Reid llegó a casa de Gloria y se encontró a Lori esperándolo. Habían pasado las cuatro y su turno había terminado. El coche de Sandy estaba aparcado y eso quería decir que no había motivo para que Lori siguiera allí. A no ser que quisiera verlo.
Ver a aquellos niños con sus bates nuevos le había venido muy bien para sentirse menos desastroso. Que Lori estuviera esperándolo aumentaba sus buenas vibraciones.
– Te has quedado -la saludó Reid.
– Tengo que hablar contigo. En privado.
A él le gustó la idea. Por algún motivo que no podía entender, seguía acordándose de aquel beso. Quería repetirlo, pero no había encontrado la ocasión. Siguió a Lori a la parte de atrás de la casa. Allí había una pequeña habitación con una televisión y un equipo de música. Entraron y Lori cerró la puerta. Él se acercó a ella expectante. Ella le detuvo con una sola frase.
– Han llamado de una productora de televisión preguntando por ti.
El deseo se le congeló y se esfumó.
– ¿Qué les has dicho?
– Mentí. Dije que no sabía dónde estás y que tampoco sabía de qué estaban hablando.
– Gracias.
– No me las des. No quiero tener que hacer estas cosas. Ya tuve bastante con la periodista emboscada.
– No puedo detenerlos. ¿Qué quieres que haga?
– No ser así. No acabo de entender quién o qué eres. Por un lado, tienes momentos en los que eres amable e inteligente. Por otro, parece que sólo te interesa acostarle con todas las mujeres del país. No tiene sentido.
No parecía molesta, más bien desconcertada e impotente. Se puso en jarras y lo miró.
– ¿Cómo puede interesarte tanto la cantidad? ¿Cómo es posible que te de igual la persona que lleva dentro?
– Para ti, sólo importa qué hay dentro… -dijo él.
– Naturalmente. Quiero tener alguna relación con mi pareja sexual. Eso te parecerá reaccionario.
– No.
Reid se preguntó por los hombres que habrían pasado por su vida. ¿Quiénes eran y por qué no se había casado? ¿Se habría negado ella o no se lo habían pedido?
– ¿Sales con alguien?
– ¿Cómo? No, pero ésa no es la cuestión.
– Entendido. Era mera curiosidad.
– No estamos hablando de mí -Lori se cruzó de brazos-. Explícame el proceso mental, Reid. ¿Por qué actúas de esa manera?
Podría darle cien respuestas distintas. Argumentos ingeniosos que había empleado otras veces, pero no quería emplearlos con Lori.
– No soy el tipo de hombre con el que se casan las mujeres. No soy el tipo de hombre con el que las mujeres mantienen una relación seria.
Lori esperó un instante, abrió la boca y volvió a cerrarla.
– ¿Ya está? ¿Te portas como un perro con las mujeres porque no es culpa tuya?
– No soy un perro. Digo muy claramente lo que va a pasar y lo que no. Digo la verdad.
– Tienes razón. Perdóname -Lori se sentó en el sofá de cuero-. ¿Dices que actúas así porque el mundo espera muy poco y has decidido vivir a su altura?
Él no lo habría dicho así y se sintió incómodo. ¿Cómo habían empezado a hablar de eso? Se sentó en el otro extremo del sofá.
– No tienes muy buen concepto de mí.
– No me das motivos para tenerlo mejor.
Tenía razón. Normalmente, no le importaba lo que las mujeres pensaran de él. Había suficientes que lo adoraban y las demás le daban igual. Sin embargo, Lori era distinta por algún motivo.
– Hubo una chica -dijo Reid lentamente-. Jenny, la conocí cuando entré en un equipo filial. Todos los equipos importantes tienen equipos filiales para formar jugadores.
Ella sonrió y él pudo ver la arrugas que se formaron en los pliegues de los ojos.
– Sé lo que es un equipo filial. No soy muy aficionada, pero tampoco una ignorante absoluta.
– Perfecto. Conocí a Jenny y fue maravilloso desde el principio. Era guapa, lista y graciosa y yo estaba loco por ella.
Lori se revolvió en el sofá y torció el gesto.
– Así que fuiste normal una vez.
– Más que eso. Estuve enamorado.
No le gustaba recordarlo. Aquellos tiempos con Jenny fueron los mejores de su vida, pero el accidente… No sabía si se repondría alguna vez.
– No puedo imaginarte enamorado. ¿Quieres decir siendo fiel y deseando tener un porvenir enamorado?
Ella lo dijo vacilantemente y él quiso pensar que se debía a la envidia o algo parecido, pero tuvo la sensación de que era incredulidad.
– Le pedí que se casara conmigo.
– No lo sabía -susurró Lori.
– Nadie lo sabe.
Reid se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando el suelo. Sin quererlo, recordó todo lo ocurrido aquella noche. Llovía, aunque hacía calor. No hubo partido por la lluvia. El campo estaba machacado después de tres días jarreando. Jenny y él estaban sentados en los escalones que llevaban a su casa. Recordó la sensación de su cuerpo cerca del de él y cómo le brillaba el pelo largo y rubio a la luz de la luna. La miró y supo que era la mujer más hermosa que había visto. Era todo lo que había deseado siempre: alguien a quien podría querer toda la vida. Le pidió que se casara con él.
– Ella no quiso.
Lo dijo inexpresivamente, como si aquellas palabras no tuvieran significado. Como si no recordara lo que sintió al oír su risita de sorpresa.
– Lo siento -dijo Lori.
– No lo sientas todavía, eso sólo es una parte. Dijo que no estaba interesada en casarse conmigo. Que creía que yo era muy divertido y fantástico en la cama, pero el matrimonio ni se lo planteaba. Que no era el tipo de hombre con el que se casaban las mujeres. En realidad, estaba saliendo con alguien. Él iba a pedírselo y ella iba a aceptar. Yo era el tipo de hombre con el que las mujeres se daban el último revolcón, pero no con el que querían compartir un trayecto largo.
Lori pasó la noche muy inquieta y la mañana fue complicada. No conseguía concentrarse en lo que hacía, sobre todo, porque no paraba de revivir la conversación con Reid.
Sabía que había dicho la verdad, pero le costaba creer que una mujer lo rechazara tan fácilmente. Efectivamente, era demasiado guapo para ser de verdad, pero también era encantador y divertido. Además, sólo de pensar que volvía a besarla, le flaqueaban las rodillas por muy humillante que eso fuera. Al parecer, conocerse a sí misma no tenía nada que ver con ser inexpugnable. No podía dejar de dar vueltas en su cabeza a lo que él le había contado: que lo hubiera dejado alguien de quien estuvo enamorado, que lo hubiera rechazado sin compasión. Tenía que haber algo más.
Lori sabía que muchas preguntas se quedarían sin respuesta; sobre todo, por qué le resultaba tan fascinante todo aquello. No quería saber la respuesta a eso.
Terminó de retirar los platos de la comida y de meterlos en el lavaplatos. Luego, fue a ver a Gloria. La paciente dejó el libro que estaba leyendo cuando entró ella.
– La mujer de mi nieto mayor va a venir a visitarme -Gloria lo dijo con más resignación que agrado-. Acaba de tener una hija. El padre biológico lo consiguió en un banco de esperma. ¿Puedes creértelo? No entiendo que Cal quisiera volver con una mujer que hace algo así. Como si fuera una vaca de cría que…
Lori arqueó las cejas. Gloria tomó aliento y se calló.
– La mujer de mi nieto va a venir a visitarme -empezó otra vez-. Va a traer a su hija. ¿No te parece maravilloso?
– Creo que te gustará la compañía -Lori sonrió.
– Me gustan los bebés -dijo Gloria lentamente-. Independientemente de dónde… -volvió a callarse-. Penny es guapa, seguro que su hija será muy atractiva.
– Vas avanzando -la animó Lori-. ¿Qué tal te sientes?
– La mayoría de las veces, ridícula -reconoció Gloria-. Pero tienes razón. Tiene importancia. Quiero que mi familia forme parte de mi vida y si ése el precio, lo pagaré.
– Las cosas que hacemos por amor…
– O que no hacemos -replicó Gloria mirándola fijamente-. ¿Por qué no estás casada?
– Nadie me lo ha pedido.
– Me extraña. Eres muy apta.
Lori supo que tras ese calificativo tan poco estimulante había un halago sincero.
– Vaya, debería bordarlo en un almohadón: «Muy apta».
– Sabes lo que quiero decir. Eres el tipo de mujer que sería una buena esposa.
– A ti te lo parezco, ¿verdad? Sin embargo, al parecer, los hombres han decidido que pueden vivir sin mí.
Lori lo dijo con desenfado, sin reconocer que podía sentir cierto resquemor. Tenía casi treinta años y ningún hombre se había enamorado de ella. La teoría de su hermana era que siempre elegía hombres que nunca le gustarían para que le fuera más fácil poder mantener las distancias. Ella no estaba segura. Nunca se había enamorado, así que Madeline podía tener razón. Además, efectivamente, se inclinaba hacia hombres que no le causaran problemas.
Excepto con Reid. Ella nunca le gustaría, pero podía soñar con él. Había pasado toda su vida sin encapricharse de nadie. ¿Por qué tenía que pasarle en ese momento y con él?
– No eres suficientemente sexy -sentenció Gloria.
– ¿Cómo dices? -Lori la miró fijamente.
– Los hombres son unos necios con el sexo. Lo han sido siempre. No resaltas tus atractivos.
– Me visto adecuadamente para mi trabajo.
– No me cuentes que eres así durante el día y completamente distinta el resto del tiempo. Te has especializado en camuflarte con el entorno. No vas a engañarme. Dame el bolso.
Lori agarró el bolso de cuero y se lo dio.
– A lo mejor me gusta como soy -replicó Lori algo molesta-. A lo mejor no agradezco tu crítica.
Gloria se puso las gafas y sacó una agenda electrónica.
– Soy la reina de las arpías. ¿Qué te hace pensar que me importa?
Lori intentó disimular una sonrisa, pero no lo consiguió.
– No es para tanto.
– Soy eso y más. Anota este número de teléfono -Gloria la miró por encima de las gafas y luego lo leyó-. Habla con Ramón y sólo con él. Dile que vas de mi parte. Eso le meterá un miedo atroz en el cuerpo.
– ¿Quién es Ramón?
– Mi peluquero. No temas. Soy una señora mayor y me peina como yo le digo, pero podría hacer algo maravilloso con tu pelo.
Lori contuvo las ganas de pasarse los dedos por el pelo. Siempre había sido un desastre que ella no había sabido dominar y siempre se había preguntado si un buen corte serviría para algo. Sin embargo, le había dado miedo y lo había dejado largo y recogido con una trenza. Aun así, se sintió tentada. ¿Si cambiaba de peinado, Reid la miraría de otra forma? Le fastidió muchísimo que eso fuera lo primero que se le ocurriera.
– Gracias. Me lo pensaré.
– Llamarás -insistió Gloria-. Es una orden.
– A sus órdenes.
– Muy bien -Gloria miró el reloj-. Ahora deja el bolso y ayúdame en el cuarto de baño. Penny llegará en cualquier momento.
Veinte minutos más tarde, Lori abrió la puerta y se encontró con una mujer muy atractiva que llevaba un bebé en brazos. La mujer parecía tensa y temerosa.
– Soy Penny Jackson -se presentó con una sonrisa forzada-. No Buchanan, algo que, estoy segura, Gloria no soporta. Para tratarse de una mujer que fue precursora en su tiempo, tiene un concepto bastante peculiar del resto del mundo. A mí me da igual, pero es la abuela de Cal y mi abuela política, de modo que, aunque quiera que me dé igual, me afecta -hizo una pausa, tomó aliento y pareció calmarse-. Seguramente estarás pensando que no quieres dejar entrar a una demente. Lo entiendo.
– Soy una profesional -Lori sonrió-. Los dementes no me asustan.
– Me alegro. ¿Y las ancianas perversas?
– No sé lo que es el miedo.
– Me encantaría poder decir lo mismo.
– Ya lo dirás. Soy Lori Johnston, le enfermera de día de Gloria -se presentó-. Pasa.
– ¿Es necesario? -preguntó Penny mientras entraba-. Estoy casada con Cal, el nieto mayor de Gloria. Seguramente ya lo habrás adivinado por mi verborrea. Ésta es Allison.
Lori sonrió al bebé e intentó hacer caso omiso del tic-tac de su reloj biológico.
– Es preciosa -dijo sinceramente.
Allison era sonrosada y con una pelusa rubia. Olía a polvos de talco y vainilla y su boca era como un capullo de rosa.
– A mí también me lo parece. Tendrías que ver a Cal. Se le cae la baba. Sé que a algunos hombres les agobian los niños, pero a Cal no. Quiere participar en todo. Incluso le da rabia que le de el pecho porque él no puede ayudar -suspiró-. Es un hombre estupendo.
Lori sintió una punzada de envidia. No porque le interesara mínimamente el marido de Penny, sino porque era tan tonta que también quería un hombre estupendo. Algo muy improbable cuando nunca se había enamorado. Esa falta de amor no era una cuestión sólo suya, al fin y al cabo, nadie se había enamorado de ella. No supo si eso era un consuelo.
Lori tomo la bolsa de pañales que Penny llevaba colgada del hombro.
– La dejaré en la cocina. ¿Quieres algo mientras estás con Gloria? ¿Un té? ¿Un café?
– Me gustaría decir que una escapatoria -Penny suspiró-, pero tengo fama de dura. Incluso de complicada. Una vez apuñalé a un hombre. Fue por accidente, pero me niego a tener miedo de una mujer anciana.
– ¿Apuñalaste a un hombre? -preguntó Lori con los ojos como platos.
– Si sobrevivo a esto, le lo contaré -levantó la cabeza y sacó pecho-. Estoy preparada.
– No hace falta que te prepares -la tranquilizó Lori-. Todo saldrá bien. Gloria ha cambiado.
– Eso he oído decir, pero como no he visto que las ranas tengan pelo, me reservo el veredicto.
Lori la acompañó a los aposentos provisionales de Gloria.
– Ha venido Penny -anunció mientras se apartaba de la puerta.
Gloria se incorporó en la cama y sonrió con amabilidad.
– ¡Penny! Qué alegría me da verte. Muchísimas gracias por venir. Sé que tienes que estar muy atareada ocupándote de Allison y cocinando esas deliciosas comidas en el restaurante.
Penny se quedó estupefacta y miró a Lori. Luego, volvió a mirar a Gloria.
– Pasa -la invitó Gloria con cortesía-. ¡Qué niña tan guapa! Es perfecta e igualita que tú.
Lori hizo lo posible por no parecer orgullosa, salió de la habitación y cerró la puerta.
Una hora más tarde, Cal llegó con Reid pisándole los talones. Llevaban unas bolsas enormes con comida del Downtown Sports Bar. Lori sabía que Reid, en teoría, trabajaba allí, pero últimamente no había ido mucho. Ella no se lo reprochaba. Todo el mundo quería hablar de lo inepto que era en la cama o comprobar que no lo era.
– Tu mujer y tu hija ya han llegado -le comentó Lori mientras tomaba las bolsas de Cal-. Iré preparándolo. ¿Queréis comer en la habitación de Gloria o en el comedor?
Cal miró a Reid y éste señaló con la cabeza hacia la habitación de Gloria, donde Penny y Allison seguían.
– Me gustaría estar de humor para comer… -dijo Cal con recelo.
– Lo estarás -le aseguró Reid-. Confía en mí. Pasa, saluda y si le desquicia, comeremos en el comedor.
– Quieres reírte de mí, lo presiento.
– ¿Haría yo algo así? -preguntó Reid con tono de inocencia.
– Sin pestañear -contestó Cal antes de ir al recibidor.
Reid siguió a Lori hasta la cocina.
– ¿Qué tal va todo con Penny? -preguntó él.
– No he oído gritos y eso es una buena señal.
– Sí…
Él empezó a sacar la comida y ella hizo lo mismo, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no decir nada al abrir envases con alitas de pollo, salsas variadas, ensalada de espinacas con alcachofas, gambas fritas, patatas y taquitos. Oyó una risa detrás de ella y se dio la vuelta.
– Dilo -la animó Reid con una sonrisa-. Estás deseando gritarme por la comida, ¿verdad?
– No sé a qué te refieres.
– Mentirosa.
Estaba tan cerca de ella que podía ver los tonos marrones y dorados de sus ojos. Sonrió levemente y ella se estremeció. La comida dejó de importarle y quiso estrecharse contra él para repetir la escena del beso. Algunos detalles lo impidieron. Por ejemplo, que, salvo el fugaz beso al saludarla en su casa, no había vuelto a intentarlo, y que, además, no estaban solos en la casa. Sin embargo, el verdadero motivo fue el miedo a que la rechazara. Reid era de los que tomaban lo que querían y ella estaba allí, casi suplicándolo. Que no hiciera nada era muy elocuente.
– No le gusta la comida -dijo él.
Ella tardó un instante en saber a qué se refería.
– Seguro que es muy buena -contestó Lori.
– No te parece sana -replicó él.
– Yo no voy a comerla.
– Vamos, Lori -Reid sonrió un poco más-. No te reprimas. Estás deseando gritarme y yo oírte. A lo mejor lo entiendo. Grasas, calorías vacías, nada de verdura… Bueno, menos las espinacas y las alcachofas. Algo es algo, ¿no?
Las ganas de besarlo se esfumaron entre la indignación. Sabía que estaba metiéndose con ella, pero no le importó. Una buena discusión sobre sus hábitos alimenticios podría conseguir que se olvidara de cuánto le dolía desear a alguien que no la correspondía.
– Eres un adulto, no un adolescente. Más aún, has sido un atleta. Te han enseñado lo que le conviene a tu cuerpo. Esta bazofia te matará. Ésa es la mala noticia. La buena es que morirás lentamente y tendrás tiempo de disfrutar de tu viaje a las tinieblas.
– Así me gusta.
– Lo digo en serio -Lori entrecerró los ojos-. Come verdura y fruta. Para esto, bébete un litro de lejía y acabarías antes.
– No va a hacerte caso.
Ella se dio la vuelta y vio a Cal en la puerta.
– Lo sé. Me deshago porque lo necesito, no porque quiera cambiarlo.
– Bien hecho -Cal se acercó a ella-. Aunque si hay alguien capaz de hacerle entrar en razón, creo que serías tú. Parece que puedes obrar milagros.
A ella se le paró el pulso por un instante. ¿Podía cambiar a Reid? ¿Cómo? ¿Le había dicho algo a su hermano? ¿Cal había captado que a él le gustaba ella o que él…?
– No sé qué le has hecho a Gloria -siguió Cal-, pero es increíble.
¡Se trataba de Gloria! Lori recuperó el pulso.
– Sólo le hice ver las posibilidades -contestó ella con un tono jovial que intentó parecer convincente-. Ella tomó la decisión de cambiar. Es un proceso que lleva tiempo, pero va bien.
– Mejor que bien -apostilló Cal-. No sé cómo agradecértelo.
– No hace falta que me lo agradezcas.
Reid le rodeó los hombros con un brazo.
– ¿Las elijo bien o no?
– A mí no me engañas -replicó Lori-. La agencia de enfermeras te mandó una lista de nombres y elegiste al azar.
– Eso no lo sabes -Reid pareció ofendido.
– Apostaría algo.
– No se traga tus cuentos -intervino Cal-. Me gusta.
– Hace que sea sincero -reconoció Reid-. Nadie lo había conseguido.
Lori intentó complacerse con el cumplido, pero no quería conseguir que Reid fuera sincero, quería conseguir mantenerlo despierto durante noches de placer desenfrenado.
– Sincero, ¿eh? -Cal arqueó las cejas-. Interesante…
– Sí… Fascinante -farfulló Reid-. Vamos a comer. Gloria tendrá hambre.
– Ni hablar. Tu abuela no va a comer esa comida espantosa.
– Crees que lo sabes todo, pero no -replicó Reid mientras se apartaba de ella.
Entonces, él le dio el plato de alitas de pollo con el cuenco de salsa en medio.
– Cal, lleva el resto -siguió Reid-. Yo llevaré platos y servilletas. Dile a Penny que no quiero quejas sobre la comida. Ahora que es una chef consumada, se queja demasiado.
Lori se sintió incómoda mientras llevaba el plato a la habitación de Gloria. Había demasiada familia y no quería que nadie creyera que daba por supuesto que era una más. Sin embargo, cuando entró, vio que había cuatro sillas junto a la cama de Gloria. Lori dio vueltas con la comida y los platos hasta que Reid la sentó en una silla y se sentó a su lado.
– Yo debería… -empezó a decir hasta que Reid le dio un plato lleno de comida frita.
– Come -le ordenó él.
– Pero…
Reid agarró un taquito y se lo puso entre los labios.
– Come.
Ella comió y la conversación fue como la seda. Escuchó mientras hablaban de los negocios y de la familia. Ya conocía a Walker y podía situarlo, pero todavía no había visto a Dani, la hermana de Reid y Cal.
– Walker le ha tomado la medida al negocio -comentó Cal-. Las ventas han aumentado
– Eso me fastidia un poco -reconoció Penny-. Me he ausentado durante casi dos meses. ¿Cómo han podido aumentar las ventas sin que yo supervisara las comidas? No soporto la idea de ser sustituible.
– Nunca lo serás -le dijo Cal.
Gloria mastico y tragó.
– Evidentemente, has dejado una plantilla bien formada. Además, Walker dijo que había aumentado la publicidad. Eso no habría servido de nada sin tus magníficos menús.
Cal y Penny se intercambiaron una mirada de perplejidad.
– Gracias -susurró Penny.
Lori se sintió como una madre orgullosa que presenciaba la primera representación de su hija. Quiso recordarles a todos que Gloria no era mala. Sólo se había descaminado, pero prefirió no decirlo y estropear el ambiente. A cambio, disfrutó de esa comida mortífera y de la proximidad de Reid. Era una sandez absoluta fingir que todo aquello era real. Fingir que era una más y que Reid… ¿qué? ¿Que le gustaba Reid?
El anhelo era tan intenso como estúpido. Si fuera amiga de alguien en su situación, le aconsejaría que se olvidara de un hombre que estaba fuera de su alcance y que siguiera con su vida; perdía el tiempo soñando.
Reid le pasó un par de alitas de pollo.
– Es una receta secreta -le susurró al oído-. Te encantarán.
Él le guiñó un ojo mientras hablaba. Hablando de encanto, ella ya sabía más cosas de su pasado y no podía pensar que tenía la misma profundidad emocional que una galleta. Era algo más que un hombre guapo. Eso le sirvió de poco. Él seguía tan lejos de su alcance como la luna y ella era como un lobo que aullaba por lo que nunca alcanzaría.