Lori dejó que la llevara hasta su inmenso dormitorio. Le pareció que los muebles eran oscuros y que la cama era tan grande como toda su cocina. La soltó, encendió la lámpara de la mesilla y quitó la colcha.
¡Iban a acostarse! Ella se recordó que era lo que quería casi desde la primera vez que lo vio. Sin embargo, le pareció raro. Todo era demasiado premeditado. Se volvió hacia ella y Lori no supo qué hacer. ¿Tenía que desnudarse? Era un hombre al que todas las mujeres adoraban. ¿Cómo esperaba que transcurriera todo?
– Quítate los zapatos -dijo él mientras se acercaba.
– Muy bien.
Se quitó los zuecos de enfermera y los alejó con el pie. Las instrucciones facilitaban las cosas.
Él se puso detrás de ella.
– Tranquila -le pidió él con un tono susurrante.
– Me extrañaría.
– ¿Te apuestas algo?
– Claro. Me debato entre la excitación y el espanto, algo que supongo que no debería decirte. No sé cómo saldrán las cosas.
La besó en el cuello con las manos en los hombros. El beso la pilló desprevenida. No sabía nada de su cuello. Servía para sujetarle la cabeza y a veces se acordaba de ponerle crema, pero nunca lo había considerado mínimamente erótico. A partir de entonces, lo haría. Él le pasó los labios separados por la piel y a ella se le puso la carne de gallina. La sujetó con delicadeza y lentamente, muy lentamente, fue bajando hasta el jersey.
Era sólo un beso, el contacto de sus labios sobre la piel con un leve roce de la lengua, pero fue unos de los momentos más sensuales de su vida. Los pechos se le endurecieron y quiso sentir sus manos sobre ellos y los pezones en su boca. Notó el calor entre las piernas.
Quiso darse la vuelta, pero él no lo permitió.
– Espera. Todavía tenemos que hacer muchas cosas.
¿Muchas cosas? ¿Como qué?
Él le agarró el borde del jersey y empezó a subírselo. Ella le ayudó a quitárselo y lo tiró a una butaca. Quiso darse la vuelta y él se lo impidió otra vez. Volvió a posarle la boca en el cuello. La besó lenta y minuciosamente. Bajó por el hombro y se lo mordió levemente. Ella se estremeció. La agarró de las caderas para sujetarla. Ella no pudo evitar pensar que quería que esas manos hicieran algo mucho más interesante. Entonces, perdió el sentido cuando le pasó los labios por la espalda y le lamió la espina dorsal. Sin prisa, la besó una y otra vez hasta que le pareció que el tiempo se había detenido. Estaban solos en otra dimensión. El deseo le palpitaba al mismo ritmo que su pulso, pero agradecía el placer de hacerlo durar.
Él volvió al cuello y le pasó la lengua por detrás de la oreja. La excitó y le hizo cosquillas. Ella dejó escapar un risita, pero se quedó sin aliento cuando notó que se le caía el sujetador. Ni siquiera se había dado cuenta de que se lo hubiera soltado.
La tomó de las caderas y subió las manos hasta la cintura mientras le mordía el hombro izquierdo y luego se lo lamía para aliviárselo. Lori no sabía qué notó antes, si el contado de su boca o el movimiento de sus manos cuando le tomaron los pechos. Todavía detrás de ella, le tomó los pezones entre los pulgares. El placer se apoderó de su cuerpo y le temblaron las piernas.
– Abre los ojos -le susurró él al oído.
Esas palabras la sorprendieron tanto que ella obedeció. Bajó la mirada y vio sus manos bronceadas que le acariciaban la piel. Le ardieron las mejillas, pero no pudo desviar la mirada. Ni siquiera cuando volvió a tomarle los pezones y ella pudo ver y sentir lo que estaba haciendo. Él presionó el pene erecto contra su trasero y ella deseó que los dos estuvieran desnudos para poder tenerlo dentro. Sabía que estaba húmeda, lo notaba en las bragas. Quiso que la acariciara allí. Necesitaba su contacto por todo el cuerpo.
Sin pensárselo dos veces, se desabrochó el botón del vaquero y se bajó un poco la cremallera, hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
– No pares -le susurró él sin dejar de acariciarle los pechos-. Sigue.
Ella se bajó la cremallera del todo, pero no tuvo el valor de bajarse los vaqueros. Afortunadamente, no hizo falta. Él le acarició el vientre con la mano derecha y fue descendiendo hasta introducirla por debajo de las bragas. Sus dedos cálidos se abrieron paso entre los rizos y entre las piernas. Fue directamente al clitoris y lo encontró a la primera.
Estaba abultado y dispuesto. La primera caricia hizo que jadeara; la segunda, que quisiera gritar.
Le dio placer con el dedo corazón, con un movimiento circular que la llevó a una espiral de enajenamiento en cuestión de segundos. Fue como si él pudiera leerle el pensamiento, o quizá fuera sólo su cuerpo. Ni de prisa ni despacio y, sobre todo, con la presión justa.
Se dejó caer contra él. Las piernas podían cederle en cualquier momento, pero no quiso moverse. ¿Qué pasaría si él paraba y no volvía a empezar nunca más? Se moriría de anhelo.
Siguió el movimiento circular cada vez un poco más deprisa hasta llevarla al límite. El deseo la abrumó y casi no podía respirar ni pensar. Quería suplicar o gritar. Quería más.
Con la otra mano seguía pellizcándole los pezones y la arrastraba cada vez más cerca del clímax. Su cuerpo se puso en tensión sólo de pensarlo, pero no quería alcanzarlo todavía. Aquello era maravilloso. Sin pensarlo, se bajó los vaqueros y se los quitó con los pies para facilitarle el camino. Él introdujo dos dedos. Ella notó los pliegues húmedos y ardientes que se separaban, pero no era suficiente.
– Quiero que entres.
Ella se sorprendió al oírse decir en voz alta lo que quería. Podía notar la dureza contra su trasero y la quería en otro sitio.
– En seguida -contestó él-. Relájate.
¿Que se relajara…? Él volvió a los movimientos circulares en su zona más sensible. Estaba al borde del clímax y no sabía cómo iba a aguantar, pero tampoco se atrevió a proponerle un cambio de posturas porque podía perdérselo todo y eso la mataría…
Él se detuvo y se retiró.
Lori se quedó sin respiración mientras intentaba adivinar qué estaba pasando. Estaba desnuda, sólo con los calcetines, y era muy bochornoso cuando había estado al borde de alcanzar el clímax más intenso de su vida y le había suplicado a Reid que la penetrara.
Él se puso delante de ella, la abrazó y la besó arrebatadoramente. Los labios y las lenguas se enzarzaron en una persecución implacable, él introdujo las manos entres sus piernas y ella volvió al borde del éxtasis.
El clímax llegó sin avisar y ella se aferró a Reid para mantenerse de pie. Los músculos se contrajeron y expandieron mientras el placer se apoderaba de ella. Podría haber gritado, pero estaban besándose.
Lori, en una nebulosa, pensó que Reid sabía muy bien lo que hacía mientras seguía acariciándola. Entonces, cuando el estremecimiento cesó y ella pudo respirar otra vez, la tumbó en la cama, se tumbó a su lado y le acarició la cara.
No tenía las gafas y la habitación estaba borrosa, pero Reid estaba suficientemente cerca para poder enfocarlo.
– ¿Todavía estás bien? -preguntó él con media sonrisa.
– Mejor que bien -Lori suspiró-. Mucho mejor.
– Perfecto.
Reid se sentó y se quitó la camiseta. A pesar del aturdimiento, ella vio perfectamente sus abdominales y su musculosa espalda. Era un hombre impresionante. Quizá fuera vulgar, pero quería ver el resto. Tomó el botón de sus vaqueros entre los dedos.
– ¿Impaciente?
– Un poco -contestó ella.
– Me gusta en una mujer.
Mientras ella se afanaba, él tiró de la goma que le sujetaba la trenza.
– ¿Qué haces? -preguntó Lori antes de dejar de hacer lo que estaba haciendo.
– Soltarte el pelo. Llevo semanas deseando vértelo suelto.
– ¿Mi pelo?
– Efectivamente.
Después de lo que acababa de pasar, ella estaba más que dispuesta a concederle lo que quisiera. Se sentó y se llevó una mano a la trenza.
– Desnúdate -le dijo ella.
– A sus órdenes.
Él se quitó los pantalones y los calzoncillos antes de que ella pudiera soltarse la trenza. Como si no supiera qué hacer con el tiempo que le quedaba, Reid se inclinó para lamerle el pezón derecho. Pese al reciente orgasmo, las entrañas le ardieron. Se tumbó y tuvo que hacer un esfuerzo para no sujetarle la cabeza sobre los pechos.
– Estás distrayéndome.
– No me hagas caso.
Se inclinó sobre ella y se metió el pezón en la boca. Pasó la lengua alrededor de la endurecida cúspide y luego la succionó. Con fuerza.
Ella cerró los ojos, se olvidó del pelo, y se entregó a la experiencia de que Reid Buchanan la sedujera. Él se movía hacia delante y detrás entre sus pechos. Utilizaba los labios, la lengua y los dedos para recorrer cada centímetro de ellos una y otra vez. Ella se retorció preparada para un segundo asalto. Sus entrañas estaban ávidas de recibirlo. Él estaba duro otra vez o seguía estándolo y ella intentó moverse un poco para que pudiera entrar, pero él se resistió.
– En seguida -le dijo él contra un pecho.
– Eso me dijiste antes.
– No te engaño.
Antes de que ella pudiera quejarse, empezó a descender por su cuerpo. Le besó el vientre e introdujo la lengua en el ombligo antes de seguir el viaje descendente y alcanzar su destino entre las piernas.
Lori cerró los ojos y decidió aceptar su suerte, aunque pensó decirle que ya había llegado al clímax una vez y que era muy improbable que volviera a suceder. Sin embargo, hacer el amor con Reid no tenía nada de normal y no podía saberse qué iba a pasar.
La separó con los dedos y la calidez de su aliento la preparó a recibir su lengua. Trazó círculos con la punta de la lengua y luego la acarició hasta el éxtasis con la parte más ancha. Era un hombre entregado a una misión y ella se dio cuenta de que le gustaba que lo fuera. Era paciente e interpretaba su cuerpo. Ella siempre había necesitado un rodaje lento, pero no esa vez. Había pasado de la curiosidad a los jadeos en muy poco tiempo.
Él la acariciaba avanzando y retrocediendo contra su clitoris. El deseo hizo que separara más las piernas, como si intentara ofrecerle todo lo que era. No sabía si dejarse llevar o contenerse para que durara más. Cada vez estaba más cerca y las piernas le temblaron. Se agarró a la sábana y clavó los talones en el colchón. Él aceleró un poco e introdujo un dedo. Se puso en tensión al saber que iba a llegar a la consumación. Fue lo último que pensó antes de cada músculo se le contrajera y todo su cuerpo se deshiciera en mil pedazos. Gritó, se arqueó contra él para obtenerlo todo. Cabalgó sobre su dedo entre jadeos. Se contrajo alrededor de él.
Unos minutos más tarde, su corazón se había apaciguado. Estaba extenuada y complacida. Se preguntó si volvería a ser la misma.
– Misión cumplida -dijo ella-. Estoy convencida.
Reid, a su lado, apoyó la cabeza en una mano con una sonrisa.
– Me alegro.
– No, en serio. Ha sido increíble. Podrías tener un culto propio.
Él sonrió un poco más. Le gustaba haberla complacido. Todo en ella expresaba satisfacción. Estaba congestionada y con las pupilas dilatadas. Parecía una mujer muy feliz.
– No necesito un culto.
– ¿Estás seguro? -preguntó ella-. Podría ser la máxima sacerdotisa.
Lori tenía los ojos color avellana. Él no se había fijado nunca. Eran grandes y sexys y se encontró queriendo perderse en ellos.
Había querido complacerla por dos motivos. Primero, porque siempre había querido que su pareja disfrutara, pero también porque quería demostrar algo. El maldito artículo seguía obsesionándolo. Sin embargo, en algún momento, dejó de importarle. Había querido que todo fuera fantástico por Lori; porque quería complacerla.
Ella se sentó, se soltó toda la trenza y se dejó caer otra vez en la cama. Él tomó un rizo entre los dedos. Ella lo miró.
– Aun a riesgo de parecer codiciosa, estoy preparada para más.
Él también. Había estado en erección y preparado desde que ella se presentó. Hacía mucho rato de eso. Abrió un cajón de la mesilla, sacó un preservativo y se lo puso. Atrajo a Lori hacia sí y empezó a besarla. Era suave y moldeable en los sitios adecuados. Le gustaba cómo olía y reaccionaba. Le gustaba todo de ella. Lori introdujo la mano entre los dos y lo acarició.
– Oh… -susurró ella.
Él fue a preguntar qué pasaba cuando se dio cuenta de que estaba flácido. Hasta hacía tres segundos estaba como una roca, pero en ese momento…
– Dame un segundo -le pidió él mientras le acariciaba un pecho.
No pasaba nada, se dijo a sí mismo. Siempre había salido bien, era una máquina de hacer el amor. Se centró en el pecho que tenía en la mano. Intentó acordarse de una película porno. No dio resultado. La deseaba. La deseaba mucho. Quería entrar en ella, alcanzar el clímax y sentirse bien. Sin embargo, su cuerpo no reaccionaba.
Se puso de espaldas y soltó un juramento. Se tapó los ojos con el brazo por la humillación y deseó no estar allí.
– Reid… -la voz de Lori fue suave e indecisa.
– No -Reid levantó la otra mano-. Sea lo que sea, no lo digas. Quiero centrarme en este momento para que, cuando me lo pregunten, pueda decir que fue el más bajo de mi vida. Sé que es por el artículo del periódico. Sé que es por la presión, pero saberlo no sirve de nada.
– Hay una parte positiva.
Él apartó el brazo y la miró. Ella estaba inclinada sobre él.
– No hay nada positivo -replicó él intentando no parecer enfadado-. Esto no me había pasado nunca. Sé que es lo que dicen muchos hombres, pero es verdad en mi caso. Desde luego, no es por ti. He disfrutado. Quería que llegaras antes al clímax y no tomarte a los cinco segundos. Soy algo mejor que eso.
– Mejor es decir poco -ella sonrió-. Ha sido la mejor experiencia sexual de mi vida. De verdad. ¿Qué dice eso de mi vida? Pone las cosas en perspectiva.
Él sonrió. Ella también lo hizo y luego, empezó a reírse.
– Soy lamentable.
– No. Jamás. Eres preciosa.
Lo era. Estaba desnuda, sonrojada y sonriéndole. La besó. Ella separó los labios y él introdujo la lengua. La acarició todo el cuerpo. La acarició entre las piernas y ella las separó. Estaba húmeda y abrasadora. Quiso entrar allí.
Lori se movió un poco para que pudiera penetrar. Él sintió un momento de pánico. Sabía que no podía, pero estaba llenándola. Estaba duro, se dijo con alivio. Acometió con ganas.