Capítulo19

Lori se sentó en la cama de Madeline y empezó a contar calcetines.

– No tenemos que preocuparnos por llevarlo todo -comentó Lori-. Puedo llevarte cualquier cosa en cualquier momento.

– Lo sé -Madeline esbozó una sonrisa, pero sus ojos denotaban preocupación-. Estaré mejor cuando tenga la maleta hecha.

Lori sospechó que la preocupación de Madeline no era por la maleta.

– ¿Te pasa algo?

– No. Estoy asustada, pero ilusionada. ¿He dicho que estaba asustada?

– ¿Asustada? -preguntó Reid mientras entraba con una maleta vacía y la dejaba en la cama de Madeline-. ¿Quién está asustada?

– Nadie -contestó Madeline con una sonrisa.

Lori se levantó y abrazó a su hermana.

– Es maravilloso. Lo sabes, ¿verdad? Es tu oportunidad.

– Lo sé. Sólo estoy un poco acoquinada. Me siento muy agradecida de que hubiera alguien compatible. No creía que fuera a aparecer. Es un tipo de sangre muy raro, pero ha aparecido y tengo otra oportunidad. Reid, no quiero que pienses que soy una desagradecida. Te has expuesto por mí.

– He divulgado un mensaje importante. Nada más -él le dio una palmada en el brazo-. Os dejaré haciendo la maleta.

Madeline suspiró cuando se fue.

– Es muy bueno. Me encantaría que hubiera más tiempo.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Lori.

– No estoy preparada -Madeline levantó la mano antes de que Lori dijera algo-. Lo sé. Sin trasplante, moriré. Quiero operarme, pero…

Lori lo entendía. Estaban hablando de una operación comprometida.

– Tu médico es muy bueno. No lo olvides.

Madeline retrocedió y sonrió.

– No lo olvido. Pero es muy raro pensar que tengo el hígado de otra persona en mi cuerpo. Me repele la idea.

– Es mejor que estar muerta.

– Siempre se te dio bien poner las cosas en su sitio -Madeline dobló un camisón-. Estoy contenía, claro. Tengo la oportunidad de llevar una vida relativamente normal. Pero no puedo dejar de pensar en que alguien ha tenido que morir para que esto pasara. Creo que no puedo compensar eso.

– Tú no mataste a esa persona. Estará muerta aunque no aceptes su hígado.

– Lo sé, pero… -Madeline sacudió la cabeza-. No puedo explicarlo. Tengo una sensación rara. Estoy contenta y agradecida, pero me siento rara.

– No vas a cambiar de idea sobre el trasplante, ¿verdad?

– Es demasiado tarde -Madeline sacudió la cabeza-. Además, ¿cuántas personas tienen una oportunidad como ésta? Nunca pensé que fuera a pasar, pero aquí la tengo. Aun así, me hace pensar. Si no vuelvo, quiero que lo aceptes bien.

¿No volver? Madeline siguió hablando, pero Lori no la escuchaba. Tenía que volver. No había otro resultado posible. Lo esencial del plan era que volviera. Hasta ese momento, la muerte de su hermana era algo meramente teórico. La intervención podía complicarse, pero eso era algo que le pasaba sólo a otras personas. Su hermana era parte de su vida. Eran una familia.

– No puedes morir -Lori lo dijo tajantemente y sin pensarlo-. No lo soportaría.

Madeline la agarró de la mano, se sentó en la cama y la abrazó.

– No voy a morir.

– Pero es una posibilidad. Sé que tu hígado puede fallar, pero no ahora. Sería injusto.

– La vida no siempre es justa, pero lo más seguro es que siga mareándote durante muchos años.

– Eres mi mejor amiga -replicó Lori con lágrimas en los ojos.

– Lo sé. Tú también lo eres para mí.

– Yo no lo sabía -reconoció Lori-. Te he odiado y adorado, y durante todo ese tiempo has sido mi mejor amiga -Lori parpadeó para contener las lágrimas-. Lo siento.

Madeline le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.

– ¿Por odiarme? No lo sientas. Si yo hubiera sido tú, también me habría odiado.

– Porque eres perfecta.

– No soy perfecta.

– Tengo fotos para demostrarlo. Te quiero aunque seas perfecta.

– Gracias por ser tan generosa -Madeline se rio-, pero olvídate de eso. Las personas perfectas no se ponen enfermas.

– No es culpa tuya. Tuviste aquel accidente de coche y te hicieron una transfusión de sangre.

– Muy bien. Mi marido me abandonó cuando caí enferma. Eso no le pasa a las personas perfectas.

– Tampoco es culpa tuya -Lori puso los ojos en blanco-. Es un cretino.

– Yo lo elegí.

– Es verdad. Ya tienes un defecto. Un gusto pésimo con los hombres.

– Es un defecto considerable que impide que sea perfecta.

– Para mí siempre serás perfecta -Lori la abrazó-. Te quiero. Ni se te ocurra morirte.

– No lo haré. Lo prometo. Quiero llegar a ser un incordio para ti cuando seamos viejas.

– Me encantaría.

– Además, también quiero bailar con Reid en vuestra boda.

– No habrá ninguna boda.

– Creía que estabas loca por él.

– Lo estoy, pero no tengo ni idea de lo que piensa Reid. Sé que le gusto, pero entre eso y casarse hay todo un mundo. Ni siquiera pienso en ello.

Era mentira. Claro que pensaba. A veces, era lo único que pensaba. Estar con Reid le parecía un sueño imposible. Sin embargo, a veces se concedía esa fantasía.

– Es mucho mejor de lo que me imaginé -siguió Lori-. Es un hombre maravilloso.

– Tú tienes el mérito de algunos cambios.

– Te lo agradezco, pero lo hizo todo él solo. Yo… -Lori tragó saliva- estoy enamorada.

– ¿Se lo has dicho?

– No. Me da miedo de que se ría.

– ¿Qué posibilidades hay de que pase eso?

– En este momento, hasta la más mínima posibilidad es demasiado grande. No soportaría ese sufrimiento.

– Está loco por ti -Madeline la agarró de la mano con fuerza.

– Es posible…

Aun así, Lori no sabía si eso era suficiente.

– Lo está -insistió su hermana-. Plantéatelo de esta manera. Ha estado con suficientes mujeres para saber lo que quiere. Te quiere a ti. Lo veo en sus ojos.

Lori quiso creerlo con tanta fuerza que le dolió.

– Cambiemos de tema -ordenó Lori-. Ahora no puedo seguir hablando de Reid.

– Hablemos de mamá -propuso Madeline-. Vas a tener que ayudarla con todo esto.

– Lo sé.

Lori tampoco quería pensar en eso.

– No es el demonio.

– Nunca he dicho que lo fuera.

– Tienes que perdonarle lo que paso -insistió Madeline-. No era ella misma.

Lori no estaba segura de que las borracheras fueran una excusa, pero asintió con la cabeza por Madeline.

– Si pasara algo -siguió su hermana-, he detallado mis cuentas bancarias y otra información económica en una carpeta. Está en el cajón superior de mi cómoda. También hay una póliza de un seguro de vida. Me la hice cuando me casé, pero ahora mamá y tú sois las beneficiarias. Ayúdala a invertir el dinero. Ella no sabe de esas cosas.

Lori tuvo que hacer otro esfuerzo para contener las lágrimas y dio una palmadita en el brazo de su hermana.

– Deja de hablar como si fueras a morirte.

– Tengo que decirlo -replicó Madeline con delicadeza-. Ayuda a mamá. Tendrá dinero para comprase un piso. Le dará cierta seguridad.

– Querrá comprarse otra caravana. Estoy segura.

– Entonces ayúdala a comprarla. Está haciéndose mayor, Lori. Su salud no es muy buena. Tantos años bebiendo la han envejecido. Quiero que esté contenta y segura.

– Muy bien -Lori se secó los ojos-. La ayudaré para que se asiente en algún sitio, sea un piso o una caravana. Si sobra, la ayudaré a invertir el dinero en algo seguro. No quiero seguir hablando de esto.

– Lo sé, pero quiero que lo prometas.

– Lo prometo.

– ¿Estás segura?

– ¿Por qué no? -Lori sollozó-. Las dos sabemos que no va a pasarle nada. ¿Por qué no iba a prometer cualquier cosa?

– Me gusta que pienses así.

– ¿De cuánto dinero hablamos por el seguro de vida? -Lori decidió que eso les pondría de mejor humor-. ¿Debería hacerme ilusiones?

– Tendrás que esperar -Madeline sonrió.

– Me encantaría esperar para siempre.


Dani archivó los menús y miró a su cuñada. Penny había pasado un par de horas en la cocina supervisando los preparativos para la cena de esa noche.

– Me encantan las buenas reducciones -susurró Penny para sí misma-. Si añadimos un poco más de vino tinto a la salsa, debería resaltar los elementos frutales. ¿Qué opinas?

Dani cerró el archivador y se dejó caer en la butaca que había delante de la rebosante mesa de despacho de Penny.

– Echo de menos trabajar contigo.

Penny la miró con una mueca de fastidio.

– Yo no soporto que te hayas ido. Ya sé que no debería decirlo, que tienes que ponerte a prueba en otro sitio, pero no tiene por qué gustarme. Por cierto, sólo estás poniéndote a prueba para ti misma. Todos los demás ya estamos convencidos. ¿De acuerdo?

– A mí tampoco me gusta -reconoció Dani-. Quiero decir, estoy muy ilusionada, pero me ha encantado trabajar contigo.

– Soy la mejor jefa de cocina que conocerás en tu vida -aseguró Penny con una sonrisa-. Y la más modesta.

– Sin duda.

– Te encantará trabajar con Bernie. Es adorable y bastante atractivo -Penny arqueó las cejas-. Un poco mayor para ti, pero si te gustan esas cosas…

Dani levantó las manos con los dedos cruzados.

– Ni hablar. Parece encantador, pero no. He zanjado definitivamente la relaciones sentimentales. He recibido un mensaje muy claro de alguien muy importante que está en el cielo.

– Que Gary sea ex sacerdote no significa que Dios quiera que te olvides de los hombres.

– Entonces ¿cuál es el mensaje?

– Que te olvides de ése. O no. Quizá Dios quisiera decirte que Gary es un encanto y que deberías ser afable con él.

– No lo creo -Dani sacudió vehementemente la cabeza-. Tengo remordimientos por haberme alejado de Gary, pero te aseguro que no soy la mujer indicada para tratar los asuntos que una relación con él pondría sobre la mesa. No tengo tanta paciencia.

– No lo sé. Todo tiene un elemento romántico. ¿Qué pasaría si fueras su primera vez?

Dani no quería llegar ahí. En cuanto Gary le había confesado su pasado, había notado un nudo en las entrañas que le indicaba que tenía que salir corriendo, y ella le hizo caso. No se sentía muy orgullosa, pero tampoco lo lamentaba.

– Se ha acabado mi relación de amistad con Gary y cualquier relación con un hombre, para siempre.

– Si tú lo dices… Podrías intentarlo con mujeres.

– No, gracias -Dani arrugó la nariz.

– Por cierto, no tienes que hacer eso -Penny señaló el archivador.

– Quiero terminar lo que he empezado.

– Ya no trabajas aquí. Tienes que pasar página.

– Lo he hecho -Dani se encogió de hombros-, pero sigo echando de menos este sitio, aunque estoy entusiasmada con el trabajo.

– Si vas a olvidarte de los hombres, podrás dedicarte en cuerpo y alma al trabajo. Sabe Dios que yo lo he hecho muchas veces -dijo Penny.

Dani asintió con la cabeza y tomó un bolígrafo que asomaba por debajo de un montón de papeles.

– He pensado en intentar encontrar a mi padre.

– Es un paso considerable -Penny se dejó caer contra el respaldo de la butaca-. ¿Sabes algo más de él?

– No. Ni siquiera sé su nombre. Hablé con una detective, pero me dijo lo que ya me imaginaba. Si no tengo más información, estoy perdida. Necesito algo para poder avanzar. He preguntado a mis hermanos, pero ellos tampoco saben nada.

– Sabes cuál es el paso siguiente -Penny lo dijo con delicadeza.

– No voy a darle otra oportunidad a Gloria para que me amargue la vida. Con una vez he tenido bastante.

– Es la única que sabe algo. Piénsalo -le recomendó Penny-. Ha cambiado. No sé cómo ni por qué. A lo mejor se dio un golpe en la cabeza cuando se cayó, o quizá la enfermera de día ha obrado un milagro, sólo sé que ya no es la mujer espantosa que conoces.

– No quiero darle el placer de tener que suplicarle. Significaría que se ha salido con la suya.

– ¿No se habrá salido con la suya si te pasas la vida dándole vueltas?

Dani no contestó, y las dos sabían que Penny tenía razón. Sin embargo, ¿cómo iba a pedirle ayuda a Gloria?

– Lo pensaré -contestó Dani lentamente-. No soporto que siga teniendo control sobre mí.

– No lo tiene si no se lo otorgas.


Lori, al fondo del pasillo del hospital, vio las puertas batientes que se cerraban detrás de su hermana. Elevó una plegaria para que todo saliera bien y volvió a la sala de espera, donde pasaría todo el día. Sin embargo, cuando entró, comprobó que no era el mismo sitio espacioso y vacío de una hora antes. Los tres sofás y la docena de sillas estaban rebosantes de gente y víveres. Penny levantó la cabeza y la vio.

– Lo hemos invadido -comentó-. He traído comida porque va a ser un día muy largo y… ¿comida de hospital? Ni hablar -fue hacia unos termos y recipientes alineados contra la pared-. Bebidas, ensaladas, entrantes, postres… El azúcar es esencial en estas situaciones. ¿Qué tal estás?

– Bien -consiguió contestar Lori, aunque estaba abrumada.

Reid se acercó a ella y la abrazó.

– ¿Le has contado chistes verdes? -preguntó él.

Había sido idea suya, disparatada y encantadora, para pasar el tiempo mientras se llevaban a Madeline al quirófano.

– Lo he intentado.

– ¿Intentado? -repitió él-.Te conté unos buenísimos.

– Ya, pero ella no estaba muy centrada, aunque se rió.

Era la imagen que Lori conservaría en la cabeza. Madeline riéndose por el chiste de las ranas lesbianas.

– Ha venido mi familia -aclaró él innecesariamente.

Lori miró alrededor. Cal tenía a su hija Allison en brazos. Walker y Elissa sacaron unas bolsas llenas de platos y vasos de plástico. Zoe, la hija de Elissa, colocó unos muñecos de peluche como si estuvieran en clase.

– No deberías haberles pedido que vinieran.

Lori estaba sorprendida de que hubieran querido participar en un día tan largo y complicado.

– No se lo he pedido. Les dije que estaría aquí para acompañarte y han decidido venir.

– Eres muy bueno conmigo -susurró ella con un nudo en la garganta-. Quiero que sepas que te estoy inmensamente agradecida. Fuiste a la televisión y permitiste que esos periodistas te torturaran para que mi hermana tuviera una oportunidad. Ahora están dándole un hígado nuevo gracias a ti.

– No me atribuyas tanto mérito -Reid le acarició la mejilla-. Podrían haber encontrado un donante en cualquier caso.

– No lo creo. Eres el mejor hombre que conozco.

– Lori, yo… -él la miró a los ojos.

– Hola a todos.

Lori se dio la vuelta y vio a una mujer menuda y guapa que entraba en la sala de espera. Tenía vientimuchos años, ojos grandes y una sonrisa conocida.

– Es mi hermana Dani -le dijo Reid-. Ven a saludar.

Dani había saludado a sus hermanos, a Elissa y a Penny, y se dirigió a Lori.

– Me alegro de conocerte por fin. Siento que sea en una situación así, con tu hermana en el quirófano.

– Gracias por venir.

– Encantada. Los Buchanan vamos en lote -Dani sonrió-. Además, ¿cómo iba a perderme la oportunidad de conocer a la mujer que ha atrapado al abyecto Reid Buchanan?

– No lo he atrapado precisamente… -Lori se sonrojó.

– No estoy atrapado -mascullo Reid-. Estoy esperando…

– Ya -la expresión de Dani fue muy elocuente-. Llámalo como quieras. Estás fuera de órbita y el país se ha llenado de corazones rotos.

Lori no sabía qué decir. Dani se excusó y fue a tomar a su sobrina de los brazos de Cal. Reid rodeó los hombros de Lori con un brazo. Ella se relajó. Era curioso que se sintiera tan segura cuando estaba cerca de él.

– No tienen que quedarse -dijo ella en voz baja-. La operación va a durar todo el día y es posible que parte de la noche. Nadie tiene que quedarse.

– Lo saben -le susurró él-. Les he dicho que pueden marcharse, pero creo que van a quedarse el tiempo que sea. Estás atrapada entre nosotros.

Si eso era estar atrapada, le encantaba, se dijo para sus adentros. Se sintió rebosante de amor. De amor, de anhelo y de la sensación de ser muy afortunada. Sin embargo, aquél no era el momento ni las circunstancias para confesarlo. Cuando Madeline hubiera salido de aquello, le diría a Reid lo que sentía por él. Si él no le correspondía, podría sobrevivir y, al menos, tendría esa certeza. Ya no se reprimiría por miedo.

– ¿Dónde está mi madre? -preguntó con el ceño fruncido.

– En la capilla. Quería rezar, pero ha dicho que volvería enseguida. Penny le enseñó la comida y, aunque sólo sea por eso, estará tentada a volver.

Lori pensó que un día como ése su madre no comería por nada del mundo. Aunque los Buchanan consiguieron distraerla bastante, parte de su cabeza sólo pensaba en la operación. ¿En qué fase estaría? ¿Habría llegado ya el hígado? ¿Qué sería de la otra familia, sumida en el dolor en vez de tener esperanza? ¿Cómo podría agradecerles que le hubieran dado una oportunidad a su hermana?

Un rato después, la madre de Lori volvió a la sala de espera. Lori y Reid le presentaron a todo el mundo y, después, Lori hizo un aparte con ella.

– ¿Qué tal estás, mamá? -le preguntó al ver las ojeras y el gesto de sufrimiento.

– Con confianza. Todo está en manos de Dios. He rezado hasta quedarme sin palabras. Dentro de un rato, volveré a rezar un poco más.

– Es lo único que podemos hacer -corroboro Lori.

– Tengo una corazonada. Madeline se merece una oportunidad -los ojos se le empañaron de lágrimas y tomó la mano de Lori-. Sé que yo no me la merezco. Sé que te he hecho mucho daño durante mucho tiempo. Lo siento de verdad. Si no te crees nada más de mí, créete esto.

A Lori se le nubló la vista e intentó no llorar.

– Mamá, no hace falta que…

– Sí hace falta. Tendría que haber dicho algo hace mucho tiempo. Sé que estás enfadada conmigo y no puedo reprochártelo. Yo quiero achacárselo al alcohol, a haber estado borracha, pero no tengo excusas. Te hice daño y sólo eras una niña. Eso es lo que me duele en el alma. Eras una niña adorable y nunca te lo dije. Nunca te dije que te quería. Pero te quería y te quiero. Solo me odiaba a mí misma. ¿Puedes entenderlo?

Lori entendió la intención, aunque no las palabras, pero asintió lentamente con la cabeza.

– No era una alcohólica contenta -su madre suspiró-. Lo sabes mejor que nadie. Decía unas cosas… -Evie se encogió de hombros-. Si pudiera retroceder en el tiempo, te tomaría en brazos y te diría lo importante y especial que me parecías. Sigo pensándolo, pero temo que creas que es por Madeline: que quiero recuperarte porque puedo perder una hija.

El orgullo y las viejas heridas se debatieron con la necesidad de pasar página. Hubiera lo que hubiese entre ellas, eran una familia. Tomó la mano de su madre.

– Sé que has intentado acercarte a mí desde hace un tiempo: que no es por Madeline.

– No lo es -insistió su madre con lágrimas en las mejillas-. Es por todas nosotras. Siempre dices que tu hermana es perfecta. Nunca lo fue. Nadie lo es. Os quiero mucho a las dos y me gustaría que fuésemos una familia.

– A mí también, mamá -Lori tragó saliva.

– ¿De verdad?

Lori asintió con la cabeza. Su madre se secó las lágrimas y miró alrededor. Los Buchanan se habían retirado un poco para que ellas pudieran hablar tranquilas.

– Me gusta ese joven -comentó su madre-. ¡Caray! Es una expresión espantosa que habría usado mi abuela.

– Sé lo que quieres decir -la tranquilizo Lori con una sonrisa-. Ya somos dos. Es muy especial.

– Deberías quedártelo.

– Es lo que tengo pensado.

Se abrazaron. El abrazo de su madre le pareció inusitado, pero decidió que dejaría de serlo. La familia sería un incentivo para que Madeline se repusiera más deprisa.

– ¿Qué tal estáis? -les preguntó Elissa-. ¿Queréis algo? Penny había pensado servir algo de comer. Como un desayuno tardío. Hay toneladas de comida. He hecho un pastel, que, ahora que lo pienso, es bastante disparatado, pero a Walker le encantan mis pasteles -se calló un instante-. Perdonadme, estoy diciendo tonterías, es que no sé qué decir.

Lori no había pasado mucho tiempo con Elissa, pero en ese momento le agrado.

– No tienes que decir nada. Que estés aquí significa mucho. Mamá y yo agradecemos el apoyo. ¿Sabes una cosa? Me encantaría probar el pastel.

– Son las nueve… -su madre la miró fijamente.

– Ya, pero me apetece pastel.

– Creo que a mí también -su madre sonrió-. ¿Hay nata?

– Seguro que Penny ha traído -Elissa se rió-. Ha pensado en todo.

– Tu hija es muy buena -dijo Lori mientras Elissa cortaba un trozo de pastel-. A su edad, yo estaría subiéndome por las paredes.

– Siempre se ha portado muy bien -confirmo Elissa-. En parte, es gracias a que pasa mucho tiempo con Walker. Ella dice que es el príncipe azul de nuestras vidas.

Lori vio a la niña acurrucada junio al ex marine. Parecían absortos en su mundo. Walker levantó la mirada y sonrió a Elissa. Lori, pese a la preocupación, también sonrió. Eran una pareja enamorada.


Por algún motivo, se supo que en la sala de espera había una fiesta y algunas enfermeras y celadores se pasaron por allí. Lori se fijó en que la familia de Reid se ocupaba de su madre; hablaba con ella y la distraía. Se sentó al lado de él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaban lentamente. Podía pensar en algo distinto durante algunos segundos, pero luego, su cabeza volvía al quirófano. ¿Cuántas horas quedarían hasta saber que todo había salido bien? ¿Cuánto quedaría hasta que Madeline estuviera fuera de peligro?

El médico entró en la sala de espera. Era alto y todavía llevaba la bata, que estaba manchada. Lori se levantó de un salto. El arrebato de alegría dio paso al desconcierto. Era demasiado pronto. La operación podía durar todo el día. Entonces se dio cuenta. Ni siquiera tuvo que mirar a los ojos del médico para captar el desconsuelo. La habitación se disipó en una nebulosa. Sólo quedaron los latidos de su corazón y la expresión abatida del médico.

– Lo… siento -susurró con la voz entrecortada por el dolor y la impotencia-. Fue el corazón. Una complicación inesperada.

Siguió hablando, pero Lori dejó de escuchar. No hacía falta. Su hermana perfecta ya no estaba allí.

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