CAPÍTULO 10

– MI VUELO sale pasado mañana -informó Claudia. Iban por una pista de arena que terminaba en Telama'an, en ese momento una mancha brillante en el horizonte. Claudia deseó que pudieran ir mucho más despacio. No quería volver. Quería quedarse en el wadi donde el silencio la envolvió como una bendición, donde no había exigencias, ni prisas, ni apariencias que guardar. Donde sólo existía David como una espada entre ella y el resto del mundo.

En sus brazos, la noche anterior había descubierto cuánto lo amaba. Habían cenado cuando la luna salía y se habían tumbado de espaldas a ver las estrellas. Más tarde, habían hecho de nuevo el amor, despacio, dulce y tan maravillosamente que Claudia había llorado. Asombrados por el descubrimiento de su unión, habían permanecido abrazados, hablando sobre cualquier cosa, simplemente para oír la voz del otro y saber que no era un sueño. No tenían a nadie cerca, pero habían hablado en susurros para no romper la magia de la noche oscura, de su inmovilidad.

Claudia se había quedado dormida en los brazos de David, despertándose cuando los primeros rayos del sol tocaron su frente con su luz dorada. No habían hablado mucho entonces, no lo necesitaban, después de todo lo que habían compartido. David había hecho el té y lo habían bebido sentados en la colchoneta mientras veían cómo el cielo se iba tiñendo de azul. Luego, él la había levantado con un breve beso.

– Es hora de que nos vayamos.

Ahora que los minutos pasaban, Claudia no quería mencionar su viaje, pero no pudo evitarlo.

– ¿Cómo te atreves a tomar de nuevo un avión? – quiso saber David, para disimular la tristeza de pensar en su marcha. Ella lo había dicho de manera tan ligera, que parecía no importarle.

Pero él no estaba preparado para oír aquellas palabras. Sólo quería sentir el placer de tenerla a su lado y recordar la noche pasada.

– Tengo que hacerlo -dijo Claudia, disgustada y confundida por la aparente falta de preocupación de él.

Hubo un silencio. David agarró el volante con fuerza y miró hacia adelante.

– ¿Por qué no te quedas?

– No puedo -dijo orgullosa, creyendo que él lo decía sin desearlo en realidad-. Me ha sido muy difícil conseguir estos días en el trabajo. Tú tienes tu propia compañía, pero el resto de los mortales tenemos que conservar nuestros trabajos. Me encantaría quedarme más tiempo, de verdad, pero si no aparezco el lunes, habrá alguien dispuesto a sustituirme y no puedo arriesgarlo todo cuando llevo trabajando allí sólo unos días. Me temo que tenemos que volver al mundo real -añadió, mirando con amargura la ciudad que se acercaba cada vez más.

David tuvo deseos de gritarle, de preguntar si la noche anterior no había sido real. Pero no lo hizo. Recordó, en ese momento, cuando Alix recogió sus cosas y lo abandonó.

– Éste es el mundo real, cariño -había dicho su antigua novia-. Nos lo hemos pasado muy bien, pero ahora no puedo seguir contigo. Necesito a alguien con contactos que entienda cómo funcionan las cosas en el mundo de la moda, alguien que pueda ayudarme y Tony tiene mucho dinero, que también ayuda -finalizó, cenando su maleta con una sonrisa de satisfacción.

Él entonces era muy joven y se había recuperado de la ruptura con Alix, pero no le era fácil quedarse allí sentado escuchando a Claudia hablar también sobre el mundo real, como si el amor fuera algo separado, una concesión, un escape de la realidad del trabajo, pero algo que no podía tomarse en serio.

Quizá él no estaba siendo justo con ella. Ella tendría una vida propia en Londres: un trabajo, un apartamento, una familia y amigos. Por supuesto, eso tenía que ser para ella más real que una noche en el desierto.

– Supongo que tienes razón. El mundo real no es así, ¿verdad?

Ésas palabras hirieron profundamente a Claudia. David podía haber sugerido que tenían que verse en Londres, ¿no? Ella ya no se atrevía a mencionarlo, por si él se lo tomaba como una persecución. ¿Y si él pensaba que ella iba a tomarse la noche anterior como algo demasiado importante?

Terminaron el viaje en un silencio incómodo. Cuando llegaron, David se cambió y se fue al despacho sin despedirse ni darle un beso. No iba a tomarla en brazos y pedirle que se quedara. Claudia, por su parte, creyó que él estaba ansioso por volver a su trabajo habitual.

Tenían dos noches todavía, se recordó a sí misma. Se sentó en el borde de la cama y, al recordar la noche anterior, no pudo evitar estremecerse. Esa noche estarían de nuevo solos y, cuando él la tomara en sus brazos, todo volvería a ser perfecto.


– ¡Tengo un plan estupendo!

– ¿El que? -preguntó Claudia, con mirada ausente. Lucy estaba hablando como si llevaran meses sin verse, en vez de una sola noche, pero ella no la estaba prestando demasiada atención.

– ¡Justin va a llevarte a Menesset! -anunció Lucy excitada.

– ¿Qué? -preguntó Claudia, volviendo a la realidad.

– He cancelado tu billete -explicó Lucy.

– ¿Qué? -preguntó asombrada Claudia, que estaba en ese momento soñando que David había cancelado su billete para que no se marchara.

– He estado pensando mucho en lo que me dijiste y me pareció la oportunidad perfecta de arreglar las cosas.

– ¿Qué dije?

– Ya lo sabes, lo de que no habías podido estar a solas con Justin ni tener la oportunidad de saber cómo habrían sido las cosas en otras circunstancias. Me sentí fatal por no darme cuenta de que estabas enamorada de él y no pude evitar pensar que volverías a Inglaterra más triste de lo que habías venido. Así que, Justin me prometió que te llevaría a Menesset mañana y yo pensé que de ese modo tendrías dos días y una noche para conoceros el uno al otro mejor.

– Lucy… -comenzó Claudia, desesperada.

– Dije a Justin que te daba miedo viajar después de lo que había pasado y que si te podía llevar él. Te diré, Claudia, que le encantó la idea -continuó excitada Lucy-. Es más, se puso tan contento que yo creo que siente lo mismo que tú por él. Lo único que tienes que hacer es decirle que no estás realmente casada. A David no creo que le importe que te vayas antes. ¡Ha salido todo tan bien al final, que después de todo, casi me creo la predicción!

– Pero… -dijo Claudia, mirando aturdida a su prima.

No quería hablarle de la noche anterior, de su amor por David. No después de la frialdad de éste aquella misma mañana. Pero hablaría con Justin y le explicaría que no podía irse con él. Y esa noche… esa noche arreglaría todo con David.

Más tarde se arrepintió de no haberle contado a Lucy la verdad, pero en ese momento fue más fácil sonreír y dejar que su prima siguiera hablando sin parar. Después, por supuesto, fue demasiado tarde.

Estaban en el club cuando David y Patrick aparecieron. No había señales de Justin todavía y Claudia estaba sentada al lado de la piscina, mirando el agua y preguntándose cuánto tiempo faltaba para tener a David sólo para ella. Fue Lucy quien lo vio aparecer y, para evitar a Claudia la difícil situación con Justin, decidió contárselo ella misma.

– ¡David! ¡Justo a quien quería ver! Escucha, te da igual que Claudia se vaya mañana o el domingo, ¿no?

– ¿Mañana? ¿Por qué?

– Justin va a llevarla a Menesset mañana -dijo Lucy, bajando la voz-. A Claudia le resultaba difícil contártelo, pero está enamorada de Justin y ésta es la única oportunidad que tiene de estar a solas con él.

– ¿Estás segura de que Claudia quiere? -preguntó aturdido, como bajo el efecto de una pesadilla.

– Absolutamente segura. Claudia nunca habla de sí misma, pero está muy triste porque piensa que nunca va a saber lo que Justin podría sentir por ella. Ha sido muy duro desear estar con él y tener que fingir ser tu esposa.

Lucy vaciló unos segundos al ver el rostro de David, pero continuó suplicante.

– Ha hecho todo lo que le has pedido, David, y sé que ha sido porque no quiere poner las cosas más difíciles para Patrick, pero ya tienes el contrato y Claudia merece luchar por su felicidad. Deja que le diga a Justin que no está realmente casada. Ya no hace falta que disimule por más tiempo que está casada contigo, ¿no es así?

– Sí -dijo David, sorprendido de ver que podía aparentar tranquilidad cuando lo único que le apetecía era ponerse a romper todos los muebles de su alrededor. ¿Por qué Claudia no habría dicho nada la noche anterior? ¿Estaría tan preocupada por Patrick?

Claudia notó que algo había pasado al ver aparecer a David en la entrada. Su corazón dio un vuelco al verlo, y sonrió cuando vio que él y Lucy se acercaban. Pero los ojos de él eran fríos y expresaban dureza.

– Le he dicho a David que te vas mañana con Justin -anunció Lucy.

– ¡Oh! Pero…

– Por lo menos no tendrás que aguantar el vuelo hasta Menesset de nuevo -dijo él, con voz controlada, casi complacida-. Me parece una buena idea.

– ¿No te importa? -preguntó incrédula.

– ¿Por qué iba a importarme? Como Lucy ha dicho, no hace falta que sigas aquí más tiempo. Todo el mundo sabía que ibas a estar durante dos semanas, así que no les sorprenderá que te vayas un día antes. Y mereces estar algún tiempo sola -se volvió hacia Lucy-¿Por qué no pasa la última noche contigo? Para Justin será más fácil recogerla en tu casa y no importa ya lo que piense el jeque. Sabe que ibas a volver pronto a Inglaterra.

– Es una idea estupenda -gritó alborozada Lucy, mientras que Claudia mantenía la mirada fija en David.

¿Por qué se comportaba así? ¡No le iba a dar ni siquiera oportunidad de explicarse!

– ¿Y mi maleta? -dijo, con voz llorosa.

– Quizá Patrick pueda llevarte al palacio a recogerla -dijo David, mirando al hombre que asentía y se guardaba para sí su opinión-. Tengo que volver al despacho. Estoy esperando un fax desde Londres.

Claudia no podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿De verdad prefería ir a esperar un fax que quedarse con ella? ¿Iba de verdad a dejarla sin más que una fría despedida después de la noche anterior?

¡Así parecía!

– Así que nos diremos adiós ahora -continuó David, con voz indiferente-. Gracias por tu ayuda con el jeque. Sin duda, te alegrarás de volver a ser una mujer soltera de nuevo.

Claudia no pudo evitar que la rabia la invadiera. ¿Cómo era posible que hiciera el amor con ella y luego la tratara como a una desconocida? ¿Cómo se atrevía a salir de su vida sin escuchar lo que pensaba ella?

Pero si David creía que era el tipo de mujer que podía acostarse con un hombre una noche y marcharse con otro al día siguiente, no podía enamorarse de él de ninguna manera. Lo abandonaría porque sólo era un hombre estúpido y arrogante. ¡No le importaba!

– Adiós -dijo ella, con una risa artificial-. ¡Ha sido muy interesante conocerte!

Por unos segundos sus ojos se encontraron, reflejando amargura y enfado, luego David se dio la vuelta, hizo un breve saludo a Patrick y Lucy y salió.


– ¿Llegó Claudia a tiempo? -preguntó David a Lucy, después de varios días intentando evitarla. Sabía que tendría que preguntarle en algún momento por ella.

– Me imagino que sí. Llegaron bien al aeropuerto, pero el viaje no fue tan maravilloso como había pensado. Cuando Justin apareció a recogerla, iba con él Fiona Phillips y la pobre Claudia se sintió un estorbo todo el tiempo. Pobre Claudia, nada le sale bien.

David estaba furioso consigo mismo por el vuelco involuntario de su corazón. Había pasado los últimos días intentando olvidarse de Claudia, pero no lo conseguía. Su perfume seguía prendido en las sábanas y su presencia suspendida en el aire, como si en cualquier momento pudiera aparecer.

– ¿Claudia se… enfadó mucho?

– No me contó los detalles, pero creo que estaba a punto de echarse a llorar. De hecho, no creo haber visto a Claudia nunca tan triste -continuó con pena-. Fue horrible. Sonreía y decía lo que tenía que decir, pero sus ojos estaba desolados. Lo único que quería era estar a solas con Justin y ni eso consiguió.

Claudia no había pasado la noche a solas con Justin. Eso fue lo único que le importaba a David en aquel momento, y por un instante, las garras que se habían clavado en su corazón se soltaron, antes de volver con nuevas fuerzas pidiendo venganza. Lucy era la persona que conocía mejor a Claudia y, si pensaba que ella estaba enamorada de Justin, sería cierto.

Y Claudia no había sabido que Fiona iba a ir con ellos cuando decidió ir a Menesset con Justin. Debió de pensar que iba a pasar a solas con él aquella noche. ¿Si no, por qué no se había negado a hacer el viaje? ¿Por qué no le había dicho a Lucy que prefería quedarse una noche más?

Porque no lo había deseado. David pensó que era hora de enfrentarse a la verdad. ¿Por qué había esperado otra cosa diferente? ¿Pensaba que ella iba a dejar todo y quedarse alegremente con él? La vida real no era así, había dicho Claudia, y tenía razón. Habían pasado una noche estupenda juntos, una maravillosa noche, pero no había nada más profundo entre ellos.

Era él quien se había enamorado de ella, a pesar de que su experiencia con Alix le tendría que haber advertido. Claudia no era su tipo de mujer, igual que él no era el tipo de hombre para ella. Debía de olvidarse de aquellas dos semanas de una vez por todas.


Fue inútil. Claudia había hecho todo lo posible para olvidarse de David. Se había concentrado en el trabajo con todas sus fuerzas, con la esperanza de llegar a casa demasiado cansada para pensar. Cuando podía, quedaba con amigos después del trabajo para ir a conciertos, al cine, al teatro… a cualquier sitio donde no tuviera posibilidad de hablar.

No podía explicar lo de David. Ni siquiera ella entendía por qué lo amaba. Todo lo que sabía era que él permanecía en una parte profunda de ella. Sin él, no era una mujer completa.

No había sido así cuando Michael se había marchado. Se había sentido dolida y triste, pero por orgullo. No había sentido esa sensación de angustia o pérdida, ni ese terrible vacío, esa sensación de que respirar era un esfuerzo. La imagen de David estaba siempre con ella. Su recuerdo la hacía estremecerse.

No podía seguir así, decidió tres semanas después de que hubiera vuelto a Londres, al borde de la desesperación. Quizá David la había herido cuando se había despedido tan fríamente aquel último día, pero puede que tuviera sus razones. Y puede también que cambiara de opinión si ella dejaba a un lado su estúpido orgullo y le decía claramente lo que sentía por él. El se asombraría, se avergonzaría, pero si había alguna posibilidad de arreglar las cosas, tendría que intentarlo. ¿No merecía la pena luchar por lo que ella y David habían descubierto bajo las estrellas?

David estaría ya en Londres. Lo único que tenía que hacer era llamarlo y decirle que quería hablar con él. Claudia alcanzó la guía de teléfonos y buscó GKS Engineering Associates.


David estaba cansado. Se pasó una mano por el rostro y trató de esforzarse por concentrarse en la propuesta que tenía que hacer aquella tarde, pero le resultaba imposible. Era el diecisiete de septiembre, su cuarenta cumpleaños y nunca en su vida se había sentido más solo y vacío. Claudia habría dicho que estaba en crisis.

Claudia… Sólo pensar en ella destrozaba su corazón. Había esperado que las cosas le resultaran más fáciles una vez en Londres, donde no había recuerdos de ella, pero la memoria se negaba a dejar a un lado Shofrar. Los recuerdos le acompañaron, se escondieron en los rincones de su mente listos para acorralarlo en cualquier instante. Recordaba su barbilla, el humo de sus ojos, la expresión intensa cuando se ponía los pendientes…

Claudia nunca había estado en su casa, pero David seguía estando hasta tarde en el despacho para no tener que estar a solas con su recuerdo. Parecía además estar volviéndose más huraño e irritable cada día. Incluso sus empleados comenzaban a evitarlo.

Dio un suspiro, dejó a un lado el proyecto y abrió el cajón de la mesa. El collar que el jeque le había dado a Claudia aquella noche estaba allí guardado. Jugó con las cuentas de plata y recordó cómo él se lo había puesto alrededor del cuello. Era lo único que Claudia no se había llevado.

David acarició la caja de terciopelo y finalmente se decidió. No podía seguir así. Tenía que ver a Claudia. No sabía qué iba a decirle o qué iba a hacer, pero tenía que verla una vez más. Alcanzó el teléfono y marcó un número, antes de tener la posibilidad de cambiar de opinión.

– ¿Patrick? -soy David, dijo, aclarándose la garganta-. Escucha, siento llamarte a casa, pero Claudia se dejó un collar en Telama'an y quiero devolvérselo. No tengo su dirección…

Claudia estaba en pie enfrente del edificio principal de GKS y miró hacia la fachada de cristal con respeto. Hasta aquel momento no se había dado cuenta del poder que tenía David y sus nervios estuvieron a punto de abandonarla. ¿Por qué alguien con tanto dinero iba a perder el tiempo con ella?

Entonces, le vino a la mente la imagen de David bajo las estrellas, donde ninguno de los dos tenía nada. Pensó entonces que tenía que confiar en que, el hombre que estaba en aquel prestigioso edificio y el que le había hecho té en el desierto, eran la misma persona.

Claudia había agarrado el teléfono varias veces, sólo una de ellas llegó a marcar el número, aunque colgó de inmediato. ¿Y si decía algo equivocado? ¿O si estaba ocupado o se negaba a escucharla? ¿Y si la escuchaba, pero se negaba a verla?

¿Por qué no ir directamente a hablar con él? Por lo menos, de esa manera, lo vería cara a cara. Cualquier cosa sería mejor que estar sentada allí, deseando que las cosas hubieran sido diferentes.

Claudia entró por las enormes puertas y llegó a un vestíbulo amplio e iluminado. La decoración moderna y de líneas simples estaba suavizada por algunas plantas y varios estanques escalonados, conectados entre sí. Claudia se detuvo al oír el agua, sobrecogida por el recuerdo repentino del patio del palacio de Telama'an. Si cerraba los ojos, le parecía que todavía podía estar allí con David…

– He venido a ver a David Stirling, por favor – dijo a la señorita de recepción.

– ¿Tiene cita?

– No.

– Un momento, por favor -el recepcionista se giró y habló por un interfono, mientras Claudia miraba los nombres de los despachos en un panel al lado de los ascensores. A los pocos segundos fijó la vista en el de arriba del todo: D.J. Stirling, Director ejecutivo.

– ¿D.J.? Repitió emocionada, recordando a la adivinadora: “Veo que las iniciales J y D serán muy importantes para ti”. No había dicho nada del orden en que tenían que aparecer.

“No significa nada, claro,” se dijo Claudia. Era una coincidencia, nada más.

La recepcionista estaba intentando llamar su atención.

– Lo siento, el señor Stirling no puede ver a nadie en este momento. Va a salir.

– ¿Podría hablar con su secretaria?

En el duodécimo piso, David estaba en ese momento poniéndose la chaqueta y diciendo a su secretaria Jan que podía marcharse pronto a casa. El teléfono sonó en ese instante.

– Hay una tal Claudia Cook en recepción -le informó, cubriendo el auricular con la mano-. Dice que es importante. ¿Quiere que le dé una cita?

– No, diga que suba.

Como en un sueño, David se dirigió hacia los ascensores. Observó los números que iban iluminándose uno detrás de otro, acercando a Claudia cada vez más, pero en el momento en que se abrieron las puertas, no se atrevió a mirar por si acaso no estaba allí.

El corazón de Claudia parecía dispuesto a estallarle dentro del pecho. Había ido respirando cuidadosamente: fuera, dentro, fuera, dentro… pero, cuando las puertas se abrieron y se encontró cara a cara con David, todo pareció detenerse.

David la miraba a su vez como si temiera que pudiera desaparecer. Había soñado con ver esos enormes ojos azules de nuevo, había soñado cada curva de sus pómulos, la línea del cuello y su piel luminosa… y de repente, allí estaba y no se le ocurría nada que decir.

Claudia nunca supo el tiempo que permanecieron de pie mirándose.

– Tu secretaria dijo que ibas a salir. Siento si estás ocupado… no quiero molestarte.

– No importa. ¿Quieres entrar a mi despacho?

“Allí estarían bien”, se dijo David a sí mismo. En un lugar más impersonal, más tranquilo, donde no podría abrazarla y apretarla con todas sus fuerzas para que no se fuera nunca más.

Caminaron en silencio a lo largo del corredor. Jan estaba poniéndose el abrigo y miró con curiosidad a David y a la guapa muchacha que lo acompañaba.

– ¿Hay alguna novedad? ¿Puedo irme?

– Sí, no pasa nada -contestó David, apartándose para dejar entrar a Claudia.

El despacho de David era grande y con enormes ventanales en dos de las paredes. Claudia se acercó a una de ellas y se quedó mirando la silueta gris de la ciudad de Londres. Había practicado una y otra vez qué iba a decirle, pero tenía la mente completamente en blanco y lo único que se le ocurría era abrazarse a David y suplicarle que la estrechara entre sus brazos.

– No esperaba verte -dijo David, un poco incómodo.

– He pensado mucho desde que salí de Shofrar.

– ¿Sobre qué?

– Sobre el destino -dijo Claudia, con una media sonrisa. David la miró, a su vez, aterrorizado por si le hablaba de Justin.

– ¿Sobre el destino? Creí que no creías en ello.

– No creía -admitió-. Sigo sin creer que nadie pueda predecir tu futuro. El futuro es algo que tú vas modelando y no cosa del destino. No encontré mi futuro cuando cumplí los treinta años, pero te conocí a ti – añadió dulcemente, y por vez primera lo miró directamente a los ojos-. No creo que el destino haya decretado que tú y yo estemos juntos, David -continuó, cada vez con más fuerzas-. No sé lo que la vida tiene preparado, pero sé que mi única posibilidad de ser feliz está a tu lado. No puedo dejarlo al destino, tengo que venir a decírtelo yo misma.

Hubo un silencio largo y emocionado. David estaba junto a la mesa con una expresión tan enigmática que Claudia pensó que él estaba buscando la manera de decirle que estaba perdiendo el tiempo.

– No hace falta que digas nada -añadió-. Probablemente he sido una estúpida por venir. Yo… no quería avergonzarte. Sólo quería que supieras que te amo.

David siguió inmóvil.

– No ha sido una buena idea -continuó Claudia, dirigiéndose hacia la puerta-. Me doy cuenta ahora. Ibas a salir, así que no quiero entretenerte más. Adiós.

Estaba agarrando el pomo de la puerta cuando David habló despacio.

– ¿No quieres saber dónde iba a ir?

David sacó un trozo de papel del bolsillo de la chaqueta y se acercó a Claudia, que estaba al lado de la puerta, rígida, con un aspecto de lo más triste.

Le enseñó el papel y ella lo miró, sin poder verlo apenas, ya que tenía los ojos húmedos. Hasta que vio una dirección.

– Ésas son mis señas -dijo, sin entender.

– Llamé a Patrick para que me dijera dónde vivías -explicó-. Iba a verte.

– ¿Por qué? -preguntó, sin atreverse a tener demasiadas esperanzas.

– Quería decirte que no podría soportar vivir sin ti.

– Yo…

Claudia levantó la vista y él se acercó un poco más.

– David -exclamó ella-. ¡Oh, David!

Y entonces, las manos de él la abrazaron con desesperación.

– Te amo -afirmó, besándola apasionadamente. En el pelo, en las sienes, en los ojos-. Te amo. Te amo. Te amo.

Finalmente, encontró los labios de la muchacha y los besó. Claudia sintió un estallido de felicidad por todas sus venas. Puso sus manos alrededor del cuello de David y se colgó a él, besándolo entre risas y lágrimas. Notando que los besos no eran suficiente y las palabras de amor tampoco.

– Te he echado tanto de menos… -murmuró David finalmente-. No vuelvas a dejarme así.

Estaba sentado detrás del escritorio y Claudia, acurrucada en su regazo, le daba pequeños besos en el cuello.

– No dejes que me marche -dijo, abrazándolo más.

– No lo volveré a permitir.

– ¿Por qué no lo dijiste antes de que me fuera? – quiso saber Claudia.

– Lucy me dijo que querías ir con Justin. No la creí al principio, pero ella lo decía con tanta seguridad que… no sé, de repente, me pareció que aquella noche no había significado nada para ti. Recordé que me habías hablado de volver a la realidad y pensé que estabas buscando un modo delicado de decirme que aquella noche era suficiente para ti.

– Pero, David, tú sabes lo que sucedió aquella noche. Debías de haber sabido que te amaba.

– Eso creía, pero no estaba seguro. Me temo que es culpa de Alix.

– ¿Alix? -preguntó, con un gesto de alarma tal que David no pudo evitar una sonrisa.

– Alix era mi novia cuando tenía veinticuatro años. Ella era muy guapa y ambiciosa, pero yo era muy joven y no me daba cuenta de hasta dónde era capaz de llegar ella con tal de conseguir lo que quería. Lo supe cuando descubrí que se acostaba con mi jefe. Cuando me enfrenté a ella, Alix se sorprendió de que me enfadara tanto. Me acusó de no vivir en el mundo real, donde tenías que hacer cualquier cosa para conseguir tus fines. Me dijo que no significaba nada.

– ¡Oh, David! -exclamó conmovida.

– No te preocupes. Me recuperé, pero esa relación me dejó una desconfianza hacia las mujeres guapas y hacia el mundo real.

– ¿Por eso te disgusté tanto cuando nos conocimos?

– No me disgustaste -dijo él, acariciando su cabello dorado-. ¡Lo intentaba! Pero sí, me recordaste al principio a Alix.

– Ahora no creo que pienses que me parezco a ella, ¿no?

– Tú no eres como Alix, Claudia. Nunca lo fuiste. Simplemente que, como comenzaste a hablarme del mundo real y luego aprovechabas la primera oportunidad para escaparte con Justin, yo estaba tan celoso y triste que no podía pensar con claridad. No he vuelto a pensar con claridad hasta que decidí que tenía que verte, hace un rato.

Tomó el rostro de ella entre las manos y la besó con ansia.

– No puedo creer que pensaras que tenía interés por Justin -comentó Claudia, cuando pudo escapar de aquellos labios.

– Lucy parecía no tener ninguna duda. Y me dijo que parecías desesperada cuando Justin apareció con Fiona.

– Estaba desesperada porque había estado toda la noche pensando en ti. Cuando Lucy sugirió la idea del viaje a Justin, él aceptó inmediatamente porque sabía que los padres de Fiona dejarían ir también a ésta. Yo fui sólo de acompañante y tampoco hice bien mi papel, porque cuando llegamos a Menesset ya estaban comprometidos.

David soltó una carcajada y la abrazó.

– ¿Sabes qué día es hoy, Claudia?

– ¿Diecisiete? Sí, diecisiete de septiembre. ¡Es tu cumpleaños!

– Cumplo cuarenta -admitió él.

– Feliz cumpleaños -dijo ella, con un dulce beso.

– Ahora sí lo será.

– ¿Y qué se siente?

– ¡Que es maravilloso! Tienes que probarlo algún día.

Claudia apoyó la mejilla contra la de él.

– Quizá dentro de diez años. Hasta entonces, soy feliz de tener treinta. Creo que es el mejor momento de mi vida.

– Habrá momentos mejores -musitó David, con otro beso.

– No tengo ningún regalo para ti -murmuró Claudia alegremente.

– Di que te casarás conmigo. Es lo único que quiero -acarició las mejillas y tomó a Claudia por la barbilla-. Te casarás conmigo, ¿verdad?

– Creo que es lo que debería hacer -afirmó, haciendo una pausa como para pensar-. Puede que necesites otro contrato con el jeque, ¿y qué ibas a hacer sin mí?

– Hablando del jeque -David sacó una cajita del bolsillo-. Éste fue tu primer regalo de boda. Ahora podrás llevarlo con la conciencia tranquila.

– Parece que la cajita con el amuleto ha funcionado. ¡Ahora tendremos que tener seis hijos!

David esbozó una sonrisa y enredó sus dedos en el cabello sedoso de la mujer.

– Podemos empezar a practicar ahora mismo.

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