Capítulo7

Reid se sentía más cansado de lo que le habría gustado. Había sido la conversación con Lori y todo lo que ésta le había dicho. Si bien casi toda la perorata fue una sandez, algunas de sus frases dieron en la diana. Efectivamente, fue irreflexivo al acostarse con Sandy y Kristie durante las entrevistas, pero las dos se le abalanzaron. Las dos estaban deseándolo, él era libre, nadie estaba casado… Entonces ¿cuál era el inconveniente? Tampoco eran malas alternativas para cuidar a su abuela. Daba igual las vueltas que le diera para exculparse, toda la situación era un poco… vulgar. Era, lo reconocía, un ejemplar repugnante de la especie humana.

Bajó a ver a la única persona que se sumaría a su remordimiento; su abuela. Gloria estaba admirando un modesto anillo con un diamante en la mano izquierda de Sandy.

– Hola -saludó él al entrar en la habitación-. ¿Qué pasa?

– Estoy prometida -contestó Sandy con una sonrisa-. ¿Te acuerdas del chico del que te hablé? Esta mañana me lo ha pedido. Fue muy romántico.

– Enhorabuena.

– ¿Has empezado a preparar la boda? -preguntó Gloria.

– No en lo práctico, pero en mi cabeza, desde luego -contestó Sandy sin dejar de sonreír-. Sólo me queda convencer a Steve de que escaparnos a Las Vegas es muy romántico. Hay una capilla muy pequeña que es preciosa. Podíamos quedarnos en el hotel Bellagio. Siempre he querido ir a un hotel de ensueño como ése.

– Entonces es lo que tendrías que hacer -le dijo Gloria dándole una palmadita en la mano-. Una chica sólo se casa una vez… o dos.

– Muy aguda -contestó Sandy entre risas.

– Evidentemente, esta noticia tan buena cambiará tus planes de quedarte aquí. Aunque a mí me encantaría que te quedaras durante mi convalecencia, entiendo que no es posible.

– ¿Lo dices de broma? -Sandy sacudió la cabeza-. Me encanta mi trabajo. Claro que voy a quedarme. Lo paso muy bien y el sueldo me permitirá ir al Bellagio.

Sandy se rió y Gloria también se rió con ella. Reid las miró fijamente sin saber muy bien qué estaba pasando. Su abuela nunca habría aceptado una boda en Las Vegas y detestaba que alguien dejara un trabajo sin haberlo terminado.

Sandy siguió hablando de lo maravilloso que era Steve y luego se disculpó y salió. Cuando Reid se quedó a solas con su abuela, se acercó a ella.

– ¿Te han cambiado la medicación? -le preguntó sin rodeos-. ¿Estás drogada?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados y con un aire parecido al que él estaba acostumbrado.

– No me han cambiado nada. Estoy muy bien y mejorando.

– Estuviste afable, y eso no es muy frecuente.

– No has estado por aquí para saber lo que hago -Gloria bajó la mirada y empezó a alisar las sábanas-. He decidido cambiar un poco.

– ¿Cambiar qué, por ejemplo? -preguntó Reid con cierta perplejidad.

– Voy a ser más amable. Más soportable. Menos ácida. Me gustaría que te dieras cuenta.

Había recibido muchos pelotazos durante su carrera en el béisbol, pero sólo dos lo habían alcanzado en la cabeza. Eso fue igual que uno de ellos.

– ¿«Amable», «amable»…? -preguntó Reid con incredulidad.

– Podrías fingir que no desconoces el significado de ese concepto. Hablando de cambios, hay algo que tú también tienes que aceptar. Tus circunstancias actuales son imperdonables. Has avergonzado a la familia. Sinceramente. Reid, ¿en qué estabas pensando para no rendir al máximo al acostarte con una periodista? Dada tu experiencia, yo habría esperado que supieras lo que estabas haciendo.

Hasta ese momento, él no sabía muy bien qué quería decir que a uno se lo tragara la tierra. ¿Su abuela lo censuraba por no haberse portado mejor en la cama?

– No voy a hablar de esto contigo -replicó Reid.

– Sin embargo, ya estamos hablando -su abuela tomó aliento-. Supongo que las acusaciones de defraudar a unos niños tampoco fueron culpa tuya. Tienes muchos defectos, pero ser inhumano no es uno de ellos.

– No me halagues ahora -dijo él-. No sabría cómo asimilarlo.

– No pienso halagarte. Pienso decirte unas cuantas verdades. ¿Qué pasó con aquellos chicos?

Reid acercó una silla y se sentó.

– No lo sé. Me mantengo al margen de esas cosas. Seth, mi representante, se ocupa de la correspondencia y de mis apariciones en público. Zeke, mi administrador, se ocupa del dinero. Extiende cheques cuando Seth se lo pide. No sé cómo organizan el día a día.

– Primer error -dijo su abuela-. Era distinto cuando estabas ocupado jugando al béisbol, pero ahora no tiene justificación. ¿En qué, si no, ocupas tu tiempo?

– Trabajo… en el bar.

– A juzgar por el tiempo que pasas aquí últimamente, diría que ese trabajo no es muy absorbente -ella suspiró-. Reid, siempre has conseguido las cosas muy fácilmente. Eres listo, guapo y tus lanzamientos eran igual de demoledores en la novena entrada que en la primera.

Reid la miró fijamente sin dar crédito a lo que había oído.

– ¿Por qué lo sabes?

– De vez en cuando te veía jugar y aprendí las reglas. Es un deporte, Reid. No fue difícil aprender los fundamentos.

– Nunca me lo dijiste.

– Me pareció que no era importante.

Él le tocó ligeramente el dorso de la mano.

– Habría sido muy importante. Sigue siéndolo.

Se miraron a los ojos. Por primera vez en su vida, se había dado cuenta de que le importaba a su abuela. Fue maravilloso. Un poco aterrador, pero maravilloso.

– Ese tal Seth… -su abuela apartó la mirada- parece un idiota de los pies a la cabeza. Una cosa es ocuparse del correo de los admiradores, y otra organizar un desaguisado de esta magnitud ¿Qué sabes de Zeke?

– Que lleva veinte años haciendo esto y que es absolutamente honrado. Ni siquiera permite que sus clientes le hagan regalos de Navidad. Únicamente que mandemos una cesta a la oficina, pero para todo el personal. Ni propinas ni nada parecido. Ni siquiera, entradas para los partidos.

– Perfecto. Despide a Seth y pon a Zeke en su lugar. No vas a aparecer en público durante un tiempo. Si hace falta, conozco a un par de personas en los medios de comunicación que saben lo que hacen y no son unos mentecatos.

– Intentas dirigir mi vida…

A él no le molestaban sus ideas. Sabía que tenía que despedir a Seth, sólo había pospuesto lo inevitable, pero le sorprendió que ella se tomara tanto interés.

– Puedes hacer otra cosa -replicó ella-. Puedes hacerte responsable. Cambiaremos juntos.

– Es una conversación que nunca me había imaginado que tendríamos -reconoció él.

– Sorpresa… -Gloria sonrió.


A la mañana siguiente, a primera hora, Reid despidió a Seth por teléfono y luego, con una carta bastante agresiva de su abogado, Seth intentó protestar, pero renunció en seguida. Reid comprendió que sabía que lo había hecho muy mal y que, en vez de arreglarlo, había mirado hacia otro lado. Su siguiente llamada fue a Zeke.

– ¿Has hablado con mi abogado? -preguntó Reid a modo de saludo.

– ¿Sobre Seth? Claro…

– ¿Sabías que era un desastre? -preguntó él con un gruñido.

– Es perezoso. Hace lo menos posible y lo considera una victoria. Sólo le importan el dinero y los privilegios. Le gusta tener una lista de clientes triunfadores.

Eso explicaba que lo hubiera dejado escapar sin rechistar. Ya no era jugador de béisbol y, después de esa campaña negativa en la prensa, tampoco tendría muchos compromisos.

– Le he dicho que me mande todo -le explicó Reid-. Te encargaré una gran parte a ti.

– Sabes que sacaremos adelante el trabajo -le aseguró Zeke.

– Lo sé. ¿Cuál es la situación económica?

– Doy por sentado que le refieres a la tuya… -Zeke se rió ligeramente-. Tu cartera está diversificada. Acciones, bienes inmuebles, algunas empresas pequeñas… Aproximadamente, ciento ochenta y cinco millones, arriba o abajo.

Reid dejo escapar una maldición para sus adentros. Nunca había prestado atención a sus inversiones. Había pagado a Zeke para que lo hiciera. Él había hecho lo que le gustaba durante casi diez años y le pagaron muy bien. Fue una vida ardua, pero nunca fue tonto con el dinero.

– Tanto y no pude devolver a sus casas a aquellos niños… -dijo Reid.

– Nos ocupamos de eso -le dijo Zeke-. Hace más de un mes les mandamos un cheque.

– Mil dólares. ¿Qué se puede cubrir con eso?

– Dos billetes de vuelta. ¿Por qué? ¿La familia tuvo otros gastos?

– ¿La familia? Zeke, no era una familia. Fue todo el equipo.

– No lo sabía -Zeke soltó un juramento-. Seth lo planteó como si fuera una familia. Esa cantidad les parecería un insulto.

– Peor aún. Son familias que no llegan a final de mes. El asunto de los billetes fue un desastre económico para muchas. A unos les embargaron el coche.

– Maldita sea, Reid. Esas calamidades no deberían pasar. Para eso pagas a gente como Seth y como yo.

– Quiero arreglarlo. ¿Puedes enterarte de cuanto se gastó cada uno para volver a su casa y mandarles un par de miles más? En cuanto a la familia que perdió el coche, consígueles otro.

– Dalo por hecho. ¿Algo más?

– Por ahora, no. Pero lo habrá pronto. Voy a estudiar la documentación de Seth en cuanto llegue. Me temo que va a haber que arreglar más cosas.

– Lo haremos. Se puede arreglar -lo tranquilizó Zeke.

– Muy bien -se despidió Reid antes de colgar. Sin embargo, no todo podía arreglarse. Como ese niño que había muerto sin saber que Reid se preocupaba por él. Eso no podía arreglarse ni deshacerse. ¿Cuánta gente estaría defraudada por él? ¿Cuántos desastres eran culpa suya?


A la mañana siguiente, Reid fue a buscar a Lori. Esa noche, en un momento de insomnio, se dio cuenta de algo molesto. Lori estaba dolida porque no se había acostado con ella. Se había acostado con las otras dos enfermeras, pero no con ella. Quería decirle que no se lo tomara como algo personal, pero era una mujer y, naturalmente, lo tomaría así. ¿Cómo podía explicarle que no se había acostado con ella porque no la consideraba ése tipo de mujer? Estaba deseando tener esa conversación.

Intentó convencerse de que tenía que olvidarse de las otras enfermeras y de lo dolida que ella pudiera sentirse, pero no pudo. Bastante tenía con que todo el mundo pensara que era un majadero; no quería que Lori también lo creyera. Aunque seguramente sería demasiado tarde para que cambiara de idea.

La encontró en la cocina. Estaba metiendo la taza del desayuno de Gloria en el lavaplatos. Ella entrecerró los ojos al verlo entrar, pero no dijo nada. Él se dio cuenta de que no llevaba la bata. Llevaba vaqueros y un jersey. La ropa, más ceñida, resaltaba unas curvas que no había captado antes. Muy interesante…

– ¿Qué quieres? -preguntó ella mientras se colocaba bien las gafas.

– Conocer a tu hermana.

No fue lo que tenía pensado haber dicho y tampoco supo por qué lo había dicho.

– No -replicó ella rotundamente.

– ¿Por qué? Dijiste que está muriéndose. A lo mejor le apetece un poco de compañía. Soy una buena compañía.

– No lo eres y la respuesta sigue siendo, no. Madeline no es un espectáculo al que puedes ir para ocupar el día. Vete a molestar a otra.

Su actitud estaba empezando a sacarlo de sus casillas. ¿Qué le había hecho?

– Sólo intento ayudar -se justificó él-. Puedo consolar a los enfermos.

– No sexualmente, por lo que se comenta.

Él dio dos zancadas, la agarró del brazo y tuvo que contenerse para no zarandearla.

– No tuve la culpa -bramó Reid-. Era mi primer año apartado del deporte. Mi equipo estaba en la final. Perdieron. Estaba borracho. ¿Te parece mal que estuviera más interesado en ahogar mis penas que en satisfacer a una mujer? Tuve una mala noche. Todo el mundo puede tener una mala noche menos yo, ¿verdad? Soy bueno en la cama, mejor que bueno. Me han clavado la uñas y las mujeres gritan casi siempre.

– Estoy bostezando -ella ni parpadeó-. Eso es lo que me interesa esta conversación.

Reid soltó una maldición, la agarró y la besó. No lo había planeado, pero estaba a punto de estallar y no se le ocurrió otra forma de liberar la tensión. Dejó que su impotencia, su furia y vanidad herida se derramaran con el beso. Hundió la mano libre en el pelo de ella y se sorprendió al encontrarse con que esos rizos ondulados eran muy sedosos. La estrechó un poco más contra él para besarla mejor porque empezaba a gustarle.

Lori se quedó sin saber qué hacer con los brazos, las manos o el cuerpo. Se sentía ridícula, pero lo único que sabía era que quería que ese beso no terminara jamás. El beso le exigía algo y ella se dio cuenta que quería dárselo. Sin embargo, aunque él perseveraba, sus labios no era demasiado abrumadores. Sólo eran lo suficientemente cálidos y prometedores para que ella quisiera dejarse llevar. Le gustó cómo olía y que tuviera la estatura idónea. Le gustó el contacto de su mano en el pelo y el roce provocador de su lengua sobre el labio inferior.

Si hubiera tenido voluntad o acceso a su cerebro, se habría retirado. Era lo sensato, lo único juicioso. Sin embargo, no tenía nada de eso y no pudo evitar ponerle una mano en el hombro y separar los labios. Él le mordisqueó el labio. Eso la sorprendió y tomó aire; él dejó escapar un risita y entró con una voracidad que la dejó otra vez sin aliento.

Besaba como un hombre que adoraba a las mujeres. Besaba como un hombre que entendía que a veces un beso no era sólo un peldaño que llevaba a otra cosa; que podía ser, si se hacía bien, un fin en sí mismo. Besaba a conciencia y consiguió que ella se sintiera como si hubiera pasado toda su vida esperando ese momento.

Sintió que se abrasaba por dentro, se sintió incómoda con la ropa y dentro de su piel. Quería que la acariciara por todo el cuerpo y quería acariciarlo. Quería percibir el contacto de su cuerpo perfecto, desnudo y en tensión. Lo quería dentro de ella.

La imagen fue demasiado real y se estremeció sólo de pensarlo. Él profundizó el beso y ella correspondió a cada movimiento: entró en su boca para conocerla y excitarlo.

Entonces, tan súbitamente como había comenzado, el beso terminó.

– Estás temblando -Reid retrocedió.

Ella notó los estremecimientos por todo el cuerpo. Efectivamente, estaba temblando.

– Una bajada de azúcar -explicó como si quisiera justificarse-. No he tomado bastantes proteínas en el desayuno.

Reid la miró fijamente un buen rato y empezó a sonreír. Fue una sonrisa lenta, de satisfacción masculina. Una sonrisa que expresaba su capacidad para que una mujer cayera rendida por un beso. Seguía sonriendo cuando salió de la cocina y Lori se quedó mirándolo sin saber qué la desquiciaba más, si que la hubiera alterado tanto para luego abandonarla o que ella hubiera correspondido.


Dos días después, Reid abrió la puerta a Walker y Elissa. La expresión de Walker era inescrutable, como siempre, pero Elissa parecía atónita.

– Obedecemos -le saludó Walker-. Gloria nos ha llamado para que vengamos.

– ¿Estás seguro de que hablaba de los dos? -preguntó Elissa mordiéndose el labio inferior-. Estoy segura de que se refería a ti. Yo le caigo mal y ella me parece aterradora.

Walker sonrió a su mujer.

– Si quieres, puedes esperarme con Reid. No voy a obligarte.

– Claro que no -ella suspiró-, no eres de esos. Pero como eres tan considerado, me da rabia tener miedo. Te acompañaré y seré cortés. Puedo hacerlo. Crecí entre gente muy cortés.

Reid pensó tranquilizar a Elissa y decirle que Gloria había cambiado un poco, pero no estaba seguro de que el cambio hubiese durado y decidió no decir nada.

– Puedo acompañaros si queréis -se ofreció-. Si la cosa se pone fea, me llevaré a Elissa para que no tengas que matar a la abuela.

– Me parece una buena idea -dijo Walker-. ¿Qué tal te va la vida?

– Sigo haciendo un inventario de daños -contestó Reid mientras pasaban al recibidor-. Cada día aparece una mujer nueva para decir que ella no sintió nada. Es humillante, pero es una distracción. He despedido a mi representante y estoy repasando las cajas que me mandó. Hay muchas peticiones y cartas sin contestar. No soporto saber que hay niños que me consideran un imbécil.

– ¿Qué vas a hacer para arreglarlo? -preguntó Walker.

– Sigo pensándolo.


Lori alisó las sábanas de la cama de Gloria y las remetió mientras deseaba no estar tan trastornada. Había pasado dos días intentando evitar a Reid. Después del beso, no sabía qué decirle. Además, tampoco se había encontrado con él y eso hacía que lo echara de menos, lo que la sacaba de sus casillas. No soportaba pensar que por un roce de labios hubiera pasado de ser una mujer juiciosa y con dominio de sí misma a convertirse en una especie de adolescente que suspiraba por ver al hombre de sus sueños. El día anterior había ido a correr por la mañana y por la tarde para intentar cansarse y así poder dormir. No dio resultado. En cuanto cerraba los ojos, veía su rostro y sentía la húmeda calidez de sus besos. Se quedó casi toda la noche despierta reviviendo aquellas sensaciones una y otra vez.

– Señoras -dijo Reid al entrar en la habitación-. tenemos compañía. -Gloria guiñó un ojo a Lori-. Mi hermano. Dos por el precio de uno, naturalmente, tiene pareja.

Lori quiso decir algo, pero no pudo. Con un par de frases la había dejado sin poder articular palabra. Era humillante.

Otro hombre entró en la habitación. Su parecido con Reid le permitió adivinar el parentesco. Lo acompañaba una mujer atractiva con una melena larga y castaña y los ojos azules.

– Habéis venido… -los saludó Gloria-. Walker, Elissa, me alegro de veros. Os presento a Lori, una de mis enfermeras. Lori, mi nieto y su novia. ¿Has traído a tu adorable hija, Elissa? Perdóname, pero no me acuerdo de su nombre.

– Zoe -respondió Elissa con expresión de perplejidad-. Está en el colegio.

– Mala suerte. A lo mejor puede venir la próxima vez. Los niños aportan mucha energía positiva a una habitación.

Lori vio la expresión de asombro infinito de todos y comprendió que tenía que irse. Gloria estaba poniendo en práctica sus propósitos. Tardaría algún tiempo en convencer a su familia de que el cambio era sincero, pero confió en que lo conseguiría.

– No le has dado un porrazo en la cabeza, ¿verdad? -preguntó Reid mientras salía con ella-. He revisado la medicación para cerciorarme de que no estabas drogándola.

Lori intentó pasar por alto su proximidad y la calidez de su aliento.

– ¿Por qué no aceptas sencillamente que ha querido cambiar?

– Deberías haber venido antes -dijo él-. La vida habría sido mucho mejor. La última vez que Gloria vio a Elissa, la amenazó con expulsarla y hacer que la detuvieran. Sólo porque se había atrevido a salir con Walker.

– Ya no es así.

Cuando entraron en la cocina, Lori se puso detrás de la mesa con la intención de que una barrera física la ayudara a conservar el dominio de sí misma, pero Reid le tomó la mano.

– Es por ti. Tú eres el motivo del cambio.

Era difícil pensar con sus dedos en contacto con los de él.

– Ella tomó la decisión. Yo sólo le hice ver que ser amable podría beneficiarla.

– ¿Por qué no quieres aceptar tu mérito?

– No hay tal.

Ella se zafó de su mano y retrocedió un paso. No quería seguir allí con él mirándola como si le importara. Como si ella fuera alguien especial en su vida. ¿Cómo iba a creérselo?

¿Por qué tenía que ser Reid? ¿Por qué no sentía una atracción física tan fuerte por otro hombre? Alguien que no estuviera tan lejos de su alcance. Le daba igual no conseguir a Reid, lo que no soportaba era dar pena; que si alguna vez él se daba cuenta de lo cautivada que estaba, sintiera compasión de ella.

Walker apareció al cabo de unos minutos a buscar café.

– Si no lo hubiera visto, no me lo habría creído -dijo a Reid.

Lori se dedicó a preparar una bandeja.

– Es una persona completamente distinta -siguió Walker-. Cariñosa, simpática… Me dijo que estaba haciendo muy bien mi trabajo y creí que era una broma.

– Te acostumbrarás -Reid sonrió.

– Espero que dure.

– Yo también, pero si quieres una respuesta con garantías, habla con la artífice.

Lori levantó la mirada y se encontró a los dos hombres con los ojos clavados en ella.

– No soy la artífice de nada -se encogió de hombros-. Gloria se sentía sola y tenía pena de sí misma. Yo le hice ver que la gente la evitaba porque era muy complicado soportarla. Le propuse que intentara ser más amable.

– ¿Nada más? -preguntó Walker-. ¿No hizo falta torturarla?

– Lo ha pasado muy mal -Lori sonrió-. El ataque al corazón, la recuperación de la cadera… Sufre y está vulnerable. Creo que esas dos cosas la han empujado a hacer algo distinto. Espero que los cambios sean definitivos, pero no puedo garantizarlo.

– En cualquier caso, es un milagro -afirmó Walker-. Te debemos una buena juerga.

Reid se acercó a ella y, antes de que se diera cuenta, le pasó un brazo por los hombros.

– Yo la vi primero. No lo olvides.

– Nunca crecerás, ¿verdad? -Walker sacudió la cabeza.

– No, si puedo evitarlo.

Dio un apretón a los hombros de Lori y la soltó. Walker y él volvieron a la habitación de Gloria con la bandeja y un plato con galletas. Se quedó sola en la cocina.

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