Capítulo Ocho

En el Chaco anochecía pronto. Nada más salir de la avioneta, Raúl fue a buscar a Heather al hospital. A causa de su distanciamiento, había decidido realizar varios viajes desde la boda para que se habituara a aquello sin agobios. Sin embargo, estando en La Paz, la había echado tanto de menos que había decidido volver un día antes de lo previsto.

Se enteró de que ya había cenado y pensó que estaría en la cabaña de invitados, donde solía ir para evitarlo. Aquella locura debía acabar.

Fue a grandes zancadas hacía allí. Olía a pintura.

– Su mujer no está aquí -le dijo Tekoa.

Raúl vio que con él estaba su hija, Vatu, muy cambiada, por cierto. Llevaba su larga melena recogida en una coleta con una de las horquillas de Heather y tenía las uñas de pies y manos pintadas.

– ¿Dónde está? Es casi de noche.

El otro hombre se encogió de hombros.

– Va a muchos sitios, como las abejas.

Raúl pensó que estaría dentro. Tekoa estaba mintiendo para encubrirla. En una semana, se había ganado su completa lealtad. En el fondo, se alegró porque a Elana le había llevado meses.

– Gracias, Tekoa, pero vaya entrar a ver si está dentro.

– Ella ha dicho que todavía no.

– No pasa nada. La sorpresa es para mí.

La puerta estaba cerrada, pero tenía una llave. Al entrar, se quedó petrificado y le costó reaccionar.

No estaba allí y, además, había transformado la funcional cabaña en un lugar acogedor decorado en blanco y amarillo, que parecía sacado de una revista de decoración.

– ¿El jefe no está contento? Tekoa ayudó a pintar paredes y techo.

– Me gusta mucho, Tekoa -contestó Raúl con los ojos cerrados.

El indio lo miró.

– Demasiados viajes. Echa de menos esposa. No bueno.

– Tienes razón -murmuró cerrando la puerta. Vatu lo agarró de la mano.

– Está en el bosque con Pango -le dijo en guaraní.

Raúl sintió que se le disparaba el corazón. Se fiaba plenamente de Pango, pero sabía que aquello era peligroso. Fue corriendo a su cabaña para agarrar el rifle e ir a buscarla, pero al oír la ducha se tranquilizó.

«Menos mal. Está aquí».

Miró a su alrededor y se maravilló de lo que una mujer podía hacer en la vida de un hombre.

Heather había ordenado los libros y los papeles. Quería hablar con ella porque había pensado construir una cabaña más grande.

Pero antes debía reparar el daño. Heather necesitaba que la cuidaran.

Fue hacia la mesa y vio varias hojas de papel con huellas de manitas infantiles en pintura. Vio una carta abierta y la leyó.

Querido papá:

Raúl está en Bolivia y no volverá hasta dentro de un par de días. Ha ido para protestar contra un maldito proyecto que está causando graves problemas a los pueblos indígenas de tres países diferentes que viven junto al río. Elana, la doctora Avilar, me ha dicho que ha viajado ya cinco veces en un par de meses. Es una batalla muy dura.

Raúl hace el trabajo de diez hombres. Aquí hay mucho que hacer. Me levanto por las mañanas encantada de formar parte de ello. Aquí la vida va mucho más lenta y un día se enlaza con otro sin que me dé cuenta.

Los niños son adorables. He hecho una lista que no para de crecer de todo lo que quiero hacer para ellos.

Tekoa y Pango me están enseñando un poco de guaraní y yo les enseño más inglés. Pronuncian muy bien porque tienen muy buen oído.

Con su ayuda, ya que ellos saben lo que puedo y no puedo tocar, he empezado una colección de flores y plantas. Las estoy secando y, la próxima vez que vaya a la ciudad, me vaya comprar un libro de botánica. A ver cuántas soy capaz de identificar por aquí.

¿Qué tal estás? Te llamaré la próxima vez que vaya a la ciudad. No te preocupes por mí. No he estado mejor en mi vida aunque confieso que espero que me quiten pronto la escayola.

Te mando unas fotos que hice ayer con la explicación por detrás. Si Vatu no tuviera ya una familia adorable, la adoptaría.

Espero que sepas lo mucho que te quiero y que puedas perdonarme algún día por defraudarte.

Te quiere mucho,

Heather

No había querido leerla, solo saber para quién era, pero no lo había podido evitar.

Aquellas palabras revelaban los sentimientos más profundos de Heather, lo que no era el piano.

A pesar de declararse encantada de la vida que llevaba allí, rogaba a su padre que la perdonara y eso hizo que Raúl se sintiera culpable. Sabía que Heather estaba apenada por su padre y sabía que él era el culpable de aquella situación.

En ese momento, oyó un ruido en el pasillo, pero no le dio tiempo de guardar la carta antes de que ella entrara en el dormitorio. Lo pilló con la carta en la mano y lo miró con intensidad.

Dios.

El embarazo le estaba sentando de maravilla, tenía un nuevo color en las mejillas y, en camisón y con el pelo mojado, le pareció la mujer más guapa del mundo.

– No sabía que ibas a volver hoy -lo saludó en tono acusador.

– Al llegar a La Paz, me di cuenta de que quería estar contigo. Si no hubiera temido asustarte, me habría duchado contigo.

– Sé que me ves como la niñita de papá, pero no vas a encontrar lo que buscas en esa carta -le dijo mirándolo con frialdad-Ya le he hecho bastante daño como para decirle que mi vida personal es una porquería.

Raúl sintió que se ponía a sudar. Estaba más distante de él que nunca.

– No ha sido mi intención espiar.

– Claro que sí -le espetó ella.

La intensidad con la que se estaban mirando lo hizo pensar en aquel primer encuentro en el estudio de Evan hacía una eternidad. La diferencia era que, en aquella ocasión, no los había separado el abismo.

– Tienes razón -dijo yendo hacia ella. Necesitaba tocarla y olvidarse del mundo-Mi amor -añadió con voz ronca.

Ella dio un paso atrás.

– Ya te puedes duchar, el baño está libre. Raúl tragó saliva.

– Antes de nada, supongo que deberías saber que he visto mi regalo de bodas. Tekoa hizo todo lo que pudo para impedirlo.

– Ya veo que era cierto aquello que me dijiste de que eras un hombre impaciente -sonrió ella-. Te diré que estoy emocionada ante tu reacción. Debe ser cierto eso que dicen de que es peligroso casarse con un desconocido. Nosotros ni siquiera hemos sido capaces de acertar con nuestros respectivos regalos -dijo con voz temblorosa.

– No me has entendido. Lo que has hecho con la cabaña es maravilloso.

– Un piano de cola también es maravilloso, pero no era lo que yo quería tampoco -le reprochó-. Al menos, ambos tenernos buen gusto y lo hemos hecho con buena intención, pero no te preocupes, lo he pagado yo todo. Lo devolveré y quitaré la pintura de las paredes. Estará hecho en un par de semanas.

– No quiero que toques la cabaña, Heather. Está perfecta.

– ¡Raúl, no me hagas la pelota! -le gritó-. Mi gran error fue creer que podría llevar bien un encuentro de una noche y, obviamente, no ha sido así. Aquí nos vemos, atrapados y sin dejar de cometer todos los errores posibles. ¿Por qué no aceptamos que las sorpresas no nos van a ayudar?

– Madre de Dios -murmuró él atormentado-No podemos seguir así. Tenernos que hablar.

– No tenernos nada de lo que hablar.

– Te equivocas. Vamos a la cama en lugar de estar aquí, uno enfrente del otro, como enemigos.

– Esa no es la solución -dijo con voz temblorosa-Por desgracia, es lo que nos ha conducido a esto. No te echo a ti la culpa, Raúl. Fui yo la que te pidió que me hicieras el amor, pero he aprendido mucho de ese error.

Raúl se dio cuenta de que, tal y como estaba, era mejor no intentar tocarla, así que se sentó.

– ¿Preferirías no estar embarazada?

– ¿Cómo me puedes preguntar algo así? -dijo ella dolida ante la crueldad de su pregunta.

– Porque no te veo feliz -contestó él-. No me hablas del niño, no muestras curiosidad por tu estado, no te he oído comentar nada sobre cómo lo vamos a llamar o los sueños que tienes para él o ella. Ni siquiera le has hablado del bebé a tu padre, que, además de ser tocólogo, es su abuelo. Seguramente, le haría ilusión que compartieras detalles de tu embarazo con él -Heather no tenía ni idea de que Raúl se había dado cuenta de todo aquello-. En Buenos Aires, cuando me dijiste que te ibas a comprar maquillajes, sabía que no era cierto porque nunca te pintas, no lo necesitas. En el avión me dijiste que me habías comprado un regalo de bodas, pero que no podría verlo en un tiempo. Supuse que habrías comprado cosas para una habitación infantil, cuadritos, un tacataca o una cuna-Heather no quería seguir escuchando aquello-. Esta noche, como no podías más, he ido a ver mi regalo y me he encontrado con que allí no había nada para el niño, ni siquiera un paquete de pañales -añadió mirándola a los ojos-Siento mucho que hayas creído que no me ha gustado cómo has decorado la cabaña. Nada más lejos de la realidad, pero la verdad es que estoy muy emocionado ante la idea de ser padre. No creía que me fuera a casar, así que imagínate cómo me alegra tener hijos. Claro que no todos reaccionamos igual…

– Yo estoy encantada de ser madre… -lo interrumpió-, pero no estoy ni de cuatro meses. Tengo mucho tiempo para hacer todo eso.

Ella miró preocupado. -Heather… ¿tienes miedo?

– ¿Miedo?

Sí, tenía miedo, pero no quería preocupar a su padre con preguntas. Había deseado muchas veces que su madre estuviera allí para tranquilizarla. No podría soportar que le pasara algo al niño.

– Heather…, cuando te dije que estabas embarazada, estaba todavía conmocionado por tu accidente. Tal vez, te dije cosas que te asustaron.

– Si te refieres a las vacunas y las pastillas de la malaria, estoy preparada para que sea lo que Dios quiera.

«Pero prefiero hacer como si no estuviera embarazada. Prefiero pensar en otras cosas. Deseo este niño con toda mi alma y quiero que sea perfecto. Quiero que me quieras, Raúl y temo no conseguir ni lo uno ni lo otro. Me avergüenzo de mis miedos».

– Querida, todo va a ir bien. Las vacunas que te pusiste para venir son un riesgo mínimo para el bebé. No debes preocuparte.

– Pero hay un riesgo, aunque sea mínimo. Conozco a mi padre y no quiero que se asuste. Prefiero hablarle de cosas alegres.

– Has debido de sufrir mucho.

«No te lo puedes ni imaginar. No me lo pongas más difícil».

– No, he decidido ser positiva y no mirar atrás.

Al igual que tú, nunca pensé en casarme y, menos en tener hijos. Hay miles de mujeres que nunca sabrán lo que es tener un hijo. Para mí, este embarazo es un milagro. Sobre todo, teniendo en cuenta… que… -se interrumpió ruborizada.

– Sé lo que quieres decir, amor. No olvides que estamos juntos en esto.

«Solo porque la avioneta se estrelló».

– Como estoy bien y me puedo mover todavía, pensé que las cabañas necesitaban una mejora. -No me había dado cuenta hasta que he visto lo que has hecho con la de invitados. Verás cuando la vean los demás. No se lo van a creer.

– Entonces, ¿no te importa?

– La has transformado en un lugar encantador.

Tienes tantos talentos que no dejas de asombrarme, sobre tu habilidad para hacerte amigos. Tekoa y Vatu te adoran.

«No tanto como a ti».

– Es fácil quererlos.

– Porque les has abierto tu corazón y lo notan.

No te puedes imaginar lo orgulloso que estoy de ti, cariño.

«Por favor, déjate de cumplidos. No hace falta».

– ¿Te importaría que hiciera lo mismo con esta?

– Puedes hacer lo que quieras. Solo te pido tres cosas: que utilices mi tarjeta de crédito de ahora en adelante, que durmamos en mi cama aunque nos traslademos a la cabaña de invitados y que te lo tomes con tranquilidad y duermas la siesta.

«Gracias, Raúl. Ahora seguro que llevaré mi embarazo mucho mejor».

– De acuerdo. Si te parece bien, mañana iré a Formosa a comprar la pintura para esta habitación.

– Mientras sea del color de tus ojos…

«No lo hagas».

– El azul quedará bien en la habitación del niño-musitó para sí mismo.

– ¿ Te importa que compre zapatillas de deporte para los niños? Había pensado en esas en las que se enciende una fila de lucecitas rojas al pisar. Yo creo que les encantaría y, así, no volverían a pisar plantas venenosas, como la pobre A ti.

La risa de Raúl hizo que a Heather se le acelerara el pulso.

– Para eso tienes las huellas de pintura.

– No te puedes ni imaginar lo que me costó conseguirlas. Se creían que era un juego. -Compra todo lo que necesites, pero cómprate tú también un par.

– ¿Por qué?

– Para que se atrevan a ponérselas. Harán lo que tú hagas. Por cierto, ¿cómo es que Vatu lleva un pañuelo tuyo?

– Porque me lo cambió por una flor para mi colección.

– Ten cuidado. Es capaz de venir todos los días con algo hasta dejarte sin nada.

– No pasa nada. Entonces, recurriré a tu armario -contestó yendo a lavarse los dientes acompañada por su franca risotada.

– Tengo que ir un momento a hacer una cosa, Ahora vuelvo.

– Muy bien.

De muy bien nada. No quería que se fuera, quería decirle que le hiciera el amor. Debía de estar loca.

Pensó en que si algo le pasaba al bebé en el parto, el hospital de allí no podría atenderlo. Su padre, que no había dicho nada al respecto, y Raúl, que le había recordado el peligro, pero solo para tranquilizarla, debían de pensar lo mismo.

Razón de más para volver a Salt Lake en cuanto ella y el bebé pudieran volar.

Se metió en la cama. Raúl no había vuelto. De las siete noches de aquella semana, él había dormido con ella solo tres y, en todas ellas, Heather se había metido en la cama antes de que llegara y no se había levantado hasta que él se había ido de la cabaña.

Aquella noche no iba a ser diferente. Las lágrimas se apoderaron de sus ojos, apoyó la cabeza sobre la almohada y se quedó dormida.

Al abrir los ojos, vio uno de los cuadros que ella misma había comprado en Buenos Aires y había colgado en la cabaña de invitados. Tenía una nota pegada al cristal.

Me lo quedo porque me recuerda a ti, mi amor. Me ha encantado mi regalo de bodas. R.

Cuando llegó al Chaco, Heather no sabía que se iba a dedicar a la decoración, pero la verdad era que le encantaba elegir colores y telas y crear entornos vivos. Aquella nueva afición la había mantenido tan ocupada durante el último mes y medio que había terminado de decorar casi todas las cabañas.

Estaba sola desayunando y se apresuró a terminarse el zumo de naranja para ponerse manos a la obra con la cabaña de los cocineros.

Apareció Raúl y le indicó que pasara a su consulta para examinarla. Al verlo se quedó sin aliento y se maravilló cuando hacía pocas horas que lo había estado observando dormir.

– ¿Qué pasa? -preguntó Heather mientras él cerraba la puerta.

– Súbete aquí -le contestó él tomándola en brazos y depositándola en la mesa con mucho cuidado. Era la primera vez en seis semanas que sentía sus brazos y, aunque el contacto había durado solo unos segundos, había sido suficiente para que Heather sintiera el cuerpo entero electrizado.

Raúl la besó suavemente en la boca por sorpresa.

– ¿ Te gustaría que… te quitara la escayola?

– .h, Raúl… eso sería estupendo!

– Sabía que te iba a gustar la idea. Túmbate -dijo ayudándola.

Aunque llevaban tiempo casados y durmiendo juntos, había más intimidad en aquella consulta que en la cabaña.

Cada día lo quería más y temía que él lo viera reflejado en sus ojos y sintiera lástima por ella. Para ocultar sus sentimientos, giró la cabeza hacia la pared.

Al poco tiempo, sintió que ya no tenía la escayola.

– ¿Qué tal? -preguntó la voz de su amado.

– Como si no tuviera brazo.

– Es normal -dijo él viéndola mirarse el brazo pálido y delgado-. Como nueva, pero hasta mañana procura no hacer excesos.

– Gracias -murmuró ella incorporándose. Sin embargo, Raúl se lo impidió.

– Ya que estás aquí, te voy a examinar y así se lo ahorramos a Elana -le indicó. Durante varios minutos así lo hizo-. Nuestro hijo tiene un corazón fuerte. Todo parece normal. Está usted estupenda, señora Cárdenas -dijo dándole un beso en la tripa. No se había afeitado y aquellos besos hicieron que el cuerpo de Heather se despertara y lo deseara.

Cuando él levantó la cabeza, vio algo raro en sus ojos.

– ¿Qué pasa?

– Si haces lo que yo te diga, tendrás un niño sano, mi amor -le contestó-. Déjame una muestra de orina y espérame en mi consulta.

– Si me tienes que decir algo, ¿por qué no me lo dices ya?

– Porque eres mi mujer y nunca te he deseado más. En estos momentos, me parece que no me estoy comportando en absoluto de manera profesional, así que voy a ver a mis pacientes y ahora te veo.

Sorprendida por su declaración, lo vio irse. Lo hizo tan rápido que se le olvidó ayudarla a bajar de la mesa. Lo consiguió ella sola, pero al poner un pie en el suelo se dio cuenta de que le temblaban las piernas después del modo sensual en que le había besado a ella y a su hijo.

Cinco minutos después, entró en la consulta, donde ella lo estaba esperando. Heather sintió que la chispa que había visto en sus ojos momentos antes había desaparecido y aquello la apenó. Tal vez, habían sido solo imaginaciones suyas.

– No te levantes, Heather.

– Eso no suena bien -se quejó ella.

– No es nada grave. Tienes la tensión un poco alta, así que, a partir de ahora, comerás sin sal y dejarás el tema de la decoración.

– Pero…

– Nada de peros cuando estamos hablando de tu vida y de la nuestro hijo. Puedes seguir paseando y haciendo lo que quieras, pero prométeme que te echaras una hora por lo menos dos veces al día.

– La cabaña del cocinero está a medias y…

– Yo me ocuparé en mis ratos libres. Tú tienes que descansar. Por cierto, mis tíos nos han invitado a ir a su casa el próximo fin de semana porque es el cumpleaños del tío Ramón.

Heather tenía la impresión de que le estaba ocultando algo y aquello de sus tíos la desconcertó. Se miró las manos. Prefería quedarse en Zochteetl, donde el trabajo de Raúl los mantenía separados casi todo el día. Así le resultaba más fácil fingir que era feliz delante del personal. Hacer que Teresa y Ramón lo creyeran iba a ser más difícil.

Prefería no ir a Buenos Aires con él porque temía lanzarse en sus brazos. Sería volverse a poner en evidencia más que nunca.

– Parece que no te hace mucha gracia la idea.

– No es eso. Tus tíos son maravillosos y me apetece mucho verlos, pero no me apetece viajar.

Sabía que era una excusa muy pobre. Y él, también. Nunca había mostrado la menor queja cuando volaba a Formosa para comprar cosas.

– Ya pensaré una buena excusa que darles -dijo Raúl mirándola de forma taladradora.

– Ve tú! -le dijo sintiéndose culpable.

– Hasta que nazca el niño, no pienso separarme de ti.

Heather se levantó.

– Tengo… que volver a ir al baño de nuevo-dijo sin convicción. Raúl se dio cuenta de que era otra excusa, pero a ella le daba igual. Tenía que irse para no irse abajo delante de él.

Cuando salió, le pareció oír que la llamaba, pero no se paró. No tenían nada más que decirse. No podían hacer nada por salvar su matrimonio hasta que naciera su hijo.

«Seguramente estarás contando las horas que te quedan con esa soga al cuello. No te culpo, mi amor. En cuanto pueda, te devolveré tu libertad. Te lo juro».

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