Capítulo Seis

– Cariño, ¿por qué vamos por aquí?

Tras abrazar a su sorprendido padre una vez más, Raúl y ella se habían cambiado y se habían montado en la limusina con conductor que los estaba llevando a la selva. Se sorprendió al ver que se dirigían al centro de Buenos Aires cuando ella creía que irían directos al aeropuerto.

– Ya lo verás a su debido tiempo -contestó Raúl poniéndole una mano en el muslo.

Al parar frente a un rascacielos y salir del automóvil, Heather sintió que se le disparaba el corazón. Le había dicho que la luna de miel tendría que esperar, pero, obviamente, había cambiado de opinión.

– ¿Y el equipaje?

– Ya se han ocupado. ¿Vamos?

Ella asintió y Raúl la tomó de la cintura y la hizo entrar en el edificio. Una vez dentro, se dio cuenta de su error.

– ¡Creía que era un hotel!

– No. Es el lugar donde me refugio cuando vengo a Buenos Aires -dijo él mirándola de forma penetrante en el ascensor.

Cuando se abrieron las puertas, la volvió a sorprender tomándola en brazos.

– Me moría de ganas por cumplir con esta tradición -le susurró besándola y abriendo una puerta-Bienvenida a su casa, señora Cárdenas.

Heather supuso que llamaba «casa» tanto a aquel piso como a la cabaña de Zocheetl y no le dio más importancia mientras la paseaba por el elegante ático.

– ¡Qué vistas tan bonitas hay desde aquí! -exclamó mientras él le enseñaba la casa. Desde todas las habitaciones, se veía la ciudad de Buenos Aires.

– Me alegro de que te guste. Espero que también te guste mi regalo de bodas. Lo tienes en el salón.

Heather percibió su emoción mientras la llevaba al salón, donde vio un piano de cola negro Steinway.

Cuando la depositó ante la banqueta, toda la emoción del día de su boda se esfumó.

Ella había soñado con pasar la noche de bodas en el Chaco y se había quedado perpleja.

– Si no tuvieras el brazo escayolado, te pediría que tocaras a Rachmaninoff para mí. Tendré que esperar.

Heather cerró los ojos y dio gracias por la fractura.

¿Quería que diera un concierto en su luna de miel?

– Me han dicho que, como lo han movido, man… Raúl-. ¿Por qué no lo pruebas con la otra mano mientras yo hago un par de llamadas?

¿Cómo?

¿El día de su boda?

Sorprendida y asustada por el cambio que se había obrado en Raúl, se levantó y lo siguió.

– Si tienes que hacer una llamada es porque hay algo urgente que no me has dicho. ¿Qué pasa, Raúl? ¡Dímelo!

– Tengo que estar en Zocheetl esta noche.

– Lo sé. Creí que íbamos allí cuando salimos de casa de tus tíos. No entiendo por qué me has traído aquí. Me podrías haber enseñado tu ático en otra ocasión.

Raúl se giró hacia ella con expresión triste.

– Hemos estado tan liados con el tema de la boda que no he tenido tiempo de hablar contigo sobre mis planes.

Raúl había estado tan esquivo como su padre.

– ¿Qué planes?

– Ahora que estamos casados, vaya hacer cambios en Zocheetl. Voy a contratar a otro médico para poder venir a casa los fines de semana contigo.

Otra vez aquella palabra.

– Zocheetl es nuestra casa.

– No -murmuró él-No es lugar para ti y para el niño. He tomado la decisión de que te quedes aquí, cerca de mis tíos. Buenos Aires es una ciudad muy europea, famosa por sus tiendas. Te lo pasarás tan bien aquí como en Nueva York o en Viena.

Debía de estar teniendo una pesadilla.

– Raúl… -gritó presa del pánico-No estarás hablando en serio! ¿No sabes acaso que no me importa dónde vivamos ni cómo nos ganemos la vida mientras esté contigo?

– En la ceremonia, he prometido cuidarte y protegerte. Lo mejor para ti es quedarte en Buenos Aires.

– ¿Mejor para mí? -le espetó-. He venido hasta aquí para vivir contigo y tú. Me sales con que no vamos a vivir como un matrimonio normal. -¡Raúl, soy tu mujer! No una empleada a la que puedas decir lo que tiene que hacer.

– Exacto. Eres mi mujer y pretendo cuidarte.

Hacerte la vida lo más fácil posible.

– ¿Cómo puedes decirme que vamos a estar separados cinco días a la semana sin haberme dejado demostrarte que soy capaz,de vivir en la selva? Llevo mucho tiempo deseándolo. Phyllys me solía leer tus cartas y me fascinaba tu forma de vida. Durante los tres meses de gira, cada rato que tenía para mí me lo pasaba leyendo sobre el Chaco y sus gentes. ¡Tú vida es una aventura y yo quería vivirla contigo!

– Aunque eso sea cierto, tú eres concertista de piano, Heather. Dentro de cinco semanas, te quitarán la escayola y podrás ensayar, mi amor.

– No soy tu amor. Después de lo que me has dicho, no sé qué soy para ti, pero, desde luego, no tu amada esposa.

– Heather… -le dijo con tristeza.

Fue a abrazarla, pero ella lo rechazó física y emocionalmente.

– Creía que este matrimonio estaba basado en la sinceridad. En Nueva York, me dijiste que nunca dejarías el Chaco, que eras un hombre posesivo y que querías que durmiera contigo todas las noches.

– Entonces, no estaba casado contigo y no creía que hubiera muchas posibilidades de que algún día fueras mi mujer. Sin embargo, ahora que eres mía, quiero lo mejor para ti.

– Cómo voy a tener un hogar contigo si tú no estás aquí? -preguntó desafiante-. Me he casado contigo pensando que íbamos a estar juntos.

– Tú eres el único hogar que necesito, Heather. La habitación empezó a darle vueltas.

– ¿ Y qué pasa con lo que yo necesito? -gritó-No soy una figura de porcelana que puedas admirar cuando te dé la gana. No soy de tu propiedad. Estoy aquí para compartirlo todo. Claro que sé que vivir en el Chaco es muy duro, pero el hecho de que me propongas que vivamos la mayor parte de la semana separados me duele y me parece ridículo!

Raúl empalideció.

– No tengo derecho a pedirte que abandones la música por mí. Si te quedas a vivir aquí, podrás compaginar el piano y tu maternidad.

Heather negó con la cabeza. Aquello no podía estar sucediendo. Cuando creía que habían superado todos los obstáculos…

– Nunca he querido ser concertista de piano-confesó-. ¡ Si hubiera sido así, no estaría aquí contigo! -añadió sintiéndose liberada al decir la verdad.

– No te creo -dijo él incrédulo.

– ¡Pues no me creas! -gritó furiosa-. Pero te advierto que no pienso tocar este Stemway. Será mejor que se lo des a otra persona. ¿No te acuerdas de que gané otro piano? ¡Y lo deje en casa de mi padre para no tocarlo nunca! -Añadió con los ojos encendidos-¿Por qué te has casado conmigo, Raúl? Desde luego, no ha sido porque quisieras una compañera para vivir!

Él la agarró de los hombros.

– ¿Cómo me puedes decir eso después de lo que hemos compartido?

– Hace unos minutos, iba de camino al Chaco con el hombre a quien amaba, pero otro hombre me condujo a su ático, un hombre que no se parece en nada a mi amado. ¿Para qué has montado la farsa de pronunciar tus votos si no tenías ninguna intención de dejarme ser tu esposa? No hacía falta que me cambiara el apellido si solo me quenas tener cerca para cuando te apeteciera divertirte.

– No hables así, Heather -dijo intentando besarla.

– ¿Cómo? -Dijo ella zafándose-¿Qué pasa? ¿ Crees que no estaré a la altura de Elana, que no podré acostumbrarme a vivir en la selva?

– Yo no he dicho eso. Lo único que quiero es que tú y el niño estéis bien y que puedas seguir tocando.

– ¿Para que puedas tener todas las aventuras que quieras? Estoy empezando a pensar que lo que he oído sobre los hombres suramericanos es cierto, que tienen una esposa e hijos y una querida. ¿Por eso te enfadaste con Marcos, porque sabes que todo vale?

Raúl la volvió a agarrar.

– ¿ Crees que me habría casado a mi edad si me interesara otra mujer?

– Solo te has casado conmigo porque estoy embarazada de ti -contestó ella con calma-Como eres un hombre de honor, no has tenido más remedio que atarte a mí, pero no te preocupes, porque las ataduras se pueden romper.

– ¿De qué estás hablando?

– Para lo inteligente que eres, me sorprende que lo preguntes. Compartimos una noche en Nueva York, fue increíble, pero se acabó -dijo yendo a la habitación principal, en la que había visto un teléfono.

Él se puso en medio.

– Me parece que estamos teniendo nuestra primera pelea.

– Y la última -le espetó esquivándolo y buscando en el bolso el número del cháteau.

– ¿Qué haces?

Heather tragó saliva y luchó para no llorar.

– Prefiero vivir con el recuerdo maravilloso de aquella noche que con el horror que estamos montando ahora, así que vaya hacer lo único que puedo hacer. Dejarte.

Raúl se cruzó de brazos.

– Tú no vas a ningún sitio. Tu pasaporte lo tengo yo.

– ¿Y qué? ¿Me vas a encerrar aquí? Empiezo a creer que eres capaz de todo. Nunca lo hubiera creído -murmuró desesperada.

– Cariño…

– ¡No me llames cariño nunca más!

– Heather… por amor del cielo…

– El amor no tiene nada que ver con lo que sientes por mí. Empiezo a sospechar que, si no me hubieras oído tocar el piano, jamás te habrías interesado por mí -dijo mirándolo-¿ Tengo razón? Tener una mujer pianista que pasear ante los amigos te atrajo. Por eso fuiste a Juilliard aunque me dijiste que no deberías haberlo hecho. Ahora soy yo la que te digo que nunca debí venir a Argentina. Por suerte, tu tío es abogado. Dile que me mande los papeles del divorcio a Salt Lake.

– No habrá divorcio, Heather -dijo él muy serio.

– Bien. De todas formas, me voy. Me voy a Salt Lake, buscaré una casa y daré clases de piano para poder estar con el niño en casa. Cuando quieras verlo, no tienes más que ir a visitarnos todo el tiempo que quieras -concluyó marcando.

Él le arrebató el auricular y colgó.

– Me he perdido los primeros tres meses de tu embarazo y no tengo intención de perderme un día más. Si quieres vivir en Zocheetl, muy bien, pero por tu bien y el del bebé, será según mis condiciones.

Esa era la verdad.

Raúl no daba su brazo a torcer porque la quisiera. Nunca la había querido. Nunca le había interesado tener una noche de bodas. Debía de pensar que ya la habían tenido hacía tres meses.

¡Había accedido a dejarla vivir con él en su preciosa selva solo porque llevaba su hijo dentro! Le había dicho que era un hombre posesivo y se lo estaba demostrando.

Ningún hombre como Raúl querría que sus familiares y amigos supieran que, a las tres horas de la boda, la pasión de su matrimonio se había terminado. ¿Cómo les explicaría a todos que su recién estrenada mujer se había ido a Estados Unidos?

Era una cuestión de orgullo y de eso le sobraba a él.

Como se culpaba a sí misma de verse en semejante situación, decidió permanecer con él hasta que naciera el bebé. Luego, con la excusa de que no aguantaba la selva, volvería a Salt Lake e iniciaría los trámites de divorcio. Pero eso no se lo iba a decir. Todavía, no.

– Nuestro matrimonio es una farsa y los dos lo sabemos, Raúl -dijo avanzando hacia el baño para dar rienda suelta a sus emociones.

Dos poderosas manos la agarraron de la cintura y Raúl la atrajo hacia sí para acariciarle la mejilla con los labios.

– Heather, estás exagerando. No hablas en serio. Todavía nos quedan dos horas hasta que nos tengamos que ir al aeropuerto. Vamos a aprovechar el tiempo -propuso él con aquella voz ronca a la que, normalmente, no podía resistirse. Sin embargo, su mundo se había desmoronado y no creía que pudiera volver a colocarlo.

– Raúl, por favor, suéltame.

– No quieres que te suelte, mi amor…

– ¡Claro que quiero que me sueltes! -Le grito apartándose con inmenso dolor-Hasta que he visto el piano y me he dado cuenta de que todo lo que me habías dicho era mentira, lo único es lo que podía pensar era en hacer el amor contigo, pero ya no es así. Para ti, solo sirvo para dos cosas: acostarte conmigo y que te toque el piano. Solo pensar en tus caricias, me da asco. Pero no te preocupes, te doy permiso para que tengas las aventuras que quieras, como antes de conocerme.

Tal vez, encuentres a alguna que sepa tocar Rachmaninoff -concluyó con sarcasmo. Le produjo un gran placer ver su cara sombría-Cambiando de tema. Ya que me has dicho que esta ciudad es famosa por sus compras, me voy a ir a comprar cosas que necesito. Así, podrás hacer esas llamadas en privado.

– ¿No quieres que vaya contigo?

– No, a no ser que te interese el maquillaje -contestó ella agarrando el bolso-¿Podrías hacerme el favor de llamar a un taxi y decirle que esté aquí dentro de cinco minutos?

– Tienes que comer antes algo.

– Ya he comido en el banquete de boda.

– Pero si apenas has tocado la comida.

– Porque solo podía pensar en la noche que iba a pasar con mi marido y eso me había quitado el apetito. Ahora que sé que no va a producirse esa noche, me parece buena idea comer algo -dijo sarcásticamente-Dile al taxi que sean diez minutos -añadió metiéndose en el baño y cerrando la puerta.

Cuando se repuso un poco del inmenso dolor que le había destrozado el corazón, salió y fue a la cocina para tomarse lo que le había preparado Raúl.

– Cuando haya terminado las compras, iré al aeropuerto directamente. ¿A qué hora hay que estar allí?

– A las cuatro.

– Te acompaño abajo.

Cuando se metió en el taxi, Heather no le dejó que la besara en la boca y le puso la mejilla.

Al cabo de dos horas, llegó al aeropuerto muy contenta con sus compras, que había pagado con su dinero y no con la tarjeta de crédito que Raúl le había dado el día anterior. Lo vio en mitad de la multitud. Con su altura, era imposible no verlo. Aunque el amor ya no formaba parte de sus vidas, supuso que nunca dejaría de temblar al ver al hombre más guapo que había visto en su vida.

Le dio al taxista una buena propina mientras Raúl iba hacia ellos. Le abrió la puerta y se quedó mirando la cuna que llevaba ella en el regazo. -Hay dos cajas más en el maletero, así que vamos a necesitar un carro.

– Ya veo -contestó él llamando a un mozo-Nos vamos a tener que dar prisa si querernos facturar todo esto -añadió agarrándola del brazo y entrando rápidamente en la terminal.

Con mucha fuerza de voluntad, consiguió mantener conversaciones triviales con él hasta que llegaron a Formosa. Él no preguntó nada de las cajas hasta que tomaron la avioneta con destino a la selva.

Una vez sentados en ella, Raúl le tomó la mano y ella no la apartó, pero no respondió a sus caricias y siguió mirando por la ventana.

– ¿Cuánto voy a tener que esperar para que me lo cuentes?

– ¿Te refieres a las cajas?

– A las cajas y a otras cosas -contestó él dándole un beso sensual en el cuello.

Heather supuso que él esperaba que se le hubiera pasado el enfado y las cajas contuvieran algo como una oferta de paz. Nada más lejos de la realidad ya que había comprado aquello para mantenerse ocupada en la selva, pero se le ocurrió algo.

– Como tú te has tomado la molestia de hacerme un regalo de boda, yo también te he querido hacer uno -mintió.

– Lo abriré en cuanto lleguemos a Zocheetl -dijo él contento.

– Me temo que vas a tener que esperar mucho más.

– Entonces, déjame que satisfaga una necesidad que tengo desde que te fuiste de compras -le dijo agarrándola y besándola.

Mientras la avioneta tomaba altura, Heather se sometió a aquella invasión de su boca, que le causó un gran sufrimiento porque estaba convencida de que no la quería y de que solo la estaba utilizando.

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