Capítulo 18

Melanie tomó la autopista, disfrutando al sentir el viento y el sol en la cara, cortesía de los ciento cuarenta kilómetros por hora que alcanzaba aquel lujoso coche que ya no se podría permitir, puesto que había perdido su trabajo esa misma mañana.

Pero una mujer tenía que hacer lo que debía. Y lo que debía hacer era ignorar que no tenía trabajo, ni un marido rico, y que estaba a punto de cumplir treinta y cuatro años.

¿Cómo había llegado a hacerse tan vieja? Inclinó la cabeza para mirarse por el espejo retrovisor. Tenía un pelo magnífico y el maquillaje realzaba sus todavía fabulosos ojos y su boca. La ropa que llevaba parecía diseñada para provocar las súplicas de cualquier hombre. La verdad era que estaba despampanante.

Y no se habría movido de su ciudad para demostrarlo si hubiera tenido algún lugar adonde ir, pero la triste verdad era que la mayor parte de sus amigos habían sentado cabeza hacía mucho tiempo.

– Oh, Dios mío -musitó, aferrándose al volante-, ¡soy vieja!

Tomó la primera salida hacia South Village y se sumó al tráfico de la ciudad. Tuvo que rodear dos veces el edificio de Rachel antes de encontrar aparcamiento, de modo que cuando salió del coche estaba lista para la pelea.

A medio camino de la casa, alguien la llamó. Y no sólo alguien, sino un hombre alto y atractivo cuya voz la había perseguido en sueños desde la víspera del Año Nuevo. Garret.

Recordaba sus últimas palabras cada vez que cerraba los ojos: «una sola noche no es suficiente para mí, Melanie, contigo no. Si quieres algo más, ya sabes dónde vivo».

Melanie se volvió hacia él e intentó esbozar algo parecido a una sonrisa.

– Si pensabas preguntármelo, de momento no quiero nada más.

Garret estaba rastrillando su jardín, vestido con unos vaqueros y una camiseta que enfatizaban la fortaleza de sus músculos.

– No iba a preguntártelo.

– ¿Por qué no? -preguntó Rachel sin poder contenerse.

– No iba a preguntártelo -contestó Garret-, porque es algo que tienes que decidir por ti misma.

– ¿Decidir qué?

Garret dejó caer el rastrillo para acercarse a Melanie.

– Decidir cuándo ha llegado el momento de terminar el juego -contestó quedamente-, para que podamos hablar en serio de nosotros.

– ¿De nosotros?

– Sí, de nosotros -le apartó un mechón de pelo de la cara y bastó aquel roce en su mejilla para que Melanie se estremeciera-, podríamos ser una pareja perfecta.

Confundida y humillantemente cerca de las lágrimas, Melanie se quitó las gafas de sol y alzó la mirada hacia él.

– No te burles de mí, Garret. Hoy no, he tenido un día horroroso.

– No me estoy burlando de ti.

– Pero… pero si ni siquiera me conoces.

– No me digas que crees en la atracción a primera vista, pero no en el amor.

– Amor -Rachel casi se atragantó al pronunciar aquella palabra. No tenía ninguna experiencia en el amor. Absolutamente ninguna-. Estás loco, ¿sabes?

Con otra tierna y delicada caricia que estuvo a punto de hacerle llorar, Garret le alzó la barbilla.

– Dime que no lo sientes, Melanie. Dime que no lo has sentido desde aquella noche.

– Aquella noche los dos estuvimos de acuerdo en que lo que había ocurrido había sido una estupidez.

– Yo jamás he pensado nada parecido, jamás -repitió con firmeza-. Simplemente quise que esperáramos hasta que estuvieras preparada para enfrentarte a lo que sucedió realmente aquella noche.

– ¿Qué crees que sucedió realmente aquella noche?

– Una conexión emocional. Mírame a los ojos, dime que no es cierto y te creeré.

– Yo… -la mirada de Garret era tan profunda… y sincera. Oh, Dios, estaba hablando en serio.

– Dilo, di una sola palabra y te dejaré en paz.

– No puedo -susurró Melanie sorprendida.

Garret la recompensó con un beso que no implicó el inmediato despertar de la pasión. No hubo roce de lenguas, ni de dientes. Sólo unos labios cálidos y firmes que la besaban con tanto sentimiento que Melanie tuvo que aferrarse a él.

Y entonces Garret la apartó.

– Sólo quiero pedirte una cosa, y si no puedes cumplirla, no podremos llegar a nada -le dijo Garret con la voz ligeramente enronquecida-. Yo confío en ti, Melanie, pero a cambio, tendrás que confiar en mí.

– ¿Qué tiene que ver la confianza con todo esto?

– Todo. Mira, por ejemplo, todo lo que has hecho para evitar que Rachel y Ben volvieran a estar juntos.

– Espera un momento, yo no…

– ¿No? Vamos, Melanie. Sabes perfectamente que deberían estar juntos, pero no soportas la idea de que Rachel sea feliz antes que tú.

– No, yo…

– Y has saboteado intencionadamente su felicidad porque tú no eres feliz.

Dios santo, aquello era una locura. Ella no le haría a su hermana algo así, ella… Le había hecho exactamente eso a su hermana.

Tambaleándose, se sentó en uno de los escalones de la entrada, olvidándose de la lujosa seda de su vestido.

– Dios mío, soy una bruja.

– No -Ben se sentó en cuclillas delante de ella y le tomó la mano-, eres una mujer apasionada, testaruda y libre de espíritu. Y yo confío en que continúes siéndolo. La cuestión es si tú serás capaz de confiar en mí a cambio. De confiar en que no voy a dejar de estar a tu lado.

En el diccionario de Melanie, «confianza» era una palabra peor que «amor». Recurriendo de nuevo a su orgullo, liberó su mano.

– Tienes razón, no podemos llegar a nada -se levantó.

Su corazón se desgarraba ante la perspectiva de alejarse de allí, pero era eso precisamente lo que estaba haciendo. Ya había alcanzado la puerta de Rachel cuando Garret le dijo con la voz cargada de arrepentimiento:

– Adiós, Melanie.

Melanie abrió la boca para decir adiós, pero no fue capaz. Se limitó a entrar en casa y a apoyarse en la puerta con un largo y trémulo suspiro. Una pequeña parte de ella temía haber arruinado lo mejor que le había ocurrido en toda su vida. Y la mayor parte de ella se estaba dedicando a maldecir a aquel canalla.

Subió furiosa las escaleras y encontró a Rachel en el estudio.

– ¿Soy una egoísta? -le preguntó.

– Vaya, hola a ti también -respondió Rachel.

– Sí, hola, besos y abrazos -Melanie puso los brazos en jarras y miró a su hermana con expresión crítica-. Dime, ¿soy una egoísta?

– Es posible -contestó Rachel con sinceridad.

Sí, maldita fuera, lo sabía.

– ¿Ya lo has hecho con Ben?

Rachel pestañeó.

– Creía que querías que lo hiciera con Adam.

Melanie se adentró en el estudio, dándose cuenta mientras lo hacía de hasta qué punto Garret tenía razón. Ella siempre había querido que Melanie la necesitara y, estando Ben por medio, se había sentido amenazada. Dios, y cuánto se odiaba por ello.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Rachel.

– Oh, Rach, creo que esta vez lo he fastidiado todo.

– Oh, cariño -Rachel corrió inmediatamente hacia su hermana para darle un abrazo-, ¿qué ha pasado? Es lunes, ¿no deberías estar trabajando?

– Olvídate ahora de eso. Tengo que decirte algo y no encuentro la manera de hacerlo.

– Tú no tienes un átomo de delicadeza en todo tu cuerpo, ¿por qué empezar ahora? Suelta lo que tengas que decir. Te sentirás mejor.

– Bueno… he perdido mi trabajo.

– Oh, Mel…

Mel alzó las manos y sacudió la cabeza.

– Espera, no es eso lo que quería decirte. Por una vez, esto tiene que ver contigo, no conmigo -tomó una bocanada de aire-. De acuerdo, allá va. He intentando disuadirte de que estuvieras con Ben porque en realidad no quería que fueras feliz.

– ¿Qué?

– Lo que quiero decir es que, sí, yo quería que fueras feliz, y esa es la razón por la que quería que estuvieras con Adam y todo eso. Pero para ser realmente, realmente feliz, necesitas estar con Ben, y yo no quería que fueras realmente feliz hasta que yo no lo fuera.

Rachel dejó escapar una risa.

– Creía que habías dejado de fumar hachís.

– Y lo hice, maldita sea. No estoy drogada, y estoy hablando en serio. Ben es el hombre que te conviene, es tu media naranja y las dos lo sabemos.

Rachel se la quedó mirando en silencio durante largo rato y desvió después la mirada.

– Bueno, pues ya es demasiado tarde. Mañana se va.

– ¿Vas a dejar que se vaya?

– ¿Dejar? Melanie, nadie puede detener a ese hombre cuando se le mete una idea en la cabeza.

– Tú podrías.

– ¿Para que después se arrepintiera? Él quiere marcharse.

– Y tú vas a limitarte a contemplar cómo se marcha. Como la otra vez.

– Exacto.

Melanie asintió. Estupendo. Ella ya había hecho todo lo que podía. Para cualquier otra cosa, haría falta ser una santa. Y ella no era una santa.

Adiós, Ben. Adiós, Garret.

Ben se había levantado temprano para hacer las últimas fotografías en South Village. A media mañana, entró en casa de Rachel y percibió el olor a huevos quemados, lo que quería decir que Emily estaba cocinando otra vez. Tenía la mañana libre debido a las reuniones del profesorado. Una sonrisa asomó a los labios de Ben, antes de recordar que aquel era el último día que iba a poder disfrutar de los esfuerzos de su hija en la cocina.

Al día siguiente salía su avión. Muy serio, entró en la cocina a tiempo de oír decir a Rachel:

– No me hace ninguna gracia la idea de que vayas a Los Ángeles para encontrarte con alguien a quien has conocido por Internet.

– Mamá, no es una reunión porno, voy a ver a Alicia.

– No tienes la menor idea de si Alicia es quien dice ser.

– ¡Claro que lo es! Tiene doce años y va al mismo curso que yo. Es mi mejor amiga y queremos conocernos.

– ¿De quién ha sido la idea? ¿Tuya o de ella?

– De las dos.

– No me parece seguro, cariño.

Emily tiró la cuchara de madera sobre la cocina.

– ¡Eres una aguafiestas!

– Ya basta -dijo Ben, agarrándola del brazo cuando se disponía a abandonar la cocina-. No quiero oírte hablarle a tu madre en ese tono.

– ¡Pero ella me habla como si fuera una niña!

Rachel se levantó.

– Tú eres mi niña.

– ¡Mamá!

– De acuerdo, tranquila. Mira a tu madre y haz el favor de escucharla.

– Pero papá…

– ¡Escucha! -miró a Rachel-. Evidentemente, estás preocupada porque no conoces a Alicia.

– Por supuesto. Emily es demasiado pequeña para ir sola a Los Ángeles para encontrarse con alguien a quien no conoce.

– Estoy de acuerdo contigo. En ese caso, ¿por qué no voy yo contigo, Em?

– Me ha dicho que no pueden ir los padres -le explicó Rachel.

– Una mala opción -Ben chasqueó la lengua y miró a Emily-, si cambias de idea, dímelo y yo…

– Los dos, iremos los dos -lo corrigió Rachel.

– Exacto, si cambias de idea, podremos llevarte nosotros.

– Pero tú te vas -le recordó Emily con la voz rota.

– Sí, me voy, pero podría llevarte a Los Ángeles y marcharme después.

Emily consideró en silencio aquella opción.

– ¿Podríamos ir a un restaurante o algo parecido y sentarnos nosotras en nuestra propia mesa?

Ben miró hacia Rachel.

– ¿Rach?

– Muy bien. Pero aun así no me gusta… -se interrumpió cuando Emily corrió hacia ella para darle un abrazo.

– ¡Mamá, eres la mejor!

Rachel sacudió la cabeza y se echó a reír.

– ¿Podrías hacerme el favor de intentar no olvidarlo?

Con una sonrisa, Emily salió saltando de la habitación.

– Me gustaría que no le hubieras dejado ir a esa cita -comentó Rachel.

– ¿Por qué? Después de todo lo de Asada, que se encuentre con una amiga no me parece nada arriesgado, sobre todo si vamos a estar nosotros delante.

– En una mesa diferente.

– No voy a dejar que ocurra nada, Rachel.

– Tú no vas a estar allí…

– Yo pensaba que estábamos de acuerdo.

– Y lo estamos -contestó Rachel.

– ¿Entonces cuál es el problema?

– ¿Necesitas que te lo deletree?

– Soy un hombre -contestó Ben tan descorazonado que Rachel no pudo menos de echarse a reír-. Necesito que me lo deletrees.

– Bueno, podríamos empezar por Asada.

A Ben le bastó oír aquel nombre para sentir en la boca el sabor de la culpa.

– Que está muerto.

– No en mis sueños…

– Rach…

– No, lo siento -Rachel echó la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo-. También es Emily. Ya no me necesita y yo… acabo de darme cuenta de que mis demostraciones de fuerza con ella son sólo una farsa.

– Eres una madre increíble.

– Gracias, es sólo que…

– ¿Sólo qué, Rach?

– Que mañana no estarás aquí -sonrió con tristeza-. Y esta vez puedo admitir que voy a echarte de menos.

Ben alargó la mano hacia ella y tomó el lápiz que tenía entre los dedos.

– Yo también voy a echarte de menos. Y mucho. Pero estaremos en contacto, y el cielo sabe que estaré en todo momento dentro de ti -le hizo levantarse para abrazarla-. Ninguno de nosotros puede tener lo que realmente quiere -le susurró al oído-, ¿pero no sería maravilloso poder disfrutar de otra noche juntos?

– Ben…, ¿qué estás haciendo? -le preguntó cuando abrió la boca para lamerle el lóbulo de la oreja.

– Intentar estar contigo en el único lugar en el que ambos podemos ser felices.

– ¿Te refieres al sexo?

– Si eso es lo único que podemos tener, ¿qué tiene de malo?

– Acabas de hablar como un auténtico macho -replicó Rachel entre risas.

Inclinó ligeramente el rostro y cuando él rozó su boca, abrió los labios y deslizó lentamente la lengua en el interior de su boca.

– Mel está aquí -le advirtió-, se ha ido de compras.

– Está muy bien irse de compras.

– Pero eso no cambiará nada -succionó ligeramente el cuello de Ben, haciendo que le temblaran las rodillas-, nada en absoluto.

– No -se mostró de acuerdo Ben, conteniendo la respiración. Casi se puso bizco cuando Rachel acarició sus muslos. Tuvo que hacer un serio esfuerzo para recordar que estaban en la cocina-. ¿Vamos al piso de arriba?

– ¿Al dormitorio? -preguntó Rachel entre risas-. Y yo que pensaba que eras un aventurero…

– Ya te daré aventuras en la cama.

Cuando llegaron allí, Ben la tumbó en la cama y se tumbó sobre ella, apoyando los brazos a ambos lados de su cabeza.

Se colocó entre sus muslos y la miró a los ojos. A aquellos hermosos ojos. En aquel momento, llenos de lágrimas. El corazón se le desgarró al verla.

– Ah, no, Rach…

– Hagamos el amor, Ben. No digas nada y hagamos el amor. Pero esta será la última vez. Después de esto, ya no podré hacerlo otra vez. No puedo -contuvo la respiración-, no puedo seguir viéndote.

– Sss.

Ben inclinó la cabeza para darle un beso, llenándose las manos con sus senos y deleitándose en aquella suavidad, en los gemidos que escapaban de su garganta, en el sabor de su piel…

Rachel estaba ardiendo, dispuesta y más que anhelante cuando Ben comenzó a recorrer con la boca cada centímetro de su cuerpo.

– Ben, por favor, ahora…

– Sí -ahora, se mostró de acuerdo Ben, y posó los labios en el centro de su sexo.

Rachel se arqueó, adoptando una posición perfecta. Abrazándola, Ben la tomó lentamente, utilizando la lengua, los dientes, excitándola con suaves y pequeñas caricias y cuando la oyó gemir, continuó presionando con sus caricias lánguidas hasta hacerle gritar de placer.

Moviendo la cabeza contra la almohada y con los dedos enredados en su pelo, Rachel lo retenía contra ella.

– Desahógate -susurró Ben-, aquí en mi boca -deslizó un dedo entre los suaves pliegues de su sexo.

– No te detengas -le suplicaba Rachel arqueándose sin inhibición alguna contra su mano-, no te detengas, por favor, no…

– No lo haría por nada del mundo -le prometió Ben mientras la veía deshacerse ante él.

Cuando Rachel dejó de estremecerse, Ben se puso de rodillas y, a duras penas, consiguió ponerse un preservativo.

Estando Rachel suspirando todavía de placer, se hundió en ella.

Al sentirse rodeado de aquel húmedo calor, la pasión y el deseo se fundieron, la abrazó con fuerza y se hundió completamente en Rachel, que parecía enloquecer bajo sus caricias.

Observándola, oyéndola, con su sabor todavía en los labios, volvió a empujar, absorbiendo cada uno de sus gemidos con la boca.

Una embestida más y su cuerpo comenzó a tensarse, a contraerse, palpitando de ganas de liberarse. Otra vez y se perdió a sí mismo en aquel aterciopelado y húmedo calor, estallando en un nirvana mientras se dejaba ir dentro de Rachel.

Aturdido, bajó la mirada hacia su rostro. Ya no tenía ninguna duda.

Había vuelto a enamorarse de ella.

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