Lori entró en el camino de su casa poco después de las cinco. Su barrio era muy distinto del de Gloria con sus mansiones, pero le daba igual. Le encantaba su casa. Tenía dos dormitorios y dos baños, justo lo que necesitaba. Le encantaban los detalles artesanales y las molduras. Le encantaba haber pintado ella misma todas las paredes. Le encantaban los colores, el jardín, el porche y el aspecto sólido de la casa, que le transmitía seguridad. Entró y notó que olía a ajo.
– Estás cocinando -dijo a modo de saludo-. No deberías.
Madeline salió de la cocina y sonrió.
– Creo que en el contrato que firmé no dice nada al respecto, pero tengo que comprobarlo. Además, estoy pasando un día estupendo y me apetece cocinar.
Lori miro la cara de su hermana para buscar algún indicio de cansancio o palidez. Madeline, muy al contrario, mostraba la belleza serena que había tenido siempre.
Para Lori, la naturaleza tenía un sentido del humor macabro. Ella era de estatura media y Madeline, algunos centímetros más alta. Ella había heredado unos rizos anaranjados que, afortunadamente, se habían convertido en un dorado rojizo mientras que Madeline tenía el pelo ondulado y color caoba. Se despertaba como si fuera una estrella de cine de los años cuarenta y, con un maquillaje mínimo, parecía una diosa. Lori había necesitado casi toda su vida, pero había conseguido no atormentarse por aquella tremenda injusticia.
– ¿Qué tal el segundo día? -preguntó Madeline-. ¿Gloria sigue siendo una prueba a superar?
– Exactamente. Esta mañana casi me dio a entender que le gustaba tenerme cerca y luego se pasó el resto del día insultándome. Tengo que decir que su cerebro funciona perfectamente. Es una maestra aplastándote con una frase.
Madeline se cruzó los brazos por encima de la camiseta de la Universidad de Washington.
– ¿Sigue cayéndote bien?
– Sí. Ya sé que no debería. Mantenemos una lucha de poder y voy a ganar, pero, aun así, tiene algo especial. Intenta por todos los medios ser desagradable, y no sé por qué. ¿Es un mecanismo de defensa? ¿Es una forma de salir adelante? ¿Tuvo que ser desagradable durante todos aquellos años y se ha olvidado de dar marcha atrás? Llamó uno de sus nietos, un tal Cal, para ir a verla, pero ella no se puso al teléfono y me dijo que le dijera que iba a morirse muy pronto y que él podría ser feliz.
– No se lo dijiste, ¿verdad?
– No, pero me dio que pensar.
– No todas las personas enfermas son unas santas. ¿Acaso no son igual que en la vida normal?
– Sí, en teoría. Sin embargo, no quiero que sea así en el caso de Gloria. Sigo pensando que pasa algo. Quizá sea por el empeño de Reid en mostrarla como espantosa. Cuando me entrevisté con él para el trabajo, me la presentó como el diablo.
– Vaya, volvemos a hablar de Reid -Madeline sonrió-. No te lo quitas de la cabeza.
– No sé de qué estás hablando -Lori esperó no haberse sonrojado-. Huele a ajo. ¿Qué hay de cena?
– No cambies de tema. Reconócelo, Reid Buchanan te gusta. ¿Mi juiciosa hermana se ha prendado de un as del deporte?
– No me he enamorado -farfulló Lori-. Siento una atracción estúpida, es verdad. Es algo físico y no es culpa mía. Me altera, pero no quiere decir nada. Lo superaré. Soy más inteligente que él.
– Ser inteligente no tiene nada que ver.
– Es lo mismo que me dicen mis hormonas todo el rato.
– A lo mejor deberías salir con él. Quizá sea mejor de lo que te imaginas.
Seguramente, Madeline era una de las personas más buenas del mundo. Veía bondad en todos y creía en los milagros. Ella, en cambio, no era tan incondicional y casi todo el mundo la sacaba de quicio. En el mundo de fantasía de Madeline, los hombres como Reid Buchanan salían sin problemas con las mujeres como ella y podían encontrarlas fascinantes. Desgraciadamente, ella no vivía en el mundo de su hermana.
– Cree que no soy su tipo -Lori se levantó las gafas-. Le pongo nervioso. No soy lo bastante complaciente.
Era una mera excusa; Reid nunca la consideraría un ser con sexualidad. Era la enfermera de su abuela, una especie de aparato viviente. Por mucho que se empeñara en que fuera de otra forma, no lo sería.
– Eres divertida, guapa e inteligente. Claro que eres su tipo.
Lori evitaba los espejos siempre que podía, pero no podía escapar de ellos. ¿Guapa? Era normal.
– Eres muy optimista -replicó Lori-. A veces, es un fastidio.
– No puedes enfadarte conmigo -Madeline se rió-. He hecho espaguetis con pan de ajo.
– ¿Un festín de hidratos de carbono de cena? -preguntó Lori, a quien se le había hecho la boca agua.
– Efectivamente. Me apetecía -Madeline agarró a su hermana del brazo y la llevó a la cocina-. Mientras cenamos, podemos planear una estrategia para que captes la atención de Reid.
– No quiero su atención. No quiero salir con él.
Era un recurso muy viejo, pero siempre le había dado resultados. La ayudaba a deshacerse de lo que no podía alcanzar. Facilitaba mucho el no tenerlo.
– He echado de menos esta cocina -dijo Penny Buchanan mientras acariciaba la encimera de The Waterfront-. Es más grande de lo que la recordaba. ¿Es posible?
Dani Buchanan sonrió a su cuñada.
– No. Recuerdas la cocina llena de gente y ahora está vacía.
– Pero pronto estará llena -susurró Penny con aire soñador-. Estaremos cocinando alguna comida deliciosa y será como si nunca me hubiera marchado -se apoyó en la encimera y miró fijamente a Dani-. ¡Caray! Soy una madre espantosa por estar emocionada de volver a trabajar, ¿verdad?
– ¡No! -Dani se rió.
– Sí -Penny sacudió la cabeza-, no es natural. Sólo debería importarme mi hija. ¿Qué pasaría si Allison se enterara de que necesito más a mi trabajo que a ella? Se entristecería mucho.
Dani agarró a Penny del brazo.
– Cálmate. No pasa nada. Está bien que te guste tu trabajo. Tienes que estar en la cocina porque ser jefe de cocina es parte de ti misma. En cuanto al bebé, Allison está bastante mimada y tiene mucho amor. Alégrate de que te guste tu trabajo.
– Quieres que sea racional -replicó Penny con una sonrisa compungida-. Algo difícil cuando vivo en medio de un marasmo de hormonas. Pero lo intentaré. Tienes razón. Adoro a Ally, pero la cocina es mi pasión.
– Creo que lo tienes más complicado con Cal. Él no va a asimilar bien que vayas detrás de un montón de sartenes y cazos.
– Sabe que lo quiero -Penny sonrió un poco más.
A Dani le gustaba Penny desde la primera vez que ésta y Cal se casaron. La segunda vez fue mucho mejor.
– Has vuelto y estás emocionada -dijo Dani-. Eso está muy bien.
– Creo que sé por qué -Penny la miró-. Quieres marcharte.
Dani miró a su alrededor. Penny le había dado el trabajo cuando quería por todos los medios hacer algo con su vida, pero no quería estar allí metida durante cinco años, ni durante cinco semanas.
– Digamos que se ha desvanecido la emoción de fastidiar a Gloria -reconoció Dani-. Te agradezco muchísimo que me dieras la oportunidad, pero tengo que avanzar.
– Lo entiendo. No me gusta, pero lo entiendo. ¿Sabes qué vas a hacer?
– Intentaré compensar todo el tiempo que he perdido intentando complacer a Gloria.
– Quizá si te lo tomas como una experiencia enriquecedora… -Penny le puso la mano en el hombro.
– Ya no me sirve. Gloria es perversa. Todavía no puedo creerme que me dejara trabajar para ella todo esos años, que me dejara creer que iba a ascender en la empresa cuando ella no iba a permitir que eso pasara.
Dani cerró los ojos y tomó aire. Si dejaba que Gloria siguiera desquiciándola, la vieja arpía saldría ganando. Sin embargo, era difícil olvidarse de todo, era imposible olvidarse de que el motivo por el que no podía prosperar en el imperio Buchanan era que ella, Dani, no era una auténtica Buchanan.
– Míralo por el lado positivo -le aconsejó Penny con cariño-. Tienes un magnífico currículo y espléndidas cartas de recomendación de Edouard y mía.
Dani sonrió al oír el nombre del cocinero que se había quedado a cargo de la cocina mientras Penny estaba de baja por maternidad.
– Edouard me dijo que no me daría una carta de recomendación. Dijo que no había sido suficientemente atenta mientras estaba al mando; que no había soportado su desazón.
– ¿De verdad? Entonces, quizá le diga que no estoy preparada para volver. Puedo dejarlo un poco más al mando.
Como Edouard había pasado las últimas ocho semanas quejándose del trabajo suplementario por tener que cubrir la ausencia de Penny, Dani sabía que era la amenaza perfecta.
– Por mí, puedes decírselo.
– Me muero de ganas.
Lori se quedó atónita al ver a una mujer merodeando por el porche de Gloria. En esa zona de Seattle, las casas eran auténticas mansiones, con un césped perfecto y nadie merodeaba.
– ¿Desea algo? -preguntó Lori con los brazos cruzados.
La mujer iba impecablemente vestida y parecía normal, pero Lori tuvo un mal presentimiento que no pudo explicarse.
– Hola, me llamo Cassandra -la mujer sonrió-. Los amigos me llaman Cassie. Soy periodista y hace poco escribí un artículo sobre Reid Buchanan.
No hacía falta explicar de qué artículo se trataba.
– ¿Un artículo? ¿Así lo llamas?
– Vaya -la mujer sonrió con afectación-, eres una de sus admiradoras…
Ella estaría más o menos embelesada por Reid, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. Además, no se trataba de sus sentimientos sino de utilizar la posición de uno para denigrar a una persona casi inocente… Bueno, inocente.
– ¿Te parezco una de sus admiradoras? -preguntó ella abruptamente-. En realidad sólo soy una persona que se pregunta cuáles son los criterios del periodismo actual. Hay una diferencia entre ser periodista y ser perverso. Publicaste lo que publicaste por ser mujer. Si la situación hubiera sido a la inversa, el artículo no existiría.
– Es posible -Cassie se encogió de hombros-, pero estoy sacando mucho partido de la historia. Todo es verdad. Fue una nulidad en la cama, pero, como dije, sólo es mi opinión. Parece que otras no están de acuerdo. ¿Está él en casa?
– No sé de qué estás hablando -contestó Lori sin dejar de mirar a la mujer.
– No puedo encontrarlo por ninguna parte y no creo que se haya ido de Seattle. No puede esconderse en muchos sitios…
– ¿Qué me dices de alguna de sus admiradoras?
– ¿Reid comprometido con una sola mujer? -Cassandra se rió-. No lo creo.
Lori opinaba casi lo mismo, pero iba a pasarlo por alto por el momento.
– Estás en una propiedad privada. Por favor, márchate.
– Claro. No te preocupes. Por cierto, ¿pasas mucho tiempo en Internet?
– No…
– Entonces, seguramente no hayas visto esto.
Cassie le dio unas fotos. Lori las miro sin pensar y deseó no haberlo hecho. Era media docena de imágenes de Reid manteniendo relaciones sexuales. En cada foto se veía a Reid con la misma mujer. Eran descarnadas, explícitas y con bastante grano, pero transmitían el mensaje: le encantaban las mujeres.
Se las devolvió haciendo un esfuerzo para no inmutarse. Se sentía como si tuviera que lavarse las manos.
– Gracias, pero nunca veo estas cosas antes del desayuno.
– Están en Internet. Hasta un niño de diez años podría bajarlas. ¿Estás segura de que quieres protegerlo? Deberíamos juntarnos para hacer frente a hombres como Reid Buchanan.
Ella negó con la cabeza a pesar de las náuseas.
– No me interesa juntarme contigo contra nadie.
Lori esperó a que Cassandra se marchara para entrar en la casa. Seguía sintiendo náuseas. Eran unas fotos espantosas. ¿Sabría algo Reid? ¿Había posado? Prefería creer que las habían sacado sin su conocimiento, pero no podía estar segura. Casi no lo conocía. Que quisiera que fuese una buena persona no significaba nada. A juzgar por la vida que llevaba, era más probable que fuese culpable. Eso debería acabar con su embeleso. No lo haría, pero debería.
– Tienes que andar -dijo Lori mientras agarraba a su paciente con las dos manos-. Hasta el otro lado de la habitación.
– No pienso -replicó Gloria-. Bastante tengo con ese fisioterapeuta. Al menos, él sabe lo que hace.
– O haces la fisioterapia y te mejoras o te metes en la cama y te mueres.
– No dejas de amenazarme con la muerte, pero sigo de pie.
– A duras penas -Lori la miró agarrada al andador-. ¿No quieres tener fuerzas para pegarme una patada en el trasero?
– Lo que quiero es librarme de ti. ¡Lárgate!
Lori no le hizo caso y dio una palmada en la cama.
– Ocho pasos -la animó jovialmente-. Siete si no te tambaleas.
– No me tambaleo -el tono de Gloria fue gélido.
– A mí me lo parece.
– Te detesto con toda mi alma -dijo la anciana.
– Estoy segura, pero camina.
Gloria cruzó el despacho lenta y penosamente. Cuando llegó a la cama, Lori la sujetó mientras la tumbaba.
– Lo has hecho muy bien.
Lori lo dijo con un tono casi inexpresivo. No estaba halagándola ni quería que Gloria lo creyera. Al menos, esas tareas la distraían y la mantenían ocupada para no pensar en las fotos que había visto. Hablando de ocupaciones… Abrió la bolsa que había llevado y sacó varios catálogos.
– Tienes dónde elegir -Lori pasó las páginas-. DVDs, libros en CD, la compra básica… Aunque todos mis catálogos son de ofertas, algo que me imagino que no practicas.
Gloria miró las páginas y luego la miró a ella.
– ¿De qué estás hablándome?
– Algo para que te distraigas. Te pasas el día mirando estas cuatro paredes, irascible y, francamente, sacándome de quicio. Tienes que hacer algo más. Leer, ver una película… Normalmente, añadiría «ver a la familia», pero la eludes.
– No tengo ni idea de lo que quieres decir -replicó Gloria mirando hacia la ventana.
– Qué curioso. Kristie me dijo que uno de tus nietos, Walker, se pasó por aquí ayer por la tarde; que llamó antes y le dijiste que no viniera, pero vino a pesar de todo.
Se quedó asombrada cuando lo supo. Ella creía que Gloria era la abandonada de la familia. Sin embargo, primero se había negado a ver a Cal y luego despachó a Walker. Por mucho que le costara reconocerlo, quizá Reid tuviera algo de razón cuando decía que era un poco complicada.
– No es de tu incumbencia -Gloria entrecerró los ojos-. Si vuelves a decir algo de mi familia, te despido.
– Disculpa… -Lori fingió bostezar-. ¿Qué has dicho? No te he entendido.
– ¿Crees que no puedo? -preguntó Gloria-. Me basta con una llamada a la agencia que te emplea y estás en la calle.
– No quieres que me vaya -Lori sacudió la cabeza-. Te trato con firmeza y lo respetas. Me ocupo de ti y lo necesitas. No puedes ser tan hiriente como para ahuyentarme y eso es una novedad para ti. Sin embargo, ¿porqué te empeñas tanto en vivir sola?
– Lárgate -Gloria señaló hacia la puerta-. Lárgate inmediatamente.
Lori estaba a punto de discutir, cuando sintió el estómago revuelto. Hizo un gesto con la cabeza y se marchó. Se dirigió hacia la cocina y cuando llegó al vestíbulo se puso a temblar y creyó que iba a desmayarse. Miró el reloj y se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo sin comer. Tendría que haberlo previsto, pero entre la periodista emboscada y el trabajo con Gloria, se le había pasado la hora. Entró en la cocina y se encontró con la única persona que no quería ver: Reid. Él levantó la vista del montón de papeles que estaba leyendo, la miró y sonrió.
– He oído gritos. ¿Debería preocuparme?
Estaba débil por la bajada de azúcar en sangre y lo que menos le apetecía era una reacción visceral ante ese hombre. Sin embargo, el corazón le dio un vuelco y le flaquearon las piernas; no por la necesidad de comer sino por la necesidad de un hombre. Sin embargo, ¿por qué tenía que ser ese hombre?
– No pasa nada.
Lori fue hacia la nevera, donde había guardado una botella de zumo, pero antes de llegar, él se había levantado y estaba al lado de ella.
– Lori… ¿qué te pasa? Tienes un aspecto horrible.
– Vaya, gracias.
– Lo digo en serio -le tocó la mejilla-. Estás sudando y temblando.
El contacto de sus dedos fue levísimo, casi imperceptible, pero ella se recostó contra ellos y se imaginó que la acariciaba por todo el cuerpo. Fue humillante. Tenía que tener en cuenta que sólo era una hermosa fachada sin nada dentro. Una fachada que disfrutaba sacándose fotos.
– He tenido una bajada de azúcar. Vete, estoy bien.
Él le hizo tanto caso como el que hacia ella a Gloria cuando le ordenaba que se marchara.
– ¿Qué necesitas?
«¿Sexo oral?» ¡No! Ésa no era la respuesta adecuada.
– Zumo, comida…
– Hecho.
Reid la sentó en una silla y le sirvió un vaso de zumo de naranja. Ella se bebió la mitad. El resultado fue casi instantáneo. Dejó de temblar y se sintió casi normal.
– Estoy mejor -Lori lo miró-. Gracias. Vete.
– Qué agradable -replicó él irónicamente-. ¿Quién te ha amargado el día?
– ¿Sinceramente? Tú. Esta mañana había una periodista esperándome en el porche. Quería confirmar que estás aquí, cosa que yo no hice. Sin embargo, me animó un poco la jornada, me enseñó unas fotos que había bajado de Internet. Adivina quién era el protagonista.
– Creía que habían desaparecido -dijo él con una expresión tensa.
– ¿Las conoces?
– Las sacaron hace unos seis años -contesto Reid con tono sombrío-. Sin mi conocimiento. Aquella mujer quería una prueba para enseñársela a sus amigas. Una le propuso que le diera más publicidad y las colgó en Internet.
Parecía abochornado, furioso e impotente. Lori quiso creer que no podía reprocharle nada, pero era difícil.
– ¿Qué vida has llevado? -preguntó-. Esto no le pasa a una persona normal. Las fotos, la periodista… Tienes que centrarte.
– Lo intento, pero estas cosas me lo impiden. Conseguí una orden judicial para que retiraran las fotos de la página web, pero siguen apareciendo en otras páginas. No quiero seguir hablando de este asunto. ¿Estás bien?
El cambio de tema la sorprendió con la guardia baja.
– Sí. Tengo que comer algo.
– ¿Para subir el nivel de azúcar?
– Sí. Chocolate sería perfecto. Si es posible, de Seattle Chocolates.
– Estás de broma. Eso no puede sentarte bien.
– No… -estuvo a punto de decir que «no tanto como tú»-, pero es mi ilusión y puedo tomarlo si quiero.
Él sacudió la cabeza y masculló algo inaudible.
– Bueno, voy a ver qué comida de verdad tenemos.
Volvió a abrir la nevera y empezó a sacar todo tipo de cosas. Queso, pollo guisado, salsa y unas tortitas de maíz. Cosas que ella no recordaba haber visto allí.
– ¿Has ido a hacer la compra? -preguntó ella.
– He hecho un pedido por Internet. No había nada en esta cocina.
Ella pensó que, al menos, Internet también servía para algo positivo.
– Las comidas de Gloria las traen cocinadas y yo me traigo la mía.
Él se encogió de hombros y buscó una sartén amplia.
– Ahora comeremos de verdad.
– ¿Qué estás haciendo?
– Voy a hacerte una quesadilla.
Lori no supo qué le sorprendió más, si que supiera hacerla o que fuera a hacérsela a ella.
– ¿Sabes cocinar?
– Tengo algunas especialidades. No sólo sé jugar al béisbol.
– He traído mi almuerzo.
– No… no me gusta. Veamos… ¿Qué te parece: «Reid, muchas gracias por hacerme la comida y salvarme la vida»?
Ella sonrió a regañadientes.
– Tienes un sentido teatral muy desarrollado.
– Estoy acostumbrado a que me veneren.
Ella estaba segura de eso, aunque algunas de sus admiradoras se habían vuelto contra él. Se preguntó qué se sentiría al ser un personaje tan público y decidió que no podía ser algo bueno. Además, para complicar más las cosas, Reid tenía la mala costumbre de elegir las mujeres menos adecuadas.
– ¿Qué tal con Gloria? -preguntó él mientras calentaba la sartén y preparaba la quesadilla.
– Muy bien. Está avanzando.
– Es atroz, puedes decirlo.
– Ni aunque me tortures.
– Yo tenía razón -Reid arqueó las cejas-. Reconócelo.
– No. Sigo pensando que su familia contribuyó a que sea como es. Está sola y abandonada.
– Es irascible, complicada y perversa.
– No es perversa… conmigo.
– No la conoces bien -replicó Reid mientras metía la tortita doblada en la sartén.
Lori dejó el vaso e intentó mirar a algo que no fuera el hombre que estaba a los fogones. Si no lo hacía, iba a empezar a babear. Daba igual que su personalidad fuera dudosa, a su cuerpo le daban igual las otras tres mil mujeres con las que se había acostado. Sólo quería ser la siguiente. ¡Qué tristeza! Agarró la primera hoja de papel del montón que había estado hojeando Reid.
– ¿Qué es esto? -preguntó ella al leer la carta de un niño que le pedía un autógrafo.
– Un montón de tonterías que me ha mandado mi representante. Su oficina se ocupa del correo de mis admiradores y no sé si no es un error.
Lori se acordó del artículo y de que decía que Reid no hacía caso de los niños necesitados.
– No quería molestarme -Reid dio la vuelta a la tortita-. Ese es mi gran delito. Confié en otros para que se ocuparan y parece ser que hicieron un trabajo desastroso. Seth respondía a todo con un cheque.
– ¿Seth es tu representante?
– Sí. Me invitaron a la inauguración de un hospital y no me enteré. Me incluyeron en el programa y todo. Eso está mal hecho.
– Pero si no lo sabías, no es culpa tuya.
¡Cómo! ¿Estaba defendiéndolo? ¿Acaso no lo consideraba una escoria? Esas fotos lo confirmaban.
– Díselo a todos los que estuvieron esperándome -sacó un plato del armario y puso la quesadilla-. Es peor todavía. Un niño que estaba muriéndose quería conocerme como su último deseo. Y yo no me presenté. A cambio, recibió una foto y un bate de béisbol firmados -dejó el plato delante de ella y se sentó enfrente-. Es una pesadez.
Ella sintió lástima de él, pero también quería zarandearlo.
– Eres un jugador de béisbol famoso, ¿no? -preguntó ella antes de probar la quesadilla, que estaba deliciosa.
– Lo fui.
– Entonces puedes influir más que la mayoría de la gente. La cosas salieron mal, pero puedes arreglarlo. El periódico hablaba de unos niños que se quedaron abandonados sin billete de vuelta. Devuélveles el dinero. Llama a ese niño y vete a verlo. Ocúpate del correo de tus admiradores. Riñe a tu representante o despídelo. Participa.
Reid miró fijamente a la ventana que había encima del fregadero.
– No es tan fácil.
En ese momento, zarandearlo era más importante que sentir lástima.
– Puede serlo. Ya sé que antes estabas demasiado ocupado con tu apasionante vida, pero ya no te sirve de excusa. Tienes una responsabilidad. Sé la persona que todo el mundo espera que seas. Madura. Podrías sorprenderte a ti mismo.
– No tienes un concepto muy bueno de mí. ¿verdad?
– No.
Él sonrió lenta y sensualmente. Una sonrisa que la cautivó. Si hubiera mostrado el más mínimo interés, ella se habría arrancado la ropa y lo habrían hecho allí mismo, en la mesa de la cocina. Aunque, según Cassie, no era gran cosa en la cama. A ella, sin embargo, le daba la sensación de que Cassie mentía. Todo él, su forma de moverse, de coquetear y de hablar, dejaba muy claro que le encantaban las mujeres. Todas las mujeres. Todas las mujeres, menos ella.
La realidad le cayó como un jarro de agua fría. Fin de la fantasía. Ella no era su tipo. Él nunca la vería atractiva. Si llegara a saber cuánto la había trastornado, sentiría lástima por ella. La idea le avergonzó y empezó a hablar antes de poder evitarlo.
– Las cosas claras. No me interesas -aseguró ella sin inmutarse-. Ni tú ni ninguno como tú. No podrías gustarme ni te respetaría.
Las palabras se quedaron flotando en el aire y ella quiso recuperarlas como fuera. ¿En qué estaba pensando? Era Reid Buchanan y podía despedazarla con un par de palabras bien elegidas. Se preparó para el ataque cuando él se levantó y la miró desde las alturas.
– Creía que eras distinta -dijo con tranquilidad-. No creía que fueras a hacer leña del árbol caído. Pero me he equivocado.
Él desapareció y ella se quedó sola. Volvió a sentir vergüenza, pero no por desear a un hombre que nunca conseguiría sino por hacer daño a alguien que no se lo merecía. Había intentado consolarse pensando que sólo era una fachada bonita y no una persona, pero se había equivocado. Reid era de verdad. Había sido despectiva y desconsiderada, como había esperado que se comportara él. Como otros se habían comportado con ella. Se había convertido en alguien que no le gustaba y no sabía cómo arreglarlo.