LA CASA de Lucy estaba tan llena de gente, las risas sonaban tan divertidas en medio de aquel oasis, que David y Claudia se quedaron un rato en el coche, en completa oscuridad.
– ¿Crees de verdad que alguien puede creer que estamos casados? -preguntó de repente Claudia.
– ¿Por qué no iban a hacerlo? Lo importante es que nadie imagina que podamos mentir, así que si te comportas con Justin, no tienen por qué sospechar. Sólo tenemos que parecer enamorados -añadió, con un tono irónico.
– No estoy segura de cómo fingir que estoy enamorada de ti.
– Sólo tienes que mirarme como ayer cuando te besaba.
Claudia respondió con un insulto y agarró el tirador de la puerta para salir del coche. David la agarró del brazo.
– Si entras así, todos creerán que estamos a punto de divorciarnos ya. Vamos a entrar sonriendo y fingiendo que estamos enamorados, y vamos a recordar el trato, ¿vale?
– Sí.
Cuando llegaron al salón, Lucy abrazó a ambos.
– ¡Claudia, pareces tan cambiada! -gritó.
– Es porque tengo treinta años y a ti te faltan cinco meses. Cuando seas como yo, también parecerás muy adulta. Nada más llegar a los treinta, en teoría, adquieres personalidad y estás en paz con tu cuerpo.
– Parece que en ti es cierto -dijo Lucy con admiración. Se dio la vuelta hacia David para saludarlo-. ¿No está guapísima?
– Sí -dijo, con voz extraña.
– Todo el mundo sabe lo de vuestro matrimonio secreto -continuó Lucy en voz baja-. Así que me temo que tendrás que hacer un brindis y decir unas palabras.
– ¿No les dijiste que no queríamos nada complicado?
– Por supuesto, pero no puedes evitar que la gente se alegre por ti. Todos te quieren, David. ¡Piensa que es un ensayo para cuando te cases de verdad!
Claudia conversaba animadamente con Patrick. Nunca parecía tan relajada y contenta estando con él, pensó David, y por alguna razón le irritó la idea.
– Lo haré cuando haya un poco de silencio -contestó a Lucy.
Dicho lo cual fue hacia Claudia para tomarla de la mano. Después de todo, se suponía que le pertenecía aquella noche.
La mano de David provocó en Claudia un temblor, e involuntariamente, se agarró a ella. La energía de él parecía fluir hacia ella, dándole fuerzas, pero cuando alzó la vista, el rostro de David era completamente inexpresivo.
– Vamos, saludemos a todos -sugirió.
Como Lucy había pronosticado, todos tenían ganas de conocer a Claudia y felicitarla por su matrimonio. A nadie le resultó extraño que se hubieran casado tan precipitadamente.
– ¿Por qué esperar? -decía una mujer de unos cincuenta años-. Ambos son suficientemente mayores para saber lo que quieren.
– Nunca deseé una gran boda -respondió Claudia, queriendo contribuir a la conversación-. Siempre pensé que lo que importa es el compromiso entre las dos personas, no el tamaño de la tarta o el color de los manteles.
– Tienes razón, hija. Lo único que importa es que David y tú os amáis… y es fácil verlo. ¿Cómo os conocisteis?
Claudia se quedó un momento sin saber qué decir. David no pareció intimidado.
– Ibamos en un avión en asientos contiguos.
– ¡Oh, qué romántico! ¿Fue un flechazo?
– No del todo, pero casi, ¿verdad, Claudia? -respondió David, agarrando un mechón de pelo de Claudia y colocándoselo detrás de la oreja.
Claudia tenía la sensación de que el suelo se había abierto a sus pies, dejándola sobre un abismo de oscuridad y deseo. El roce de la mano de él había sido muy suave, pero su piel había temblado. Pensó en la primera vez que lo había visto, serio y contenido en la sala de espera del avión. Pensó en la fuerza de su cuerpo y la seguridad que sentía ella cuando estaba a su lado. Pensó en su boca y en sus manos, y no quiso seguir mirando al abismo y descubrir lo que había.
Todos estaban esperando a que Claudia dijera algo. Se tomó el champán de un trago.
– Sí, casi.
Claudia se sintió aliviada de que los separasen en diferentes grupos, de modo que él no estuviera demasiado cerca. Aunque por otra parte, eso era peor, ya que la gente seguía preguntándole detalles de la boda o de la luna de miel.
Mientras respondía como podía las preguntas, incluso se inventó que habían ido de luna de miel a las Seychelles y que le había regalado un anillo con un zafiro y diamantes para su cumpleaños, no paraba de fijarse en David, al otro lado de la habitación. Parecía tan frío y contenido cuando hablaba con otras personas. Aunque no paraba de sonreír. A todo el mundo, salvo a ella.
Era imposible no darse cuenta del modo en que él dominaba la habitación. No es que fuera más alto ni guapo que los demás, si acaso más bien era al revés, pero había algo que emanaba de él, una especie de energía, que lo hacía el foco de todas las miradas.
A pesar de que él no hubiese cumplido todavía los cuarenta años, parecía tener la experiencia y compostura de un hombre mayor. Especialmente si se le comparaba con el resto de hombres de la reunión. Excepto algunos ingenieros veteranos, el resto eran veinteañeros que estaban comenzando sus respectivas carreras. Claudia se quedó sorprendida al darse cuenta de que ya no se sentía identificada con los jóvenes. Ella era una treinteañera a partir de ese día. Y lo más curioso era que no sentía deseos de volver a tener veinte años. Con una sonrisa irónica en el rostro, pensó que, después de todo, posiblemente fuera cierto que había madurado esa noche.
– He pasado toda la noche intentando conocerla – dijo un joven ingeniero, que se presentó a sí mismos como Pete y la miraba con verdadero interés-. Lo cierto es que no es usted la mujer que me imaginé al oír que David se había casado.
– ¿Y qué esperaba?
– Pensé que sería como sus otras novias. Pero después de verla, no me extraña que haya decidido casarse con alguien tan diferente. Usted parece mucho más divertida.
– ¿Y cómo eran esas otras novias?
Pete se dio cuenta de que había entrado en un terreno pantanoso.
– ¡Oh, bueno, en realidad no llegué a conocer a ninguna de ellas en profundidad! Sólo las pude ver en reuniones de este estilo cuando estábamos en Londres. Ellas eran muy agradables y bonitas… pero David no las miraba como la mira a usted.
Claudia estaba segura de eso. David nunca habría mirado a esas jovencitas tan bonitas con el desagrado con el que la había mirado a ella. Al darse cuenta de que estaba apretando tanto los puños que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos, trató de relajarse un poco. No quería que Pete pensase que estaba celosa. En realidad, a ella no debía de importarle en absoluto si a David le estaba esperando en Londres todo un harén de jovencitas.
– ¿Quién es esa chica con la que está hablando ahora? -preguntó, al darse cuenta de que David estaba hablando con Justin Darke y con una joven de unos veinte años.
Pete se alegró de manera ostensible del cambio de tema.
– Es Fiona, la hija de John Phillips. Es una estudiante, y creo que está visitando a sus padres durante sus vacaciones. Es una chica bonita -añadió.
Claudia pensó que David también debía de pensar que era guapa por el modo en que le estaba sonriendo. Además, ella era muy joven. Al ver la frescura de la piel de la muchacha, Claudia se olvidó de que había llegado a convencerse de que estaba contenta de haber cumplido los treinta. ¿Quién querría la madurez de los treinta si pudiera tener la frescura de los veinte?, pensó con amargura.
¿Y quién querría ser una persona con glamur si se podía ser una persona honesta y sensible como era el ideal de mujer de David? Fiona parecía tener esas cualidades, pero no era ella la que se suponía que era su esposa esa noche. Quizá debería recordárselo a David.
Se dirigió hacia el grupo después de excusarse con Pete. David parecía haberse olvidado de su existencia desde hacía ya bastante tiempo.
– Hola -dijo ella, mientras se acercaba a él sonriendo. Con la barbilla alta y una brillo de orgullo en los ojos, colocó una mano de modo deliberado sobre el brazo de David-. Te echaba de menos.
David la miró con cautela. Se preguntó a qué vendría ese cambio de actitud. Se imaginaba que se lo había estado pasando muy bien, ya que siempre que la había mirado la había encontrado animada. Él había estado hablando de su luna de miel. Y con eso había conseguido mantener una conversación con Justin, lejos de Claudia. Le había extrañado que no se acercara a él en toda la noche. Nadie habría podido sospechar que él fuese la única razón de que ella estuviera allí.
– Claudia, ésta es Fiona Phillips -dijo David. No le gustó el hecho de que la presencia de ella le pusiera tan nervioso. Podía sentir los dedos de ella sobre su brazo desnudo y oler su perfume-. Y ya conoces a Justin, por supuesto.
– Por supuesto. Es un placer volver a verlo tan pronto.
David no se extraño de la cálida mirada que Claudia dirigió a Justin. Pero cuando estaba comenzando a retirarse, ella entrelazó sus manos con las de él mientras saludaba a Fiona. ¿A qué estaría jugando?
– Justin me ha contado que trabajas en televisión -Fiona tenía unos ojos marrones enormes, pelo rizado y una expresión dulce. Su piel era fresca y no necesitaba maquillaje.
– Es cierto. Trabajo para una productora.
– Me hubiera encantado trabajar en algo así, en vez de estudiar. ¡Me parece algo tan excitante!
– Bueno, es un trabajo que exige mucha dedicación -Claudia estaba desbordada por la mirada de evidente admiración de la chica.
Notó que el brazo de David estaba tenso. A pesar de su mirada inexpresiva, sabía que estaba enfadado. Era evidente que despreciaba el glamur del mundo de la televisión. El prefería que las muchachas fueran inteligentes y sencillas.
¡Pues le iba a enseñar con qué tipo de mujer estaba tratando! Comenzó a contar historias de la productora que hicieron reír a Fiona y a Justin. David no pasó de una sonrisa tensa.
– No vas a dejar tu trabajo, ¿verdad? -preguntó Fiona.
– ¿Dejar mi trabajo? Por supuesto que no. Me ha llevado mucho tiempo llegar tan lejos.
– Me refería a si influiría el hecho de estar casada.
– ¡Oh! -Claudia se había implicado tanto en las historias que había estado contando que casi se había olvidado de lo que estaba haciendo allí-. La verdad es que no he pensado todavía en retirarme. Me volvería loca estando todo el día sin hacer nada, limitándome a esperar que David volviera a casa. Por supuesto, eso cambiará si tenemos hijos.
– ¿Habéis planeado tener hijos?
– Claro que sí -y, entonces, dirigió a David una mirada provocativa.
– ¿Cuántos? -preguntó Fiona.
– A mí me gustaría tener seis, pero David piensa que cuatro son suficientes -respondió Claudia, apoyando la mejilla sobre el hombro de él-. ¿Verdad, cariño?
– Más que suficientes -dijo David, mirando a Claudia con una expresión significativa, que ella acogió con inocencia. ¡Seis niños! Seguramente, eso incluiría los que pensaba tener con Justin también.
– ¡Por favor, atiendan un momento! -Patrick comenzó a golpear su vaso con un cuchillo, mientras todo el mundo se volvía hacia él-. Me han pedido que diga unas palabras de bienvenida para Claudia y David. No soy hombre de grandes discursos, así que para no prolongar vuestra agonía, sólo quiero que sepáis que todos nos alegramos mucho de que estéis aquí esta noche y os deseamos que seáis muy felices juntos.
– Y os perdonamos que no nos invitaseis a la boda -gritó alguien entre risas.
De pronto, ambos se dieron cuenta de que se había formado un hueco a su alrededor y que todo el mundo los miraba con expectación.
– ¡Que hablen! -gritó otra persona.
Claudia respiró aliviada debido a que no se esperaba que la novia tuviera que hablar en ese tipo de ocasiones. David no fue tan afortunado.
– Muchas gracia a todos -comenzó a decir él, mientras la agarraba de la cintura con gesto aparentemente tranquilo-. Nos hubiera gustado invitaros a la boda, pero lo cierto es que todo fue tan rápido que nosotros estamos tan sorprendidos de vernos casados como vosotros.
Todos rieron, pensando que hablaba en broma.
– Quiero que sepáis que os estamos muy agradecidos por esta bienvenida. También me gustaría que os unierais a mí en un brindis por Claudia, que en una sola semana se ha encontrado con que está casada y tiene treinta años.
Levantó su vaso en dirección a Claudia y le sonrió con lo que casi pareció arrepentimiento.
– ¡Por Claudia! -se oyó en toda la habitación, pero ella apenas se dio cuenta, debido a que no podía apartar los ojos de él.
David la acercó más todavía y ella levantó instintivamente la cabeza, de modo que él la besó sin que su cuerpo obedeciese las órdenes de su cerebro.
Incluso cuando ya no tenía remedio, él se intentó convencer de que iba a ser un beso impersonal y breve para satisfacer la expectación que habían levantado, pero el modo en que se juntaron sus labios le hizo darse cuenta de que estaba equivocado. Los labios de ella eran cálidos y lo besaban de una manera natural. El beso fue cobrando vida propia y los envolvió en un mundo dulce repleto de promesas.
Claudia se dio cuenta de que estaba girando lentamente, con una mano sobre la espalda de él y la otra sobre el pecho. Lucy, Patrick y el resto habían desaparecido, dejándolos solos. Claudia ya no quería pensar en lo que David le había dicho o hecho anteriormente, prefería concentrarse en la fuerza con la que la apretaba contra él, en sentir su brazo alrededor de ella, en el sabor de su boca y en que, por unos momentos al menos, él le pertenecía.
Se oyeron varios suspiros sentimentales que hicieron que David tratara de recuperar el control, aunque sin conseguirlo. Tomó aire por un momento, pero en seguida se encontró besándola de nuevo.
Finalmente, se obligó a dejarla marchar y, por unos momentos, se quedó aturdido, mientras la gente silbaba y aplaudía.
Claudia apenas pudo oír el aplauso. Sentía las piernas débiles, como si necesitara que la sujetase David de nuevo para poder mantenerse en pie.
Lucy se acercó a ellos sonriendo de oreja a oreja.
– Habéis estado fantásticos. Después de esa actuación, creo que deberíais dedicaros al teatro.
Esas palabras fueron como un cubo de agua fría que terminó de devolverlos a la realidad. Se separaron el uno del otro y se miraron de un modo ridículamente incómodo. David tenía todavía el vaso en la mano y miró al suelo preguntándose cómo había podido pasar aquello.
Los labios de Claudia temblaban, su sangre hervía y no sabía qué hacer con las manos. Las sentía vacías después de haberlas tenido alrededor de David. Cuando alguien le dio una copa de champán, la tomó de un trago en un intento de calmar sus nervios agitados.
– Lo siento, David -murmuró Patrick, acercándose a ellos-. Intenté convencerlos de que vosotros no queríais que os dijeran nada de la boda, pero no se lo creyeron.
– No te preocupes -contestó David, aclarándose la garganta.
– ¿No lo han hecho estupendamente, en cualquier caso? -dijo Lucy.
– Estupendamente, sí -respondió Patrick, mirando a ambos.
Claudia no podía mirar a David, que parecía perfectamente capaz de seguir una conversación normal con Patrick, mientras ella sólo quería esconderse en sus brazos. Horrorizada, se apartó e intentó conversar con otro grupo.
Todo el mundo quería felicitarla. Claudia intentaba en todo momento decir lo adecuado, pero le era muy difícil concentrarse. Todavía sentía el beso de David en sus labios.
Llegó un momento en que pensó que no podía controlar por más tiempo lo que estaba pasando a su alrededor, así que tuvo que salir a la terraza. Justin, que estaba solo, sonrió al verla y se acercó a ella.
– Parece que necesita un descanso. ¿Le cansan las reuniones con mucha gente?
– Algo así -admitió-. ¿Qué está haciendo aquí solo? -preguntó, tras una pausa.
– También a mí me cansan las reuniones -dijo, con una sonrisa-. Quería pensar un poco.
– Lo siento. No tenía que haberle interrumpido.
– No, me alegra que haya venido. Para decirle la verdad, estaba pensando en usted y David. Es maravilloso verlos juntos -el hombre miró a la lejanía unos segundos-. Mis padres se separaron cuando yo era un niño, y siempre he jurado no cometer el mismo error. Lo que ocurre es que, cuando conoces a alguien que te parece especial, piensas si no merece la pena arriesgarte. Usted y David decidieron arriesgarse.
– No llevamos mucho tiempo casados -contestó incómoda.
Justin movió la cabeza.
– Hay un lazo fuerte entre ambos, todos nos damos cuenta. No están juntos todo el tiempo, como hacen otras parejas, pero se nota que continuamente están atentos uno del otro. Es una especie de electricidad, creo. Lo noté nada más conocerlos.
– ¿De verdad?
– Seguro. ¿Cree que el matrimonio es más estable cuanto se establece en la madurez? -el hombre hizo una mueca, arrepintiéndose de lo dicho-. Lo siento, no he querido ser grosero.
– No pasa nada -dijo Claudia, riéndose-. Tener treinta años no es ser un anciano, pero entiendo lo que ha querido decir. Cuanto mayor eres, más posibilidades tienes de saber elegir.
– Exactamente. Eso lo hace menos arriesgado, ¿no es así? Mucho menos que si uno se casa mucho más joven… por ejemplo, a los veinte.
Su tono intentaba ser ligero, pero a Claudia no la engañaba. Parecía como si Justin pensara en algo determinado.
– De todas maneras, no creo que haya una edad ideal para casarse. Siempre existirá un riesgo. Nunca se sabe cómo van a funcionar las cosas. Lo importante es que sientas que te estás casando con la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida. Y no creo que importe si tienes veinte, cuarenta o sesenta.
– Hay diez años de diferencia entre David y usted, ¿no? ¿Cree usted que habría sido lo mismo si se hubieran conocido hace diez años, cuando usted tenía veinte y él treinta?
Claudia pensó en sí misma cuando tenía veinte años. No tenía arrugas alrededor de los ojos y su piel era más suave, pero era insegura y trataba de disimularlo bajo una fachada un poco arrogante que podría engañar a más de uno. De todos modos, no pensaba que entre ellos pudiera haber mejor relación que la que tenían en ese momento.
– Es difícil decirlo, pero creo que sería lo mismo -contestó, un poco triste.
Justin dio un suspiro, como si se hubiera quitado un peso de encima.
– Me alegra mucho haber hablado con usted, Claudia. Es usted maravillosa… -se interrumpió al ver aparecer a alguien-. ¡Oh, David!
Claudia se dio la vuelta y vio en la entrada a David. Su cuerpo alto y sólido destacaba a contraluz. Era imposible ver la expresión de su cara.
Justin se levantó.
– ¿Estaba buscando a su esposa? -preguntó, de buen humor, Justin.
– Así es -dijo David-. Pero parece muy contenta aquí.
– Es una gran señora. Me ha estado dando algunos consejos sobre el matrimonio.
– ¿De veras? -preguntó David, con una sonrisa de la que no participaban ni sus ojos ni sus puños cerrados.
– Se está haciendo tarde. ¿Te apetecería que nos retiráramos?
– Sí -respondió Claudia, con un ataque repentino de timidez. Herida por la lejanía de su voz, que sugería que no le había importado nada que ella estuviera sentada allí con Justin.
Se levantó y se dirigió con David a despedirse de Lucy y Patrick. Seguidamente se despidieron de otros invitados.
Finalmente, salieron por la puerta. Cuando estuvieron a solas, David soltó a Claudia y caminaron en silencio hacia el coche.
Cuando David encendió las luces, Claudia vio su perfil iluminado. Observó la poderosa línea de su nariz y su barbilla y, por primera vez, tuvo conciencia de la atracción que sentía hacia él. No hacia el ingeniero y director de empresa, no hacia el irritable y molesto compañero de los últimos tres días, sino hacia su carne y su sangre, hacia el David con un corazón y una piel que la excitaban maravillosamente.
La mujer sintió escapar todo el aire de sus pulmones y un deseo profundo y excitante la invadió.
¿Cómo sería estar de verdad casada con él?
Claudia dio un suspiro profundo. ¿Qué le estaba pasando esa noche? No estaban casados y no querían estar a solas y, a juzgar por la indiferencia del rostro de David al encontrarla a solas con Justin, no tenía intención de hacerle el amor al llegar al palacio.
Tampoco es que ella lo quisiera, se dijo a sí misma inmediatamente. Sólo estaba pensando… eso era todo.