El Valerie's Garden era un antiguo jardín victoriano restaurado en una parcela de media hectárea. A la derecha había unas plazas de aparcamiento, pero el resto del jardín que rodeaba la casa estaba asilvestrado y era muy bonito. Tenía plantas exuberantes, setos, árboles y senderos que atraían a Dani. Quiso recorrerlos para descubrir los secretos de ese lugar tan hermoso.
Sin embargo, entró por la puerta principal y pasó al comedor. La recibió una joven con pantalones caqui, una camisa blanca de manga larga y un mandil con flores bordadas.
– Está cerrado, es la hora de la comida -dijo la chica con una sonrisa-, pero a lo mejor puedo convencer a la cocinera para que prepare algo rápido para llevar. ¿Qué te parece?
Dani agradeció la intención y se fijó en el nombre de la joven.
– Gracias, Belhany. Soy Dani Buchanan y tengo una cita con Valerie a las dos y media.
– Ah, es verdad. Está esperándote. Su despacho está por ahí.
Belhany la acompañó hasta el fondo de la casa y luego subió un tramo de escaleras bastante estrecho. El despacho de Valerie había sido un dormitorio. El papel de la pared tenía flores, casi todas moradas. Valerie era una mujer de cincuenta y tantos años, con el pelo largo y rubio, tirando a canoso, sujeto en lo alto de la cabeza y llevaba ropa vaporosa y romántica.
– Val, es Dani Buchanan -la presentó Bethany.
– Perfecto -Valerie se levantó y rodeó la mesa-. Dani, me alegro mucho de conocerte. Llevo toda la vida buscando alguien que dirija esto. Es muy difícil encontrar a alguien con la mezcla adecuada de talento y conceptos fundamentales, pero según lo que me ha contado Penny, tengo muchas esperanzas con esta entrevista.
– Yo también.
Dani estrechó la mano de la mujer y tomó nota de que tenía que llamar a su cuñada para agradecerle el cable que le había echado.
– Muy bien. Empezaremos con una charla, luego daremos una vuelta y terminaremos comiendo algo. Le he pedido a Martina, nuestra cocinera jefe, que te impresione.
– Estoy deseándolo.
Dani se sentó en una silla blanca de enea sorprendentemente cómoda.
– Es muy buena. Mejor que muy buena. ¿Eres vegetariana?
– No -Dani vaciló-. Lo siento. Las condiciones del trabajo decían que no era un inconveniente.
– No lo es -la tranquilizó Valerie-. Sólo hay que conocer muy bien los distintos platos. Hay que conocerlos en cualquier sitio, pero aquí es muy importante. Nuestros vegetarianos estrictos quieren saber exactamente lo que van a tomar, mientras que los que están experimentando quieren ideas para hacer en casa.
– Aprender el menú no me costará.
– Muy bien. Somos apasionados de los productos frescos. Tenemos proveedores de temporada que nos suministran casi todos nuestros productos. Son increíbles.
Dani se acordó de lo insistente que era Penny con que los productos tenían que ser frescos.
– Es fundamental que los ingredientes sean adecuados -comentó Dani.
– Ya me gustas -Valerie sonrió-. Vamos, te enseñaré el restaurante.
Fueron a la zona de provisiones en el piso de arriba y luego bajaron para conocer al personal, que estaba comiendo y charlando. También vio la bodega, los dos comedores principales y oirás tres habitaciones pequeñas que servían para reuniones privadas.
La cocina ocupaba la parte trasera de la casa. Era espaciosa, luminosa y olía muy bien. Martina era una mujer diminuta y con una sonrisa muy franca.
– Conozco a Penny -dijo a modo de saludo-. Dice cosas muy buenas de ti.
Dani y ella se estrecharon las manos y Martina le presentó a su equipo.
– La mayoría de las cocinas son sitios complicados y crispantes -siguió Martina-. Yo intento que ésta sea distinta. Todos queremos agradar a nuestros clientes. Prefiero la armonía. Naturalmente, estoy dispuesta a partir alguna cabeza si hace falta.
A Dani le encantó el restaurante. Le encanto todo el personal y le encantaron Valerie y Martina. Le encantó el sitio, el ambiente y que nadie pareciera aterrado.
– Id a sentaros -le pidió Martina-. Gerald te llevará el primer plato. He preparado un menú degustación para vosotras dos.
– Fantástico -dijo Valerie-. Gracias.
Valerie la llevó a una mesa situada al lado de la ventana. Era invierno y la vista del jardín era impresionante. Dani no pudo por menos que imaginarse cómo sería en verano.
– Espero que todo se resuelva contigo -comento Valerie mientras se sentaban-, pero aunque sea así, estoy tentada de fingir un par de entrevistas más para que Marina siga preparando su menú degustación. Es delicioso. Empezaremos con quesadillas vegetales con algunas sorpresas especiadas y una sopa de puerros de chuparse los dedos.
Gerald, un hombre guapo de treinta y pocos años, apareció con una bandeja y una jarra de té helado.
– Lo elaboramos nosotros -aclaró Valerie mientras les llenaban los vasos.
Luego Gerald sirvió unos cuencos con sopa y dejó una bandeja de tortitas humeantes entre ellas dos.
Dani probó el té y se quedo mirando fijamente el vaso. No era muy aficionada al té, pero le gustaba tomar un vaso de vez en cuando. Sin embargo, aquél tenía un sabor raro. Como si lo hubieran mezclado con zumo de apio o agua de pepino. No era una combinación muy buena.
Probó una cucharada de sopa. Los puerros tenían un aspecto insulso y no esperaba gran cosa, pero mucho menos el sabor punzante a regaliz.
– ¿Anises? -preguntó ella mientras hacía un esfuerzo para tragarlo.
– Hinojo y algunas otras hierbas que resaltan el sabor. El caldo tiene una base de coliflor y lo hacemos todos los días. Los clientes nos suplican que les demos la receta o que les vendamos algo de caldo, pero Martina lo mantiene en secreto.
Dani asintió con la cabeza y una sonrisa, pero sintió cierta preocupación. Le encantaban Valerie y el restaurante. Nunca le había pasado que encontrara el sitio ideal para trabajar y que no pudiera comer su comida. Todo iría a mejor, se dijo a sí misma. Sin embargo, la quesadilla vegetal fue peor que la sopa, que resultó ser la estrella de la comida.
Para poder dirigir un restaurante tenía que ser una entusiasta de todo lo que se servía. No sólo lo comería ella todos los días, sino que tendría que comentarlo con los comensales y hacerles recomendaciones. ¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera podía tragarlo?
– ¿No te parece increíble? -preguntó Valerie.
– Martina es… innovadora.
Dani pensó que todo era una injusticia. Ese restaurante era el empleo que había soñado. ¿Por qué Valerie no tenía pasión por los chuletones, la comida tailandesa o cualquier otra cosa? Cualquier cosa que ella, Dani, pudiera por lo menos tolerar. ¿Como le diría la verdad a Valerie?
Entonces ésta recibió una llamada urgente de su suministrador de raíces y ella se salvó de tener que darle una evasiva cortés. Valerie le prometió que se pondría en contacto con ella.
Dani fue hacia su coche y se dio la vuelta para mirar la preciosa casa antigua. Si Valerie le hacía una oferta, tendría que tener lista una disculpa aceptable para rechazarla y tendría que seguir buscando. El trabajo de su vida no estaba allí.
Lori estuvo subiendo y bajando escaleras durante casi toda la tarde. Quería encontrarse con Reid, pero de forma fortuita. Lo sensato, y maduro, sería ir a su habitación y llamar a la puerta. El inconveniente era que esos días no se encontraba especialmente madura. Había estado merodeando tanto tiempo que cuando él apareció, se sorprendió y no supo qué decirle. Se quedó al pie de las escaleras hasta que él bajó y no se le ocurrió cómo decirle lo que tenía pensado.
– Estoy asustada -dijo por fin sin dar más explicaciones.
Reid se quedo frente a ella y esperó.
– No quiero hacer esto -siguió ella-. No quiero intentarlo. No quiero arriesgarme a sufrir.
– ¿Estás rompiendo conmigo?
Ella intentó interpretar su expresión, pero no pudo. ¿Qué estaba pensando? ¿Acaso habían tenido algún tipo de relación como para hablar de ruptura?
– Me cuesta demasiado -reconoció ella-. He hecho todas esas cosas en parte por mí, pero sobre todo por ti. ¿Qué pasaría si no te hubieras dado cuenta o te hubiera dado igual? ¿Qué pasaría si fuera otra de la lista de los revolcones de una noche? ¿Te importa algo de todo esto? ¿Estoy comprometiéndome con alguien que no piensa comprometerse conmigo? Nunca he salido con alguien como tú. No conozco las reglas. Me han avisado de que tenga cuidado para no me hagas daño. Agradezco la información, pero me gustaría saber por qué nadie te avisa a ti. A lo mejor podría romperte el corazón.
– A lo mejor me lo rompes.
– No digo que quiera rompértelo -aclaró ella.
– Sí quieres.
– No -¿realmente pensaba eso?-. Sólo quiero que los dos estemos en igualdad de condiciones. No quiero ser una suplicante en el altar de Reid.
– ¿Tengo un altar?
– Sabes lo que quiero decir -Lori se encogió de hombros-. Eso es todo.
Se dio la vuelta para marcharse, pero él la agarró del brazo, puso las manos en su cintura y la estrechó contra sí.
– ¿Por qué dudas de ti? -preguntó-. Me gustas y antes también me gustabas. Si estás contenta con lo que has hecho, yo también lo estoy. No tienes que cambiar para interesarme -él sonrió sin dejar de mirarla a los ojos-. Creo que lo he demostrado bastantes veces.
Ella agradeció que la tranquilizara, pero no le recordó que no había repetido aquella noche maravillosa. Retrocedió un paso.
– No quiero un revolcón de una noche -siguió él-. Además, claro que podrías hacerme daño. Lori. Yo estoy tan expuesto como tú. Tienes razón, no estamos en igualdad de condiciones. Tú tienes ventaja.
– Vamos…
– No confías en mí. ¿Por qué?
– Porque… porque eres Reid Buchanan y yo no sé llevar una relación. Porque tengo miedo. Porque es difícil.
– Entonces ¿sales corriendo?
– Es una buena idea.
– Podrías encontrar a otro.
Ella lo miró fijamente sin saber qué decir. ¿Quería seguir? No porque él se lo hubiera pedido ni porque Madeline dijera que era una buena idea, ¿quería seguir por ella misma?
– Yo no he salido corriendo -siguió él-. ¿Crees que a mí no me aterra?
– Tú estás atrapado aquí.
– Te equivocas -Reid le acarició la cara-. Podría estar en miles de sitios, pero estoy aquí. Contigo.
A ella le gustó. Siempre había evitado hacer esfuerzos. Quizá fuera el momento de cambiar.
– Me quedaré -susurró ella.
– Me alegro.
La doctora Grayson era muy simpática y escuchó la triste historia de Lori sobre por qué no podía llevar lentillas.
– ¿Hace cuánto que lo intentaste? -preguntó la doctora-. Las nuevas lentillas blandas son de agua en gran medida y la mayoría de los pacientes ni las notan.
– Fue hace cinco años -contestó Lori-. Quizá algo más.
– ¿Quieres probar un par ahora?
Lori no quería, pero la transformación le parecía incompleta. Además el último encuentro con Reid la había animado a pasar al siguiente nivel o, al menos, a planteárselo.
La doctora Grayson sacó un estuche de lentillas.
– Eres la candidata perfecta para el láser -comentó-. Te lo digo por si te interesa.
Lori estaba absorta mirando a la doctora, que echaba un líquido a lo que parecía ser un inocente trozo de plástico flexible.
– No me apasiona la idea -replicó Lori casi con un susurro.
Tragó saliva e intento relajarse mientras la lentilla se acercaba cada vez más a su ojo. Cuando estuvo a punto de tocarla, lo cerró. La doctora se rió.
– Da mejores resultados con el ojo abierto. ¿Quieres ponértela tú misma?
– Ni por dinero.
– Muy bien. Toma aire. Allá vamos.
La lentilla se deslizó dentro del ojo. En ese instante, Lori pudo ver mejor por ese ojo, algo maravilloso. Quizá no fuera tan horrible. Quizá se hubiera excedido con el asunto de las lentillas. Parpadeó. Era como si tuviera una piedrecilla dentro del ojo. Notó un dolor muy intenso en lo más profundo de la cabeza y empezó a llorar.
– Sácamela, sácamela -repitió implorantemente.
– Muy bien. Mira hacia arriba y mantén el ojo abierto.
La doctora la sacó y le dio un pañuelo de papel.
– Es posible que no puedas llevar lentillas.
– Es posible.
– Hay muchos estilos de gafas preciosos.
Lori parpadeó varias veces para enjugarse las lágrimas y miró sus gafas. Quizá fuera el momento de reconocer la derrota.
Cinco minutos más tarde, entró en la sala de espera y Madeline se levantó.
– No llevas lentillas.
– No soy la persona idónea.
– Muy bien. Y ahora, ¿qué?
Lori sacó un impreso con una cita del bolsillo trasero e intentó mantener la calma.
– Ahora voy a achicharrarme las córneas con un maldito láser.
En el mundo del béisbol era sabido que el pitcher recibía bastantes pelotazos. Reid se había llevado su ración y recordaba cuánto le habían dolido. Los que lo alcanzaron en el abdomen lo habían dejado sin respiración. En ese momento, se sentía igual. Se preguntaba si alguna vez recuperaría la respiración. Había hecho lo que tenía que hacer, pero caray…
Entró en la cocina y vio a Lori preparando la comida de Gloria. Ella se dio la vuelta, sonrió, dejó el cuchillo y se acerco a él precipitadamente.
– ¿Qué pasa? ¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo?
– Estoy bien.
– Tienes un aspecto horrible -Lori le puso la mano en la frente-. No tienes fiebre, pero estás un poco pálido.
– Estoy bien. Sólo intento asimilar que he dado ciento veinticinco millones de dólares.
– ¿Qué…? -preguntó ella con los ojos como platos.
– He constituido una fundación para ayudar a los niños que hacen deporte. Les daremos material, haremos campos, los mandaremos a campamentos, ése tipo de cosas. Por el momento estamos precisando eso, los detalles.
– Impresionante -Lori le tocó el brazo-. Es mucho dinero.
– Estoy dándome cuenta.
– ¿Ahora eres pobre? -Lori sonrió-. ¿Vas a tener que buscarte un empleo?
– Intento hacer lo que me parece correcto, pero no estoy loco. Me queda dinero. Además, ya tengo empleo. He dejado el bar y trabajaré en la fundación.
– ¿Vas a dirigirla?
– No. Voy a contratar a especialistas para que lo hagan. Voy a ser la cabeza visible. He hablado con Cal de ello. Quiero hacer algo. Aquellas cartas me obsesionan -Reid sacudió la cabeza.
– No fue culpa tuya -ella le apretó el brazo.
– Esos chicos recibieron mi foto y mi firma falsificada. Cuando pienso en lo defraudados que tuvieron que sentirse… No quiero que vuelva a pasar -afirmó tajantemente-. Voy a cerciorarme de que todo sale bien. Soy famoso. Puedo aprovecharlo. Me reuniré con gente, conseguiré más donaciones, llamaré la atención sobre las cosas importantes. Quién sabe, a lo mejor incluso consigo que cambie algo.
Sólo de decirlo se sintió incómodo. Aunque había intentado ser un hombre recto, sólo se había preocupado de sí mismo y de su familia. Echarse sobre los hombros los problemas del mundo le parecía abrumador. Empezaría poco a poco, con un problema cada vez.
– Lo harás muy bien. Quizá éste fuera tu destino. Quizá estuvieras llamado a hacer un trabajo así.
Él no creía mucho en el destino, pero ella podía tener razón. Sin embargo, si ése era su destino, ¿dónde entraba ella? La miró fijamente a los ojos. Era muy guapa. Era guapa, mandona e increíblemente sexy. Bajó la mirada a su boca y pensó en besarla. Besar a Lori era una forma maravillosa de pasar el día. Naturalmente, también estaba Gloria y Lori estaba preparándole la comida, pero… Siguió mirándola y se dio cuenta de algo.
– No llevas gafas.
Ella sacudió la cabeza con una leve sonrisa.
– Lo sé.
– ¿Lentillas?
– No soy compatible.
– ¿Entonces?
– Láser.
– Creí que nunca te lo harías…
– Cambié de idea. No fue nada espantoso. Me dieron un calmante y las quemaron. Tardaron como quince minutos. Madeline lo presenció.
– ¿Cuándo te lo hiciste?
– Ayer.
– ¿Estás bien?
– Perfectamente -Lori sonrió de oreja a oreja-. Es como un milagro. Se acabaron las gafas.
Reid tuvo la sensación de que estaba en un terreno peligroso. Si decía o hacía algo indebido, podría sacarla de quicio.
– Me alegro de que estés tan contenta -dijo él con cautela-. Estás muy bien y antes también lo estabas.
– Eres muy diplomático.
– No quiero que me des una paliza.
– ¿Alguna vez te he dado una paliza? -preguntó ella entre risas.
– La primera vez que nos vimos no te gusté nada.
– Creí que eras un inútil.
– Además, yo te atraía una barbaridad y no lo soportabas.
Él la había provocado para que lo negara, pero ella miró hacia otro lado.
– Tengo que terminar de preparar la comida de Gloria.
– Lori…
– Fue una estupidez, pero, efectivamente, me gustabas. Y no lo soportaba. Los hombres como tú nunca se fijan en las mujeres como yo.
– A las pruebas me remito…
Quería ponerse a dar saltos y a gritar que le gustaba a Lori, pero tenía fama de saber dominarse y no lo hizo.
– Si no hubieras tenido que recluirte aquí, no habría pasado nada -replicó ella.
– Eso me habría perdido.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Su rostro reflejaba tantas emociones que Reid no pudo interpretar ninguna.
– No sé qué hacer contigo -reconoció ella.
– ¿Por qué hay que hacer algo conmigo?
– No sé qué está pasando -ella suspiró-. No salimos juntos. Supongo que somos amigos. Es desconcertante. Estoy desconcertada.
– Yo también -Reid la besó.
Ella le gustaba. Le gustaba estar con ella. Quería seguir estando con ella, pero si quería que le definiera lo que había entre ellos, no era el hombre indicado.
– Tengo que preguntarte una cosa -dijo él-. Una cosa importante.
– Muy bien.
– Quiero que lo pienses bien antes de contestar.
– Estás poniéndome nerviosa.
– No lo estés. ¿Te sentarías en el consejo de administración de mi fundación?
Se quedó tan atónita que pareció un personaje de dibujos animados.
– ¿Qué? No sé nada de lo que se hace en un consejo. No sé nada de deporte ni de obras benéficas. Reid, no hace falta que hagas esto. De verdad…
– No se trata de la experiencia -le rebatid él-. No tienes que preocuparte por eso. Los otros integrantes del consejo son profesionales, pero quiero que tú también estés. No me dejarías hacer tonterías. Confío en que me des una patada en el trasero cuando la necesite. Eres la persona más cabal que conozco. Conseguirás que la fundación y yo tengamos los pies en la tierra. Aunque sea unas horas al mes. Se te pagará, aunque no sea gran cosa.
Lori no podía creerse lo que estaba oyendo. Reid quería que asesorara a una fundación de ciento veinticinco millones de dólares. Ella…
– Parece un compromiso a largo plazo -argumentó Lori-. Si las cosas no salen bien entre nosotros, te verás atado a mí.
– No me importa. Sé que por mucho que te desquicie en lo personal, nunca lo mezclarías con la fundación.
Naturalmente, nunca lo haría, pero le complació que él también lo supiera.
Conseguir que algo cambiara era muy atractivo. ¿A quién no le gustaría estar en esa posición? Era una oportunidad única en la vida, un halago del hombre del que una vez pensó que tenía la misma profundidad emocional que una galleta. Lo abrazó con fuerza.
– Me equivoqué contigo -susurró ella con la cabeza apoyada en su hombro-. Eres mucho más que una cara bonita.
– Me siento abrumado por tu halago.
Ella se rió, levantó la cara y lo miró.
– No tenías por qué haber hecho nada de esto. Podrías haber vivido como un rey con tus millones y sin que nadie te importara un rábano.
– Aun así, voy a vivir como un rey.
– Sigues siendo una buena persona. No lo ocultes. Este mundo necesita buenas personas.
La verdad era que ella nunca había esperado que lo fuera, pero lo era y eso lo hacía más irresistible todavía. Notó que el corazón se le resquebrajaba un poco. Como si se hubiera abierto para Reid, como si ya pudiera dejarlo entrar. La idea de que le gustara más era aterradora, pero ¿cómo podía evitarlo? Él era mejor de lo que ella se había imaginado.
– Será mejor que vayas a dar de comer a mi abuela -Reid la besó ligeramente-. Está en los huesos y necesita comer.
– Tienes razón.
Él, sin embargo, no la soltó y siguió abrazándola.
– ¿Qué vas a hacer después del trabajo?
– No lo sé. ¿Se te ocurre algo? -preguntó ella con cierta ansiedad.
– En mi habitación -Reid miró hacia el techo-. A las cuatro. Seré el tipo guapo que te espera.
Ella sería la mujer estremecida, pero prefirió no decírselo.
– Parece divertido -susurró Lori mientras se separaba.
– Falta mucho -comentó él mirando el reloj de pared.
– Cuatro horas…
– ¿Sigues llevando el tanga?
Él lo preguntó con una voz profunda que hizo que ella notara una sacudida entre los muslos.
– Mmm…
– Pide a mi abuela que te deje escaparte un poco antes.