caja misteriosa?
Mortimer negó con la cabeza.
– No, señor. Pero puedo buscarla.
Em pasó junto a Jonas.
– Le ayudaré a buscarla.
– Los dos te ayudaremos. -Jonas cogió la mano de Em y la puso a su lado mientras le indicaba a Mortimer que avanzara delante de ellos-. Te seguimos.
El mayordomo los condujo a la cocina. Em saludó a Gladys y a Cook, luego.se volvió hacia la pesada puerta que Mortimer acababa de abrir.
Mortimer encendió una lámpara y, alzándola, comenzó a bajar las escaleras. Jonas le indicó a Em que fuera delante de él, y luego la siguió.
El sótano de Grange se usaba a diario; Jonas no entendía cómo una caja misteriosa como la que había descrito Em podría haber pasado desapercibida a Mortimer, Cook o Gladys, o a sus numerosos predecesores. Pero no obstante, tenían que echar un vistazo al lugar y asegurarse de que realmente no estaba allí.
Mortimer y Em siguieron avanzando; el mayordomo alzaba la linterna mientras pasaban por cada pequeña habitación, por cada una de las cavernas que estaba separada de las demás por un arco de piedra, y les explicaba qué había en su interior. Llegaron al fondo del sótano., que se extendía por debajo de casi toda la casa.
– Bien, pues. -Em miró a su alrededor, con los ojos brillantes bajo la luz de la linterna-. Comenzaremos a buscar aquí y nos desplazaremos en dirección a las escaleras.
Lo hicieron. No resultó difícil, pues como les mencionó Mortimer, el personal de la casa se encargaba de ordenar y clasificar todo lo que había en el sótano, por lo menos dos veces al año.
Al final, el mayordomo miró a Em con una expresión perpleja.
– ¿Está usted segura de que la caja está aquí, señorita? Si el propósito era ocultarla bien, entonces este sótano no es un buen escondite. Lleva siglos usándose ininterrumpidamente, ya que en la cocina no hay espacio suficiente, y el personal siempre ha utilizado este lugar como almacén.
Por la evidente expresión de desencanto de Em, ella había llegado a la misma conclusión.
– No, no estoy segura. -Emitió un suspiro de frustración-. Lo único que sé es que la caja fue escondida en un sótano alrededor de 1600, quizás un poco antes. Y que, desde entonces, nadie la ha movido de su sitio, al menos nadie de mi familia.
– ¿1600? Hmm. -Mortimer frunció los labios y sugirió-: El lugar más probable para ocultar algo tan antiguo, si es que está aquí, sería uno de los pequeños cuartos de la bodega.
Decidieron ser minuciosos y terminar la búsqueda que habían iniciado y se detuvieron al llegar a las escaleras que conducían a la cocina sin que sus esfuerzos hubieran dado algún resultado. Entonces, Mortimer abrió otra pesada puerta y entraron en la bodega. Continuaron la búsqueda allí, examinando cada uno de los pequeños cuartos, pero todo fue en vano.
– No está aquí. -Em sabía que era verdad. Los sótanos de Grange estaban, sencillamente, demasiado ordenados para que alguien hubiera podido pasar algo por alto. La única posibilidad era que… Miró a Jonas-. ¿Existe algún otro lugar anexo? ¿Una carbonera o algo similar? ¿O quizás una cámara secreta para sacerdotes católicos [1] debajo de alguna estancia?
Él negó con la cabeza.
– Existe una cámara de ésas, pero está en el segundo piso y conduce -o conducía-a uno de los túneles por medio de una escalera secreta.
– ¿Dónde está la entrada a los túneles? -Em miró a su alrededor-. ¿Quizás en el sótano?
– No. Al parecer cuando los túneles comenzaron a desmoronarse, se rescató lo que se pudo y luego fueron rellenados de piedras. -Se acercó a una pared y golpeó una piedra con el puño-. El túnel del establo conducía hasta aquí. -Señaló el borde de la piedra y dibujó el contorno-. Si lo observa de cerca, podrá ver el contorno del pasaje abovedado que fue rellenado con piedras más tarde.
Ella lanzó una mirada y suspiró.
– Parece que ésta no es la casa correcta, después de todo.
Jonas le estudió la cara, entonces alargó el brazo y le cogió la mano.
– Anímate. Hay otras casas que podrían encajar con tu descripción. ¿Podría sugerirte que…?
Ella le sostuvo la mirada y arqueó las cejas.
– Creo que deberíamos contarle todo lo que sabemos a Phyllida y a Lucifer. Nos echarán una mano, y la biblioteca de Colyton Manor es el lugar perfecto para buscar pistas.
Em vaciló, considerando la propuesta, luego asintió con la cabeza.
– Sí… Bien. Vamos a la mansión.
– Simplemente, no me lo puedo creer… -Phyllida se interrumpió, luego, con los ojos brillantes, continuó-: Bueno, por supuesto que te creo, pero me ha sorprendido muchísimo saber que eres una Colyton. Una Colyton de Colyton. Es maravilloso que los miembros de la familia original hayan regresado al pueblo.
Em negó mentalmente con la cabeza. Al igual que Jonas, Phyllida había centrado la atención en la familia, no en el tesoro.
Después de que Jonas y ella hubieran salido de los sótanos de Grange y se hubieran detenido brevemente para hablar con Gladys y Cook, quienes les aseguraron que no habían visto ninguna caja misteriosa en ninguna parte de sus dominios, se habían dirigido hacia Colyton Manor por el sendero que atravesaba el bosque. Lucifer y Phyllida se encontraban en casa. Dejaron a Aidan y Evan con la señorita Sweet y, ante la sugerencia de Jonas, se dirigieron a la salita. En cuanto cerraron la puerta, Em había vuelto a contar su historia.
Por suerte, Lucifer parecía más inclinado que los hermanos Tallent a concentrarse en el quid de la cuestión.
– Así que el tesoro no está en Grange. Tengo que admitir que jamás había oído la frase «la casa más alta» haciendo referencia a Grange o a Colyton Manor. ¿Estás segura de que el tesoro no se encuentra aquí? Que yo sepa, esta casa no tiene ni ha tenido nunca sótanos, pero sí posee un montón de edificaciones anexas.
Em hizo una mueca.
– Esta era la casa de la familia… La rima parece haber sido especialmente concebida para indicar algún otro lugar.
Jonas asintió con la cabeza.
– Si el tesoro estuviera aquí, no existiría la rima. No haría falta, pues no habría necesidad de hacer ninguna referencia a otra casa.
Lucifer asintió con la cabeza.
– Es evidente. Así que no es Grange, no es Colyton Manor, y ya has descartado Ballyclose por su falta de antigüedad. Así que, ¿dónde nos deja eso?
Una pregunta que nadie podía contestar.
Lucifer se inclinó hacia delante, con una grave y concentrada expresión en su bien parecido rostro.
– Corrígeme si me equivoco, pero estamos buscando una casa que ya existía en el siglo XVI, aunque no sepamos exactamente en qué año se construyó, una casa que era conocida en el siglo XVII como «la casa más alta», lo que probablemente quiere decir que se trataba de la casa de una persona que ostentara el mayor rango en la zona en esa época.
– Nunca ha habido refugios principescos ni residencias reales de ningún tipo en la zona. -Phyllida miró a Lucifer-. Recuerdo que lo investigué hace mucho tiempo, cuando era jovencita.
– Todas las chicas sueñan con reyes o príncipes. -Jonas hizo una mueca a su hermana, que le respondió con una mirada de superioridad.
Lucifer negó con la cabeza.
– Sigo pensando en el verso de esa rima «la casa más alta». En el siglo XVII ésta habría sido una comunidad muy pequeña y relativamente aislada. La rima utiliza la expresión «la casa más alta» como si debiera ser muy evidente a qué casa se estaban refiriendo. Como si fuera muy evidente para los vecinos de Colyton en el siglo XVII.
Guardaron silencio mientras reflexionaban sobre ese punto, luego Phyllida miró a Em.
– Ya has estudiado algunos de nuestros libros sin encontrar ninguna referencia a esa casa misteriosa. Será mejor que miremos en los demás. -Lanzó una mirada a Lucifer y a Jonas-. Ganaremos tiempo si buscamos los cuatro, sobre todo si nos concentramos en aquellos libros que hagan referencia al siglo XVII.
Los tres intercambiaron unas miradas antes de asentir con la cabeza. Luego Lucifer se levantó y les condujo a la biblioteca.
Durante la hora siguiente, examinaron la colección de libros de los Cynster. Encontraron un diario de viaje que describía cómo era Colyton en aquella época, y otras dos descripciones de la villa a principios del siglo XVII, pero no había ninguna mención a otra casa aparte de Grange y de Colyton Manor, ni tampoco encontraron ninguna referencia a «la casa más alta».
– Nada. -Em suspiró. Lo había esperado. Así que se tragó la decepción y miró a Jonas-. ¿Y ahora qué? -Miró también a Phyllida y a Lucifer-. ¿Alguna sugerencia?
Lucifer parecía tan perplejo como Jonas y ella, pero después de un rato, Phyllida, que tenía la cabeza inclinada en actitud pensativa, arqueó las cejas y alzó la mirada hacia Em.
– Yo en tu lugar divulgaría mi auténtico apellido. De esa manera conseguiría más apoyo de los vecinos y, además, preguntaría por todo el pueblo, en especial a los ancianos, para ver si alguno de ellos ha oído mencionar en alguna ocasión la expresión «la casa más alta». Es probable que signifique algo para alguien. Habrá muchos que tengan historias familiares. Quizás encontremos a alguien que conozca la misma frase, pero en otro contexto.
Jonas asintió con la cabeza y miró a Em.
– Me parece una idea estupenda. Deberías decirle a la gente quién eres en realidad.
La joven frunció el ceño.
– ¿Y qué excusa daría por haber ocultado inicialmente nuestra identidad?
– Eso es fácil -dijo Phyllida-. Puedes decir que querías conseguir el puesto de posadera y que los vecinos del pueblo te aceptaran por ti misma, no que te acogieran y te pusieran en un pedestal sólo por tu apellido.
Em arqueó las cejas, considerando la sugerencia. Lucifer asintió con la cabeza.
– Quizá parezca un tanto excéntrico, pero no inconcebible.
La joven miró a Jonas, quien también asintió con la cabeza. Entonces respiró hondo.
– Está bien. Le diremos a todo el mundo que nuestro apellido es Colyton. -Volvió a fruncir el ceño-. ¿Cuánto tiempo creéis que tardará en extenderse el rumor?
Phyllida sonrió.
– No te preocupes. Te ayudaremos con eso. -Se acercó a Em, hizo que se pusiera en pie, enlazó su brazo con el de ella, y se giraron hacia la puerta-. Dejemos que estos caballeros sigan exprimiéndose el cerebro mientras nosotras vamos a charlar un rato con la señorita Sweet.