Capítulo Cinco

Embarazada? ¡Lo debía de haber oído mal!

– ¿No te das cuenta de que has puesto en peligro al bebé?

– No estoy embarazada -rió nerviosa-¡No digas tonterías!

– Heather… la doctora Avilar te ha hecho la prueba dos veces y, después de examinarte, yo diría que estás de nueve o diez semanas-le contestó un tanto exasperado-. Entiendo que te dé pánico decírselo a tu padre, pero a mí no tienes por qué mentirme.

– Raúl… -gritó agarrándole la mano con fuerza- ¡no te estoy mintiendo!

– ¿ Cómo no te has dado cuenta de los cambios que ha experimentado tu cuerpo?

Heather parpadeó.

– ¿Estoy embarazada de verdad?

La había pillado tan por sorpresa que no lo había asimilado.

Iba a tener un hijo de Raúl!

Eso quería decir que estaba de doce semanas, no de nueve. Le quedaban seis meses. En marzo, nacería su bebé.

Aunque estaba segura de que nunca se repondría del rechazo de Raúl, saber que aquel pequeño que ambos habían engendrado estaba creciendo en sus entrañas la llenó de una inmensa alegría.

Decidió volver a casa y prepararse para el alumbramiento. Ningún niño del mundo tendría más amor.

Mientras ella se maravillaba con aquel milagro, Raúl seguía esperando una contestación.

– Si hubiera tenido un período regular y no hubiera estado tomando las vacunas de la fiebre amarilla y de la malaria, que me daban náuseas, supongo que me habría dado cuenta, pero he estado muy ocupada con los conciertos y no he tenido tiempo de pararme a pensar. Supongo que me habría dado cuenta cuando la ropa no me cupiera -contestó incorporándose. Sus soniditos de incredulidad la estaban enojando-. Raúl, tomaste precauciones aquella noche y yo me fié de ti porque, después de todo, tú eres el médico. No tenía razones para imaginar que estaba embarazada.

Raúl maldijo haciendo que Heather se sintiera como una niña ingenua que hubiera dicho lo que no debía. Aquello ahondó en su indignación.

– A juzgar por tu silencio desde que volviste aquí, parece ser que tú tampoco esperabas que hubiera consecuencias -le recordó-. Debemos de ser de esas parejas que desafían a los elementos.

Raúl se pasó ambas manos por el pelo. -A no ser que…

– A no ser que me haya acostado con otro. ¿Era eso lo que ibas a decir? -le preguntó rota por el dolor-Si crees eso, desde luego no me conoces de nada. Y yo tampoco te conozco a ti de nada -murmuró con voz temblorosa. Sintió que las lágrimas le resbalaban por las mejillas y deseó con todo su corazón no haber ido nunca allí. Levantó el brazo que tenía escayolado y se puso en pie para tenerlo de frente-Soy hija de un tocólogo y sé muy bien que no se deben tomar medicamentos cuando estás embarazada. ¿Te crees que si hubiese sabido que estaba en estado me habría arriesgado a tomar vacunas fuertes para venir a ver a un hombre que no quiere saber nada de mí? -le espetó. Sabía que estaba al borde de la histeria, pero no lo podía remediar.

– Ya hablamos de por qué era imposible que tuviéramos una relación.

– No, Raúl, no hablamos de nada -lo corrigió-. Me dijiste que no podíamos estar juntos porque tú no estabas dispuesto a irte de la selva y porque nunca me pedidas que yo dejara la música para venir a vivir contigo aquí. Claro que no me contaste nada de Elana.

– La doctora Avilar solo es una compañera.

– ¿ Y me lo tengo que creer después de que hayas cuestionado quién es el padre de mi hijo? Si hay algo de lo que me arrepiento es que la avioneta se haya estrellado y Elana y tú os hayáis enterado de mi embarazo al mismo tiempo que yo. Sin embargo, todavía se puede remediar. Ya que es lo que tú crees, dile a Elana que el niño no es tuyo. Cuando me vea irme en el próximo vuelo, vuestras vidas volverán a la normalidad.

– Escúchame -le dijo agarrándola de los hombros-. Nunca me he acostado con Elana. Si ella ha dicho lo contrario, te ha mentido.

Antes del accidente, Heather habría dado cualquier cosa por escuchar aquellas palabras, pero algo había cambiado.

– No culpes a Elana, Raúl. Creo que me he equivocado, pero ya no tiene importancia.

– Siento llevarte la contraria. Te vas a casar conmigo en cuanto sea posible. No entraba en nuestros planes, pero ese bebé es tuyo y mío. Quiero ser tu marido para poder cuidar de los dos -dijo con enorme ternura abrazándola y acariciándole el pelo al tiempo que la besaba en la mejilla-. Has pasado los primeros tres meses de embarazo sola sin saber siquiera que estabas embarazada. Dios… casi os pierdo a los dos esta mañana -añadió conmovido-. Desde ahora, necesito cuidar de ambos. Te prometo que nunca te dejaré, Heather.

– Ayer estabas enfadadísimo porque había venido y querías que me fuera cuanto antes. Esta mañana te ha faltado tiempo para meterme en la avioneta, así que no me vengas ahora con que quieres cuidar del niño y de mí. ¡No funcionaría! El amor o existe o no existe. Casarse por otras razones no va conmigo -contestó intentando zafarse de su abrazo.

– ¿No fue por amor por lo que me salté todas las normas y fui a Nueva York? Desde que nos conocimos, quise que fueras mi esposa y lo sabes.

– Entonces, ¿por qué me trataste tan mal ayer?

Raúl le acarició la cara.

– Porque estaba aterrado ante el sacrificio que estabas haciendo, ante lo que estabas dejando por mí. Querer que te convirtieras en mi esposa siempre ha sido puro egoísmo por mi parte. Para poder vivir sin remordimientos, tenía que rechazarte. Lo hice por tu bien, Heather, no por mí. ¿Acaso no sabes que habría tardado menos de una semana en correr detrás de ti? Hace un par de días, decidí presentarme en Viena a verte. Pero ya no hace falta. Ahora que sé que aquella noche de amor ha dado como fruto un niño, nuestro hijo. No estoy dispuesto a volver a perderte.

Eso era lo que Heather había ansiado oír. No se lo podía creer. La pesadilla había terminado y sus sueños se estaban haciendo realidad. Lo abrazó con fuerza y levantó la cabeza en espera de sus labios.

– Te he echado tanto de menos -le confesó tras besarse con pasión.

– Iremos a Buenos Aires y nos casaremos en casa de mis tíos. Tienen una capillita en la finca que te va a encantar -le dijo Raúl-, pero, antes de nada, hay que hablar con tu padre.

– Lo sé -contestó ella apesadumbrada.

– ¿Temes que te impida casarte conmigo? -le preguntó mirándola a los ojos.,

– No, papá nunca haría eso. El se lo traga todo.

– Cuando se entere de que te vas a casar conmigo, se va a poner como una furia.

– Le va a doler, pero no es por ti. He sido su niñita durante demasiado tiempo. Sería igual que me casara con quien me casara -dijo llorando al ver compasión en sus ojos-Le voy a decir también que vamos a tener un hijo. Así, al menos, la alegría de un nieto le hará más fácil asimilar la noticia.

– Mis tíos van a estar encantados con la noticia.

– Y los Dorney, también. Algo me dice que nuestro hijo va a ser muy bien recibido.

– Mañana mismo nos iremos a Formosa y, desde allí, llamaremos a Estados Unidos para decirles a todos que vengan para nuestra boda. La luna de miel va a tener que esperar un par de meses.

– No me importa. Yo solo quiero estar contigo. ¿Seguro que te puedes ir mañana? ¿ Y el trabajo? -Voy a hablar con mis compañeros. Lo más importante ahora para mí eres tú. El niño y tú tenéis que dormir, por lo menos, doce horas.

– Pero…

– Heather, esta noche no puedes dormir en mi cabaña porque no me hago responsable de mis actos. No te das cuenta, pero tu cuerpo está exhausto por el accidente y mañana vas a estar muy dolorida, así que necesitas dormir bien. Le vaya decir a Juan que te traiga la cena. Cómetelo todo. Pasaré a verte dentro de un rato y espero que estés profundamente dormida. Prométeme que vas a hacer lo que yo te diga.

– Te lo prometo -dijo viendo la preocupación que reflejaban sus ojos. Estaba realmente preocupado por ella y Heather lo amaba por ello.

Se besaron largamente.

– Venga, a la cama -le dijo arropándola y dándole un beso de buenas noches.

Heather cerró los ojos pensando en lo maravilloso que iba a ser compartir todos los días de su vida con aquel hombre tan fascinante y recrearse en la alegría de ser su esposa.

El jefe de la flota de avionetas de Formosa los trató estupendamente y les dejó utilizar su teléfono.

Raúl llamó a sus tíos, que recibieron la noticia con entusiasmo.

– Mi tía está encantada y me ha dicho que va corriendo al bufete de mi tío a contárselo. Te advierto que cuando esta tarde aterricemos en Buenos Aires nos van a cubrir de besos.

– Me apetece mucho conocerlos.

– Mi tía me ha dicho lo mismo de ti y me ha ofrecido el castillo familiar para tu familia -añadió refiriéndose al cháteau que su tatarabuelo le había construido a su mujer, de origen francés, y en el que él se había criado-. Te toca llamar a tu padre -añadió en tono solemne.

Heather marcó el número de la consulta y la recepcionista la pasó rápidamente con su padre.

– ¡Cariño, cómo me alegro de hablar contigo!

Llevo desde ayer intentando localizarte. Llamé a Viena y la doncella me dijo que te habías ido de vacaciones. ¿Dónde estás?

– ¿Estás solo? -le preguntó cerrando los ojos.

– Sí. ¿Qué ocurre? Te oigo rara.

– Estoy bien -contestó mirando a Raúl-. En realidad, no he sido más feliz en mi vida -añadió apretándole el brazo.

– ¡Te han ofrecido tocar en el Albert Hall de Londres!

– No, papá. Esto no tiene nada que ver con la música. Me vaya casar.

– ¿Cómo? -dijo su padre tras un largo silencio.

– Sé que la noticia te toma por sorpresa -se apresuró a decir-Raúl Cárdenas me lo pidió ayer. Hace tres meses nos conocimos en Nueva York y hablamos del tema. Cuando terminé los conciertos, me vine a Zocheetl para estar con él y ya está todo decidido. Estamos de camino a Buenos Aires. Nos vamos a casar en la finca de sus tíos y quiero que vengas cuanto antes para que me lleves al altar. No podría hacer esto sin ti.

– Me dejas de piedra, Heather -lo oyó decir con tristeza. Aquello la hizo llorar-Esto es increíble por muchas cosas y, sobre todo, porque no lo conoces de nada.

– Papá… -lo interrumpió- vamos a tener un hijo para marzo.

– Dios mío.

Heather tragó saliva.

– ¿Vas a venir? Por favor. Raúl va a llamar a Evan y a Phyllis en cuanto yo cuelgue. Quiere que vengan también, así que podríais venir juntos. La familia de Raúl ha insistido en que os alojéis en su casa. Te dejo el número del Cháteau Alarcón. Estaremos allí esta tarde -añadió dándoselo.-Papá, te quiero -murmuró al ver que su padre no decía nada-Tengo muchas cosas que contarte, pero tendrán que esperar.

– Yo también te quiero -murmuró su padre tras un largo silencio, y colgó.

– Raúl… le ha dolido muchísimo -dijo sintiendo que el auricular se le resbalaba de las manos.

Él la abrazó con fuerza hasta que dejó de llorar.

Después llamó a los Dorney.

– Evan me ha dicho que van a ir a la consulta de tu padre y que no te preocupes, que este día tenía que llegar tarde o temprano. Ellos se harán cargo de tu padre.

– Dios los bendiga.

– Me han dado la enhorabuena y me han asegurado que harán todo lo posible para estar aquí mañana.

– Menos mal. Raúl la besó.

– Sé que también tienes que llamar a Franz, pero ahora no nos da tiempo. Tenemos que irnos al aeropuerto.

Ambos se levantaron.

– No le va a gustar lo que le tengo que decir.

Así tengo tiempo de pensar cómo se lo digo -dijo con voz temblorosa.

– Tienes tanto talento que tu padre y tu maestro quieren que lo compartas con el mundo -dijo él retirándole un mechón de pelo de la cara.

– Ante todo, soy una mujer, Raúl, y lo más importante en mi vida es casarme contigo. Me di cuenta de ello durante los horribles tres meses que hemos estado separados.

– Fueron espantosos, pero también es verdad que tu música lleva alegría a miles de personas. -Quizá, pero yo tengo mi motivo de máxima alegría entre mis brazos.

– Heather… -gimió él comiéndosela a besos. Ella se aferró a él. Necesitaba sentirlo cerca.

No le duró mucho porque, en cuanto pusieron un pie en Buenos Aires, sus tíos no se separaron de ellos. Aunque su tío Ramón era más austero de lo que ella esperaba, estaba claro que adoraba a su sobrino.

El matrimonio resultó ser una pareja de lo más sofisticada que hablaba un inglés correctísimo. En cuanto llegaron al cháteau, la señora Cárdenas la instaló en una habitación de invitados porque le dijo que aquellas dos noches eran para prepararse espiritualmente para la boda.

A Heather le pareció bien que la mujer conservara aquellos valores tradicionales. Sus padres también la habían educado para que consumara el acto dentro del matrimonio, pero con Raúl nada había sido normal, se había dejado arrastrar por sus sentimientos.

La tía de Raúl le expresó su deseo de que la dejaran ser una buena abuela cuando llegara el momento.

Heather sintió un inmenso cariño por aquella mujer que había sido la segunda madre de Raúl.

– Me encantará, señora.

– Llámame Teresa -le indicó besándola en ambas mejillas y sellando, así, su amistad.

Aquella misma noche, tras haber hablado con el sacerdote amigo de la familia que los iba a casar, el tío de Raúl fue a hablar con ella.

– Quería hablar contigo a solas porque quiero darte algo que creo que te va a gustar -dijo sacándose una alianza del bolsillo-. Era del padre de Raúl. La tengo guardada desde que murió con la esperanza de que la mujer que Raúl eligiera se la diera el día de su boda -dijo haciendo una pausa-Mi hermano y su mujer fueron muy felices juntos y estoy convencido de que tú también harás muy feliz a mi sobrino.

Heather tuvo que aclararse la garganta.

– Raúl me dijo que usted y su padre estaban muy unidos.

Al hombre se le aguaron los ojos.

– Sí. Aunque le llevaba solo dos años, era mi hermanito pequeño. Cuando su mujer y él murieron en el terremoto, tuve mucho miedo porque no sabía si sería un buen padre.

Heather le apretó la mano.

– Ha criado usted a un hijo estupendo -susurró-. Raúl lo adora y lo admira y entiendo por qué -añadió dándole un beso en la mejilla-Gracias por este regalo tan importante.

Ramón le acarició el brazo y se fue.

A la mañana siguiente, Teresa le propuso ir de compras mientras Raúl iba al aeropuerto a recoger a los Dorney y a su padre.

– Tengo que hablar con él. Es lo mínimo. No he tenido oportunidad de pedirle tu mano y quiero que sepa lo que siento por ti.

Heather sabía que aquel encuentro iba a ser vital y que, aunque su padre estuviera dolido, respetaría más a Raúl si iba con la verdad por delante.

Al volver de compras con Teresa, los vio a los dos hablando en el jardín.

Nerviosa, corrió a abrazar a su padre.

– Papá… Gracias por venir. Siento mucho hacerte sufrir. No te puedes ni imaginar lo que me alegro de que estés aquí!

– ¡Y yo lo que me alegro de que estés viva!-contestó él emocionado-. Tu prometido me ha contado lo del accidente.

– Por favor, dale una oportunidad.

– Lo estoy haciendo. Me he dado cuenta de que es un hombre extraordinario.

Heather asintió.

– Lo quiero como no te puedes imaginar -le susurró al oído.

– Sí me lo imagino, viendo lo que has hecho por él el amor tiene que ser muy fuerte para que un matrimonio vaya bien, Sobre todo, si hay un runo en camino.

– Con hacer a Raúl la mitad de feliz de lo que mama te hizo a ti, me conformaría.

– Tu prometido tiene mucha suerte -le dijo besándola en la frente-Vamos adentro. Evan y Phyllis ya están planeando venir para el nacimiento del niño.

Aquellas palabras significaban mucho para ella, pero sabía que su padre se estaba callando muchas cosas. Se preguntó de qué había hablado con Raúl.

Después de cenar, Raúl la acompañó a su habitación, pero no entró.

– Me muero por saber de qué has hablado con mi padre.

– Él me ha expuesto sus preocupaciones y yo le he asegurado que todo irá bien. Los dos te querernos mucho.

Raúl no le estaba contando todo.

– Raúl…

– Eso es todo, cariño -dijo besándola-Te veré mañana en la iglesia, cuando te vayas a convertir en mi esposa. Esta noche se me va a hacer interminable.

El beso que se dieron hizo que Heather se excitara tanto que temió desmayarse de deseo. Raúl se apartó y se fue por el pasillo. Heather tuvo que hacer un gran esfuerzo para no correr tras él y preguntarle por qué se estaba mostrando tan esquivo.

Se metió en la cama algo preocupada. No durmió muy bien y se pasó la mitad de la noche memorizando lo que tenía que decir en la ceremonia.

Phyllis la despertó a las ocho y una doncella les sirvió el desayuno a ambas. Cuando terminaron, llegó otra doncella con el vestido de encaje blanco y los zapatos a juego que Teresa había elegido para ella. Un tercer miembro del servicio la ayudó a ponerse la mantilla sobre su pelo dorado.

Teresa llegó con un ramo de gardenias y la besó anunciándole que su padre la esperaba en el vestíbulo. Estaba muy guapo con su traje gris nuevo.

Agarrada a su brazo, salieron del cháteau, cruzaron los jardines y se dirigieron a la capilla. Hacía un día maravilloso.

Cuando entraron en la capilla, los familiares y amigos de Raúl los estaban esperando. Se maravilló ante lo bien que su tía había preparado todo con tan poco tiempo.

Raúl la estaba esperando, alto y radiante, con su traje azul y dos gardenias en la solapa. La intensidad de sus ojos negros la hizo enrojecer.

No la miraría así si algo fuera mal. Todo iba bien. Seguro.

Mientras avanzaba por el pasillo junto a su padre, Heather sentía que el corazón se le salía del pecho de felicidad. Al soltarse del brazo de su padre y quedar frente a frente con el hombre al que amaba más que a su propia vida, se preguntó si volvería a latir con normalidad algún día.

El sacerdote le sonrió y comenzó la ceremonia en español. Al cabo de un rato, le hizo una señal con la cabeza para indicarle que había llegado el momento de que pronunciara sus votos en inglés.

Heather tomó aire, agarró la mano izquierda de Raúl con su brazo escayolado mientras con la otra mano le ponía la alianza que Ramón le había dado.

Raúl reconoció la alianza y se le nubló la vista.

– Con este anillo, yo, Heather Sanders, te tomo a ti, Raúl Cárdenas, como esposo -dijo con voz firme.

Raúl la miró y se metió la mano en el bolsillo.

Heather no pudo ahogar una exclamación al ver el maravilloso solitario de zafiro.

Raúl le agarró el brazo escayolado y se lo puso en el dedo corazón.

– Con este anillo, yo, Raúl Cárdenas, te tomo a ti, Heather Sanders, como esposa.

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