Capítulo Nueve

– ¿Que pasa, Tekoa? -preguntó Heather al ver entrar al hombre en la cocina del hospital donde ella estaba preparando una tarta para Marcos.

Raúl le había dicho que tenía el brazo completamente curado. Estupendo porque aquella misma noche iban a dar una fiesta sorpresa de cumpleaños al compañero de su marido.

– ¡Deprisa! Avión llegado.

– Un momento -le indicó metiendo la tarta en el horno.

– Jefe ido. Tú dices qué hacer.

Heather no era la única que hubiera preferido que Raúl no se hubiera ido de buena mañana a comprobar si Ernst Richter estaba cumpliendo con las prohibiciones que le acababan de imponer.

Desde aquel encuentro con aquel hombre tan repugnante, no había oído nada bueno sobre él. Hasta que Raúl no hubiera vuelto, no estaría tranquila.

– ¿Qué pasa? -le preguntó a la piloto que la había llevado allí la primera vez.

– El doctor Cárdenas encargó una mercancía que sus hombres no se atreven a tocar. Venga conmigo.

Heather siguió a la mujer dentro del aparto y vio, sorprendida, un piano de madera que había conocido días mejores.

«Raúl. No se ha dado por vencido. Justo ahora que ya no llevo la escayola».

– Me estaban ayudando, pero, al oír su sonido, se asustaron.

Tekoa y Pango las miraban desde la puerta.

– Malos espíritus.

Claro. Nunca habían visto un piano.

– Pango, ¿hay espíritus malos dentro de tu flauta?

El hombre se rascó la cabeza y se sacó el instrumento del bolsillo.

– Sí, tócalo -le indicó Heather.

El hombre obedeció y tocó una melodía que él mismo había inventado.

– Qué bonita es. Tekoa, ¿tú crees que la flauta de Pango tiene un espíritu del mal?

– No.

– Esto… -dijo acariciando el piano- tiene espíritus buenos.

Con cuidado, dado que ya estaba embarazada de cinco meses, se sentó frente al piano. Le parecía que hacía siglos que no lo hacía. Algunas de las teclas de marfil estaban desgastadas por el uso.

Sonrió para sí misma.

– Escuchad.

Con una mano, tocó la misma melodía que Pango había interpretado y vio que comenzaban a perder el miedo. Se acercaron sonriendo.

– Otra vez… -dijeron a la vez cuando terminó.

Estaban como niños.

– Primero tenernos que bajarlo del avión porque esta mujer tiene trabajo -dijo señalando a la sonriente piloto.

– Gracias.

– De nada -le contestó bajándose del aparato.

Cuando la avioneta se hubo ido, ambos le suplicaron que tocara. Ella le indicó a Pango que la acompañara con la flauta.

– Vamos a tocar juntos.

Pronto, medio poblado los rodeaba. Todo el mundo quería tocar el piano y los niños rozaban las teclas y se echaban hacia atrás riendo.

Se maravilló de ver cómo disfrutaban con la música. Sin poder evitarlo, se encontró interpretando nanas infantiles con una mano. Cuando comenzó a tocar con las dos, todos se quedaron con la boca abierta.

Una cosa llevó a la otra e interpretó para ellos la obra preferida de su madre. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos tocar el piano.

Cuando terminó, se puso a reír. En ese momento, oyó a alguien que aplaudía a sus espaldas.

Se giró y vio a su marido. Heather dio gracias porque hubiera vuelto sano y salvo.

«Raúl.»

– ¿ Cuánto llevas ahí?

– Suficiente para saber que, esta vez, no me he equivocado con mi regalo de bodas.

Heather no negó lo que era obvio.

– ¿Dónde lo ponernos? Me temo que, si lo ponernos en el hospital, tus pacientes no van a estar muy contentos.

Raúl sonrió con aquella sonrisa que ella adoraba.

– Podemos ponerlo ahí para la fiesta de esta noche y mañana lo llevamos a la cabaña de invitados. Así, cuando a ti te apetezca, podrás tocarlo.

Heather observó cómo Raúl daba las indicaciones oportunas. Todos se fueron hacia el hospital, menos él, que fue hacia ella.

La agarró el brazo y se lo acarició. Heather sintió una descarga eléctrica.

– ¿Qué tal tienes el brazo después de haberlo sometido a semejante esfuerzo? -le preguntó mirándola a los ojos.

– Bien -consiguió contestar.

– Menos mal -murmuró antes de besarla con dulzura en la boca.

Tal vez fuera el calor o la alegría de ver que estaba bien, pero, cuando se vio en sus brazos, la pasión le ganó la batalla al hecho de que no la quisiera.

Raúl la apretó contra sí todo lo que pudo, que no era mucho dada la barriga de seis meses que Heather tenía ya.

– ¿Lo has notado?

«¿No te das cuenta de que yo siento todos y cada uno de sus movimientos?, pensó ella.

– Está ahí. Nuestro hijo, mi amor. Cada día, más grande. Sé que tengo que esperar, pero me está costando.

Sus palabras la hicieron recordar que no debía dejarse llevar por la emoción. Lo que le interesaba era el niño. Heather era solo el vehículo.

– ¡La tarta! -Gritó apartándose-La tarta de Marcos. Se habrá quemado.

– Te ayudo a hacer otra. Hay tiempo -se ofreció él agarrándola de la cintura.

Mientras iban hacia el hospital, Heather pensó que sería muy fácil creer que la había besado de verdad, pero no era cierto. Era solo gratitud porque iba a tener su hijo.

Antes de saber que estaba embarazada, solo había querido perderla de vista. Aquel rechazo le había enseñado que mantener relaciones sexuales con alguien no siempre quería decir que hubiera amor. Sería una idiota si lo olvidaba.

– Perdona por hacerte esperar -dijo Elana.

– ¿Alguna urgencia?

– Sí, de las peores.

– ¿Qué ha pasado?

– Tu marido ha pedido un informe sobre ti antes de irse con Pango. Qué mal lleva lo de esperar.

Heather no sabía que Raúl ya no trabajaba allí.

Llevaba buena parte de la semana ayudando con el censo anual de la población indígena.

– Y qué mal lo llevas tú de rebote, Elana -bromeó Heather.

Las dos se habían hecho muy amigas en aquellos cinco meses. Cinco meses viviendo con Raúl, quien se comportaba como si fuera su hermano mayor.

Había habido dos breves momentos de intimidad, pero tras la llegada del piano, Raúl se había limitado a besarla de vez en cuando en la mejilla o a hacerle alguna caricia. Hacía meses que no le acariciaba la tripa.

Aquello era la prueba fehaciente de que no estaba interesado en ella. Le costaba creer que hubiera compartido una noche ardiente con él.

No era el mismo. Si supiera el daño que le producía saber que ya no la deseaba.

Raúl solo pensaba en su hijo. Se había vuelto taciturno y Heather solo le encontraba una explicación: que creyera que podía haber dificultades en el parto.

Con alguna dificultad, se bajó de la mesa.

– El otro día, Raúl me llevó a ver un poblado Toba y en el camino vimos un armadillo olfateando un hormiguero. La pobre estaba tan embarazada que apenas se podía mover. Raúl no paraba de reírse. Seguro que me estaba comparando con ella. ¡Fue horrible!

– Yo no le daría demasiada importancia. No te quita el ojo de encima.

– Yo podría decir lo mismo de Marcos contigo.

– Ya veremos lo que le dura.

– Yo llevo aquí cinco meses y he visto que, siempre que puede, está contigo. Raúl me ha dicho que Marcos ha renovado contrato por otro año, pero esto es un secreto.

– ¿De verdad?

Heather vio que Elana estaba contenta con la noticia.

– Bueno, ¿qué me dices?

– Todo va bien, pero el jefe tiene razón. Nada de tocar el piano.

– ¿Lo dice él o mi ginecóloga?

– Lo siento, pero estás entrando en el noveno mes. Tienes que procurar tener los pies en alto para que no se te hinchen.

– Eso no me deja muchas opciones.

– Se me ocurre una que todavía no has probado-aventuró Elana-. No lo digo para que te sientas incómoda, pero, para ser una mujer tan apasionada por la decoración, el tema de la equipación infantil lo tienes un poco abandonado.

– Raúl se está ocupando de eso -contestó Heather pensando en cómo estaba de llena la cabaña de cosas para el niño-. ¿Ha hablado contigo?

– Últimamente, no habla con nadie -dijo Elana enarcando las cejas.

Heather se sintió culpable.

– Perdona, no quería que te pusieras a la defensiva.

– No pasa nada.

– Todo cambiará cuando nazca el niño.

En cuanto ella volviera a Estados Unidos, la vida de Raúl volvería a la normalidad. Solo lo había visto feliz en Nueva York, cuando se había producido aquel encuentro de consecuencias impensables.

– Gracias por todo -le dijo a Elana.

– De nada. Raúl me ha dicho que te ha llegado algo por correo. Tekoa te lo ha dejado en tu cabaña.

– Estupendo. Te veo en la cena.

– No. A partir de ahora, solo me verás cuando vaya a visitarte.

Heather asintió y se fue. Tardó más de lo habitual en llegar a la cabaña, donde encontró un pequeño paquete sobre la mesa.

Con curiosidad miró el remitente. Era de su padre.

Le temblaban las manos de la emoción mientras lo abría. Era un precioso faldón de bautizo con gorrito a juego.

Con este faldón te bautizamos. Tu madre lo tenía guardado para dártelo cuanto tuvieras un hijo. Ese momento ha llegado. Iré en breve.

Tu padre, que te quiere con todo su corazón.

Su padre creía que todo iba bien. De nuevo se encontró viviendo una mentira, mintiéndole a él y a Raúl…

Se tumbó en la cama y lloró amargamente lo que no había llorado en semanas.

– Dios, Heather…

Al oír a Raúl, intentó controlarse porque no quería que la viera así.

– ¿Qué haces aquí? -lo increpó.

– Pensé que podías necesitarme.

De nuevo, su agobiante protección.

– Estoy bien. Deberías estar terminando el censo.

– ¡Al diablo con el censo!

A Heather no le dio tiempo a sentarse y él ya estaba en la cama, abrazándola y dándole besos de consuelo por la cara. Cuanto más la besaba, más débil se sentía. Sus defensas se desplomaban.

– Heather, has sido muy valiente. Todo el mundo aquí te adora, todos quieren cuidarte. Sé los sacrificios que has hecho. Lo sé todo, amor mío.

– ¿Qué sacrificios?

– ¿ Crees que no recuerdo que, nada más llegar, dijiste que vivir en este sitio era durísimo? ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo has intentado llenar las horas aun a riesgo de enfermar? La reacción ante el regalo de tu padre no hace sino confirmarlo. Ojala pudiera meterte en un avión y mandarte a Estados Unidos, pero es muy arriesgado en tu estado.

Dios mío. Su matrimonio estaba realmente condenado.

Había interpretado tan bien su papel que Raúl se sentía culpable por haberla hecho ir al Chaco con ella.

Peor. Le acababa de decir que la dejaría inmediatamente si no fuera porque le preocupaba su embarazo. Eso quería decir que, cuando llegara el momento, no tendría problema en dejarla ir.

– Elana me ha dicho que me meta en la cama. ¿Estoy grave? -Preguntó con voz débil-Tengo toxemia, ¿ verdad?

– Sí.

– ¿ Cuánto tiempo llevo con la tensión por las nubes?

– Bastante, pero no hay que preocuparse.

– Pero el niño nacerá por cesárea y será prematuro, ¿no?

– Eso no es grave, como si quiere nacer esta noche. Lo que me preocupa es tu salud -dijo abrazándola con fuerza-. Túmbate y descansa, mi amor. No vaya dejar que te pase nada. ¿Sabes cuánto tiempo llevo queriendo abrazarte así? -Añadió con voz temblorosa acariciándole la tripa-. ¡Vaya, cómo se mueve! No me extraña que no durmieras bien. ¿Has pensado en algún nombre?

Heather sintió ganas de llorar de nuevo.

– Si es niño, me gustaría ponerle Jaime Ramón, en honor de tu padre y de tu tío. Además, Jamie, en inglés, también me gusta.

– Me has leído el pensamiento -dijo acariciándole la frente. La más mínima caricia la hacía sentirse en la gloria-A ver si adivinas qué nombre me gusta si es niña.

– Ni idea -dijo ella sin mirarlo.

– Phyllis me dio la idea sin saberlo.

– ¿Cuándo?

– En nuestra boda. ¿Te da eso alguna pista?

– No -murmuró torturada ante su cercanía.

Aunque sabía que no la quería, si seguían así un minuto más se lanzaría a su cuello.

– Te voy a dar otra pista: «Boda en Troldhaugen».

Heather parpadeó. La pieza preferida de su madre.

– ¿Solveig?

– Sí… Phyllis me dijo que tu madre quería llamarte así, pero, al final, tu padre eligió Heather tras pasar unas vacaciones en Gran Bretaña. -Sabía que mi nombre lo había elegido mi padre, pero no sabía nada de las preferencias de mi madre -dijo mirándolo a los ojos.

– ¿Te gusta? -le preguntó mirándole la boca.

– Sí. Es muy bonito -contestó bajando la mirada-Perdona, tengo que ir al baño -añadió levantándose con ímpetu. Raúl no tuvo más remedio que soltarla.

Cuando, al cabo de unos minutos, salió del baño se lo encontró de pie y pálido.

– No me había dado cuenta de que te diera asco que te tocara. No te preocupes, no volveré a hacerlo a no ser que sea estrictamente necesario.

– No ha sido…

– Tienes que acostarte y mantener los pies en alto -la interrumpió-. Obviamente, cuando estoy cerca de ti, no descansas, así que me voy a ir. Te traerá la comida y la cena. ¿Necesitas algo más?

Heather negó con la cabeza.

– No te tienes que ir, Raúl. Tú también vives aquí.

– Ahora, es tu habitación. Juan vendrá luego a ver cómo van tus constantes vitales -le dijo en su perfecto papel de médico. Heather no pudo oponer resistencia. Se tumbó y él la descalzó. Tenía los pies hinchados-A ver las manos.

Heather se las dio. Hacía tres meses que se había tenido que quitar la alianza y la había guardado en un cajón.

– Bueno, con un poco de suerte, todavía quedan unos días.

– ¿Tan pronto?

– Sí. He avisado a tu padre para que venga cuanto antes. Sé que quieres que esté contigo -dijo saliendo de la cabaña.

Heather se quedó inmóvil de la sorpresa. Se moría de ganas por tener a su hijo en brazos, pero iba a ser un mes antes de lo que esperaba. Pronto se iría a Estados Unidos y dejaría aquel mundo que le había llegado al corazón.

Solo le quedaban unas cuantas semanas con Raúl. Luego, la separación y, para terminar, el divorcio. No podía soportar la idea de vivir sin él, aunque fueran unas horas.

La vida sin él no tenía sentido. No podría hacerlo.

– Madre de Dios… i ya deberíamos oír al niño! Raúl sintió la mano del doctor Sanders en el hombro.

– Vamos a tu consulta a esperar.

– No, tal vez tenga que entrar.

– No creo. Venga, yo estaba igual que tú cuando Heather nació. Evan tuvo que sostenerme para que no me metiera en el quirófano. Vamos a dejar que Marcos y Elana hagan su trabajo.

Raúl asintió.

– Me alegro de que estés aquí. Haberte visto antes de entrar a quirófano ha sido lo mejor que le podía haber pasado a Heather.

– Mi hija me quiere mucho, pero su mundo gira en tomo a ti, Raúl. De verdad, todo lo hace por ti. Así debe ser el amor. Mi hija te adora.

– Ya, no -murmuró Raúl.

– ¿Qué estás diciendo?

Raúl estaba a punto de desahogar su angustia con su suegro cuando se oyó un niño llorar.

– ¡John!

– Lo he oído. Ya está. A mí me suena un niño completamente normal.

A los pocos minutos, Juan asomó la cabeza sonriendo. Raúl respiró aliviado.

– Enhorabuena, doctor. Su esposa me ha pedido que le diga que Jaime Ramón Cárdenas ya está aquí.

Raúl abrazó a su suegro.

– ¡Soy padre, John!

– ¡Y yo, abuelo!

– Espero que Heather esté bien.

John le dio una palmada.

– Lo mejor para que se cure la toxemia es dar a luz. Elana y tú decidisteis bien. Era mejor hacer una cesárea. El peligro ha pasado. Ahora todo irá bien.

– Sí.

– Pero no te lo vas a creer del todo hasta que veas a Heather, lo entiendo.

– Hay algo más, John. Tengo la corazonada de que me va a dejar.

John se rió con ganas.

– Has estado sometido a demasiada presión.

Recuérdame que te enseñe una cosa luego, cuando hayas visto a tu familia.

– Podéis pasar -anunció Elana.

Raúl sintió que el corazón le daba un vuelco. La espera se le había hecho eterna.

Pero había merecido la pena. Se sintió en la gloria cuando vio a Heather en la mesa de operaciones con una cosa pequeña entre los brazos.

– ¡Marcos dice que es perfecto, Raúl! -Dijo ella con lágrimas deslizándose por sus mejillas-Míralo tú.

– Primero, tú. ¿Cómo te encuentras?

– Estupendamente. De verdad! -Fingió por el bien de Raúl-. Venga, tómalo. Sé que te mueres de ganas. Mira que guapo es.

– Como tú, mi amor -dijo inclinándose y besándola en los labios.

– No creo que esté muy guapa en estos momentos.

– Lo estarás en breve -le aseguró mirando a su hijo.

– Tan moreno, no hay duda de que es tuyo, jefe-dijo Marcos-. Enhorabuena.

– Gracias por atenderla, Marcos. Nunca lo olvidaré.

– Ha sido un honor. Me parece que tu hijo quiere conocerte.

Raúl tomó a su hijo con manos temblorosas. Era increíble que minutos antes estuviera dentro de Heather.

Elana le había dado un calmante y le estaba empezando a hacer efecto porque estaba adormilada.

Raúl y John examinaron al niño.

– Está perfecto -dijo John-. Si no tiene los ojos de mi hija, siempre puedes intentarlo para el próximo.

Raúl se estremeció. Si Heather se sa1ía con la suya, no habría otro.

«No pienses en eso ahora. Te acaba de dar un hijo».

Raúl miró orgulloso a su hijo, que era el vivo retrato de su madre. Sintió en lo más profundo de sí la necesidad de vivir los tres juntos.

– Raúl, Tekoa y Pango están fuera. Quieren hablar contigo -le comunicó Elana.

– Voy a hablar con ellos -contestó carraspeando varias veces. Sabía a lo que habían ido-. Heather está bien -les dijo nada más verlos-Me ha dado un hijo precioso.

Ambos sonrieron.

– Un hijo trae más hijos -comentó Tekoa.

– Sí -sonrió Raúl.

Pango le entregó un ramo de flores.

– Dáselas. Le encantan.

– Estas sí que le van a encantar -dijo Raúl emocionado ante el cariño que sentían por su mujer.

Raúl sabía que era una mujer excepcional y no se podía imaginar Zocheetl sin ella.

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