– Fue tan imperativa… -se quejó Lori-. «Pregunta por Ramón. Dile que vas de mi parte». ¿Quién se ha creído que es? ¿Un miembro de la realeza europea? Es una anciana con la cadera rota y no acepto órdenes de ella.
Madeline sonrió desde el extremo opuesto del sofá de cuero de un salón de belleza silencioso y elegante.
– Pobre Gloria -la compadeció Madeline-. Tanta inquietud porque te dio el nombre de su peluquero, como un favor. En cuanto a aceptar órdenes, es parte de tu profesión.
Lori tomó la enorme taza de café entre las manos y frunció el ceño.
– Si vas a ser lógica, nos ahorramos esta conversación. No puedo creerme que esté aquí. Mi pelo no tiene solución. Reid ni siquiera se dará cuenta y si lo hace, le parecerá espantoso.
– ¿Reid? -Madeline dio un sorbo de su café-. ¿Qué le importa? -preguntó con tono inocente.
– Te mataré -Lori la miró fijamente-. Te lo juro. No me pongas a prueba.
– Vaya, violencia… Debe de tratarse de él. Además, nunca has querido hacer nada por un hombre. ¿Por qué éste es diferente?
– Lo es, punto.
Lori no quería entrar a hablar de algo que no sabía bien.
– Reid te considera fantástica -Madeline sonrió con delicadeza-. Está enamorándose de ti.
Por mucho que Lori quisiera que eso fuera verdad, tenía sus dudas.
– Una noche de sexo no consolida una relación.
– A veces ayuda. ¿Por qué iba a arriesgarse con algo tan íntimo con una persona a la que tiene que ver todos los días si no le importa?
– No lo sé. Llevará mucho tiempo de abstinencia y yo estaba al alcance de la mano. Gloria me avisó. Tendría que haberle hecho caso.
– Cariño, te quedaste embobada en cuanto lo viste.
Era verdad, pero no lo reconocería ni aunque la torturaran.
– Yo no soy como las otras mujeres con las que se acuesta. No soy insustancial y guapa.
– Entonces, está cambiando. Ahora quiere sustancia además de belleza. ¿Qué tiene de malo?
Lori, más resignada que otra cosa, pensó que esas palabras no la describían.
– No puedo hacerlo -masculló-. No voy a hacerlo.
– ¿Vas a tirar la toalla? -preguntó su hermana-. Eso es fantástico. Conoces a un hombre estupendo en el que no puedes dejar de pensar y, por motivos disparatados, renuncias sin intentarlo siquiera. ¿Alguna vez has pensado que las mejores cosas de la vida exigen cierto riesgo? No se presentan solas y te dispensan todo lo que quieres.
Lori dejó la taza de café con cierta brusquedad.
– Para ti es muy fácil decirlo. Si no recuerdo mal, eso describe bastante acertadamente tu vida. ¿Cuándo te has esforzado por algo?
– Yo estuve donde tenía que estar e hice lo que tenía que hacer -replicó Madeline sin alterarse-. Efectivamente, tuve algunas ventajas. Lo sé y me ayudaron. Ser guapa me permitió entrar en el equipo de animadoras, pero no me mantuvo allí. Tuve que trabajar mucho para aprender las coreografías. La universidad tampoco fue fácil para mí.
– ¿Estudiar se interpuso en tu vida social?
A Lori no le gustó cómo lo dijo. Cuando menos se lo esperaba, se dejaba arrastrar por la amargura del pasado.
– Perdona -rectificó inmediatamente-. No se trata de ti y lo sé. Estoy excediéndome.
– También lo sé -su hermana le sonrió-. Tienes miedo. Nunca habías intentado nada con un hombre.
– Vamos, estoy intentando ser conciliadora. Deja de machacarme.
– Te digo la verdad y lo sabes. Te quiero desde el preciso instante que naciste. Eres mi mejor amiga. Quiero lo mejor para ti, pero he visto que te alejas de lo que quieres una y otra vez porque no quieres intentarlo. Me espantaría que perdieras a Reid por eso.
– No sé si lo tengo -se justificó Lori-. Creo que no.
– Entonces, ve por él.
– Para ti es fácil decirlo -repitió Lori-. ¿Cuando te ha hecho daño un hombre?
Se arrepintió de haber dicho aquello en cuanto la última palabra salió de su boca.
– Perdona -susurró-. Perdóname.
– No pasa nada -Madeline sacudió la cabeza-. Soy la perfecta, ¿no?
Era una vieja broma entre las dos, pero esa vez, a Lori le costó sonreír.
– Sé que es difícil para ti -siguió Madeline-. Lo deseas, pero él es guapísimo y eso te aterra. Tienes que intentarlo. Es demasiado bueno para dejarlo escapar.
– No sé cómo competir con las otras mujeres. Soy completamente distinta.
– ¿No se te ha ocurrido pensar que eso puede ser una ventaja? Me has dicho que Reid no mantiene relaciones, que es un hombre de una sola noche. Sin embargo, eso no es lo que está pasando contigo.
– En realidad, sólo fue una noche -replicó Lori mientras se encogía de hombros -, pero también es verdad que no me evita.
– A lo mejor eres exactamente lo que está buscando.
– A lo mejor no.
– Ya está bien -Madeline frunció el ceño-. Estoy muriéndome, maldita sea, así que tienes que hacerme caso. Te gusta ese tipo. Vas a meterte de lleno en la relación. Vas a dar todo lo que tienes y si acaba mal, tendrás la satisfacción de saber que no te arrepientes de nada.
Lori pensó que podía quedarse con un corazón hecho añicos, pero no lo dijo.
– No soporto que juegues la baza de la muerte.
– Busca tus puntos fuertes. A lo mejor, el pelo puede ser un principio. Podemos hacer una transformación completa. Ropa, maquillaje… Reid se volverá loco.
A Lori le encantó la idea, pero la realidad era muy tozuda.
– No soy… guapa. Lo sabes.
– Claro que lo eres. Puedes serlo si no te ocultas detrás de esas espantosas batas o eso… -Madeline le señaló el jersey.
Lori se miró el jersey marrón que llevaba encima de los vaqueros.
– ¿Qué?
– Es el paradigma de lo feo. Es grande y el color le quita la vida de la cara. Pareces una patata. Tienes un cuerpo precioso; enséñalo. Deslúmbralo con un poco de tus pechos. Los hombres tienen el mismo desarrollo emocional que un perro callejero de tipo medio. Si les enseñas tus… virtudes, harán cualquier cosa.
– Eso es repugnantemente sexista.
– Pero es verdad.
Lori se vio tentada. Siempre se había mantenido al margen del juego porque era más fácil que competir. Sin embargo, nadie le había importado tanto como Reid. Madeline tenía razón. Algunas cosas merecían la pena, correría el riesgo. Si la aplastaban como a una cucaracha, ya pensaría cómo seguir adelante a pesar del sufrimiento.
– Muy bien -dijo Lori justo cuando un hombre alto y delgado se acercaba a ellas.
– Soy Ramón -se presentó el hombre-. ¿Quién es Lori?
– Yo -contestó ella mientras se levantaba.
– Ya lo veo. Gloria me dijo que tenías un pelo rebelde -Ramón sonrió-. Me gustan las mujeres con pelo rebelde. Indica su temperamento, ¿verdad?
Lori no tuvo coraje para decirle que tenía poco de rebelde y mucho de gatita faldera.
– ¿Qué quieres? -preguntó él.
Ella tomó aliento y se inclinó por decir la verdad.
– Un milagro.
Lori se miraba tan fijamente en el espejo de los grandes almacenes que Madeline se rió.
– Eres tú -le aseguró con tono de estar complacida-. Tú y nadie más que tú.
– No puedo creérmelo -reconoció Lori.
Ramón había obrado el milagro y había compensando hasta el último centavo de los ciento veinte dólares que había pagado. Empezó cortándole unos quince centímetros de pelo, lo que casi le cuesta un ataque al corazón. Luego, con una cuchilla, fue dejándoselo a capas. Entre tanto no dejaba de elogiar los distintos colores que tenía su pelo, que nunca necesitaría mechas y que los rizos ondulados eran preciosos. Lori lo rebatió, dijo que no eran rizos, que eran unas ondas sin gracia, pero se había equivocado. Al parecer, los rizos habían perdido la forma y el vigor por llevar el pelo largo. Sin embargo, en ese momento, con el pelo justo por debajo de los hombros, eran rizos, muchos rizos. Ramón le enseñó a utilizar un par de productos para resaltar y separar los rizos. Luego, le dio la vuelta para que viera su reflejo y ella casi se desmayó.
Tenía un pelo maravilloso. Sexy, vaporoso y con un color increíble. En general, castaño, pero con reflejos dorados y rubios.
Antes de que pudiera regodearse con su recién adquirida sensación, Madeline la arrastró al fondo del salón de belleza, donde una mujer perversa le depiló las cejas con cera. El dolor fue intenso, pero breve. A eso siguió una transformación total.
Desiree le prometió que solo tardaría cinco minutos y Lori lo cronometró. Tardó siete minutos en maquillarla, pero cuando vio el resultado, decidió no quejarse. Tenía la piel resplandeciente y los ojos enormes. El brillo de los labios hacía que su boca pareciera carnosa y sexy.
– No puedo creerme que sea yo -insistió Lori mirándose al espejo de los grandes almacenes.
– Lo eres. Aunque, sinceramente, las gafas tienen que desaparecer.
– No puedo llevar lentillas.
Lori dejó de mirarse al espejo y siguió a su hermana a una sección llena de ropa preciosa.
– Hay otras soluciones -comentó Madeline-. Puedes operarte.
– No voy a permitir que un láser me achicharre la córnea sólo para no llevar gafas.
– La belleza duele. Además, ¿no te gustaría ver el reloj por las mañanas?
– Lo veo muy bien.
– Si te inclinas, lo agarras y te lo pones delante de las narices. Vamos, Lori, es inocuo. Millones de personas se lo han hecho y están encantadas con los resultados.
– Para ti es fácil decirlo; nadie va hablar de calcinarte la cornea.
– Muy bien. Me olvidaré de las gafas. Vamos a buscarte unos vaqueros como Dios manda.
Media hora más tarde, Lori tenía tres vaqueros que le sentaban de maravilla. Se abotonó la primera de las blusas que le había llevado Madeline.
– Te sienta mejor -le dijo su hermana-. Mira cómo se ajusta a las curvas de tu cuerpo. También he traído algunos jerséis, y no son marrones.
– Muy graciosa.
Lori, sin embargo, no tuvo motivos de queja. Le gustó el color verde oscuro que arrancaba reflejos verdes de sus ojos color avellana. Madeline la obligó a seguir probándose todo tipo de colores que ella nunca habría elegido. El montón fue aumentando hasta que Lori notó que la tarjeta de crédito temblaba de miedo.
– No necesito todo esto -se quejó.
Sin embargo, tampoco sabía si podría elegir lo que más le gustaba. Le pareció curioso, porque cuando iba sola de compras, nada le parecía bien.
Su hermana entró al vestidor con un vestido negro.
– Ya sé lo que vas a decir -se adelanto Madeline-. «¿Cuándo voy a ponérmelo? Es muy caro, no es de mi estilo…» Bla, bla, bla. Vas a probártelo y luego, hablaremos.
Lori agarró el vestido, lo colgó de un gancho y se acercó a su hermana.
– Te quiero -la abrazó-. Quiero que lo tengas muy claro.
– Yo también te quiero -respondió Madeline.
Se sonrieron y Lori descolgó el vestido.
– La verdad es que no puedo ponérmelo en ningún sitio.
– Eso no le importa a nadie.
Tuvieron que ir al coche para dejar todos los paquetes, pero cuando Lori había creído que habían terminado, Madeline volvió a entrar y la llevó a una tienda conocida. Conocida porque la había visto por fuera, pero Lori nunca había entrado.
– Ni hablar -Lori se paró en seco a la entrada-. Ya tengo suficiente.
– Nada de eso. Usas unas bragas vulgares y tus sujetadores son sosos. Estás con un hombre estupendo. Se merece un poco de encaje y seda. Hazme caso, le encantará.
En el caso de que quisiera verla en ropa interior otra vez, se dijo Lori, intrigada ante la perspectiva de algo sexy y nerviosa por la reacción de Reid ante su nueva personalidad.
Madeline empezó a elegir sujetadores maravillosos con bragas a juego, pero cuando paso por un mostrador lleno de tangas, Lori sacudió la cabeza.
– No vas a ponerme una cosa de esas ni por todo el oro del mundo.
– ¿Te apuestas algo? -pregunto Madeline con una sonrisa de oreja a oreja.
Reid entró en el despacho que tenía Cal en la sede central de The Daily Grind y se dejó caer en una butaca de cuero delante de la mesa de su hermano.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó Cal-. Pareces cansado.
– Estoy bien. Sigo repasando el correo. Lo he ordenado en montones por fechas.
– Parece organizado.
– Es una locura. Me escriben infinidad de niños. Algunos quieren algo, pero la mayoría sólo quiere ponerse en contacto conmigo. Creen que verme o hablar conmigo sería algo especial.
– Eres un tipo famoso.
– ¿Famoso por qué? -Reid se sentía el último mono-. He desperdiciado un año de mi vida. Me lesioné y fue por mi culpa.
– ¿Cuando te fastidiaste el hombro? -Cal se inclinó hacia él-. No fue culpa tuya. Diste un giro para esquivar a unos niños en la nieve. Fue mala suerte.
– Eso es lo que le conté -Reid estaba dispuesto a decir la verdad-. No había ningún niño. Estaba borracho. Por eso perdí el control y me estrellé contra un árbol. Así tiré por la borda mi carrera. Estaba borracho y fui un majadero. Luego, leí lo de esos niños enfermos y me di cuenta de que no tengo motivos para quejarme. Debería dedicar cada día a hacerlos felices.
– Ésa no es tu profesión -le dijo Cal-. La vida no es así.
– ¿Cómo es? No puedo seguir siendo un cero a la izquierda. Tengo que hacer algo que esté bien, pero no sé cómo -se hundió más en la butaca-. La prensa sigue acosándome. Me persiguen en cuanto salgo.
– Fue una historia ideada para captar la atención de todo el mundo.
– ¿Sabes una cosa? Ya no me importa casi nada.
¿Por qué iba a importarle una mujer de la que no se acordaba? Sabía lo bien que había salido todo con Lori. Era curioso que eso le importara mucho más en ese momento.
– Quiero dejar el bar -dijo Reid-. Más tarde hablaré con Walker.
– Acabas de decir que lo de la prensa ya no te importa.
– No se trata de eso. Tengo que hacer algo distinto. No soy la persona adecuada para este trabajo. No quiero pasarme el día contando historias. Quiero…
Eso era lo malo. No sabía qué quería.
– Eres rico, ¿verdad? -le preguntó Cal.
– ¿Necesitas un préstamo?
– No. Estaba pensando en ti. Tienes más dinero del que podrías gastarte.
– Efectivamente.
– Crea una fundación. Una de verdad. Dótala de fondos suficientes para que se financie con los intereses y ofrécesela al mundo.
Reid se puso muy derecho. No sabía nada de fundaciones, salvo que hacían cosas buenas. Se acordó de lo que había disfrutado viendo a aquellos niños con su material deportivo nuevo.
– Podría centrarme en lo que quiero -se dijo Reid a sí mismo en voz alta-. Los niños y el deporte.
– Más aún -intervino su hermano-. Todo el mundo está interesado en ti. Puedes acceder a gente a la que los demás no soñamos con conocer.
Reid sabía que era verdad. Le bastaba con llamar para hablar con quien fuera.
– Podría ser generoso sin que nadie supiera que soy yo.
– ¿Es lo que quieres?
Reid pensó en todas esa cartas y peticiones, y en las respuestas tan frías que habían recibido.
– Ya no necesito que se me aprecie por hacer lo correcto -contestó Reid con calma.
Lori entró en la habitación de Gloria y se preparó para oír todo tipo de comentarios. Llevaba unos vaqueros nuevos y un jersey ceñido. Pese a su inexperiencia, había conseguido imitar las cascada de rizos de Ramón y no se había sacado un ojo al maquillarse. Sin embargo, una vez allí, se sentía ridícula. Como una cabra que intentara pasar por una gacela.
– Buenos días -la saludó Gloria mientras la miraba por encima del periódico-. ¿Lo pasaste bien en tu día libre?
– Sí. ¿Qué tal te encuentras?
– Como una vieja con la cadera rota. Esta mañana me duele un poco, pero sobreviviré.
– Esperaba algo más de la vida. Sobrevivir no es divertido.
– Crees que vas a distraerme para que no me de cuenta de los cambios, pero te equivocas -Gloria sonrió-. Ponte en medio de la habitación y date la vuelta despacio.
– No me pagas para que haga de modelo.
– Te pago para que satisfagas mis caprichos. Adelante.
Lori, cohibida y sintiéndose absurda, obedeció. Se puso en el centro de la habitación y se dio la vuelta lentamente. Gloria la miró y asintió con la cabeza.
– Mejor -dijo-. Mucho mejor. Viste a Ramón.
– Sí. Me cortó el pelo y me enseñó a usar unos productos bastante pringosos.
– La ropa también es bonita. Por fin pareces una mujer y no una patata.
– ¿Una patata…? -Lori se rio.
– Si hubiera tenido que volver a ver otro jersey marrón, habría vuelto al hospital.
– Lo dudo.
– ¿Te ayudó tu hermana a elegir la ropa?
Lori pensó decirle que era perfectamente capaz de hacerlo sola, pero las dos sabían la verdad.
– Sí. Lo eligió todo. Es un poco bochornoso que yo no sepa lo que me favorece.
– Claro que lo sabes -Gloria se inclino hacia delante -, pero hay que hacer algo con esas gafas.
– No puedo llevar lentillas y no empieces a hablarme de rayos láser. No voy a achicharrarme la córnea. ¿De acuerdo?
– No te la achicharran entera, pero déjalo. Estás muy bien. Reid se quedará impresionado.
Lori se quedó helada. La verdad era que se había acostado con Reid en casa de Gloria, pero nunca se habría imaginado que ella lo sabía. No podía saberlo. Sería demasiado humillante. Debía estar hablando de otra cosa. De Reid en general o de su enamoramiento de él, algo que tampoco debería saber nadie.
– No lo he hecho por… Reid -balbució Lori.
– Claro que no, cariño. Sólo quiero que tengas cuidado. Te aprecio mucho y no quiero que te hagan daño.
Lori agradeció el gesto. Supo que Gloria lo decía con cariño y preocupación. Sin embargo, la inquietó que diera por supuesto que Reid sería quien hiciera el daño. Parecía imposible que ella pudiera ser quien lo dejara o le hiciera sufrir. Era lógico, pero, por una vez, le gustaría ser ella la que tuviera la sartén por el mango y no la que fuera suplicando.
– Te traeré café -dijo Lori antes de salir de la habitación.
Fue a la cocina y se sorprendió de encontrarse con Reid. Él levantó la mirada, empezó a hablar y la miró fijamente.
– ¿Qué pasa? -preguntó ella.
– Nada. Hola, me alegro de verte. Ayer te eché de menos.
– Tenía el día libre.
Ella supo que había sido un poco antipática y el verdadero motivo no tenía nada que ver con él.
– Nadie ha dicho que no lo tuvieras -él se acercó y la besó-. Me gusta tu pelo.
– Me lo he cortado -Lori se sintió ridícula y cohibida.
– Antes no sabías si querías cortártelo. Estás bien -Reid sonrió-. Mejor dicho, estás fantástica.
– Ahora -Lori no pudo evitar el tono de rencor-. Te has olvidado de decir «ahora». Pero me alegro de haber salido del pelotón de las feas y ser una más de tus guapas.
– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás furiosa conmigo?
No lo estaba. Estaba furiosa consigo misma, pero era más fácil gritarle a él.
– Soy lamentable. Doy verdadera pena y no lo soporto. ¿Por qué no puedo cautivarte? ¿Por qué no estás preocupado de que ya no me intereses más?
– ¿Qué te hace pensar que no lo estoy?
Ella agarró la cafetera, se sirvió y lo miró con rabia.
– Por favor… Me he transformado. Llevo maquillaje y un tanga y lo he hecho todo por ti. ¿Para qué? ¿Cuál es el objetivo? Es un disparate y es culpa tuya.
– ¿Culpa mía? ¿El qué? ¿Por qué?
Lo oyó farfullar algo mientras ella se marchaba, pero no se dio la vuelta. Había sido un error, se dijo sombríamente. ¿A quién iba a engañar? No daba el tipo y nunca lo daría. Había sido un error intentarlo. Era preferible jugar sobre seguro y no correr el riesgo de sufrir.